JORNADA PRIMERA
Salen los cautivos cantando lo que quisieren, y
ZARA
ZARA:
Cantad aquí, que ha gustado,
mientras toma de vestir
Fénix hermosa, de oír
las canciones que ha escuchado
tal vez en los baños,
llenas
de dolor y sentimiento.
CAUTIVO 1: Música, cuyo instrumento
son los hierros y cadenas
que nos aprisionan, ¿puede
haberla alegrado?
ZARA:
Sí,
ella escucha. Desde aquí
cantad.
CAUTIVO
2:
Esa pena excede
Zara hermosa, a cuantas son,
pues sólo un rudo animal
sin discurso
racional,
canta alegre en la prisión.
ZARA:
¡No cantáis vosotros?
CAUTIVO
3:
Es
para divertir las penas
propias, mas no las ajenas.
ZARA:
Ella escucha, cantad,
pues.
Cantan
CAUTIVOS:
"Al peso de los años
lo eminente se rinde
que a lo fácil del tiempo
no hay conquista difícil."
Sale ROSA
ROSA:
Despejad, cautivos,
dad
a vuestra canciones fin,
porque sale a este jardín
Fénix a dar vanidad
al campo con su hermosura,
segunda aurora del
prado.
Vanse los cautivos y salen las moras vistiendo a
FÉNIX
ESTRELLA: Hermosa te has
levantado.
ZARA:
No blasone el alba pura
que la debe este jardín
la luz, ni fragancia hermosa
ni la púrpura la
rosa,
ni la blancura el jazmín.
FÉNIX:
El espejo.
ZARA:
Es excusado
querer consultar con él
los borrones que el pincel
sobre la tez no ha dejado.
Danle un espejo
FÉNIX:
¿De qué sirve la hermosura
-- cuando lo fuese la mía --
si me falta la alegría,
si me falta la ventura?
CELIMA:
¿Qué sientes?
FÉNIX:
Si yo
supiera,
ay Celima, lo que siento,
de mi mismo sentimiento
lisonja al dolor hiciera;
pero de la pena mía
no sé la naturaleza,
que entonces fuera tristeza,
lo que hoy es melancolía.
Sólo sé que sé sentir
lo que sé sentir no sé;
que ilusión del alma
fue.
ZARA:
Pues no pueden divertir
tu tristeza estos jardines,
que a la primavera hermosa
labran estatuas de rosa
sobre templos de
jazmines,
hazte al mar, un barco sea
dorado carro del sol.
ROSA:
Y cuando tanto arrebol
errar por sus ondas vea,
con grande melancolía
el jardín al mar dirá --
Ya el sola en su centro está
muy breve ha sido este día.
FÉNIX:
Pues no me puede alegrar
formando sombras y
lejos
la emulación que en reflejos
tienen la tierra y el mar;
cuando con grandezas sumas
compiten entre esplendores
la espumas a las
flores,
la flores a las espumas.
Porque el jardín, envidioso
de ver las ondas del mar,
su curso quiere imitar;
y así, el céfiro amoroso
matices rinde y olores
que, soplando, en ellas bebe;
y hacen las hojas que mueve
un océano de flores;
cuando el mar, triste de
ver
la natural compostura
del jardín, también procura
adornar, y componer
su playa, la pompa pierde
y, a segunda ley
sujeto,
compite[n] con dulce efeto
campo azul y golfo verde;
siendo, ya con rizas plumas,
ya con mezclados colores,
el jardín un mar de
flores
y el mar un jardín de espumas.
Sin duda mi pena es mucha,
no la pueden lisonjear
campo, cielo, tierra y mar.
ZARA:
Gran pena contigo lucha.
Sale el REY con un retrato
REY:
Si acaso permite el mal,
cuartana de tu belleza,
dar treguas a tu tristeza,
este bello original
-- que no es retrato el que
tiene
alma y vida -- es del infante
de Marruecos, Tarudante,
que a rendir a tus pies viene
la corona. Embajador
es de su parte, y no
dudo
que embajador que habla mudo,
trae embajadas de amor.
Favor en su amparo tengo.
Diez mil jinetes alista
que envïar a la conquista
de Ceuta, que ya prevengo.
Dé la vergüenza esta vez
licencia. Permite amar
a quien se ha de coronar
rey de tu hermosura en
Fez.
FÉNIX:
(¡Válgame
Alá!)
Aparte
REY:
¿Qué rigor
te suspende de esa suerte?
FÉNIX: La
sentencia de mi muerte.
REY:
¿Qué es lo que dices?
FÉNIX:
Señor,
si
sabes que siempre has
sido
mi dueño, mi padre y rey,
¿qué he de decir? (¡Ay, Muley, Aparte
grande ocasión has perdido!)
El silencio -- ¡ay infelice! --
hace mi humildad
inmensa.
(Miente el alma, si lo piensa. Aparte
Miente la voz, si lo dice.)
REY:
Toma el retrato.
FÉNIX:
(Forzada Aparte
la mano le tomará;
pero el alma no
podrá.
Disparan una pieza
ZARA:
Esta salva es a la entrada
de Muley, que hoy ha surgido
del mar de Fez.
REY:
Justa es.
Sale MULEY con bastón de general
MULEY:
Dame, gran señor, los pies.
REY:
Muley, seas bien
venido.
MULEY:
Quien penetra el arrebol
de tan soberana esfera,
y a quien en el puerto espera
tal aurora, hija del sol,
fuerza es que venga con
bien,
dame, señora, la mano,
que este favor soberano
puede mereceros quien
con amor, lealtad y fe
nuevos triunfos te
previene,
y fue a serviros, y viene
tan amante como fue.
FÉNIX:
(¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?) Aparte
Tú, Muley (¡Estoy mortal!) Aparte
vengas con bien.
MULEY:
(No con mal Aparte
será, si a mis ojos creo.)
REY:
En fin, Muley, ¿qué hay del mar?
MULEY: Hoy
tu sufrimiento pruebas,
de pesar te traigo nuevas
porque ya todo es
pesar.
REY:
Pues cuanto supieres di,
que en un ánimo constante
siempre se halla igual semblante
para el bien y el mal...Aquí
te sienta, Fénix.
FÉNIX:
Sí, haré.
REY:
Todas os sentad... Prosigue
y nada a callar te obligue.
Siéntanse el REY y las damas
MULEY:
Ni hablar, ni callar, podré.
Salí, como me mandaste,
con dos galeazas
solas,
gran señor, a recorrer
de Berbería las costas.
Fue tu intento que llegase
a aquella ciudad famosa,
llamada en un tiempo
Elisa,
aquella que está a la boca
del Freto Eurelio fundada,
y de Ceido nombre toma
-- que Ceido, Ceuta, en hebreo
vuelto al árabe idïoma,
quiere decir, hermosura,
y ella es ciudad siempre hermosa --
aquélla, pues, que los cielos
quitaron a tu corona
quizá por justos
enojos
del gran profeta Mahoma;
y en oprobio de las armas
nuestras, miramos agora,
que pendones portugueses
en sus torres se enarbolan
teniendo siempre a los ojos
un padrastro que baldona
nuestros aplausos, un freno
que nuestro orgullo reporta,
un Cáucaso que
detiene
al Nilo de tus victorias
la corriente, y, puesta en medio,
el paso a España le estorba.
Iba con órdenes, pues,
de mirar, e inquirir
todas
tus fuerzas, para decirte
la disposición y forma
que hoy tiene, y cómo podrás
a menos peligro y costa
emprender la guerra. El
cielo
te conceda la victoria,
con esta restitución;
aunque la dilate agora
mayor desdicha, pues creo
que está su empresa
dudosa,
y con más necesidad
te está apellidando otra;
pues las armas prevenidas
para la gran Ceuta, importa
que sobre Tánger
acudan,
porque amenazada llora
de igual pena, igual desdicha,
igual ruina, igual congoja.
Yo lo sé porque en el mar
una mañana, a la
hora
que, medio dormido el sol,
atropellando las sombras
del ocaso, desmaraña
sobre jazmines y rosas
rubios cabellos, que
enjuga
con paños de oro a la aurora
lágrimas de fuego y nieve
que el sol convirtió en aljófar,
que a largo trecho del agua
venía una gruesa
tropa
de naves; si bien entonces
no pudo la vista absorta
determinarse a decir
se eran naos, o si eran rocas,
porque como en los
matices
sutiles pinceles logran
unos visos, unos lejos,
que en perspectiva dudosa
parecen montes tal vez
y tal ciudades
famosas,
porque la distancia siempre
monstruos imposibles forma.
Así en países azules
hicieron luces y sombras,
confundiendo mar y
cielo
con las nubes y las ondas
mil engaños a la vista,
pues ella entonces curiosa
sólo percibió los bultos,
y no distinguió las
formas.
Primero nos pareció,
viendo que sus puntas tocan
con el cielo, que eran nubes
de las que a la mar se arrojan
a concebir en
zafir
lluvias que en cristal abortan;
y fue bien pensado, pues
esta innumerable copia
pareció que pretendía
sorberse el mar gota a
gota.
Luego de marinos monstruos
nos pareció errante copia,
que a acompañar a Neptuno
salían de sus alcobas;
pues sacudiendo las
velas,
que son del viento lisonja,
pensamos que sacudían
las alas sobre las olas.
Ya parecía más cerca
una inmensa
Babilonia,
de quien los pensiles fueron
flámulas que el viento azotan;
aquí ya desengañada
la vista, mejor se informa
de que era armada, pues vio
a los sulcos de las proas
-- cuando batidas espumas
ya se encrespan, ya se entorchan --
rizarse montes de plata,
de cristal cuajarse
rocas.
Yo que vi tanto enemigo
volví a su rigor la proa,
que también saber hüír,
es linaje de victoria.
Y así como más
experto
en estos mares, la boca
tomé de una cala, adonde
al abrigo y a la sombra
de dos montecillos, pude
resistir la
poderosa
furia de tan gran poder,
que mar, cielo y tierra asombra.
Pasan sin vernos, y yo
deseoso -- ¿quién lo ignora? --
de saber donde
seguía
esta armada su derrota,
a la campaña del mar
salí otra vez, donde logra
el cielo mis esperanzas,
en esta ocasión
dichosas;
pues vi que de aquella armada
se había quedado sola
una nave, y que en el mar
mal defendida zozobra
porque, según después
supe,
de una tormenta que todas
corrieron, había salido
deshecha, rendida y rota.
Y así, llena de agua estaba
sin que bastasen las
bombas
a agotarla, y titubeando
ya a aquella parte, ya a estotra,
estaba a cada vaivén
si se ahoga o no se ahogan.
Llegué a ella, y aunque
moro,
les di alivio en sus congojas,
que el tener en las desdichas
compañía, de tal forma
consuela, que el enemigo
suele servir de
lisonja.
El deseo de vivir
tanto a
algunos les provoca,
que haciendo animoso escalas
de gúmenas y maromas,
a la prisión se vinieron;
si bien otros les baldonan
diciéndoles que el vivir
eternos, es vivir con honra.
Y aun así se resistieron.
¡Portuguesa
vanagloria!
De los que salieron, uno
muy por extenso me informa.
Dice, pues, que aquella armada
ha salido de Lisboa
para Tánger y que
viene
a sitiarla con heroica
determinación, que veas
en sus almenas famosas
las quinas que ves en Ceuta
cada vez que el sol se
asoma.
Duarte de Portugal,
cuya fama vencedora
ha de volar con las plumas
de las águilas de Roma,
envía a sus dos
hermanos,
Enrique y Fernando, gloria
de este siglo, que los mira
coronados de victorias,
maestres de Cristo y de Avis
son, los dos pechos adornan
cruces de perfiles blancos,
una verde y otra roja.
Catorce mil portugueses
son, gran señor, los que cobran
sus sueldos, sin los que
vienen
sirviéndolos a su costa.
Mil son los fuertes caballos
que la soberbia española
los vistió para ser tigres
los calzó para ser
onzas.
Ya a Tánger habrán llegado,
y esta, señor, es la hora
que si su arena no pisan,
al menos sus mares cortan.
Salgamos a defenderla
tú mismo las armas toma,
baje en tu valiente brazo
el azote de Mahoma,
y del libro de la muerte
desate la mejor
hoja;
que quizá se cumple hoy
una profecía heroica
de Morabitos, que dicen
que en la margen arenosa
del África ha de
tener
la portuguesa corona
sepulcro infeliz, y vean
que aquesta cuchilla corva
campañas verdes y azules
volvió con su sangre
rojas.
REY:
Calla, no me digas más,
que de mortal furia lleno,
cada voz es un veneno
con que la muerte me das;
mas sus bríos
arrogantes
haré que en África tengan
sepulcro, aunque armados vengan
sus maestres los infantes.
Tú, Muley, con los jinetes
de la costa parte
luego,
mientras yo en tu amparo llego
que si, como me prometes,
en escaramuzas diestras
le ocupas, porque tan presto
no tomen tierra, y en
esto
la sangre heredada muestras,
Yo tan veloz llegaré
como tú con lo restante
del ejército arrogante
que en este campo se
ve.
Y así, la sangre concluya
tantos
duelos en un día
porque Ceuta ha de ser mía
y Tánger no ha de ser suya.
Vase
MULEY:
Aunque de paso, no
quiero
dejar, Fénix, de decir,
ya que tengo de morir,
la enfermedad de que muero;
que aunque pierdan mis recelos
el respeto a tu
opinión,
si celos mis penas son,
ninguno es cortés con celos.
¿Qué retrato -- ¡ay enemiga! --
en tu blanca mano vi?
¿Quién es el dichoso,
di?
¿Quién?... Mas espera. No diga
tu lengua tales agravios.
Basta, sin saber quién sea
que yo en tu mano le vea,
sin que le escuche en tus labios.
FÉNIX:
Muley, aunque mi deseo
licencia de amar te dio,
de ofender y injuriar, no.
MULEY:
Es verdad, Fénix. Ya veo
que no es estilo ni
modo
de hablarte, pero los cielos
saben que, en habiendo celos,
se pierde el respeto a todo.
Con grande
recato y miedo
te serví, quise y
amé;
mas si con amor callé,
con celos, Fénix, no puedo.
No puedo.
FÉNIX:
No ha merecido
tu culpa satisfacción;
pero yo por mi
opinión
satisfacerte he querido,
que un agravio entre los dos
disculpa tiene, y así
te la doy.
MULEY:
Pues, ¿hayla?
FÉNIX:
Sí.
MULEY:
¡Buenas nuevas te dé
Dios!
FÉNIX:
Este retrato ha envïado...
MULEY:
¿Quién?
FÉNIX:
Tarudante el infante.
MULEY: ¿Para
qué?
FÉNIX:
Porque ignorante
mi padre de mi cuidado...
MULEY:
¿Bien?
FÉNIX:
Pretende que estos
dos
reinos...
MULEY:
No me digas más.
¿Esa disculpa me das?
¡Malas nuevas te dé Dios!
FÉNIX:
Pues, ¿qué culpa habré tenido
de que mi padre lo
trate?
MULEY:
De haber hoy, aunque te mate,
el retrato recibido.
FÉNIX:
¿Pude excusarlo?
MULEY:
¿Pues no?
FÉNIX:
¿Cómo?
MULEY:
Otra cosa fingir.
FÉNIX:
Pues, ¿qué pude hacer?
MULEY:
Morir;
que por ti lo hiciera yo.
FÉNIX:
Fue fuerza.
MULEY:
Más fue mudanza.
FÉNIX: Fue
violencia.
MULEY:
No hay violencia.
FÉNIX: Pues,
¿qué pudo ser?
MULEY:
Mi ausencia,
sepulcro de mi
esperanza.
Y para asegurarme
de que te puedes mudar,
ya me vuelvo yo a ausentar.
Vuelve, Fénix a
matarme.
FÉNIX:
Forzosa es la ausencia.
Parte.
MULEY: Ya lo
está, el alma primero.
FÉNIX: A
Tánger, que en Fez te espero
donde acabes de quejarte.
MULEY:
Sí, haré; si mi mal dilato.
FÉNIX:
Adiós, que es fuerza el
partir.
MULEY: Oye,
¿al fin me dejas ir
sin entregarme el retrato?
FÉNIX:
Por el rey no le he deshecho.
Quítale el retrato
MULEY:
Suelta, que no será en vano
que saque yo de tu
mano
a quien me saca del pecho.
Vanse. Tocan un clarín, hay ruido de
desembarcar, y van saliendo don FERNANDO, don ENRIQUE,
don JUAN
Coutiño, y soldados
FERNANDO: Yo
he de ser el primero, África bella,
que he de pisar tu margen arenosa,
porque oprimida al peso de mi huella,
sientas en tu cerviz la
poderosa
fuerza que ha de rendirte.
ENRIQUE:
Yo en el suelo
africano la planta generosa
el segundo pondré.
Cáe[se]
¡Válgame el cielo!
Hasta aquí los agüeros me han seguido.
FERNANDO: Pierde, Enrique, a
esas cosas el recelo
porque el caer agora antes ha sido
que ya, como a señor, la misma tierra
los brazos en albricias te ha pedido.
ENRIQUE:
Desierta esta campaña y esta sierra
los alarbes, al vernos, han dejado.
JUAN:
Tánger las puertas de sus muros cierra.
FERNANDO:
Todos se han retirado a su sagrado.
Don Juan Coutiño, conde de Miralva,
reconoced
las tierra con cuidado,
ante que el sol, reconociendo el alba,
con más furia nos hiera y nos ofenda,
haced a la ciudad la primer salva.
Decid que defenderse no pretenda,
porque la he de ganar a sangre y fuego,
que el campo inunde, el edificio encienda.
JUAN:
Tú verás que a sus mismas puertas llego,
aunque volcán de llamas y de rayos,
le deje al sol con pardas nubes ciego.
Vase. Sale BRITO
BRITO:
¡Gracias a Dios que abriles piso y mayos
y en la tierra me voy por donde quiero,
sin sustos, sin vaivenes ni desmayos!
Y no en el mar adonde, si primero
no se consulta un monstruo de madera
-- que es juez de palo, en fin, el más ligero --
no se puede escapar de una carrera
en el mayor peligro. ¡Ah, tierra mía!
No muera en agua yo, como no muera
tampoco en tierra hasta el postrero día.
ENRIQUE: [¿Qué dices
loco?]
[BRITO]:
Una oración de fragua
fúnebre, que es sermón de
Berbería
panegírico es que digo al agua
y en emponomio horténsico me quejo
porque este enojo, desde que se fragua
con ella el vino, me quedó, y ya es viejo.
[sin razón, sin arbitrio y sin consuelo.
. . . . . . . . . . . . . . { -- ejo}
. . . . . . . . . . . . . . .{ -- elo}
. . . . . . . . . . . . . . . . { -- ena}
. . . . . . . . . . . . . . . . .{ -- elo}.]
ENRIQUE:
¡Que escuches este loco!
FERNANDO:
¡Y que tu pena
tanto de ti te priva y te divierte!
ENRIQUE: El alma traigo
de temores llena
echado juzgo contra mí la suerte
desde que de Lisboa, al salir solo,
imágenes he visto de la muerte.
Apenas, pues, al berberisco polo
prevenimos los dos esta jornada,
cuando de un parasismo el mismo Apolo,
amortajado en nubes, la dorada
faz escondió, y el mar sañudo y
fiero
deshizo con tormentas nuestra armada.
Si miro al mar, mil sombras considero;
si al cielo miro, sangre me parece
su velo azul; si al aire lisonjero,
aves nocturnas son las que me ofrece;
si a la tierra, sepulcros representa,
donde mísero yo caiga y tropiece.
FERNANDO:
Pues descifrarte aquí mi amor intenta
causa de un melancólico accidente.
Sorbernos una nave una
tormenta,
es decirnos que sobra aquella gente
para ganar la empresa a que venimos;
verte púrpura el cielo transparente
es gala, no es horror, que si fingimos
monstruos al agua y pájaros al viento,
nosotros hasta aquí no los trajimos;
pues si ellos aquí están, ¿no es argumento
que a la tierra que habitan inhumanos
pronostican el fin fiero y sangriento?
Esos agüeros viles, miedos
vanos,
para los moros vienen, que los crean,
no para que los duden los cristianos.
Nosotros dos lo somos, no se emplean
nuestras armas aquí por vanagloria
de que en los libros inmortales
lean
ojos humanos esta gran victoria,
la fe de Dios a engrandecer venimos,
suyo será el honor, suya la gloria,
si vivimos dichosos, pues morimos;
el castigo de Dios justo es
temerle,
. . . . . . . . . . . . . . .[ -- imos.]
. . . . . . . . . . . . . . .[ -- erle]
Éste no viene envuelto en medios vanos,
a servirle venimos, no a ofenderle.
Cristianos sois; haced como cristianos.
Sale don JUAN
¿Pero qué es esto?
JUAN:
Señor,
yendo al muro a obedecerte
a la falda de ese monte
vi una tropa de jinetes,
que de la parte de
Fez
corriendo a esta parte vienen
tan veloces, que a la vista
aves, no brutos, parecen.
El viento no los sustenta,
la tierra apenas los
siente.
Y así la tierra ni el aire
sabe si corren o vuelen.
FERNANDO: Salgamos a
recibirlos,
haciendo primero frente
los arcabuceros,
luego
los que caballos tuvieren
salgan también, y su usanza,
con lanzas y con arneses.
Ea, Enrique, buen principio
esta ocasión nos
ofrece,
¡ánimo!
ENRIQUE:
Tu
hermano soy,
no me espantan accidentes
del tiempo, ni me espantara
el semblante de la muerte.
Vanse
BRITO: El
cuartel de la
salud
me toca a mí guardar siempre;
¡oh, qué brava escaramuza!
Ya se embisten, ya acometen,
famoso juego de cañas,
ponerme en cobro
conviene.
Vase y tocan al arma, salen pelando don JUAN y don
ENRIQUE con los moros
ENRIQUE: A ellos, que ya
los moros
vencido la espalda vuelven.
JUAN:
Llenos de despojos quedan,
de caballos y de gentes
estos campos.
ENRIQUE:
Don
Fernando,
¿dónde está, que no parece?
JUAN:
Tanto se ha empeñado en ellos
que ya de vista se pierde.
ENRIQUE: Pues a
buscarle, Coutiño.
JUAN:
Siempre a tu lado me tienes.
Vanse y salen don FERNANDO con la espada de MULEY,
y MULEY con adarga sola
FERNANDO: En la desierta
campaña
que tumba común parece
de cuerpos muertos, si ya
no es teatro de la muerte,
sólo
tú, moro, has quedado
porque, rendida, tu gente
se retiró, y tu caballo
que mares de sangre vierte
envuelto en polvo y espuma
que él mismo levanta y
pierde,
te dejó, para despojo
de mi brazo altivo y fuerte,
entre los sueltos caballos
de los vencidos jinetes.
Yo ufano con tal
victoria,
que me ilustra y desvanece
más que el ver esta campaña
coronada de claveles;
pues es tanta la vertida
sangre con que se
guarnece,
que la piedad de los ojos
fue tan grande, tan vehemente
de no ver siempre desdichas,
de no mirar ruinas siempre,
que por el campo
buscaban
entre lo rojo lo verde.
En efecto, mi valor
sujetando tus valientes
bríos, de tantos perdidos
un suelto caballo
prende,
un monstruo, que siendo hijo
del viento, adopción pretende
del fuego, y entre los dos
lo desdice y lo desmiente
el color, pues siendo
blanco,
dice el agua, "Parto es éste
de mi esfera, sola yo
pude cuajarle de nieve.
En fin, en lo veloz, viento,
rayo, en fin, en lo
eminente,
era por los blanco cisne,
por lo sangriento era sierpe,
por lo hermoso era soberbio,
por lo atrevido valiente,
por los relinchos
lozano,
y por las cernejas fuerte.
En la silla y en las ancas
puestos los dos juntamente,
mares de sangre rompimos,
por cuyas ondas crüeles
este bajel animado,
hecho proa de la frente,
rompiendo el globo de nácar
desde el codón al copete,
pareció entre espuma y sangre,
ya que bajel quise hacerle,
de cuatro espuelas herido,
que cuatro vientos le mueven.
Rindióse al fin, si hubo peso
que tanto Atlante
sufriese,
si bien, el de las desdichas
hasta los brutos lo sienten;
o ya fue que enternecido,
entre sus instinto dijese,
"Triste camino el
alarbe
y el español parte alegre.
Luego yo contra mi patria
¿soy traidor y soy aleve?"
No quiero pasar de aquí
y puesto que triste
vienes
tanto, que aunque el corazón
disimula cuanto puede
por la boca y por los ojos
-- volcanes que el pecho enciende --
ardientes suspiros
lanza
y tiernas lágrimas vierte.
Admirado mi valor
de ver, cada vez que vuelve
que a un golpe de la Fortuna
tanto se postre y
sujete
tu valor, pienso que es otra
la causa que te entristece,
porque por la libertad,
no era justo, ni decente,
que tan tiernamente
llore
quien tan duramente hiere.
Y así, si el comunicar
los males alivio ofrece
al sentimiento, entre tanto
que llegamos a mi
gente,
mi deseo a tu cuidado,
si tanto favor merece,
con razones le pregunta
comedidas y corteses,
"Qué sientes, pues ya yo
creo
que el venir preso no sientes?"
Comunicado el dolor
se aplaca, si no se vence,
y yo, que soy el que tuve
más parte en este accidente
de la Fortuna, también
quiero ser el que consuele
de tus suspiros la causa,
si la causa lo
consiente.
MULEY:
Valiente eres,
español
y cortés como valiente
tan bien vences con la lengua
como con la espada vences.
Tuya fue la vida, cuando
con la espada entre mi
gente
me venciste, pero agora
que con la lengua me prendes
es tuya el alma, porque
alma y vida se confiesen
tuyas, de ambos eres
dueño;
pues ya crüel, ya clemente
por el trato y por las armas
me has cautivado dos veces.
Movido de la piedad
de oírme, español, y
verme
preguntado me han la causa
de mis suspiros ardientes.
Y aunque confieso que el mal
repetido y dicho suele
templarse, también
confieso
que quien le repite quiere
aliviarse, y es mi mal
tan dueño de mis placeres
que, por no hacerles disgusto
y que aliviado me
deje,
no quisiera repetirle;
mas ya es fuerza obedecerte,
y quiérotela decir,
por quien soy y por quien eres.
Sobrino del rey de
Fez
soy, mi nombre es Muley Jeque,
familia que ilustran tantos
bajáes y belerbeyes.
Tan hijo fui de desdichas
desde mi primer
oriente,
que en el umbral de la vida
nací en brazos de la muerte.
Una desierta campaña
que fue sepulcro eminente
de españoles, fue mi
cuna;
pues para que lo confieses,
en los Gelves nací el año
que os perdisteis en los Gelves.
A servir al rey mi tío
vine, infante, pero
empiecen
las penas y las desdichas,
cesen las venturas, cesen.
Vine a Fez, y una hermosura
a quien he adorado siempre
junto a mi casa
vivía,
porque más cerca muriese.
Desde mis primeros años,
porque más constante fuese
este amor, más imposible
de acabarse y de
romperse,
ambos nos crïamos juntos
y amor en nuestras niñeces
no fue rayo, pues hirió
en lo humilde, tierno y débil
con más fuerza que
pudiera
en lo augusto, altivo y fuerte;
tanto, que para mostrar
sus fuerzas y sus poderes
hirió nuestros corazones
con arpones
diferentes.
Pero como la porfía
del agua en las piedras suele
hacer señal, por la fuerza
no, sino cayendo siempre,
así las lágrimas mías,
porfiando tiernamente,
la piedra del corazón,
más que los diamantes, fuerte,
labraron y no con fuerza
de méritos excelentes
pero con mi mucho amor,
vino, en fin, a enternecerse.
En este estado viví
algún tiempo, aunque fue breve,
gozando en auras
süaves
mil amoroso deleites.
Ausentéme, por mi mal;
harto he dicho en "ausentéme,"
pues en mi ausencia otro amante
ha venido a darme
muerte.
Él dichoso, yo infelice,
él asistiendo, yo ausente,
yo cautivo, y libre él,
me contrastara mi suerte
cuando tú me
cautivaste.
Mira si es bien me lamente.
FERNANDO: Valiente moro y
galán,
si adoras como refieres,
si idolatras como dices,
si amas como
encareces,
si celas como suspiras,
si como recelas temes,
y si como siente amas,
dichosamente padeces.
No quiero por tu
rescate
más precio de que le aceptes.
Vuélvete y dile a tu dama
que por su esclavo te ofrece
un portugués caballero;
y si obligada
pretende
pagarme el precio por ti,
yo te doy lo que me debes,
cobra la deuda de amor
y logra tus intereses.
Ya el caballo que
rendido
cayó en el suelo, parece
con el ocio y el descanso
que restituído vuelve;
y porque sé qué es amor
y qué es tardanza en
ausentes,
no te quiero detener.
Sube en tu caballo y vete.
MULEY: Nada
mi voz te responde,
que a quien liberal ofrece,
sólo aceptar es lisonja.
Dime, portugués, ¿quién eres?
FERNANDO: Un hombre noble y no
más.
MULEY:
Bien lo muestras, seas quien fueres;
para el bien y para el mal
soy tu esclavo
eternamente.
FERNANDO: Toma el caballo, que
es tarde.
MULEY: Pues
si a ti te lo parece,
¿qué hará a quien vino cautivo
y libre a sus dama vuelve?
Vase
FERNANDO: Generosa acción es
dar,
y más la vida.
Dentro MULEY
MULEY:
¡Valiente
portugués!
FERNANDO:
Desde el caballo
habla. ¿Qué es lo que me quieres?
MULEY:
Espero que he de pagarte
algún día tantos
bienes.
FERNANDO: ¡Gózalos tú!
MULEY:
Porque al fin
hacer bien nunca se pierde.
¡Alá te guarde, español!
FERNANDO: Si Alá es Dios, con
bien te lleve.
Suenan dentro cajas y trompetas
Mas, ¿qué trompa es aquesta,
que el aire turba y la región molesta?
Y por esta otra parte
cajas se escuchan; música de Marte
son las dos.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE:
¡Oh, Fernando!
Tu persona veloz vengo
buscando.
FERNANDO: Enrique, ¿qué hay de
nuevo?
ENRIQUE:
Aquellos ecos
ejércitos de Fez y Marruecos
son, porque Tarudante
al rey de Fez socorre, y arrogante
el rey con gente
viene,
en medio cada ejército nos tiene
de modo que, cercados,
somos los sitiadores y sitiados.
Si la espada volvemos
al uno, mal del otro nos
podemos
defender, pues por una y otra parte
nos deslumbran relámpagos de Marte.
¿Qué haremos, pues de confusiones llenos?
FERNANDO: ¿Qué? Morir
como buenos,
con ánimos
constantes.
¿No somos dos maestres, dos infantes?
. . . . . . . . . . . . [ -- eses]
Cuando bastara ser dos portugueses
particulares, para no haber visto
la cara al miedo. Pues Avis y
Cristo
a voces
repitamos,
y por la fe muramos,
pues a morir venimos.
Sale don JUAN
JUAN:
Mala salida a tierra dispusimos.
FERNANDO: Ya no es tiempo de
medios,
a los brazos apelen los
remedios,
pues uno y otro ejército nos cierra
en medio. ¡Avis y Cristo!
JUAN:
¡Guerra, guerra!
Éntranse sacando las espadas, dase la
batalla y sale BRITO
BRITO: Ya
nos cogen en medio
un ejército y otro sin
remedio.
¡Qué bellaca
palabra!
La llave eterna de los cielos abra
un resquicio siquiera,
que de aqueste peligro salga afuera
quien aquí se ha
venido
sin qué, ni para qué. Pero fingido
muerte estaré un instante,
y muerto lo tendré para adelante.
Échase en el suelo y sale[n don ENRIQUE Y]
un moro acuchillándo[se]
MORO:
¿Quién tanto se defiende,
siendo mi brazo rayo que
desciende
desde la cuarta esfera?
ENRIQUE: Pues aunque yo
tropiece, caiga y muera
en cuerpos de cristianos,
no desmaya la fuerza de las manos,
que ella de quien yo soy mejor avisa.
BRITO:
(¡Cuerpo de Dios con él, y québien pisa!) Aparte
Písanle, y éntranse, y salen MULEY y
don JUAN Coutiño riñendo
MULEY: Ver,
portugués valiente,
en ti fuerza tan grande
no lo siente
mi valor, pues quisiera
daros hoy la victoria.
JUAN:
¡Pena fiera!
Sin tiento y sin aviso
con cuerpos de cristianos cuantos piso.
BRITO: (Yo
se lo perdonara Aparte
a trueco, mi señor, que no pisara.)
Vanse los dos y sale don FERNANDO,
retirándose del REY y de otros moros
REY:
Rinde la espada,
altivo
portugués; que si logro el verte vivo
en mi poder, prometo
. . . . . . . . . . . . .[ -- eto]
ser tu amigo. ¿Quién eres?
FERNANDO: Un caballero soy,
saber no esperes
más de mí. Dame muerte.
Sale don JUAN, y pónese a su
lado
JUAN:
Primero, gran señor, mi pecho fuerte,
que es muro de diamante,
tu vida guardará puesto delante.
¡Ea, Fernando
mío,
muéstrese agora el heredado brío!
REY:
Si esto escucho, ¿qué espero?
Suspéndanse las armas, que no quiero
hoy más felice gloria
que este preso me basta por victoria.
Si tu prisión o muerte
con tal sentencia decretó la suerte,
de ala espada, Fernando,
al rey de Fez.
Sale MULEY
MULEY:
¿Qué es lo que estoy mirando?
FERNANDO: Sólo a un rey la
rindiera,
que desesperación negarla fuera.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¿Preso mi
hermano?
FERNANDO:
Enrique,
tu voz más sentimiento no publique;
que en la suerte importuna
éstos son los sucesos de
Fortuna.
REY:
Enrique, don Fernando
está hoy en mi poder y aunque mostrando
la ventaja que tengo
pudiera
daros muerte, yo no vengo
hoy más que a
defenderme,
que vuestra sangre no viniera a hacerme
honras tan conocidas,
como podrán hacerme vuestras vidas.
y para que el rescate
con más puntualidad al rey se trate,
vuelve tú, que Fernando
en mi poder se quedará aguardando
que vengas a libralle.
Pero dile a Duarte, que en llevalle
será su intento
vano,
si a Ceuta no me entrega por su mano.
Y agora vuestra alteza,
a quien debo esta honra, esta grandeza
a Fez venga conmigo.
FERNANDO: Iré a la esfera
cuyos rayos sigo.
MULEY:
(¡Porque yo tenga, cielos, Aparte
más que sentir entre amistad y celos!)
FERNANDO: Enrique, preso
quedo,
ni a mal ni a la Fortuna tengo miedo.
Dirásle a
nuestro
hermano
que haga aquí como príncipe cristiano
en la desdicha mía.
ENRIQUE: ¿Pues quién de
sus grandezas desconfía?
FERNANDO: Esto te encargo y
digo
que haga como
cristiano.
ENRIQUE:
Yo me obligo
a volver como tal.
FERNANDO:
Dame esos brazos.
ENRIQUE: Tú eres el
preso, y pónesme a mí lazos.
FERNANDO: Don Juan, adiós.
JUAN:
Yo he de quedar contigo;
de mí no te despidas.
FERNANDO:
¡Leal
amigo!
ENRIQUE: ¡Oh infelice
jornada!
FERNANDO: Dirásle al rey...
Mas no le digas nada,
si con grande silencio el miedo vano
estas lágrimas lleva al rey mi hermano.
Vanse y salen dos moros, y ven a BRITO
como
muerto
MORO 1: Cristiano
muerto es
éste.
MORO 2: Porque no
causen peste,
echad al mar los muertos.
BRITO:
En dejándoos los cascos bien abiertos
a tajos y reveses,
que "ainda mortos" somos
portugueses.
FIN DE LA PRIMERA JORNADA