JORNADA SEGUNDA
Sale FÉNIX
FÉNIX:
¡Zara! ¡Rosa! ¡Estrella! ¿No
hay quien me responda?
Sale MULEY
MULEY:
Sí,
que tú eres sol para mí
y para ti sombra yo;
y la sombra al sol
siguió.
El eco dulce escuché
de tu voz, y apresuré
por esta montaña el paso.
¿Qué sientes?
FÉNIX:
Oye, si acaso
puedo decir lo que
fue.
Lisonjera, libre, ingrata,
dulce y süave una fuente
hizo apacible corriente
de cristal y undosa plata;
lisonjera se
desata,
porque hablaba y no sentía;
süave, porque fingía;
libre, porque claro hablaba;
dulce, porque murmuraba;
e ingrata, porque
corría.
Aquí cansada llegué
después de seguir ligera
en ese monte una fiera,
en cuya frescura hallé
ocio y descanso;
porque
de un montecillo a la espalda,
de quien corona y guirnalda
fueron clavel y jazmín,
sobre un catre de carmín
hice un foso de
esmeralda.
Apenas en él rendí
el alma al susurro blando
de las soledades, cuando
ruido en las hojas sentí.
Atenta me puse, y
vi
una caduca africana,
espíritu en forma humana,
ceño arrugado y esquivo,
que era un esqueleto vivo
de lo que fue sombra vana,
cuya rústica fiereza
cuyo aspecto esquivo y bronco
fue escultura hecha de un tronco
sin pulirse la corteza.
Con melancolía y
tristeza,
pasiones siempre infelices
-- para que te atemorices --
una mano me tomó,
y entonces ser tronco yo
afirmé por las
raíces.
Hielo introdujo en mis venas
el contacto, horror las voces,
que discurriendo veloces,
de mortal veneno llenas.
Articuladas
apenas,
esto les pude entender:
"¡Ay infelice mujer!
¡Ay forzosa desventura!
¡Que en efecto esta hermosura
precio de un muerte ha de
ser!"
Dijo; y yo tan triste vivo
que diré mejor que muero,
pues por instantes espero
de aquel tronco fugitivo
cumplimiento tan
esquivo,
de aquel oráculo yerto
el presagio y fin tan cierto
que mi vida ha de tener.
¡Ay de mí! ¡Que hoy he de ser
precio vil de un hombre
muerto!
Vase FÉNIX
MULEY:
Fácil es de descifrar
ese sueño, esa ilusión,
pues las imágenes son
de mi pena singular.
A
Tarudante has de
dar
la mano de esposa; pero
yo, que en pensarlo me muero,
estorbaré mi rigor;
que él no ha de gozar tu amor
si no me mata
primero.
Perderte yo, podrá ser;
mas no perderte y vivir.
Luego si es fuerza el morir
antes que lo llegue a ver,
precio mi vida ha de ser
con que ha de comprarte. ¡Ay cielos!
¡Y tú en tantos desconsuelos
precio de un muerto serás
pues que morir me verás
de amor, de envida y de celos!
Salen tres cautivos y el infante don FERNANDO
CAUTIVO 1: Desde
aquel jardín te vemos,
donde estamos trabajando,
andar a caza, Fernando,
y todos juntos venimos
a arrojarnos a tus pies.
CAUTIVO 2: Solamente este
consuelo
aquí nos ofrece el cielo.
CAUTIVO 3: Piedad como suya es.
FERNANDO:
Amigos, dadme los brazos;
y sabe Dios si con ellos
quisiera de vuestros
cuellos
romper los nudos y lazos
que os aprisionan; que a fe
que os darían libertad
antes que a mí; mas pensad
que favor del cielo fue
esta piadosa sentencia;
él mejorará la suerte,
que a la desdicha más fuerte
sabe vencer la prudencia.
Sufrid con ella el
rigor
del tiempo y de la Fortuna,
deidad bárbara importuna,
hoy cadáver y ayer flor.
No permanece jamás
y así os mudará de
estado.
¡Ay Dios! Que al necesitado
darle consejo no más
no es prudencia, y en verdad
que, aunque quiera regalaros,
no tengo esta vez qué
daros.
Mis amigos, perdonad.
Ya de Portugal espero
socorro, presto vendrá;
vuestra mi hacienda será.
Para vosotros la
quiero.
Si me vienen a sacar
del cautiverio, ya digo
que todos iréis conmigo.
Id con Dios a trabajar.
No disgustéis vuestros dueños.
CAUTIVO 1: Señor, tu vida y salud
hace nuestra esclavitud
dichosa.
CAUTIVO
2:
Siglos pequeños
son los del fénix, señor,
para que vivas.
Vanse
FERNANDO:
El
alma
queda en lastimosa calma,
viendo que os vais sin favor
de mis manos. ¡Quien pudiera
socorrerlos! ¡Qué dolor!
MULEY: Aquí
estoy viendo el
amor
con que la desdicha fiera
de esos cautivos tratáis.
FERNANDO: Duélome de su fortuna
y en la desdicha importuna
que a esos cautivos
miráis,
aprendo a ser infelice'
y algún día podrá ser
que los haya menester.
MULEY: ¿Eso
vuestra alteza dice?
FERNANDO:
Naciendo infante, he
llegado
a ser esclavo; y así
temo venir desde aquí
a más miserable estado;
que si ya en aqueste vivo,
mucha más distancia
trae
de
infante a cautivo que hay
de cautivo a más cautivo.
Un día llama a otro día,
y así llama y encadena
llanto a llanto y pena a
pena.
MULEY: No
fuera mayor la mía,
que vuestra alteza mañana,
aunque hoy cautivo está,
a su patria volverá;
pero mi esperanza es
vana,
pues no puede alguna vez
mejorarse mi fortuna,
mudable más que la luna.
FERNANDO: Cortesano soy de
Fez,
y nunca de los
amores
que me contaste te oí
novedad.
MULEY:
Fueron en mí
recatados los favores.
El dueño juré encubrir;
pero a la amistad
atento,
sin quebrar el juramento,
te lo tengo de decir.
Tan solo mi mal ha sido
como
solo mi dolor,
porque el Fénix y mi
amor
sin semejante han nacido.
En ver, oír y callar,
Fénix es mi pensamiento,
Fénix es mi sufrimiento
en temer,
sentir y
amar;
Fénix mi desconfïanza
en llorar y padecer;
en merecerla y temer
aún es Fénix mi esperanza,
Fénix mi amor y cuidado;
y pues que es Fénix te digo,
como amante y como amigo
ya lo he dicho y lo he callado.
Vase MULEY
FERNANDO:
Cuerdamente declaró
el dueño amante y
cortés;
si Fénix su
pena es,
no he de competirla yo,
que la mía es común pena.
No me doy por entendido;
que muchos la han
padecido
y vive de enojos llena.
Sale el REY
REY:
Por la falda de este monte
vengo siguiendo a tu alteza,
porque, antes que el sol se oculte
entre corales y
perlas,
te diviertas en la lucha
de un tigre que agora cercan
mis cazadores.
FERNANDO:
Señor,
gustos por puntos inventas
para agradarme; si
así
a tus esclavos festejas,
no
echarán menos la patria.
REY:
Cautivos de tales prendas
que honran al dueño, es razón
servirlos de esta
manera.
Sale don JUAN
JUAN:
Sal, gran señor, a la orilla
del mar, y verás en
ella
el más hermoso animal
que añadió naturaleza
al artificio;
porque
una cristiana galera
llega al puerto, tan hermosa,
aunque toda oscura
y negra,
que al verla se duda cómo
es alegre su
tristeza.
Las armas de Portugal
vienen por remate de ella;
que como tienen cautivo
a su infante, tristes señas
visten por su
esclavitud,
y a darle libertad llegan,
diciendo su sentimiento.
FERNANDO: Don Juan, amigo, no
es ésa
de su luto la razón,
que si a librarme
vinieran,
en fe de su libertad
fueran alegres las muestras.
Sale don ENRIQUE, vestido de luto con un
pliego
ENRIQUE: Dadme, gran
señor, los brazos.
REY:
Con bien venga vuestra alteza.
FERNANDO: ¡Ay, don Juan,
cierta es mi muerte!
REY:
¡Ay, Muley, mi dicha es cierta!
ENRIQUE: Ya que de
vuestra salud
me informa vuestra presencia,
para abrazar a mi hermano
de dad, gran señor,
licencia.
¡Ay, Fernando!
Abrázanse
FERNANDO:
Enrique mío,
¿qué traje es ése? Mas cesa;
harto me han dicho tus ojos,
nada me diga tu lengua.
No llores, que si es
decirme
que es mi esclavitud eterna,
eso es lo que más deseo;
albricias pedir pudieras,
y en vez de dolor y luto
vestir galas y hacer
fiestas.
¿Cómo está el rey, mi señor?
Porque como él salud tenga,
nada siento. ¿Aún no respondes?
ENRIQUE: Si repetidas
las penas
se sienten dos veces,
quiero
que sola una vez las sientas.
Tú, escúchame, gran señor;
que aunque una montaña sea
rústico palacio, aquí
te pido me des
audiencia,
a un preso la libertad,
y atención justa a estas nuevas.
Rota y deshecha la armada,
que fue con vana soberbia
pesadumbre de las
ondas,
dejando en África presa
la persona del infante,
a Lisboa di la vuelta,
Desde el punto que Duarte
oyó tan trágicas
nuevas,
de una tristeza cubrió
el corazón, de manera
que pasando a ser letargo
la melancolía primera,
muriendo desmintió a
cuantos
dicen que no matan penas.
Murió l rey, que esté en el cielo.
FERNANDO: ¡Ay de mí!
¿Tanto le cuesta
mi prisión?
REY:
De esa desdicha
sabe Alá lo que me
pesa.
Prosigue.
ENRIQUE:
En su testamento
el rey mi señor ordena
que luego por la persona
del infante se dé a
Ceuta.
Y así yo con los
poderes
de Alfonso, que es quien le hereda,
porque sólo este lucero
supliera del sol la ausencia,
vengo a entregar la
ciudad;
y pues...
FERNANDO:
No prosigas,
cesa.
Cesa, Enrique, porque son
palabras
indignas ésas,
no de un portugués infante,
de un maestre que
profesa
de Cristo la
religión,
pero aun de un hombre lo fueran
vil, de un bárbaro sin luz,
de la fe de Cristo eterna.
Mi hermano, que está en el cielo,
si en su testamento
deja
esa cláusula, no es
para que se cumpla y lea,
sino para mostrar sólo
que mi libertad desea,
y ésa se busque por
otros
medios y otras conveniencias,
o apacibles o crüeles.
Porque decir "Dése a Ceuta"
es decir "Hasta eso haced
prodigiosas
diligencias."
Que a un rey católico y justo,
¿cómo fuera, cómo fuera
posible entregar a un moro
una ciudad que le cuesta
su sangre, pues fue el primero
que con sola una rodela
y una espada enarboló
las quinas en sus almenas?
Y eso es lo que importa menos.
Una ciudad
que
confiesa
católicamente a Dios,
la que ha merecido iglesias
consagradas a sus cultos
con amor y reverencia,
¿fuera católica acción,
fuera religión expresa,
fuera cristiana piedad,
fuera hazaña portuguesa
que los templos soberanos,
Atlantes de las
esferas,
en vez de doradas luces
adonde el sol reverbera,
vieran otomanas sombras?
¿Y que sus lunas opuestas
en la iglesia, estos
eclipses
ejecutasen tragedias?
¿Fuera bien que sus capillas
a ser establos vinieran,
sus altares a pesebres?
Y cuando aquesto no
fuera,
volvieran a ser mezquitas.
Aquí enmudece la lengua,
aquí me falta el aliento,
aquí me ahoga la pena
porque en pensarlo no
más
el corazón se me quiebra,
el cabello se me eriza,
y todo el cuerpo me tiembla.
Porque establos y pesebres
no fuera la vez
primera
que hayan hospedado a Dios;
pero en ser mezquitas, fueran
un epitafio, un padrón,
de nuestra inmortal afrenta,
diciendo "Aquí tuvo
Dios
posada, y hoy se la niegan
los cristianos para darla
al demonio." Aún no se cuenta
-- acá moralmente hablando --
que nadie en casa se atreva
de otro a ofenderle. ¿Era justo
que entrara en su casa mesma
a ofender a Dios el vicio,
y que acompañado fuera
de nosotros, y nosotros
le guardáramos la puerta,
y para dejarle dentro
a Dios echásemos fuera?
Los católicos que habitan
con sus familias y
haciendas
hoy, quizá prevaricaran
en la fe, por no perderlas.
¿Fuera bien ocasionar
nosotros la contingencia
de este pecado? Los
niños
que tiernos se crían en ella,
¿fuera bueno que los moros
los cristianos indujeran
a sus costumbres y ritos
para vivir en su
secta?
¿En mísero cautiverio
fuera bueno que murieran
hoy tantas vidas, por una
que no importa que se pierda?
¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre?
Si es número que acrecienta
el ser infante, ya soy
un cautivo, de nobleza
no es capaz el que es esclavo;
yo lo soy, luego ya
yerra
el que infante me llamare.
Si no lo soy, ¿quién ordena
que la vida de un esclavo
en tanto precio se venda?
Morir es perder el
ser,
yo le perdí en una guerra;
perdí el ser, luego morí;
morí, luego ya no es cuerda
hazaña que por un muerto
hoy tantos vivos
perezcan.
Y así estos vanos poderes,
hoy divididos en piezas,
Rómpelos
serán átomos del sol,
serán del fuego centellas.
Mas no, yo los
comeré
porque aún no quede una letra
que informe al mundo que tuvo
la lusitana nobleza
este intento. Rey, yo soy
tu esclavo, dispón, ordena
de mi libertad, no quiero,
ni es posible, que la tenga.
Enrique, vuelve a tu patria,
di que en África me dejas
enterrado, que mi
vida
yo haré que muerte parezca.
Cristianos, Fernando es muerto;
moros, un esclavo os queda;
cautivos, un compañero
hoy se añade a vuestras
penas;
cielos, un hombre restaura
vuestra divinas iglesias;
mar, un mísero con llanto
vuestras ondas acrecienta;
montes, un triste os
habita,
igual ya de vuestras fieras;
viento, un pobre con sus voces
os duplica las esferas;
tierra, un cadáver hoy labra
en tus entrañas su
huesa;
porque Rey, hermano, moros,
cristianos, sol, luna, estrellas,
cielo, tierra, mar y viento,
fieras, montes, todos sepan,
que hoy un príncipe
constante
entre desdichas y penas
la fe católica ensalza,
la ley de Dios reverencia.
pues cuando no hubiera otra
razón más que tener
Ceuta
una iglesia consagrada
a la Concepción eterna
de la que es reina y señora
de los cielos y la tierra,
perdiera, vive ella
misma,
mil vidas en su defensa.
REY:
Desagradecido, ingrato
a las glorias y grandezas
de mi reino, ¿cómo así
hoy me quitas, hoy me
niegas
lo que más he deseado?
Mas si en mi reino gobiernas
más que en el tuyo, ¿qué mucho
que la esclavitud no sientas?
Pero ya que esclavo
mío
te nombras y te confiesas,
como a esclavo he de tratarte.
Tu hermano y los tuyos vean
que ya, como vil esclavo,
los pies agora me besas.
ENRIQUE:
¡Qué desdicha!
MULEY:
¡Qué dolor!
ENRIQUE: ¡Qué
desventura!
JUAN:
¡Qué pena!
REY:
Mi esclavo eres.
FERNANDO:
Es verdad,
y poco en eso te vengas;
que si para una
jornada
salió el hombre de la tierra,
al fin de varios caminos
es para volver a ella.
Más tengo que agradecerte
que culparte, pues me
enseñas
atajos para llegar
a la posada más cerca.
REY:
Siendo esclavo, tú no puedes
tener títulos ni rentas.
Hoy Ceuta está en tu
poder;
si cautivo te confiesas,
si me confiesas por dueño,
¿por qué no me das a Ceuta?
FERNANDO: Porque es de Dios y
no es mía.
REY:
¿No es precepto de
obediencia
obedecer al señor?
Pues yo te mando con ella
que la entregues.
FERNANDO:
En lo justo
dice el cielo que obedezca
el esclavo a su
señor,
porque si el señor dijera
a su esclavo que pecara,
obligación no tuviera
de obedecerle; porque
quien peca mandado,
peca.
REY:
Daréte muerte.
FERNANDO:
Ésa
es vida.
REY:
Pues para que no lo sea,
vive muriendo; que yo
rigor tengo.
FERNANDO:
Y yo paciencia.
REY:
Pues no tendrás
libertad.
FERNANDO: Pues no será tuya
Ceuta.
Sale CELÍN
REY:
¡Hola!
CELÍN:
¿Señor?
REY:
Luego al punto
aquese cautivo sea
igual a todos. Al cuello
y a los pies le echad
cadenas.
A mis caballos acuda
y en baño y jardín, y sea
abatido como todos.
No vista ropas de seda
sino sarga humilde y
pobre;
coma negro pan y beba
agua salobre; en mazmorras
húmedas y oscuras duerma;
y a criados y a vasallos
se extienda aquesta
sentencia.
Llevadlos todos.
ENRIQUE:
¡Qué
llanto!
MULEY: ¡Qué
desdicha!
JUAN:
¡Qué tristeza!
REY:
Veré, bárbaro, veré
si llega a más tu paciencia
que mi rigor.
FERNANDO:
Sí verás;
porque ésta en mí será eterna.
Llévanle
REY:
Enrique, por el seguro
de mi palabra que vuelvas
a Lisboa te permito,
el mar africano
deja.
Di en tu patria que su infante,
su Maestre de Avis queda
curándome los caballos;
que a darle libertad vengan.
ENRIQUE: Sí harán, que
si yo le dejo
en su infelice miseria
-- y me sufre el corazón
el no acompañarle en ella --
es porque pienso volver
con más poder y más
fuerza
para darle libertad.
REY:
Muy bien harás, como puedas.
MULEY: (Ya
ha llegado la ocasión Aparte
de que mi lealtad se vea.
La vida debo a
Fernando.
Yo le pagaré la deuda.)
Vanse. Salen CELÍN y el infante [FERNANDO]
de cautivo y con cadenas
CELÍN:
El rey manda que asistas
en aqueste jardín, y no resistas
su ley a tu obediencia.
FERNANDO: Mayor que su rigor
es mi paciencia.
Salen los cautivos, y uno canta mientras los otros
cavan en un jardín. Canta
CAUTIVO 1: "A
la conquista de Tánger,
contra el bárbaro Muley,
al infante don Fernando
envió su hermano el rey."
FERNANDO:
¿Que un instante mi
historia
no deje de cansar a
la memoria?
Triste estoy y turbado.
CAUTIVO 2: Cautivo, ¿cómo estáis tan
descuidado?
. . . . . . .[ -- estre]
No lloréis, consolaos; que ya el maestre
dijo que
volveremos
presto a la patria y libertad tendremos.
Ninguno ha de quedar en este suelo.
FERNANDO: (¡Qué presto
perderéis ese consuelo!) Aparte
CAUTIVO 2: Consolad
los
rigores,
y ayudadme a regar aquestas flores.
Tomad los cubos, y agua me id trayendo
de aquel estanque.
FERNANDO:
Obedecer pretendo.
Buen cargo me habéis dado,
pues agua me pedís; que mi
cuidado,
sembrando penas, cultivando enojos,
llenará en la corriente de mis ojos.
Vase. Sale don JUAN y otro cautivo
CAUTIVO 3: A este baño han echado
más cautivos.
JUAN:
Miremos con cuidado
si estos jardines
fueron
donde vino, o si acaso estos le vieron;
porque en su compañía
menos el llanto y el dolor sería,
y mayor el consuelo.
Dígasme, amigo, que te guarde el cielo,
si viste cultivando
este jardín al maestre don Fernando.
CAUTIVO 2: No, amigo, no le he
visto.
JUAN:
Mal el dolor y lágrimas resisto.
CAUTIVO 3: Digo que el baño
abrieron,
y que nuevos cautivos a él vinieron.
Sale don FERNANDO, con dos cubos de agua
FERNANDO: (Mortales, no os
espante Aparte
ver un Maestre de Avis, ver un infante
en tan mísera afrenta;
que el tiempo estas miserias representa.)
JUAN:
Pues, señor, ¿vuestra alteza
en tan mísero estado? De tristeza
rompa el dolor el pecho.
FERNANDO: ¡Válgate Dios, qué
gran pesar me has hecho,
don Juan, en
descubrirme!
Que quisiera ocultarme y encubrirme
entre mi misma gente,
sirviendo pobre y miserablemente.
CAUTIVO 1: Señor, que perdonéis,
humilde os ruego,
haber andado yo tan loco y
ciego.
CAUTIVO 2: Dadnos, señor, tu pies.
FERNANDO:
Alzad, amigo,
no hagáis tal ceremonia ya conmigo.
JUAN:
Vuestra alteza...
FERNANDO:
¿Qué alteza
ha de tener quien vive en tal bajeza?
Ved que yo humilde
vivo,
y soy entre vosotros un cautivo.
Ninguno ya me trate,
sino como a su igual.
JUAN:
¡Que no desate
un rayo el cielo para darme muerte!
FERNANDO: Don Juan, no ha de
quejarse de esa suerte
un noble. ¿Quién del cielo desconfía?
La prudencia, el valor, la bizarría
se ha de mostrar agora.
Sale ZARA con un azafate
ZARA:
Al jardín sale Fénix mi señora,
y manda que matices y
colores
borden este azafate de sus flores.
Toma el azafate
FERNANDO: Yo llevársele
espero,
que en cuanto sea servir seré el primero.
CAUTIVO 1: Ea, vamos a cogellas.
ZARA:
Aquí os aguardo mientras vais por ellas.
Híncase de rodillas los esclavos
FERNANDO: No me hagáis
cortesías.
Iguales vuestras penas y las mías
son; y pues nuestra surte,
si hoy no, mañana ha de igualar la muerte.
No será acción liviana
no dejar hoy que hacer para mañana.
Vanse el infante [FERNANDO] y todos
haciéndole cortesías, quédase ZARA, y salen
FÉNIX y ROSA
FÉNIX:
¿Mandaste que me trajesen
las flores?
ZARA:
Ya lo mandé.
FÉNIX:
Sus colores deseé
para que me
divirtiesen.
ROSA:
¡Que tales, señora, fuesen,
creyendo tus fantasías,
tus graves
melancolías!
ZARA:
¿Qué te obligó a estar así?
FÉNIX: No
fue sueño lo que
vi,
que fueron desdichas mías.
Cuando sueña un desdichado
que es dueño de algún tesoro,
ni dudo, Zara, ni ignoro
que entonces es bien
soñado;
mas si a soñar ha llegado
en fortuna tan incierta
que desdicha le concierta
y aquello sus ojos ven,
pues soñando el mal y el
bien,
halla el mal cuando despierta.
Piedad no espero, ¡ay de mí!
Porque mi mal será cierto.
ZARA:
¿Y qué dejas para el muerto
si tú lo
sientes
así?
FÉNIX:
Ya mis desdichas creí.
¡Precio de un muerto! ¿Quién vio
tal pena? No hay gusto, no
a una infelice mujer.
¿Que al fin de un muerto he de ser?
¿Quién será este muerto?
Sale don FERNANDO con las flores
FERNANDO:
Yo.
FÉNIX:
¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo?
FERNANDO: ¿Qué te admira?
FÉNIX:
De una suerte
me admira el oírte y verte.
FERNANDO: No lo jures, bien lo
creo.
Yo, pues, Fénix, que deseo
servirte humilde, traía
flores, de la suerte mía
jeroglíficos, señora,
pues nacieron con la
aurora
y murieron con el día.
FÉNIX:
A la maravilla dio
ese nombre al descubrilla.
FERNANDO: ¿Qué flor, di, no es
maravilla
cuando te la sirvo
yo?
FÉNIX:
Es verdad. Di, ¿quién causó
esta novedad?
FERNANDO:
Mi suerte.
FÉNIX: ¿Tan
rigurosa es?
FERNANDO:
Tan fuerte.
FÉNIX: Pena
das.
FERNANDO:
Pues no te asombre.
FÉNIX: ¿Por
qué?
FERNANDO:
Porque nace el
hombre
sujeto a fortuna y muerte.
FÉNIX:
¿No eres Fernando?
FERNANDO:
Sí soy.
FÉNIX:
¿Quién te puso así?
FERNANDO:
La ley
de esclavo.
FÉNIX:
¿Quién la hizo?
FERNANDO:
El rey.
FÉNIX: ¿Por
qué?
FERNANDO:
Porque suyo
soy.
FÉNIX: ¿Pues
no te ha estimado hoy?
FERNANDO: Y también me ha
aborrecido.
FÉNIX: ¿Un
día posible ha sido
a desunir dos estrellas?
FERNANDO: Para presumir por
ellas
las flores habrán venido.
Éstas, que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana,
durmiendo en brazos de la noche fría.
Este matiz, que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana.
¡Tanto se emprende en término de un día!
A florecer las rosas
madrugaron,
y para envejecerse florecieron.
Cuna y sepulcro en un botón hallaron.
Tales los hombres sus fortunas vieron.
En un día nacieron y expiraron;
que pasado los siglos, horas
fueron.
FÉNIX:
Horror y miedo me has dado,
ni oírte ni verte quiero;
sé que el desdichado primero
de quien huyo un desdichado.
FERNANDO: ¿Y
las flores?
FÉNIX:
Si has
hallado
jeroglíficos en ellas,
deshacellas y rompellas
sólo sabrán mis rigores.
FERNANDO:
¿Qué culpa tienen las flores?
FÉNIX:
Parecerse a las
estrellas.
FERNANDO:
¿Ya no las quieres?
FÉNIX:
Ninguna
estimo en su rosicler.
FERNANDO: ¿Cómo?
FÉNIX:
Nace la mujer
sujeta a muerte y fortuna;
y en esa estrella
importuna
tasada mi vida vi.
FERNANDO: ¿Flores con
estrellas?
FÉNIX:
Sí.
FERNANDO: Aunque sus rigores
lloro,
esa propiedad ignoro.
FÉNIX:
Escucha, sabráslo.
FERNANDO:
Di.
FÉNIX:
Esos rasgos de luz, esas centellas
que cobran con amagos superiores
alimentos del sol en resplandores,
aquello viven que se duelen de ellas.
Flores nocturnas son; aunque tan bellas,
efímeras padecen sus ardores;
pues si un día es el siglo de las flores,
una noche es la edad de las estrellas.
De esa, pues, primavera fugitiva
ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere.
Registro es nuestro, o muera el sol o viva.
¿Qué duración habrá que el hombre espere,
o qué mudanza habrá, que no reciba
de astro que cada noche nace y muere?
Vase [FÉNIX], y sale MULEY
MULEY:
A que se ausente
Fénix
en esta parte esperé;
que el águila más amante
huye de la luz tal vez.
¿Estamos solos?
FERNANDO:
Sí.
MULEY:
Escucha.
FERNANDO: ¿Qué quieres, noble
Muley?
MULEY: Que
sepas que hay en el pecho
de un moro lealtad y fe.
No sé por dónde empezar
a declararme, ni sé
si diga cuánto he
sentido
este inconstante desdén
del tiempo, este estrago injusto
de la suerte, este crüel
ejemplo del mundo, y este
de la fortuna
vaivén,
mas a riesgo estoy si aquí
hablar contigo me ven,
que tratarte sin respeto
es ya decreto del rey.
Y así, a mi dolor
dejando
la voz, que él podrá más bien
explicarse, como esclavo
vengo a arrojarme a esos pies.
Yo lo soy tuyo, y así
no
vengo, infante, a
ofrecer
mi favor, sino a pagar
deuda que un tiempo cobré.
La vida que tú me diste
vengo a darte; que hacer bien
es tesoro que se
guarda
para cuando es menester.
Y porque el temor me tiene
con grillos de miedo al pie,
y está mi pecho y mi cuello
entre el cuchillo y
cordel,
quiero, acortando discursos,
declararme de una vez.
Y así digo que esta noche
tendré en el mar un bajel
prevenido; en las
troneras
de las mazmorras pondré
instrumentos que desarmen
las prisiones que tenéis;
luego, por parte de afuera,
los candados romperé.
Tú, con todos los cautivos
que Fez encierra, hoy en
él
vuelve a tu patria, seguro
de que yo lo quedo en Fez,
pues es fácil el
decir
que ellos pudieron romper
la prisión; y así los dos
habremos librado bien,
yo el honor y tú la vida,
pues es cierto que a
saber
el rey mi intento me diera
por traidor con justa ley;
que no sintiera el morir.
Y porque son menester
para granjear
voluntades
dineros, aquí se ve
a estas joyas reducido
innumerable interés.
Éste es, Fernando, el rescate
de mi prisión, ésta
es
la obligación que te tengo;
que un esclavo noble y fiel
tan inmenso bien había
de pagar alguna vez.
FERNANDO: Agradecerte
quisiera
la libertad; pero el rey
sale al jardín.
MULEY:
¿Hate visto
conmigo?
FERNANDO:
No.
MULEY:
Pues no des
qué sospechar.
FERNANDO:
De estos ramos
haré rústico
cancel
que me encubra mientras pasa.
Escóndese, y sale el REY
REY:
(¿Con tal secreto Muley Aparte
y Fernando? ¿E irse el uno
en el punto que me ve,
y disimular el
otro?
Algo hay aquí que temer.
Sea cierto o no sea cierto
mi temor procuraré
asegurar.) Mucho estimo...
MULEY:
Gran señor, dame tus
pies.
REY:
...hallarte aquí.
MULEY:
¿Qué me mandas?
REY:
Mucho he sentido el no ver
a Ceuta por mía.
MULEY:
Conquista,
coronado de laurel,
sus muros; que a tu
valor
mal se podrá defender.
REY:
Con más doméstica guerra
se ha de rendir a mis pies.
MULEY: ¿De
qué suerte?
REY:
De esta suerte:
con abatir y
poner
a Fernando en tal estado
que él mismo a Ceuta me dé.
Sabrás, pues, Muley amigo,
que yo he llagado a temer
que del maestre la
persona
no está muy segura en Fez.
Los cautivos, que en estado
tan abatido le ven,
se lastiman, y recelo
que se amotinen por
él.
Fuera de esto, siempre ha sido
poderoso el interés;
que las guardas con el oro
son fáciles de romper.
MULEY: (Yo
quiero apoyar agora Aparte
que todo esto puede ser,
porque de mí no se tenga
sospecha.) Tú temes bien,
fuerza es que quieran librarle.
REY:
Pues sólo un remedio hallé,
porque ninguno se atreva
a atropellar mi poder.
MULEY: ¿Y
es, señor?
REY:
Muley, que tú
le guardes, y a cargo esté
tuyo; a ti no ha de
torcerte
ni el temor ni el interés.
Alcaide eres del infante,
procura el guardarle bien;
porque en cualquiera ocasión
tú me has de dar cuenta de él.
Vase
MULEY: Sin
duda alguna que oyó
nuestros conciertos el rey.
¡Válgame Alá!
Sale don FERNANDO
FERNANDO:
¿Qué te aflige?
MULEY: ¿Has
escuchado?
FERNANDO:
Muy bien.
MULEY: ¿Pues
para qué me
preguntas
qué me aflige, si me ves
en tan ciega confusión,
y entre mi amigo y el rey
el amistad y el honor
hoy en batalla se
ven?
Si soy contigo leal,
he de ser traidor con él;
ingrato seré contigo
si con él me juzgo fiel.
¿Qué he de hacer? ¡Valedme
cielos!
Pues al mismo que llegué
a rendir la libertad
me entrega, para que esté
seguro en mi confïanza?
¿Qué he de hacer si ha echado el rey
llave maestra al secreto?
Mas para acertarlo bien
te pido que me aconsejes.
Dime tú qué debo hacer.
FERNANDO: Muley, amor y
amistad
en grado inferior se ven
con la lealtad y el honor.
Nadie iguala con el rey.
Él solo es igual contigo
y así mi consejo
es
que a él le sirvas y me faltes.
Tu amigo soy y porque
esté seguro tu honor
yo me guardaré también;
y aunque otro llegue a
ofrecerme
libertad, no aceptaré
la vida, porque tu honor
conmigo seguro esté.
MULEY:
Fernando, no me aconsejas
tan leal como
cortés.
Sé que te debo la vida,
y que pagártela es bien;
y así lo que está tratado
esta noche dispondré.
Líbrate tú, que mi
vida
se quedará a padecer
tu muerte; líbrate tú,
que nada temo después.
FERNANDO: ¿Y será justo que yo
sea tirano [e
infïel]
con quien conmigo es piadoso,
y mate al honor, crüel,
que a mí me está dando vida?
No, y así te quiero hacer
juez de mi causa y mi
vida.
Aconséjame también.
¿Tomaré la libertad
de quien
queda a padecer
por mí? ¿Dejaré que sea
uno con su honor crüel
por ser liberal conmigo?
¿Qué me aconsejas?
MULEY:
No sé;
que no
me atrevo a decir
sí ni no; el no porque
me pesará que lo diga;
y el sí porque echo de ver
si voy a decir que sí,
que no te aconsejo bien.
FERNANDO: Sí aconsejas, porque
yo,
por mi Dios y por mi
ley
seré un príncipe constante
en la esclavitud de Fez.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA