JORNADA TERCERA
Sale don JUAN como a escuras
JUAN:
Nada me sucede bien.
¿Qué roca habrá que contraste
tanta avenida de penas,
tantos golpes de pesares?
Del aposento en que estaba
por testigo de mis males,
imposibles de sufrirlos,
ya posibles de vengarme,
celoso y desesperado
salir pretendo a la calle
a esperar a aquel galán
tan feliz que coronarse
pudo de tantos favores,
de dichas que son tan grandes.
Echéme por la ventana,
porque allí no me estorbasen
la venganza de mis celos;
presumiendo que era fácil,
ganando desde el tejado
de la puerta los umbrales,
y saltando de él a un patio
donde la ventana sale,
perdí el tino y di a otra casa...
Pero parece que abren
una puerta y entra gente,
y con las luces que traen
percibo mejor las señas.
¿Hay suceso semejante?
¡Vive Dios que esta es la casa
de doña Ana! ¡Si tomase
hoy puerto en el mismo golfo
esta derrotada nave!
Ella es, ¿qué he de hacer, cielos?,
que no es bien que aquí me halle
y presuma que he venido
cobardemente a quejarme
de mis celos, sin vengarlos.
¿Hay confusión más notable?
¿Qué haré?, que no me está bien
ya ni el irme ni el quedarme.
Escóndese y salen doña ANA y
doña LUCÍA con luz
ANA:
Quítame este manto. Gracias
a mi fortuna inconstante
que me ha dado, ¡ay infelice!,
un solo punto, un instante
de tiempo para llorar,
de lugar para quejarme;
y así, ya que estoy a solas,
sean tormentas, sean mares
mis lágrimas y mis quejas,
entre la tierra y el aire.
LUCÍA:
Señora, si de ese modo
tan justos extremos haces,
triunfará de amor la muerte.
Consuelo tus penas hallen,
que para todo hay consuelo,
que si don Juan, por guardarle
a don Pedro aquel decoro
que debió a sus amistades,
se arrojó por la ventana,
ya en su seguimiento parten
don Pedro, Arceo y Pernía,
porque los dos no se maten.
ANA:
Y cuando remedie, ¡ay triste!,
mi temor para adelante,
¿puede ya dejar de ser
lo que fue? ¿Pueden borrarse
de la memoria los celos
en que yo no tuve parte?
JUAN:
De cuanto yo desde aquí
puedo a las dos escucharles
nada entiendo, y sólo entiendo
que temo que me declaren
mis congojas, mis desdichas,
mis recelos, mis pesares,
porque no es posible, no,
que un celoso sufra y calle.
LUCÍA:
Acuéstate, por tu vida,
porque en la cama descanses.
ANA:
No hay descanso para mí,
fuera de que he de esperarle
a don Pedro, que le dije
que con lo que le pasase
en alcance de don Juan,
pues todos van a buscarle,
viniese a avisarme, y ya
parece que llaman. Abre.
Salen don PEDRO, ARCEO y PERNÍA
ANA:
Señor Don Pedro, ¿qué hay?
PEDRO: Que
todo ha salido en balde.
ANA:
¿Cómo?
PEDRO:
No habemos hallado
a don Juan, y es bien notable
suceso, porque de aquella
ventana que al patio cae,
para salir al portal
hay una puerta, y la llave
está echada, de manera
que ha sido imposible hallarle,
cuando
ni en mi casa está
ni salir pudo a la calle.
ARCEO: No le
hemos buscado bien,
si va a decir las verdades,
porque a un celoso, señora,
lo ha de buscar el que hallarle
quisiere, ahogado en los pozos
o ahorcado por los desvanes.
PERNÍA: Ya le he
dicho que se meta
en juntar sus consonantes
y no hable palabra donde
yo estoy.
ARCEO:
Quínola
pasante,
también yo le tengo dicho
que de dar lanzadas trate
y sacar, no para el toro,
para el lacayo el alfanje,
y no más.
LUCÍA:
Entre dos ruines
sea mi mano el montante.
PEDRO: No es
posible hallarle, en fin.
ANA:
Son mis penas, no os espante;
y bien dicen que son mías,
pues ellas disponer saben
tantas falsas apariencias
que me culpen y le agravien.
Plegue a Dios, señor don Pedro,
que Él me destruya y me falte
si aquel hombre vi en mi vida
sino hoy, que pudo entrarse
aquí tras de una mujer
a quien siguió desde el Parque,
y viome a mí. Mas ¿por qué
lo digo, ¡ay Dios!, si escucharme
no puede don Juan, y doy
satisfaciones al aire?
PEDRO:
Quedad, señora, con Dios,
que por si vuelve a buscarme
a mi casa, vuelvo a ella.
¿Qué mandáis?
ANA:
No es bien que os mande,
que os ruegue sí que volváis
a la mañana a contarme
lo que hubiere sucedido.
PEDRO:
Quedad con Dios.
Vase
ANA:
Él os guarde.
Lucía, cierra esas puertas
y entra después a acostarme,
que he de madrugar mañana,
porque he de salir al Parque
a hacer una diligencia.
¡Oh, si a este vivo cadáver
hoy ese lecho de pluma
sepulcro fuera de jaspe!
[Vase]
JUAN:
¿Al Parque mañana? ¡Ay cielos!
No estos desengaños basten,
vuelvan atrás mis desdichas
pues pasa el riesgo adelante.
ARCEO: De
todos estos enredos,
de todos estos debates,
vos tenéis, doña Lucía,
la culpa, pues vos contastes
a vuestra ama que en mi casa
estaba don Juan.
LUCÍA:
De tales
sucesos, quien me lo dijo
a mí tiene mayor parte,
que ya sabe quien me cuenta
a mí el suceso que sabe,
que es decirme que lo diga
el decirme que lo calle.
ARCEO:
Eres tan dueña que puedes
servir desde aquí adelante
de molde de vaciar dueñas.
LUCÍA: Tú
escudero vergonzante.
ARCEO: Eres
dueña.
LUCÍA:
Eres un loco.
ARCEO: Eres
dueña.
LUCÍA:
Tú bergante.
ARCEO: Eres
dueña.
LUCÍA:
Tú un bufón.
ARCEO: Eres
dueña.
LUCÍA:
Tú un infame.
ARCEO: Eres
düeña.
LUCÍA:
Tú un sucio.
ARCEO:
Iten más, dueña; y no trates
de desquitarte, porque
no has de poder desquitarte.
LUCÍA: ¿Cómo
no? Eres...
ARCEO:
Di, di.
LUCÍA: ¡Mal poeta!
ARCEO:
Tate, tate.
¿Poeta dijiste? A Dios, dueña,
que ya quedamos iguales.
LUCÍA: ¿De
esta manera te vas?
ARCEO: ¿Pues
qué quieres?
LUCÍA:
Que te aguardes
aquí mientras que mi ama
acaba de desnudarse,
y volveré a hablar contigo
un rato.
Vase
ARCEO:
Aquí espero. Madres,
las que a los hijos paristes
para nocturnos amantes
de viejas, mirad en mí
las desdichas a que nacen.
Esperando una estantigua
estoy, confuso y cobarde,
aquí, donde mis suspiros
pueblan estas soledades.
Sale don JUAN
JUAN:
Ahora, desconfïanzas,
es tiempo de aconsejarme
si esto que pasa por mí
son mentiras o verdades.
El recatarme me importa
de doña Ana; ella no sabe
que la escucho, y en suspiros
que mal pronunciados salen
desde el corazón al labio,
me ha dado ciertas señales
de que mi desdicha llora,
de que siente mis pesares.
Estos crïados no pueden
engañarse ni engañarme,
puesto que Arceo a Lucía
la contó cómo ocultarme
pude en casa de don Pedro,
y ella a doña Ana, bastante
desengaño de que fue
entonces ella a buscarme.
Mas, ¡ay de mí!, si es esto
como dicen señas tales,
¿don Hipólito a qué efeto
dijo que a él iba a buscarle,
o qué mujer es aquesta,
y en fin, para qué ir al Parque
mañana quiere doña Ana?
¿Para que a mí no me falte
cuidado? Pues vive Dios,
que tengo de averiguarle.
Si aquí estoy, será imposible
que disimule y que calle,
y imposible, si me ven,
de que la ida del Parque
averigüe; luego irme
será lo más importante.
Este crïado a Lucía
espera; mientras no sale
no está cerrada la puerta:
salir pretendo a la calle
por seguirla donde fuere.
Que me prendan o me maten,
todo, todo importa menos
que no que me desengañe.
ARCEO: Ya
siento pasos. Lucía,
seas bien venida, dame
los brazos.
[Abraza a don JUAN]
¡Barbada vienes!¿Quién es?
JUAN:
Callad, que no es nadie.
ARCEO:
¿Cómo no es nadie? Yo soy
tan cortés y tan galante
que antes creeré que sois muchos.
¡Ay, ay!
JUAN:
¡Vive Dios que os mate
si no calláis!
Dentro doña ANA
ANA:
¿Qué
rüido
es aquel?
Sale doña LUCÍA y topa con don
JUAN
LUCÍA:
Eres notable.
¿Es posible que tu miedo
tan grandes estruendos hace
que des voces? Sal de presto
para que aquí no te hallen.
Vente tras mí.
JUAN:
Vamos. (Cielos, Aparte
hasta que me desengañe
he de callar, que esta es
propria condición de amantes.)
Al entrarse topa don JUAN con ARCEO
ARCEO: ¡Otro
diablo! ¡Vive Dios
que tienen aquestos lances
cosas de la dama duende!
Sale doña ANA medio desnuda, con luz
ANA:
¡Hola! ¿No responde nadie?
Mas ¡ay de mí!
ARCEO:
Yo me embozo,
por ver si puedo excusarme
de que me conozcan.
[Vuelve doña LUCÍA]
LUCÍA:
Ya
no hay peligro que me espante,
pues ya está
en la calle Arceo...
Mas...¿no es el que está delante?
¿Quién era, si él está aquí,
el que yo puse en la calle?
ARCEO: Aquí
muero.
ANA:
Caballero
que, recatado el
semblante,
la noble clausura rompes
de estos sagrados umbrales:
si necesidad acaso
te ha obligado a extremos tales,
de mis joyas y vestidos
francas te daré las llaves.
Ceba tu hidrópica sed
en sus telas y diamantes,
pero si más codicioso
de honor que de hacienda, haces
estos extremos, te ruego,
¡estoy muerta!, que no trates
con tal desprecio, ¡ay de mí!,
el honor, ¡estoy cobarde!,
de una mujer infelice
sujeta a desdichas tales.
Porque si osado, a mi afrenta
a aqueste cuarto llegaste,
vive Dios, que antes que intentes
hablarme palabra, que antes
que ofenda al dueño que adoro,
yo con mis manos me mate,
porque si lágrimas solas
no enternecen un
diamante,
rompiéndome el pecho yo
le sabré labrar con sangre.
ARCEO: No
labraréis, si yo puedo,
que fuera mucho desaire
ser pelícana una dama
y ser labradora un ángel.
Grandes casos de Fortuna
a vuestra casa me traen,
no hacer mella en vuestras joyas
ni a vuestra opinión ultraje.
Y porque os aseguréis
de mi término galante,
segura quedáis de mí.
A Dios, señora, que os guarde.
Vase
LUCÍA:
¿Qué miro?
ANA:
¿Fuese ya?
LUCÍA:
Sí.
ANA:
Echa a esa puerta la llave;
y pues ya la blanca aurora
venciendo las sombras sale,
no me quiero desnudar.
¡Ay, don Juan!, si esto mirases
¿quién de que era culpa mía
pudiera desengañarte?
Vanse y salen INÉS y doña CLARA, de corto como
primero
INÉS:
¿Al Parque vuelves?
CLARA:
Rendida,
sin ley, razón ni sentido,
donde la vida he perdido
vuelvo, Inés, a hallar la vida.
INÉS:
Bastante está lo sentido,
y si yo no me he engañado,
toda la gloria ha parado
en que has, señora, advertido
de ayer el raro suceso.
CLARA: ¿De
qué sirviera negar
con la lengua mi pesar,
si con llanto lo confieso?
Vana de que hallarse había
don Hipólito burlado,
le llamé, y su desenfado
burló de la industria mía,
que aunque es verdad que me dio
satisfaciones que allí
por mi respeto creí,
Inés, por mi gusto no,
pues que me pudo negar
que fue donde otra mujer
le llamaba, y mi placer
se convirtió en mi pesar.
Yo misma, ¡ay de mí!, encendí
el fuego en que triste peno,
yo conficioné el veneno
que yo misma me bebí.
Yo
misma desperté, yo,
la fiera que me ha deshecho,
yo críé dentro del pecho
el áspid que me mordió.
Arda, gima, pene y muera
quién sopló, conficionó,
alimentó, despertó,
veneno, ardor, áspid, fiera.
INÉS:
Bien en tantos pareceres
hoy dirán cuantos te ven
que solo queremos bien
tratadas mal las mujeres.
¿Para qué habemos venido
al Parque con tan crüel
pena?
CLARA:
A ver si viene a él
don Hipólito.
INÉS:
Él ha sido
por cierto muy lindo ensayo.
CLARA: Si
hoy doy tregua a mis temores,
yo os coronaré con flores,
mañanas de abril y mayo.
Vanse y salen don HIPÓLITO y don LUIS
HIPÓLITO: En
efeto, hasta su casa
a doña Clara seguí
como visteis, y la di
del engaño que me pasa
satisfaciones, diciendo
¿qué ofensa era ir a ver,
llamado de una mujer,
lo que mandaba? Y haciendo
extremos de enamorado
que supe fingir muy bien,
porque ya no hay, don Luis, quien
no haga el papel estudiado,
la dejé desenojada,
atenta a mi desengaño,
y al fin con su mismo daño
vino ella a ser la engañada,
pues mis extremos creyó,
siendo así, don Luis, verdad,
que vida, alma y voluntad
la doña Ana me robó,
porque una vez persuadido
de
que me llamaba a mí,
y hallarla después allí,
me empeñó, y haber creído
que ella fue quien me llamó.
LUIS:
Vos tenéis lindo despejo.
HIPÓLITO: ¿Fuera más cuerdo
consejo
darme por vencido?
LUIS:
No;
mas a haberme sucedido
a mí lo que a vos con ellas,
jamás yo volviera a vellas
de turbado y de corrido.
HIPÓLITO:
Fuera linda necedad:
puntualidades tenéis
tan necias, que parecéis
caballero de ciudad.
Mira si aquesta fortuna
a corrella te acomodas:
querer por tu gusto a todas,
por tu pesar a ninguna.
Salen doña ANA, vestida como doña CLARA, y
LUCÍA
LUCÍA:
Ya estás en el Parque, ya
decirme, señora, puedes,
con qué intento de este modo
a su hermoso sitio vienes.
ANA:
Si has de verlo, ¿para qué
que ahora te lo diga quieres?,
que es retórica excusada
decir las cosas dos veces,
y más cuando están tan cerca
de suceder, que presente
está el que vengo buscando.
LUCÍA: El
hombre, señora, es éste
de los engaños de ayer,
si mis ojos no me mienten.
ANA:
Por él lo digo, pues solo
he salido a hablarle y verle
donde por la obligación
que a ser caballero tiene,
desengañe mi opinión,
pues los que son más corteses
caballeros, siempre amparan
el honor de las mujeres.
LUCÍA: ¿Para
aquesto de tu casa
al Parque, señora, vienes,
donde es una culpa más
si aquí acertaran a verte?
ANA:
Don Juan está retraído
donde quiera que estuviere,
y solo a este sitio, donde
hay tal concurso de gente,
no se atreverá a venir,
y así más seguramente
es donde le puedo hablar.
LUCÍA: Plega
a Dios que no lo yerres.
ANA:
Tápate, y llega a llamalle;
di que una mujer pretende
hablarle, que se retire
del amigo con quien viene.
LUCÍA:
Caballero, una tapada
a solas hablaros quiere,
que es la que miráis. Seguidnos.
HIPÓLITO: Doña Clara es,
claramente
lo dice el traje. Otra vez
al engaño de ayer vuelve,
mas hoy no lo ha de lograr.
[Se acerca a doña ANA]
¡Notable, vive Dios, eres,
pues que tan mal te aseguras
de quien te estima y no ofende!
Si buscas satisfaciones
mayores de las que tienes,
no es menester que me sigas
pues en el alma estás siempre.
ANA:
Por otra me habéis tenido;
en vuestras voces se infiere,
y quiero desengañaros
desde luego.
[Descúbrese y vuelve a taparse]
¿Conocéisme?
HIPÓLITO: Otra vez me
preguntasteis
en otra ocasión más fuerte
eso mismo y respondí
que sí y que no, y me parece,
pues siempre es una la duda,
dar una respuesta siempre.
Sí os conozco, pues que os miro,
no os conozco, porque suelen
los bienes pasarse a males
y hoy al revés me sucede.
ANA:
Seguidme hacia la Florida,
porque hablaros me conviene
donde estéis solo, y decidle
a ese amigo que se quede.
Vanse [las dos mujeres]
HIPÓLITO: Don Luis, de nueva
ventura
podéis darme parabienes.
Doña Ana es esta tapada;
agora no puede hacerme
engaño, que yo la he visto
con mis ojos claramente.
¿Veis cómo fue la de ayer
esta misma? ¿Veis si vuelve
a buscarme? Aquí os quedad
y murmurad, si os parece,
el haber dicho que tengo
buena estrella con mujeres.
Salen doña CLARA e INÉS
INÉS:
Don Hipólito está aquí.
CLARA: Pues
no andemos más; detente.
HIPÓLITO: Ya os sigo: guïad,
señora
doña Ana, donde quisiereis,
que yendo con vos, hermosa
deidad destos campos verdes,
cualquiera sitio será
la Florida, que le deben
a vuestros ojos de fuego
y a vuestras plantas de nieve,
púrpura y verdor las flores,
cristal y aljófar las fuentes.
CLARA: (Doña
Ana dijo, ¡ay de mí! Aparte
Mas ¿qué nuevo engaño es éste?
Mas no tarde en discurrillo
quien
averiguallo puede.
La Florida es el lugar
citado y a él me conviene
llevarle). Venid.
HIPÓLITO:
(Fortuna, Aparte
¡oh, cuánto mi amor te debe!,
pues seguro de los celos
de doña Clara, me ofreces
a doña Ana; triunfo hermoso
de tu gran deidad es éste.)
Vanse todos y sale don JUAN. [Don
LUIS se queda]
JUAN:
Hacia esta parte bajó
doña Ana, que entre la
gente
que venía la perdí
de vista; pero no puede
esconderse, y es verdad,
pues cuando a mí me mintiesen
tantas señas, me dijera
verdad mi infelice suerte.
Con don Hipólito va
hablando; ya no hay qué espere.
¡Muera de cólera y rabia
quien de amor y celos muere!
LUIS:
¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
Don Juan de Guzmán es este.
¡Señor don Juan de Guzmán!
JUAN:
¿Quién llama? ¿Quién vio más fuerte
confusión? Éste es don Luis.
LUIS:
Donde quiera que yo viere
a quien a mi sangre agravia
y a quien mi opinión ofende,
primero que con la lengua,
sin ceremonias corteses
le saludo con la espada,
voz de honor más elocuente.
Sacad la vuestra, porque
con más opinión me vengue.
JUAN:
Yo no he rehusado en mi vida
con la mía responderle
a quien me habla con la suya,
y si matarme os conviene
daos priesa, que si os tardáis
os podrá quitar la suerte
otra herida, y no es capaz
una vida de dos muertes.
LUIS:
No os respondo, porque ya
hablar el acero debe.
JUAN:
(Con doña Ana entró en la huerta Aparte
don Hipólito, ¡oh, aleve
pena! ¿Quién creerá que allí
me agravien y aquí se venguen?)
[Riñen]
LUIS:
Desguarnecióse la espada.
JUAN:
Daros pudiera la muerte,
pero porque echéis de ver
cómo mi valor
procede
y cómo debí de darla
a vuestro primo igualmente,
pues el que fuera una vez
traidor, lo fuera dos veces,
porque ser uno cobarde
no es defeto que se pierde,
id por espada, que aquí
os espero.
LUIS:
(¡Trance fuerte!, Aparte
pues quien me agravia me obliga,
pues me halaga quien me ofende.
Mas yo sé qué debo hacer).
Esperad, que brevemente
volveré.
JUAN:
Ya veis el riesgo
a que estoy, si aquí me viesen,
y por quitarme del paso,
que ya lo veis que ya es éste,
dentro estoy de la Florida.
LUIS:
Antes de un instante breve
a ella volveré a buscaros.
Vase
JUAN:
¿Qué haré en penas tan crüeles,
que un inconveniente es
sombra de otro inconveniente?
Cuando sigo un daño, otro
en mi seguimiento viene;
uno busco y otro hallo,
y en todos no sé qué hacerme,
que soy en un caso mismo
persona que hace y padece.
Si a don Hipólito sigo
falto a don Luis neciamente;
y si espero a don Luis falto
a mis celos. Mas ¿qué teme
mi valor? ¿No es morir todo?
Máteme el que antes pudiere,
don Hipólito o don Luis,
pues cosa justa parece,
si me busca el que yo ofendo
que busque yo al que me ofende.
Vase y salen doña CLARA e HIPÓLITO
HIPÓLITO: En aqueste hermoso
margen,
en este florido albergue
que la hermosa primavera
a tanto estudio guarnece,
podéis decirme, señora
doña Ana, lo que a esto os mueve,
pues ya sabéis que he de estar
a vuestro servicio siempre,
y no esa grosera nube
tan bellos rayos afrente:
amanezca vuestro sol
pues ya el del cielo amanece.
CLARA: Yo
haré lo que me mandáis,
que a conceptos tan corteses,
que a discursos tan galantes,
hace mal quien no obedece.
Descúbrese
HIPÓLITO: (¡Doña Clara es,
vive Dios!) Aparte
CLARA:
¿Qué os admira? ¿Qué os suspende?
Yo soy; proseguid, que va
el discursillo excelente.
HIPÓLITO: Ni me suspendo ni
admiro,
sino solo de que pienses
que no te había conocido
y sabido que tú eres,
pero quíseme vengar
de que salgas desta suerte
de casa, trocando el nombre.
CLARA: ¡Oh,
qué anciano chiste es ése!
HIPÓLITO: ¡Vive Dios, que
cuando dije
a don Luis que no viniese
tras mí, le dije quién eras!
Venga él, y si no dijere
que es verdad, castiga entonces
mis culpas con tus desdenes.
Yo voy por él y dirá...
CLARA: Todo
cuanto tú quisieres.
No le llames.
HIPÓLITO:
¿Pues por qué?
CLARA:
Porque es el Muñoz que miente
más que vos, del refrancillo.
HIPÓLITO: No, no; mejor es que
entre
a desengañarte. (Y no
es
Aparte
sino que yo busco este
desahogo, con que pueda
admirarme y suspenderme
de que de una mano a otra
así una mujer se trueque).
Vase y sale don JUAN
JUAN:
De toda la Florida
la esfera de matices guarnecida
celoso he discurrido,
y hallar en ella, ¡ay cielos!, no he podido
mis celos. ¿Cuándo, cielos,
se hicieron de rogar tanto los celos,
que se esconden buscados?
Mas huyen porque están ya declarados.
¿No es aquella doña Ana?
Vano es mi enojo y mi venganza vana,
pues sola la he topado.
¿Quién creerá que es tan necio mi cuidado
que me pesa de vella
no estando don Hipólito con ella?
Volverme quiero, pero ¿cómo, cielos,
podré, que son mis rémoras mis celos?
Fiera enemiga mía,
falsa sirena y enemiga harpía,
esfinge mentirosa,
áspid de nieve y rosa,
¿dónde está aquel amante
que tan firme te adora, tan constante,
porque me vengue en él de ti mi acero
y no en ti de él mi lengua?
CLARA:
Caballero,
vos venís engañado
con tanta pena y tanto desenfado,
pues ocasión no ha habido
para que a mí tan necio y atrevido
me habléis, sin conocerme, con desprecio.
JUAN:
Decís bien; atrevido anduve y necio.
Por otra dama os tuve,
que
como a luna y sol guarda una nube,
con embozos de sol hallé una luna.
Perdonad, mi señora,
que no hablaba con vos.
Sale doña ANA
ANA:
Yo puedo ahora
serviros de
testigo,
pues no hablaba con vos, sino conmigo.
CLARA: Pues
si con vos hablaba,
hable con vos, que aquí mi enojo acaba.
Vase
ANA:
Mucho me huelgo, don Juan,
de que hayáis llegado a tiempo
que os desengañen y engañen
a vos vuestros ojos mesmos,
porque si vos padecéis
a un mismo instante los yerros,
ya es fuerza que lo creáis
como quien pasa por ellos,
pues pensar que lo que vos
creéis no puede otro creello
es hacer más advertido
al otro, y a vos más necio,
y no hay ninguno que quiera
tan mal a su entendimiento.
JUAN:
¡Oh, qué necio desengaño,
doña Ana!, pues cuando veo
que es verdad que me engañaron
mis ojos, también advierto
que el desengaño me ofende
pues tú le
traes a este puesto.
Luego engaño y desengaño
todo ha sido engaño; luego
no te puedes excusar
del agravio de mis celos,
pues hoy, como del engaño
del desengaño me ofendo,
pues el engaño era agravio
y el desengaño es desprecio.
ANA:
En haber venido aquí
ni te engaño ni te ofendo,
pues por ti solo he venido.
JUAN:
¿Pues pudiste tú saberlo?
ANA:
No, mas pude adivinarlo
de esta manera viniendo
por hacer que te buscara
don Hipólito.
JUAN:
¿A qué efeto?
ANA:
A efeto de que te diese
la satisfación él mesmo.
JUAN:
¡Oh, qué necia prevención!
Porque cuando da muy necio
el que fue segundo amante
al que fue amante primero,
de celos satisfaciones,
es
cuando le da más celos.
ANA:
No hagas graduación de amores,
pues no soy mujer que puedo
tener primero y segundo.
JUAN:
¡Calla, calla!, que me acuerdo
de una noche... Mas aquí,
más que yo dice el silencio.
ANA:
Pluguiera a Dios las disculpas
que yo de esa noche tengo
pudiera significarte,
pero puedo, si no puedo,
con decir que soy quien soy.
JUAN:
Ojalá bastara eso.
ANA:
Sí bastara si me amaras.
JUAN:
Porque te amo no te creo.
ANA:
Pues ves aquí que en mi casa
anoche un hombre encubierto
estaba, que allí se entró...
JUAN:
Di.
ANA:
De la justicia huyendo,
y en efeto, enternecido
a mi llanto o a su esfuerzo,
se fue y si le vieras tú
salir de mi casa, es cierto
que
pagara yo la pena
de la culpa que no tengo.
JUAN:
No hiciera, cuando aquel hombre
fuera un hombre como Arceo,
que es el que anoche en tu casa
escondido y encubierto
le
tuvo doña Lucía.
LUCÍA: (¡Por
Dios, que me ven el juego!) Aparte
ANA:
¿Qué dices?
LUCÍA:
Lo que es verdad.
ANA:
¿Hay tan grande atrevimiento?
JUAN:
Pero siendo un hombre noble
el que entonces quedó
muerto,
y abriendo con llave, no
entraba... Pero no quiero
pronunciallo, por no ser
víbora yo de mi aliento.
Quédate a Dios, que te guarde,
doña Ana, para otro
dueño,
que son muchos desengaños
para un hombre que va huyendo.
Por esperar a don Luis
solo me voy y me quedo.
Vase
ANA:
Tente, espera, escucha, aguarda.
[LUCÍA]:
(¿Quién diría mis secretos?) Aparte
Sale don HIPÓLITO y atrás doña
CLARA
HIPÓLITO: No pude hallar a don
Luis
en todo el Parque.
CLARA:
Yo vuelvo
tras don Hipólito a ver
en qué paran sus enredos.
LUCÍA: (¡Que
hubiese tan mala lengua!) Aparte
A doña ANA
HIPÓLITO: ¡Pero, vive Dios,
que es cierto,
Clara, que te conocí
desde el instante primero!
ANA:
No hicisteis, porque si hubierais
conocídome, sospecho
que no os debiera mi honor,
don Hipólito, estos riesgos.
[Se descubre]
Advertid que habláis conmigo.
HIPÓLITO: ¿Qué tramoya es
esta, cielos?
CLARA: No
hablaba sino conmigo;
como vos dijisteis puedo
decir yo, que yo también
quien hable conmigo tengo.
HIPÓLITO: ¡Vive Dios que me
han cogido
por hambre las dos en medio!
ANA:
Pues aunque vos me imitéis
a mí, imitaros no puedo
yo a vos, que no he de dejaros
sin averiguar primero
un engaño con los dos.
LUCÍA: (¡Que
haya en el mundo parleros!) Aparte
HIPÓLITO: ¿Pues qué esperáis?
ANA:
Un testigo
que ha de oírlo y ha de verlo,
y él viene ya, que esta sola
piedad al cielo le debo.
Salen don PEDRO, ARCEO y don JUAN
PEDRO: No
habéis de ir de esa suerte,
ya que en el Parque os encuentro,
después que toda la noche
os busqué.
JUAN:
Mirad que
tengo
que hacer que me va el honor.
PEDRO: Oíd a
doña Ana primero.
ARCEO: ¿Qué
hay, Lucía?
LUCÍA:
Parlerías.
Ya todo se sabe, Arceo.
ANA:
Gracias a Dios que llegáis,
don Juan, una vez a tiempo
que mi verdad me ha informado.
Decid, doña Clara, ¿es cierto
que ayer fuistes a mi casa
de don Hipólito huyendo
y que él creyó que yo fui
la tapada?
CLARA:
Sí, y queriendo
cortesanamente hacerle
una burla, escribí luego
un papel en vuestro nombre,
y en la casa de don Pedro
le fui
a ver, donde pasó
lo que proseguirá él mesmo.
ANA:
Con esto, don Juan, he dado
los desengaños que puedo;
el cielo en los otros hable,
pues solo los sabe el cielo.
Sale [don LUIS]
LUIS:
Señor don Juan de Guzmán.
PEDRO: Peor
se va poniendo esto.
ARCEO: Por
Dios, que le ha conocido
don Luis, el primo del muerto.
HIPÓLITO:
¿Éste es don Juan de Guzmán?
El no conocerle siento
para haber en vuestra ausencia
hecho...
LUIS:
Esperad, teneos,
que este duelo ha de vencer
la hidalguía y no el acero.
JUAN:
Pudiérades esperar
a
verme solo en el puesto.
LUIS:
Importa que haya testigos
para lo que hacer intento.
A que fuese por espada,
que se me quebró riñendo
con vos, me disteis lugar;
si tardo, disculpa
tengo,
pues por haberos escrito
este papel, me detengo:
de la causa en que soy parte
este es el apartamiento,
que si deudor de una vida
erais mío, noble y cuerdo
me la disteis; contra vos
derecho ninguno tengo.
Y si entonces no lo hice
fue porque allí, no teniendo
espada, no presumierais
que os daba el perdón de miedo,
y así os lo entrego, don Juan,
cuando en la cinta la tengo.
JUAN:
No solo me dais la vida,
sino el honor, y pues viendo
estáis la dama que fue
la ocasión de este suceso,
ella os pague con los brazos
lo que con alma no puedo.
ANA:
Pues con vuestras amistades
todos las nuestras hacemos.
CLARA: No
hacemos, porque si ya
no tengo quien me dé celos,
no tengo a quien quiera bien.
HIPÓLITO: ¿Pues hay más de no
quereros?
ANA:
Arceo y doña Lucía
se casen luego al momento.
ARCEO: ¿Mas
que nace el Antecristo
de Lucías y de Arceos?
JUAN:
Mañanas de abril y mayo
dan fin: perdonad sus yerros.
FIN DE LA COMEDIA