JORNADA PRIMERA
Salen Don JUAN, embozado y ARCEO, gracioso, con una
bujía en un candelero
ARCEO:
Ya he dicho que no está en casa
mi señor, y es, caballero
o fantasma o lo que sois,
en vano esperarle, puesto
que no sé a qué hora vendrá
a acostarse.
JUAN:
Yo no puedo
irme de aquí sin hablarle.
ARCEO: Pues
en el portal sospecho
que estaréis mucho mejor.
JUAN:
Mejor estaré aquí dentro.
ARCEO:
Muerto de capa y espada,
que tan pesado y tan necio
has dado en andar tras mí
rebozado y encubierto,
agradécelo al Señor
que te tengo mucho miedo,
que si no, yo te pusiera
a cuchilladas muy presto
en la calle.
JUAN:
No lo dudo;
mas no os turbéis;
de paz vengo.
De don Pedro soy amigo;
sosegaos.
ARCEO:
¡Lindo sosiego!
JUAN:
Y sentaos aquí.
ARCEO:
Yo estoy
en mi casa, y si yo quiero
me sentaré.
JUAN:
Pues estad
como quisiéredes.
ARCEO:
Cierto
que sois fantasma apacible
y que tenéis mil respetos
del convidado de piedra.
JUAN:
Decidme, ¿qué hace don Pedro
fuera de casa a estas horas?
¿Diviértele amor o juego?
ARCEO: Juego
o amor le divierte.
JUAN:
Todo es uno, a lo que pienso,
pues amor y juego, en fin,
son de la Fortuna imperios.
¿Anda de ganancia ahora?
ARCEO: Yo de
pérdida me veo.
JUAN:
¿Está desfavorecido?
ARCEO: No lo
sé.
JUAN:
¿Pues sus secretos
no fía de vos?
ARCEO:
No fía,
sino presta algunos de ellos.
¿No bastaba entrometido
sino preguntón?
Sale Don PEDRO
PEDRO:
¿Qué es esto?
ARCEO:
Esperad en hora mala
en la calle o el infierno,
si no queréis...
PEDRO:
Dime, loco,
¿qué ha sido?
ARCEO:
Vienes a tiempo,
que si un poco más te tardas,
a ese embozado sospecho
que le echo por la ventana
tan alto, que de este vuelo,
ya que no sietedurmiente,
sino volante, primero
que volviera, se mudaran
los trajes y los dineros,
y se hablaran otras lenguas.
PEDRO:
¿Quién es?
ARCEO:
No lo sé, mas pienso
que es algún hombre casado
que viene a verte encubierto,
pues no se ha dejado ver
la cara.
PEDRO:
Pues, caballero,
¿a quién buscáis así?
JUAN:
A vos.
PEDRO: Decid
qué queréis.
JUAN:
Dirélo
en quedando solos.
ARCEO:
¿Ves
si digo bien?
PEDRO:
Majadero,
salte allá fuera.
ARCEO:
En buen hora.
(Mas aunque ir a parlar
tengo Aparte
con doña Lucía, la dueña
de mi vecina, más quiero
ser hoy crïado que amante,
y he de estarme aquí, por serlo,
escuchando cuanto digan.)
Vase
PEDRO: Ya
estoy solo, y sólo espero
que me digáis qué queréis.
JUAN:
Cerrad la puerta.
PEDRO:
Suspenso
me tenéis. Ya está cerrada.
JUAN:
Pues ahora, a esos pies puesto,
me dad, don Pedro, los brazos.
PEDRO: Don
Juan, amigo, ¿qué es esto?
¿Cómo os atrevéis a entrar
así en Madrid, sin que el riesgo
de vuestra vida miréis?
JUAN:
Como la muerte no temo,
así no guardo la vida,
que ya de tratarlas tengo
con la compañía perdido
a mis desdichas el miedo.
Ya sabéis, como quien fue
por la vecindad, tercero
de mi desdichado amor
aquel venturoso tiempo,
que amé a doña Ana de Lara,
cuyo divino sujeto
se coronó de hermosura,
se laureó de entendimiento.
Ufano con mi esperanza
y con su favor soberbio
viví; en esto no me alabo,
antes me desluzgo en esto,
que en materia de favores
es tan desdichado el premio
que es el que le goza más
el que lo merece menos.
Ya sabéis que viento en popa
este amor, este deseo,
en el mar de la Fortuna
tuvo de su parte el cielo
hasta que, alterado el mar,
el bajel del pensamiento
en piélagos de desdichas
corrió tormenta de celos.
Una noche... -- ciegamente
lo que vos sabéis os cuento;
pero dejad que lo diga,
ya que es el pesar tan necio,
que repetirle el dolor
es repetirle el consuelo -- ,
una noche, pues, salí
de su casa yo, creyendo
que para mí solo estaba
el falso postigo abierto
de un jardín, cuando llegando
a abrirle, ¡ay Dios!, por de dentro,
hacia la parte de fuera
torcer otra llave siento.
Suspendo la acción y a un lado
me retiro, por si puedo
mis celos averiguar,
si es que han menester los celos
para estar averiguados
más diligencia que serlo.
Entreabrieron el postigo
y a la poca luz que dieron
las estrellas en la calle,
entrar solo un hombre veo
que, sin luz y sin razón,
andaba dos veces ciego.
Bien le pudiera matar
a mi salvo entonces, pero
quise apurar la malicia
a mis desdichas, y quedo
me estuve un rato, ¡mal haya
tan curioso sufrimiento!
El, tentando las paredes,
que no estaba, no, tan diestro
como yo en ellas, que había
estudiádolas más tiempo,
llegó a tropezar en mí,
y desalumbrado, viendo
que había gente en el portal,
dijo atrevido y resuelto,
"No puede haber aquí nadie;
que matarlo o conocerlo
no me importe; otro no tenga
las dichas que yo no tengo."
No sé qué le respondí,
y los dos con un esfuerzo
hasta la calle salimos,
donde solos cuerpo a cuerpo
reñimos, hasta que igual
mostró la Fortuna el duelo
entre los dos, ¡ay de mí!,
pues a quien me dio primero
celos, le di yo la muerte,
como quien dice, "Hoy intento
que sea paz de nuestra lid,
o morir o tener celos."
Y dándome lo peor,
quedé celoso y él muerto.
Al ruido de las espadas
llegó la justicia luego,
y yo, apelando a los pies
de la ejecución que hicieron
las manos, me puse en salvo,
mas no tanto que cogiendo
un criado que esperaba
con un rocín en el puesto,
no dijese a la justicia
quién era: sólo por ellos
son señores los señores,
que al fin se sirven de buenos.
Con esta declaración
me ausenté, mas no pudiendo
vivir ausente y celoso,
de esta manera me he vuelto
a Madrid, y confïado
en vuestra amistad, me atrevo
a venirme a vuestra casa,
y escarmentado, en efecto,
de la lengua de un crïado,
me he recatado del vuestro.
Aquí estaré algunos días,
sólo hasta saber si puedo
ver a doña Ana, por quien
tantas desdichas padezco,
que aunque es verdad que ofendido
estoy, la estimo y la quiero
tanto, que solo a
quejarme
hoy a la corte me vuelvo
por ver si acaso, ¡ay de mí!,
se disculpa, que si llego,
hablándola alguna noche
siendo vos solo el tercero,
a oír satisfacciones, que antes
que ella las diga las creo,
me iré a Flandes consolado
de que sus disculpas llevo,
que haciendo amistades sean
camaradas de mis celos,
porque así estaré
seguro
que ni el pesar ni el contento
me maten, bien como aquel
que está herido de un veneno
y otro veneno le cura;
que este es el último extremo
de un hombre
celoso, pues
no puede, ni yo lo creo,
hacer de su parte más
que decir, "Quejoso vengo
a creer cuanto digáis;
y pues que vivir no puedo,
haces que muera del gozo
si he de morir del tormento."
PEDRO:
En dos empeños me pone
la merced que me habéis hecho
de valeros de esta casa
y de mí, y es el primero
el ampararos en ella,
y así, cortésmente ofrezco
casa, hacienda, honor y vida,
don Juan, al servicio vuestro.
El segundo es ayudaros
en vuestro amor; para esto
y para todo es forzoso,
supuesto que él ha de veros,
fïaros de ese criado,
que aunque ha poco que le tengo,
tengo de él satisfacción.
No hablo ahora en vuestro pleito,
que ya sabéis que un don Luis
de Medrano, que era deudo
del muerto, es quien se ha mostrado
parte.
JUAN:
Ya nos conocemos
los dos.
PEDRO:
Pues esto dejado,
porque, en efeto, no quiero
hablaros en penas hoy,
de doña Ana lo que puedo
deciros es que ni el rostro
la he visto desde el suceso
de esa noche, ni en ventana,
ni en iglesia, ni en paseo
de Prado y Calle Mayor,
que es mucho para mí, siendo
como soy, vecino suyo.
JUAN:
Fineza es, don Pedro; pero
¿quién puede a mí asegurarme
que es por mí y no por el muerto
ese luto que ha vestido
su hermosura?
PEDRO:
Mas ¡qué presto
a lo que le está peor
discurre el entendimiento!
JUAN:
¿Qué queréis? Es más honrado
el mal que el bien.
PEDRO:
No lo entiendo.
JUAN:
Yo sí, pues dudo del bien
cuanto dice, y del mal creo
cuanto imagina, y mirad
cuál es más honrado, puesto
que uno siempre está tratando
verdad, y otro está mintiendo.
Pero lo que de la noche
restaba al noturno velo,
se ha desvanecido ya,
de la hermosa luz huyendo
del sol. Recogeos y haced
del día noche.
PEDRO:
No puedo,
porque tengo aquestas horas
que hacer, y antes agradezco
haberme hallado vestido.
JUAN:
Desvelado galanteo
tenéis, pues os recogéis
tan tarde y volvéis tan presto.
PEDRO: Ando
por averiguar,
don Juan amigo, unos celos,
por dejar desengañada
una pretensión que
tengo,
y he de ir al Parque, porque
su apacible sitio ameno
de las flores y las damas
es el cortesano imperio
de estas mañanas de abril
y mayo, y he de ir siguiendo
esta dama. Vos podéis
descansar en tanto. Arceo.
Sale ARCEO
ARCEO:
Señor.
PEDRO:
Haz que luego al punto
se haga en aqueste aposento
una cama, y esto sea
con recato y con silencio,
que importa que nadie sepa
que al señor don Juan tenemos
en casa, y de ti lo fío
solamente. A Dios.
Vase
ARCEO:
Tú
has hecho
conmigo lo que se suele
con los galeotes, y es cierto,
pues de ellos nada hay seguro
sino lo que se fía de ellos.
JUAN:
Yo me recaté de vos,
Arceo, hasta conoceros.
Vanse y salen doña CLARA e INÉS,
criada
INÉS:
En fin, ¿que has dado en que has de ir
al Parque?
CLARA:
¿Quieres saber
si puede dejar de ser,
Inés? Pues has de advertir
que me ha dicho que no vaya
a él don Hipólito, y creo
que fue alentar mi deseo
para que más presto vaya,
pues si ayer cuando me habló,
que viniera me dijera,
presumo que no viniera,
y solo porque llegó
a persuadirse que había
de obedecerle, me ha dado
tal gana, que he madrugado
dos horas antes del día.
INÉS:
No es en nosotras hoy nueva
esa culpa, ese pecado,
que pecar en lo vedado
es el patrimonio de Eva.
Pero no sé lo que diga
de este amor, de este deseo
de los dos, porque no creo
lo que a los dos os obliga.
Don Hipólito es un hombre
por loco y por maldiciente
conocido de la gente
más que por su propio nombre.
Tú, perdona que lo diga,
mujer, en justo o injusto,
muy amiga de tu gusto,
de tu libertad amiga.
Él a todas quiso bien,
tú a todos quisiste mal:
dime, ¿amor tan desigual
cómo ha de parar en bien?
CLARA:
Pensarás que me he enojado,
Inés, por haberme dicho
su capricho y mi capricho,
y antes gran gusto me has dado,
porque no hay para mí cosa
como hombres de extraños modos,
y que al fin me tengan todos
por vana y por caprichosa.
¿Qué quisieras, que estuviera
muy firme yo, y muy
constante,
sujeta solo a un amante
que mil desaires me hiciera
porque se viera querido?
Eso no; el que he de querer,
con sobresalto ha de ser
mientras que no es
mi marido.
Y así, por dársele hoy
a don Hipólito, quiero
ir al Parque, donde espero,
porque disfrazada voy,
pasear, hablar, reír,
preguntar y responder,
ser vista, en efeto, y ver,
porque no se ha de admitir
al amante más fïel
por el gusto que ha de dar.
INÉS:
¿Pues por qué?
CLARA:
Por el pesar
que yo le he de dar a él.
INÉS:
Y tienes mucha razón;
con lo cual hemos llegado
a la calle que fue Prado
en virtud del azadón.
CLARA:
Pues bajemos por aquí
a la de
Álamos, que es
arrendajo del Pajés.
INÉS:
Parece que cantan.
CLARA:
Sí.
Vanse y suena dentro MþSICA
[MÚSICA]:
"Mañanicas floridas
de abril y mayo,
despertad a mi niña,
no duerma tanto."
Salen Don LUIS y Don HIPÓLITO
LUIS:
Sólo haceros compañía,
don Hipólito, pudiera
vencer de mi pena fiera
la grave melancolía.
HIPÓLITO:
Por divertiros yo a vos
de vuestro primo en la muerte,
os traigo de aquesta suerte
al Parque, donde los dos
divirtamos la mañana.
LUIS:
Más hermoso el sol parece,
porque embozado amanece
entre nubes de oro y grana.
HIPÓLITO:
Desde aquí podemos ver
la gente que va bajando.
¡Qué tierno va enamorando
don Sancho allí a la mujer
de
aquel letrado, su amigo!
LUIS:
Que es amistad, no se ignore,
porque otro no la enamore.
HIPÓLITO: A un pleito está
aquí, y yo digo
que parecer tomará
de los dos, pues le conviene
verla a ella por el que tiene
como a él por el que da.
LUIS:
Maldiciente estáis, ¡que no
os reduzga yo!
HIPÓLITO:
Advertid
que no hay hombre hoy en Madrid
de mejor lengua que
yo.
¿Aquella no es Flora?
LUIS:
Sí.
HIPÓLITO: Harto es que a
fiesta de a pie
haya venido.
LUIS:
¿Por qué?
HIPÓLITO: Porque en mi vida la
vi
sino en coche; por aquesta
fue por quien se ha presumido
que le dijo a su marido,
"Con lo que la casa cuesta
de alquiler, echemos coche."
Y volviéndole a decir,
"¿Pues dónde hemos de vivir
y estar el día y la noche?"
Dijo, "si el coche tuviera,
sin casa vivir podía
en el coche todo el día
y de noche en la cochera."
LUIS:
Eso es como lo que pasa
a doña Clara de Ovalle,
pues viviendo hacia la calle
le sobra toda la casa.
HIPÓLITO: Es
verdad, y cierto día,
cumpliendo el plazo, el casero
vino a pedille el dinero
de la casa en que vivía,
y ella dijo, "¿Hay tal traición?
¿Esta desvergüenza pasa?
Aunque yo alquilo la casa,
no vivo sino al balcón."
LUIS:
¿Qué diera porque os oyera?
HIPÓLITO: Por eso no lo oirá,
no,
que anoche la dije yo
que de casa no saliera.
Salen doña CLARA e INÉS, con mantos y
con sombreros
CLARA:
Mejor mañana no vi
en mi vida.
INÉS:
Ni yo, a fe;
pero tápate.
CLARA:
¿Por qué?
INÉS:
Don Hipólito está allí.
LUIS:
¿Habéis visto en vuestra vida
mujer más airosa?
HIPÓLITO:
No,
ni al Parque jamás salió
más aseada y bien prendida.
LUIS:
Pues la donada, por Dios,
que no es muy mala.
HIPÓLITO:
Embistamos
esta empresa, pues estamos
en el campo dos a dos.
INÉS:
Don Hipólito y don Luis
llegan a hablarnos.
CLARA:
Repara
en que de ninguna suerte
respondas una palabra,
que no quiero que los dos
me conozcan.
INÉS:
Si tapadas
estamos, y en este traje,
que es en el que todas andan,
¿cómo te han de conocer?
CLARA: Si le
respondo, en el habla;
que persuadirse que puede
estar segura una dama
solamente con taparse,
es bueno para la farsa,
mas no para sucedido.
HIPÓLITO: Señora doña tapada,
que a honrar el festín alegre
que hoy la primavera traza
en este verde salón
donde vivas flores danzan
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas
de rebozo habéis venido,
dad licencia cortesana
a un hombre para que os diga
que ha sido acción excusada
madrugar tanto, supuesto
que árbitro del sol y el alba,
esa negra sutil nube
trae consigo la mañana,
y a cualquiera hora que vos
descubriérades la llama,
amaneciera y tuviera
luz el día, aliento el alba.
¿No me respondéis? ¿Por señas
me habláis? No me desagrada.
¿Ni aun para pedir no habláis?
¿No? Pues sois la mejor dama
que he visto en toda mi vida.
Albricias me pide el alma
de que me ha deparado una
mujer que no pide y calla.
LUIS:
¿Y vos también profesáis
la religión cartujana?
¡Linda cosa, vive Dios,
que ha dos mil años que andaba
buscándoos! Mas que seáis
tuerta, zurda, coja o manca,
pedigüeña, melindrosa,
contrahecha, roma o calva,
desde aquí por vos me muero.
HIPÓLITO: Ya que me negáis el
habla
como si hubiera reñido
con vos, mostradme la cara.
¿Ni eso tampoco? Mirad
que dais a entender que es mala.
Es verdad; yo no lo dudo;
mas mujer tan extremada
no ha menester perfección
mayor que no hablar palabra.
[Hace gestos ella]
Mas si yo no entiendo mal,
eso es decir que me vaya;
pero veis aquí que yo
no quiero entenderos nada,
que en mi vida he sido mudo
y muy poco se me alcanza
de esto de hablar con la mano.
¿Qué hacéis? ¿Volverme la espalda?
Arte de enseñar a hablar
a los mudos, oye, aguarda.
LUIS:
No vi mujer en mi vida
de mejor gusto.
HIPÓLITO:
Su casa
sepamos, que, vive el cielo,
que he de verla y he de hablarla
hoy en ella, hasta saber
en qué este embeleco para.
LUIS:
Sigámosla pues.
HIPÓLITO:
Sigamos,
que ya veis cuánto me arrastra
una mujer tramoyera,
pues el serlo solo es causa
de que a doña Clara ame,
y aquesta, si no me engaña
la pinta, lo es mucho más
que la misma doña Clara.
Vanse y salen ARCEO y Doña LUCÍA
LUCÍA:
No me tienes que decir
que no te has de disculpar
de hacerme anoche esperar.
ARCEO: No
pude anoche venir,
vive Dios, doña Lucía.
LUCÍA: ¿Pues qué
tuviste que hacer?
ARCEO: Si
eso pudieras saber,
supieras que la fe mía
te trata verdad.
LUCÍA:
¿Pues qué
es que yo saber no puedo?
ARCEO: No es
nada.
LUCÍA:
Ofendida quedo
dos veces de ti, porque
no venir anoche a verme,
hoy venir y no fïarme
un secreto, es agraviarme,
Arceo.
ARCEO:
No sé qué hacerme...
Ea,
no haya secreto entero,
que eres dueña y soy crïado.
Anoche entró rebozado
en mi casa un caballero
por mi señor preguntando...
-- mas que has de callar advierte -- .
Éste, pues, por una muerte
ausente está, y aguardando
a mi señor, me detuvo...
-- nadie, en fin, lo ha de saber -- .
Pues hasta el amanecer
hablando con él estuvo;
luego en casa se quedó
donde dice que ha de estar...
-- mira que lo has de callar --
...escondido, y solo yo
lo sé, que en fin soy secreto.
Don Juan de Guzmán se llama.
De la casa de una dama,
que esto no oí bien, en efeto,
saliendo una noche, dio
a un caballero la muerte
y, en fin, está de esta suerte
retirado donde no
lo saben más que los dos.
Y pues me fío de ti
esto no salga de aquí.
Dije. ¡Bendito sea Dios,
que salí de este cuidado!
LUCÍA: Y yo
por él darte quiero
los
brazos.
ARCEO:
Más bien espero.
Sale PERNÍA, vejete
PERNÍA:
A muy mal tiempo he llegado.
¿Hay tan gran bellaquería?
ARCEO:
Pernía a los dos nos vio.
LUCÍA: Poco
importa, porque no
es muy celoso Pernía.
Mas vete de aquí.
ARCEO:
Sí haré,
y corriendo como un potro.
[Vase]
PERNÍA: Doña
Lucía, si otro
entrara como yo entré,
¡estaba
bueno el honor
de esta casa! A mi señora
he de contar cuanto ahora
pasa, pues de tu rigor
vengarme, ingrata, no espero.
Hecho estoy un fuego, un rayo:
¿de cuándo acá así un lacayo
se prefiere a un escudero?
LUCÍA:
Unas cartas me ha traído
este hombre de un hermano
que está en las Indias, y es llano
que el abrazo el porte ha sido,
pues solo te quiero a ti.
PERNÍA: Pues
trueca el modo, crüel,
y desde hoy quiérele a él
y dame el abrazo a mí.
LUCÍA:
Sí abrazaré, procurando
hacer que calles, supuesto...
Mas mi señora...
Sale Doña ANA
ANA:
¿Qué es esto?
PERNÍA: Es que
aquí andan abrazando.
LUCÍA:
Hame traído Pernía
nuevas de un hermano mío,
y gozoso mi albedrío
tales extremos hacía.
PERNÍA.
Es, señora, caso llano,
y creella te conviene.
(Para cada abrazo tiene Aparte
doña Lucía un hermano).
ANA:
Salga y mire si está puesto
el coche, que es hora ya
de ir a misa...
[Vase él despacio]
¿Pues no va
presto?
PERNÍA:
¿Aquesto no es ir presto?
LUCÍA:
¿Tú, señora, tan dejada
del aliño y la belleza,
que, fuera de la tristeza,
vives de ti descuidada?
ANA:
No hay consuelo para mí,
ni me has de ver en tu vida
sino triste y afligida.
LUCÍA:
¿Pues qué remedias así?
ANA:
¿Quién te ha dicho que yo quiero
remediar, sino sentir?,
aunque si llego a advertir
que es el remedio primero
del mal el sentir el mal,
por sentille más no sé
si el sentirle dejaré,
pues es mi desdicha tal
que apeteciendo el morir
sin pretender resistille,
por no dejar de sentille
le dejara de sentir.
Desde el día que a don Juan
en mi casa sucedió
aquella desdicha, y yo
veo que todos me dan
la culpa sin merecella,
tan muerta y tan otra estoy
que aun sombra mía no soy.
LUCÍA: Si
tan noble como bella
tu perfección me asegura
de callarlo, yo diré
que a dónde está don Juan sé.
ANA:
¡Qué neciamente procura
tu lisonja divertir
mi mal!
LUCÍA:
Yo sé dónde está,
y aunque tú no lo oigas, ya
lo tengo yo de decir.
Don Juan a Madrid llegó,
-- mas que lo calles te pido -- ,
y está en la casa escondido
de nuestro vecino; yo
lo sé porque una crïada
me lo ha dicho ahora a mí,
pero no salga de aquí:
ya ves que es cosa pesada.
ANA:
¿Qué dices?
LUCÍA:
Lo que es verdad.
ANA:
Siendo dicha mía, no sé
si algún crédito le dé
siendo esa temeridad.
Salen Doña CLARA e INÉS
INÉS:
¿Qué es lo que tu pasión hacer procura?
CLARA: ¿Qué?
Llevar adelante una locura,
que aunque nada importara
el verme don Hipólito de Lara,
por lo que se ha picado
no ha de salir hoy, no, de este cuidado.
INÉS:
Que hay aquí gente mira.
CLARA:
¿Faltará a una mujer una mentira
que la saque de otra? Dama hermosa,
[Se dirige a Doña ANA]
si quien dice mujer dice piadosa,
un rato -- mal mi pena significo --
que me dejéis entrar aquí os suplico
mientras que un hombre pasa
esa calle; sagrado vuestra casa
sea de mi cuidado,
pues casa de deidad siempre es sagrado.
ANA:
Holgaréme, por cierto,
que sea, no sagrado, sino puerto,
pues la congoja vuestra
bien que os importa el ocultaros muestra.
LUCÍA: Un
hombre aquí se ha entrado.
CLARA: ¡Ay
Dios!, que es mi marido, y pues me ha dado
vuestra piedad licencia,
aquí he de retirarme con prudencia.
Haced que una crïada le despida,
porque
me va la fama, honor y vida.
ANA:
Pues decid...
CLARA:
Nada espero.
Vase
ANA:
Turbada me dejó con su sombrero.
LUCÍA: Yo
voy tras ella, porque no sea ganga
y se eche alguna sábana en la manga.
Sale Don HIPÓLITO
HIPÓLITO: Perdonad que a la
esfera,
dosel florido de la primavera,
donde son vuestros bellos resplandores
la primera oficina de las flores,
pisar mi pie presuma
calzado más de plomo que de pluma.
ANA:
(Disimular fingiendo enojo intento). Aparte
¿Quién os dio para tanto atrevimiento,
caballero, osadía?
HIPÓLITO: Yo la tomé de la
ventura mía,
que hasta veros, divina
deidad, vencer la nube que, cortina
de humo, ocultaba el fuego,
descanso no tuviera, y así luego,
con el humo pasado
y agora de esos rayos abrasado,
llorar y arder presumo:
arder del fuego, pues lloré del humo.
ANA:
No entiendo, caballero,
estilo tan cortés y lisonjero,
ni sé qué causa he dado
para que de esta suerte hayáis entrado
en mi casa. Si esfera
la llamáis de la hermosa primavera,
no introduzgáis en ella tal desmayo
que expire su esplendor antes del rayo;
si humo seguís que en sombras se resuelve,
no le esperéis, que el humo nunca vuelve,
y si buscáis el fuego,
no os acerquéis a él, y volveos luego,
que no vive enseñado a acciones tales
el antiguo blasón de estos umbrales.
HIPÓLITO: Vos ni veros ni
oíros
en el Parque dejasteis, y el seguiros
a riesgo de ofenderos,
también fue por oíros y por veros;
y ahora advierto que fuera acción piadosa
oíros discreta cuando os miro hermosa,
porque si allí sin veros os oyera,
a la dulce armonía suspendiera
el alma y el sentido,
de esa voz que es veneno del oído;
y si hermosa os mirara
sin oíros discreta, aquí postrara
alma y vida en despojos
de esa luz que es veneno de los ojos;
y así, porque no muera al advertiros
tan hermosa, me da la vida oíros;
y así, porque no muera al conoceros
tan discreta, me da la vida el veros,
de suerte que mi vida
está de un daño y otro defendida.
Quedad con Dios, en fin, porque no quiero,
ya que he sido atrevido, ser grosero,
pues ser grosero culpa mía habría sido,
y vuestra lo ha de ser ser atrevido.
Vase
ANA:
¿Hay cosa semejante?
¡Que entre un hombre marido y salga amante,
y de sus mismas penas descuidado,
llegue celoso y vuelva enamorado!
Salen Doña LUCÍA, doña CLARA,
e INÉS
CLARA:
¿Fuese?
ANA:
Sí.
CLARA:
Tus pies pido.
ANA:
Vos tenéis un finísimo marido.
CLARA: Harto
a Dios lo que paso en eso ofrezco,
pues sabe Dios lo que con él padezco.
ANA:
Creyó, en fin, que era yo, ¡raro suceso!,
la dama que siguió, que aun para eso
sirvió el sombrero y el estar con manto
y el ser los trajes parecidos tanto
que, como en los conceptos, repetidos
se encuentran también dos en los vestidos.
Sale PERNÍA
PERNÍA: Ya está el
coche esperándote, señora.
ANA:
Lucía, mira ahora
la calle.
LUCÍA:
Bien podrás seguramente
salir.
CLARA:
Aquesa vida el cielo aumente.
ANA:
Ved si serviros
puedo
en otra cosa.
CLARA:
Yo obligada quedo.
[Doña CLARA habla aparte con INÉS]
(Y no sé si ofendida,
pues lo que no pensé en toda mi vida
que suceder pudiera,
que es tener celos yo -- ¿quién tal creyera? --
acaso ha sucedido).
INÉS:
(¿Qué has sentido?)
CLARA: (Que
haya este hombre a otra enamorado
y en mi misma presencia requebrado).
Vanse [doña CLARA e INÉS]
ANA:
Nada oigo, nada miro, nada siento,
que para mí no sea otro tormento.
LUCÍA:
¿Pues qué tienes agora?
ANA:
Ver que en todos la suerte se mejora,
en todos convalece,
y solo en mí de cualquier mal fallece.
Cuando es culpada, halla esta la salida;
así, inocente, pierdo yo la vida,
porque no está la culpa en que lo culpa,
sino en que fue dichosa la disculpa.
Vanse y salen Don PEDRO por la puerta derecha y Don
JUAN por la izquierda, que es por donde está la puerta
izquierda de su aposento y encuéntranse en el
tablado
PEDRO:
Seáis, don Juan, bien llegado.
JUAN:
Vos, don Pedro, bien venido.
¿Cómo en el Parque os ha ido?
PEDRO: Mal.
JUAN:
¿Cómo?
PEDRO:
Como he hallado
la dama que iba a buscar
y creo que son desvelos
de otro amante, cuyos celos
ando por averiguar,
para que desengañado
cure con dolor al pecho,
que es mi amigo el que sospecho,
y está ya desconfïado.
JUAN:
¿Es
doña Clara la dama?
PEDRO: Sí.
JUAN:
¿Y el galán?
PEDRO:
Es un hombre
de buena opinión y nombre;
don Hipólito se llama,
y esto para otro lugar.
¿Vos que habéis hecho?
JUAN:
Sentir,
desesperarme, morir
sin poderlo remediar.
Decid, ¿qué traza daremos
para que logre mi fe
ver a doña Ana?
PEDRO:
No sé,
que no hay verla; mas pensemos
si habrá por dónde.
Sale ARCEO
[ARCEO]:
Señor,
don Hipólito, un tu amigo,
te busca ahí fuera; testigo
no puede venir peor,
que él dirá cuanto supiere.
JUAN:
Por lo que puede pasar,
presente tengo de estar
a cuanto aquí sucediere,
a vuestro lado.
PEDRO:
No es justo
que os vea; a vuestro aposento
os retirad.
JUAN:
Mucho siento...
PEDRO: Don
Juan, hacedme este gusto.
[Don JUAN y ARCEO se van al paño] Sale don
HIPÓLITO
HIPÓLITO:
¿Qué hay, don Pedro, cómo estáis?
PEDRO: A
vuestro servicio, ¿y vos?
HIPÓLITO: Al vuestro.
PEDRO:
¿Pues qué miráis?
HIPÓLITO: Si hay aquí más que
los dos.
PEDRO: No.
¿Qué queréis?
HIPÓLITO:
Que me oigáis.
Esta mañana salí
a ese verde hermoso sitio,
a esa divina maleza,
a ese verde paraíso,
a ese parque, rica alfombra
del más supremo edificio,
dosel del Cuarto Planeta,
con privilegio de Quinto,
esfera, en fin, de los reyes,
de Isabel y de Filipo,
desde cuyo heroico asiento,
siempre bella y siempre invicto,
están, católicas luces,
dando resplandor al indio,
siendo en el jardín del aire
ramilletes fugitivos...
PEDRO: (¿En
qué parará el venir Aparte
a contar lo que yo he visto?)
Don JUAN al paño
JUAN:
Sin duda sabe que allí
hoy a su dama ha seguido
y viene quejoso de él.
De todo estaré advertido.
HIPÓLITO: De cuantas al alba
dieron
envidia en varios corrillos,
tejiendo corros sin orden,
dando vueltas sin aviso,
una embozada hermosa
tal ventaja a todas hizo
que obscureció con su sombra
las demás luces: yo he visto
salir al campo a traer rosas
de sus jardines floridos,
pero a dejar rosas no,
sino hoy, que al
desperdicio
de un pie debió el campo cuantas
fueron al contacto altivo,
quedando blancos jazmines,
quedando marchitos lirios.
Bajaba por una cuesta
una mujer, ¡qué mal digo!,
un encanto, sí, embozado;
disfrazado, sí, un hechizo.
El sutil manto en celajes
ya obscuros y ya distintos,
o negaba o concedía
el rostro. ¿Cuándo ha
salido
más hermosa el alba? ¿Cuándo
se mostró el sol más lucido,
que cuando el alba entre sombras,
que cuando el sol entre visos
da regateada la luz
y anda dudoso el sentido
haciendo apuesta entre sí,
si lo ha visto o no lo ha visto?
PEDRO: (Todo
esto vendrá a parar Aparte
en que doña Clara ha sido,
por venir a hablar en ella).
JUAN:
¡Oh, qué cansados estilos!
HIPÓLITO: Coronaba sobre el
manto
los bien descuidados rizos,
airoso un blanco sombrero
por una parte prendido
de un corchete de diamantes
sobre un penacho que hizo
lisonja al aire, diciendo
a sus halagos rendido:
"Pues inclinada la frente,
sí a cuanto me dicen digo,
mejor que mi dueño yo
sé obligarme de suspiros".
El talle era bien sacado,
y de buen gusto el vestido
más que rico; pero si era
de buen gusto ¿qué más rico?
Dejo aquí, por no cansaros,
lo que en el Parque tuvimos,
y voy a que la seguí
a su casa, que atrevido
entré en ella, que vi al sol
cara a cara, que rendido,
lo que antes diera por verla
diera
por no haberla visto
después, porque de sus rayos
mariposa mi albedrío,
entró enamorando el riesgo,
salió halagando el peligro.
Esta, pues, mal lisonjeada
beldad, turbado lo
digo...
[Al paño]
ARCEO: Aquí
es ello.
JUAN:
Escucha.
PEDRO:
(Ahora Aparte
se va a declarar conmigo.)
HIPÓLITO: ...es una vecina
vuestra:
esa pared sola ha sido
la que su esfera divide,
y pues que como vecino
es fuerza...
JUAN:
¡Ay de mí! ¿Qué escucho?
PEDRO: (¿Qué
haré si don Juan lo ha oído?) Aparte
HIPÓLITO: ...que sepáis quién
es, decidme
su nombre, porque atrevido
pienso adorar su belleza,
y para todo es arbitrio
entrar, don Pedro, informado,
y más de tan buen amigo.
JUAN:
Estaba por responderle
yo.
ARCEO:
Detente.
PEDRO:
(¿Quién se ha visto Aparte
en igual duda? ¿Qué haré?
Si quién es aquí le digo
será alentar su esperanza;
si lo niego es desvarío,
pues podrá saberlo de otro;
si el amor le significo
de don Juan, su honor ofendo...
Mas queden con buen estilo
un amor desengañado,
un honor seguro y limpio,
y atajados unos celos
con la verdad, sin peligro
de no decir la verdad.
Mucho haré si lo consigo).
Don Hipólito, pues ya
vuestra relación he oído,
oídme a mí, y agradeced
de que tan a los principios
os halle este desengaño.
La dama que habéis seguido,
doña Ana de Lara es,
y más que por
su apellido
ilustre por su virtud,
que esa casa que habéis dicho
es el templo de la Fama;
paréceme desvarío
seguir ese galanteo
que os aseguro, os afirmo,
que intentáis un imposible.
HIPÓLITO: Yo noticia os he
pedido,
no consejo, y pues la llevo,
quedad con Dios, que si altivo
muriere mi pensamiento
osado y desvanecido,
de atrevimiento tan noble
¿qué más premio que el castigo?
Vase y sale don JUAN
JUAN:
Decidme ahora, don Pedro,
que el sol apenas ha visto
en esta ausencia a doña Ana;
más
diréis bien, si ha salido
de su casa antes que el sol
a ser del Parque prodigio.
PEDRO: No sé
qué os diga.
JUAN:
Yo sí.
PEDRO: ¿Qué?
JUAN:
Que huyamos el peligro;
ya la he perdido dos veces;
ya verla ni hablarla estimo.
Haced que me busquen postas,
que esta noche, ¡ah, cielo impío!,
he de volver de una vez
la espalda.
PEDRO:
Mirad...
JUAN:
Ya miro
que en mi presencia hallo a otro
en su casa, ¡estoy sin juicio!,
y que en mi ausencia después
sale, ¡con razón me aflijo!,
a ser vista, ¡qué rigor!,
de donde trae, ¡qué martirio!,
nuevo amor. ¡Oh, quién quitara
del año este mes florido!
Mas no tiene culpa él;
yo sí, que una sombra sigo,
yo sí, que un áspid adoro,
yo sí, que amo un basilisco.
Mañanas de abril y mayo:
noches para mí habéis sido.