JORNADA SEGUNDA
Salen INÉS y Doña CLARA, afligida
INÉS:
¿Tú triste, tú pensativa,
melancólica y suspensa,
tan bien perdida y tan mal
hallada contigo mesma?
¿Dónde, señora, está el brío,
el buen gusto, la belleza,
y el despejo?
CLARA:
No lo sé;
y no es mucho, ¡ay Dios!, que necia,
pues que no sé de mi vida,
de mis acciones no sepa.
¿Quién creerá de mí, ¡ay de mí!
que yo llore y que yo sienta
desaires de un hombre? ¿Yo,
que tan altiva y soberbia
me llamé la vengadora
de las mujeres, sujeta
tanto a un desaire me veo?
INÉS:
Yo no sé qué razón tengas
para tanto sentimiento,
pues si bien se considera
él te siguió a ti y tú fuiste
la causa de la fineza.
Luego si estás ofendida
y obligada también, sea
tu mal consuelo de otro,
supuesto que representas,
despreciada y pretendida,
la celosa de ti mesma.
Ya fue el cuidado por ti,
pues por ti en la casa entra
de la otra, y si se halla
tan empeñado con ella,
¿cómo se puede excusar
de andar galán? Considera
que si has de olvidar a un hombre
porque a una hable y a otra vea,
no hay que querer a ninguno,
que maldito de Dios sea,
señora, el que hay que no diga
lo mismo a cuantas encuentra.
CLARA: Con
todo eso, ya llegué
-- confieso que anduve necia --
a darme por entendida
de este agravio con mis penas,
y me tengo de vengar.
INÉS:
¿De qué suerte?
CLARA:
Escucha atenta.
Un papel le he de escribir
disfrazándole mi letra
y escribiéndomele tú,
en nombre de la encubierta
dama, diciéndole en él
cuán obligada me deja
su cortesía, y que quiero
hablarle a solas, que tenga
una silla prevenida
y una casa donde pueda
verle esta tarde. Él, muy
vano,
creído de su soberbia,
pensará que tiene lance;
y para que no le tenga
iré yo, y será buen paso
lo que hará cuando me vea.
INÉS:
¿Y qué consigues con eso?
CLARA: Dos
cosas: es la primera
burlarme de él; la segunda
desengañarle, y que sepa
que fui la tapada yo,
porque no se desvanezca
presumiendo que la otra
le dio ocasión de que fuera
tras ella, y su galanteo
prosiga.
INÉS:
¿Esa diligencia
no pudiera hacerse en casa?
CLARA: Con
venganza no pudiera.
INÉS:
No sé si aciertas en eso.
CLARA:
¿Cómo?
INÉS:
Yo te lo dijera,
si él y aquel don Luis no entrara.
CLARA: Pues
disimula, no entiendan
hasta este lance, que fuimos
las tapadas.
Salen Don HIPÓLITO y Don LUIS
HIPÓLITO:
Considera,
don Luis, que importa sacarme
presto de aquí.
LUIS:
Sí haré.
CLARA:
¿Era,
señor don Hipólito, hora
de veros? ¿Tan larga ausencia?
Desde ayer no me habéis visto.
HIPÓLITO: Sólo pudiera esa
queja
hacer mi ausencia feliz,
que es sutil estratagema
de amor, que una pena misma
hacerse lisonja sepa.
Mas no vine esta mañana
presumiendo que estuvieras
en el Parque, como anoche
dijiste.
CLARA:
Detén la lengua.
¿Pues si anoche me dijiste
que de casa no saliera,
había de salir de casa?
¡Jesús! ¡De mí no se crea
tal desenvoltura, tal
liviandad de mi obediencia!
LUIS:
Harto le encarezco
yo
a don Hipólito esa
verdad, y cuán obligado
debe estar de esa fineza,
y aun él la conoce bien,
pues la paga con la mesma.
CLARA:
¿Luego él al Parque no fue?
HIPÓLITO:
¡Jesús! ¿Pues tal de mí piensas,
sabiendo que para mí
no hay, Clara, holgura ni fiesta
donde tú no estás?
CLARA:
Y yo
lo creo como si lo viera,
pues si tú hubieras estado
hoy en el Parque, hoy hubiera
estado en el Parque yo,
claro está, y es cosa cierta,
pues si yo en tu pecho vivo
y tú en el pecho me llevas,
contigo hubiera yo estado
disfrazada y encubierta.
HIPÓLITO:
(¡Qué fácil es de engañar Aparte
a la mujer más discreta!)
CLARA: (¡Que
sea bobo el más bellaco
Aparte
de los hombres!)
INÉS:
(Hombres y hembras Aparte
así unos a otros se engañan
cuando que se quieren piensan).
Hácele señas LUIS
LUIS:
Aunque es el primer precepto
de
amor no estorbar, licencia
me daréis para que os diga
que unos amigos me esperan
donde me importa llevar
a don Hipólito. Esta
ausencia os deba el ser yo
tan vuestro crïado.
CLARA:
Cesa,
don Luis, que no es esta sala
donde hablar la parte es fuerza
por procurador. Si él quiere
hablar, hable, y no por señas.
Id, don Hipólito, a
Dios,
que esta casa siempre es vuestra
para iros y para estaros,
pues siempre de la manera
que abierta para que entréis,
para que os vais está abierta.
Pon esos hombres, Inés,
en la calle, y luego cierra
las puertas.
HIPÓLITO:
Escucha.
CLARA:
¿Yo
escucharte?
LUIS:
Considera
que si yo tuve la culpa
no ha de tener él la pena.
CLARA: Yo no
me enojo con él
ni con vos; doy la licencia
que me pedis. (Mucho hago Aparte
en no declarar mis quejas,
porque estoy muy enfadada
en verlos hablar por señas).
Vanse las dos
HIPÓLITO: ¿Qué os parece, don
Luis,
de este amor, de esta fineza?
LUIS:
Que vos habéis reducido
a precepto y obediencia
la condición más rebelde
de una mujer. ¿Quién creyera
que doña Clara llegara
nunca a verse tan sujeta
que no saliera de casa
por decir que no saliera?
En fin, todo se os rinde.
HIPÓLITO: Yo tengo notable
estrella
con mujeres.
LUIS:
Bien se ve,
pues habéis triunfado de esta.
Pero decidme ¿a qué efeto
ha sido lo de la priesa
de que salgamos de aquí?
HIPÓLITO: ¿Tan mal mi dolor lo
muestra
que ha menester explicarle
más que el afecto la lengua?
¿No os dije que la tapada
vi en su casa descubierta,
donde, porque entrara yo,
os quedasteis a la puerta?
¿No os dije cómo la hablé,
y que es entendida y bella,
sin que subsidios de hermosa
den excusados de necia?
¿No os dije cómo, informado
de don Pedro, dijo que era
rica y noble?
LUIS:
Sí.
HIPÓLITO:
¿Pues cómo
dudáis dónde voy? ¿No es fuerza
que vaya a estarme en su calle?
No digo bien; en la esfera
luciente del mejor sol,
a cuya dulce violencia
arde abrasada la pluma
y derretida la cera.
LUIS:
¿No creéis al desengaño
de decir don Pedro que era
la pretensión imposible
por su virtud y sus prendas?
HIPÓLITO: Si es esa otra parte
más
para ser amada, esa
es hoy la que más me anima,
es hoy la que más me alienta.
LUIS:
Pues ¿y la comodidad?
HIPÓLITO: ¿Pues no es
comodidad esta,
si es rica, noble y hermosa,
de buena opinión y honesta,
y puedo dentro de un mes
estar casado con ella?
Sale INÉS con manto
INÉS:
Apriesa escribió mi ama
el papel, y más apriesa
yo tras ellos me he venido,
y cogiéndoles las vueltas
hasta la calle he llegado
de la madama, y aun ésta
es su casa. Allí se paran.
Yo no quiero que me vean
tras ellos, porque no echen
de ver que los seguí. Sea
otra vez de mi delito
sagrado su casa mesma.
HIPÓLITO: Ésta es la calle
feliz...
¿pero quién dudar pudiera
que había de vivir Flora
en la calle de las Huertas?
Este es el balcón por donde
en tornasoles envuelta
sale el alba a todas horas,
de jazmines y azucenas
coronada, pues el día
en sus umbrales despierta.
INÉS:
Ya de que los he seguido
desmentida la sospecha
está. Daréle el papel
como mi ama lo ordena.
Vuelvo a penar en lo mudo.
LUIS:
Una mujer encubierta
ha salido de su casa.
HIPÓLITO: Y hacia nosotros se
acerca.
LUIS:
De las dos debe de ser,
pues que vuelve a hablar por señas.
HIPÓLITO: Estas mujeres, sin
duda,
en casa el hablar se dejan
cuando salen de ella, pues
solo hablan dentro de ella.
¿Es a mí? ¿Sí? Pues ya estoy
aquí, ¿qué quieres?. Espera,
mujer.
LUIS:
Aquello es decir
que no la sigáis.
HIPÓLITO:
Ligera
volvió la espalda, avisando
que calle y el papel lea.
Lee
"El mayor argumento de la nobleza
fue siempre la cortesía. La vuestra
me asegura la verdad de todo, y así,
os he menester para fiar de vos un
secreto. Tened una silla para luego
en San Sebastián y una casa donde
pueda hablaros. Dios os guarde.
La dama
muda."
¿Qué decís de este papel?
Decid ahora que crea
a don Pedro, y que desista
de la posesión.
LUIS:
Empresa
notable seguís.
HIPÓLITO:
¿No os digo
que yo tengo linda estrella
con mujeres?
LUIS:
¿Qué habéis
de hacer?
HIPÓLITO:
Todo cuanto ordena,
y así, entre los dos partamos
ahora las diligencias,
que este es oficio de amigo.
Id, don Luis, por vida vuestra,
pues venimos sin crïado
por la silla, y esté puesta
al punto en San Sebastián
como dice, y cuando venga
le diréis que por no dar
de aquesto a un crïado cuenta
os la di a vos, porque hagamos
la necesidad fineza,
que yo os espero en mi casa.
LUIS:
¿Y si doña Clara acierta
a ir allá?
HIPÓLITO:
Habéis reparado
bien, que gran disgusto fuera
que ella llegara a saberlo.
¿Qué haremos?
LUIS:
Pues
es tan cerca
la casa de este don Pedro,
mejor es llevarla a ella.
HIPÓLITO: Es verdad; prevenid
vos
la silla, por vida vuestra,
mientras prevengo la casa.
LUIS:
Oíd, de la suya mesma
otras dos salen.
HIPÓLITO.
Mirad
si lo han tomado de veras;
no malogremos la dicha.
Vámonos sin que nos vean,
que estando aquí podrá ser
que ir a otra parte no quieran.
LUIS:
Voy a prevenir la silla.
Vanse. Salen Doña ANA, Doña
LUCÍA y PERNÍA
LUCÍA: ¿Qué
es, señora, lo que intentas?
¿En este traje de casa
sales?
ANA:
A esto amor me fuerza.
En la casa de don Pedro
he de entrar, ya estoy resuelta,
hasta saber si don Juan
en ella se oculta o cierra.
LUCÍA: ¿Pues
dónde vas? Ésta es
la casa.
ANA:
¿No eres más necia?
Pasa de largo, porque
deslumbremos las sospechas
si acaso me ha visto alguno
salir de casa. ¡Ay don Juan;
ay, amor, lo que me cuestas!
Vanse y salen Don JUAN y Don PEDRO
PEDRO:
Notable sois, por cierto.
JUAN:
¿No lo he de ser, don Pedro, si estoy muerto
de celos y de agravios,
las manos sin acción, la voz sin labios?
PEDRO: Si yo
de vuestros celos
os traigo averiguados los recelos
y deshecho el engaño
¿qué os quejáis?
JUAN:
Para mí no hay desengaño
PEDRO:
Pues yo puedo deciros
que solo por serviros,
ahora cauteloso
y con vuestro poder, don Juan, celoso,
de uno y otro crïado
en casa de doña Ana me he informado
si salió esta mañana
al Parque, y dicen todos que doña Ana
solo a misa ha salido
en su coche a las once y nadie ha habido
que lo contrario diga.
JUAN:
¿Pues quién a don Hipólito le obliga,
don Pedro, a haber mentido?
PEDRO:
Asegurad vos bien vuestro partido,
pero no averigüéis tan neciamente,
puesto que miente el otro, por qué miente.
JUAN:
¿Queréis ver cuán atento
estoy a mi dolor y a mi tormento?
Pues con creer el daño como a daño,
me ha sosegado en parte el desengaño,
y así, aunque no quería
ver a doña Ana, al expirar el día
verla y hablarla quiero,
y decir, ya que muero, por qué muero,
quejándome de todo.
PEDRO: Pues
yo os diré, ya que así estáis, el modo
que me parece que hay de prevenilla:
vos habéis de escribilla
un papel que ha de dalle ese crïado...
mas luego lo diré, porque han llamado.
Sale ARCEO
ARCEO: Hasta
aquí don Hipólito se entra.
PEDRO: Ya
veis lo que perdéis si aquí os encuentra.
Yo
saldré a recibille.
JUAN:
Eso no, porque yo tengo de oílle.
PEDRO:
¿Pues no os fiáis de mí?
JUAN:
Yo sí me fío,
mas es desconfïado el valor mío.
PEDRO: Yo
estoy tan satisfecho
del honor de doña Ana, que sospecho
que viene a retratarse,
y así muy poco llega a aventurarse.
Retiraos.
JUAN:
Piedad, cielos;
escuche dichas quien escucha celos.
[Se va al paño, tras una puerta]. Sale
HIPÓLITO
HIPÓLITO: Don Pedro, siempre
vengo
a vos, o con el mal o el bien que tengo:
ya que de vos me fío
amparadme, pues sois amigo mío.
Doña Ana...
PEDRO:
(¿Hay semejante Aparte
confusión?) No paséis más adelante;
no tenéis que decirme
que a vuestra pretensión constante y firme
está, que yo lo creo como es justo.
HIPÓLITO: Lejos dais de mi
dicha y de mi gusto,
que es lo contrario lo que hablaros quiero.
PEDRO:
(¡Cielos! ¿Qué es
esto?)
Aparte
JUAN:
Hasta escucharlo espero.
PEDRO: (¿Qué
he de hacer, porque temo Aparte
que pase este negocio a más extremo).
HIPÓLITO: Doña Ana, en fin...
JUAN:
¿Quién mi desdicha ignora?
PEDRO:
Esperad un instante. Cierra. Hablad ahora.
HIPÓLITO: ¿Por qué cerráis?
PEDRO:
No quiero que esa puerta,
cuando fuera me voy, se quede abierta
(Con eso he
asegurado
Aparte
aquí de dos cuidados un cuidado:
celos y riesgo le han buscado, cielos;
estorbe el riesgo, ya que no los celos).
HIPÓLITO: Doña Ana, pues, este
papel me escribe.
Que busque donde hablarla me apercibe,
y pues mi dicha pasa
tan adelante, dadme vuestra casa
adonde pueda vella;
tapada vendrá a ella;
yo he menester a Arceo
que se venga conmigo, que deseo,
mientras llega, advertido,
tener algún regalo prevenido.
Y pues que la respuesta
ha de ser ayudar dicha como esta,
quedad con Dios, que con el bien que toco,
loco debo de estar, si no muy loco.
PEDRO: Oíd,
mirad...
HIPÓLITO:
No me deja mi deseo,
ni lo esperéis, que yo me llevo a Arceo.
Vase
PEDRO: ¿Qué
haré de dos amigos empeñado,
si uno me busca y otro está encerrado,
y ambos de mí se fían? Triste llego
a abrir las puertas, y en las dudas ciego.
[Abre y sale DON JUAN]
Don Juan, viendo que aquí, ¡confusión brava!
una desdicha y otra hoy os buscaba,
en deshecha fortuna,
quise de dos embarazar la una,
y porque no saliérades restado,
ya que celoso...
JUAN:
Todo fue excusado,
que oyendo lo que oí, aunque estuviera
abierto no saliera,
pues a tal desengaño, cosa es clara
que esperara hasta verle cara a cara:
necedad en el mundo introducida,
solicitar lo que quitó la vida.
PEDRO: Esa
ahora es mi duda:
yo no sé cómo a tanto empeño acuda.
Don Hipólito, ¡ay, cielos!, este día
de mí su gusto y vuestra pena fía;
mi obligación en vuestras manos dejo:
¿qué hiciérades? ¡Ay Dios! Dadme consejo.
JUAN:
Yo no sé lo que hiciera
si vos, don Pedro, fuera,
en un caso tan nuevo,
mas siendo yo, bien sé lo que hacer debo,
que es, aunque el alma en celos se me abrasa,
el respeto guardar a vuestra casa;
mas fuera de ella le daré la muerte,
ya que el duelo de amor es ley tan fuerte
que dispone severa
que ofenda la mujer y el hombre muera.
PEDRO: Vos
no habéis de salir de aquí.
JUAN:
Es en vano,
que he de salir.
PEDRO:
Vuestro peligro es llano.
JUAN:
¿Y esotro no lo es? ¿Queréis que
vea
hoy mis desdichas yo? Pues así sea.
Que aquí me estaré, digo,
y que de mi dolor seré testigo.
Venga doña Ana de otro enamorada
y... mucho iba a decir;
no digo nada
PEDRO: Eso
tampoco es justo.
JUAN:
¿Pues ni irme ni quedarme no os da gusto?
Estoy perdido y loco:
¿qué queréis?
PEDRO:
No lo sé.
JUAN:
Ni
yo tampoco.
PEDRO: Solo
deciros quiero
que aunque como desdichas las espero,
estoy tan confïado
del honor de doña Ana, que he pensado
que este se desvanece
o que su amor algún error padece.
JUAN:
¿Confïanza tan vana
de qué os nace?
PEDRO:
De ser quien es doña Ana,
que es mujer principal.
JUAN:
Necio anduviste,
si antes que principal, mujer dijiste,
y ved si engaño habrá, que ya han
entrado
dos mujeres.
PEDRO:
Yo estoy desesperado,
pues consultando extremos,
tratando mucho nada resolvemos
y ya el lance llegó; no sé qué hacerme.
Escondeos.
JUAN:
Yo no tengo de esconderme.
PEDRO:
¿Pues queréis que aquí os vean?
JUAN:
¿Habrá desdichas que mayores sean?
PEDRO: Haced
esto por mí hasta que sepamos
la verdad, y después los dos muramos
en la defensa del agravio vuestro.
JUAN:
Mi amistad así os muestro,
pero con condición, ¡desdicha grave!,
que a aquesta puerta he de quitar la llave
y ha de estar siempre abierta.
Vase [y queda al paño en lo que sigue].
Salen Doña ANA, Doña LUCÍA y PERNÍA
LUCÍA:
Oye, Pernía, quédese a la puerta
ANA:
Señor don Pedro Girón,
muy admirado estaréis
de ver hoy en vuestra casa
entrarse así una mujer.
Galán y discreto sois,
y como todos, sabéis
que extremos de amor
obligan
a más extremos, y pues
de alguno se han de fïar
¿de quién, don Pedro, de quién
mejor que de vos, que sois
noble, entendido y cortés?
Descúbrese
PEDRO: (Ya
no me queda esperanza; Aparte
doña Ana, vive Dios, es.)
JUAN:
¡Y querrán que calle yo!
Mas puesto que así ha de ser,
arded, corazón, arded,
que yo no os puedo valer.
ANA:
Ya que con vos declarada
estoy, don Pedro, sabed
en lágrimas y suspiros
mis desdichas de una vez.
Y pues sabéis que he venido
a vuestra casa, sabed
-- ¡cuánta vergüenza me cuesta! --
ay, señor don Pedro, a qué.
Un hombre vengo a buscar,
porque de muy cierto sé
que le puedo hallar en ella.
Saliendo [don JUAN]
JUAN:
Adiós, don Pedro,
porque
darme tormento de celos
y querer que calle, es
nuevo rigor. Yo confieso
que es mi delito querer,
si eso pretendéis de mí.
ANA:
Don Juan, mi señor, mi bien.
JUAN:
Doña Ana, mi mal, mi muerte.
ANA:
Dadme los brazos.
JUAN:
Detén;
no con los brazos añadas
al tormento otro cordel,
pues ya he dicho la verdad.
PEDRO: (No
sé, vive Dios, qué hacer; Aparte
mas porque ni uno entre, ni otro
salga, el paso cerraré).
[Va a cerrar]
JUAN:
No cerréis, porque he de irme.
ANA:
No ha de irse; sí cerréis.
¿Pues cómo tan riguroso,
cómo tan tirano, pues,
agradeces de esa suerte
haberte venido a ver?
JUAN:
¿A quién?
ANA:
A ti, porque supe
que aquí estabas.
JUAN:
¡Bien, a fe!
¡Buena disculpa has hallado!
¡Ah, fiera! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, crüel!
¡Qué prompto vive a mentir
el ingenio en la mujer!
ANA:
Don Juan, si de las pasadas
ofensas, al parecer
justas, te dura el enojo
y huyes de mí, ¡ay Dios!, porque
estás engañado, ya
te vengo a satisfacer.
Aquel hombre a quien le diste
la muerte...
JUAN:
Yo no hablo de él.
Mira, mira tus engaños
cuáles han llegado a ser,
pues quejándome de uno
a otro respondes, y pues
son tantos que unos
a otros
se embarazan, no me des
satisfación de ninguno,
que mejor será tener
queja de todos, que al fin
está mejor puesto aquel
que antes que mal satisfecho
se queda quejoso bien.
ANA:
No te entiendo; y si es la queja
que yo imagino que es
la que tú sientes, señor,
¿de qué te quejas, de qué?
que nunca causa te he dado.
Pero si no puede ser
darla yo, que nunca causa
te ha dado mi estrella, ten
el paso y dime qué es esto.
JUAN:
Traiciones tuyas, si bien
no siento que sean traiciones
porque te llego a perder,
pues lo que llego a sentir
solo, he de decirlo, es
que otro merezca en un día
lo que en siglos no alcancé
a merecer yo, y en fin,
me consuela en parte que
él no te ha llegado a amar
pues te llega a merecer.
ANA:
Si mi desdicha, don Juan,
se ha sabido disponer
otra evidencia aparente
que yo no alcanzo ni sé,
¿cómo he de desengañarte?,
¿cómo te he de responder?
¡Vive Dios que te han mentido!
JUAN:
Es verdad; contigo hablé.
ANA:
¿Quién te lo dijo?
JUAN:
El galán
a quien tú vienes a ver.
ANA:
Yo a verte a ti, don Juan, vengo.
JUAN:
Es verdad, dices muy bien.
ANA:
Porque supe que aquí estabas.
JUAN:
¿De quién pudiste, de quién?
ANA:
De esa crïada.
JUAN:
Por cuanto
llegara el testigo a ser
que no fuera tu crïada,
que criadas y amas tenéis
pacto explícito a mentir.
ANA:
Esta es verdad.
JUAN:
¿Quién tal cree?
ANA:
Quien quiere bien.
JUAN:
Pues yo quiero
muy mal por aquesta vez.
ANA:
Pues muera de desdichada.
JUAN:
Y yo de infeliz también.
[Dentro ARCEO]
ARCEO: Abran
aquí.
PEDRO:
(Esto es peor. Aparte
No sé, vive Dios, qué hacer,
que don Hipólito viene).
JUAN:
¿Quieres, ingrata, saber,
si me
has mentido? Pues este
el galán que buscas es.
ANA:
Yo me huelgo de que sea,
puesto que no puede ser
el que busco, el que imaginas.
Abra don Pedro, entre pues,
y sepa
don Juan que miente
el que contra mi altivez
bajo concepto ha formado.
JUAN:
Plega a Dios, y aquesta vez,
o por vivir o morir,
escuchando te estaré,
supuesto que es ya mi vida
el juego del esconder.
Escóndese. Abre don PEDRO y sale ARCEO con
una fuente con dulces de ladrillo
ARCEO:
¿Tanto tardan en abrir
a quien llama con los pies,
que es señal que trae algo
en las manos? ¡Vive diez
que queda saqueada toda
la tienda del portugués!
Ya don Hipólito viene,
señora... ¿Pero qué ven
mis ojos? ¿Doña Lucía
en mi casa?
LUCÍA:
Aquesta vez,
por el chisme de una dueña
muertes de hombres ha de haber.
Sale don HIPÓLITO
HIPÓLITO: ¿Si habrá don Luis
llegado
con la silla? Sí, pues ver
puedo la dama. ¡Ay, amor;
todo ha sucedido bien!
Seáis, señora, bien venida
a este, aunque humilde, dosel
del mayo y el sol, ya esfera
de verdor y rosicler.
ANA:
(¡Cielos, ¿qué pasa por mí? Aparte
¿Este el marido no es
de la que hoy se entró en mi casa?)
JUAN:
¿Quién vio lance más crüel?
PEDRO: Mal
se va poniendo todo.
HIPÓLITO: Don Pedro, no tan
penada
tengáis a esta dama; ved
que por vos no se descubre.
PEDRO: Yo,
por no estorbar, me iré.
(Mas será a estar a la
mira). Aparte
ANA:
Don Pedro, no os ausentéis,
porque habéis de ser aquí
de cuanto pasare juez.
Caballero, a quien apenas
vi, pues si os vi a penas fue,
ya que por vos las padezco:
¿conocéisme?
HIPÓLITO:
No y sí, pues
en este instante os conozco
y os desconozco también.
Conózcoos, pues que quién sois
muy bien informado sé,
y desconózcoos, señora,
porque de esa suerte habléis.
Si os vi en el Parque primero
y en vuestra casa después,
si para venir a hablaros
llamado fui de un papel,
y si habéis venido donde
yo os traigo, ¿cómo o por qué
así os extrañáis de verme
donde me venís a ver?
JUAN:
¡Querrán doña Ana y don Pedro
que esto llegue a oír y ver
y no salga! ¡Vive Dios,
que infamia del amor es!
ANA:
¿Yo a veros a vos? Mirad
lo que decís, no busquéis
desengaños que a vos solo
mal el saberlos esté.
Yo en mi vida al Parque fui,
ni en él os vi ni os hablé;
si os entrasteis en mi casa,
no me preguntéis a qué,
que aunque lo puedo decir
vos no lo podéis saber,
que habéis de ser el postrero
que el desengaño toquéis.
Baste decir que engañado
estáis, y que me dejéis,
que puede ser sea causa
de todo vuestra mujer.
HIPÓLITO: ¿Mi mujer? Ahora
conozco
de qué ha podido nacer
vuestro enojo. Yo hice mal
en traeros aquí; haced
la deshecha norabuena,
pero no me acumuléis
que soy casado, que es susto
de que jamás sanaré.
PEDRO: (Ya
ni aun a mentir no acierta Aparte
doña Ana).
JUAN:
Ni yo a tener
paciencia, pero si salgo
rompo de amistad la ley,
a doña Ana la destruyo
y a mí me pierdo también;
en efeto, pues en medio
han de estar su criado y él,
y es hacer ruido no más
dejando la duda en pie.
Pues sufrirlo es imposible,
que ¿quién ha podido, quién
oír requebrar a su dama?
Haya un medio entre los tres,
como yo solo me pierda
donde... pero esto después
ha de decir el suceso;
ya he visto cómo ha de ser,
Vase
ANA:
Dejadme, señor, por Dios,
y porque mejor miréis
que huyo de vos, y lo más
a que se puede atrever
una mujer como yo,
a voces digo que quien
en este aposento está,
mi dueño y mi amante es,
y es a quien vine a buscar
y es a quien yo quiero bien,
porque a vos no os escribí,
ni os vi en mi vida, ni hablé,
desmintiendo de esa suerte
su peligro y mi desdén.
[Vase por la puerta donde estaba escondido DON JUAN]
HIPÓLITO: Cerró la puerta,
¿quién vio
más tramoyera mujer?
Desde el punto que la vi
enredadora la hallé.
PEDRO: (Bien
cuerda
resolución
Aparte
tomó doña Ana, porque
con esto estorba que salga
don Juan, que es lo que a temer
llegué
siempre).
HIPÓLITO:
Estoy confuso,
y qué he de decir no sé.
Sale DON LUIS
[LUIS]:
Yo llego a muy buena hora:
don Hipólito, ahí está
aquella señora ya
en la silla.
HIPÓLITO:
¿Qué señora?
LUIS:
La que esperáis.
HIPÓLITO:
¿Qué decís?
DON LUIS Que tomó en San
Sebastián
la silla, y que afuera están.
HIPÓLITO: Engañado estáis, don
Luis,
porque la dama a quien yo
vengo a ver, ya estaba aquí
cuando vine.
LUIS:
¿Cómo así,
si ahora conmigo llegó
en la silla la mujer
que
hoy en el Parque topamos,
a quien seguimos y hablamos?
HIPÓLITO: ¿Eso cómo puede ser
si la misma, destapada,
aquí la he visto y hablado
y en este aposento ha entrado?
LUIS:
No quiero deciros nada,
sino que entra ya.
HIPÓLITO:
¡Por Dios,
que es rigurosa mi estrella!
Salen doña CLARA e INÉS
LUIS:
Decí ahora si es aquella.
HIPÓLITO: O es ella o ellas
son dos.
PEDRO:
¿Veis, don Hipólito, veis
cómo la dama que estaba
hoy aquí a vos no os buscaba?
HIPÓLITO: Quitarme el juicio
queréis.
Mujer dos veces tapada,
que a mi deshecha fortuna,
por si se me pierde una
se me envía duplicada,
¿no me hablaste en el Parque hoy?,
¿no eres tú la que seguí
y la que en tu casa vi?
Confuso otra vez estoy.
Hace señas a todas las preguntas que
sí [y luego se destapa]
CLARA:
Yo soy, el mi caballero,
ya que descubierta os hablo,
aquella habladora muda
por las lecciones de un manto,
que viendo
que era muy poca
vitoria, muy poco aplauso
de toda aquesta mujer
un hombre no más, buscando
ocasión de que alcanzara
sola una parte del lauro,
le quise dar de ventaja
la discreción a mi garbo.
Bien pensó vuesa merced,
muy necio y muy confïado,
que tenía muerta al vuelo
la hermosura de los campos.
Pues no, señor para todas,
y conozca escarmentado
que ha dado vuesa merced,
por lo entendido o lo raro,
mala cuenta de su amor,
pues deja este desengaño
vengada la hermosa Filis
de los desdenes de Fabio;
pues cuando fuera verdad
que yo le amara, pues cuando
fuera verdad, y celosa
aquí le hubiera buscado,
el verme vengada solo
me hubiera el amor quitado.
Yo lo estoy con que haya visto
que los celos que me ha dado
han sido conmigo mesma,
pues nadie pudiera darlos
a este talle, que no fuera
su mismo desembarazo.
Envaine vuesa merced
todo ese grande aparato
de dulces de Portugal
que le han salido tan agrios,
que no es la boda por hoy,
pero agradezca el cuidado
que en ella ha puesto el señor
casamentero del diablo,
que cierto que de su parte
nada faltó, porque ha estado
con mucha puntualidad
con la tal silla esperando,
y hizo muy bien el papel
encareciendo el recato,
porque es amigo muy fino
del que es amante muy falso.
Con esto, a Dios, y ninguno
me siga, que si echo el manto,
si vuelvo la calle, si otro
embeleco desenvaino,
les haré creer que soy
otra dama, aunque al estrado
me entre de una mesurada
como esta mañana, cuando
le hizo creer que era otra
solo un sombrerillo blanco.
Vase
HIPÓLITO: Oye, aguarda,
espera, escucha.
LUIS:
En mi vida he hallado
hombre de tan buena estrella
con mujeres.
HIPÓLITO:
Que burlando
estéis cuando estoy muriendo...
Detente, Inés.
INÉS.
Será en vano,
que vamos muy enojadas.
Vase
HIPÓLITO: No sé qué hacer en
tal caso;
mas sí sé, que es apelar
de todo al desembarazo,
desengañando hoy la una
y la otra después amando.
PEDRO:
(Gracias a Dios que con esto Aparte
ya los celos acabaron
de doña Ana y de don Juan,
pues todo lo han escuchado,
y mi amor, pues doña Clara
viene a Hipólito buscando.
Cielos, sin querer he visto
mis celos averiguados).
ARCEO: Y si
el galán y la dama
están ya desengañados,
aquí acaba la comedia.
[Don PEDRO abre la puerta]
PEDRO:
¿Oístes ya el desengaño,
don Juan?
ANA:
No soy tan dichosa
yo.
PEDRO:
¿Cómo así?
ANA:
Como cuando
yo entré, solo vi un hombre
que atrevido y temerario
se echaba por la ventana
que hay, señor, a esos tejados.
ARCEO: Pues
no acaba la comedia.
PEDRO: ¡Qué
riguroso, qué extraño
afecto de amor y celos!
El iba a salirle al paso;
seguir a los dos importa,
no suceda algún fracaso.
ANA:
Grande desdicha es la mía,
pues cuando vengo buscando
hoy, don Juan, finezas tuyas,
solas más desdichas hallo.
Cuando te siguen sospechas
tú las estás esperando
firme, y vuelves las espaldas
si te siguen desengaños.
¿Qué mujer es esta, cielos,
que hoy en mi casa se ha entrado?
¿Qué hombre es este que asegura
que yo le vengo
buscando?
¡Oh, nunca en el tiempo hubiera,
oh, nunca hubiera en el año,
si es que la culpa han tenido
de enredos y enojos tantos,
las mañanas floridas de abril y mayo!