JORNADA PRIMERA
Salen don CARLOS y FABIO, vestidos de camino
CARLOS:
¿Diste el papel?
FABIO:
Sí, señor;
y con notable alegría
dijo que al punto vendría
a esta posada.
CARLOS:
Y Leonor
¿habráse ya levantado?
FABIO:
Aun no ha abierto su aposento.
CARLOS: Pues
llama en él, porque intento
darla parte del cuidado
con que a asegurar me atrevo
su vida y su honor aquí,
por lo que me debo a mí,
no por lo que a ella la debo.
Llama, pues; que ya es hora
de que despierte.
Sale doña LEONOR
LEONOR:
Eso fuera
si yo, don Carlos, durmiera;
pero quien padece y llora
desdenes de una fortuna
tan crüel, tan inclemente,
tan a todas horas siente
que no descansa en ninguna.
¿Qué me quieres?
CARLOS:
Informarte
de cómo en tan triste suerte
trata mi amor defenderte,
ya que no es posible amarte.
Sabrás...
LEONOR:
No prosigas, no;
pues sea justo o no sea justo,
basta saber que es tu gusto
para obedecerle yo.
Que, aunque en pena semejante
atento te considero
a la ley de caballero,
primero que a la de amante,
en mí no hay más elección,
más gusto, más albedrío
que el tuyo; siendo éste el mío,
¿para qué es la relación?
CARLOS:
¡Oh, qué bien esa humildad,
hermosa Leonor, viniera,
si de voluntad naciera,
y no de necesidad!
LEONOR:
A quien ya le ha persuadido
la apariencia de un engaño
tarde o nunca el desengaño
pondrá su queja en olvido;
y más cuando él de su parte
tan poco hace por creer
que pudo o no pudo ser.
CARLOS: No
trates de disculparte;
que no has de poder, Leonor.
LEONOR: Haz
una cosa por mí,
por ser la última que aquí
ha de deberte mi amor.
CARLOS:
Sí haré; sal de ese cuidado.
Dime, pues, lo que deseas.
LEONOR:
Escúchame, y no me creas
después de haberme escuchado.
CARLOS:
Con aquesa condición,
sí haré. Prosigue, pues; di.
¿Qué es lo que quieres de mí?
LEONOR:
Solamente tu atención.
CARLOS:
Aguarda. ¡Fabio!
FABIO:
¿Señor?
CARLOS: Si
viniere el caballero
que llamaste, entra primero,
porque se esconda Leonor.
Vase FABIO
Prosigue ahora.
LEONOR:
Ya sabes,
Carlos mío... Mal empiezo,
pues yendo a decir verdades,
hube de empezar mintiendo.
Descuido fue; ¡ay Dios! ¡Cuál debe
de andar mi amor acá dentro,
pues, de cuanto arroja fuera,
hasta el descuido es requiebro!
Ya sabes, digo otra vez,
la ilustre sangre que tengo,
por la estimación que has visto
en mis padres y en mis deudos.
También sabes que por mí,
Carlos, no la desmerezco,
aunque quieran mis desdichas
deslucir mis pensamientos.
¡Oh, cuánto en esta materia
cobarde estoy, conociendo
que contra mí hasta la misma
verdad sospechosa tengo!
Pues quien me viere venir
peregrinando a otro reino
en poder de un hombre mozo,
y dé este con tal despego
tratada que las finezas
que a su ilustre sangre debo
aun no las debo yo, pues
él se las debe a sí mesmo
¿cómo creerá que sin culpa
tantas desdichas padezco,
cuando al primero que obligo
es el primero que ofendo?
Pero ¿qué importa, qué importa
que en lo aparente y supuesto
se conjuren contra mí
estrella, fortuna y tiempo,
si en la verdad han de hallarse
todos
de mi parte, haciendo
lo que el sol con el eclipse,
que, aunque borre sus reflejos,
aunque perturbe sus rayos,
no por eso, no por eso
deja, a pesar de las sombras,
de salir después, venciendo
la vaga interposición
que ya le juzgaba muerto?
Y al fin contra cuantas nieblas
mi esplendor deslucen, pienso
coronarme victoriosa;
y hasta llegar este efecto,
hoy, a pesar de sus iras,
a atar el discurso vuelvo.
En la corte, patria mía,
-- ¡oh, pluguiera al mismo cielo
hubiera sido al nacer
mi cuna y mi monumento! --
Carlos, me viste una tarde
que, a San Isidro saliendo
con unas amigas mías
por amistad o por deudo,
llegaste a hablarlas y, dando
licencias el campo -- atento
a mi hermosura dijera,
si pensara que la tengo --
de galán y de entendido
juntaste los dos extremos,
haciendo la cortesía
capa del atrevimiento.
Continuaste desde entonces
en mi calle los paseos,
en mi reja los suspiros,
de día y de noche siendo
la estatua de mis umbrales
y
la sombra de mi cuerpo.
Solicitaste crïadas
y amigas, que son los medios
comunes de amor, a quien
debiste que tus afectos
oyese, para escucharlos,
si no para agradecerlos.
¡Cuántos días te costó
de finezas y desvelos
que leyese un papel tuyo!
Tú lo sabes; y así quiero,
dejando empeños menores,
ir a mayores empeños.
Enterada yo de que
fuesen, Carlos, tus intentos
tan lícitos que aspiraban
sólo a fin de casamiento,
admití, menos crüel
que debiera, tus deseos;
pero
con aquel seguro
bastante disculpa tengo
en lo ilustre de tu sangre,
lo honrado de tus respetos,
lo galán de tu persona
y lo sutil de tu ingenio.
Ya nuestra correspondencia
entablada, en el silencio
de la noche, porque a él solo
se fïaba el amor nuestro,
nos hablábamos por una
reja de mi cuarto; y viendo
que no dejaba de ser
escándalo a los que, necios,
de sus cuidados se olvidan
por cuidar de los ajenos,
tratamos que desde entonces
entrases al aposento
de un criado, donde yo
hablarte podía sin miedo.
De esta vil curiosidad
que tantos daños ha hecho,
pues los peligros de afuera
enmienda con los de adentro,
una noche que veniste
más tarde que otras -- no quiero
hablar, que no es ocasión,
en si otro divertimiento
más gustoso te detuvo,
pues al fin yo le agradezco
la novedad de venir
al daño y no venir presto --
entraste en mi casa, y cuando,
quejoso mi sentimiento,
desconfïada mi fe,
te esperaba con aquellos
dulces desaires de amor
que entre confianza y miedo
hacen el cariño más
porque le descubren menos,
apenas una palabra
pude hablarte, cuando siento
dentro de mi cuarto ruido
y a saber quién era
vuelvo.
Tú, pensando que sería
desdén estudiado, a efecto
de castigar tu tardanza,
me seguiste, cuando -- ¡ay cielos! --
vi -- ¡mátame mi memoria! --
que
-- ¡con qué dolor me acuerdo! --
un -- ¡con qué pena lo digo! --
hombre -- ¡ahógame mi aliento! --
embozado -- ¡qué desdicha! --
hacia mí...
Sale FABIO
FABIO:
Aquel caballero
que enviaste a llamar aguarda
ahí fuera.
CARLOS:
Éntrate allá dentro;
que no quiero que te vea
hasta después.
LEONOR:
¡Que hasta en esto
hube de ser desdichada,
pues, aun para este pequeño
alivio de hablar siquiera,
hubo de faltarme tiempo!
CARLOS: Hoy
verás cuánto es en vano
querer disculparte.
FABIO:
Presto,
si has de esconderte; que entra.
CARLOS: Tú
salte allá fuera luego;
A LEONOR
y tú escucha lo que hablamos.
LEONOR: ¡Qué
poco a mi estrella debo!
CARLOS:
Menos debo yo a la mía,
pues lo que me dio la he vuelto.
Escóndese doña LEONOR y vase FABIO.
Sale don JUAN
JUAN:
¡Don Carlos, primo!
CARLOS:
Los brazos
me dad, don Juan.
JUAN:
Aunque
tengo
para negarlos razón,
conmigo acabar no puedo
que valga la queja más
que vale el gusto de veros.
¿Vos en Valencia, don Carlos,
y no en mi casa? ¿Qué es esto?
Pues ¿cómo se hace este agravio
a amistad y parentesco?
CARLOS: La
queja, don Juan, estimo,
como es justo; pero tengo
la disculpa tan a mano
que habéis de olvidarla presto.
¿Cómo estáis?
JUAN:
Para serviros
siempre, a todo trance expuesto.
CARLOS:
¿Vuestra hermana y prima mía?
JUAN:
Salud goza; mas dejemos
el cumplimiento,
por Dios;
que es un hidalgo muy necio.
¿Qué venida es esta, Carlos?
¿Qué hay en la corte de nuevo?
CARLOS: ¿Qué
ha de haber? Desdichas mías,
de que en vano voy huyendo;
pues dondequiera que voy
allí, don Juan, las encuentro.
JUAN:
Con eso que me habéis dicho
me habéis crecido el deseo
de saber qué causa os trae
tan despulsado el aliento.
CARLOS: Yo
vi una hermosura, y yo
la amé, don Juan, tan a un tiempo
todo, que entre ver y amar
aun no sé cuál fue primero.
Rendido ostenté finezas,
constante sufrí desprecios,
fino merecí favores,
celoso lloré tormentos;
que éstas son las cuatro edades
de cualquier amor; pues vemos
que en brazos del desdén nace,
crece en poder del deseo,
vive en casa del favor
y muere en la de los celos.
Entraba de noche a hablarla
de un criado al aposento
que corresponde a su cuarto;
escuchamos pasos dentro,
volvió ella, y yo tras ella,
o recelando o temiendo
que fuese su padre, cuando
vimos un hombre cubierto
que de su cuarto venía
a hurto sus pasos siguiendo.
"¿Quién es?" dijo. Él respondió:
"Quien sólo quiso ver esto."
Yo nada hablé, porque a vista
de mi dama y de mis celos
remití toda la voz
a la lengua del acero.
Saqué la espada y, cerrando
los dos, a morir resueltos,
quiso, no sé bien si diga
piadoso o crüel, el cielo
que de una herida cayese
en la tierra, para hacernos
iguales las suertes; pues
nos vimos a un punto mesmo,
muerto de la herida él,
y yo del agravio muerto.
Bien pensaréis que ésta es sola
mi desdicha y que el suceso
para en que yo delincuente
me vengo a Valencia, huyendo
del rigor de la justicia.
Pues no, don Juan, pues no es eso;
que ahora empieza el más extraño,
el más notable, el más nuevo
lance de amor que jamás
dio la cadena a su templo.
Al ruido de las espadas,
de la dama los extremos,
dieron las crïadas gritos;
despertó su padre a ellos;
consideradme a mí ahora,
sobre declarados celos,
conjurando contra mí
su familia a un noble viejo,
desmayada aquí mi dama,
y allí mi enemigo muerto.
En este trance me hallaba
cuando ella -- ¡ay de mí! -- volviendo
del desmayo, me pidió
su vida amparase. ¡Ah cielos,
qué bien hace la mujer
que, habiendo
de hacer un yerro,
lo fía de buena sangre!
Dígalo yo, pues en medio
de su traición y mi agravio
dispuse acudir primero
al reparo de su vida
que no al de mi sentimiento.
"Sígueme presto," la dije;
y haciendo muro mi pecho,
salí con ella a la calle,
donde las alas del miedo
nos ampararon de suerte
veloces que en un momento
en cas de un embajador
tomamos seguro puerto.
Envié a llamar un criado
que, informado de secreto
de todo, volvió a decirme
que el hombre era un caballero
forastero, que en la corte
estaba a seguir un pleito,
cuyo nombre, aunque le oí,
por ahora no me acuerdo;
que la herida en la cabeza
le privó el sentido, pero,
aunque con poca esperanza
de vida, no estaba muerto,
sino en otra casa, adonde
le llevó un alcalde preso;
que, habiendo sabido que era
yo el agresor del suceso,
mi hacienda estaba embargando.
Ya añadió después a esto
que el padre, como hombre al fin
prudente, advertido y cuerdo,
ni querella ni otra alguna
diligencia
había hecho,
porque su venganza sólo
librada tenía en su esfuerzo.
Yo, viéndome, pues, cercado
de penas y en un empeño
tan grande como amparar
la causa de ellas, resuelvo
salir de Madrid, adonde
pueda vivir por lo menos
sin temor de la justicia,
ni de su padre y sus deudos.
Y así, lleno de pesares
y de obligaciones lleno,
acordándome de vos,
de vos a valerme vengo.
Yo, don Juan, traigo conmigo
aquesta dama, a quien tengo
de salvar la vida a costa
de todos mis sentimientos.
En dejándola segura,
pues ésta es en todo riesgo
mi primera obligación,
podrán mis desdichas luego
acudir a la segunda;
pues la segunda que tengo
es huir de esta enemiga
que como noble defiendo,
que como quejoso obligo,
como enamorado quiero
y como ofendido huyo;
y en dos contrarios extremos,
acudiendo a las dos partes,
de amante y de caballero,
enamorado la adoro
y celoso la aborrezco;
cuyas dos obligaciones
tan cabal la acción han hecho
que desde Madrid aquí,
si no es hoy, juraros puedo
que no la hablé dos palabras;
porque no quise que en tiempo
ninguno de mí dijese
la fama que pudo menos
mi valor que mi apetito;
que es hombre bajo, que es necio,
es vil, es ruin, es infame
el que solamente atento
a lo irracional del gusto
y a lo bruto del deseo,
viendo perdido lo más,
se contenta con lo menos.
Mirad vos cómo en Valencia,
con otro nombre supuesto,
podrá vivir esta dama,
en qué casa, en qué convento,
en qué
retiro, en qué aldea,
donde vereis que la dejo
lo poco que traer conmigo
pude para su sustento;
que a mí me basta esta espada;
pues al instante, al momento
que
ella asegurada quede,
yo tengo de ir de ella huyendo.
A Italia a servir al Rey
me pasaré, donde al cielo
le pido que la primera
bala acierte con mi pecho,
porque
con mi vida acaben
de una vez tantos recelos,
tantas penas, tantas ansias,
agravios y sentimientos,
que como noble las huyo
y como amante las siento.
JUAN:
Es tan nueva vuestra historia,
tan raro vuestro suceso
que sólo puede admirarse,
dejándoselo al silencio.
Y hablando, no en el pasado,
pues ya no tiene remedio,
sino en
lo presente, vamos
lo que ha de ser previniendo.
Donde mejor esta dama
estará es en un convento;
mas tiene el inconveniente
de haber de estarla asistiendo,
cuando tan pobre os halláis,
sin renta y con alimentos;
que, aunque mi alma, mi vida,
mi ser y honor, todo es vuestro,
mi hacienda está de manera,
don Carlos, que no me atrevo,
porque no sé si después
podré cumplirlo, ofrecerlo.
Y así en mi casa presumo
que habrá de estar, donde creo
que...
CARLOS:
No paséis adelante;
que, aunque la oferta agradezco,
no me es posible aceptarla,
ni que, estas cosas sabiendo,
dé ese cuidado a mi prima.
Fuera de que no es respeto
llevar mi dama a su casa;
que, aunque por su nacimiento
mereciera bien su lado,
estos extraños sucesos
ajan mucho las noblezas.
JUAN:
Oíd, que para todo hay medio.
A una doncella de casa
mi hermana habrá poco tiempo
que puso en estado, y hoy
está sin ella. Yo tengo
una dama, amiga suya,
a quien sirvo y galanteo
para casarme, y a quien
podré fïar el secreto.
Pidiéndole yo a esta dama
que la envíe a casa, dejo
asegurada la parte
de que mi hermana, sabiendo
quién es, lo tenga a disgusto.
Y aunque el desdoro confieso
de que entre con este nombre,
puede tolerarse, siendo
en lo público crïada
y señora en lo secreto;
pues yo he de estar a la mira,
siempre a su servicio atento.
CARLOS: El
medio no era muy malo
para asegurarla; pero
no me atreveré, don Juan,
yo a decirlo y proponerlo
a Leonor, porque...
Sale doña LEONOR de donde estaba escondida
LEONOR:
Detente;
que yo responderé a eso. --
Señor don Juan, no tan sólo
como crïada sirviendo
en vuestra casa estaré
honrada y gustosa, pero
como esclava que compráis
de aquesta fineza a precio;
porque no habrá para mí,
si es que para mí hay consuelo,
otro alguno, sino sólo
saber que ha de ser mi dueño
cosa tan propia de Carlos;
y así, humilde a esos pies ruego
facilitéis esta dicha.
Y pues os he estado oyendo,
y en la relación que él
de mis fortunas ha hecho
parece que estoy culpada
y que apelación no tengo,
porque a vuestra casa no
llevéis ni aun el más pequeño
escrúpulo de que soy
tan fácil como parezco,
plegue a Dios que él me destruya
con su poder, y los cielos
me falten, si yo a aquel hombre
embozado y encubierto
ocasión le di jamás
para tanto atrevimiento,
si ya no es darle ocasión
a un hombre darle desprecios.
JUAN:
Vuestra hermosura, señora,
al paso que vuestro ingenio,
os acredita conmigo;
y no ya por Carlos quiero
hacer la fineza, si es
fineza la que os ofrezco,
sino por vos. Que la escriba
mi dama a mi hermana quiero
un papel que vos llevéis.
Esperad, que al punto vuelvo.
Vase
LEONOR: Ya,
don Carlos, que ha llegado
el plazo de tus deseos,
pues ya te verás sin mí,
una cosa sola espero
que añadas a las finezas
que hasta este instante te debo.
CARLOS:
Déjame, Leonor, por Dios;
no apures mi sufrimiento,
porque no sé que te adoro
hasta que sé que te pierdo.
Pero dime, ¿qué me quieres
pedir?
LEONOR:
Que si en algún tiempo
te llegare el desengaño
de la culpa que no tengo,
me has de cumplir la palabra
que me diste.
CARLOS:
No sólo eso
ofrezco a ese desengaño,
Leonor, pero hacerte ofrezco
víctima el alma y la vida.
Pero ¿cómo me enternezco
de esta suerte? ¿Tú no eres
la que aquel hombre encubierto
en tu aposento tenías?
Pues ni aun desengaños quiero
tuyos, sino huir de ti,
ya que segura te dejo.
LEONOR:
Vete, vete; que algún día
volverán por mí los cielos.
CARLOS: Si
esa esperanza no hubiera,
me hubiera yo, Leonor, muerto
a manos de mi dolor.
LEONOR: Si
airado una vez, si tierno
otra vez me hablas, ¿por qué,
más al mal que al bien atento,
no te pones de mi parte
y crees, Carlos, que puedo
estar sin culpa?
CARLOS:
Porque
temo que en cualquier suceso
siempre es cierto lo peor.
LEONOR: Pues
yo en mi inocencia espero
que ha de haber suceso en que
no siempre lo peor es cierto.
Vanse. Sale doña BEATRIZ leyendo un papel, y
tras ella INÉS
INÉS:
(Leyendo mi ama un papel, Aparte
tan triste y confusa está
que mil deseos me da
de saber lo que hay en él.
Una vez le aja furiosa,
y al cielo elevada mira,
otra llora, otra suspira.)
BEATRIZ: ¿Hay
suerte más rigurosa?
INÉS:
(A leer vuelve. ¿De qué nace Aparte
ya el agrado y ya el furor?
Sin duda que es borrador
de alguna comedia que hace.)
BEATRIZ:
Bien dicen que una crüel
pluma áspid es de ira lleno,
de quien la tinta es veneno
en las hojas del papel.
Dígalo yo, pues a mí
muerte su traición me dio.
¿Quién creerá mis penas?
INÉS:
Yo.
BEATRIZ:
Inés, ¿tú estabas aquí?
INÉS:
A esta cuadra salí ahora
y, viendo la confusión
que tiene tu corazón,
te he de suplicar, señora,
digas qué causa te obliga
a tan grande extremo.
BEATRIZ:
Es tal
que, por aliviar el mal,
es fuerza que te la diga.
Bien te acuerdas que don Diego
Centellas me galanteó
mucho tiempo.
INÉS:
Sí.
BEATRIZ:
Y que yo,
agradecida a su ruego,
a su amor y a su fineza,
le correspondí.
INÉS:
Muy bien.
BEATRIZ: Bien te
acordarás también
que, aunque es tanta su nobleza,
no se declaró jamás
con mi hermano, hasta salir
con pleito que a seguir
fue a la corte.
INÉS:
Lo demás.
BEATRIZ:
Pues Ginés, un criado suyo,
que de mí obligado vive,
aquesta carta me escribe,
de que claramente arguyo
que, en Madrid enamorado,
el pleito a que fue es de amor.
La carta dirá mejor
su traición y mi cuidado.
"Cumpliendo, señora, con la
obligación de lo que ofrecí, que fue
avisar de todo, hago saber a Vuestra Merced que en
casa de una dama de esta corte dejó por
muerto a mi señor
un caballero de una
herida, de que estuvo dos días sin sentido
y preso. Ya, gracias a Dios, está mejor y
libre, y de partida para esa ciudad, adonde..."
No leo más, porque confieso
que me ahogan las ansias mías.
INÉS:
¿Qué más, señora, querías
leer, después de leído eso?
BEATRIZ:
¿Este es el pleito a que fue
don Diego?
INÉS:
Era necesario;
que siempre es pleito ordinario
de Madrid amor.
BEATRIZ:
No sé
con qué estilos, con qué modos
pueda explicar mi dolor.
INÉS:
Quien vio partir al señor
-- ¡oh, fuego de Dios en todos! --
ofreciendo maravillas,
y como los alfareros
de amor, no sólo pucheros
hacen, sino cantarillas;
y al fin duran sus extremos
hasta que otra cara ven.
Pero, pícaros, también
nosotras lo mismo hacemos.
Y al cabo de la jornada
bien sabe mi santo Dios
que estamos en paz, y no os
quedamos a deber nada.
BEATRIZ:
De rabiosos celos muerta
estoy.
INÉS:
Tienes mil razones.
BEATRIZ: Y durarán
mis pasiones
hasta que... Pero ¿a esa puerta
Inés, no han llamado?
INÉS:
Sí.
BEATRIZ: Pues
llega; mira quién es.
INÉS:
(¡Ay de ti, pobre
Ginés,
Aparte
si otro escribiera de ti
que en Madrid descalabrado
mi casto honor ofendías!)
BEATRIZ: Locas
confusiones mías,
ya que a ver habéis llegado
efectos de una mudanza,
haced, pues todo es del viento,
que me lleve el pensamiento
quien me llevó la esperanza.
Diera, por ver a la dama
que pudo empeñarle así,
el alma y la vida.
Salen INÉS y doña LEONOR vestida pobremente
con manto
INÉS:
Aquí
está; entrad.
BEATRIZ:
Inés, ¿quién llama?
LEONOR:
Quien, si merece, señora,
besar vuestra blanca mano,
podrá desmentir, no en vano,
sus fortunas desde ahora,
pues de su golfo crüel
puerto toma en vuestro cielo.
Arrodíllase
BEATRIZ: Alcese,
amiga, del suelo.
LEONOR:
(¡Que mal me ha sonado el "él"!) Aparte
BEATRIZ:
¿Qué es lo que quiere?
LEONOR:
Este aquí
carta de creencia es.
BEATRIZ: ¿Cúyo es?
LEONOR:
De Violante.
BEATRIZ:
(¡Inés, Aparte
qué buena cara!)
INÉS:
(Así, así.) Aparte
LEONOR:
(Fortuna, ¿a qué más extremo Aparte
puedes haberme traído?
Y aun lo que lloro no ha sido
tanto como lo que temo.)
BEATRIZ:
Violante me escribe aquí,
sabiendo que una criada
que he tenido está casada,
que en su lugar...
LEONOR:
(¡Ay de mí!) Aparte
BEATRIZ:
...la reciba, porque tiene
bastante satisfacción
que su virtud y opinión
a mi servicio conviene;
de que agradecida quedo
a la intercesión.
LEONOR:
Los pies
me da otra vez.
BEATRIZ:
¿De dónde es?
LEONOR: Soy
de tierra de Toledo.
BEATRIZ:
Pues ¿a qué a Valencia vino?
LEONOR: Con
una dama, señora,
de la virreina, que ahora
ha muerto. Y así previno
mi suerte buscar a quien
servir pueda en la ciudad.
BEATRIZ: Su buena
gracia, en verdad,
y su persona también
me agradan. ¿De qué servía?
LEONOR: De
doncella de labor.
INÉS:
(Eso sí; que fuera
error
Aparte
esotra doncellería.)
LEONOR:
Yo la tocaba, y no dudo
que daros
gusto sabré
en esta parte, porque
abril inventar no pudo
flor que yo de tal manera
no imite, que ese cabello
competir hermoso y bello
le haré con la primavera.
Enaguas, valonas, tocas
no habrán menester salir
de casa para lucir;
pues como yo sabrán pocas
aderezallas ni hacellas
del uso que más se tray.
No hay labor blanca, no hay
puntas sutiles y bellas
que no haga con perfección
tanta que dirás, no en vano,
que allí no anduvo la mano
sino la imaginación.
Bordo razonablemente
broca, cañamazo y gasa.
BEATRIZ: Lo que ha
menester mi casa
me ha venido cabalmente;
y así puede desde luego
quedarse en casa; que aunqué
dueño mío y de ella fue
mi hermano, a dudar no llego
que, siendo esto gusto mío,
él no lo embarazará.
LEONOR: Que
no se disgustará,
señora, en quien es confío;
que hacer a un triste feliz
es de nobles como él.
BEATRIZ: ¿Cómo se
llama?
LEONOR:
Isabel.
BEATRIZ: Quítese
el manto.
Sale don JUAN
JUAN:
¡Beatriz!
BEATRIZ:
¡Hermano don Juan!
JUAN:
¿Qué hacías?
BEATRIZ: Una
fineza por ti
haciendo estoy.
JUAN:
¿Cómo así?
BEATRIZ: Porque
sabiendo que habías
de agradecer, como amante,
dar gusto a tu dama bella,
recibí aquesa doncella,
por ser cosa de Violante.
JUAN:
La buena cortesanía
y la malicia agradezco.
A LEONOR
Y así esta casa os ofrezco,
por vos y quien os envía;
porque si para los dos
tal encomienda traéis,
vos a Beatriz serviréis,
pero yo
os serviré a vos.
LEONOR:
Guárdeos el cielo, señor,
por la merced que me hacéis.
En mí una esclava tendréis.
JUAN:
(¿Qué te parece,
Leonor,
Aparte
de la casa y Beatriz bella?)
LEONOR: (Que
solamente con
esto Aparte
que hoy la he debido, se ha puesto
en paz conmigo mi estrella.)
JUAN:
Beatriz, hablarte quisiera
en una cosa que hoy
por mí has de hacer.
BEATRIZ:
Tuya soy.
Idos las dos allá fuera.
Hablan don JUAN y doña BEATRIZ en
secreto
INÉS:
Usted, señora Isabel,
me conozca por crïada,
por amiga y camarada;
que uno y otro seré fiel,
como su mucho valor
solamente haga una cosa.
LEONOR: ¿Qué
es?
INÉS:
No serme escrupulosa
en un tantico de amor.
LEONOR:
Esa caduca costumbre
ya espiró. Y si verdad digo,
también traigo yo conmigo
mi poca de pesadumbre.
INÉS:
Como eso tu voz me diga,
desde
aquí de mejor gana
seré amiga más que hermana.
LEONOR:
Y yo hermana más que amiga.
(¡Que hable yo así! Cielos, ¿quién Aparte
aquesto creerá de mí?)
Vanse las dos
BEATRIZ:
¿Carlos en Valencia?
JUAN:
Sí;
mas publicarlo no es bien,
porque de secreto pasa
a Nápoles; y esto ha sido
causa de que no ha venido
a servirse de esta casa.
Mas vendrá al anochecer
a verte, y lo que quisiera
que por mí tu amor hiciera
es prevenir y tener
algún regalo que hacelle.
BEATRIZ: Digo que
yo trastearé
mis escritorios; veré
qué hay en ellos que ofrecelle;
que, aunque estoy desalhajada,
para cosas semejantes
habrá bolsas, lienzos, guantes;
y de la ropa excusada
que hay por estrenar, verás
un azafate que creo
que le acredite el deseo.
JUAN:
Notable gusto me das.
BEATRIZ:
Esto y la cena de mí
fía.
JUAN:
Pues
yo vuelvo luego.
Adiós.
BEATRIZ:
(¡Oh traidor don Diego, Aparte
quién se vengara de ti!)
Vase
JUAN:
A Carlos quiero avisar
el efecto que ha tenido
el papel; y aunque haya sido
su mayor cuidado estar,
lo que ha que está, tan secreto
que ninguno puede velle,
esta noche he de traelle
conmigo a casa.
Vase. Salen don DIEGO y GINÉS, de camino
DIEGO:
En efeto
gran gusto es volver un hombre
a ver la patria, Ginés.
GINÉS:
Y más cuando ha estado tan
a pique de no volver.
DIEGO:
Convaleciente me vi
y libre apenas, porqué
contra mí no hubo querella,
cuando al instante traté
de ausentarme de Madrid,
por el recelo de que
los parientes de Leonor
muerte a su salvo me den.
GINÉS:
Si esto de morir es burla
pesada para una vez,
¿qué será para dos veces?
Tú hiciste, señor, muy bien.
DIEGO:
¿No es don Juan aquél que sale
de su casa?
GINÉS:
Sí.
DIEGO:
Ginés,
todo parece que hoy
me va sucediendo bien.
GINÉS:
Pues ¿qué maula te has hallado?
DIEGO:
¿Es poca dicha saber
que, estando ahora don Juan
fuera de casa, podré
ver a Beatriz?
GINÉS:
¿De Beatriz
te acuerdas?
DIEGO:
¿Cuándo olvidé
yo su gran belleza?
GINÉS:
Cuando
por otra, que yo miré,
te dieron en la cabeza,
o de tajo o de revés,
un tanto con que por tanto
no vuelves acá otra vez.
DIEGO:
Eso de servir un hombre
en ausencia otra mujer
es licencia concedida
al amante más fïel.
GINÉS:
Lo mismo hacen ellas.
DIEGO:
Llega,
y pregunta por Inés
y dila que estoy yo aquí...
y advierte una cosa...
GINÉS:
¿Qué?
DIEGO:
Que del pasado suceso
a nadie noticia des,
y más en cas de Beatriz.
GINÉS:
¿Eso había yo de hacer?
Cree que hoy no sabrá de mí
más de lo que supo ayer,
que no la vi de mis ojos.
DIEGO:
Llega, pues; llama.
Llama GINÉS a la puerta. Sale INÉS
INÉS:
¿Quién es?
GINÉS:
Señora Inés, un criado
de toda vuesa merced,
que tan amante y rendido
se viene como se fue.
INÉS:
¡Ginés mío! ¿No me das
un abrazo?
GINÉS:
Y dos y tres;
que no soy yo miserable.
INÉS:
¿Cómo has venido?
GINÉS:
Después
lo sabrás muy por extenso;
que no hay tiempo ahora, porqué
mi señor te quiere hablar.
INÉS:
Luego ¿ha venido también?
DIEGO:
Sí, Inés, y con mil deseos
de verte a ti y de saber
cómo está Beatriz.
INÉS:
Pues buena
la hallarás, sabiendo...
Sale BEATRIZ
BEATRIZ:
Inés,
¿quién llamaba, que con tanta
conversación estás?
DIEGO:
Quien
peregrino y derrotado
de la tormenta crüel
de una ausencia en que, rendido
el zozobrado bajel
de amor a uno y otro embate,
sufrió uno y otro vaivén,
hasta que, tranquilo el mar,
con el bello rosicler
de los amigos celajes,
toma puerto a vuestros pies,
adonde consagra humilde
la tabla, que tumba fue
en el templo de su amor,
al ídolo de su fe.
BEATRIZ:
(¡Que mientan así los hombres! Aparte
Mas disimular es bien.)
Aunque más, señor don Diego...
pero luego os lo diré.
(Inés, mira que no
salga
Aparte
a aquesta cuadra Isabel;
que no es bien que el primer día
mis penas sepa.)
INÉS:
(Haces bien.) Aparte
Ginés, después nos veremos.
GINÉS:
Como nos veamos después,
yo haré verdad el refrán
de "un poco te quiero, Inés."
Vase INÉS
BEATRIZ: Aunque
más, señor don Diego,
-- vuelvo a decir otra vez --
(¡Qué mal se encubre el dolor!) Aparte
encarezcáis ni pintéis
de la ausencia las tormentas,
significar no podréis
las que he padecido yo,
siempre amante y siempre fiel.
DIEGO:
(¡Albricias, que nada sabe!) Aparte
GINÉS:
(¿Cómo lo había de
saber?) Aparte
BEATRIZ: ¿Cómo en
la corte os ha ido?
DIEGO:
Como ausente de vos, pues
no hay gusto en ausencia amando,
si no es uno.
BEATRIZ:
¿Cuál?
DIEGO:
Volver
a vista de lo que se ama.
BEATRIZ: (¡Que
falso conmigo esté!
Aparte
Un áspid tengo en el pecho
y en la garganta un cordel.)
¿En qué estado el pleito queda?
DIEGO:
Como estaba le dejé,
porque mi poca salud
me trae a convalecer.
BEATRIZ: ¿De qué
achaque?
DIEGO:
De no veros.
BEATRIZ:
Pues ¿no hay en Madrid que ver?
¿No son bizarras sus damas?
DIEGO:
Como a ninguna miré,
no puedo dar voto en ellas.
BEATRIZ: ¿Ninguna?
DIEGO:
Di tú, Ginés,
la fineza que en mí viste.
GINÉS:
Tanta fineza vi en él
que le vi muerto de amor.
BEATRIZ:
Sí; mas no dices de quién.
DIEGO:
¿Quién fuera, que tú no fueras?
BEATRIZ:
Luego ¿vos no sois aquél
que, trocando en criminal
el civil pleito a que fue,
a sala de competencias
le llevasteis, donde, al ver
en estrado, no en estrados,
vuestra causa una mujer,
en vista os condenó a muerte,
de que ministro crüel
fue cierto competidor?
GINÉS:
(¿Cómo lo había de saber? Aparte
¡Hémosla hecho buena!)
DIEGO:
(¡Muerto Aparte
estoy!)
GINÉS:
(¿Qué
miras? Aun bien Aparte
que yo no he hablado palabra.)
DIEGO:
(¿Qué es esto que escucho?) Aparte
GINÉS:
(Es Aparte
tu suceso de "pe" a "pa,"
sin quitar ni sin poner.)
BEATRIZ: Todo se
sabe, don Diego;
y pues las razones veis
que tengo para ofenderme
de un traidor, aleve, infiel,
falso, engañoso, inconstante,
atrevido y descortés,
que me pasa por finezas
los agravios, no me habléis
otra vez en vuestra vida,
si no intentáis que otra vez
os dé a entender mi valor,
que hay en Valencia también
dama por quien pueda darse
la muerte a un hombre sin fe.
DIEGO:
Mirad...
BEATRIZ:
Mirad vos, don Diego,
que es tarde, y no será bien
que me cueste hoy el pesar
más que me costó el placer.
Idos pues.
DIEGO:
Hasta dejaros
desengañada de que...
JUAN:
¿Cómo no hay aquí una luz? Dentro
BEATRIZ: ¡Ay
infeliz! Este es
mi hermano.
GINÉS:
Pues ¿el hermano
cómo lo había de saber?
Sale INÉS
INÉS:
Señora, mi señor sube.
DIEGO:
¿Qué quieres que haga?
BEATRIZ:
No sé.
INÉS:
Yo sí. Entrad en esta cuadra,
donde escondidos estéis
hasta que podáis salir.
BEATRIZ: ¡Qué
infeliz soy!
INÉS:
Entrad pues.
GINÉS:
Yo tomo de buen partido
que dos mil palos me den.
Escóndense don DIEGO y GINÉS
BEATRIZ: Cierra la
puerta hacia acá,
porque no los puedan ver.
INÉS:
Ya está la puerta cerrada.
JUAN:
Siendo ya al
anochecer,
Dentro
¿no hay luces en casa?
Salen don JUAN y don CARLOS por una puerta, y
doña LEONOR con luces por otra
LEONOR:
Aquí
las luces están.
CARLOS:
(Al ver Aparte
que es quien trae la luz Leonor,
ciego con la luz quedé.)
A BEATRIZ
Dadme, señora, a besar
la mano, si merecer
(¡Ay Leonor! ¿Tú en este estado?) Aparte
puedo tanta dicha.
BEATRIZ:
Aunqué
con rendimientos, don Carlos,
desenojarme intentéis
del agravio que a esta casa
habéis hecho, no podréis.
CARLOS: Ya
de ese agravio, señora,
con don Juan me disculpé.
El me disculpe con vos,
pues ya lo estoy yo con él.
Y aunque a vuestra casa hoy
no vengo a honrarme, creed
que en ella, para serviros,
mi alma y vida tenéis.
JUAN:
Ya tengo dicho a mi hermana
las razones que tenéis
para no honrarnos despacio.
BEATRIZ: Pues ya
que de paso es
la dicha, dadme licencia
a que de paso también
os sirva como pudiere,
mal prevenida mi fe.
Aquí no estáis bien; entrad
en mi cuarto. ¡Hola, Isabel!
Alumbra a mi primo. (¡Cielos,
Aparte
lástima de mí tened.)
Vase
LEONOR:
Supuesto, señor don Carlos,
que he llegado a merecer
serviros hoy, ¿qué mayor
dicha, qué mayor placer?
CARLOS:
¡Ay, Leonor! Si yo pudiera
dejarte servida, cree
que no quedaras sirviendo.
LEONOR: Yo
quedo, Carlos, más bien
que merezco, pues que soy
tan desdichada mujer
que no merezco de ti
que algún crédito me des.
CARLOS:
¿Creyó alguno lo que oye
primero que lo que ve?
LEONOR:
Sí.
CARLOS:
Pues hizo mal.
JUAN:
Mirad
que con extremos no deis
alguna sospecha en casa.
CARLOS:
¿Quién puede dejar de hacer
extremos, viendo a Leonor
en el traje de Isabel?
Vanse todos menos INÉS. Salen al paño GINÉS
y don DIEGO
GINÉS:
Inés, ¿podremos salir?
INÉS:
No, que están al paso.
GINÉS:
Pues
¿qué hemos de hacer?
INÉS:
Esperar
que el huésped se vaya.
GINÉS:
¿Quién
es este huésped?
INÉS:
Un primo
de casa. Yo volveré
a sacaros; y si cierra
mi amo la puerta, saldréis,
cuando ya esté recogido,
por ese balcón.
GINÉS:
¿Bal-qué?
INÉS:
Balcón.
GINÉS:
Por no saltar yo,
aun no danzo el salterén.
Inés,
disponlo de suerte
que yo salga por mi pie,
si es posible.
DIEGO:
De cualquiera
suerte lo dispon, Inés.
GINÉS:
Como tú ya estás, señor,
enseñado a que te den,
piensas que el salir no es nada.
INÉS:
Cerrad la puerta y no habléis.
DIEGO:
Quién se vio en igual aprieto?
GINÉS:
Yo, sin qué ni para qué.
INÉS:
Gran cochiboda hay en casa.
¡Quiera Dios
que pare en bien!
FIN DE LA PRIMERA JORNADA