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Salen INÉS y Doña CLARA, afligida
INÉS: ¿Tú triste, tú pensativa,
y el despejo?
y no es mucho, ¡ay Dios!, que necia,
¿Quién creerá de mí, ¡ay de mí!
INÉS: Yo no sé qué razón tengas
para tanto sentimiento,
y obligada también, sea
supuesto que representas,
de la otra, y si se halla
tan empeñado con ella,
que si has de olvidar a un hombre
porque a una hable y a otra vea,
no hay que querer a ninguno,
señora, el que hay que no diga
lo mismo a cuantas encuentra.
CLARA: Con todo eso, ya llegué
-- confieso que anduve necia --
de este agravio con mis penas,
y escribiéndomele tú,
en nombre de la encubierta
dama, diciéndole en él
verle esta tarde. Él, muy vano,
y para que no le tenga
INÉS: ¿Y qué consigues con eso?
CLARA: Dos cosas: es la primera
desengañarle, y que sepa
porque no se desvanezca
presumiendo que la otra
INÉS: ¿Esa diligencia
CLARA: Con venganza no pudiera.
INÉS: No sé si aciertas en eso.
CLARA: ¿Cómo?
si él y aquel don Luis no entrara.
CLARA: Pues disimula, no entiendan
las tapadas.
presto de aquí.
de veros? ¿Tan larga ausencia?
Desde ayer no me habéis visto.
HIPÓLITO: Sólo pudiera esa queja
que es sutil estratagema
tal desenvoltura, tal
liviandad de mi obediencia!
CLARA: ¿Luego él al Parque no fue?
HIPÓLITO: ¡Jesús! ¿Pues tal de mí piensas,
sabiendo que para mí
no hay, Clara, holgura ni fiesta
donde tú no estás?
CLARA: Y yo
HIPÓLITO: (¡Qué fácil es de engañar Aparte
CLARA: (¡Que sea bobo el más bellaco Aparte
de los hombres!)
INÉS: (Hombres y hembras Aparte
así unos a otros se engañan
cuando que se quieren piensan).
LUIS: Aunque es el primer precepto
tan vuestro crïado.
donde hablar la parte es fuerza
por procurador. Si él quiere
hablar, hable, y no por señas.
que esta casa siempre es vuestra
pues siempre de la manera
para que os vais está abierta.
las puertas.
CLARA: ¿Yo
no ha de tener él la pena.
que me pedis. (Mucho hago Aparte
HIPÓLITO: ¿Qué os parece, don Luis,
a precepto y obediencia
En fin, todo se os rinde.
HIPÓLITO: Yo tengo notable estrella
con mujeres.
pues habéis triunfado de esta.
de que salgamos de aquí?
HIPÓLITO: ¿Tan mal mi dolor lo muestra
que ha menester explicarle
vi en su casa descubierta,
donde, porque entrara yo,
os quedasteis a la puerta?
LUIS: Sí.
HIPÓLITO: ¿Pues cómo
dudáis dónde voy? ¿No es fuerza
que vaya a estarme en su calle?
HIPÓLITO: Si es esa otra parte más
para ser amada, esa
HIPÓLITO: ¿Pues no es comodidad esta,
estar casado con ella?
y cogiéndoles las vueltas
HIPÓLITO: Ésta es la calle feliz...
Este es el balcón por donde
INÉS: Ya de que los he seguido
LUIS: Una mujer encubierta
HIPÓLITO: Y hacia nosotros se acerca.
pues que vuelve a hablar por señas.
HIPÓLITO: Estas mujeres, sin duda,
cuando salen de ella, pues
¿Es a mí? ¿Sí? Pues ya estoy
que no la sigáis.
"El mayor argumento de la nobleza
fue siempre la cortesía. La vuestra
me asegura la verdad de todo, y así,
os he menester para fiar de vos un
secreto. Tened una silla para luego
en San Sebastián y una casa donde
pueda hablaros. Dios os guarde.
de la posesión.
con mujeres?
de hacer?
ahora las diligencias,
Id, don Luis, por vida vuestra,
os la di a vos, porque hagamos
LUIS: ¿Y si doña Clara acierta
a ir allá?
¿Qué haremos?
LUIS: Pues es tan cerca
HIPÓLITO: Es verdad; prevenid vos
no malogremos la dicha.
que ir a otra parte no quieran.
LUIS: Voy a prevenir la silla.
LUCÍA: ¿Qué es, señora, lo que intentas?
he de entrar, ya estoy resuelta,
LUCÍA: ¿Pues dónde vas? Ésta es
la casa.
si acaso me ha visto alguno
Vanse y salen Don JUAN y Don PEDRO
PEDRO: Notable sois, por cierto.
JUAN: ¿No lo he de ser, don Pedro, si estoy muerto
las manos sin acción, la voz sin labios?
PEDRO: Si yo de vuestros celos
os traigo averiguados los recelos
¿qué os quejáis?
JUAN: Para mí no hay desengaño
y con vuestro poder, don Juan, celoso,
en casa de doña Ana me he informado
al Parque, y dicen todos que doña Ana
en su coche a las once y nadie ha habido
JUAN: ¿Pues quién a don Hipólito le obliga,
PEDRO: Asegurad vos bien vuestro partido,
pero no averigüéis tan neciamente,
puesto que miente el otro, por qué miente.
JUAN: ¿Queréis ver cuán atento
estoy a mi dolor y a mi tormento?
Pues con creer el daño como a daño,
me ha sosegado en parte el desengaño,
ver a doña Ana, al expirar el día
y decir, ya que muero, por qué muero,
quejándome de todo.
PEDRO: Pues yo os diré, ya que así estáis, el modo
que me parece que hay de prevenilla:
vos habéis de escribilla
un papel que ha de dalle ese crïado...
mas luego lo diré, porque han llamado.
ARCEO: Hasta aquí don Hipólito se entra.
PEDRO: Ya veis lo que perdéis si aquí os encuentra.
JUAN: Eso no, porque yo tengo de oílle.
PEDRO: ¿Pues no os fiáis de mí?
mas es desconfïado el valor mío.
PEDRO: Yo estoy tan satisfecho
del honor de doña Ana, que sospecho
que viene a retratarse,
y así muy poco llega a aventurarse.
escuche dichas quien escucha celos.
[Se va al paño, tras una puerta]. Sale
HIPÓLITO: Don Pedro, siempre vengo
a vos, o con el mal o el bien que tengo:
amparadme, pues sois amigo mío.
confusión?) No paséis más adelante;
que a vuestra pretensión constante y firme
está, que yo lo creo como es justo.
HIPÓLITO: Lejos dais de mi dicha y de mi gusto,
que es lo contrario lo que hablaros quiero.
PEDRO: (¡Cielos! ¿Qué es esto?) Aparte
JUAN: Hasta escucharlo espero.
PEDRO: (¿Qué he de hacer, porque temo Aparte
que pase este negocio a más extremo).
JUAN: ¿Quién mi desdicha ignora?
PEDRO: Esperad un instante. Cierra. Hablad ahora.
PEDRO: No quiero que esa puerta,
cuando fuera me voy, se quede abierta
aquí de dos cuidados un cuidado:
celos y riesgo le han buscado, cielos;
estorbe el riesgo, ya que no los celos).
HIPÓLITO: Doña Ana, pues, este papel me escribe.
Que busque donde hablarla me apercibe,
tan adelante, dadme vuestra casa
que se venga conmigo, que deseo,
Y pues que la respuesta
ha de ser ayudar dicha como esta,
quedad con Dios, que con el bien que toco,
loco debo de estar, si no muy loco.
HIPÓLITO: No me deja mi deseo,
ni lo esperéis, que yo me llevo a Arceo.
PEDRO: ¿Qué haré de dos amigos empeñado,
si uno me busca y otro está encerrado,
y ambos de mí se fían? Triste llego
a abrir las puertas, y en las dudas ciego.
Don Juan, viendo que aquí, ¡confusión brava!
una desdicha y otra hoy os buscaba,
quise de dos embarazar la una,
y porque no saliérades restado,
ya que celoso...
que oyendo lo que oí, aunque estuviera
pues a tal desengaño, cosa es clara
que esperara hasta verle cara a cara:
necedad en el mundo introducida,
solicitar lo que quitó la vida.
yo no sé cómo a tanto empeño acuda.
Don Hipólito, ¡ay, cielos!, este día
de mí su gusto y vuestra pena fía;
mi obligación en vuestras manos dejo:
¿qué hiciérades? ¡Ay Dios! Dadme consejo.
mas siendo yo, bien sé lo que hacer debo,
que es, aunque el alma en celos se me abrasa,
el respeto guardar a vuestra casa;
mas fuera de ella le daré la muerte,
ya que el duelo de amor es ley tan fuerte
que ofenda la mujer y el hombre muera.
PEDRO: Vos no habéis de salir de aquí.
PEDRO: Vuestro peligro es llano.
JUAN: ¿Y esotro no lo es? ¿Queréis que vea
hoy mis desdichas yo? Pues así sea.
y que de mi dolor seré testigo.
Venga doña Ana de otro enamorada
y... mucho iba a decir; no digo nada
JUAN: ¿Pues ni irme ni quedarme no os da gusto?
¿qué queréis?
JUAN: Ni yo tampoco.
que aunque como desdichas las espero,
del honor de doña Ana, que he pensado
que este se desvanece
o que su amor algún error padece.
de qué os nace?
PEDRO: De ser quien es doña Ana,
si antes que principal, mujer dijiste,
y ved si engaño habrá, que ya han entrado
PEDRO: Yo estoy desesperado,
pues consultando extremos,
tratando mucho nada resolvemos
y ya el lance llegó; no sé qué hacerme.
JUAN: Yo no tengo de esconderme.
PEDRO: ¿Pues queréis que aquí os vean?
JUAN: ¿Habrá desdichas que mayores sean?
PEDRO: Haced esto por mí hasta que sepamos
la verdad, y después los dos muramos
en la defensa del agravio vuestro.
JUAN: Mi amistad así os muestro,
pero con condición, ¡desdicha grave!,
que a aquesta puerta he de quitar la llave
y ha de estar siempre abierta.
Vase [y queda al paño en lo que sigue].
Salen Doña ANA, Doña LUCÍA y PERNÍA
LUCÍA: Oye, Pernía, quédese a la puerta
y como todos, sabéis
a más extremos, y pues
¿de quién, don Pedro, de quién
PEDRO: (Ya no me queda esperanza; Aparte
JUAN: ¡Y querrán que calle yo!
Mas puesto que así ha de ser,
-- ¡cuánta vergüenza me cuesta! --
porque de muy cierto sé
JUAN: Adiós, don Pedro, porque
y querer que calle, es
que es mi delito querer,
si eso pretendéis de mí.
ANA: Don Juan, mi señor, mi bien.
JUAN: Doña Ana, mi mal, mi muerte.
PEDRO: (No sé, vive Dios, qué hacer; Aparte
mas porque ni uno entre, ni otro
JUAN: No cerréis, porque he de irme.
ANA: No ha de irse; sí cerréis.
¿Pues cómo tan riguroso,
cómo tan tirano, pues,
JUAN: ¿A quién?
que aquí estabas.
¡Ah, fiera! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, crüel!
ANA: Don Juan, si de las pasadas
ofensas, al parecer
y huyes de mí, ¡ay Dios!, porque
te vengo a satisfacer.
la muerte...
pues quejándome de uno
a otro respondes, y pues
son tantos que unos a otros
satisfación de ninguno,
que mejor será tener
queja de todos, que al fin
que antes que mal satisfecho
ANA: No te entiendo; y si es la queja
que yo imagino que es
¿de qué te quejas, de qué?
Pero si no puede ser
JUAN: Traiciones tuyas, si bien
no siento que sean traiciones
a merecer yo, y en fin,
ANA: Si mi desdicha, don Juan,
¿cómo he de desengañarte?,
¡Vive Dios que te han mentido!
JUAN: Es verdad; contigo hablé.
ANA: Yo a verte a ti, don Juan, vengo.
JUAN: Es verdad, dices muy bien.
ANA: Porque supe que aquí estabas.
JUAN: ¿De quién pudiste, de quién?
JUAN: Por cuanto
ANA: Pues muera de desdichada.
JUAN: Y yo de infeliz también.
JUAN: ¿Quieres, ingrata, saber,
si me has mentido? Pues este
el que busco, el que imaginas.
el que contra mi altivez
JUAN: Plega a Dios, y aquesta vez,
escuchando te estaré,
Escóndese. Abre don PEDRO y sale ARCEO con
una fuente con dulces de ladrillo
en mi casa?
muertes de hombres ha de haber.
HIPÓLITO: ¿Si habrá don Luis llegado
ANA: (¡Cielos, ¿qué pasa por mí? Aparte
¿Este el marido no es
de la que hoy se entró en mi casa?)
JUAN: ¿Quién vio lance más crüel?
PEDRO: Mal se va poniendo todo.
HIPÓLITO: Don Pedro, no tan penada
PEDRO: Yo, por no estorbar, me iré.
(Mas será a estar a la mira). Aparte
ANA: Don Pedro, no os ausentéis,
porque habéis de ser aquí
vi, pues si os vi a penas fue,
HIPÓLITO: No y sí, pues
y os desconozco también.
Conózcoos, pues que quién sois
y desconózcoos, señora,
y en vuestra casa después,
yo os traigo, ¿cómo o por qué
JUAN: ¡Querrán doña Ana y don Pedro
desengaños que a vos solo
si os entrasteis en mi casa,
no me preguntéis a qué,
de todo vuestra mujer.
HIPÓLITO: ¿Mi mujer? Ahora conozco
pero no me acumuléis
de que jamás sanaré.
PEDRO: (Ya ni aun a mentir no acierta Aparte
JUAN: Ni yo a tener
y a mí me pierdo también;
y es hacer ruido no más
que ¿quién ha podido, quién
donde... pero esto después
ANA: Dejadme, señor, por Dios,
una mujer como yo,
ni os vi en mi vida, ni hablé,
desmintiendo de esa suerte
[Vase por la puerta donde estaba escondido DON JUAN]
HIPÓLITO: Cerró la puerta, ¿quién vio
enredadora la hallé.
PEDRO: (Bien cuerda resolución Aparte
don Juan, que es lo que a temer
llegué siempre).
[LUIS]: Yo llego a muy buena hora:
aquella señora ya
en la silla.
DON LUIS Que tomó en San Sebastián
HIPÓLITO: Engañado estáis, don Luis,
porque la dama a quien yo
cuando vine.
LUIS: ¿Cómo así,
si la misma, destapada,
y en este aposento ha entrado?
sino que entra ya.
LUIS: Decí ahora si es aquella.
HIPÓLITO: O es ella o ellas son dos.
PEDRO: ¿Veis, don Hipólito, veis
HIPÓLITO: Quitarme el juicio queréis.
por si se me pierde una
¿no me hablaste en el Parque hoy?,
Hace señas a todas las preguntas que
CLARA: Yo soy, el mi caballero,
ya que descubierta os hablo,
por las lecciones de un manto,
la discreción a mi garbo.
Pues no, señor para todas,
que yo le amara, pues cuando
Yo lo estoy con que haya visto
su mismo desembarazo.
que en ella ha puesto el señor
casamentero del diablo,
que cierto que de su parte
con mucha puntualidad
encareciendo el recato,
Con esto, a Dios, y ninguno
me siga, que si echo el manto,
me entre de una mesurada
como esta mañana, cuando
solo un sombrerillo blanco.
HIPÓLITO: Oye, aguarda, espera, escucha.
con mujeres.
estéis cuando estoy muriendo...
HIPÓLITO: No sé qué hacer en tal caso;
de todo al desembarazo,
desengañando hoy la una
y la otra después amando.
PEDRO: (Gracias a Dios que con esto Aparte
ARCEO: Y si el galán y la dama
están ya desengañados,
PEDRO: ¿Oístes ya el desengaño,
yo.
PEDRO: ¿Cómo así?
ANA: Como cuando
que hay, señor, a esos tejados.
ARCEO: Pues no acaba la comedia.
PEDRO: ¡Qué riguroso, qué extraño
ANA: Grande desdicha es la mía,
si te siguen desengaños.
que hoy en mi casa se ha entrado?
¿Qué hombre es este que asegura
¡Oh, nunca en el tiempo hubiera,
las mañanas floridas de abril y mayo!