ACTO SEGUNDO
Salen JACINTA y don ENRIQUE como a escuras
JACINTA: Llega con
silencio.
ENRIQUE:
Apenas
los
pies en la tierra puse.
JACINTA: Ésta es el jardín, y aquí
pues
de la noche te encubre
el manto, y pues don Gutierre
está preso, no hay que dudes
sino
que conseguirás
victorias de amor tan dulces.
ENRIQUE: Si la libertad, Jacinta,
que
te prometí, presumes
poco
premio a bien tan grande,
pide más, y no te excuses
por cortedad. Vida y alma
es bien que por tuyas juzgues.
JACINTA: Aquí mi señora
siempre
viene, y tiene por costumbre
pasar
un poco la noche.
ENRIQUE: Calla, calla, no pronuncies
otra
razón, porque temo
que los vientos nos escuchen.
JACINTA: Ya, pues, porque tanta ausencia
no me
indicie, o no me culpe
de
este delito, no quiero
faltar de allí.
Vase JACINTA
ENRIQUE:
Amor, ayude
mi
intento. Estas verdes
hojas
me escondan y disimulen;
que no seré yo el primero
que a
vuestras espaldas hurte
rayos
al sol. Acteón
con
Dïana me disculpe.
Escóndese, y sale doña MENCÍA
y criadas
MENCÍA: ¡Silvia, Jacinta, Teodora!
JACINTA:
¿Qué mandas?
MENCÍA:
Que traigas luces;
y venid todas conmigo
a
divertir pesadumbres
de la
ausencia de Gutierre,
donde
el natural presume
vencer hermosos países
que
el arte dibuja y pule.
¡Teodora!
TEODORA:
¿Señora mía?
MENCÍA: Divierte con voces
dulces
esta
tristeza.
TEODORA:
Holgaréme
que
de letra y tono gustes.
Canta TEODORA y duérmese
doña MENCÍA
JACINTA: No cantes más, que parece
que
ya el sueño al alma infunde
sosiego y descanso; y
pues
hallaron sus inquietudes
en él sagrado, nosotras
no la
despertemos.
TEODORA:
Huye
con
silencio la ocasión.
JACINTA: (Yo lo haré, porque la
busque
Aparte
quien
la deseó. ¡Oh crïadas,
y
cuántas honras ilustres
se han
perdido por vosotras!
Vanse, y sale don ENRIQUE
ENRIQUE: Sola se quedó. No duden
mis
sentidos tanta dicha,
y ya
que a esto me dispuse,
pues
la ventura me falta,
tiempo y lugar me aseguren.
¡Hermosísima Mencía!
MENCÍA: ¡Válgame Dios!
Despierta
ENRIQUE:
No te asustes.
MENCÍA: ¿Qué es esto?
ENRIQUE:
Un atrevimiento,
a
quien es bien que disculpen
tantos años de esperanza.
MENCÍA: ¿Pues, señor, vos...
ENRIQUE:
No te turbes.
MENCÍA: ...de esta suerte...
ENRIQUE:
No te alteres.
MENCÍA: ...entrasteis...
ENRIQUE:
No te
disgustes.
MENCÍA: ...en mi casa sin temer
que
así a una mujer destruye,
y que
así ofende un vasallo
tan
generoso e ilustre?
ENRIQUE: Esto es tomar tu consejo.
Tú me
aconsejas que escuche
disculpas de aquella dama,
y
vengo a que te disculpes
conmigo de mis agravios.
MENCÍA: Es verdad, la culpa tuve;
pero
si he de disculparme,
tu
alteza, señor, no dude
que
es en orden a mi honor.
ENRIQUE: ¿Que ignoro, acaso, presumes
el
respeto que les debo
a tu
sangre y tus costumbres?
El
achaque de la caza
que
en estos campos dispuse,
no
fue fatigar la caza,
estorbando que saluden
a la
venida del día,
sino
a ti, garza, que subes
tan
remontada, que tocas
por
las campañas azules
de
los palacios del sol
los
dorados balaústres.
MENCÍA: Muy bien, señor, vuestra alteza
a las
garzas atribuye
esta
lucha; pues la garza
de
tal instinto presume,
que
volando hasta los cielos,
rayo
de pluma sin lumbre,
ave
de fuego con alma,
con
instinto alada nube,
parda
cometa sin fuego,
quiere que su intento burlen
azores reales; y aun dicen
que
cuando de todos huye,
conoce el que ha de matarla;
y
así, antes que con él luche,
el
temor hace que tiemble,
se
estremezca, y se espeluce.
Así
yo, viendo a tu alteza
quedé
muda, absorta estuve,
conocí el riesgo, y temblé;
tuve miedo, y horror tuve;
porque mi temor no ignore,
porque me espanto no dude,
que
es quien me ha de dar la muerte.
ENRIQUE: Ya llegué a hablarte, ya tuve
ocasión; no he de perdella.
MENCÍA: ¿Cómo esto los cielos sufren?
Daré
voces.
ENRIQUE:
A ti misma
te infamas.
MENCÍA:
¿Cómo no acuden
a darme favor las fieras?
ENRIQUE: Porque de enojarme huyen.
Dentro don GUTIERRE
GUTIERRE: Ten ese estribo,
Coquín,
y
llama a esa puerta.
MENCÍA:
¡Cielos!
No
mintieron mis recelos;
llegó
de mi vida el fin.
Don Gutierre es éste, ¡ay Dios!
ENRIQUE: ¡Oh, qué infelice nací!
MENCÍA: ¿Qué ha de ser, señor, de mí,
si os
halla conmigo a vos?
ENRIQUE:
¿Pues qué he de hacer?
MENCÍA:
Retiraros.
ENRIQUE: ¿Yo me tengo de esconder?
MENCÍA: El honor de una mujer
a más
que esto ha de obligaros.
No podéis salir -- ¡soy muerta! --
que
como allá no sabían
mis crïadas
lo que hacían,
abrieron luego la puerta.
Aun salir no podéis ya.
ENRIQUE: ¿Qué haré en tanta confusión?
MENCÍA: Detrás de ese pabellón,
que
en mi misma cuadra está,
os esconded.
ENRIQUE:
No he sabido,
hasta
la ocasión presente,
qué
es temor. ¡Oh, qué valiente
debe
de ser un marido!
Escóndese
MENCÍA: Sí
inocente la mujer,
no
hay desdicha que no aguarde,
¡válgame
Dios, qué cobarde
culpada debe de ser!
Salen don GUTIERRE y COQUÍN
GUTIERRE: Mi bien, mi señora,
los brazos
darme
una y mil veces puedes.
MENCÍA: Con envidia de estas redes,
que en
tan amoroso lazos
están
inventando abrazos.
GUTIERRE: No dirás que no he venido
a
verte.
MENCÍA:
Fineza ha sido
de
amante firme y constante.
GUTIERRE: No dejo de ser amante
yo,
mi bien, por ser marido;
que por propia la hermosura
no
desmerece jamás
las finezas; antes más
las alienta y asegura;
y así a su riesgo procura
los medios, las ocasiones.
MENCÍA;
En obligación me pones.
GUTIERRE: El alcaide que conmigo
está,
es mi deudo y amigo,
y
quitándome prisiones
al cuerpo, más las echó
al
alma, porque me ha dado
ocasión de haber llegado
a tan
grande dicha yo,
como
es a verte.
MENCÍA;
¿Quién vio
mayor
gloria...
GUTIERRE:
...que la mía?;
aunque, si bien advertía,
hizo
muy poco por mí
en
dejarme que hasta aquí
viniese; pues si vivía
yo sin alma en la prisión,
por
estar en ti, mi bien,
darme
libertad fue bien,
para
que en esta ocasión
alma
y vida con razón
otra
vez se viese unida;
porque estaba dividida,
teniendo en prolija calma,
en
una prisión el alma,
y en
otra prisión la vida.
MENCÍA: Dicen que
dos instrumentos
conformemente templados,
por
los ecos dilatados
comunican los acentos.
Tocan
el uno, y los vientos
hiere
el otro, sin que allí
nadie
le toque; y en mí
esta
experiencia se viera;
pues
si el golpe allá te hiriera,
muriera yo desde aquí.
COQUÍN: ¿Y no le
darás, señora,
tu
mano por un momento
a un
preso de cumplimiento;
pues
llora, siente e ignora
por
qué siente, y por qué llora
y
está su muerte esperando
sin saber
por qué, ni cuándo?
Pero...
MENCÍA:
Coquín, ¿qué hay en fin?
COQUÍN: Fin al principio en Coquín
hay,
que esto te estoy contando;
mucho el rey me quiere, pero
si el
rigor pasa adelante,
mi
amo será muerto andante,
pues
irá con escudero.
Habla doña MENCÍA
a don GUTIERRE
MENCÍA: Poco regalarte
espero;
porque como no aguardaba
huésped, descuidada estaba.
Cena
os quiero apercibir.
GUTIERRE: Un esclava puede ir.
MENCÍA: ¿Ya, señor, no va una
esclava?
Yo lo soy, y lo he de ser,
Jacinta, venme a ayudar.
(En
salud me he de
curar.
Aparte
Ved,
honor, cómo ha de ser,
porque me he de resolver
a una
temeraria acción).
Vanse las dos
GUTIERRE: Tú, Coquín, a esta ocasión
aquí
te queda, y extremos
olvida, y mira que habemos
de
volver a la prisión
antes del día; ya falta
poco;
aquí puedes quedarte.
COQUÍN: Yo quisiera aconsejarte
una
industria, la más alta
que
el ingenio humano esmalta.
en
ella tu vida está.
¡Oh,
qué industria...
GUTIERRE:
Dila ya.
COQUÍN: ...para salir sin lisión,
sano
y bueno de prisión!
GUTIERRE: ¿Cuál es?
COQUÍN:
No volver allá.
¿No estás bueno? ¿No estás sano?
Con
no volver, claro ha sido
que
sano y bueno has salido.
GUTIERRE: ¡Vive Dios, necio villano,
que
te mate por mi mano!
¿Pues tú me has de aconsejar
tan vil acción, sin mirar
la
confïanza que aquí
hizo el
alcaide de mí?
COQUÍN: Señor, yo llego a
dudar
-- que soy más desconfïado --
de la
condición del rey;
y así, el honor de esa ley
no se entiende en el crïado;
y hoy
estoy determinado
a
dejarte y no volver.
GUTIERRE: ¿Dejarme tú?
COQUÍN:
¿Qué he de hacer?
GUTIERRE: Y de ti, ¿qué han de decir?
COQUÍN: ¿Y héme de dejar morir
por
sólo bien parecer?
Si el morir, señor, tuviera
descarte o enmienda alguna,
cosa
que de dos la una
un
hombre hacerla pudiera,
yo
probara la primera
por
servirte; mas ¿no ves
que
rifa la vida es?
Entro
en ella, vengo y tomo
cartas, y piérdola. ¿Cómo
me
desquitaré después?
Perdida se quedará,
si la
pierdo por tu engaño,
hasta, hasta ciento y un año.
Sale doña MENCÍA sola, muy alborotada
MENCÍA: Señor, tu favor me da.
GUTIERRE: ¡Válgame Dios! ¿Qué
será?
¿Qué
puede haber sucedido?
MENCÍA: Un hombre...
GUTIERRE:
¡Presto!
MENCÍA:
...escondido
en mi
aposento he topado,
encubierto y rebozado.
Favor, Gutierre, te pido.
GUTIERRE: ¿Qué dices?
¡Válgame el cielo!
Ya es
forzoso que me asombre.
¿Embozado en casa un hombre?
MENCÍA: Yo le vi.
GUTIERRE;
Todo soy hielo.
Toma
esa luz.
COQUÍN:
¿Yo?
GUTIERRE:
El recelo
pierde, pues conmigo vas.
MENCÍA: Villano, ¿cobarde estás?
Saca
tú la espada; yo
iré. La luz se cayó.
Al tomar la luz, la mata disimuladamente, y salen JACINTA
y don ENRIQUE
siguiéndola
GUTIERRE: Esto me faltaba
más;
pero a escuras entraré.
JACINTA: Síguete, señor, por mí;
seguro vas por aquí,
que
toda la casa sé.
COQUÍN: ¿Dónde iré yo?
GUTIERRE:
Ya topé
el
hombre.
Coge a COQUÍN
COQUÍN:
Señor, advierte...
GUTIERRE: ¡Vive Dios, que de esta suerte,
hasta
que sepa quién es,
le he
de tener!; que después
le
darán mis manos muerte.
COQUÍN: Mira, que
yo...
MENCÍA:
(¡Qué rigor! Aparte
Si es
que con él ha topado,
¡ay de mí!)
GUTIERRE:
Luz han sacado.
Sale JACINTA con luz
¿Quién eres, hombre?
COQUÍN:
Señor,
yo
soy.
GUTIERRE: ¡Qué
engaño! ¡Qué error!
COQUÍN: ¿Pues yo no te lo decía?
GUTIERRE: Que me hablabas presumía;
pero
no que eras el mismo
que
tenía. ¡Oh, ciego abismo
del
alma y paciencia mía!
Habla doña MENCÍA
aparte a JACINTA
MENCÍA: ¿Salió ya,
Jacinta?
JACINTA:
Sí.
MENCÍA: Como esto en tu ausencia pasa,
mira
bien toda la casa;
que
como saben que aquí
no
estás, se atreven ansí
ladrones.
GUTIERRE:
A verla voy.
Suspiros al cielo doy,
que
mis sentimientos lleven,
si es
que a mi casa se atreven,
por
ver que en ella no estoy.
Vase don GUTIERRE
JACINTA: Grande
atrevimiento fue
determinarte, señora,
a tan
grande acción agora.
MENCÍA: En ella mi vida hallé.
JACINTA: ¿Por qué lo hiciste?
MENCÍA:
Porque
si yo
no se lo dijera
y
Gutierre lo sintiera,
la
presunción era clara,
pues
no se desengañara
de
que yo cómplice era;
y no fue dificultad
en
ocasión tan crüel,
haciendo del ladrón fiel,
engañar con la verdad.
Sale don GUTIERRE, y debajo de
la capa ya una daga
GUTIERRE: ¿Qué ilusión, qué vanidad
de
esta suerte te burló?
Toda
la casa vi yo;
pero
en ella no topé
sombra de que verdad fue
lo
que a ti te pareció.
(Mas es engaño, ¡ay de
mí!, Aparte
que esta daga que hallé, cielos!,
con
sospechas y recelos
previene mi muerte en sí;
mas
no es esto para aquí).
Mi
bien, mi esposa, Mencía;
ya la
noche en sombra fría
su
manto va recogiendo
y
cobardemente huyendo
de la
hermosa luz del día.
Mucho siento, claro está,
el
dejarte en esta parte,
por
dejarte, y por dejarte
con
este temor; mas ya
es
hora.
MENCÍA:
Los brazos da
a
quien te adora.
GUTIERRE:
El favor
estimo.
Al abrazarla don GUTIERRE,
Doña MENCÍA ve la daga
MENCÍA:
¡Tente, señor!
¿Tú
la daga para mí?
En mi
vida te ofendí.
Detén
la mano al rigor,
detén...
GUTIERRE:
¿De qué
estás turbada,
mi
bien, mi esposa, Mencía?
MENCÍA: Al verte ansí, presumía
que
ya en mi sangre bañada,
hoy
moría desangrada.
GUTIERRE: Como a ver la casa entré,
así
esta daga saqué.
MENCÍA: Toda soy una ilusión.
GUTIERRE: ¡Jesús, qué imaginación!
MENCÍA: En mi vida te he ofendido.
GUTIERRE: ¡Qué necia disculpa ha sido!
Pero
suele una aprensión
tales miedos prevenir.
MENCÍA:
Mis tristezas, mis enojos,
en tu ausencia estos antojos
suelen, mi dueño, fingir.
GUTIERRE: Si yo pudiere venir,
vendré a la noche y adiós.
MENCÍA: Él vaya, mi bien, con vos.
(¡Oh,
qué asombros! ¡Oh, qué extremos!)
GUTIERRE:
(¡Ay, honor!, mucho tenemos
que hablar a solas los dos).
Vanse cada uno por su puerta. Salen el REY y don
DIEGO con rodela y
capa de color; y como representa, se muda de negro
REY:
Ten, don Diego, esa rodela.
DIEGO: Tarde vienes a acostarte.
REY: Toda la noche
rondé
de
aquesta ciudad las calles;
que
quiero saber ansí
sucesos y novedades
de
Sevilla, que es lugar
donde
cada noche salen
cuentos nuevos; y deseo
de
esta manera informarme
de
todo, para saber
lo
que convenga.
DIEGO:
Bien haces,
que
el rey debe ser un Argos
en su
reino, vigilante.
El
emblema de aquel cetro
con
dos ojos lo declare.
Mas
¿qué vio tu majestad?
REY:
Vi recatados galanes,
damas desveladas vi,
músicas, fiestas y bailes,
muchos gritos, de quien
eran siempre voces grandes
la
tablilla que decía:
"Aquí hay juego, caminante."
Vi
valientes infinitos;
y no
hay cosa que me canse
tanto
como ver valiente,
y que
por oficio pase
ser
uno valiente aquí.
Mas
porque no se me alaben
que
no doy examen yo
a
oficio tan importante,
a una
tropa de valientes
probé
solo en una calle.
DIEGO: Mal hizo tu majestad.
REY: Antes bien, pues con su
sangre
llevaron iluminada...
DIEGO: ¿Qué?
REY:
La carta del examen.
Sale COQUÍN
COQUÍN: (No quise entrar en la
torre Aparte
con
mi amo, por quedarme
a saber
lo que se dice
de su
prisión. Pero, ¡tate!
-- que es un pero muy
honrado
del
celebrado linaje
de
los tates de Castilla --
porque el rey está delante.
REY: Coquín.
COQUÍN:
¿Señor?
REY:
¿Cómo va?
COQUÍN: Responderé a lo estudiante.
REY: ¿Cómo?
COQUÍN:
De "corpore bene,"
pero
de "pecunis male."
REY: Decid algo, pues sabéis,
Coquín, que como me agrade,
tenéis aquí cien escudos.
COQUÍN: Fuera hacer tú aquesta tarde
el
papel de una comedia
que
se llamaba El rey ángel.
Pero
con todo eso traigo
hoy
un cuento que contarte,
que
remata en epigrama.
REY: Si es vuestra, será
elegante.
Vaya
el cuento.
COQUÍN:
Yo vi ayer
de la
cama levantarse
un
capón con bigotera.
¿No
te ríes de pensarle
curándose sobre sano
con
tan vagamundo parche?
A
esto un epigrama hice:
(No
te pido, Pedro el
grande, Aparte
casas
ni viñas; que sólo
risa
pido en este guante.
Dad
vuestra bendita risa
a un
gracioso vergonzante).
"Floro, casa muy
desierta
la
tuya debe de ser,
porque eso nos da a entender
la
cédula de la puerta.
Donde
no hay carta, ¿hay cubierta?,
¿Cáscara sin fruta? No,
no
pierdas tiempo, que yo
esperando los provechos,
he visto labrar barbechos,
mas barbideshechos no".
REY:
¡Qué frialdad!
COQUÍN:
Pues adiós, dientes.
Sale el infante don ENRIQUE
ENRIQUE: Dadme vuestra mano.
REY:
Infante,
¿cómo
estáis?
ENRIQUE:
Tengo salud,
contento de que se halle
vuestra majestad con ella;
y
esto, señor, a una parte.
Don Arias...
REY:
Don Arias es
vuestra privanza. Sacalde
de la
prisión, y haced vos,
Enrique, esas amistades,
y
agradézcanos la vida.
ENRIQUE: La tuya los cielos guarden;
y
heredero de ti mismo,
apuestes eternidades
con
el tiempo.
Vase el REY
Iréis, don Diego,
a la
torre, y al alcaide
le
diréis que traiga aquí
los
dos presos.
Vase don
DIEGO
(¡Cielos, dadme Aparte
paciencia en tales desdichas,
y prudencia en tales males).
Coquín, ¿tú estabas aquí?
COQUÍN:
Y más me valiera en Flandes.
ENRIQUE: ¿Cómo?
COQUÍN:
El rey es un prodigio
de todos los animales.
ENRIQUE:
¿Por qué?
COQUÍN:
La Naturaleza
permite que el toro brame,
ruja
el león, muja el buey,
el
asno rebuzne, el ave
cante, el caballo relinche,
ladre
el perro, el gato maye,
aulle
el lobo, el lechón gruña,
y
sólo permitió dalle
risa
al hombre, y Aristóteles
risible animal le hace,
por
definición perfecta;
y el
rey, contra el orden y arte,
no
quiere reírse. Déme
el
cielo, para sacarle
risa,
todas las tenazas
del
buen gusto y del donaire.
Vase COQUÍN, y salen don GUTIERRE, don ARIAS y don DIEGO
DIEGO: Ya,
señor, están aquí
los
presos.
GUTIERRE:
Danos tus plantas.
ARIAS: Hoy al cielo nos levantas.
ENRIQUE: El rey mi señor de mí
-- porque humilde le pedí
vuestras vidas este día --
estas
amistades fía.
GUTIERRE: El honrar es dado a vos.
Coteja la daga que se halló con la espada del infante
(¿Qué
es esto que miro? ¡Ay
Dios!) Aparte
ENRIQUE:
Las manos os dad.
ARIAS:
La mía
es ésta.
GUTIERRE:
Y éstos mis brazos,
cuyo nudo y lazo fuerte
no
desatará la muerte
sin
que los haga pedazos.
ARIAS:
Confirmen estos abrazos
firme amistad desde aquí.
ENRIQUE: Esto queda bien así.
Entrambos sois caballeros
en acudir los primeros
a su obligación; y así
está bien el ser amigos
uno y
otro; y quien pensare
que
no queda bien, repare
en
que ha de reñir conmigo.
GUTIERRE: A cumplir, señor, me obligo
las
amistades que juro.
Obedeceros procuro,
y
pienso que me honraréis
tanto, que de mí creeréis
lo
que de mí estás seguro.
Sois fuerte enemigo vos,
y
cuando lealtad no fuera,
por
temor no me atreviera
a
romperlas, ¡vive Dios!
Vos y
yo para otros dos
me
estuviera a mí muy bien.
Mostrara entonces también
que
sé cumplir lo que digo;
mas con vos por enemigo,
¿quién ha de
atreverse? ¿Quién?
Tanto enojaros temiera
el
alma cuerda y prudente,
que a
miraros solamente
tal
vez aun no me atreviera;
y si
en ocasión me viera
de
probar vuestros aceros,
cuando yo sin conoceros
a tal
extremo llegara,
que
se muriera estimara
la
luz del sol por no veros.
ENRIQUE:
(De sus quejas y suspiros
Aparte
grandes sospechas prevengo).
Venid
conmigo, que tengo
muchas cosas que deciros,
don Arias.
ARIAS;
Iré a serviros.
Vanse don ENRIQUE, don DIEGO y don ARIAS
GUTIERRE: Nada Enrique
respondió;
sin
duda se convenció
de mi
razón. ¡Ay de mí!
¿Podré ya quejarme? Sí;
pero,
consolarme, no.
Ya estoy solo, ya bien puedo
hablar. ¡Ay Dios!, quién supiera
reducir sólo a un discurso,
medir
con sola una idea
tantos géneros de agravios,
tantos linajes de penas
como
cobardes me asaltan,
como
atrevidos me cercan.
Agora, agora, valor,
salga
repetido en quejas,
salga
en lágrimas envuelto
el
corazón a las puertas
del
alma, que son los ojos;
y en
ocasión como ésta,
bien
podéis, ojos, llorar.
No lo
dejéis de vergüenza.
Agora, valor, agora
es
tiempo de que se vea
que
sabéis medir iguales
el
valor y la paciencia.
Pero
cese el sentimiento,
y a
fuerza de honor, y a fuerza
de
valor, aun no me dé
para
quejarme licencia:
"porque adula sus penas
el
que pide a la voz justicia de ellas"
Pero vengamos al caso;
quizá
hallaremos respuesta.
¡Oh
ruego a Dios que la haya!
¡Oh
plegue a Dios que la tenga!
Anoche llegué a mi casa,
es
verdad; pero las puertas
me
abrieron luego, y mi esposa
estaba segura y quieta.
En
cuanto a que me avisaron
de que
estaba un hombre en ella,
tengo
disculpa en que fue
la
que me avisó ella mesma;
en
cuanto a que se mató
la
luz, ¿qué testigo prueba
aquí
que no pudo
ser
un
caso de contingencia?
En
cuanto a que hallé esta daga,
hay
crïados de quien pueda
ser. En cuanto, ¡ay dolor mío!,
que
con la espada convenga
del
infante, puede ser
otra
espada como ella;
que no es labor tan extraña
que no hay mil que la parezcan.
Y
apurando más el caso,
confieso, ¡ay de mí!, que sea
del
infante, y más confieso
que
estaba allí, aunque no fuera
posible dejar de verle;
mas
siéndolo, ¿no pudiera
no
estar culpada Mencía?;
que
el oro es llave maestra
que las guardas de crïadas
por instantes nos falsea.
¡Oh cuánto me estimo haber
hallado esta sutileza!
Y así
acortemos discursos,
pues
todos juntos se cierran
en
que Mencía es quien es,
y soy quien soy. No hay quien
pueda
borrar de tanto esplendor
la
hermosura y la pureza.
Pero
sí puede, mal digo;
que
al sol una nube negra,
si no
le mancha, le turba,
si no
le eclipsa, le hiela.
"¿Qué injusta ley condena
que
muera el inocente, que padezca?"
A peligro estás, honor,
no
hay hora en vos que no sea
crítica. En vuestro sepulcro
vivís. Puesto que os alienta
la
mujer, en ella estáis
pisando siempre la güesa.
Y os
he de curar, honor,
y
pues al principio muestra
este
primero accidente
tan
grave peligro, sea
la
primera medicina
cerrar al daño las puertas,
atajar al mal los pasos.
Y así
os receta y ordena
el
médico de su honra
primeramente la dieta
del
silencio, que es guardar
la
boca, tener paciencia.
Luego
dice que apliquéis
a vuestra mujer finezas,
agrados, gustos amores,
lisonjas, que son las fuerzas
defensibles, porque el mal
con
el despego no crezca.
Que
sentimientos, disgustos,
celos, agravios, sospechas
con
la mujer, y más propia,
aun
más que sanan enferman.
Esta
noche iré a mi casa
de
secreto, entraré en ella,
por
ver qué malicia tiene
el
mal; y hasta apurar ésta,
disimularé, si puedo,
esta
desdicha, esta pena,
este
rigor, este agravio,
este
dolor, esta ofensa,
este
asombro, este delirio,
este
cuidado, esta afrenta,
estos celos...¿Celos dije?
¡Qué mal hice! Vuelva, vuelva
al
pecho la voz; mas no,
que
si es ponzoña que engendra
mi
pecho, si no me dio
la
muerte, ¡ay de mí!, al verterla,
al
volverla a mí podrá;
que
de la víbora cuentan
que
la mata su ponzoña
si
fuera de sí la encuentra.
¿Celos dijo? Celos dije;
pues
basta; que cuando llega
un
marido a saber que hay
celos, faltará la ciencia;
"y es la cura postrera
que
el médico de honor hacer intenta".
Vase don
GUTIERRE, y salen don ARIAS y doña LEONOR
ARIAS:
No penséis, bella Leonor,
que
el no haberos visto fue
porque negar
intenté
las
deudas que a vuestro honor
tengo; y acreedor a quien
tanta
deuda se previene,
el
deudor buscando viene,
no a
pagar, porque no es bien
que necio y loco presuma
que
pueda jamás llegar
a satisfacer y dar
cantidad que fue tan suma;
pero en fin, ya que no pago,
que
soy el deudor confieso;
no os
vuelvo el rostro, y con eso
la obligación satisfago.
LEONOR:
Señor don Arias, yo he sido
la que obligada de vos,
en las cuentas de los dos,
más interés ha tenido.
Confieso que me quitasteis
un
esposo a quien quería;
mas
quizá la suerte mía
por
ventura mejorasteis;
pues es mejor que sin vida,
sin
opinión, sin honor
viva,
que no sin amor,
de un
marido aborrecida.
Yo tuve la culpa, yo
la
pena siento, y así
sólo
me quejo de mí
y de
mi estrella.
ARIAS:
Esto no;
quitarme, Leonor hermosa,
la
culpa, es querer negar
a mis
deseos lugar;
pues
si mi pena amorosa
os significo, ella diga
en
cifra sucinta y breve
que
es vuestro amor quien me mueve,
mi
deseo quien me obliga
a deciros que pues fui
causa
de penas tan tristes,
si
esposo por mí perdistes,
tengáis esposo por mí.
LEONOR: Señor, don
Arias, estimo,
como
es razón, la elección;
y
aunque con tanta razón
dentro del alma la imprimo,
licencia me habéís de dar
de
responderos también
que
no puede estarme bien,
no,
señor, porque a ganar
no llegaba yo infinito;
sino
porque si vos fuisteis
quien
a Gutierre le disteis
de un
mal formado delito
la ocasión, y agora viera
que
me casaba con vos,
fácilmente entre los dos
de
aquella sospecha hiciera
evidencia; y disculpado,
con
demostración tan clara,
con
todo el mundo quedara
de
haberme a mí despreciado;
y yo estimo de manera
el
quejarme con razón,
que
no he de darlo ocasión
a la
disculpa primera;
porque si en un lance tal
le
culpa cuantos le ven,
no
han de pensar que hizo bien
quien
yo pienso que hizo mal.
ARIAS:
Frívola respuesta ha sido
la
vuestra, bella Leonor;
pues
cuando de antiguo amor
os
hubiera convencido
la experiencia, ella también
disculpa en la enmienda os da.
¿Cuántos peor os estará
que
tenga por cierto quien
imaginó vuestro agravio,
y no
le constó después
la
satisfacción?
LEONOR:
No es
amante prudente y sabio,
don Arias, quien aconseja
lo
que en mi daño se ve;
pues
si agravio entonces fue,
no
por eso agora deja
de ser agravio también;
y
peor cuanto haber sido
de
imaginado a creído;
y a
vos no os estará bien
tampoco.
ARIAS:
Como yo sé
la
inocencia de ese pecho
en la
ocasión, satisfecho
siempre de vos estaré.
En mi vida he
conocido
galán
necio, escrupuloso,
y con
extremo celoso,
que
en llegando a ser marido
no le castiguen los cielos.
Gutierre pudiera bien
decirlo, Leonor; pues quien
levantó tantos desvelos
de un hombre en la ajena casa,
extremos pudiera hacer
mayores, pues llega a ver
lo que en la propia le pasa.
LEONOR: Señor don
Arias, no quiero
escuchar lo que decís;
que
os engañáis, o mentís,
don Gutierre es caballero
que en todas las ocasiones,
con obrar, y con decir,
sabrá,
vive Dios, cumplir
muy
bien sus obligaciones;
y
es hombre cuya cuchilla
o
cuyo consejo sabio,
sabrá
no sufrir su agravio
ni a
un infante de Castilla.
Si pensáis vos que con eso
mis enojos aduláis,
muy mal, don Arias,
pensáis;
y si la verdad confieso,
mucho perdisteis conmigo;
pues
si fuerais noble vos,
no
habláredes, vive Dios,
así
de vuestro enemigo.
Y yo, aunque ofendida estoy,
y
aunque la muerte le diera
con
mis manos, si pudiera,
no le
murmurara hoy
en el honor, desleal;
sabed, don Arias, que quien
una
vez le quiso bien,
no se
vengará en su mal.
Vase doña LEONOR
ARIAS: No
supe qué responder.
Muy
grande ha sido mi error,
pues en escuelas de honor
arguyendo una mujer
me convence. Iré al infante,
y
humilde le rogaré
que
de estos cuidado dé
parte
ya de aquí adelante
a otro; y porque no lo yerre,
ya
que el día va a morir,
me ha
de matar, o no ha de ir
en
casa de don Gutierre.
Vase don ARIAS. Sale don GUTIERRE, como quien salta
unas tapias
GUTIERRE: En el mudo silencio
de la
noche, que adoro y reverencio,
por
sombra aborrecida,
como
sepulcro de la humana vida,
de
secreto he venido
hasta
mi casa, sin haber querido
avisar a Mencía
de
que ya libertad del rey tenía,
para
que descuidada
estuviese,
¡ay de mí!, de esta jornada.
Médico de mi honra
me
llamo, pues procuro mi deshonra
curar; y así he venido
a
visitar mi enfermo, a hora que ha sido
de
ayer la misma, ¡cielos!,
y a
ver si el accidente de mis celos
a su
tiempo repite,
el
dolor mis intentos facilite.
Las
tapias de la huerta
salté, porque no quise por la puerta
entrar. ¡Ay Dios, qué introducido engaño
es en
el mundo no querer su daño
examinar un hombre,
sin
que el recelo ni el temor le asombre!
Dice
mal quien lo dice;
que
no es posible, no, que un infelice
no
llore sus desvelos.
Mintió quien dijo que calló con celos,
o
confiéseme aquí que no los siente.
Mas
¡sentir y callar!. Otra vez miente.
Éste
es el sitio donde
suele
de noche estar; aun no responde
el
eco entre estos ramos.
Vamos
pasito, honor, que ya llegamos;
que
en estas ocasiones
tienen los celos pasos de ladrones.
Descubre una cortina donde está
durmiendo doña MENCÍA
¡Ay,
hermosa Mencía,
qué mal
tratas mi amor, y la fe mía!
Volverme otra vez quiero.
Bueno
he hallado mi honor, hacer no quiero
por
agora otra cura,
pues
la salud en él está segura.
Pero
¿ni una crïada
la
acompaña? ¿Si acaso retirada
aguarda...? ¡Oh pensamiento
injusto! ¡Oh vil temor! ¡Oh infame aliento!
Ya
con esta sospecha
no he
de volverme; y pues que no aprovecha
tan
grave desengaño,
apuremos de todo en todo el daño.
Mato
la luz, y llego
sin
luz y sin razón, dos veces ciego;
pues
bien encubrir puedo
el
metal de la voz, hablando quedo.
¡Mencia!
Despiértala
MENCÍA: ¡Ay
Dios! ¿Qué es esto?
GUTIERRE:
No des voces.
MENCÍA: ¿Quién es?
GUTIERRE:
Yo soy, mi bien. ¿No me conoces?
MENCÍA: Sí, señor; que no fuera
otro
tan atrevido...
GUTIERRE: (Ella me ha
conocido).
Aparte
MENCÍA: ...que así hasta aquí
viniera.
¿Quién hasta aquí llegara
que
no fuérades vos, que no dejara
en
mis manos la vida,
con
valor y con honra defendida?
GUTIERRE: (¡Qué dulce
desengaño!
Aparte
¡Bien
haya, Amor, el que apuró su daño!)
Mencía, no te espantes de haber visto
tal
extremo.
MENCÍA:
¡Qué mal, temor, resisto
el
sentimiento!
GUTIERRE;
Mucha razón tiene
tu
valor.
MENCÍA:
¿Qué disculpa me previene...
GUTIERRE: Ninguna.
MENCÍA:
...de venir así tu alteza?
GUTIERRE: (¡Tu alteza! No es conmigo, ¡ay Dios!
¿Qué escucho?
Con
nuevas dudas lucho.
¡Qué pesar!
¡Qué desdicha! ¡Qué tristeza!)
MENCÍA: ¿Segunda vez pretende ver mi
muerte?
¿Piensa que cada día...
GUTIERRE:
(¡Oh trance fuerte!)
MENCÍA: ...puede esconderse...
GUTIERRE:
(¡Cielos!)
MENCÍA: ...y matando la luz...
GUTIERRE:
(¡Matadme, celos!)
MENCÍA: ...salir a riesgo mío
delante de Gutierre?
GUTIERRE:
(Desconfío
de
mí, pues que dilato
morir, y con mi aliento no la mato.
El
venir no ha extrañado
el
infante, ni de él se ha recatado,
sino
sólo ha sentido
que
en ocasión se ponga, ¡estoy perdido!,
de
que otra vez se esconda.
¡Mi
venganza a mi agravio corresponda!
MENCÍA: Señor, vuélvase luego.
GUTIERRE; ¡Ay, Dios! Todo soy rabia, y todo fuego.
MENCÍA: Tu alteza así otra vez no llegue a
verse.
GUTIERRE: ¿Que por eso no más ha de volverse?
MENCÍA: Mirad que es hora que Gutierre venga.
GUTIERRE: (¿Habrá en el mundo quien paciencia tenga?
Sí,
si prudente alcanza
oportuna ocasión a su venganza).
No
vendrá; yo le dejo entretenido;
y
guárdame un amigo
las
espaldas el tiempo que conmigo
estáis. Él no vendrá, yo estoy seguro.
Sale JACINTA
JACINTA: Temorosa procuro
ver
quién hablaba aquí.
MENCÍA:
Gente he sentido.
GUTIERRE: ¿Qué haré?
MENCÍA:
¿Qué? Retirarte,
no a
mi aposento, sino a otra parte.
Vase don GUTIERRE detrás del paño
¡Hola!
JACINTA:
¿Señora?
MENCÍA:
El aire que corría
entre
estos ramos mientras yo dormía,
la
luz ha muerto; luego
traed
luces.
Vase JACINTA
GUTIERRE:
(Encendidas en mi
fuego. Aparte
Si
aquí estoy escondido,
han de verme, y de todas conocido,
podrá saber Mencía
que
he llegado a entender la pena mía;
y
porque no lo entienda,
y dos veces me ofenda,
una con tal intento,
y
otra pensando que lo sé y consiento,
dilatando su muerte,
he de
hacer la deshecha de esta suerte).
Dice dentro
¡Hola! ¿Cómo está aquí de esta manera?
MENCÍA: Éste es Gutierre; otra desdicha espera
mi
espíritu cobarde.
GUTIERRE: ¿No han encendido luces, y es tan tarde?
Sale JACINTA con luz, y don GUTIERRE por otra puerta
de donde se escondió
JACINTA: Ya la luz está aquí.
GUTIERRE:
¡Bella Mencía!
MENCÍA: ¡Oh mi esposo! ¡Oh mi bien!
¡Oh gloria mía!
GUTIERRE:
(¡Qué fingidos
extremos)
Aparte
Mas, alma y corazón, disimulemos).
MENCÍA: Señor, ¿por dónde entrasteis?
GUTIERRE:
Por esa huerta,
con
la llave que tengo, abrí la puerta.
Mi
esposa, mi señora,
¿en
qué te entretenías?
MENCÍA:
Vine agora
a
este jardín, y entre estas fuentes puras,
dejóme el aire a escuras.
GUTIERRE: No me espanto, bien mío;
que
el aire que mató la luz, tan frío
corre, que es un aliento
respirado del céfiro violento,
y que
no sólo advierte
muerte a las luces, a las vidas muerte,
y
pudieras dormida
a sus
soplos también perder la vida.
MENCÍA: Entenderte pretendo,
y
aunque más lo procuro, no te entiendo.
GUTIERRE: ¿No has visto ardiente llama
perder la luz al aire que la hiere,
y que
a este tiempo de otra luz inflama
la
pavesa? Una vive y otra muere
a
sólo un soplo. Así, de esta manera,
la
lengua de los vientos lisonjera
matarte la luz pudo,
y
darme luz a mí.
MENCÍA:
(El sentido dudo). Aparte
Parece que celoso
hablas en dos sentidos.
GUTIERRE:
(Riguroso
Aparte
es el
dolor de agravios;
mas
con celos ningunos fueron sabios).
¿Celoso? ¿Sabes tú lo que son celos?
Que
yo no sé qué son, ¡viven los cielos!;
porque si lo supiera,
y celos...
MENCÍA:
¡Ay de mí!
GUTIERRE:
...llegar pudiera
a
tener... ¿qué son celos?
átomos, ilusiones y desvelos...
no más que de una esclava, una crïada,
por
sombra imaginada,
con
hechos inhumanos,
a
pedazos sacara con mis manos
el
corazón, y
luego
envuelto en sangre, desatado en fuego,
el
corazón comiera
a
bocados, la sangre me bebiera,
el
alma le sacara,
y el alma,
¡vive Dios!, despedazara,
si
capaz de dolor el alma fuera.
¿Pero
cómo hablo yo de esta manera?
MENCÍA: Temor al alma ofreces.
GUTIERRE: ¡Jesús, Jesús mil veces!
¡Mi
bien, mi esposa, cielo, gloria mía!
¡Ah
mi dueño! ¡Ah Mencia!
Perdona, por tus ojos,
esta
descompostura, estos enojos;
que
tanto un fingimiento
fuera
de mí llevó mi pensamiento;
y
vete, por tu vida; que prometo
que
te miro con miedo y con respeto,
corrido de este exceso.
¡Jesús! No estuve en mí, no tuve seso.
MENCÍA: (Miedo, espanto, temor y horror tan
fuerte.
parasismos han sido de mi muerte).
GUTIERRE: (Pues médico me llamo de mi honra,
yo
cubriré con tierra mi deshonra).
Vanse todos
FIN DEL ACTO SEGUNDO