JORNADA TERCERA
Salen don CARLOS y don JUAN
CARLOS:
¿Volvió del desmayo?
JUAN:
Sí;
pero volvió de manera
que pienso que mejor fuera
no haber vuelto.
CARLOS:
¿Cómo así?
JUAN:
Como al instante que allí
restauró el perdido aliento
fue tan grande el sentimiento
que de tenerle ha tenido,
que a un tiempo cobró el sentido
y perdió el entendimiento,
según los extremos son
que hace confusa y turbada.
CARLOS: ¿Qué dice?
JUAN:
Que es desdichada,
sin oírla su razón.
CARLOS: ¡Oh mal
haya mi pasión!
JUAN:
Vos ¿qué habéis determinado?
CARLOS:
Dos cosas he imaginado,
y sólo, don Juan, quisiera
que nadie me las oyera
sin estar enamorado.
¿Queréis que os diga, don Juan,
sobre tantas confusiones,
fantasías e ilusiones
como a mí vienen y van,
cuáles son las que me dan
más gusto, cuando las toco,
cuáles las que me provoco
más a ejecutarlas?
JUAN:
Sí.
CARLOS: No os
habéis de reír de mí,
pueso confieso que estoy loco.
Si en este estado pudiera
yo conseguir que a Leonor
todo su perdido honor
don Diego satisfaciera,
que honrada y en paz volviera
con su padre a su lugar,
fuera la más singular
venganza, y a esta mujer
la sabré hacer un placer,
cuando ella espera un pesar.
Leonor está enamorada,
don Diego lo está también;
dígalo el lance. Pues bien,
¿qué pierdo yo? Todo y nada.
Y así, en pena tan airada
como tengo y he tenido,
sólo éste me ha parecido
que despicarme sabrá;
ganemos a Leonor , ya
que a Leonor hemos perdido.
JUAN:
Es vuestra resolución
tan honrada como vuestra;
y bien en su efecto muestra
ser hija de una pasión
tan noble.
CARLOS:
Pues ¿a su acción
qué medio, don Juan, pondremos?
JUAN:
No sé, porque si queremos
a don Diego hablar yo y vos,
por lo mismo que los dos
el casamiento tratemos,
él no lo hará; que no fuera
justo que un hombre otorgara,
por más que él lo deseara,
lo que el galán le pidiera
de su dama; de manera
que otra persona ha de haber.
CARLOS: Pues lo
que se puede hacer
es que a su padre digáis
cómo a Leonor ocultáis,
y él lo podrá disponer.
JUAN:
Tiene eso un inconveniente.
CARLOS: ¿Qué?
JUAN:
El empeño de los dos;
fuera de que entonces vos
no hacéis la acción.
CARLOS:
Cuerdamente
decís. ¿Quién habrá que intente
esta plática mover?
JUAN:
Ya sé yo quién ha de ser.
Veréis que todo lo allana.
CARLOS: ¿Quién?
JUAN:
Doña Beatriz mi hermana,
que es en efecto mujer,
con quien, lo uno, no habrá
duelo en la proposición,
y lo otro, es debida acción
suya el honrar a quien ya
dentro de su casa está
declarada por quien es.
CARLOS: Bien
pensáis.
JUAN:
Escondeos, pues,
mientras yo a tratarlo llego.
CARLOS: ¿Yo?
¿Por qué?
JUAN:
Porque don Diego
ni el padre os vea hasta después.
CARLOS:
¿Yo esconderme?
JUAN:
Es deshacer
toda nuestra pretensión.
CARLOS: Yo lo
haré, con condición
que nadie lo ha de saber
sino vos.
JUAN:
Así ha de ser.
CARLOS:
Pues id con Dios. (¡Ay, Leonor, Aparte
cuánto debes a mi amor,
pues te da, fiera homicida,
sobre un agravio la vida,
sobre otro agravio el honor!)
Escóndese y cierra por dentro
JUAN:
Si a conseguir esto llego,
a nadie le está mejor,
pues quedo bien con Leonor,
con su padre y con don Diego;
y vengo a mirarme luego
sin el empeño a que he estado
por don Carlos obligado;
y así tengo de esforzar
esta acción, hasta quedar
gustoso y desengañado.
Sale doña BEATRIZ
BEATRIZ:
¿Está don Carlos aquí?
JUAN:
No, Beatriz.
BEATRIZ:
Pues yo a tu cuarto
sólo a buscarle venía.
JUAN:
Cuando le dio aquel desmayo
a Leonor, le dejé aquí,
y aquí al volver no le hallo.
(Ni aun mi hermana ha de pensar Aparte
que se ha escondido don Carlos.)
BEATRIZ: Sin duda que su
valor
tras don Diego le ha llevado.
JUAN:
Yo, por no saber adónde
hallarle podré, no salgo
tras él. Mas tú ¿qué le quieres?
BEATRIZ: Decirle, don
Juan, que, cuando
por amante y por rendido
no fuese, por cortesano
y caballero tuviese
de su dama, que llorando
está, lástima.
JUAN:
¿Qué dice?
BEATRIZ: Que con sólo
hablar a Carlos
consuelo tendrá.
JUAN:
Pues si él
no está aquí, y solos estamos,
una cosa a tu cordura
he de fiar, Beatriz.
BEATRIZ:
Harto
será que fíes de mí
nada, porque quien te ha dado
ocasión para que de ella
desconfíes, don Juan, tanto
que presumas que ha podido
ocasionar el cuidado
con que anoche entraste en casa,
parece que es muy contrario
que fíes y desconfíes
a un mismo tiempo.
JUAN:
Excusado
será, Beatriz, que yo haga
dese sentimiento caso,
sabiendo tú cuánto estimo
tu virtud y tu recato;
y, en fin, tú sola, Beatriz,
podrás hoy de riesgos tantos
como amenazan las vidas
de don Diego y de don Carlos
-- y aun la mía, pues es fuerza
hallarme en el duelo de ambos --
librarnos.
BEATRIZ:
¿Yo, de qué suerte?
JUAN:
De esta suerte; oye y sabráslo.
Yo intento, por ser quien es
Leonor, cuidar del amparo
de su honor y su opinión;
pero si llego a tratarlo
yo con don Diego, no sé
lo que hará, y es empeñarnos,
para haber de conseguirlo,
haber de llegar a hablarlo.
Y así a ti, Beatriz, te toca;
que a las mujeres es dado
tratarlo con suaves medios,
no a nosotros, y más cuando
la mujer está en tu casa.
Y son tu primo y tu hermano
comprendidos en el riesgo,
razones que me la han dado
para que llames...
BEATRIZ:
¿A quién?
JUAN:
A don Diego; y procurando
darle a entender cuánto está
ofendido tu recato
de que a tu casa se atreva,
proponerle que, pues tantos
peligros debe a esta dama,
se disponga a remediarlos;
que, como con ella case,
a todos deja obligados.
Y esto ha de ser sin que entienda
que nosotros le rogamos,
sino que sale de ti.
BEATRIZ:
Digo, don Juan, que has pensado
bien y que yo lo haré así.
JUAN:
Pues yo voy a ver si a Carlos
hallo. Tú, si al tuyo vuelves,
haz que cierren ese cuarto.
BEATRIZ: Yo le cerraré.
Vase don JUAN
¿A qué más
puedo llegar, pues me hallo
obligada a ser yo misma
tercera de mis agravios
y cómplice de mis celos?
¿Qué puedo hacer? Pero vamos
al examen, celos míos;
y pues le da libre el paso
hoy en su casa a don Diego
quien ayer lo estorbó tanto,
sepamos de él qué responde.
Salgamos o no salgamos
de una vez de este delirio,
desta pena, de este encanto.
¡Inés!
Sale doña LEONOR
LEONOR:
¿Señora?
BEATRIZ:
Leonor,
¿tú respondes?
LEONOR:
Si has llamado
a una criada, ¿qué mucho
que responda quien lo es tanto?
Sale don CARLOS al paño
CARLOS: (La voz de
Leonor oí; Aparte
y así la puerta entreabro,
por verla convalecida
de aquel penoso letargo.)
BEATRIZ: Si ayer,
Leonor, mi ignorancia
te tuvo en aquese estado,
hoy mi
advertencia, Leonor,
te pone en lugar más alto.
Mi amiga eres. (Mi enemiga Aparte
diré mejor.)
LEONOR:
Si he llegado
a perder, señora, el nombre
de criada tuya, no en vano
de la ventura que pierdo
me libra el honor que gano.
Tu esclava soy, y te pido,
si puede merecer algo
quien vino a tu casa sólo
a causar asombros tantos,
me trates como hasta aquí.
BEATRIZ: ¿Cómo puedo,
Leonor, cuando,
por ser quien eres, y estar
en mi casa, darte trato
esposo?
LEONOR:
En eternidades
prospere el cielo tus
años.
Pero Carlos no querrá,
que es tan celoso...
BEATRIZ:
No es Carlos.
LEONOR: Pues
¿quién?
BEATRIZ:
Don Diego Centellas.
LEONOR: No te
empeñes en tratarlo;
que antes me daré la muerte
que dé a don Diego la mano.
BEATRIZ: Luego ¿tú nunca
has querido
a don Diego?
LEONOR:
Aspid pisado
entre las flores de abril,
víbora herida en los campos,
rabiosa tigre en las selvas,
crüel sierpe en los peñascos
no es tan fiera para mí
como él lo es.
BEATRIZ:
¡A espacio, a espacio!
Que, aunque le desprecies quiero,
no que le desprecies tanto.
CARLOS: (¡Ah
traidora! Ella me vio Aparte
esconder, pues así ha hablado.)
BEATRIZ: Yo pensaba que
te hacía
lisonja; que quien ha estado
por ti a la muerte en Madrid
y aquí te viene buscando
no entendí que te ofendía.
LEONOR: Pues si
supieras bien cuánto
me ofende...
BEATRIZ:
Yo
lo veré
presto, para que salgamos
de este oscuro laberinto
él, tú, yo, don Juan y Carlos.
Vase
CARLOS: (Fuese
Beatriz, y Leonor Aparte
-- ¡ay cielos! -- sola ha quedado.
Llorando está. Mas ¿qué importa,
si es tan equívoco el llanto
que, aunque está llorando veo,
no por quien está llorando?
LEONOR: Ahora sí,
piadosos cielos...
CARLOS:
(¡Ah, celos!) Aparte
LEONOR: ...que
sólo podrán mis labios...
CARLOS:
(¡Oh, agravios!) Aparte
LEONOR:
...quejarse al viento mejor...
CARLOS:
(¡Oh,
amor!) Aparte
LEONOR: ¿quién le
dirá a mi dolor
la razón que ha de culparme?
CARLOS: (Yo lo
dijera, a dejarme Aparte
celos, agravios y amor.)
LEONOR:
¿Cuándo yo ocasión he dado...
CARLOS:
(¡Fiero hado!) Aparte
LEONOR: ...a mi
desdicha importuna...
CARLOS:
(¡Cruel fortuna!) Aparte
LEONOR: ...que así
el honor atropella?
CARLOS:
(¡Dura
estrella!) Aparte
LEONOR: Pues
¿cómo, si nunca de ella
di ocasión, me da castigos?
CARLOS: (No sin
causa hay enemigos
hado, fortuna y estrella.)
LEONOR: Quien
inocente se mira...
CARLOS:
(Es mentira.) Aparte
LEONOR: ...en la
ciega confusión...
CARLOS:
(Es traición.) Aparte
LEONOR: ...de tan
conocido daño...
CARLOS:
(Es engaño.) Aparte
LEONOR: ...¿cuándo,
amor, el desengaño
verán otros que tú ves?
CARLOS: (Nunca;
que todo eso
es Aparte
mentira, traición y engaño.
Sin duda están contra mí
hoy los cielos conjurados,
pues me tienen persuadido
a que sabe que oigo cuanto
diciendo está. Mas ¿qué importa?
Que aqueste metal humano
el mismo sonido tiene
cuando es fino y cuando es falso;
y así, pues basta el oírlo,
¿para qué es examinarlo?)
LEONOR: ¡Ay,
Carlos, si tú me oyeras!
CARLOS: (¡Ay,
Leonor,
si...!)
Aparte
Llaman
(Mas
llamaron Aparte
a la puerta. A cerrar vuelvo
yo la mía.)
LEONOR:
¿Que, aun hablando
sin efecto, no faltó
quien viniese a embarazarlo?
Veré quién es, por si puedo
quedarme sola otro rato.
¿Quién es?
Sale don PEDRO
PEDRO:
¿El señor don Juan
está en casa? ¡Cielo santo!
¿Qué miro?
LEONOR:
Ahora salió.
Mas ¿qué veo?
PEDRO:
Estoy turbado.
Éntrase Leonor donde está don CARLOS
CARLOS: No temas,
Leonor; que yo
te recibiré en mis brazos.
PEDRO: Cerró
la puerta tras sí.
Mas qué importa, si
yo basto,
en defensa de mi honor,
a dar asombros y espantos
al mundo? Caiga en el suelo;
que después de hecha pedazos,
haré lo mismo de aquella
tirana que...
Sale doña BEATRIZ por otra puerta
BEATRIZ:
¿En este cuarto
golpes y voces? ¿Qué es esto?
PEDRO: Es un
furor, es un pasmo,
una desesperación,
un horror, una ira, un rayo,
que ha de abrasar cuanto encuentre
que intente ponerse al paso.
BEATRIZ: Pues ¿cómo este
atrevimiento
en mi casa? ¿Quién ha dado
ocasión para que así
haya podido empeñaros
una cólera?
PEDRO:
Una fiera
que aquí se oculta.
BEATRIZ:
Esperaos.
¿Es Leonor?
PEDRO:
Pues ¿quién pudiera,
sino ella, obligarme a tanto?
BEATRIZ: (¡Esto nos
faltaba
sólo!
Aparte
¿Otro amante, y de estos años,
tras don Carlos y don Diego,
que pusiese en paz a entrambos?)
Pues bien, aunque vos tuvieseis
razones, que yo no alcanzo,
para buscarla ofendido,
¿os atrevéis temerario
a entrar aquí?
PEDRO:
Si; que yo
en mí la disculpa traigo
para mayores extremos;
y así perdonad, si os trato
sin más atención, señora.
BEATRIZ: En esta casa es
engaño
pensar que no habrá...
Sale don JUAN
JUAN:
¿Qué es esto?
BEATRIZ: ¿Qué ha de
ser? Aqueste anciano
caballero en busca viene
también de Leonor, y ha dado
en que ha de romper las puertas
de esta casa.
JUAN:
¡Paso, paso,
Beatriz! Que el señor don Pedro
ni te ha ofendido, ni ha errado;
porque, como dueño de ella,
a todos puede mandarnos.
PEDRO: Señor
don Juan, no gastemos
cumplimientos excusados;
ni soy dueño, ni ser quiero
más que un forastero, que hallo,
cuando fïado de vos,
a veros vengo y hablaros,
en vuestra casa a mi hija.
Cerrada está en ese cuarto.
Abrid vos o abriré yo,
echando la puerta abajo.
BEATRIZ: (¿Su padre
es?)
Aparte
JUAN:
(¿Cómo saldré Aparte
de lance tan apretado?
Ya él la vio. ¿Qué he de decirle?)
PEDRO: ¿Qué
pensáis? Determinaos.
JUAN:
Por cierto, señor don Pedro,
-- mucho haré si de esta salgo --
muy buen agradecimiento
es ése de mi cuidado;
pues desde ayer, que me hice
de vuestras fortunas cargo,
busqué a Leonor, y la traje
a mi casa, donde al lado
la halláis de mi hermana, adonde
satisfaceros aguardo
de suerte que a vuestra casa
volváis contento y honrado.
Mas si de esto os disgustáis,
de todo alzaré la mano.
PEDRO:
Dadme, don Juan, vuestro pies,
y perdonadme que, airado
al verla, razón no tuve
para discurrir a tanto;
que no sabe discurrir
en su dicha un desdichado.
Arrastróme la pasión;
mas ya, a vuestros pies postrado,
os hago dueño de todo.
Arrodíllase
JUAN:
¿Qué hacéis, señor? Levantaos.
PEDRO: Y vos
perdonad, señora,
el disgusto que os he dado.
Soy noble; estoy ofendido.
BEATRIZ: A haber, señor,
alcanzado
quién sois, de otra suerte hubiera
pretendido reportaros.
JUAN:
¿Llamaste a don Diego?
BEATRIZ:
Sí;
Inés fue ahora a llamarlo.
JUAN:
Venid conmigo, señor
don Pedro, para que vamos
a hacer una diligencia
importante en este caso.
Leonor con Beatriz segura
queda.
BEATRIZ:
Y yo, señor, me encargo
de dar cuenta de ella.
PEDRO:
Basta
quedar con vos. (¡Cielo santo, Aparte
venga la muerte, si llego
a ver mi honor restaurado!)
A BEATRIZ
JUAN:
(Yo no sé dónde le lleve. Aparte
Habla tú a don Diego en tanto,
porque en esa diligencia
está mi dicha.)
Vanse don JUAN y don PEDRO
BEATRIZ:
(Y mi daño.) Aparte
Leonor, abre; yo estoy sola.
LEONOR: Con ese
seguro
salgo.
Dentro
CARLOS: Ni a
Beatriz, Leonor, le digas Dentro
que aquí estoy.
LEONOR:
No haré.
Sale doña LEONOR
BEATRIZ:
De
extraño
lance tu vida escapó.
LEONOR: En esta
cuadra sagrado
hallé.
BEATRIZ:
No fue poca dicha
dejarla abierta mi hermano,
que nunca suele dejar
de ella la llave.
LEONOR:
No en vano
diré mil veces que en ella
mi vida está -- que está Carlos -- .
BEATRIZ: Leonor, puesto
que tu padre
nuestros sustos ha llegado
a aumentar, como si acá
no nos tuviésemos hartos,
lo que antes de ahora te dije
trataré con más cuidado.
LEONOR: También lo
que te dijeron
antes de ahora mis labios
dirán
con más causa ahora.
BEATRIZ: Eso es tema.
LEONOR:
Esotro agravio.
BEATRIZ: Ahora bien;
cierra esa puerta
y ven, Leonor, a mi cuarto.
LEONOR:
Ya yo te sigo.
BEATRIZ:
(¡Ay,
don Diego, Aparte
con cuánto temor te aguardo!)
Sale don CARLOS de su escondite
LEONOR: Carlos,
pues me da ocasión
de hablarte este breve rato,
óyeme.
CARLOS:
Leonor, si en mí
aun es fineza el acaso,
puesto que siempre nos vemos,
tú ofendiendo y yo amparando,
¿qué me quieres? Dejamé
hasta que llegue otro acaso
de darte la vida yo
y de hacerme tú otro agravio.
LEONOR: Eso no
llegará nunca,
mas esotro ya ha llegado.
CARLOS: ¿Cómo?
LEONOR:
Sabe que Beatriz
me da la muerte, intentando
que me case con don Diego.
Si generoso y bizarro
a cada riesgo una vida
me has de dar, aquésta aguardo.
Háblala tú.
CARLOS:
¡Bueno es eso!
Siendo yo mismo el que trato
el casamiento, ¡pedirme
contra mi herida el reparo!
LEONOR: ¿Tú lo
quieres?
CARLOS:
Yo lo quiero.
LEONOR: ¿Tú lo
trazas?
CARLOS:
Yo lo trazo;
a cuyo efecto escondido
estoy, por no embarazarlo
ni encontrarme con don Diego
o con tu padre.
LEONOR:
No alcanzo
la razón.
CARLOS:
Yo sí.
LEONOR:
¿Qué es?
CARLOS:
Ser
mis respetos tan honrados,
tan nobles mis pensamientos
y mis celos tan hidalgos,
que ya, Leonor, que te pierdo,
quiero ver si tu honor gano.
LEONOR: ¿Cómo mi
honor?
CARLOS:
Pretendiendo
que el escándalo que ha dado
-- dejo aparte los sucesos
de Madrid, en que no hablo --
el entrar don Diego a verte
a casa que yo te traigo,
el salir por un balcón
una noche, otra encerrado
hallarle, Leonor, contigo,
cese con darte la mano;
fineza última
que puede
hacer un enamorado,
por ver con honor su dama,
ver su dama en otros brazos.
LEONOR: ¡Mi bien,
mi señor, mi dueño...!
CARLOS: ¡Mi mal,
mi muerte, mi agravio...!
LEONOR: Si la
noche del balcón
le vi, me confunda un rayo;
y si la que habló conmigo
lo supe...
CARLOS:
Todo eso es falso.
LEONOR: Si lo
fuera, no dijera
lo que con Beatriz he hablado.
CARLOS: ¡Ah,
traidora! Que sabías
que yo lo estaba escuchando.
LEONOR: ¿Yo?
¿De qué?
CARLOS:
De haberme visto
esconder. Bien lo ha mostrado
venir, cuando entró tu padre,
de mí a valerte.
LEONOR:
¡Fue acaso!
Mas quiero que no lo sea,
cuando tú me estás rogando
que con él case, ¿a qué efecto
te había de estar engañando?
CARLOS: Pregunta
eso a cuantas damas
engañan a dos, sabráslo.
LEONOR:
No como yo.
CARLOS:
Todas sois...
BEATRIZ:
¡Leonor!
Dentro
LEONOR:
Beatriz
ha llamado.
CARLOS: No digas
que estoy aquí,
si es que por mí has de hacer algo.
LEONOR: No
haré. Al fin ¿no me creerás?
CARLOS: No; porque
dice un adagio:
"Siempre es cierto lo peor."
LEONOR: Yo le
enmendaré, mudando:
"No siempre lo peor es cierto."
¡Oh, lo que me cuestas, Carlos!
Vanse. Salen doña BEATRIZ y don DIEGO
DIEGO:
Beatriz, enviarme a llamar,
y a estas horas no temer
que entre en tu casa, y poner
guarda a tu cuarto, y pasar
en el de tu hermano a hablarme,
muchas prevenciones son.
¿Es fineza o es traición?
¿Es darme vida o matarme?
BEATRIZ:
No extrañéis, señor don Diego,
ver aquesta novedad,
ni que con tal brevedad
a veros y hablaros llego
a estas horas y en mi casa,
ni que este cuarto haya sido
el que para esto he elegido;
que avisándome que pasa
Violante esta tarde a verme,
no es bien que os vea; y así
intento hablaros aquí.
No, no tenéis que temerme,
porque ya sois tan seguro
para conmigo, que puedo
perder a mi amor el miedo
tanto, que sólo procuro
ser hoy del vuestro tercera,
ya que no es posible ser
más, habiendo otra mujer
que para marido os quiera.
DIEGO:
Cuando, llamado de vos,
aquel papel recibí,
una duda concebí;
entrando aquí, fueron dos;
tres al escucharos son.
Dejad que al remedio acuda,
si he de añadir una duda,
Beatriz, a cada renglón.
Sale don CARLOS al paño
CARLOS:
(Temor, no sé lo que arguya Aparte
de esto, y es fuerza
escuchar
si vienen éstos a hablar
en mi pena o en la suya.)
BEATRIZ:
Mucha gana de dudar,
señor don Diego, tenéis,
supuesto que no entendéis
tan fácil modo de hablar.
Y para que a vuestro amor
ningún escrúpulo quede
de que entenderme no puede,
declárome más. Leonor
por vos su casa ha dejado,
padre, honor, vida y reposo;
a don Juan tenéis quejoso;
don Carlos está agraviado;
yo estoy de vos ofendida,
o por mi casa o por mí;
de Leonor el padre aquí
está también. Vuestra vida
corre gran riesgo; y es llano
que otro remedio no espero
que dar venganza a su acero
o dar a Leonor la mano.
Vos la amáis, ella os adora;
todos andan por mataros,
y es el remedio casaros.
¿Habéislo entendido ahora?
DIEGO:
Necio fuera en no entenderos
cuando tan claro me habláis;
y si licencia me dais,
trataré de responderos.
BEATRIZ:
Decid, pues.
CARLOS:
(¿Qué es esto, cielos? Aparte
¿Don Diego y Beatriz se amaban?
¿Unos celos no bastaban?
¿Para qué son otros celos?
Más quiero oír; que fingido
esto no será, supuesto
que Beatriz no hablara de esto
donde yo estaba escondido.)
DIEGO:
Mucho quisiera, Beatriz,
poder en aqueste instante
de amante y de caballero
dividirme en dos mitades;
porque no sé a cuál acuda
de dos afectos que, iguales,
al intentar responderos,
me sitian y me combaten.
Si como amante pretendo
daros la respuesta, es fácil
presumir que hace mi amor
de las mentiras verdades.
Y así, como quien soy sólo,
solicito hablaros antes,
pues antes, Beatriz hermosa,
fui caballero que amante.
Pensad que no hablo con vos;
que no quiero en esta parte
de vuestros celos, Beatriz,
ni de mi amor acordarme.
De mí mismo, de mi honor,
de mi obligación, mi sangre
me acuerdo sólo; y así
presumid que otro me trae
ese recado, y que a otro
respondo.
CARLOS:
(¡Empeño notable!) Aparte
DIEGO: Yo vi
en Madrid a Leonor.
Su hermosura pudo darme
ocasión de que asistiese
de día y de noche en su calle.
Vi, miré, pasé, escribí,
pero con desdenes tales
me trató que ya no eran
desdenes sino desaires.
Hice tema del amor,
sintiendo que me tratase
sin aquella estimación
con que las mujeres saben
despedir lo que no quieren;
que hay algunas de tal arte
que aun de los mismos desprecios
agradecimientos hacen.
Este le faltó a Leonor,
de suerte que yo, al mirarme
tan desvalido, acudí
al medio siempre más fácil,
que son las crïadas. Una,
poniéndose de mi parte,
gracias a no sé qué alhaja,
me dijo: "De lo que nacen
los desprecios de Leonor
es de que tiene otro amante."
Celos tuve, y aquí vuelvo,
contra lo propuesto, a darte
licencia de que seas tú
la que me oye, por mostrarme
honrado a tus ojos; pues
no lo es el que al infame
consuelo se da de que
otro lo que él pierde alcance.
Añadió que de secreto
con él trataba casarse,
cuyo seguro les daba
lugar para que se hablasen
de noche en su casa. Yo,
por poder, Beatriz, vengarme,
quise verlo; siendo sólo
mi ánimo que ella llegase
a saber que yo sabía
su amor, porque no ostentase
conmigo la vanidad
de no merecerla nadie.
Escondióme la crïada
de su cuarto en una parte
oculta, donde ver pude
que ella de allí a poco sale
hacia otro aposento. Quise
seguirla, por si alcanzase
a oír alguna razón
que repetirla adelante.
No seas tú aquí, que no quiero
que venganza tan cobarde
sepas de mí, como hacer
de las mujeres ultraje.
Sintióme ella; volvió a ver
quién era, y al mismo instante
entró don Carlos, de cuyo
encuentro el suceso sabes,
y así no quiero decirle.
Al fin, pues, de mucho lances
vine a Valencia, y por Dios,
-- ¡si en esto miento, El me falte! --
que no supe que en Valencia
Leonor estaba. Bastante
satisfacción es, Beatriz,
saber tú que vine a hablarte
la noche que fue forzoso
por ese balcón echarme.
Capaz de todo el suceso,
celosa, Beatriz, me hablaste,
y yo, por satisfacerte,
a verte volví ayer tarde.
Entró don Juan a este tiempo;
que parece que le traen
siempre a ocasión mis desdichas.
Intentando retirarme,
di con Leonor, y aunque pudo
el verla, y verla en tal traje,
suspenderme, me cobré
tanto que, por disculparme,
culpé a Leonor. Sobrevino
a tan no pensado lance
don Carlos. Pues si tú misma,
Beatriz, que es esto así sabes,
¿cómo me pides, Beatriz,
que yo con Leonor me case?
¿Mujer que me aborreció,
mujer que dio a mis pesares
ocasión con sus rigores,
mujer que con otro amante
vino a Valencia, y mujer
que, aunque en tu casa la hallase,
fue buscándote a ti, es justo
que me la proponga nadie?
Si tú en esta audiencia mía
a mejor empleo aspiraste,
y los celos de Madrid
tomas ahora por achaque,
múdate muy en buen hora,
Beatriz, pero no me cases;
que no es mujer para mí
mujer que tú me la traes.
CARLOS: (Cielos
¿qué escucho? ¿Quién vio Aparte
tan evidente, tan grande
desengaño? ¡Ay, Leonor mía!
Verdades son tus verdades.)
BEATRIZ: Y ¿qué es lo
que hacer intentas
con enemigos tan grandes?
DIEGO: ¿Qué
enemigos?
BEATRIZ:
Yo, Leonor,
Carlos, don Juan y su padre.
DIEGO: De
todos ésos, Beatriz,
sino a ti, no temo a nadie.
BEATRIZ: ¿Por qué a mí?
DIEGO:
Porque me advierte
muchas cosas ver que hables
tú en esto.
Salen INÉS y GINÉS, cada uno por su puerta
GINÉS:
¡Señor!
INÉS:
¡Señora!
BEATRIZ: ¿Qué es lo que
tienes?
DIEGO:
¿Qué traes?
INÉS:
Mi señor viene; que yo
le he visto ahora en la calle.
GINÉS: Y es
lo peor que con él
viene de Leonor el padre.
DIEGO: ¡Que
destinado nací
a desdichas semejantes!
BEATRIZ: Por mi hermano
no importara
que aquí te viese y te hablase;
por don Pedro sí.
GINÉS:
Ellos son
de los dos más puntüales
padre y hermano que he visto.
No hay cosa en que no se hallen.
DIEGO: A
esta cuadra me retiro,
mientras a su cuarto pase.
GINÉS: ¿Esto
ha de ser cada día?
CARLOS: Aquí no
puede entrar nadie.
DIEGO: ¡Un
hombre está dentro, cielos!
BEATRIZ: ¿Hombre?
¿Quién?
GINÉS:
Abindarráez
que por no quedarse hoy
sin posada, llegó antes.
DIEGO: No te
hagas ahora de nuevas,
que el traerme aquí a rogarme
que me case con Leonor
bien muestra que quieres darle
satisfacción a quien es
de que tú mis bodas haces;
y ¡vive el cielo...!
BEATRIZ:
Don Diego...
Sale doña LEONOR
LEONOR: Señora,
¿quién hay que cause
estas voces? Mas ¿qué miro?
BEATRIZ: No sé quién es.
DIEGO:
Pues yo darte
el gusto de que lo sepas
quiero; porque, aunque me maten
todos cuantos contra mí
hoy solicitan vengarse,
he de ver quién es un hombre
tan reportado o cobarde
que a los ojos de su dama,
llamándole otro, no sale.
Sale don CARLOS
CARLOS: Eso no;
que yo de atento
puedo desvïar un lance,
de cobarde no.
LEONOR:
Desdichas,
¿hasta cuándo habéis de darme
siempre que sentir?
Salen don JUAN y don PEDRO
JUAN:
¿Qué es esto?
PEDRO: ¡Qué
confusión tan notable!
Un enemigo buscaba,
y dos tengo ya delante.
Traidor Carlos, vil don Diego,
si no puedo en dos mitades
dividirme, para daros
dos muertes a un tiempo iguales,
poneos de un bando los dos,
para que de un golpe os mate.
JUAN:
Teneos todos; que [sí] puede
de la razón el examen
mediarlo sin el acero,
componerlo sin la sangre.
¿Haos dicho Beatriz, don Diego,
el más conveniente y fácil
medio?
DIEGO:
El más dificultoso
me ha dicho; que es que me case
con Leonor, y no he de hacerlo.
PEDRO: Ya,
don Juan, no hay más que aguarde.
Pues no basta la razón,
baste el acero.
CARLOS:
Dejadle.
Pónese don CARLOS al lado de don DIEGO
JUAN:
¿Tú le defiendes, diciendo
que no? Siendo así, ¿cómo
haces
tú la fineza?
CARLOS:
Don Juan,
si dijera que sí, darle
yo muerte vieras.
JUAN:
¿Por qué?
CARLOS: Porque de
uno en otro instante
mejora tanto mi amor
que es fuerza que yo me case
con Leonor.
JUAN:
¿Y sus agravios?
CARLOS: Yo no
satisfago a nadie.
Bástame a mí estarlo yo.
Llega, Leonor, a tu padre.
LEONOR: Señor...
PEDRO:
No me digas nada;
que como mi honor restaure,
en albricias de esta dicha
perdono tantos pesares.
JUAN:
Pues ¿no me diréis, don Carlos,
qué novedad visteis?
CARLOS:
¿Daisme
licencia de que lo diga?
JUAN:
Sí.
CARLOS:
Pues dejad que me pase
a vuestro lado.
Pónese CARLOS junto a don JUAN
¡Don Diego!
BEATRIZ: (El dice lo que
oyó.) Aparte
CARLOS:
Dadle
la mano a Beatriz.
DIEGO:
Y el alma.
JUAN:
Pues ¿cómo?
CARLOS:
Esto es importante,
don Juan; con que ya sabréis
de qué mi mudanza nace;
pues si, donde está Leonor
y Beatriz, él entra y sale,
y yo caso con Leonor,
fuerza es que él con Beatriz case.
JUAN:
Dichoso yo que, aunque tuve
recelos, no supe antes
el agravio que el remedio.
GINÉS:
¿Están hechas ya las paces?
Pues, Inés, boda me fecit,
para que con esto nadie
desconfíe de su dama;
que, aunque la experiencia engañe,
no siempre lo peor es cierto.
Perdonad sus yerros grandes.
FIN DE LA COMEDIA