JORNADA SEGUNDA
Salen don CARLOS y FABIO
CARLOS:
¿Está todo prevenido?
FABIO:
Ya la ropa y las maletas
tengo aparejadas, sólo
falta que las postas vengan.
CARLOS: Más
falta.
FABIO:
¿Qué es?
CARLOS:
Que don Juan
que hoy he de partirme sepa,
para que de él me despida.
FABIO:
Pues ¿no sabe que hoy te ausentas?
CARLOS: No;
ni él ni Leonor lo saben;
que anoche aun no tenía esta
resolución.
FABIO:
Pues yo iré
a avisarle.
CARLOS:
Aguarda, espera;
que él parece que ha tenido
de mi pensamiento nuevas,
pues a la posada viene
antes casi que amanezca.
Sale don JUAN
¿Tan de mañana, don Juan?
Pues ¿qué madrugada es ésta?
JUAN:
Lo mismo puedo deciros.
¿Dónde vais con tanta priesa?
CARLOS:
Anoche, cuando volví
de vuestra casa, en aquesta
posada supe que hay
en Vinaroz dos galeras
de Italia, y perder no quiero
la ocasión de irme con ellas,
porque no veo la hora
de hacer de Leonor ausencia;
que, aunque yo por verla muero,
muero también por no verla.
Y ya que queda segura,
tengo por la acción más cuerda
volver a todo la espalda.
Y así, con vuestra licencia,
don Juan, pienso partir hoy.
JUAN:
Si yo, don Carlos, pudiera
o concederla o negarla,
fuera muy gran conveniencia
de mi dolor poder antes
negarla que concederla.
CARLOS:
¿Cómo?
JUAN:
Como me importara
deteneros en Valencia
unos días alma y vida.
CARLOS:
¡Fabio!
FABIO:
¿Señor?
CARLOS:
Cuando vengan
las postas, despediráslas.
Vase FABIO
Ved, don Juan, con cuánta priesa
son vuestros preceptos, antes
que preceptos, obediencias.
¿Qué hay de nuevo?
JUAN:
¿Estamos solos?
CARLOS: Sí.
JUAN:
Pues cerrad esa puerta.
Cierra la puerta don CARLOS
CARLOS: Ya
lo está. ¿Qué es esto?
JUAN:
Es
una desdicha, una pena
tan grande, Carlos, que solo
vos podéis de mi saberla
como mi amigo, porque
soy mitad del alma vuestra,
y como mi sangre, Carlos,
por ser en los dos la mesma.
Mirad cuánto de un día a otro
muda la inconstante rueda
de la fortuna las cosas.
Ayer en vuestras tragedias
venisteis de mí a valeros,
y hoy en las mías es fuerza
que yo me valga de vos.
¡Oh cuán villana, cuán necia
es mi desdicha, pues cobra
con tanta priesa la deuda!
CARLOS:
¿Desde anoche acá hubo causa
que a tan grande extremo os mueva?
JUAN:
Después que anoche salisteis
de mi casa, porque en ella
ni vos quisisteis quedaros
ni yo quise haceros fuerza,
y después que con instancias
no dejasteis que viniera
con vos, traté recogerme;
y recorriendo las puertas
de mi casa, que es en mí
costumbre y no diligencia,
en mi cuarto me entré, donde
mil ilusiones diversas
me desvelaron -- de suerte
que entre confusas ideas
apenas dormir quería,
cuando dispertaba a penas --
cuando oigo -- ¡tiemblo al decirlo! --
que en una cuadra de afuera
una ventana se abría.
Presumiendo que por ella
alguna criada hablaba,
quise averiguar quién era,
abriendo, sin hacer ruido,
de mi ventana la media;
pues, oyendo una razón
o tomando alguna seña,
sin escándalo podía
poner en el daño enmienda.
A nadie en la calle vi,
con que casi satisfechas
mis
dudas se persuadieron
a que el viento hacer pudiera
el ruido. Pero ¡qué poco
dura el bien que un triste piensa!
Pues por el balcón a este
tiempo vi que se descuelga
un hombre. Acudí volando
a tomar una escopeta,
y por prisa que me di,
ya otro y él daban la vuelta
a la calle, a cuyo tiempo
cerraron, porque aun aquella
o tibia o fácil o vana
imaginación siquiera
de que eran ladrones no
me quedase, viendo que eran
cómplices del hurto iguales
los que huyen y el que cierra.
Quise arrojarme tras ellos,
mas, viendo con cuánta priesa
y ventaja iban, hallé
que era inútil diligencia.
Conocer quién era quise
la que vestida y despierta
a aquellas horas estaba,
y abriendo -- ¡ay de mí -- la puerta
de mi cuarto, el de mi hermana
cerrado hallé; de manera
que llamar a él no era más,
pues todas en mi presencia
habían de alborotarse,
que, equivocando las señas,
el semblante de la culpa
ponérsele a la inocencia
y advertir para adelante;
siendo la acción menos cuerda
que hace un ofendido, cuando
no está en términos la ofensa,
darla a entender con decirla
para no satisfacerla.
Yo no he de hacer en mi casa
novedad; de la
manera
que hasta aquí me vieron todos
me han de ver, tan sin sospecha
que hasta mi mismo semblante
sabré hacer que el color mienta.
Pero para este recato
tener un amigo es fuerza
afuera, si estoy en casa,
o en casa, si estoy afuera.
Pues si he de fiarme de otro,
¿de quién con mayor certeza
que de vos que, como dije,
sois mitad del alma mesma,
y como deudo y amigo
os toca tanto mi afrenta?
Y así, para averiguarlo,
oíd lo que mi pecho intenta.
Dentro de mi cuarto yo
tengo
una cuadra pequeña
con libros y con papeles,
donde jamás sale o entra
criado alguno. Aquí escondido,
don Carlos...pero a la puerta
llaman.
Llaman dentro
CARLOS:
Esperad. ¿Quién es?
FABIO:
Yo soy, señor; abre
apriesa.
Dentro
CARLOS: Si
ves que tengo cerrado,
¿por qué llamas?
Sale FABIO
FABIO:
Porque sepas
una grande novedad,
de que importa darte cuenta.
CARLOS: ¿Qué
es?
FABIO:
Estando de esta casa
esperándote a la puerta,
llegó de camino el padre
de Leonor, a ver si en ella
posada había.
CARLOS:
¿Qué dices?
FABIO:
Lo que he visto; considera
si es cosa para que oculta
un instante te la tenga,
y más habiéndole dicho
que sí, y apeádose ahí fuera,
donde te ha de ver, si sales.
CARLOS: ¿Hay
desdicha como ésta?
Sin duda en mi seguimiento
y de Leonor a Valencia
viene.
JUAN:
¿Conóceos él?
CARLOS:
Sí.
JUAN:
Pues mira tú cuándo pueda
A FABIO
salir de aqueste aposento
don Carlos, sin que le vea,
y avisa.
FABIO:
Ahora podrá;
que él en el cuarto se entra
que le han dado.
JUAN:
Pues salgamos
de aquí una vez; que allá fuera
veremos qué hemos de hacer.
CARLOS:
Salgamos, don Juan, apriesa.
JUAN:
Vamos a mi casa, adonde
ya es de los dos conveniencia
estar en ella escondido.
CARLOS: ¡Qué
de temores me cercan!
JUAN:
¡Qué de cuidados me afligen!
CARLOS: ¡Ay,
Leonor, lo que me cuestas!
Vanse. Salen doña BEATRIZ e INÉS
BEATRIZ:
Inés, nada me digas;
que a más dolor mi sentimiento obligas.
INÉS:
Pues, habiendo salido
del empeño de anoche tan
sin ruido
que, sin que en casa nadie lo sintiera,
a don Diego y Ginés echamos fuera,
¿qué es lo que ahora te aflige?
BEATRIZ: Tú de mi
llanto mi pasión colige.
¿Qué importa que
saliesen,
sin que mi hermano ni Isabel los viesen,
si después mis desvelos
quedaron sin temor, mas no sin celos?
¿Viste, Inés, en tu vida
desvergüenza mayor que la fingida
confianza y tristeza
con que a significarme la fineza
que ausente había tenido
llegó don Diego, habiendo yo sabido
cuanto le había pasado
en Madrid, de otra dama enamorado?
INÉS:
Él no nos oye ahora,
y así por él he de volver, señora.
¿Qué querías que hiciera
en Madrid, que es el centro y es la esfera
de toda la lindura,
el aseo, la gala y la hermosura,
un caballero mozo
que le apunta el dinero con el bozo
y está, cuando más ama,
cincuenta y tantas leguas de su dama?
Ya pagó su pecado
bastantemente en cas de aquella moza,
puesto que, sin venir de Zaragoza,
vino descalabrado;
y así, aunque Amor en tu opinión le culpa,
en la mía la ausencia le disculpa.
BEATRIZ: No son
mis celos, no, tan poco sabios
que no sepan, Inés, que los agravios
que tocan en el gusto y no en la fama
tienen perdón en quien de veras ama;
y si verdad te digo,
diera por verle disculpar conmigo...
No sé lo que me diera.
¡Loca estoy, muerta estoy!
INÉS:
Aguarda, espera;
que si ése es tu deseo,
yo te lo cumpliré, pues nada creo
que embarazarnos puede
que, cuando te entre a ver, aquí se quede.
No hay ya que hacer extremos,
pues que la escapatoria [nos] sabemos.
BEATRIZ: Sí, pero
no quisiera
que mi amor tan rendido conociera,
Inés, que imaginase
que yo sobre mis quejas procurase
a sus disculpas la ocasión.
INÉS:
A todo
remedio hay.
BEATRIZ:
¿De qué modo?
INÉS:
De este modo;
yo le diré que estás tan enojada,
tan ofendida y tan desesperada
que una y doscientas veces me has mandado
no admitir papel suyo ni recado;
mas que, no obstante, sólo por hacelle
gusto, me he de atrever...
BEATRIZ:
¿A qué?
INÉS:
A
ponelle
donde te pueda hablar; con que consigo
tres cosas: la una, que él se vea contigo;
la otra, que tú rogarle no parezca;
y la otra, que él a mí me lo agradezca.
BEATRIZ: Inés, yo
estoy celosa; cuerda eres;
harto he dicho; haz tú allá lo que quisieres;
y en esta parte más no discurramos,
porque Isabel no entienda lo que hablamos.
Sale doña LEONOR con unos lazos en una bandeja
LEONOR:
Aquestas son, señora,
las flores que mandaste hacer.
BEATRIZ:
Ahora
gusto, Isabel, no tengo para nada;
yo las veré después.
LEONOR:
¡Qué poco agrada
quien sirve sin estrella!
BEATRIZ: Menos agrada
quien amó sin ella.
Vase
LEONOR: ¿Qué
es esto, Inés? ¿Qué tiene nuestra ama?
INÉS:
Esto es, amiga, reventar de dama.
Tiene una hipocondría
con que de una hora a otra cada día
muda mil pareceres.
Oye, ve y calla, si agradarla quieres.
Vase
LEONOR:
Harto oigo y harto veo
y harto callo también. Loco deseo,
¿para qué neciamente
persuadirme procuras que aquí, ausente
de mi casa, mi patria y padre, puedo
perder ya más a mi desdicha el miedo,
si está tan cerca el daño
que es locura aguardar el desengaño,
y me pone tan lejos la esperanza
que es locura tener la confïanza
en lo instable del tiempo? Pues decía
uno que enfermo de mi mal estaba:
"¡Ay triste del que fía
su cura al tiempo!," porque examinaba
que es remedio, aunque sabio, tan incierto
que ya el mal le había muerto
cuando a curarle el médico llegaba,
matando mil para uno que sanaba.
¿Quién jamás se habrá visto
-- ¡mal el dolor, mal la pasión resisto! --
en tan mísero estado
como yo, sin haber -- ¡ay de mí! -- dado
ocasión a fortuna tan tirana,
pues nunca fue...?
Sale don JUAN
JUAN:
Isabel, ¿qué hace mi hermana?
LEONOR: En
su cuarto, señor, -- ¡oh pena fuerte! --
está.
JUAN:
Pues hablaréte de otra suerte,
si sola estás. ¿Qué hacías, Leonor bella?
LEONOR: Lo
que siempre: quejarme de mi estrella.
¿Has visto a Carlos?
JUAN:
Sí; porque no fuera
justo...
LEONOR:
¿Qué?
JUAN:
Que sin verle se partiera.
LEONOR:
Luego ¿ya se ha partido?
JUAN:
Sí, Leonor.
LEONOR:
¿Sin haberse despedido
de mí? ¡Qué poco a sus finezas debo!
JUAN:
No, Leonor, con afecto ahora nuevo
dejes tu entendimiento
fácilmente llevar del sentimiento.
Yo estoy en guarda tuya,
y no sin causa tu discurso arguya
que, de mí defendida,
por ti he de aventurar honor y vida.
LEONOR: No
dudo esa fineza
de tu valor, tu sangre y tu nobleza;
y porque sepas cuánto, don Juan, fío
de tan hidalgo y noble ofrecimiento,
puesto que el pecho mío
no es posible negarse al sentimiento,
dame, señor, licencia
para que en tanta pena, en dolor tanto
me retire a llorar de tu presencia;
que no es razón que descortés mi llanto
pierda a tus confïanzas el decoro.
No llore yo, sabiendo tú que lloro.
Vase
JUAN:
(¡Qué cuerdamente decía Aparte
aquel sabio que entre el ver
padecer y el padecer
ninguna distancia había!
Díjela que se había ido
Carlos, que encerrado ya
dentro de mi cuarto está,
porque él y yo hemos querido
que nadie sepa este grave
empeño; porque en efeto
ninguno guarda un secreto
mejor que el que no le sabe.
Fuera de que, estando aquí
hoy el padre de Leonor,
para todos es mejor.)
¡Carlos!
Sale don CARLOS
CARLOS:
¿Estáis solo?
JUAN:
Sí;
que no entrara acompañado.
CARLOS:
¿Habéis hablado a Leonor?
JUAN:
Sí, Carlos; y de su amor
y de su virtud me han dado
bastante satisfacción
sus lágrimas. Ha sentido
pensar que os habéis partido
con tan discreta pasión
que he llegado a persuadirme,
aunque el indicio la culpa,
que ella está, Carlos, sin culpa.
CARLOS: Poco
tenéis que decirme
en eso; pero aunque yo
el desengaño deseo,
mientras no le toco y veo,
¿tengo de creerle?
JUAN:
No.
CARLOS:
Luego hablar de él es error,
supuesto que en mis recelos
han de ir borrando los celos
cuanto pintare el amor.
¿Dijisteis que había venido
su padre?
JUAN:
No; que no fuera
justo que más la afligiera
de lo que está.
CARLOS:
Bien ha sido.
¿Y qué mandasteis a Fabio?
JUAN:
Que en la posada esté, pues
él conocido no es,
para que leal y sabio
siempre a la mira estuviese
del padre, y que procurase
penetrar cuanto intentase.
CARLOS:
Medio muy frívolo es ése;
que claro es que él no dirá
a nadie a lo que ha venido.
JUAN:
Con todo eso... Mas ¿qué ruido
es éste?
Dentro hay ruido, y don CARLOS mira por la
cerradura de la puerta
CARLOS:
Ser cierto ya,
don Juan, el lance mayor
que sucedernos pudiera.
Quien sube por la escalera
es el padre de Leonor.
JUAN:
¿Qué decís?
CARLOS:
Que yo
por esa
llave le vi y conocí.
JUAN:
¿El padre de Leonor?
CARLOS:
Sí.
JUAN:
Pues retiraos apriesa
vos a esa cuadra, que yo
a recibirle saldré,
y lo que intenta sabré.
CARLOS:
Deteneos, eso no;
que no es, adonde Leonor
y yo estamos, venir él
lance tan poco crüel
que permita mi valor
dejaros.
JUAN:
Pues siempre os queda
libre el paso a acción igual,
no anticipemos el mal;
dejémosle que suceda.
Escuchémosle primero;
retiraos de aquí.
CARLOS:
Sí haré;
pero a la mira estaré.
Escóndese; abra la puerta don JUAN, y sale
don PEDRO, vestido de camino
JUAN:
¿A quién buscáis, caballero?
PEDRO:
Suplícoos que me digáis,
pues por caballero os toca
honrarme, si don Juan Roca
en casa está.
JUAN:
¿Qué mandáis?
Que yo don Juan Roca soy.
PEDRO:
Que vuestros brazos me deis,
pues que vos sólo podéis
ser de mis fortunas hoy
puerto, a cuya confianza
todas mis penas entrego,
cuando a vuestra casa llego
a lograr una esperanza,
seguro
de que ha de hallar
mi infeliz tirana estrella
todo cuanto busco en ella.
CARLOS:
(¿Qué más se ha de declarar?) Al paño
JUAN:
(Sin duda que ya ha sabido Aparte
que don Carlos y Leonor
están aquí.) Yo, señor,
a mi suerte agradecido
estoy, cuando así me honráis.
Pero es fuerza padecer
mil dudas hasta saber
quién sois y qué me mandáis.
PEDRO:
Sentaos y quién soy, señor,
de aquésta sabréis primero;
Dale una carta
luego sabréis lo que espero
fïar de vuestro valor.
JUAN:
Del marqués mi señor es
la carta. (¡Dudando estoy!) Aparte
PEDRO:
Leed, sabréis de ella quién soy,
y mi pretensión después.
JUAN:
"El señor don Pedro de Lara, mi pariente y
amigo, va a esa ciudad en seguimiento de un hombre
de quien importa a su honor satisfacerse. Mi poca
salud no me da lugar a acompañarle, pero
fío que, donde vos estáis, no le
hará falta mi persona. Y así os
pido, que su ofensa es mía y su
satisfacción corre por mi cuenta. Dios os
guarde. El Marqués de Denia."
Lo que me escribe el marqués
mi señor habéis oído;
lo que yo respondo a esto
es que aquí para serviros
me tenéis a todo trance.
PEDRO:
¡Guárdeos Dios! que así lo fío
de las noticias que traigo
y de las partes que miro
en vos, con cuyo resguardo
solo y secreto he venido,
en confïanza no más
desa carta; porque dijo
el marqués que en vos tendría
mi honor valedor y amigo
por muchas obligaciones
que a su casa habéis tenido.
JUAN:
Todas las confieso, y todas
veréis en vuestro servicio
empleadas igualmente.
Pero para esto es preciso
saber, señor, la ocasión
que a Valencia os ha traído.
(Apuremos de una
vez
Aparte
todo el veneno al peligro.)
PEDRO:
Yo lo diré, si es que yo
puedo acabarlo conmigo.
Noble soy, don Juan, y
sobre
ser noble estoy ofendido.
Mi enemigo está en Valencia;
tras él vengo; harto os he dicho.
JUAN:
Y yo lo he entendido todo
tan bien ya como vos mismo.
PEDRO:
Discreto sois, y así sólo
quiero que estéis prevenido
para cuando yo os avise
de que de vos necesito.
Levántase
JUAN:
Esperad; que falta más.
PEDRO:
Decid ¿qué falta?
JUAN:
Advertiros
de que yo tengo en Valencia
deudos, parientes y amigos;
y así, sin saber quién es,
don Pedro, vuestro enemigo,
ni el marqués puede mandarme
cosa contra el valor mío,
ni yo ofrecer favor que
resulte contra mí mismo.
PEDRO:
De vuestra sangre y cordura
ha sido reparo digno
y, aunque sea contra mí,
os lo agradezco y estimo;
y para que no dejemos
el escrúpulo indeciso,
¿qué tenéis con un don Diego
Centellas?
JUAN:
Ser conocido
mío no
más.
CARLOS:
(Éste es Aparte
aquel competidor mío.)
PEDRO:
Según eso, ya el reparo
es ninguno.
JUAN:
Así lo afirmo.
PEDRO:
Pues éste una noche -- ¡ay triste!
¡con qué dolor lo repito! --
quedó por muerto en mi casa,
con que no pudo mi brío
satisfacerse; que fuera
villano rencor, indigno
de mi valor, emplear
en un cadáver los filos
de mi vengativo acero;
pero no tan vengativo
que vida no diera muerto
a quien diera muerte vivo.
Llegó justicia, y yo alcé
la mano al instante mismo
a venganzas y querellas,
porque no fuera bien visto
que hombre como yo tratara
de vengarse por escrito.
Entre el alboroto huyó
una hija mía... Al decirlo
me embaraza la vergüenza.
¡Mal haya el primero que hizo
ley tan rigurosa, pacto
tan vil, duelo tan impío,
y entre el hombre y la mujer
un tan desigual partido
como que esté el propio honor
sujeto al ajeno arbitrio!
Huyó, digo, de mi casa,
y aunque de aqueste delito
fueron dos los agresores,
a este con dos causas sigo.
La primera, que no sé
del otro; y así es preciso
que aquél, de quien sé primero,
pruebe primero el castigo.
La segunda, que, viniendo
ahora por el camino,
que un caballero venía
recatado y prevenido
con un criado y una dama
en mil posadas me han dicho;
y por las señas es ella;
que, habiendo él convalecido
y ella faltado, es muy fácil
presumir que se ha valido
de él en su fuga; y así,
con este segundo indicio,
más irritado le busco
y más osado le sigo,
para que así se reparen
las ruinas del edificio
de mi honor, que está por tierra,
o para que vengativo
haga que aun éstas no queden,
sin que los incendios vivos
de mi pecho les abrasen.
Y pues mi agravio os he dicho,
y ya no hay inconveniente
en ayudar mis designios,
después volveré a buscaros;
que ahora de vos me retiro
a hacer otra diligencia
de que os vendré a dar aviso,
como a quien ya desde aquí
mi amparo ha de ser y asilo,
no tanto porque a ello os mueva
la carta que os he traído,
cuanto por la obligación
en que os pone haberme visto
dar lágrimas a la tierra
y dar al cielo suspiros.
Vase. Sale don CARLOS
CARLOS:
¿Quién en el mundo se vio
en las dudas que me miro?
JUAN:
Vamos recorriendo, Carlos,
lo que nos ha sucedido.
CARLOS: Vos
tenéis en vuestra casa
a la dama de un amigo.
JUAN:
Hija de un hombre que hoy
a valer de mí se vino.
CARLOS: El
amigo está también
en vuestra casa escondido.
JUAN:
Y a efecto de que me ayude
a vengar agravios míos.
CARLOS: El
enemigo que aquél
busca es también mi enemigo.
JUAN:
Y yo, de todos prendado,
no sé a qué me determino;
de Leonor, porque es mujer;
de vos, porque sois mi primo;
por el marqués, de
don Pedro;
y de mi honor, por mí mismo.
¿Qué puedo hacer?
CARLOS:
Resolveros
a que el tiempo ha de decirlo,
obrando en los lances como
se vinieren sucedidos.
JUAN:
Pues si habemos de esperarlos,
Carlos, no hay que prevenirlos;
que ellos vendrán; y hasta entonces
vos, en mi cuarto escondido,
sed de mi honor centinela,
en tanto que yo advertido
haga la deshecha fuera
de que sin cuidado vivo.
CARLOS:
Pues adiós. (¡Piadosos cielos...!) Aparte
JUAN:
Adiós, pues. (¡Cielos divinos...!) Aparte
CARLOS:
(¡...sacadme de tantas
penas!)
Aparte
JUAN:
(¡...negadme a tantos
peligros!)
Aparte
Vanse cada uno por su puerta, y don CARLOS se
cierra por dentro. Salen don DIEGO, y GINÉS
cojeando
DIEGO:
Tú has de ir.
GINÉS:
Yo no he de ir.
DIEGO:
¿Por qué?
GINÉS:
Porque la más singular
razón que hay para no andar
es tener quebrado un pie.
DIEGO:
¡Válgate Dios, qué notable
estás!
GINÉS:
Para entre los dos
me acuerda el "válgate Dios"
cierto cuento razonable.
En
un pozo un portugués
cayó. Al verlo dijo un hombre:
"¡Válgate Dios!" Y él de abajo
le respondió: "¡Já nao pode!"
Fácil es la aplicación,
y a propósito ha venido,
si es lo mismo haber caído
de pozo que de un balcón.
DIEGO:
¿Yo también no salté, y no
me hice daño?
GINÉS:
Pues ¿qué quieres,
si tú quebradizo no eres
y soy quebradizo yo?
DIEGO:
Tu poca maña condeno.
GINÉS:
Estreno, señor, de pies,
malo para uno es
lo que para otro es bueno.
Con hambre y cansancio un día
a una posada
llegó
cierto fraile, y preguntó
a la huéspeda qué había
que comer? "Si una gallina
no mato," le dijo ella,
"nada hay." "¿Quién podrá comella,"
respondió con
gran mohina,
"acabada de matar?"
"Tierna estará," replicó
la huéspeda, "porque yo
sé un secreto singular
con que se ablande." Y cogiendo
la polla, que viva
estaba,
vio que los pies la quemaba,
con que a nuestro reverendo
muy blanda le pareció,
y aunque el hambre pudo hacello,
atribuyéndolo a aquello,
en la cama se acostó.
Estaba la cama dura,
tanto que le tenía inquieto;
y él, cayendo en el secreto,
pegarla a los pies procura
la luz. Dijo, al ver la llama,
la huéspeda: "¿Padre, qué es
eso?" Y el dijo: "Nuestra ama,
porque se ablande la cama,
quemo a la cama los pies."
Así no te dé mohina
que en los dos haga el secreto
su efeto, porque en efeto
tú eres paja y yo gallina.
DIEGO:
Por más que tu voz me diga,
no has de escaparte, Ginés,
de ir a ver a Inés.
GINÉS:
¿Inés
no es una fiera enemiga
que anoche, con mil rigores,
tras tenernos a un rincón,
nos vació por un balcón
al fin, como servidores?
¿Yo suyo, y tú de su ama?
Pues ¡vive Dios, de no vella
en mi vida...!
DIEGO:
Antes por ella
se aseguró vida y fama
de Beatriz, y agradecido
debo a la fineza ser.
GINÉS:
Yo no, que aun agradecer
no puede un hombre caído.
DIEGO:
Ya es notable tu extrañeza.
GINÉS:
Pues ¿no quieres que me enoje,
señor, si a los dos nos coge
tu amor de pies a cabeza?
DIEGO:
Por mí has de ir allá.
GINÉS:
Yo iré;
pero por partido tomo
traerte mal despacho.
DIEGO:
¿Cómo?
GINÉS:
Como voy con muy mal pie.
DIEGO:
En esta esquina te espero.
GINÉS:
Poco tendrás que esperar,
si sólo a Inés has de hablar.
DIEGO:
¿Por qué?
GINÉS:
Porque, a lo que infiero
del traje, el brío y el talle,
es ella la que salió
de su casa.
DIEGO:
Ella es, y no
quisiera hablarla en la calle.
Dila que en este portal
estoy, que se llegue aquí.
Retírase junto al paño. Sale INÉS
con manto
INÉS:
(Desde la ventana vi
Aparte
a don Diego, y aunque es tal
mi temor, le hablaré; pues,
fiada en la industria mía,
mi ama echadiza me envía.)
GINÉS:
¿Qué importa, traidora Inés,
lo tapadillo, si el brío
va diciendo a voces que eres
coliflor de las mujeres?
INÉS:
¿Qué es aquesto, Ginés mío?
GINÉS:
Esto es cojear.
INÉS:
Ya lo veo.
Pero ¿de qué achaque es?
GINÉS:
De un achaque tuyo, Inés.
INÉS:
Mientes como un cojifeo.
GINÉS:
Mi achaque fue tu balcón;
luego claramente arguyo
que es mi achaque achaque tuyo.
INÉS:
Negara la conclusión,
a no ir en cas de Violante
a un recado; y no quisiera
que contigo hablar me viera
nadie de casa.
GINÉS:
Al instante
que te hable mi señor
en esta parte, no más
que una palabra, te irás.
INÉS:
Aqueso fuera peor;
que si mi ama supiera
que le hablaba, me matara.
Llega don DIEGO
DIEGO:
¿Por qué, Inés?
INÉS:
Porque es tan rara
su cólera y es tan fiera
la ira que tiene contigo,
que no tomar me ha mandado
papel tuyo ni recado.
DIEGO:
Pues, INÉS, ¿tanto castigo
para quien la adora?
INÉS:
Darte
quisiera ahora...
DIEGO:
¿Por qué? Di.
INÉS:
...porque no adores aquí
y ofrezcas en otra parte.
GINÉS:
Si cesa la indignación
con decir los enojados:
"Mandaré a cuatro criados
que os echen por un balcón"
y ella, con mandarlo a una
sola criada, nos echó
tan a la letra que yo
voy cojeando, ¿mi fortuna
qué más quiere?
DIEGO:
¿Tú también
eres, Inés, contra mí?
INÉS:
Esto que te digo aquí
sé allá disfrazar más bien;
que sabe Dios si me cuesta
más de dos pesares ya
disculparte.
DIEGO:
Pues si está
tanto en mi favor dispuesta
tu voluntad, haz, Inés,
que sólo un instante vella
pueda yo.
INÉS:
En eso está ella.
DIEGO:
Y fía de mí, después
de esto, que ahora te da
mi amor la satisfacción.
Dale un bolsillo
INÉS:
Para mí excusadas son
estas cosas.
GINÉS:
¡Claro está!
INÉS:
Y porque veas que tengo
gana de servirte, haré
una cosa: yo diré
que ya del recado vengo,
y pues ya empieza a cerrar
la noche, y mi amo está fuera,
tú a sólo que yo entre espera;
que, dejándome al entrar
la puerta abierta...
DIEGO:
¡Ay Inés!
¡Hoy nueva vida me das!
INÉS:
...entrarte tras mí podrás,
y obre fortuna después.
DIEGO:
Dices bien, y yo te sigo.
GINÉS:
¡Ay Inés, lo que te quiero!
INÉS:
¿Habla vusted, caballero,
con el bolsillo o conmigo?
GINÉS:
Con quien quisieres que sea;
mas ponle a mi parte nombre.
INÉS:
Quita; que no hablo yo a hombre
que sé de qué pie cojea.
DIEGO:
Sígueme, Ginés.
GINÉS:
¿Yo?
DIEGO:
Sí.
GINÉS:
¿Adónde?
DIEGO:
Conmigo ven.
GINÉS:
El diablo me lleve, amén,
si yo pasare de aquí.
¿Qué me quieres encerrado?
Si es por saltar uno más,
en la calle me hallarás,
y haz cuenta que ya he saltado.
DIEGO:
Ese temor me ha advertido
que irme solo es lo mejor.
GINÉS:
Es muy cuerdo ese temor,
y haz cuenta que ya he partido.
Vanse. Salen doña BEATRIZ y doña LEONOR
BEATRIZ:
Haz que pongan unas luces,
Isabel, en esa cuadra,
y espera, en tanto que yo,
de la labor enfadada,
me divierto en esta reja
un rato.
LEONOR:
Haré lo que mandas.
(Malo es servir, y
peor
Aparte
servir con desconfïanza.
Recatándose de mí
siempre Beatriz e Inés andan;
una salió fuera y otra
aquí debe de esperarla.
Quiero dar lugar, pues sé
en qué estos secretos paran,
a que hablen; yo me acuerdo
cuando solía en mi casa
tener el mismo recato
y la misma confïanza
de unas y de otras que entonces
me servían. ¡Basta, basta,
memoria! Y pues ahora sirves,
Leonor, oye, mira y calla.)
Vase. Sale INÉS
INÉS:
No dirás que me he tardado.
BEATRIZ: Por saber
lo que te pasa
con don Diego, estoy, Inés,
esperando en esta sala.
¿Qué ha habido?
INÉS:
Que el papel
no ha echado perder la traza.
Tras mí viene, sin que entienda
que tú, señora, le llamas.
No hay sino hacer ahora el tuyo,
mostrándote muy airada,
y conmigo la primera.
En otro tono
BEATRIZ: Inés,
mira quién andaba
ahí afuera.
INÉS:
¡Ay, señora! Un hombre...
BEATRIZ: ¿Quién
así...?
Sale don DIEGO
DIEGO:
Quien a tus plantas,
hermosa Beatriz, ofrece
una y mil veces el alma.
BEATRIZ: ¿Qué es
esto, Inés?
INÉS:
Yo, señora,
la puerta dejé cerrada.
BEATRIZ: Mientes;
que ésta es traición tuya.
No has de estar una hora en casa.
DIEGO:
¿Para qué riñes a Inés,
Beatriz, si yo soy la causa
de tu enojo? En mí tus iras
se rompan y se deshagan;
que yo no quiero más premio
que sólo darte venganzas.
BEATRIZ: Señor don
Diego, bien estas
demasías excusadas
pudieran estar, sabiendo
cuánto es hoy vuestra esperanza
para
conmigo imposible.
DIEGO:
Siempre lo fue; que mis ansias
nunca, Beatriz, presumieron
que mereciesen lograrla.
BEATRIZ: Sí; mas
nunca menos que hoy.
DIEGO:
¿Por qué?
BEATRIZ:
Porque es muy
contraria
política del amor
que merezca quien agravia.
DIEGO:
Disculpar esa sospecha
pretendo.
BEATRIZ:
Mal disculparla
podréis.
DIEGO:
Quizá bien.
BEATRIZ:
Don Diego,
la hora es muy aventurada.
Aquesa puerta está abierta,
muy dispuesta mi desgracia.
Idos, no queráis perderme.
DIEGO:
De dos suertes, ya que alcanza
esta ocasión mi deseo,
no tengo de despreciarla.
En oyéndome, me iré.
BEATRIZ: Inés, esa
puerta guarda,
ya que es fuerza que le oiga,
a precio de que se vaya.
Vase INÉS
DIEGO:
Yo salí, Beatriz hermosa,
de Valencia...
Vuelve a salir INÉS muy asustada
INÉS:
¡Ay, desdichada!
BEATRIZ: ¿Qué es
eso?
INÉS:
Mi señor viene.
BEATRIZ: ¡Triste
de mí!
INÉS:
Ea, ¿qué aguardas?
Del aposento de anoche
hoy el sagrado nos valga.
DIEGO:
¡Qué desdichado que ha sido
siempre mi amor!
Escóndese
BEATRIZ:
¡Qué tirana
ha sido siempre mi estrella!
INÉS:
¿Qué te turbas y desmayas?
No temas; que mi señor
no trae recelo de nada,
pues entra en su cuarto antes
que en el tuyo.
BEATRIZ:
¡Ay, Inés, cuánta
es mi pena!
Salen don CARLOS y don JUAN a la puerta
JUAN:
(Yo
venía,
Aparte
Carlos, como digo, a casa
cuando vi que un hombre en ella
entró. En la calle me aguarda,
y por ventana ni puerta
dejes que ninguno salga.)
CARLOS:
(Entra, y fía que seguras Aparte
tienes, don Juan, las espaldas.)
Vase
JUAN:
¡Beatriz!
BEATRIZ:
¿Hermano?
JUAN:
¿Qué hacías?
BEATRIZ: Aquí con
Inés estaba.
JUAN:
Está bien.
BEATRIZ:
¿Adónde vas?
JUAN:
¿Es novedad que en mi casa
entre yo donde quisiere?
BEATRIZ: No lo es,
pero extraño...
JUAN:
¡Aparta!
BEATRIZ: ...el
modo de hablarme.
JUAN:
¡Quita
de delante!
BEATRIZ:
(¡Peña extraña!) Aparte
DIEGO:
(Hacia este aposento
viene. Al paño
Salida tiene a otra cuadra;
quiero ver si más seguro
lugar mis recelos hallan.)
Entrase
JUAN:
(De esta suerte he de salir
de una vez de dudas
tantas.)
Aparte
Entra tras don DIEGO, sacando la espada
BEATRIZ: Para
entrar al aposento
-- ¡ay de mí! -- la espada saca.
INÉS:
Muertes de hombre ha de haber.
BEATRIZ: Inés, la
suerte está echada.
INÉS:
Y echada a perder, señora.
BEATRIZ: Sin vida
estoy y sin alma.
INÉS:
Pues cualquiera de ellas es
importantísima alhaja,
¡huyamos!
BEATRIZ:
Aun para huir
aliento y valor me falta.
INÉS:
Don Diego del aposento
salió, pues que no se halla
en él.
LEONOR:
¡Ay de mí infelice!
Dentro
BEATRIZ: Pasando
de cuadra en cuadra,
dio adonde estaba Isabel.
Ella de verle se espanta,
y huyendo de él, hasta aquí
viene. A este lado te aparta.
Retíranse las dos. Sale doña LEONOR
con luz y, tras ella, don DIEGO
LEONOR:
Hombre que más me pareces
sombra, ilusión o fantasma,
¿qué me quieres? ¿No bastó
el echarme de mi casa,
sino también de la ajena?
DIEGO:
Mujer que más me retratas
fantasma, ilusión o sombra,
¿mis desdichas no me bastan,
sin las que tú ahora me añades,
pues segunda vez me matas?
Pero no; pues hoy...
Sale don JUAN
JUAN:
En vano,
aunque el centro en sus entrañas
te esconda, podrás...¿Don Diego?
DIEGO:
Detened, don Juan, la espada;
que, aunque vuestra casa está
en esta parte agraviada,
no vuestro honor; y si puedo
satisfacer con palabras
al empeño, mejor es;
pues es cosa averiguada
que es la venganza mejor
no haber menester venganza.
JUAN:
(Don Diego Centellas
es.
Aparte
Con Leonor está. Aquí hallan
mis sospechas el mejor
desengaño. ¡Albricias, alma!
Que, aunque ésta es desgracia, es
más tolerable desgracia.)
BEATRIZ: (Suspenso
el acero al
verle
Aparte
se quedó; oye lo que hablan.)
DIEGO:
Yo, don Juan, amé en la corte
a Leonor, que es esta dama,
en cuya casa una noche
me sucedió una desgracia.
Vine a Valencia y, teniendo
noticia que en vuestra casa
estaba...
LEONOR:
(¡Ay de
mí!)
Aparte
DIEGO:
...esta
noche
me atreví a entrar aquí a hablarla.
BEATRIZ: (¡Qué
buena disculpa, Inés, Aparte
si ahora Isabel conformara
con ella! Haz señas que diga
que sí, que es ella la
dama.)
Hace INÉS señas a doña LEONOR
LEONOR:
Don Juan, cuanto aquí has oído
es verdad. Don Diego es causa
de mi fortuna, y por quien
desterrada de mi patria,
de mi padre
aborrecida,
de mi esposo despreciada,
en este estado, este traje
vivo, sirviendo a tu hermana.
INÉS:
(La seña entendió.) Aparte
BEATRIZ:
(Y lo
finge
Aparte
tan bien que aun a mí me engaña.)
LEONOR: Pero
diga él si yo aquí
ni allá le di...
JUAN:
¡Calla, calla!
LEONOR:
...ocasión...
JUAN:
¡No te disculpes!
(¿Hay
mujer más desgraciada?) Aparte
INÉS:
(Mucho la debes, señora, Aparte
pues se culpa por tu causa.)
BEATRIZ: (Sólo que
lo haya creído Aparte
mi hermano es lo que nos falta.)
JUAN:
(¿Qué haré? Que, aunque esté seguro Aparte
yo, que lo esté Carlos falta.)
Sale don CARLOS, y quédase al paño
CARLOS:
Habiendo en la calle oído
ruido acá dentro de espadas,
dejo la puerta y a hallarme
vengo, don Juan... (Mas las
armas
Aparte
tienen suspensas los dos.
Desde aquí oiré lo que tratan;
que quizás será su honor
conveniencia a la desgracia.)
DIEGO:
Ésta es vuestra ofensa; y pues
a ser agravio no pasa,
mirad si os estará bien
o remitirla o vengarla.
JUAN:
Don Diego, vuestras disculpas
convienen con señas varias
que yo tengo de Leonor.
CARLOS:
(¿Qué escucho? ¡Pena tirana! Aparte
A Leonor nombró y don Diego.)
JUAN:
Pero una pregunta falta.
¿Es ésta la primer noche
que
aquí habéis entrado a hablarla?
DIEGO:
(Malicia trae la
pregunta;
Aparte
por sí o por no, he de salvarla.)
No; que anoche entré por esa
puerta y por esa ventana
salí. Sabida la culpa,
¿qué importa la circunstancia?
JUAN:
Importa más que pensáis.
CARLOS:
(¡Contra mí es contra quien paran Aparte
los celos de don Juan, cielos!)
BEATRIZ: (Ya que
lo ha creído,
salga
Aparte
yo ahora.) Pues ten de mí,
don Juan, la desconfïanza,
y mira lo que me envía,
para servirme, tu dama.
A LEONOR
(Perdona, amiga, y
prosigue.)
Aparte
LEONOR: (No
entiendo lo que me
mandas.)
Aparte
JUAN:
No es tiempo deso, Beatriz;
pues aunque con señas tantas
me satisfaga don Diego,
estar Leonor en mi casa
por orden de quien a ella
la
envió, a mí no me saca
de la obligación en que
me pone mi sangre hidalga;
y así, aunque por ella venga
y no por ti, eso me basta
para que el atrevimiento
castigue yo.
Sale don CARLOS
CARLOS:
Aquesa instancia,
pues me toca a mí el sentirla,
también me toca el vengarla.
LEONOR:
(¿Qué miro? ¿Carlos aquí? Aparte
¡Esto sólo me faltaba!)
DIEGO:
Pues ¿quién sois vos, que queréis
tomar ahora la demanda?
CARLOS: Bien
pudierais concocerme;
que razones tenéis hartas.
Yo soy aquél que por muerto
os dejó, y ahora trata
acabar lo que empezado
dejó entonces.
LEONOR:
(¡Pena extraña!) Aparte
DIEGO:
Antes pienso que venís
a que yo tome venganza
hoy de todo.
JUAN:
A vuestro lado,
Carlos, estoy.
DIEGO:
No me espanta
la ventaja de los dos.
GINÉS:
Aquí son las cuchilladas. Dentro
Entrad todos.
Sale GINÉS y gente
TODOS:
¿Qué es aquesto?
BEATRIZ: (Inés,
esas luces
mata,
Aparte
por si podemos así
excusar desdichas tantas.)
Apaga INÉS la luz, y riñen
GINÉS:
Nadie tire, estando a oscuras.
JUAN:
Ved todos que ésta es mi casa.
GINÉS:
Encienda usted una luz,
y lo verán.
LEONOR:
¡Qué desgracia!
DIEGO:
(La puerta hallé. Esto no
es
Aparte
volver al riesgo la cara,
sino fïar a mejor
ocasión mis esperanzas.)
Vase
BEATRIZ: (A mi
cuarto me
retiro
Aparte
llena de confusas ansias.)
Vase
INÉS:
(Tan buena hacienda hemos hecho Aparte
que, de puro buena, es mala.)
Vase
GINÉS:
Señor, ¿dónde estás? Que ya
el cirujano te aguarda.
CARLOS:
¡Muere, traidor!
GINÉS:
¡Muerto soy!
Que mandarlo vusted basta.
(El diablo que más espere Aparte
a que de veras lo hagan.)
Vase
UNO:
Muerto está uno; por si viene
justicia, de aquesta casa
salgamos; huyamos todos.
Vase la gente
JUAN:
¡Hola! Aquí unas luces saca.
Mas yo por ellas iré.
Vase
LEONOR:
(De confusa y de
turbada,
Aparte
tropezando en mis desdichas,
de aquí no muevo las plantas.)
CARLOS:
El puesto he de sustentar;
que, aunque siento que se vayan
todos, no he de faltar yo
de donde saqué la espada.
Sale don JUAN con luz
JUAN:
Ya hay luz aquí.
LEONOR:
¡Carlos, tente!
JUAN:
¿Solos los dos?
CARLOS:
¿Qué te espanta?
Porque si yo a mi enemigo
no puedo volver la espalda,
hallándome con Leonor,
con mi enemigo mi hallas;
pero enemigo de quien
la vitoria es huir.
Quiere irse, y detiénele don JUAN
JUAN:
Aguarda.
CARLOS:
Déjame que, en seguimiento
de esotro, huyendo a éste, salga.
JUAN:
Ya no hay tras quién.
LEONOR:
¡Quién pudiera
rasgarse el pecho, y que hablara
el corazón con acciones
y no la voz con palabras!
CARLOS:
Fuera el corazón también
traidor; que ser tuyo basta.
LEONOR:
Fuera leal, por ser mío.
CARLOS: Bien
el lance lo declara
que acabo de ver -- ¡ay, fiera! --
cuando no consideraras
las finezas que me debes,
consideraras que estabas
en casa de don Juan.
LEONOR:
Pues
¿qué culpa contra mí hallas
en las locuras de un hombre?
CARLOS:
Ninguna. Ahorremos demandas
y respuestas. -- Primo, amigo,
pues tan felizmente acaba
para ti aquella ocasión
que detuvo mi jornada
cuanto infeliz para mí,
adiós; que, aunque con infamia
salga de Valencia, es fuerza
que de ella esta noche salga.
Diga mi enemigo que huyo;
que no quiero honor ni fama.
A esa mujer, porque en fin
la quise bien, te la encarga
mi amistad, no para que
la tengas más en tu casa,
sino para que la dejes
que en cas de don Diego vaya;
logre él felice su amor,
y ella gustosa... Mas nada
digo. Adiós, don Juan.
LEONOR:
¡Ay, cielos!
Espera, Carlos.
CARLOS:
¿Que aun hablas?
LEONOR: Si
yo supe...
CARLOS:
No prosigas.
LEONOR:
...que aquí...
CARLOS:
No me digas nada.
LEONOR:
No...pues yo...si... Hablar no puedo.
Vista y aliento me faltan.
¡Jesús mil veces!
Desmáyase
JUAN:
Cayó
en mis brazos desmayada.
CARLOS:
Tenla, don Juan. ¡Ay Leonor!
Que te adoro, aunque me matas,
y es muy distinto sentir
tu traición que tu desgracia.
JUAN:
En lágrimas y gemidos
se le han vuelto las palabras.
Esperad, Carlos, a que
entre al cuarto de mi hermana
con ella.
CARLOS:
Sí, don Juan, id;
algún remedio se le haga.
Mas dejadla que se muera,
pues para otro amor se guarda.
JUAN:
Después veremos los dos
lo que hemos de hacer.
Entrala
CARLOS:
¡Mal haya
rendimiento
tan postrado,
pasión tan avasallada,
afecto tan abatido
y voluntad tan postrada!
A más quejas, más amor;
a más agravios, más ansias;
a más traición, más firmeza.
Mas ¿qué me admira y espanta?
Que quien no ama los defectos
no puede decir que ama.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA