JORNADA TERCERA
Salen don CÉSAR y LÁZARO de noche
CÉSAR: Ya entre sus brazos me pinto.
LÁZARO: Yo dibujando me voy
en los de mi Elvira.
CÉSAR: Hoy
salgo de este laberinto.
LÁZARO: Mas no entremos dentro de él;
que es salir difícil cosa.
CÉSAR: Siempre una industria ingeniosa
vence la estrella crüel.
No he visto al príncipe hoy,
ni a don Félix he
encontrado,
a ningún amigo he hablado,
y a su misma casa
voy.
LÁZARO: Así en este mundo pasa
que con osada cautela
quien más su peligro cela
es quien le mete en su casa.
Mil veces un retraído
ir honrando el cuerpo veo;
que es sagrado para el reo
el lado del ofendido.
Mil damas, por ocasión
de qué en la calle dirán,
meten en casa el galán,
y vuelven por su opinión.
CÉSAR: Yo, de padecer cansado
las injustas sinrazones
de perdidas
ocasiones,
este remedio he buscado.
Nadie me ha visto venir;
todo el día le he tenido,
donde sabes, escondido.
Pues, ¿cómo ha de prevenir
la Fortuna siempre airada
hoy industria contra mí?
LÁZARO: ¿Hablaste a don Arias?
CÉSAR: Sí.
LÁZARO: Pues ves ahí la industria hallada.
Señor, si darme el papel
don Félix acaso viera,
que le tenías supiera,
mas no lo que dijo en él.
Si quien se lo fue a decir
hoy estorbarte desea,
¿qué importa que no te vea,
si sabe que has de venir?
Yo a ningún hombre señalo;
pero que dirá, colijo,
cualquiera cosa quien dijo
lo de la espada de palo.
CÉSAR: Don Arias es muy
discreto,
muy noble y amigo mío,
que basta; y así le
fío
éste y cualquiera secreto.
Sé que le sabrá guardar;
que es el secreto un tesoro.
LÁZARO: Pues tesoro que no es oro
mejor le sabrá gastar.
Y mira que este conceto
has de conocer después;
que el más avariento es
liberal de su secreto.
Santo llaman al callar
su secreto el que es discreto;
mas, por Dios, que San
Secreto
ya no es fiesta de
guardar.
Día de trabajo aguarde
a quien tan caro le cuesta,
y pues quebrantas la fiesta,
no quieras que otro la guarde.
CÉSAR: Repartida el alegría,
el gusto suele doblar;
pues ¿a quién se ha de fïar
si a un amigo no se fía?
LÁZARO: Que se dobla es argumento
a mi opinión oportuno;
pues lo que se dice a uno
vienen a saberlo ciento.
Y así que se dobla es cierto;
mas cuando doblarle ves,
doblez del amigo es,
por el secreto que ha muerto.
Pero mira, que a la puerta
siento ruido.
CÉSAR: ¡Advierte agora
con qué industria la Fortuna
hoy esta ocasión me estorba!
Dentro de su casa estoy.
LÁZARO: Es verdad, pero no pongas
la seguridad en eso;
que al fin se canta la gloria.
Sale ELVIRA
ELVIRA: ¿Es don César?
CÉSAR: Sí, yo soy.
ELVIRA: Mientras sale mi señora,
quiero cerrar esta puerta.
CÉSAR: Mejor dirás que el aurora
sale, a mi temor confuso
desvaneciendo las sombras.
Bien haya cuanto esperé,
desdichas, llantos, congojas,
si a costa de aquellas penas
Amor estos gustos compra.
Sale doña ANA
ANA: No dudo que habrás culpado
mi atrevimiento.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Señora,
mi señor está a la puerta.
ANA: ¿Qué dices?
CÉSAR: ¿Qué poco importa
contra la estrella la industria?
LÁZARO: ¿Qué hemos de hacer?
ANA: Que te escondas
será fuerza.
CÉSAR: ¿Dónde puedo?
ANA: Ésta es una cuadra sola
donde él entra pocas veces.
CÉSAR: Esconderéme, aunque ponga
a mayor riesgo mi vida;
que el verme es acción forzosa;
porque amor es fuego, y es
imposible que se
esconda.
Vanse don CÉSAR y LÁZARO. Sale don
FÉLIX
FÉLIX: Hermana, ¿en qué te entretienes?
ANA: Aquí me divierto ociosa,
corriendo en libres discursos
imaginaciones locas.
Pero, ¿qué novedad es
venir, señor, a estas horas?
FÉLIX: A estas horas me ha traído
un negocio que me importa,
y basta que esto te diga.
Elvira, haz que al punto pongan
la carroza y dala el manto
a doña Ana.
ANA: ¿Ahora carroza?
¿Dónde pretendes llevarme?
FÉLIX: ¡Qué sin causa te alborotas!
Hay un festín en palacio;
mandóme Nísida hermosa
convidarte de su parte;
tanto su Alteza te honra.
ANA: (¡Ay cielos! Sin duda, él sabe Aparte
esta ocasión, y la estorba
cuerdamente, pues cifradas
dice sus sospechas todas.
¡Ay Amor! Todas tus
penas
se hicieron para mí sola,
pues yo siento lo que pierdo,
y otras sienten lo que gozan.)
Vanse doña ANA, don FÉLIX y ELVIRA.
Salen don CÉSAR y LÁZARO
LÁZARO: Ya se fueron. ¿Qué suspiras?
Pues, ¿no te basta y te sobra
estar dentro de su casa?
"Hoy", señor, si bien lo notas,
"sales de este laberinto".
Mas, ¿qué bien con sospechosas
razones te dio a entender
tu peligro y su deshonra!
Con casamiento te advierte,
y asegurarle te importa.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Ahora puedes salir;
que ya se fueron.
LÁZARO: Acorta
de cuidados, y salgamos
de esta borrasca espantosa.
CÉSAR: ¡Para mí solo se hicieron,
Amor, tus desdichas todas;
que yo siento lo que pierdo,
y otros sienten lo que gozan!
Vase
LÁZARO: Y, ¿cómo estamos de cuenta?
ELVIRA: A mí nadie me la toma.
LÁZARO: (¿Qué va que en ella la alcanzo, Aparte
si hago la prueba, aunque corra?
No perdamos la ocasión.)
¡Elvirilla!
ELVIRA: Si soy sombra,
¿no ves que me voy?
LÁZARO: ¿Por qué?
[ELVIRA]: Porque se fue mi señora.
Vase
LÁZARO: Yo quedaré cual tahur
que, viendo su suerte, toma
aliento para contar
pintas--que mil fueran pocas--
y luego por una carta,
que estaba encubierta sola,
sobre su suerte, admirado
la de su contrario topa.
Y el cinco que le estorbaba,
sirviendo de encaje ahora,
espuela de su carrera,
hace que las pintas corran.
Así a mí espadas y bastos
me turban, gústanme copas;
y porque no salgo de oros,
no tengo suerte con sotas.
Vase. Salen ALEJANDRO y don ARIAS
ARIAS: Bien la noche ha estado.
¿No alegró tu tristeza
tanta gala y belleza,
que junta has admirado?
ALEJANDRO: Antes con su alegría
doblé, don Arias, la tristeza mía.
Si a doña Ana miraba
las acciones que hacía,
en su rostro leía
que a César adoraba;
y dije, "¿Quién vio, cielos,
sin culpa agravio y sin agravio celos?"
Disculpaba otras veces
a César, porque, llena
el alma de su pena,
hizo a los ojos jueces,
y aunque él la
merecía,
no trocara su pena por la mía.
ARIAS: ¿En qué ha de parar esto?
ALEJANDRO: Don Arias, en mi muerte;
que en peligro tan fuerte
tu secreto me ha puesto.
ARIAS: Yo erré; mas no te espante
que, lo que erré una vez, lleve adelante.
Allí don César viene;
ALEJANDRO: De este cancel cubierto,
hoy de su boca advierto
el ánimo que tiene,
si tú se lo preguntas.
Retírase ALEJANDRO. Sale don
CÉSAR
CÉSAR: (¿Quién en el mundo vio más penas juntas?)
Aparte
ARIAS: ¿Qué hay, don César?
CÉSAR: Desdichas
siempre de agravios llenas;
que sólo para penas
se inventaron mis dichas.
Entré, y en breve espacio,
llegó su hermano y trájola a palacio.
Dio a entender que sabía
todo lo que pasaba,
y que escondido estaba.
Al fin su cortesía
de suerte me ha obligado
que a pedírsela estoy determinado.
Con esta recompensa
le aseguro más sabio,
hago gusto el agravio,
obligación la ofensa
y, a casarme dispuesto,
el príncipe también se holgará de esto.
Vase. Sale ALEJANDRO
ARIAS: Señor, ¿hasle escuchado?
ALEJANDRO: Como a Félix la pida,
no habrá razón que impida
dársela, y obligado,
si a mí me la pidiera,
presumo que, a ser mía, se la diera.
Sale don FÉLIX
ALEJANDRO: Don Félix, obligado
estoy de vos, y quiero,
por galardón primero,
quitaros un cuidado,
y no el menor que puedo.
(Así aseguro a esta ocasión el miedo.) Aparte
[U]n deudo mío en doña Ana
su pensamiento ha puesto
y, por hablaros presto,
yo tengo a vuestra hermana
casada de mi mano.
FÉLIX: Dame tus pies por el honor
que gano.
ALEJANDRO: Por cartas he sabido
su altivo pensamiento,
y con mayor contento
le tengo respondido,
que yo lo trataría;
basta decir que tiene sangre mía.
Y desde aquí os prometo
tomarla yo a mi cargo;
solamente os encargo,
don Félix, el secreto;
y, pues queda tratado,
no dispongáis de darla nuevo estado.
FÉLIX: Guarde tu vida el cielo,
para que el mundo vea
honrar a quien desea
servirte; hoy en el suelo
pondré humilde la boca.
ALEJANDRO: (¡Ay necio fin de una esperanza loca!) Aparte
Vase
FÉLIX: Diréla esta ventura
del nuevo casamiento;
y si mi pensamiento
anima su hermosura
y mi imposible allana,
buenas albricias llevaré a mi hermana.
Vase. Salen doña ANA y ELVIRA
ELVIRA: ¿Qué sientes?
ANA: Que ya estoy
muerta,
aunque, para consolarme,
la muerte quiere matarme,
y parece que no acierta.
Mal mis desdichas concierta.
Díjome Félix que amaba
a Nísida, y que
aspiraba,
Elvira, a casar con ella,
y que yo a Nísida bella
dijese que la adoraba.
Si él de veras la quisiera,
a pesar de sus enojos,
con el alma y con los ojos
su sentimiento dijera;
no esperara que yo fuera;
pero más desentendida,
con respuesta agradecida,
quizá le despertaré
una verdadera fe
de una voluntad fingida.
Sale don FÉLIX
FÉLIX: Si hace Amor que una alegría
dos pechos distintos mueva,
¡plegue a Dios que sea tu nueva,
hermana, como la mía!
En albricias te traía
lo que ya decirte quiero,
porque así obligarte espero;
que no fuera trato justo
que negaras tú mi gusto,
sabiendo el tuyo primero.
Hermana, casada estás;
deseoso de tu bien,
por mujer te pide quien
te estima y te quiere más.
Mira qué albricias me das
de tu estado y de tu aumento.
Vuélveme a dar tu contento.
Hablan aparte doña ANA y ELVIRA
ANA: Elvira, sin duda ha sido
César el que me ha pedido.
¡Qué dichoso casamiento!
Vase ELVIRA
Que he de obedecerte es llano;
y así no dudes que aquí
puedes disponer de mí
como padre y como hermano.
Si tanto en servirte gano,
oye lo que me pasó.
A Nísida dije yo
los suspiros que te cuesta,
y fue la mejor respuesta...
FÉLIX: ¿Qué?
ANA: ...que no me respondió.
Si a quien se llega a decir
tu pasión la voz esconde,
es señal, pues no responde,
que le queda más que oír.
Vuelve de nuevo a sentir;
Tarde o nunca se libró
mujer que una vez oyó.
Prosigue, Félix; que bien
responde callando quien
oyendo no respondió.
FÉLIX: ¿Qué dicha a mi dicha iguala?
Mas término injusto fuera
que, con tan buena tercera,
esperara nueva mala.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Don César está en la sala;
dice que te quiere hablar.
FÉLIX: Tú te puedes retirar.
ANA: (Pues viene tan descubierto, Aparte
sin duda mi bien es cierto.
Desde aquí quiero escuchar.)
Retíranse doña ANA y ELVIRA
FÉLIX: Don César, mucho agraviáis
esta casa, pues en ella,
sabiendo vos que lo es,
no entráis como en propia vuestra.
ANA: (Ya como hermanos se tratan.) Aparte
CÉSAR: Yo me detuve a la puerta
por esperar, como es justo,
que me diérades licencia.
Don Félix, bien conocéis
de mis padres la nobleza,
de mi vida las costumbres
y cantidad de mi hacienda.
El crïado que más quiere
el príncipe soy; bien muestra
en mí su poder, pues hace
mucho de nada su Alteza.
En su casa me ha crïado,
haciendo desde edad tierna
confïanza en mi persona,
como en mi ingenio experiencia.
No volví el rostro a las armas,
por inclinarme a las letras;
que valor y estudio vieron
la campaña y las escuelas.
Al fin, para no cansaros,
soy vuestro amigo, y quisiera
asegurar la amistad.
ANA: (Aquí sin duda conciertan Aparte
lo que ya tienen tratado;
quiero escuchar atenta.)
CÉSAR: Mi intención y mi deseo,
bien que atrevimiento sea,
más claro que las razones,
os habrán dicho las muestras;
que, informándoos tan despacio,
haber discurrido es fuerza
el fin, pues en vuestra casa
no tenéis más que una prenda.
Confieso que, a ser del mundo
señor, aun no mereciera
mirarla; soberbia ha sido,
mas disculpada soberbia.
Perdonad; y si os obligan
mi calidad y mis prendas,
servíos con mis deseos,
y honradadme con su belleza.
¿Qué pensáis? ¿Qué os suspendéis?
ANA: (Parece que ahora empiezan Aparte
lo que ya tienen tratado.)
FÉLIX: Saben los cielos, don César,
lo que estimo y agradezco
vuestro deseo, y quisiera
que de secretos del alma
dieran las razones muestra.
A ningún hombre del mundo
con más gusto la ofreciera
que a vos, porque sois mi amigo;
mas no hay razón donde hay
fuerza.
No os puedo dar a mi
hermana
y no ha un hora que pudiera,
que eso habrá que está casada.
Tarde habéis venido, César.
ANA: (¡Cielos! ¿Qué es esto que escucho?) Aparte
CÉSAR: Si pensáis de esa manera
castigar no haberos dicho
antes de ahora mis penas,
yo quedo bien castigado;
bastan, don Félix, las pruebas,
pues que nunca llega tarde
conocimiento que llega.
A tiempo estáis de enmendar
esas pasadas ofensas;
y pues no habéis ignorado
que os está bien que
esto sea,
no desechéis la ocasión.
FÉLIX: Ni ignoro vuestra nobleza,
ni que a mí me está muy bien
honrar mi casa con ella;
pero solamente ignoro
en qué razón os ofenda
para enmendarlo. ¡Por Dios,
que está casada! Quisiera
poder deciros con quién.
Y aquí ahora, por más señas,
a mi hermana la decía
de su casamiento, y ella,
por ser mi gusto, lo oyó
muy alegre y muy contenta.
ANA: (¿Qué es esto, cielos? Elvira, Aparte
esto me importa, aunque sea
atrevimiento terrible.
Hoy tengo de hablar a César.)
CÉSAR: (¿Doña Ana alegre y casada, Aparte
y yo con vida? ¡Paciencia,
pues si no pierdo la vida
es porque a doña Ana pierda!)
Don Félix, bien os vengáis
de mis deseos, pues eran
aspirar a tanta
gloria,
y al fin me dejáis sin ella.
Pues fue tan corta mi suerte
que no pude merecerla,
y mi señora doña Ana
está casada y contenta,
el nuevo dueño la goce
tantos años que no tenga
memoria de ellos la muerte.
ELVIRA: (Mas, ¿qué presto se consuelan Aparte
los hombres en sus
desdichas!)
Hablan aparte doña ANA y ELVIRA
ANA: ¡Ay, Elvira, quién pudiera
hablar a César!
ELVIRA: Aguarda;
veamos si mi industria llega
a lograrlo de esta suerte.
Sale ELVIRA
ELVIRA: Un hombre espera a la puerta,
diciendo que quiere hablarte.
FÉLIX: Perdonadme, y dad licencia
de ver quién es; que ya vuelvo
al instante.
CÉSAR: Id norabuena.
Vase don FÉLIX
¿Hasta cuándo, hados impíos,
habéis de afligirme?
Sale doña ANA
ANA: César,
¿qué es esto?
CÉSAR: Desdichas
mías,
que con tirana
violencia
el alma oprimen.
ANA: Escucha;
que nunca mi fe pudiera
negar lo mucho que estimo.
Al paño habla don FÉLIX saliendo; y
doña ANA se retira apriesa
FÉLIX: No vi a nadie.
ELVIRA: Ya dio vuelta.
ANA: (¡Infeliz de quien la falta Aparte
tiempo aun de hablar en sus
penas!)
Vase
FÉLIX: Hasta la calle salí.
ELVIRA: Yo te aseguro que vuelva,
si te ha menester.
Vase
CÉSAR: Don Félix,
encareceros quisiera
lo agradecido que estoy
a mi desdicha, pues ella
me ha dado aquí un desengaño
tan grade, que no pudiera
con otro satisfacerme.
Casada doña Ana bella
está, que ya no lo dudo;
ruego a los cielos que sea
con el gusto que deseo
para mí.
FÉLIX: Mirad, don César,
que soy muy amigo vuestro,
y que por eso no cesa
mi amistad.
CÉSAR: No, pues la mía
en el mismo estado queda.
Vanse. Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: Cuando de mi confuso pensamiento,
necio Amor, locos casos imagino,
menos me atrevo y más me determino,
que sobra amor y falta atrevimiento.
Desconocido a mi valor, intento
a un agravio remedio peregrino;
y, animándole, apenas adivino
verdugo de mi infamia el sentimiento.
Olvido ingrato, agradecido adoro,
aborrezco cobarde, amo atrevido,
llamo y me huyo, quiero y no deseo;
canto mis penas, y mis glorias lloro.
¿Qué mucho viva o muera arrepentido,
si he de perder la vida o el deseo?
Sale LÁZARO
LÁZARO: Mandóme don César que
buscase a don Félix; por-
que quiere hablarle, y aunque
me ha costado mucho tor-
mento, a don Félix no hallé,
ni ahora a mi señor tampoco
hallo en toda la ciudad.
Ellos me han de volver loco;
mas si va a decir verdad,
ellos tiene que hacer poco.
Mas aquí el príncipe está.
ALEJANDRO: ¡Lázaro!
LÁZARO: Buen caballero
te faltó.
ALEJANDRO: ¿Cómo va?
LÁZARO: Ya
puedes ver.
ALEJANDRO: ¿Qué hay?
LÁZARO: No hay dinero;
y así, no sé cómo va.
Remendaba con estilo
sus calzones un mancebo.
Yo, que le acechaba, vilo,
y pregunté, "¿Qué hay de nuevo?"
Y él respondió, "Sólo el hilo."
Yo a decirle no me atrevo,
porque aun el hilo no es nuevo;
pero, mirándome así,
un famoso arbitrio di.
ALEJANDRO: Si fue tuyo, ya le apruebo.
LÁZARO: ¿Puesto en uso no se ve
traer calzones de bayeta?
Pues yo fui quien lo inventé,
que soy Adán de esta seta.
ALEJANDRO: ¿Y de qué manera fue?
LÁZARO: Si el saberlo te desvela,
yo unos calzones tenía
muy rotos, y con cautela,
faltóme la tela un día,
y púseme la entretela.
Agradó el gusto, y no lejos
del mío, muchos después
admitieron mis consejos;
así que cuanto hoy ves
todos son calzones viejos.
ALEJANDRO: ¡Quién, para poderte oír,
no tuviera que sentir!
Vase
LÁZARO: Ríe el pobre, el rico llora,
y así en este mundo ahora
todo es llorar y reír.
Sale don CÉSAR
CÉSAR: A que el príncipe se fuera,
Lázaro, esperando estuve,
para hacer entre los dos
glorias y penas comunes.
Don Félix casa a doña Ana,
y no conmigo, ni pude
saber con quién. En efecto
mi bien de mi mal se arguye;
que esta noche, cuando el sol
en pavimentos azules
haga el tálamo de Tetis
sepulcro undoso a sus luces,
la he de sacar de su casa.
LÁZARO: Pues por todas estas cruces,
que no ha de saberlo
Arias.
¿Posible es que no rehuses
el descubrir tu secreto?
De esta ocasión se concluyen
tu bien o tu mal.
CÉSAR: Es cierto.
LÁZARO: Pues cuando decirlo excuses,
¿qué pierdes? Cuando lo digas,
¿qué ganas?
CÉSAR: Porque no culpes
que no estimo tu consejo,
y porque del todo apure
amor mi desdicha, hoy quiero
callar mi secreto.
LÁZARO: Hoy suben
al cielo tus esperanzas,
para que de todas triunfes.
Habla a todos, está alegre,
e iremos, cuando las nubes
por la muerte de las flores
se vistan negros capuces.
Sale don ARIAS
ARIAS: ¡Don César!
A don CÉSAR, al oído
LÁZARO: No hay nada nuevo,
porque no nos lo pregunte.
ARIAS: ¿Qué tenéis?
LÁZARO: Aunque está triste,
no es pendencia, no te juntes;
que no ha menester tu lado.
ARIAS: ¿Qué ha sucedido?
CÉSAR: Que tuve
cultivada una esperanza
que, a tiempo de darme dulce
fruto, se secó en su flor,
siendo mi estrella el octubre.
Don Félix casa a doña Ana,
que así su quietud presume;
pedísela por mujer,
respondióme que propuse
tarde mi intento, y que está
casada y contenta. ¿Sufren
los celos mayores penas?
LÁZARO: Ya basta, señor. --Excuse
vuesa merced el hablarle,
porque le dan pesadumbre
unos vaguidos muy grandes
que a la cabeza le suben.
ARIAS: ¿En qué puedo yo serviros?
LÁZARO: (En callar.) Aparte
ARIAS: ¡Por Dios, que encubre
mi pecho harto sentimiento!
Vase
LÁZARO: (Porque cesan tus embustes.) Aparte
CÉSAR: Amor, si acaso te mueven,
por dios, tantas inquietudes,
ya es tiempo que con un bien
mil sentimientos disculpes.
Ya basta lo que he sufrido.
No es mucho que disimules
mis cortos merecimientos,
por la gloria a que
me opuse.
Ya no ha de ser el perderla
lo que más mis dichas turbe,
mas ver que otro esté gozando
lo que yo esperando estuve.
Salen ALEJANDRO y don ARIAS, hablando entre sí
ALEJANDRO: ¿Eso ha pasado?
ARIAS: Aquí estaba.
ALEJANDRO: Pues porque no se asegure
que, cuando tuvo ocasiones
sólo, ocupado le tuve,
y no advierta la malicia,
esta noche es bien le ocupe,
porque no tiene que hacer,
y un día a otro se disculpen.
¡César!
CÉSAR: ¿Señor?
ALEJANDRO: Hasta el día
he de escribir, porque es
lunes,
y he de despachar a Roma
y Nápoles.
CÉSAR: Yo voy.
(Huyen Aparte
de mis manos las venturas.
Lunes fue, para que impugnen
los días como las horas.)
Don CÉSAR habla aparte a LÁZARO
¿"Mis dichas",
Lázaro, "suben
al cielo mis
esperanzas"?
LÁZARO: ¿Yo, señor, qué culpe tuve?
CÉSAR: Tú me dijiste que aquí
estuviese.
LÁZARO: No me culpes.
CÉSAR: ¿Quién te mete en dar consejos?
LÁZARO: Mi desdicha.
CÉSAR: ¡Que me ayude
tan poco el tiempo que sean
martes para mí los lunes!
Aquí está todo
aderezo.
¡Plegue al cielo no me turbe,
que tengo el alma en doña Ana
llena de mil pesadumbres!
Sacan un bufete con escribanía, vanse don
ARIAS y LÁZARO, y escribe don CÉSAR
ALEJANDRO: Despejad. (Hoy de los
celos Aparte
hacer experiencia pude,
y en perdidas esperanzas
veré los toques que sufren.)
Decid, "Yo
estoy..."
CÉSAR: Estoy... (muerto de
celos...) Aparte
ALEJANDRO: "...tratando con secreto..."
CÉSAR: "con
secreto..."
(¡Aun no pude gozar la ocasión, cielos!)
ALEJANDRO: "...el casamiento..."
CÉSAR: El
casamiento...(efeto Aparte
no ha de tener.)
ALEJANDRO: "Al fin vuestros
desvelos
le tendrán."
CÉSAR: Le tendrán... (mas no los
míos; Aparte
que vientos pueblo, cuando aumento ríos.)
ALEJANDRO: "Lo que yo os aseguro..."
CÉSAR: Os aseguro...
(...es mi muerte.) Aparte
ALEJANDRO: "...que vuestro honor
procuro."
CÉSAR: Procuro... (divertirme, mas no puedo.) Aparte
ALEJANDRO: "Por ser doña Ana..."
CÉSAR: (Aquí rendido quedo.)
Aparte
Doña Ana...
ALEJANDRO: "Castelví por su nobleza
y ángel por sus virtudes y belleza."
CÉSAR: ¿Dónde tu alteza aquesta carta envía?
ALEJANDRO: A Flandes.
CÉSAR: Para Flandes no es hoy día,
y así podrá dejarse hasta mañana.
ALEJANDRO: (Perdió el color al nombre de doña
Ana.) Aparte
No importa que hoy no sea;
escrita se estará.
CÉSAR: (¿Quién hay que crea
tan tirano rigor, pena tan fiera?)
ALEJANDRO: Proseguid, repitiendo la postrera
razón.
CÉSAR: "Rendido quedo."
ALEJANDRO: Pues, ¿yo he dicho
tal razón? Dad acá.
CÉSAR: Lo dicho he dicho.
Toma ALEJANDRO la carta y lee
ALEJANDRO: "Yo estoy muerto de celos, tratando con
secreto, aun no pude gozar la ocasión;
el casamiento efeto no ha de tener;
al fin vuestros desvelos le tendrán, no
los míos; lo que yo os aseguro es mi
muerte; que vuestro honor procuro, por
ser doña Ana... Aquí rendido quedo."
¿Yo os he dicho que escribáis
de esta suerte?
CÉSAR: Si han podido
obligarte en algún tiempo,
Alejandro, mis servicios,
ahora le tienes de honrarme;
que no es de tu pecho digno
blasón que, por el ajeno
honor, me quites el mío.
Casado estoy con doña
Ana;
casado no, pero digo
que a este fin habrá dos años
que la quise y que me quiso.
No diré las ocasiones
que por tu causa he perdido,
anteponiendo leal
a mi gusto tu servicio.
Mas sólo diré que hoy,
sabiendo que el cielo impío
su casamiento ordenaba,
trató casarse conmigo.
Pensando que me estorbaba,
negué el secreto a un amigo,
pero viendo que no tiene
en mí el secreto peligro,
sólo a algún planeta doy,
sólo atribuyo a algún signo
el querer con mala estrella,
pues ellas la causa han sido.
Pero si suelen vencerse
con reservados arbitrios,
para que en mi estrella juzgues,
hoy el cielo te previno.
ALEJANDRO: Si en perdidas ocasiones,
don César, has conocido
que fue culpa de tu estrella,
no condenes al amigo;
supuesto que no bastó
hoy para haberla perdido
haber callado el secreto;
que sucediera lo mismo
cuando siempre le guardaras;
pero yo estoy ofendido
de que tratases casarte
sin saber el gusto mío.
Dame la pluma; que yo
quiero escribir, que ya he visto
lo poco de que me sirves.
CÉSAR: De poco, señor, te sirvo,
pero ninguno...
ALEJANDRO: Ya basta.
Escribe
CÉSAR: (Si de la Fortuna ha sido Aparte
este juego, en solo un lance
al rey y dama he perdido.
¿Hay más tormento en el mundo?
¿Hay más pena en el abismo?
No, pues no la tengo yo.)
ALEJANDRO: Cerrad el papel que he escrito,
y llevádsele a don Félix,
que haga lo que en él le digo.
CÉSAR: ¿Hoy he de llevarle?
ALEJANDRO: Sí.
CÉSAR: Que no hay correo imagino.
ALEJANDRO: Llevadle vos a su casa;
que con un propio le envío.
CÉSAR: (Perdida he visto una dama, Aparte
y un señor airado he visto,
y no sé para otra vez
cuál de los dos he temido.)
Vase. Salen don FÉLIX y don ARIAS
ARIAS: Ya ha acabado de escribir.
ALEJANDRO: Don Félix, nuevas ha habido
de que hoy entra en Parma el novio,
y aun en vuestra casa han dicho.
FÉLIX: Beso mil veces tus pies,
y por doña Ana te
pido
las manos. Yo voy a darla,
con tu licencia, el aviso,
para que esté prevenida.
Vase
ALEJANDRO: ¡Don Arias!
ARIAS: ¿En qué te sirvo?
ALEJANDRO: Tú has de jurar en la cruz
de aquesta espada que ciño
que jamás ha de saber
doña Ana que la he querido,
ni César que le he estorbado.
ARIAS: Así juro de cumplirlo
en la cruz de aquesta espada.
Y yo ahora te suplico
que no le digas a César
que soy el que te lo dijo.
ALEJANDRO: Yo lo prometo; partamos
a ser de su bien testigos,
que hoy a Alejandro, en grandeza
como en el nombre, le imito.
Vanse. Salen don FÉLIX, doña ANA y
ELVIRA
ANA: Esto es verdad.
FÉLIX: ¡Qué bien pagas,
hermana, el cuidado mío!
¿Promesa de religión?
ANA: No lo dije a los principios,
por pensar que no llegara
a efecto; mas ya que he visto
que le tiene, que no puedo
casarme, hermano, te digo.
FÉLIX: ¿Qué diré al príncipe yo?
ANA: (¡Que no haya César venido! Aparte
Mas ya viene; bien podré
irme con él.)
Salen don CÉSAR y LÁZARO
CÉSAR: (Mi mal sigo, Aparte
pues del rigor que padezco
soy instrumento yo mismo.)
LÁZARO: (¡Mas que para en casamiento!)
CÉSAR: Don Félix, no haber pedido
licencia es haberla dado
este papel que hoy ha escrito
el príncipe para vos.
FÉLIX: Y yo el cuidado os estimo.
CÉSAR: (¡Ay perdida gloria mía!) Aparte
ANA: ((Ay querido dueño mío!) Aparte
Lee para sí
FÉLIX: "Porque, prevenida la gloria, hace
menor el gusto, no os he dicho antes
de ahora que la persona que os tengo
propuesta es don César. En
él
concurren todas las
calidades que
podéis imaginar.
Dadle a vuestra
hermana, que él solo la merece, si
deja merecerse tanta ventura."
César, el príncipe escribe
que para quien ha pedido
mi hermana sois vos.
ANA: ¡Ay cielos!
CÉSAR: ¿Qué decís?
FÉLIX: Que ya suspiro
con otra causa, pues nunca
hubo contento cumplido.
Que para que no os merezca,
doña Ana ahora me dijo
que no se puede casar
por una promesa que hizo.
ANA: Es verdad que yo lo dije.
CÉSAR: (¡Cielos! ¿Qué es esto que miro? Aparte
¿Doña Ana finge promesas
por no casarse conmigo?)
FÉLIX: Leed, don César, el papel.
Salen ALEJANDRO, NÍSIDA, y don ARIAS
ALEJANDRO: No le leáis; que si escribo
ausente, presente estoy,
y afirmaré lo que firmo.
FÉLIX: En buena ocasión me has
puesto.
Danos tus pies.
NÍSIDA: Yo he venido
con mi hermano por tener
parte en vuestros regocijos.
ALEJANDRO: Don César, de esta manera
enseño a premiar servicios.
Dadle a doña Ana la mano;
que yo vengo a ser padrino.
Hablan aparte don FÉLIX y doña ANA
FÉLIX: ¿Qué he de decir?
ANA: No te aflijas;
que en tal fuerza es permitido
conmutarse en otra cosa
la promesa.
CÉSAR: Si rendido
a tus pies...
ANA: Alza del suelo;
que mi promesa he cumplido;
pues prometí no casarme,
no siendo, César, contigo.
LÁZARO: Ya, señor, casado estás.
¡Gracias a Dios que salimos
de esta empresa con victoria!
Mas, ¡por Dios! que no te envidio.
ALEJANDRO: Yo he de partir luego a Flandes
a servir al gran Filipo
segundo, donde Mastrique
venga a ser el blasón mío;
y por dejar en mi estado
gobierno, a Félix elijo,
que a Nísida dé la mano.
FÉLIX: Mil veces los pies te pido
por las honras que me
ofreces.
NÍSIDA: Tu gusto fue mi albedrío.
LÁZARO: ¡Elvira!
ELVIRA: ¿Qué?
LÁZARO: Yo me voy;
que, si me tardo un poquito,
según que vienen casando,
te habrás de casar conmigo.
ARIAS: Nadie fíe su secreto
del más cuerdo y más amigo;
que en la más sana intención
está un secreto a peligro,
y no se queje de agravio
quien no calla el suyo mismo.
CÉSAR: Y aquí da fin la comedia,
por quien el perdón os pido.
FIN DE LA COMEDIA