TERCERA JORNADA
Salen MULEY y el REY
MULEY:
(Ya que socorrer no espero, Aparte
por tantas guardas del Rey,
a don Fernando, hacer
quiero
sus ausencias, que ésta es ley
de un amigo verdadero.)
Señor, pues yo te serví
en tierra y mar, como sabes,
si en tu gracia
merecí
lugar, en penas tan graves
atento me escucha.
REY:
Si.
MULEY:
Fernando...
REY:
No digas más.
MULEY:
¿Posible es que no me oirás?
REY:
No, que en diciendo
Fernando
ya me ofendes.
MULEY:
¿Cómo
o cuándo?
REY:
Como ocasión no me das
de hacer lo que me pidieres
cuando me ruegas por él.
MULEY: Si
soy su guarda, ¿no
quieres,
señor, que dé cuenta de él?
REY:
Di; pero piedad no esperes.
MULEY:
Fernando, cuya importuna
suerte sin piedad alguna
vive, a pesar de la
fama,
tanto que el mundo le llama
el monstruo de la Fortuna,
examinando el rigor,
mejor dijera el poder
de tu corona,
señor;
hoy a tan mísero ser
le ha traído su valor
que en un lugar arrojado,
tan humilde y desdichado
que es indigno de tu
oído,
enfermo, pobre y tullido
piedad pide al que ha pasado;
porque como le mandaste
que en las mazmorras durmiese,
que en los baños
trabajase,
que tus caballos curase,
y nadie a comer le diese,
a tal extremo llegó,
como era su natural
tan flaco, que se
tulló;
y así la fuerza del mal
brío y majestad rindió.
Pasando la noche fría
en una mazmorra dura,
constante en su fe
porfía;
y al salir la lumbre pura
del sol, que es padre del día,
los cautivos -- ¡pena fiera! --
en una mísera estera
le ponen en tal
lugar
que es -- ¿dirélo? -- un muladar;
porque es su olor de manera,
que nadie puede sufrille
junto a su casa, y así
todos dan en
despedille,
y ha venido a estar allí
sin hablalle y sin oílle,
ni compadecerse de él.
Sólo un crïado y un fïel
caballero en pena
extraña
le consuela y compaña.
Estos dos parten con él
su
porción, tan sin provecho,
que para uno solo es poca,
pues cuando los labios
toca,
se suele pasar al pecho
sin que lo sepa la boca;
y aun a estos dos los castiga
tu gente, por la piedad
que al dueño a servir
obliga;
mas no hay rigor ni crueldad,
por más que ya los persiga,
que de él los pueda apartar.
Mientras
uno va a buscar
de comer, el otro
queda,
con quien consolarse pueda
de su desdicha y pesar.
Acaba ya rigor tanto,
ten del príncipe, señor,
puesto en tan fiero
quebranto,
ya que no piedad, horror;
asombro, ya que no llanto.
REY:
Bien está, Muley.
Sale FÉNIX
FÉNIX:
Señor,
si ha merecido en tu amor
gracia alguna mi
humildad,
hoy a vuestra majestad
vengo a pedir un favor.
REY:
¿Qué podré negarte a ti?
FÉNIX:
Fernando el maestre...
REY:
Está
bien;
ya no hay que pasar de
ahí.
FÉNIX:
Horror da a cuantos le ven
en tal estado; de ti
sólo merecer quisiera...
REY:
¡Detente, Fénix, espera!
¿Quién a Fernando le
obliga
para que su muerte siga,
para que infelice muera?
Si por ser crüel y fiel
a su fe sufre castigo
tan dilatado y crüel,
él es el crüel consigo,
que yo no lo soy con él.
¿No está en su mano salir
de su miseria y vivir?
Pues eso en su mano
está.
Entregue a Ceuta y saldrá
de padecer y sentir.
Sale CELÍN
CELÍN:
Licencia aguarden que des,
señor, dos embajadores.
De Tarudante uno
es,
y el otro del portugués
Alfonso.
FÉNIX:
(¿Hay penas mayores? Aparte
Sin duda que por mí envía
Tarudante.)
MULEY:
(Hoy perdí, cielos Aparte
la esperanza que
tenía.
Mátenme amistad y celos,
todo lo perdí en un día.)
REY:
Entren, pues. En este estrado
conmigo te asienta, Fénix.
Siéntanse, y salen ALFONSO y TARUDANTE, cada
uno por su parte
TARUDANTE: Generoso rey de
Fez...
ALFONSO: Rey de Fez
altivo y fuerte...
TARUDANTE: ...cuya fama...
ALFONSO:
...cuya vida...
TARUDANTE: ...nunca muera...
ALFONSO:
viva
siempre...
TARUDANTE: ...y tú de aquel sol
aurora...
ALFONSO: ...tú de aquel
ocaso
oriente..
TARUDANTE: ...a pesar de siglos
dures...
ALFONSO: ...a pesar de
tiempos reines...
TARUDANTE: ...porque tengas...
ALFONSO:
...porque goces...
TARUDANTE: ...felicidades...
ALFONSO:
...laureles...
TARUDANTE: ...altas dichas...
ALFONSO:
...triunfos grandes...
TARUDANTE: ...pocos males.
ALFONSO:
...muchos bienes.
TARUDANTE: ¿Cómo, mientras hablo yo,
tú, cristiano, a hablar te atreves?
ALFONSO: Porque nadie
habla primero
que yo, donde yo estuviere.
TARUDANTE: A mí, por ser de nación
alarbe, el lugar me deben
primero; que los extraños
donde hay propios, no prefieren.
ALFONSO: Donde saben
cortesía,
sí hacen; pues vemos siempre
que dan en cualquiera parte
el mejor lugar al huésped.
TARUDANTE: Cuando esa razón lo
fuera,
aún no pudiera
vencerme;
porque el primero lugar
sólo se
le debe al huésped.
REY:
Ya basta; y los dos agora
en mis estrados se sienten.
Hable el portugués que, en
fin,
por de otra ley se le debe
más honor.
TARUDANTE:
(Corrido estoy.) Aparte
ALFONSO: Agora yo seré
breve.
Alfonso de Portugal,
rey famoso, a quien
celebre
la fama en lenguas de bronce
a pesar de envidia y muerte,
salud te envía y te ruega
que pues libertad no quiere
Fernando, como su
vida
la ciudad de Ceuta cueste,
que reduzcas su valor
hoy a cuantos intereses
el más avaro codicie,
el más liberal
desprecie;
y que dará en plata y oro
tanto precio como pueden
valer dos ciudades. Esto
te pide amigablemente;
pero si no se le
entregas,
que ha de librarle promete
por armas, a cuyo efecto
ya sobre la espalda leve
del mar ciudades fabrica
de mil
armados bajeles;
y jura que a sangre y fuego
ha de librarle y vencerte,
dejando aquesta campaña
llena de sangre, de suerte
que cuando el sol se
levante
halle los matices verdes
esmeraldas, y los pierda
rubíes cuando se
acueste.
TARUDANTE: Aunque como embajador
no me toca
responderte
en cuanto toca a mi rey
puedo, cristiano, atreverme
-- porque ya es suyo este agravio --
como hijo que obedece
al rey, mi señor; y
así
decir de su parte puedes
a don Alfonso que venga,
porque en término más breve
que hay de la noche a la aurora,
vea en púrpura
caliente
agonizar estos campos,
tanto que los cielos piensen
que se olvidaron de hacer
otras flores que claveles.
ALFONSO: Si fueras,
moro, mi
igual,
pudiera ser que se viese
reducida esta victoria
a dos jóvenes valientes;
mas dile a tu rey que salga
si ganar fama
pretende,
que yo haré que salga el mío.
TARUDANTE: Casi has dicho que lo
eres,
y siendo así, Tarudante
sabrá también responderte.
ALFONSO: Pues en campaña
te
espero.
TARUDANTE: Yo haré que poco me
esperes,
porque soy rayo.
ALFONSO:
Yo viento.
TARUDANTE: Volcán soy que llamas
vierte.
ALFONSO: Hidra soy que
fuego arroja.
TARUDANTE: Yo soy furia.
ALFONSO:
Yo soy
muerte.
TARUDANTE: ¿Que no te espantes de
oírme?
ALFONSO: ¿Que no te
mueras de verme?
REY:
Señores, vuestras altezas,
ya que los enojos pueden
correr al sol las
cortinas
que le embozan y oscurecen,
adviertan que en tierra mía
campo aplazarse no puede
sin mí; y así yo le niego,
para que tiempo me
quede
de serviros.
ALFONSO:
No recibo
yo hospedajes ni mercedes
de quien recibo pesares.
Por Fernando vengo; el verle
me obligó a llegar a
Fez
disfrazado de esta suerte.
Antes de entrar en tu corte
supe que a esta quinta alegre
asistías, y así vine
a hablarte, porque fin
diese
la esperanza que me trajo;
y pues tan mal me sucede,
advierte, señor, que sólo
la respuesta me detiene.
REY:
La respuesta, rey
Alfonso,
será compendiosa y breve;
que si no me das a Ceuta,
no hayas miedo que le lleves.
ALFONSO: Pues ya he
venido por él,
y he de llevarle.
Prevente
para la guerra que aplazo.
Embajador, o quien eres,
veámonos en campaña.
¡Hoy toda el África tiemble.
Vase
TARUDANTE: Ya que no pude
lograr
la fineza, hermosa Fénix,
de serviros como esclavo,
logre al menos la de verme
a vuestros pies. Dad la mano
a quien un alma os
ofrece.
FÉNIX:
Vuestra alteza, gran señor,
finezas y honras no aumente
a quien le estima, pues sabe
lo que a sí mismo se debe.
MULEY: (¿Qué
espera quien esto llega Aparte
a ver y no se da muerte?)
REY:
Ya que vuestra alteza vino
a Fez impensadamente,
perdone del hospedaje
la cortedad.
TARUDANTE:
No
consiente
mi ausencia más dilación
que la de un plazo muy breve;
y supuesto que venía
mi embajador con poderes
para llevar a mi
esposa,
como tú dispuesto tienes,
no, por haberlo yo sido,
mi fineza desmerece
la brevedad de la dicha.
REY:
En todo, señor, me
vences;
y así por pagar la deuda
como porque se previenen
tantas guerras, es razón
que desocupado quede
de estos cuidados; y
así
volverte luego conviene
antes que ocupen el paso
las amenazadas huestes
de Portugal.
TARUDANTE:
Poco importa,
porque yo vengo con
gente
y ejército numeroso,
tal, que esos campos parecen
más ciudades que desiertos,
y volveré brevemente
con ella a ser tu
soldado.
REY:
Pues luego es bien que se apreste
la jornada; pero en Fez
será bien, Fénix, que entres,
a alegrar esa ciudad.
¿Muley?
MULEY:
¿Gran señor?
REY:
Prevente,
que con la gente de guerra
has de ir sirviendo a Fénix,
hasta que quede segura
y con su esposo la dejes.
Vase
MULEY: (Esto
sólo me faltaba, Aparte
para que, estando yo ausente,
aún le falte mi socorro
a Fernando, y no le quede
esta pequeña esperanza.
................[ -e-e.])
Vanse. Sacan don JUAN y otros
CAUTIVOS al infante
don FERNANDO, y le sientan en una estera
FERNANDO:
Ponedme en aquesta parte,
para que goce mejor
la luz que el cielo reparte.
¡Oh inmenso, oh dulce Señor,
qué de gracias debo
darte!
Cuando como yo se veía
Job, el día maldecía,
mas era por el pecado
en que había sido engendrado;
pero yo bendigo el
día
por la gracia que nos da
Dios en él; pues claro está
que cada hermoso arrebol,
y cada rayo del sol
lengua de fuego será
con que le alabo y bendigo.
BRITO:
¿Estás bien, señor, así?
FERNANDO: Mejor que merezco,
amigo.
¡Qué de piedades aquí,
oh señor, usáis
conmigo!
Cuando acaban de sacarme
de un calabozo, me dais
un sol para calentarme.
¡Liberal, señor, estáis!
CAUTIVO 1: Sabe el cielo si
quedarme
y acompañaros quisiera,
mas ya veis que nos espera
el trabajo.
FERNANDO:
Hijos, adiós.
CAUTIVO 2: ¡Qué pesar!
CAUTIVO
3:
¡Qué ansia tan fiera!
Vanse
FERNANDO: ¿Quedáis conmigo los
dos?
JUAN:
Yo también te he de dejar.
FERNANDO: ¿Qué haré yo sin tu
favor?
. . . . . . . . . .[ -ar].
JUAN:
Presto volveré, señor;
que sólo voy a
buscar
algo que comas, porque
después que Muley se fue
de Fez, nos falta en el suelo
todo el humano consuelo;
pero con todo eso
iré
a procurarle, si bien
imposibles solicito,
porque
ya cuantos me ven,
por no ir contra el edito
que manda que no te den
ni agua tampoco, ni a mí
me venden nada, señor,
por ver que te asisto a ti;
que a tanto llega el rigor
de la suerte. Pero
aquí
gente viene.
Vase
FERNANDO:
¡Oh si pudiera
mi voz mover a piedad
a
alguno, porque siquiera
un instante más viviera
padeciendo!
Salen el REY, TARUDANTE, FÉNIX, y
CELÍN
CELÍN:
[Majestad,]
por una calle has venido
que es fuerza que visto seas
del infante y advertido.
[A TARUDANTE]
REY:
Acompañarte he querido
porque mi grandeza
veas.
FERNANDO:
Dale de limosna hoy
a este pobre algún sustento;
mirad que hombre humano soy,
y que afligido y hambriento
muriendo de hambre
estoy.
Hombres doleos de mí,
que una fiera de otra fiera
se compadece.
BRITO:
Ya aquí
no hay pedir de esa manera.
FERNANDO: ¿Cómo he de decir?
BRITO:
Así:
Moros, tened compasión,
y algo que este pobre
coma
le dad en esta ocasión
por el santo zancarrón
del gran profeta
Mahoma.
REY:
Que tenga fe en este estado
tan mísero y desdichado
más me ofende, más me infama,
¡maestre, infante!
BRITO:
El rey llama.
FERNANDO: ¿A mí, Brito?
Haste engañado.
Ni infante ni maestre soy,
el cadáver suyo sí;
y pues ya en la tierra estoy,
aunque infante y maestre fui,
no es ése mi nombre
hoy.
REY:
Pues no eres maestre ni infante,
respóndeme por Fernando.
FERNANDO: Agora, aunque me
levante
de la tierra, iré arrastrando
a besar tu pie.
REY:
¿Constante
te muestras a mi pesar?
¿Es humildad o valor
esta obediencia?
FERNANDO:
Es mostrar
cuanto debe respetar
el esclavo a su
señor.
Y pues que tu esclavo soy,
y estoy en presencia tuya,
esta vez tengo de hablarte.
Mi rey y señor, escucha.
Rey te llamé y, aunque
seas
de otra ley, es tan augusta
de los reyes la deidad,
tan fuerte y tan absoluta,
que engendra ánimo piadoso;
y así es forzoso que
acudas
a la sangre generosa
con piedad y con cordura;
que aun entre brutos y fieras
Este nombre es de tan suma
autoridad, que la ley
de naturaleza ajusta
obediencias. Y así, leemos
en repúblicas incultas
al león rey de las fieras,
que cuando la frente
arruga
de guedejas se corona,
es piadoso, pues que nunca
hizo presa en el rendido.
En las saladas espumas
del mar el delfín, que es rey
de los peces, le dibujan
escamas de plata y oro
sobre la espalda cerúlea
coronas, y ya se vio
de una tormenta
importuna
sacar los hombre a tierra,
porque el mar no los consuma.
El águila caudalosa,
a quien copete de plumas
riza el viento en sus
esferas,
de cuantas aves saludan
al sol es emperatriz,
y con piedad noble y justa,
porque brindado no beba
el hombre entre plata
pura
la muerte, que en los cristales
mezcló la ponzoña dura
del áspid, con pico y alas
los revuelve y los enturbia.
Aun entre plantas y
piedras
se dilata y se dibuja
este imperio. La granada
a quien coronan las puntas
de una corteza en señal
de que es reina de las
frutas,
envenenada marchita
los rubíes que la ilustran,
y los convierte en topacios,
color desmayada y mustia.
El diamante, a cuya
vista
ni aun el imán ejecuta
su propiedad, que por rey
esta obediencia le jura,
tan noble es que la traición
del dueño no
disimula,
y la dureza, imposible
de que buriles la pulan,
se deshace entre sí misma
vuelta en cenizas menudas.
Pues si entre fieras y
peces,
plantas, piedras y
aves, usa
esta majestad de rey
de piedad, no será injusta
entre los hombres, señor;
porque el ser no te
disculpa
de otra ley, que la crueldad
en cualquiera ley es una.
No quiero compadecerte
con mis lágrimas y angustias
para que me des la
vida,
que mi voz no la procura;
que bien sé que he de morir
de esta enfermedad que turba
mis sentidos, que mis miembros
discurre helada y
caduca.
Bien sé, al fin, que soy mortal,
y que no hay hora segura;
y por eso dio una forma
con una materia en una
semejanza la
razón
al ataúd y a la cuna.
Acción nuestra es natural
cuando recibir procura
algo un hombre, alzar las manos
en esta manera
juntas;
mas cuando quiere arrojarlo,
de aquella misma acción usa,
pues las vuelve boca abajo
porque así las desocupa.
El mundo cuando
nacemos,
en señal de que nos busca,
en la cuna nos recibe,
y en ella nos asegura
boca arriba; pero cuando
o con desdén o con
furia
quiere arrojarnos de sí,
vuelve las manos que junta,
y aquel instrumento mismo
forma esta materia muda,
pues fue cuna boca arriba
lo que boca abajo es tumba;
tan cerca vivimos, pues,
de nuestra muerte, tan juntas
tenemos, cuando nacemos
el lecho como la
cuna.
¿Qué aguarda quien esto oye?
Quien esto sabe, ¿qué busca?
Claro está que no será
la vida. No admite duda.
La muerte sí; ésta te
pido
porque los cielos me cumplan
un deseo de morir
por la fe; que aunque presumas
que esto es desesperación
porque el vivir me
disgusta,
no es sino afecto de dar
la vida en defensa justa
de la fe, y sacrificar
a Dios vida y alma juntas;
y así, aunque pida la
muerte,
el afecto me disculpa.
Y si piedad no puede
vencerte, el rigor presuma
obligarte. ¿Eres león?
Pues ya será bien que
rujas,
y despedaces a quien
te ofende, agravia e injuria.
¿Eres águila? Pues hiere
con el pico y con las uñas
a quien tu nido
deshace.
¿Eres delfín? Pues anuncia
tormentas al marinero
que el mar de este mundo surca.
¿Eres árbol real? Pues muestra
todas las ramas
desnudas
a la violencia del tiempo
que iras de Dios ejecuta.
¿Eres diamante? Hecho polvos
sé, pues venenosa furia;
y cánsate, porque
yo,
aunque más tormentos sufra,
aunque más rigores vea,
aunque llore más angustias,
aunque más miserias pase,
aunque halle más desventuras,
aunque más hambre padezca,
aunque mis carnes no cubran
estas ropas, y aunque sea
mi esfera esta estancia sucia,
firme he de estar en mi
fe;
porque es el sol que me alumbra,
porque es la luz que me guía,
es el laurel que me ilustra.
No has de triunfar de la Iglesia;
de mí, si quisieres,
triunfa;
Dios defenderá mi causa,
pues yo defiendo la suya.
REY:
¿Posible es que en tales penas
blasones y te consueles
si tú de ti no te dueles
siendo propias? ¿Qué condenas
no me duelan, siendo ajenas;
que pues tu muerte causó
tu misma mano, y yo no,
no esperes piedad de
mí.
Ten lástima de ti,
Fernando, y tendréla yo.
Vase
FERNANDO:
Señor, vuestra majestad
me valga.
TARUDANTE:
¡Qué desventura!
Vase
FERNANDO: Si es alma de la
hermosura
esa divina deidad,
vos, señora, me amparad
con el rey.
FÉNIX:
¡Qué gran dolor!
FERNANDO: ¿Aún no me miráis?
FÉNIX:
¡Qué horror!
FERNANDO: Hacéis bien; que
vuestros
ojos
no son para ver enojos.
FÉNIX: ¡Qué
lástima! ¡Qué pavor!
FERNANDO:
Pues aunque no me miréis,
señora, es bien que sepáis
que aunque tan bella os
juzgáis
y ausentaros intentéis
que más que yo no valéis,
y yo quizá valgo más.
FÉNIX:
Horror con tu voz me das
y con tu aliento me hieres.
¡Déjame, hombre! ¿Qué me quieres?
¡Que no puedo sentir más.
Vase
Sale don JUAN, con un pan
JUAN:
Por alcanzar este pan
que traerte, me han seguido
los moros, y me han
herido
con los palos que me dan.
FERNANDO: Ésa es la herencia
de Adán.
JUAN:
Tómale.
FERNANDO:
Amigo leal,
tarde llegas, que mi mal
es ya mortal.
JUAN:
Déme el
cielo
en tantas penas consuelo.
FERNANDO: Pero, ¿qué mal no es
mortal
si mortal el hombre es,
y en este confuso abismo
la enfermedad de sí
mismo
le viene a matar después?
Hombre, mira que no estés
descuidado. La verdad
sigue, que hay eternidad
y otra enfermedad no
esperes
que te avise, pues tú eres
tu mayor enfermedad.
Pisando la tierra dura
de continuo el hombre está,
y cada paso que
da
es sobre su sepultura.
Triste ley, sentencia dura
es saber en cualquier caso
cada paso -- ¡gran fracaso! --
es para andar
adelante,
y Dios no es a hacer bastante
que no haya dado aquel paso.
Amigos, a mi fin llego.
Llevadme de aquí en los brazos.
JUAN:
Serán los últimos
lazos
de mi vida.
FERNANDO:
Lo que os ruego,
noble don Juan, es que luego
que expire me desnudéis.
En la mazmorra hallaréis
de mi religión el
manto
que le traje tiempo tanto.
Con éste me enterraréis
descubierto, si el rey fiero
ablanda la saña dura
dándome la
sepultura.
Ésta señalad, que espero
que, aunque hoy cautivo muero,
rescatado he de gozar
el sufragio del altar;
que pues yo os he dado a
vos
tantas iglesias, mi Dios,
alguna me habéis de dar.
Llévanle en brazos. Sale don ALFONSO, y
soldados con arcabuces
ALFONSO:
Dejad a la inconstante
playa azul esa máquina arrogante
de naves, que causando al cielo asombros
el mar sustenta en sus nevado hombros;
y en estos horizontes
aborten gente los preñados montes
del mar, siendo con máquinas de fuego
cada bajel un edificio
griego.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: Señor, tú no
quisiste que saliera
nuestra gente de Fez en la ribera,
y este puesto escogiste
para desembarcar. Infeliz fuiste
porque por una
parte
marchando viene el numeroso Marte,
cuyo ejército al viento desvanece
y los collados de los montes crece.
Tarudante conduce gente tanta,
llevando a su mujer, felice
infanta
de Fez, hacia Marruecos...
Mas respondan las lenguas de los ecos.
ALFONSO: Enrique, a eso
he venido,
a esperarle a este paso, que no ha sido
esta elección acaso;
prevenida
estaba, y la razón está entendida.
Si yo a desembarcar a Fez llegara,
esta gente y la suya en ella hallara;
y estando divididos,
hoy con menos poder están vencidos;
y antes que se prevengan,
. . . . . . . . . . . [ -- engan].
Toca al arma.
ENRIQUE:
Señor, advierte y mira
que es sin tiempo esta guerra.
ALFONSO:
Ya mi ira
ningún consejo
alcanza.
No se dilate un punto esta venganza.
Entre en mi brazo fuerte
por África el azote de la muerte.
ENRIQUE: Mira que ya la
noche,
envuelta en sombras, el luciente coche
del sol esconde entre las sombras puras.
ALFONSO: Pelearemos a
oscuras,
que a la fe que me anima
ni el tiempo ni el poder la desanima.
Fernando, si el martirio que padeces,
pues es suya la causa, a Dios le ofreces.
Cierta está la victoria.
Mío será el honor, mía la gloria.
ENRIQUE: Tu orgullo
altivo yerra.
Dentro
FERNANDO: ¡Embiste, gran
Alfonso! ¡Guerra, guerra!
[Tócase un] clarín
ALFONSO: ¿Oyes confusas
voces
romper los vientos tristes y veloces?
ENRIQUE: Sí, y en ellos
se oyeron
trompetas que a embestir señal hicieron.
ALFONSO: ¡Pues a
embestir, Enrique, que no hay duda
que el cielo ha de ayudarnos hoy!
Sale [FERNANDO] con manto capitular y una
luz
FERNANDO:
Sí,
ayuda
porque obligando al cielo
que vio tu fe, tu religión, tu celos,
hoy tu causa defiende.
Librarme a mí de esclavitud pretende
porque, por raro ejemplo,
por tantos templos Dios me ofrece un templo;
y con esta luciente
antorcha desasida del oriente,
tu ejército
arrogante
alumbrando he de ir siempre delante,
para que hoy en trofeos
iguales, grande Alfonso, a tus deseos,
llegues a Fez, no a coronarte agora,
sino a librar mi ocaso en el
aurora.
Vase
ENRIQUE: Dudando estoy,
Alfonso, lo que veo.
ALFONSO: Yo no, todo lo
creo;
y si es de Dios la gloria,
no digas guerra ya, sino victoria.
Vanse. Salen el REY y CELÍN [con
acompañamiento]; y en lo alto estará don JUAN y un
cautivo, y un ataúd en que parezca estar el infante
[FERNANDO]
JUAN:
Bárbaro, gózate aquí
de que tirano quitaste
la mujer vida.
REY:
¿Quién eres?
JUAN:
Un hombre que, aunque me maten,
no he de dejar a Fernando,
y aunque de congoja
rabie,
he de ser perro leal
que en muerte he de acompañarle.
REY:
Cristianos, ése es padrón
que a las futuras edades
informe de mi
justicia;
que rigor no ha de llamarse
venganza de agravios hechos
contra personal reales.
Venga Alfonso agora, venga
con arrogancia a
sacarle
de esclavitud; que aunque yo
perdí esperanzas tan grandes
de que Ceuta fuese mía,
porque las pierda arrogante
de su libertad, me
huelgo
de verle en estrecha cárcel.
Aun muerto no ha de estar libre
de mis rigores notables;
y así puesto a la vergüenza
quiero que esté a cuantos pasen.
JUAN:
Presto verás tu castigo,
que por campañas y mares
ya descubro desde aquí
mis cristianos estandartes.
REY:
Subamos a la
muralla
a saber sus novedades.
Vanse
JUAN:
Arrastrando las banderas,
y destempladas los parches,
muertas las cuerdas y luces,
todas son tristes
señales.
Tocan cajas destempladas, sale don
FERNANDO delante
con una hacha encendida, y detrás don
ALFONSO y don
ENRIQUE, y todos los soldados, que traen presos a
TARUDANTE,
FÉNIX, y MULEY
FERNANDO: En el horror de la
noche
por sendas que nadie sabe
te guïé. Ya con el sol
pardas nubes se deshacen.
Victorioso, gran
Alfonso,
a Fez conmigo llegaste.
Éste es el muro de Fez,
trata en él de mi rescate.
Vase
ALFONSO: ¡Ay de los
muros! Decid
al rey que salga a
escucharme.
Salen el REY y CELÍN al muro
REY:
¿Qué quieres, valiente joven?
ALFONSO: Que me
entregues al infante,
al maestre don Fernando,
y te daré por rescate
a Tarudante y a
Fénix
que presos están delante.
Escoge lo que quisieres.
Morir Fénix o entregarle.
REY:
¿Qué he de hacer, Celín amigo,
en confusiones tan
grandes?
Fernando es muerto, y mi hija
está en su poder. ¡Mudable
condición de la Fortuna
que a tal estado me trae!
FÉNIX: ¿Qué
es esto, señor? Pues
viendo
mi persona en este trance,
mi vida en este peligro,
mi honor en este combate,
¿dudas qué has de responder?
¿Un minuto ni un
instante
de dilación te permite
el deseo de librarme?
En tu mano está mi vida
¿y consientes -- ¡pena grave! --
que la mía -- ¡dolor fiero! --
injustas
prisiones aten?
De tu voz está pendiente
mi vida -- ¡rigor notable! --
¿y permites que la mía
turbe la esfera del
aire?
A tus ojos ves mi pecho
rendido a un desnudo alfanje,
¿y consientes que los míos
tiernas lágrimas derramen?
Siendo rey, has sido
fiera;
siendo padre, fuiste áspid;
siendo juez, eres verdugo;
ni eres rey, ni juez, ni padre.
REY:
Fénix, no es la dilación
de la respuesta
negarte
la vida, cuando los cielos
quieren que la mía acabe.
Y puesto que ya es forzoso
que una ni otra se dilate,
sabe, Alfonso, que a la
hora
que Fénix salió ayer tarde,
con el sol llegó al ocaso,
sepultándose en dos mares
de la muerte y de la espuma,
juntos el sol y el
infante.
Esta caja humilde y breve
es de su cuerpo el engaste.
Da la muerte a Fénix bella.
Venga tu sangre en mi sangre.
FÉNIX: ¡Ay
de mí! Ya mi
esperanza
de todo punto se acabe.
REY:
Ya no me queda remedio
para vivir un instante.
ENRIQUE: ¡Válgame el
cielo! ¿Qué escucho?
¡Qué tarde, cielos, qué tarde
le llegó la libertad!
ALFONSO: No digas tal;
que si antes
Fernando en sombras nos dijo
que de esclavitud le saque,
por su cadáver lo dijo,
porque goce su cadáver
por muchos templos un templo,
y a él se ha de hacer el rescate.
Rey de Fez, porque no pienses
que muerto Fernando
vale
menos que aquesta hermosura;
por él, cuando muerto yace,
te la trueco. Envía, pues,
la nieve por los cristales,
el enero por los
mayos,
las rosas por los diamantes,
y al fin, un muerto infelice
por una divina imagen.
REY:
¿Qué dices, invicto Alfonso?
ALFONSO: Que esos
cautivos le
bajen.
FÉNIX:
Precio soy de un hombre muerto;
cumplió el cielo su homenaje.
REY:
Por el muro descolgad
el ataúd, y entregadle;
que para hacer las
entregas
a sus pies voy a arrojarme.
Vase y bajan el ataúd con cuerdas por el
muro
ALFONSO: En mis brazos
os recibo,
divino príncipe mártir.
ENRIQUE: Yo hermano,
aquí te respeto.
Salen el REY, don JUAN y [los] cautivos
JUAN:
Dame, invicto Alfonso,
dame
la mano.
ALFONSO:
Don Juan, amigo,
¡buena cuenta del infante
me habéis dado!
JUAN:
Hasta su muerte
le acompañé, hasta mirarle
libre; vivo y muerto estuve
con él. Mirad dónde yace.
ALFONSO: Dadme, tío,
vuestra mano;
que aunque necio e ignorante
a sacaros del peligro
vine, gran señor, tan
tarde
en la muerte, que
es mayor
se muestran las amistades.
En un templo soberano
haré depósito grave
de vuestro dichoso
cuerpo.
A Fénix y a Tarudante
te entrego, rey, y te pido
que aquí con Muley la cases,
por la amistad que yo sé
que tuvo con el
infante.
Ahora llegad, cautivos,
vuestro infante ved, llevadle
en hombros hasta la armada.
REY:
Todos es bien le acompañen.
ALFONSO: Al son de
dulces
trompetas
y templadas cajas marche
el ejército, con orden
de entierro, para que acabe
pidiendo perdón humilde
aquí de sus yerros
grandes,
el lusitano Fernando,
príncipe en la fe constante.
FIN DE LA COMEDIA