JORNADA PRIMERA
Salen ALEJANDRO y don ARIAS
ALEJANDRO: Vila al dejar la carroza
y, haciendo su estribo oriente,
o fueron los soles dos
o el uno alumbró dos veces.
¿Nunca has visto errante al viento
preñada nube encenderse
y, parto de luz, un rayo
hacer giros diferentes,
que amenazando soberbios
la torre más eminente,
la más levantada punta
ambiciosos desvanecen?
Tal es el rayo de Amor;
con llama dulce, aunque ardiente,
por tocar lo más supremo,
deja el cuerpo, el alma enciende.
Yo, que desde el corredor
la miré, confusamente
vi engendrar rayos de fuego
en una esfera de nieve;
y confuso entre dos luces
de dos soles diferentes,
al más superior entonces
le tuve por menos fuerte.
Entró doña Ana en palacio,
que a ver a mi hermana viene,
con más donaires que nunca,
tan hermosa como siempre.
Seguí su luz con la vista,
notando curiosamente
que, si el hombre es breve mundo,
la mujer es cielo breve.
Al fin se puso a mis ojos,
y yo quedé como suele
temeroso caminante
que el camino en el sol pierde.
Mas no quedé tan ajeno
del suyo que no creyese
--tal fue la imaginación--
que la adoraba presente;
porque pintor el deseo
dio a la memoria pinceles,
al pensamiento colores,
con que desmintió lo ausente.
No sé si es amor, don Arias,
este fuego que me ofende;
que tiene mucho de amor
el que tanto lo parece.
ARIAS: ¿Nunca la habíais visto?
ALEJANDRO: Sí.
ARIAS: Pues, ¿de qué, señor, procede
esa novedad?
ALEJANDRO: Preguntas
bien, aunque ignorantemente.
¿Tú no sabes que en el mundo
un átomo no se mueve
sin particular precepto,
que rigen causas celestes?
Lo que ayer se aborrecía
hoy con extremo se quiere;
y hoy una cosa se adora
que mañana se aborrece.
Todo vive en la mudanza;
y así, don Arias, sucede
lo que se trata, conforme
la disposición que tiene.
Otras veces la había visto;
pero que hoy estuve, advierte,
menos ciego o ella estaba
más hermosa que otras veces.
Yo he de servirla, y de ti
he de fïar solamente
este amor y este secreto.
ARIAS: Dos novedades me ofreces
a un tiempo; la una es
el verte hablar tiernamente
en cosas de amor.
ALEJANDRO: No son
iguales los hombres siempre,
ni es de un príncipe defecto
amar tan honestamente;
que quien una vez no amó
nombre de incapaz merece.
Ni tan necio, dijo un sabio
a un hombre, que no quisiese
alguna vez, ni tan loco
que haya querido dos veces.
ARIAS: Es la otra que conmigo
trates tu amor; y aunque
excede
esta honra a mi
esperanza,
lo que me obliga me ofende.
Don César, tu secretario,
de quien fías dignamente
el gobierno de tu estado,
y a quien con extremo quieres,
es mi amigo, y es razón,
señor, que en tu gracia deje
desocupado lugar,
pues él solo le merece.
Llámale y dile tu amor,
y hoy a tu gracia le vuelve;
que no es razón que se diga
que yo gano lo que él pierde.
Mi amistad paga con esto
lo que a mi nobleza debe;
pero, aunque ofenda a un amigo,
será fuerza obedecerte.
ALEJANDRO: Don Arias, a César quiero
con los extremos que siempre
lo he querido; y si es tu amigo,
honrarte no es ofenderle.
Juntos nos hemos crïado,
fiándonos de una suerte
en las penas los disgustos,
en las glorias los placeres.
Hícele mi secretario,
dile mi pecho, fïéle
el alma misma, por ser
discreto, sabio y prudente.
De unos días a esta parte
no sé qué trata o qué tiene;
que ni a mi servicio acude,
ni despacha mis papeles.
Mil veces en mi presencia,
si le hablo, se divierte,
sin propósito responde
y, hablándome, se suspende.
Y ya que tratamos de esto,
su mayor amigo eres;
de mi parte y de la tuya
procura saber qué tiene.
Dile que de mis estados
disponga, pues solo puede,
como absoluto señor,
dar preceptos, poner leyes;
y dile al fin lo que el alma
verle tan ajeno teme;
porque, sabiendo la causa,
o la sienta o la remedie.
ARIAS: No en vano te llama el mundo
Alejandro dignamente,
pues a quien el nombre igualas
las alabanzas excedes.
Sale LÁZARO
LÁZARO: (A César traigo un papel, Aparte
y no le hallo; claras pruebas
de mi desdicha crüel;
que a traerle malas nuevas,
luego encontrara con él.
Hoy que esperé galardón,
no le he de hallar, cosa clara;
mas cuando las nuevas son
albricias de mala cara,
presagios de un mojicón,
luego al instante le hallo.
Pues, ¡por Dios que he de
buscallo,
aunque entre...!)
ALEJANDRO: ¿Quién está allí?
LÁZARO: (El príncipe me vio. Aquí Aparte
escondo el papel y callo.)
ALEJANDRO: ¿Quién dices que es?
ARIAS: Un crïado
de César que acaso ha entrado
hasta aquí y, como te vio,
luego, señor, se volvió.
ALEJANDRO: Llámale, porque he pensado
que éste me declare aquí
de su señor la tristeza.
ARIAS: Dices bien. ¡Lázaro!
LÁZARO: ¿A mí?
ARIAS: A ti te llama su Alteza.
ALEJANDRO: Llegad.
LÁZARO: Bien estoy así,
aunque, si mi dicha es
tal que merezco llegar
a besar tus reales pies,
no me hartaré de
besar
cordobanes en un mes.
Buscando a César--perdona
si te ofendo--hoy he llegado
a tus pies.
ARIAS: Su humor le
abona.
ALEJANDRO: ¿Sírvesle?
LÁZARO: Soy su crïado,
y tu tercera persona.
ALEJANDRO: ¿Cómo tercera?
LÁZARO: ¿Pues, no?
César contigo privó,
yo con César, por mi trato;
luego es nuestro triunvirato
César, Alejandro y yo.
ALEJANDRO: Tu humor conozco.
LÁZARO: (Eso ha sido Aparte
despejar.)
Quiere irse
ALEJANDRO: ¿Por qué te vas?
LÁZARO: Porque, si me has conocido,
señor, no me comprarás,
y yo estoy como vendido.
Entretenerme no quieras;
porque, si bien consideras
mi condición por su indicio,
ha mucho rato que en juicio
estoy condenado a veras.
ALEJANDRO: Tu gusto alabo, y condeno
el que tan continuo sea;
que el que de donaires lleno
siempre en las burlas se emplea
no es para las veras bueno.
Saber de César querría
la causa y el fundamento
de tanta melancolía,
que como suya la siento
y la lloro como mía;
pero fue contrario efeto
el que he venido a mirar;
que, aunque seas más discreto,
es necio quien piensa hallar
entre burlas un secreto.
LÁZARO: Antes por sacarle de ellas,
hace bien, si allí se ofusca,
y mal por necio atropellas
al que en las burlas le busca,
sino al que le pone en ellas.
Y pues César ha mostrado
discreción, no hay presumir
que a mí me le habrá fïado;
mas con todo, por cumplir
la obligación de crïado,
que de un sirviente hablador
es el precepto mayor,
entre todos los demás,
el cuarto, "no callarás
defecto de tu señor,"
te diré lo que he alcanzado
en lo que yo he discurrido
de su pena y su cuidado,
muchos menos que sabido
y algo más que murmurado.
De España vino con nombre,
opinión, noticia y fama
a Parma--esto no te asombre--
cierto juego que se llama,
señor, el juego del hombre.
César el juego aprendió
y un día que le jugó,
teniendo basto, malilla,
punto cierto y espadilla,
la tal polla remetió.
Acabando de perder,
hubo voces, y el senado
mirón tuvo en que entender,
si fue bien o mal jugado,
si pudo o no pudo ser.
Con esto nos fuimos luego,
y estando durmiendo yo
en mi cama y mi sosiego,
desnudo se levantó,
dando y tomando en el juego;
y, habiéndome despertado,
cuanto encendido, resuelto,
me dijo muy enojado,
"Si aquella baza le suelto,
reparto y quedo baldado;
luego le atravieso yo,
y con cuatro tengo hartas,
y hago tenaza, o si no,
vuélvanme mis nueve cartas,
y venga el que lo inventó."
De aquí, sin duda, ha nacido
su tristeza.
ALEJANDRO: Yo me he holgado
de haberla de ti sabido,
pues con eso has castigado
la culpa de haberte oído.
No quiero creer que fuera
tan necio César que a ti
su secreto te dijera,
pues hoy me pesara a mí,
cuando de ti lo supiera;
que tu condición extraña
claramente desengaña
que es para burlas ociosas
no más.
LÁZARO: Como de esas cosas
vienen cada día de España.
Dios te guarde; y yo prometo,
con la ocasión que me has dado,
de buscarte más discreto.
(Bien las burlas me han librado Aparte
de descubrir el secreto.)
Vase
ALEJANDRO: Notable hombre; si estuviera
con más gusto, le tuviera
en oírle.
ARIAS: Pues si a ti
te agrada, siempre está así,
que es hombre de esta manera;
en su vida estuvo triste.
ALEJANDRO: No será muy entendido;
que en saber sentir consiste
parte del alma.
ARIAS: Ha nacido
de esta suerte. ¿Nunca oíste
sus cuentos?
ALEJANDRO: Nunca llegó
a mi noticia.
ARIAS: Pues yo
sé que, si aquí te contara,
alguno, que te agradara.
ALEJANDRO: ¿De qué manera?
ARIAS: Perdió
conmigo el dinero un día
y yo le empecé a jugar
sobre prendas que traía;
y en fin le vine a ganar
la espada que se ceñía.
No quise entonces volvella,
por ver lo que hacía sin ella,
y él buscó sin dilación
una vieja guarnición,
y poniendo un palo en ella,
le metió en la vaina. Así
le trae hoy día.
ALEJANDRO: Yo espero
burlarme dél... ¡Ay de mí!
Mal con burlas vencer quiero
el fuego en que me encendí.
Ve a hablar a César, allana
tristezas de agravios llenas;
que yo estaré con mi hermana,
sintiendo de César penas
y rigores de doña Ana.
Iré a ver los rayos
rojos,
testigos de mis
enojos.
Y si tengo de morir
ausente, más vale ir
donde me maten sus ojos.
Vanse. Salen don CÉSAR y LÁZARO,
dándole un papel
LÁZARO: Toma, señor, el papel,
que hoy Elvira me llamó
y para ti me le dio.
CÉSAR: ¿Y ahora vienes con él?
LÁZARO: Vive Dios, que te he buscado,
hasta entrar por ver si hablabas
al príncipe.
CÉSAR: ¿Y no me hallabas?
LÁZARO: ¿Qué quieres? Soy
desdichado.
CÉSAR: Pues no ha habido hombre que pase
a hablarle que no me pida
licencia.
LÁZARO: En toda mi vida
hallé cosa que buscase.
Toma, señor, el papel;
y si su gusto codicias,
no perdono mis albricias.
CÉSAR: ¡Ay cielos! ¿Qué dirá en él?
LÁZARO: Necedad de aquél que va,
cuando el reloj está dando,
con gran priesa preguntando,
"¿Sabe usted las cuántas da?"
Cuenta, y no preguntarás
lo que tú puedes saber;
y puesto que sabes leer,
abre el papel, y verás
lo que dice.
CÉSAR: Estoy cobarde.
Tarde me trajiste el bien.
LÁZARO: Pues véngate tú también;
dame las albricias tarde.
CÉSAR: Ponte, Lázaro, el vestido
que hice para la jornada
de Florencia.
LÁZARO: Eso me agrada.
Mil veces los pies te pido.
CÉSAR: Lázaro, en el bien que toco
con causa el sentido pierdo;
hoy debo de estar muy cuerdo,
pues confieso que estoy loco.
¿Doña Ana me escribe a mí
tierna, alegre y amorosa?
¿Hay suerte más venturosa?
¿Cuándo tal bien merecí?
El pecho romper quisiera,
porque en su oculto lugar,
siendo el corazón altar,
el papel la imagen fuera.
¿Dónde pondré este papel?
LÁZARO: Puesto que eso te alborota,
si está la soleta rota,
cálzate, señor, con él.
Un tiempo, con tener fama
que era de las más discretas,
me sirvieron de soletas
los papeles de mi dama.
Mas, ¿sabes qué considero?
Que, aunque el vestido es cabal,
parecerá un hombre mal,
si no lleva algo en dinero.
CÉSAR: Lázaro, a darte me obligo
cuanto me pidieres hoy.
La espada no te la doy,
porque me la dio un amigo.
LÁZARO: (Él sin duda a saber llega Aparte
que es de palo aquesta espada,
pues cuando no niega nada
la espada sola me niega.)
Sale don ARIAS
ARIAS: Como agraviado, quejoso,
don César, buscándoos vengo;
agravios son de amor mío
y quejas de amigo vuestro.
Hoy el príncipe de Parma,
hoy Alejandro Farnesio,
segundo solo en el nombre,
y en las grandezas primero,
me llamó para saber
vuestra tristeza, diciendo
que sólo yo la sabía,
por ser alma en vuestro pecho.
Corrido, entonces, quedé
de ver que en su pensamiento
merezca este nombre, cuando
tan poco con vos merezco.
De su parte y de la mía
vengo a hablaros; y así quiero
deciros como crïado
su recado. Estadme atento.
Dice el príncipe Alejandro
que si a vuestro sentimiento
de sus estados importa
el mando todo, que en ellos
como su señor mandéis,
que dispongáis como dueño,
pues en vuestras manos deja
su poder y su gobierno.
Hasta aquí dice Alejandro,
y yo de mi parte empiezo,
no a ofreceros sus grandezas
sino un ánimo dispuesto
a vuestro servicio siempre.
Merezcan, pues, mis deseos,
para sentirlos en todo,
parte en vuestro sentimiento.
Quejoso el príncipe vive
de vuestro descuido, y vemos
que servicios en señores
son máquinas en el viento;
cuanto aseguran mil
años
borra un minuto de tiempo;
que es sola una culpa olvido
a muchos merecimientos.
Divertíos, alegraos,
ensanchad, César, el
pecho,
y aunque el corazón se abrase,
finjan los ojos contento.
Como amigo os lo suplico,
como crïado os lo ruego,
como leal os persuado,
como noble os aconsejo.
CÉSAR: Beso a su Alteza los pies,
y a vos las manos os beso,
pues debo a vuestra
amistad
lo que a sus grandezas debo.
Y, agradecido a los dos,
iré a los dos respondiendo.
Diréis, pues, al poderoso
Alejandro...
LÁZARO: (¿Qué es aquesto? Aparte
¿Por "poderoso Alejandro"
empieza? Ruego a los cielos
que alguna loa no eche,
con su historia y con su cuento.)
CÉSAR: ...que el cielo su vida aumente
por tantos siglos eternos
que al número de los años
pierda la memoria el tiempo;
que mi tristeza no es causa
para que en un pensamiento
falte a su gusto rendido,
a su obediencia sujeto.
Una gran melancolía
opone al alma estos miedos,
si oculta siempre en la causa,
manifiesta en los efectos.
Mis estudios lo habrán sido;
tanto en ellos me divierto
que, para darme a los libros,
a su presencia me niego.
Esto le podéis decir,
disculpando nobles yerros,
que para solas ausencias
amigos se introdujeron.
Y, respondiéndoos a vos,
porque veáis que agradezco
el cuidado, he de fïaros
lo que guardé de mí mesmo.
Mas no lo agradezcáis mucho,
porque habéis llegado a tiempo
que, aunque quisiera encubrirlo,
os lo dijera el contento.
¡Ay, don Arias, no os espante
verme en un instante haciendo
extremos, alegre o triste;
que el amor todo es extremos!
Quiero deciros la causa...
mas, si os he dicho que quiero,
ni vos tenéis que escucharme
ni yo que deciros tengo.
Bien veréis que esto es amor;
y si es mucho, bien lo muestro,
pues presente no lo digo
cuando ausente lo confieso.
Puse en un cielo los ojos
--disculpado atrevimiento--
que quien glorias busca, sólo
pudiera aspirar al cielo.
En fin la dije mis penas,
que, aunque no consiga efecto,
el intentar grandes cosas
arguye merecimientos.
No os enfadéis si me
alargo
en contaros mis sucesos;
que vos me dais ocasión
con oírme tan atento.
Respondióme con oírme;
que en tan arrogante empleo
bastó, sin gozar favores,
el no padecer desprecios.
Dos años ha que la sirvo,
sin que en todo aqueste tiempo
perdiese al sol de su honor
un átomo de respeto.
Amor, del llanto ofendido,
si no obligado del ruego,
con no merecidas glorias
coronó mis pensamientos.
Hoy tuve suyo un papel;
que nada encubriros puedo;
que contentos repetidos
son duplicados contentos.
Éste fue el primer favor,
y yo el amante primero
que mereció por humilde
lo que intentó por soberbio.
Diréis que encarezco mucho
lo que tan poco encarezco;
mas vos me disculparéis
cuando sepáis el sujeto.
Al decir quién es, me turbo;
mas poco en esto la ofendo;
y más estando advertido
que aspiro a su casamiento.
Mirad, don Arias, que os fío
mucho, y que no soy de
aquéllos
que, por alabarse,
venden
a pregones sus secretos;
que a saber en qué consiste
de una mujer la honra, creo
que hicieran sus mismas
lenguas
mordazas de su silencio.
Discreto sois, en vos
pongo
el alma misma, advirtiendo
que, a querer yo que supiera
Alejandro mis intentos,
pues dos recados trajisteis,
y a entrambos voy
respondiendo,
aquesta respuesta os diera
en el recado primero.
Doña Ana de Castelví
--ya he dicho quién es, ya puedo
aun más allá del discurso
pasar encarecimientos--
es quien me tiene en su amor
de mí mismo tan ajeno
que no siento lo que digo,
aunque digo lo que siento.
No fue tanta mi tristeza
como mi divertimiento;
porque en su amor sólo vivo
y sólo en sus gustos pienso.
No diga que quiere bien
quien libre, alegre y contento
piensa o habla en otra cosa;
que amor es del alma dueño,
y yo, que de veras amo,
por pensar en sus extremos,
quisiera pasar a
siglos
las breves horas del sueño.
Mucho he dicho y mucho
callo,
y ahora sólo pretendo
que leáis este papel,
para obligaros de nuevo
a que sintáis mis pesares,
a que gocéis mis deseos,
a que celebréis mis glorias,
a que alabéis mis intentos,
y a que el secreto paséis
desde los labios al pecho;
que de la boca al oído
está a peligro un secreto.
ARIAS: Con causa contento os veo.
CÉSAR: Pues tomad, leed el papel;
veréis mi ventura en
él.
ARIAS: Por vuestro gusto lo leo.
"Ya el confesarme querida
es empezar a querer;
que es favor en la mujer
el estar agradecida.
Mas no es favor lisonjero
lo temeroso que
estás,
pues sabe el amor que, más
que tú me estimas, te quiero.
Si acaso, por encubrirlo
Amor, venganza ha buscado,
bástame el haber pasado
la vergüenza de decirlo.
Ven en pasando la tarde
a la calle, y te diré
lo que apenas sentir sé.
A Dios, mi bien, que te guarde."
Vos estáis bien empleado.
CÉSAR: Al príncipe le diréis
la otra respuesta; y si hacéis
que yo quede disculpado,
lo veré.
ARIAS: Que he de serviros
tened por cierto.
CÉSAR: Lucero,
que amante fuiste primero,
muévante tantos suspiros,
corre con curso violento;
que yo sé que adelantaras
el ocaso si llevaras
a Dafne en tu pensamiento.
Vanse CÉSAR y LÁZARO
ARIAS: De dos secretos cargado,
aunque uno mismo en rigor,
obligado de un señor
y de un amigo obligado
me hallo, y en tanto disgustos
no sé cuál a cuál prefiere.
¡Mal haya el necio que muere
por saber ajenos gustos!
Si a César el amor digo
del príncipe, sus desvelos
le han de dar celos, y celos
no se han de dar a un amigo.
Pues si al príncipe el afeto
digo de César, no sé
si lo acierto, pues la fe
rompo a César del secreto.
Si callo la voluntad
del uno al otro, en rigor
soy a la lealtad traidor
o traidor a la amistad.
Hoy del príncipe ha nacido
el amor y, aunque el cuidado
esté tan enamorado,
no está tan favorecido.
Él a César quiere bien,
y si su amor le encarezco,
y sus favores, me ofrezco
a que sus manos le den
la prenda, que un desengaño
con tiempo hace tal efeto,
y yo no falto al secreto,
por remediar mayor daño.
Confusas máquinas son
éstas que dudoso
sigo;
porque, ignorando, un amigo
mata con buena intención.
[Vase.] Salen ALEJANDRO, don FÉLIX, doña ANA
y acompañamiento
ALEJANDRO: Licencia me habéis de dar.
ANA: Vuestra Alteza no esté así,
o no pasaré de aquí.
ALEJANDRO: Yo os tengo de acompañar
hasta que el cuarto dejéis
de mi hermana.
ANA: No haga eso
Vuestra Alteza, que es exceso
de mercedes.
ALEJANDRO: Pues, ¿no veis
que es justa obligación
mía,
debida por ser mujer,
y que en mí no puede ser
exceso de cortesía?
ANA: Muy bien la que habéis tenido
vuestro heroico pecho muestra;
mirad que soy criada vuestra;
y así, como tal os pido
que mitiguéis los enojos
de tan dulce resplandor,
que, como sois sol de honor,
me vais cegando los ojos.
ALEJANDRO: Mal de mis rayos infiero
ese luciente arrebol,
que voy delante del sol
por blasonar de lucero;
mas porque no me acobarde
el fuego que en vos se ve,
por fuerza me quedaré.
Guárdeos Dios.
ANA: El cielo os guarde.
Vase
ALEJANDRO: Don Félix, ¿no acompañáis
a vuestra hermana?
FÉLIX: Señor,
agradecido al favor
con que a los dos nos honráis,
a vuestros pies he
quedado,
como crïado, rendido,
como leal, reconocido
y, como noble, obligado.
Esa vida el cielo aumente
tanto que sea en su gloria
testigo a vuestra memoria
el olvido solamente;
la fama con vos ufana,
dilatada por los vientos...
ALEJANDRO: Dejad encarecimientos,
y acompañad vuestra hermana
en mi nombre. (¿Hay más
enojos Aparte
que escuchar inadvertido
lisonjas para el oído,
negándolas a los ojos?)
Vase don FÉLIX. Llega don ARIAS al PRÍNCIPE
Don Arias, ¿qué hay de
nuevo? ¿Viste a César?
ARIAS: A César vi y hablé; pero, primero
que sepas su respuesta, saber quiero
el término de amor a que has llegado.
ALEJANDRO: Tienen mi pensamiento
triste César, doña Ana enamorado
y, con un sentimiento,
no sé cuál de los dos es lo que siento.
Entré galán al cuarto de mi hermana,
y con ella y sus damas vi a doña Ana.
Vi en un jardín de amores
que presidía entre comunes flores
la rosa hermosa y bella.
Mal digo; que, si bien lo considero,
yo vi entre muchas rosas una estrella,
o entre muchas estrellas un lucero;
y, si mejor en su deidad reparo,
prestando a los demás sus arreboles,
entre muchos luceros vi un sol claro,
y al fin vi un cielo para muchos soles.
Y tanto su beldad les
excedía
que en muchos cielos
hubo sólo un día.
Hablando estuve, en ella divertidos
los ojos, cuanto atentos los oídos;
porque mostraba, en todo milagrosa,
cuerda belleza en discreción hermosa.
Despidióse en efecto. Si fue breve
la tarde, Amor lo diga, que quisiera
que un siglo entero cada instante fuera;
y aun no fuera bastante,
pues, aunque fuera siglo, fuera instante.
La salí acompañando cortésmente;
y aquí basta decirte
que muero amante y que padezco ausente.
ARIAS: Según eso, imposible es persuadirte
que olvides ese amor.
ALEJANDRO: Hoy ha nacido,
y a más correspondencia pone olvido
el alma, si previene mayor daño.
ARIAS: Pues a tiempo llegó mi desengaño.
Señor, si a César quieres, no la quieras;
y básteme decir que, si pretendes
a doña Ana, es a César al que ofendes.
ALEJANDRO: Don Arias, cuando alguna cosa digas
a quien no la pregunta, ya te obligas
a no dejar la plática empezada.
Dímelo todo, o no dijeras nada.
¿Quiere a doña Ana César? Poco importa;
que César es mi amigo, y si me hallara
muy prendado, por César la olvidara.
Prosigue, pues; ¿qué temes?
ARIAS: Que indiscreto
falto a la fe jurada de un secreto.
ALEJANDRO: Pues si callar debías,
¿para qué los principios me decías?
ARIAS: Yo tu quietud pretendo.
(Perdona, César, si el secreto ofendo.) Aparte
Señor, ellos se quieren.
ALEJANDRO: ¿Cómo es eso?
Luego, ¿doña Ana sabe--¡pierdo el seso!--
que don César la quiere?
ARIAS: Y amorosa
le corresponde.
ALEJANDRO: ¡Ay suerte rigurosa!
¿Quién se ha visto dudoso,
triste y desesperado,
antes desengañado que celoso,
y celoso--¡ay de mí!--que enamorado?
Si César la quisiera,
la dejara, y sus celos no sintiera;
mas que ella quiera a César, son más daños,
que apadrinan los celos desengaños;
pero si ellos se quieren, no se diga
de mí que amor me obliga,
ofendido y celoso,
a amar ingrato y a querer quejoso.
ARIAS: (Ahora encareciendo Aparte
sus favores, pretendo
que del todo la olvide.)
ALEJANDRO: En mí el amor con el valor se mide.
En efecto, ¿se quieren?
ARIAS: Y
yo he visto
hoy un papel...
ALEJANDRO: (¡Mal mi dolor resisto!) Aparte
ARIAS: ...que amorosa doña Ana le escribía.
ALEJANDRO: (¿No bastaba saber que le quería?
Pero si ya olvidado
estoy, ¿por qué un papel me da cuidado?
Mas, ¿quién tendrá paciencia
en tan mortal dolencia
para no preguntar lo que decía?
¿Por no andar vacilando qué sería?)
¿Qué escribió?
ARIAS: Que esta noche quiere hablalle
por las ventanas bajas de la calle.
ALEJANDRO: (¿Esta noche ha de hablalla, Aparte
cuando el alma ofendida sufre y calla?
¿Ellos diciendo amores,
yo padeciendo agravios y rigores?
¿Qué es lo que escucho, cielos?
¡Que en mí, más que el amar, puedan los
celos!
¿Yo no estoy declarado?
Pues que pongo silencio a mi cuidado
por César, deje César por
mis celos
esta ocasión, si en
ella reconoce
mis penas y desvelos;
y pues yo no la gozo, no la goce.)
Don Arias, ¿sabe César que yo he puesto
en doña Ana mi amor? ¡Ay de mí triste!
ARIAS: ¿Cómo, si sólo a mí me lo dijiste?
ALEJANDRO: Como a ti solo dijo inadvertido
también César su amor, y lo he sabido.
ARIAS: Quien con buena intención ofende, yerra
con disculpa.
ALEJANDRO: Don Arias, hoy se encierra
en tu pecho mi gusto.
No es aquesto en amor término injusto;
una curiosidad es solamente,
confieso que parezca impertinente.
Cuanto a César pasare con doña Ana
me has de decir; que si por él allana
mi honor que no la quiera,
y no puedo jugar, aunque picado,
quiero mirar los lances desde afuera.
ARIAS: Si el primero, señor, has condenado,
¿cómo diré el segundo?
ALEJANDRO: Antes disculpa
te ofrezco con haberlo preguntado,
pues en aqueste punto
lo que tú me dijeras te pregunto.
ARIAS: Señor...
ALEJANDRO: Esto ha de ser.
ARIAS: Obedecerte
es fuerza; pero ¡mira... !
ALEJANDRO: De esta suerte
entretendré mis penas, mis desvelos,
divirtiendo sus gustos en mis celos.
ARIAS: ¡A qué de riesgos locos
se pone quien no calla su secreto!
ALEJANDRO: Todos lo dicen y le callan pocos.
Salen don CÉSAR y LAZARO, sin reparar por el
momento en el PRÍNCIPE
CÉSAR: Pasa, sol, con tu porfía
el cielo en dorado coche,
que hoy amanece la noche,
pues hoy anochece el día.
Deposita en sombra
fría,
Apolo, tus luces bellas;
nacerá otro sol en ellas
de más luciente arrebol;
y verás que de mi sol
van huyendo las estrellas.
LÁZARO: Maldito de Dios el caso
hace el sol de tu tristeza;
tú te quiebras la cabeza,
y él se va paso entre paso
por su cabal al ocaso.
¿De qué sirve en tu porfía
tanto sol y tanto día?
¿Que es el sol, no echas de ver,
cochero y que no ha de ser
llevado por cortesía?
CÉSAR: (Al príncipe vi, y leal Aparte
el corazón en el pecho,
no sé qué extremos ha hecho,
pronósticos de mi mal.)
Aunque a mi pena es igual
de mi descuido la culpa,
noblemente me disculpa
ver que a tus pies no llegara,
si en don Arias no enviara
prevenida la disculpa.
Perdóname haber faltado
a tu servicio o tu gusto,
si ya mi tormento injusto
no me tiene disculpado.
ALEJANDRO: Ya don Arias me ha contado,
César, la fiera porfía
de tanta melancolía,
y tan bien la encareció
que, con lo que dijo, yo
vine a sentirla por mía.
Tan bien la supo sentir
que la causa del pesar
no la supiera callar,
como la supo decir.
Yo, que empeñado en oír
de tu mal las penas graves
le escuché, con tan süaves
razones me las pintó,
que de tu mal supe yo
la causa, que tú no sabes.
Yo te quiero divertir;
esto debo a tu amistad.
A andar toda la ciudad
esta noche has de salir
conmigo; podremos ir
encubiertos y embozados
a visitar disfrazados
varios modos de placeres;
músicas, juegos, mujeres
entretendrán tus
cuidados;
que yo te quiero de suerte
que, por verte alegre, diera
todo mi estado, y pudiera
quedarme sólo por verte.
CÉSAR: Tú me honras, pero advierte
que está ya mi pensamiento,
con ese encarecimiento
que llega a merecer hoy,
tan gozoso que ya estoy
muy alegre y muy contento.
Desde aqueste instante empieza
en el alma misma a ser
todo su pesar placer,
gusto toda su tristeza.
No, no se canse tu Alteza
en divertirme mis quejas;
que con aqueso me alejas
del gusto, porque yo sé
que aquesta noche estaré
más contento si me dejas.
Claro está, pues mi cuidado
ha de ser mucho mayor,
viendo que tú estás, señor,
por mí desasosegado.
ALEJANDRO: Tanto, César, me ha pesado
de hablarte en tu pena ciego
que, si yo a verte no llego
esta noche, claro está,
de no verte nacerá
mi mayor desasosiego.
¡Lázaro!
LÁZARO: ¿Señor?
ALEJANDRO: También
irás conmigo.
LÁZARO: Eso sí,
fíate, señor, de mí,
que de ninguno más bien.
¡Ah, plegue a Dios que nos den
ocasión en que empleado
este brazo, y a tu lado...!
ALEJANDRO: ¿Valiente eres?
LÁZARO: ¡Pese a tal!
Soy el más largo oficial
que puso herramienta a un lado.
ALEJANDRO: Y, ¿la hoja es buena?
LÁZARO: (¡Aquí Aparte
me coge vivo!) Señor,
la tuya será mejor;
mas ésta me sirve a mí
de lo que la mando.
ALEJANDRO: Así,
por ensalzarla, la humillas.
¿Corta?
LÁZARO: Que hace maravillas.
Tanto, que al golpe primero,
aunque un broquel sea de acero,
hará que salten astillas.
(Y es verdad; que saldrán
della.) Aparte
ALEJANDRO: ¿Buen temple?
LÁZARO: El que tú le das.
ALEJANDRO: Y, ¿qué ley?
LÁZARO: No matarás;
no hay culpa mortal en ella.
ALEJANDRO: Gana me ha dado de vella.
LÁZARO: (De aquí puedo escapar mal.) Aparte
Por voto solemne...
CÉSAR: (¡Ay tal!
¿Quién hay que a mi pena iguale?)
LÁZARO: ...nunca de la vaina sale,
si no es a caso fatal.
Empléala, gran señor,
en tu servicio, y verás...
Mas no quiero decir más;
que ella lo dirá mejor.
CÉSAR: (¿Hay más pena, hay más rigor? Aparte
¡Hoy desesperado muero!)
Señor, si mi llanto fiero
quieres que alegre contigo,
ya mi gozo es buen testigo.
ALEJANDRO: Mira, César, que te espero;
que bien se ve que no cesa
tu pena, y que la entretienes;
y de la ocasión que tienes
ya como propia me pesa.
Y pues el alma confiesa
que es una melancolía
la que en dos pechos se cría,
para alegrarnos, andemos
juntos y divertiremos
yo tu pena y tú la mía.
Vase
CÉSAR: ¿Quién no perderá la vida
en la ocasión deseada,
en tantos gustos hallada,
en tantas penas perdida?
ARIAS: Cumplí la amistad debida.
(Si el secreto le dijera...) Aparte
Pues a vuestra pena fiera
remedios que busca son,
no os quitará la ocasión,
que antes él mismo os la diera.
Vase
CÉSAR: ¡Lazaro!
LÁZARO: ¿Señor?
CÉSAR: ¿Doña Ana
qué dirá de mí?
LÁZARO: Dirá
lo que quisiere.
CÉSAR: ¿Qué hará?
LÁZARO: Estará de mala gana
esperando a la ventana.
CÉSAR: Dirá que ha sido fingido
mi amor, y el pecho ofendido,
con el alma y con los labios
dará a forzosos agravios
satisfacciones de olvido.
¡Ay fiera desdicha mía!
LÁZARO: ¿Tu mal quién podrá creello?
Mas, ¿cómo es, señor, aquello?
"Clara noche, oscuro día..."
CÉSAR: ¿Vuelve tu necia porfía?
LÁZARO: De un loco, si eres discreto,
toma un consejo. El efeto
no sé yo por dónde viene;
mas tales peligros tiene
quien no calla su secreto.
Vanse
FIN DE LA JORNADA PRIMERA