JORNADA PRIMERA
Córrese la cortina, y vense todos los
bastidores del teatro
trasmutados en aparadores de piezas de plata, y en
medio una
mesa llena de vasos y viandas, y sentados a ella
hombres y
mujeres, y en su principal asiento CORIOLANO y
VETURIA, y
los músicos detrás, arrimados al foro, y
PASQUÍN y otros
criados sirviendo a la mesa
CORO 1: "No puede amor
hacer mi dicha mayor.
CORO 2: Ni mi deseo
pasar del bien que [poseo?]."
CORIOLANO: Sin duda, Veturia bella,
esta canción se escribió
por mí, pues solo fui yo
feliz influjo de aquella
de Venus brillante estrella;
pues benigna en mi favor...
LOS DOS COROS: "No puede amor
hacer mi dicha mayor."
VETURIA: Mejor debo yo entender
su benévolo influir;
pues, dándome que sentir,
me deja que agradecer;
y más el día que a ser
llegue la ventura mía
tu esposa, pues ese día
no podrán mi fe, mi empleo...
VETURIA Y CORO 2: "Ni mi deseo
pasar del bien que poseo."
HOMBRE 1: A tanta solemnidad
desde ahora será bien
que todos en parabién
brindemos.
HOMBRE 2: A que su edad
viva eterna.
HOMBRE 3: Y su beldad
en fecunda sucesión
a Roma ilustre.
PASQUÍN: Éstos son
convidados que me placen,
que a un tiempo la
razón hacen
y deshacen la razón.
MÚSICOS: "No puede amor
hacer mi dicha mayor,
ni mi deseo
pasar del bien que poseo."
MUJER 1: Todas, ya que la fortuna
trocó el pesar en placer,
esa salva hemos de
hacer.
LIBIA: ¿Cómo se podrá ninguna
excusar, si cada una,
de cuantas hoy Roma encierra,
feliz el susto destierra
de aquel pasado temor?
MUJER 1 y MÚSICOS: "Y no puede amor
hacer su dicha..."
Dentro
VOCES: ¡Arma, guerra!
Cajas y trompetas dentro, y alborótanse
todos
HOMBRE: ¡Qué asombro!
MUJER 1: ¡Qué confusión!
CORIOLANO: ¿Qué novedad será ésta,
que dentro de Roma forman
voces, cajas y trompetas?
TODOS: ¿Quién causa este estruendo?
Salen AURELIO y ENIO de soldado
AURELIO: Yo.
CORIOLANO: ¿Tú, señor?
AURELIO: Sí.
CORIOLANO: Pues ¿qué intentas?
AURELIO: Despertar tu torpe olvido,
porque, al ver que en mi hijo empieza
la reprehensión, sepan todos
que, anticipada la queja,
antes que a mí su pregunta,
llegó a ellos mi respuesta.
Quitad, romped, arrojad
aparadores y mesas,
nocivos faustos de Flora
y Baco, cuando es bien
sean
pompas de Marte y Belona.
Ocúltanse los aparadores y
mesas
Y porque la causa sepan,
Enio, dile a Coriolano
y a cuantos con él celebran,
bastardos hijos del ocio,
cultos al Amor, las nuevas
que traes de Sabinia...
VETURIA: (¡Cielos! Aparte
¿Qué nuevas pueden ser
éstas?)
LIBIA: (Oye y disimula.) Aparte
AURELIO: ...en tanto
que a toda Roma las cuentan
públicos edictos que,
para freno y para rienda
de tan locos devaneos,
dispone el Senado.
ENIO: Fuerza,
como a primer senador,
es, señor, que te obedezca,
y fuerza también que haya,
para que mejor se atiendan,
de enlazar con su principio
el nuevo motivo.
AURELIO: Sea,
no como quien le refiere,
sino como quien le acuerda.
ENIO: Sabinio, rey de Sabinia,
mal ofendido de aquella
fingida amistad con que
Rómulo, atento a que fuera
eterna la población
de su gran fábrica inmensa
que, émula a Jerusalén,
también en montes se asienta,
y que no pudiera serlo,
sin que de su descendencia
la sucesión se propague,
viendo cuánto para ella
buscar consortes debía,
convidó para unas fiestas
los comarcanos sabinos
con sus familias, en muestra
de firmar con ellos paces.
AURELIO: Si lo fueron o no, deja
al silencio esas memorias,
pues nadie hay que no las sepa,
según en su gran teatro
al mundo las representan
el tiempo en veloces plumas,
la fama en no tardas lenguas;
y así, dejando asentada
aquella parte primera
del robo de las sabinas,
ve a la segunda.
VETURIA: (¡Oh inmensas Aparte
deidades! ¿Qué nuevas pueden
ser que de pesar no sean?)
ENIO: Sabinio, rey de Sabinia,
mal ofendido de aquella
fingida amistad, trató
hacer a Rómulo guerra,
y Rómulo resistirla,
careando injuria y ofensa,
el uno por castigarla,
y el otro por mantenerla;
persuadido el uno a que
satisface el que se venga
y el otro a que nunca tuvo
lo no bien hecho otra enmienda
del arrojo que lo obró,
que el valor que lo sustenta.
Dos veces, pues, el sabino
a Roma asaltó, y en ella
dos veces le obligó a que,
rechazada su soberbia,
levantase el sitio, dando
a la dominante estrella
de Rómulo por vencida
de la suya la influencia.
En este intermedio Roma,
ufana, alegre y contenta,
vencedora de sus armas,
vencida de sus bellezas,
procurando reducir
a cariño la violencia,
toda era festines, toda
agasajos y finezas,
bien como toda Sabinia
llantos, suspiros y quejas;
que entre ofensor y ofendido
tan neutral vive la ofensa
que a uno el gozo se la olvida
y a otro el dolor se la acuerda.
En esta desigualdad,
ambas fortunas suspensas,
viendo Sabinio que, muerto
Rómulo, la suya adversa
sin dominante enemigo
quedaba y que a Numa, que era
a quien nombrado dejó
por su sucesor, resuelta
en ser república Roma,
no sólo le dio obediencia,
pero echándole de sí,
eligió en plebe y nobleza
senadores y tribunos,
que en libertad la mantengan.
Sabinio, pues -- porque el hilo
en la digresión no pierda -- ,
procurando aprovechar
aquella vulgar sentencia
de ser sin cabeza un pueblo
monstruo de muchas
cabezas,
en una parte y en otra
viendo también cuán
ajena
Roma de sus altos triunfos
deleitosamente deja
de ser campaña de Marte
por ser de Cupido selva,
a repetidas instancias
de la soberana Astrea
-- que, celtíbera española,
desde el día que, deshechas
sus gentes, volvió su esposo,
ni él ni nadie llegó a verla
o sin lágrimas los ojos
o el semblante sin tristeza -- ,
secretas levas dispuso;
pero como esto de levas
es mina que por el más
breve resquicio revienta,
al Senado sus vislumbres
llegaron en humo envueltas;
de suerte que, al inquirirse,
si eran ciertas o no ciertas,
a mí, que por más servicios
nombró en la elección primera
del pueblo primer tribuno,
me dio orden de que füera
a informarme, disfrazado
en nombre, en traje y en lengua,
del estado y del designio;
con que a poca diligencia
pudo informarme mejor
la vista que la cautela;
que enmudecen los ardides
donde hablan las
evidencias.
A toda Sabinia
hallé,
sin recato de que sea
contra Roma la jornada,
no tan sólo en arma puesta,
pero en marcha; a cuyo efecto
estaban pasando muestra
de militares pertrechos
todas las campañas llenas.
Numerosas huestes son
las que alistadas
se asientan,
según supe, voluntarias;
porque -- como dije -- Astrea,
que adquirir de vengadora
de las mujeres intenta
el alto nombre, en persona
las conduce y las alienta
con tan gran jactancia, que
sus tremoladas banderas,
jeroglíficos del aire,
componen en cuatro letras
el vanaglorioso enigma
de ser su victoria cierta.
Una S, una P, una Q
y una R son, cuya empresa
descifrada decir quiere
-- según todos la interpretan -- :
"Al Sabino Pueblo ¿Quién
Resistirá?" Y con tal priesa
a lento paso la marcha
disponen, que me fue fuerza,
según su vecina línea
confinante es de la nuestra,
por llegar antes, valerme
de toda la diligencia
que pude. Pero por más
que lo intenté, la sospecha
o nota de desmandado
me detuvo; y así llegan
a ser de mis voces ecos
sus cajas y sus trompetas,
cuando lejanos
repiten
al viento, que se las lleva,
y al eco, que nos las trae:
Cajas y voces [dentro] a lo lejos
VOCES: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!
VETURIA: (Bien temí que había de ser Aparte
segunda desdicha nuestra.)
AURELIO: Mira, con estas noticias,
si ha sido prevención cuerda
que otras trompetas y cajas
despertador tuyo sean,
y de cuantos hoy en Roma
divertidos no se
acuerdan
de aquellos primeros héroes,
que de apagadas pavesas
fueron incendio de Europa,
hasta coronarla reina
del orbe. Y, dejando
aparte
abandonadas proezas,
que en Africa y en
España
Rómulo dejó dispuestas,
y hoy yacen en el infame
sepulcro de la pereza
¿a qué más puede llegar
el baldón de la honra nuestra
que a pensar el enemigo
que ya Roma no es la que era,
pues se promete en sus timbres
que no ha de hallar resistencia?
Demás desto, ¿es bien que yo
a un noble ofendido tenga
y no tenga mira a que
es desproporción muy ciega
que él desvelado maquine
y yo descuidado duerma,
mayormente al blando sueño
de tan contrarias sirenas
que, si otras cantando matan,
ellas llorando deleitan?
¡Oh, nunca hubierais...!
CORIOLANO: Perdona,
señor, y dame licencia
para suplicarte que,
no enojado las ofendas,
ni a ellas ni a cuantos conmigo
a mi ruego las festejan;
y más en este jardín,
donde Veturia se
alberga,
noble matrona, a quien todas
reconocen preeminencia
por su real sangre; que no
es culpa suya ni nuestra
el que en ellas sea agasajo
lo que en nosotros es deuda.
La culpa fue del primero
que robadas las violenta,
no de los que, ya robadas,
procuran que estén contentas;
que, para tenerlas tristes,
mejor fuera no tenerlas.
Si hacerlas nuestras quisimos,
¿cómo habían de ser nuestras
si, en nuestro poder quejosas,
siempre quedaban ajenas?
Que desde el odio al cariño
no es fácil de hallar la senda
si no es que la facilite
la caricia, la fineza,
el obsequio, el rendimiento,
la atención y la asistencia,
que son las que sólo saben
hacer voluntad la fuerza.
Decir que esto del valor
nos ha olvidado, es propuesta
tan vana, que el mismo Marte
el primero es que la niega,
puesto que, amante de Venus,
al mundo puso en sospecha
de que él y Cupido habían
trocado dardos y flechas;
viendo cuánto ventajoso,
porque su dama lo sepa,
pelea el soldado que
con armas de amor pelea,
juzgando que son de Marte.
Y para que mejor veas
que ser galán en la paz
no es ser cobarde en la guerra,
el primero seré yo
que, de la patria en defensa,
al opósito le salga.
Y así, para disponerla,
iré por plazas y calles,
diciendo en voces
diversas:
Dentro
UNOS: ¡Viva Coriolano!
OTROS: ¡Viva!
AURELIO: Oye, hasta averiguar éstas.
Salen FLAVIO, LELIO y SOLDADOS
FLAVIO: Yo lo diré, que en tu busca
vengo, para que lo sepas.
Proponiéndole al tumulto
de la plebe y la nobleza
cuánto conviene salir
a impedir el paso desa
no impensada invasión, antes
que pise la línea nuestra,
ocupando los estrechos
pasos y las eminencias,
a fin de que, ya
que entren,
entren peleando, en que es fuerza
que pierdan gente, y quizá
que gente y jactancia pierdan,
dije que presto el Senado
nombraría a quien convenga
que vaya por general;
a que dieron por respuesta,
reduciéndose a una voz,
de varias voces compuesta:...
Dentro
UNOS: ¡Viva Coriolano!
OTROS: ¡Viva!
FLAVIO: De suerte que, antes que sea
consulta, la aclamación
común quiere que cabeza
suya sea Coriolano,
de que vengo a darte cuenta,
por si acepta o no.
AURELIO: ¿Qué es
dudar si acepta o no acepta,
siendo mi hijo? -- - Coriolano,
ya ves en lo que te empeña
la común aclamación
del pueblo.
CORIOLANO: La vida hubiera
dado en albricias, señor,
a no importar mantenerla
para que, en servicio suyo,
en mejor trance la pierda;
en cuyo agradecimiento
a Flavio las plantas besa
mi humildad y a Lelio da
los brazos, bien como prendas
de quien se obliga a pagar,
reconocida la deuda.
LELIO: El mérito es quien te adquiere
este honor. (¡Que también sea Aparte
hijo yo de senador,
y de mi.... ¡Oh envidia, deja
de afligirme!) Y el primero
seré que irá a tu obediencia
por soldado tuyo.
ENIO: Yo
no te doy la enhorabuena,
porque me la he dado a mí,
en fe de lo que interesa
en tus honores mi honor.
CORIOLANO: A entrambos os lo agradezca
mi amistad; que con los dos,
tú, Lelio, de la nobleza
cabo; tú, Enio, de la plebe,
¿qué riesgo habrá que no emprenda?
TODOS: ¿Ni quién que a ti no te siga?
PASQUÍN: (Yo, porque allí Libia señas Aparte
me hace de que allá no vaya.)
AURELIO: Pues porque tiempo no pierda,
retiraos todas vosotras,
cada una a su vivienda,
de donde ninguna salga,
mientras se pasa la muestra
de la gente que se aliste;
porque, si acaso la pesa
el ver ir contra su patria,
no impida al que complacerla
intente.
VETURIA: Ninguna habrá
tan livianamente necia
que ya no desee que Roma
contra los sabinos venza;
que las materias de honor
son tan vidriosas materias
que con el más leve soplo
se empañan, si no se quiebran.
Y, siendo así que estuvimos
todas a morir resueltas,
antes de admitir a quien
con fe y palabra no fuera
de esposo, con todo eso
el empacho y la vergüenza
de no volver a ser propias
de quien ya fuimos ajenas
nos obligara a que todas,
si nos diérades licencia,
saliéramos a campaña;
y yo fuera la primera
que el arnés trenzado, el fresno
blandido en la mano diestra,
en la siniestra el escudo,
y con el tiento en la rienda,
montado el corcel bridón,
la diera a entender a Astrea
cómo ya de su venganza
no necesita la nuestra.
CORIOLANO: ¿Quién pudo desempeñarse
ni más noble ni más cuerda?
TODAS: Lo mismo todas decimos.
AURELIO: No es la resolución ésa
que queremos de vosotras.
FLAVIO: No; que otra habrá, en que se vea
que las mujeres no son
tan dueños nuestros que
puedan
en descrédito poner
de Roma el valor.
AURELIO: Ni ésa
tampoco es para aquí.
A CORIOLANO
Ahora
ven, pues, adonde te ofrezca,
con pública aclamación,
de todo el pueblo en presencia,
el Senado la bengala,
estoque, toga y diadema
de general de sus armas.
CORIOLANO: Más me ha de dar.
AURELIO y FLAVIO: ¿Qué es?
CORIOLANO: Licencia
de que responda a Sabinio,
y al mote de sus banderas,
poniendo yo en las de Roma
el mismo.
TODOS: ¿De qué manera?
CORIOLANO: S, P, Q, y R son
cuatro letras que interpretan:
"¿Al Sabino Pueblo Quién
Resistirá?" Y con las mesmas
a su arrogante pregunta
han de responder las nuestras,
para que conozca el mundo
cuán en un caso concuerdan
gramáticas militares,
la pregunta y la respuesta:
pues si S, P, Q y R
"¿Quién piensa
hacer resistencia
al sabino pueblo?" dicen,
también dirán a quien lea
en nuestro favor el mote
de sus mismas cuatro letras:
"Senado y Pueblo Romano
es Quien resistirle piensa."
FLAVIO: Bien lo has pensado.
Dentro cajas y voces a lo lejos
UNOS: ¡Arma, arma!
FLAVIO: Y pues se oyen de más cerca
ya sus cajas, responded
a su salva.
OTROS: ¡Guerra, guerra!
AURELIO: Y por si acaso llegaron,
según a mi oído suenan,
acá sus voces, diciendo...
UNOS: ¿Quién ha de hacer resistencia
al sabino pueblo?
AURELIO: Digan
al mismo compás las nuestras...
TODOS: Senado y pueblo romano.
UNOS: ¡Vivan Sabinio y Astrea!
TODOS: ¡Coriolano y Roma vivan!
CORIOLANO: Perdona, Veturia bella,
que, si voy contra tu patria,
también voy en tu defensa.
Vase
TODOS: ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra!
Vanse todos
Salen marchando SOLDADOS, y uno trae una
bandera con las letras que han dicho los versos, y
detrás
SABINIO y ASTREA con espada y bengala
SABINIO: En la cumbre eminente
del esquilino monte
que, atalaya de todo el horizonte,
empina al orbe de zafir la frente,
alto haga nuestra gente
hasta reconocer si tiene acaso
Roma ocupada de su estrecho paso
la entrada que, otra vez padrastro mío,
favoreció la vecindad del río;
y así, hasta que los
batidores vuelvan,
e informados
resuelvan
por dónde menos fuerte sendas abra,
alto haced.
UNOS: Alto, y pase la palabra.
Repítenlo OTROS
SABINIO: Ya, soberana Astrea,
pisas la raya en que la luz febea
del sol entre Sabinia y Roma parte
jurisdicciones, pues que no sin arte
interpuso por valla
el bastión desa rústica muralla,
que a una y otra divida,
bien que en vano una y otra defendida,
el día que hacerlas enemigas quiso
su trato infiel.
ASTREA: Ya desde aquí diviso,
aunque no bien, aquélla
que, ayer vil choza y hoy fábrica bella,
tan elevada sube
que empieza en muro y se remata en nube.
¡Oh tú de la fortuna
trasmutado teatro, cuya escena,
no sé si diga de piedades llena
o llena de crueldades,
que tal vez son crüeles
las piedades,
en yerto albergue
dio primera cuna
a aquéllos que, arrojados
de ignoradas entrañas,
hambrienta loba halló, que en sus
montañas
recién nacidos, ya que no abortados,
eran espurios hijos de los hados!
¡Oh tú que, en lo voraz de su fiereza,
mudando especie la naturaleza,
viste, en vez de ser ellos de su
hambriento
furor destrozo, en cándido alimento
trocar la saña, haciendo que ellos fuesen
los que della al revés se mantuviesen!
Si a sus pechos criados,
si a su calor dormidos,
si de roncos anhélitos gorgeados
crecieron, arrullados a gemidos,
¿qué mucho que, bandidos,
sañudamente fieros,
se juntaran con otros bandoleros
para vivir, sin Dios, sin fe, sin culto,
del homicidio, el robo y el insulto?
Desta, pues, compañía
Rómulo capitán, temiendo el
día
de tu mudanza, a fin de resguardarse,
trató fortificarse,
para cuyo seguro
el surco de un arado lineó muro,
con ley tan inviolable que, su extremo
asaltarle costó la vida a Remo.
Éste fue -- ¡oh tú, otra vez,
varia fortuna,
condicional imagen de la luna! --
el origen que altiva te conserva
crecida, a imitación de mala yerba.
Pero ya tu castigo
llega, pues llega mi valor conmigo;
y así, antes que sus armas se prevengan
-- vengan los batidores o no vengan -- ,
entremos en sus lindes desde luego,
publicando la guerra a sangre y fuego.
SABINIO: La espera, Astrea, en muchas ocasiones
consiguió altos blasones.
ASTREA: También la espera la perdió otras
tantas,
y quizá más.
Sale EMILIO
EMILIO: Dame, señor, tus plantas.
SABINIO: ¿Qué hay, Emilio, de nuevo?
EMILIO: Apenas a contártelo me atrevo.
Por no decirte que apenas
de aquestos riscos soberbios
con una avanzada escuadra
vencí el arrugado ceño,
cuando desde la eminencia
vi todo el valle cubierto
de romanos escuadrones,
que en buena marcha dispuestos,
como iban llegando, iban
tomando, unos los estrechos
pasos, otros desmontando
los troncos, para con ellos
atrincherarse; y los otros
doblándose, porque a tiempos,
donde importe, el retén pueda
ir reclutando los puestos.
ASTREA: ¿Eso excusabas decirnos?
Pues toma en albricias
deso
esta sortija, que
yo
a tener que vencer vengo. --
Manda, Sabinio, que al arma
toque el ejército nuestro,
antes que se fortifiquen.
SABINIO: Con ese español aliento,
¿quién no ha de animarse? Vayan
por los costados
cubriendo
en las quiebras y
surtidas
coseletes y
flecheros
a la caballería, y ella,
des[f]ilada en buen concierto,
procure cobrar el llano,
donde, trocados los riesgos,
cubra ella a la infantería,
dándose las manos, puesto
que las dos son los dos
brazos
de todo el militar
cuerpo.
Toca a embestir, y un caballo
me dad.
ASTREA: Y a mí otro; que tengo
de ser la primera yo
que, complacido mi esfuerzo,
vea la cara al enemigo,
la caballería rigiendo.
SABINIO: Pues porque la infantería
no vaya en el desconsuelo
de ir sin ti y sin mí, seré
yo quien gobierne sus tercios.
ASTREA: Pues, ¡al arma!
SABINIO: Pues, ¡al arma!
SOLDADOS: ¿Quién no ha de seguir su ejemplo?
TODOS: ¡Vivan Sabinio y Astrea!
Suenan las cajas y éntranse. Salen
CORIOLANO,
LELIO,
ENIO,
y dos SOLDADOS, con dos banderas, una roja y otra
blanca,
con las mismas letras
CORIOLANO: Pues el sabino resuelto,
para no darnos lugar
a que nos fortifiquemos,
baja avanzando sus tropas,
fuerza es salirle al encuentro,
para no darle nosotros
lugar a él a que, viniendo
como viene, desfilado,
pueda, vencido lo estrecho,
doblarse en lo llano. Ea,
generoso invicto Lelio,
pues, cabo de la nobleza,
la vanguardia en el derecho
costado te toca, ocupa
tu lugar.
LELIO: En él ofrezco
morir -- que una cosa es
callar yo mis sentimientos
y otra que mi honor no diga
que es mío -- . Tremole el viento
la siempre roja bandera
del Senado, con el nuevo
jeroglífico, a quien sigan
todos mis parciales.
Vase
CORIOLANO: Enio,
tú en el siniestro costado
tu lugar toma; que en medio
del cuerpo de la batalla
quedo yo, distribuyendo
los órdenes, porque acuda
donde convenga el refuerzo.
ENIO: Despliegue también al aire
su blanca bandera el pueblo,
que no es el que menos sabe
dar victorias a sus
reinos.
Vase. Suenan cajas, y dentro ruido de armas [y
voces]
UNOS: ¡Arma, arma!
OTROS: ¡Guerra, guerra!
UNOS: ¡Fuertes sabinos, a ellos!
OTROS: ¡A ellos, valientes romanos!
CORIOLANO: Ya los unos descendiendo,
y ya subiendo los otros,
en el más fragoso seno
del monte, a medir las armas
llegan entrambos encuentros.
Disputada la batalla
crece, conque al sol cubriendo
nubes de plumas las flechas,
tempestad parece, siendo
del eclipse de sus rayos
cajas y trompetas truenos,
de quien relámpagos son
las chispas de los aceros.
Todo es horror,
todo es grima,
todo asombro, todo incendio.
UNOS: ¡Avanza, caballería,
antes que en nuestro terreno
llegue a doblarse la suya.
OTROS: ¡A ellos, sabinos!
TODOS: ¡A ellos!
Suena la caja
CORIOLANO: ¿Qué es aquello? ¡Ay infelice!.
que a lo que desde aquí veo,
parece que, recargados
vuelven a perder los nuestros
los puestos que habían ganado.
¡Ea, fortuna, ya es tiempo
de que todo lo perdamos
o que todo lo ganemos!
Síganme todas las tropas
en batallones y tercios,
pues no hay más órdenes
ya
que dar, que morir
resueltos.
¡Volved, soldados,
volved!,
que ya voy a socorreros.
Piérdase la vida, y
no
la fama.
Vase. Suenan las cajas y ruido, y sale como
despeñada ASTREA
ASTREA: ¡Valedme, cielos!
Que, desbocado el caballo,
con no matarme, me ha muerto,
si hay quien piense que el salir
de la batalla fue huyendo;
y no fue, sino que el hado
o tarde o nunca el contento
cumplido dio, bien que en vano
hoy de su rigor me quejo,
pues tampoco dio cumplida
la desdicha el día que, habiendo
vencido la cumbre al monte,
al descender de su centro,
corriendo por intrincados
riscos el bruto soberbio,
no me echó de sí, hasta que
trocó de un tronco el tropiezo
al golpe de la caída
la amenaza del despeño.
Con que, aunque rendida, aunque
fatigada, en un desierto
triste y sola me halle, a causa
de que los que me siguieron
y no alcanzaron, perdida
de vista, sin mí habrán vuelto;
con todo eso el quedar viva
es tan natural consuelo
que, siendo el vivir lo más,
todo lo demás es menos.
Suenan las cajas
Y así, a pesar del cansancio,
pues para elegir no hay medios,
procure hallar senda que
me vuelva a mi gente, puesto
que, para servir de norte,
me basta el confuso estruendo
que, sin decirme en qué estado
la batalla está, a lo lejos
me está diciendo que dura,
en mal pronunciados ecos.
Por esta parte parece
que el enmarañado seno
da menos fragoso paso;
seguir la vereda quiero,
no en vano, pues a lo inculto
quitado el impedimento,
ya descubro la campaña
y en ella, o miente el deseo
o son nuestras las banderas
que miro. Sin duda, cielos,
la victoria consiguió
Sabinio, puesto que veo
en su rotulado enigma
tremolar el blasón nuestro
destotra parte del monte.
Pues ¿qué aguardo? Pues
¿qué espero?
¡Oh si fuera verdad que
tiene alas el pensamiento,
para llegar a los brazos
de Sabinio, y darle en ellos
de mi vida y su victoria
dos parabienes a un tiempo!
Vase. Salen CORIOLANO, LELIO, ENIO y SOLDADOS con
las banderas
TODOS: ¡Victoria por el invicto
heroico caudillo
nuestro!
LELIO: No sé qué gracias te deba
dar nuestro agradecimiento;
pues cuando, casi perdidos
nos hallábamos, tu esfuerzo
bastó a que el sabino vuelva
desbaratado y deshecho.
ENIO: ¿Qué gracias podemos dar
que sean bastante aprecio
a quien supo disponer
el socorro a tan buen tiempo
que, derrotado el contrario,
quedase el campo por nuestro?
CORIOLANO: Vuestro fue el valor y mía
la dicha de llegar presto.
Y por partirla contigo,
a llevar las nuevas, Lelio,
desta victoria al Senado
ve, en tanto que yo prevengo
que las fortificaciones,
para que antes no hubo tiempo,
prosigan, por si otra vez,
reforzándose de nuevo,
vuelve, no desprevenidos
nos halle.
LELIO: Tus manos
beso
por ese honor, y no
tanto
por las albricias le
acepto,
cuanto porque se
prevenga
el aparatoso obsequio
del triunfo que debe hacer
Roma a tu recibimiento.
Vase
TODOS: ¡Victoria por el invicto
heroico caudillo
nuestro!
Sale ASTREA
ASTREA: ¿Victoria por el invicto
heroico caudillo nuestro?
¿Quién duda que por mi esposo
es la aclamación, supuesto
que son suyas las banderas
que ya de más cerca veo?
Pues ¿qué aguardo? -- Generosos
sabinos, a cuyos hechos
faltan a la fama bronces,
faltan láminas al tiempo,
mil veces enhorabuena
sea el alto vencimiento
desos aleves romanos,
y guïadme donde dellos
victorioso vea a mi esposo.
CORIOLANO: Hermoso prodigio bello,
cuyo revesado enigma
ni le alcanzo ni le entiendo,
¿cómo a los romanos llamas
sabinos? Y ¿cómo, luego,
dando a quien no te oye el lauro,
das a quien te oye el desprecio?
ASTREA: Luego ¿estos timbres no son
de Sabinio?
CORIOLANO: No; que, huyendo,
segunda vez derrotado
a Roma la espalda ha vuelto.
ASTREA: Luego ¿esas banderas son
ganadas?
CORIOLANO: Tampoco es eso,
sino que, pues preguntaron
las suyas que "quién al pueblo
sabino resistiría?"
con sus caracteres mesmos
"Senado y pueblo romano"
las nuestras le respondieron.
ASTREA: ¡Ay infelice de mí!
Que el equívoco me ha muerto.
CORIOLANO: Quizá te ha dado la vida,
puesto que has llegado a puerto
donde las mujeres tienen,
con franca escala el respeto,
cortesanos pasaportes
de inviolables privilegios.
¿Quién eres, pues, y qué causa
engañada te trae?
ASTREA: (¡Cielos,
Aparte
perdida estoy si se sabe
quién soy! ¡Válgame el
ingenio!)
Astrea, española Palas,
añadiendo al sentimiento
del robo de sus matronas
el de levantar el cerco
que puso a Roma en venganza
suya su esposo, hizo extremos
tales que, hasta persuadirle
a que volviese de nuevo
a sitiarla, no dejó
de instarle, valida a tiempos
de la maña del cariño
o de la fuerza del ceño.
No en esto solo paró
su generoso ardimiento,
sino que en persona había
ella de venir, a efecto
de que agravio de mujeres
a mujer le toca el duelo.
Entre las damas que trajo
en su servicio...
CORIOLANO: El acento
suspende, detén la voz.
ASTREA: Pues ¿por qué?
CORIOLANO: Porque no quiero
saber más de que eres dama
de Astrea.
ASTREA: (Sin duda hoy muero, Aparte
vengándose della en mí.)
CORIOLANO: ¡Enio!
ENIO: ¿Señor?
CORIOLANO: Al momento
manda poner el caballo
mejor que en mi estala tengo;
monta en otro, y nombra una
escolta de hasta otros ciento,
con un trompeta, que vaya
contigo.
Vase ENIO
ASTREA: (¡Ay de mí, que esto
Aparte
mira a enviarme prisionera
a Roma!)
SOLDADO 1: Por si entre ellos
nos nombra, vamos tras él.
SOLDADO 2: Vamos, y sea diciendo...
TODOS: ¡Victoria por el invicto
heroico caudillo nuestro!
ASTREA: (¡Ay, Sabinio, si esto vieras,
Aparte
cuál fuera tu sentimiento!)
CORIOLANO: (¡Ay, Veturia, cuál sería
tu gozo si vieras esto!)
ASTREA: (Mas no me dé por vencida;
Aparte
prosiga, hasta ver si puedo
moverle a lástima.) Astrea,
en quien vasallaje y deudo
en mi fortuna afianzaron
repetido el valimiento,
entre las demás que trajo,
vuelvo a decir...
CORIOLANO: También vuelvo
a decir yo que suspendas
acento y voz.
ASTREA: Pues ¿no tengo
de decir....?
CORIOLANO: Nada hay que digas.
ASTREA: ¿...que entrando ella...?
CORIOLANO: Es vano intento.
ASTREA: ¿...en la lid...?
CORIOLANO: Porfías en balde.
ASTREA: ¿...yo...?
CORIOLANO: No más.
ASTREA: ...en seguimiento
suyo...
CORIOLANO: Basta.
ASTREA: ...mi caballo,
roto el alacrán del freno...
CORIOLANO: No te canses.
ASTREA: ...me arrojó
adonde...?
CORIOLANO: ¿De qué provecho
es que quieras tú decirlo,
si yo no quiero saberlo?
ASTREA: (¡Oh qué clara mi desdicha
Aparte
dice su desabrimiento!)
ENIO: Ya está todo prevenido.
CORIOLANO: Ahora verás que no tengo
más que saber que saber
que vienes, bello portento,
en el servicio de Astrea.
Ponte a caballo. -- Y tú, Enio,
de convoy la retaguardia
de su ejército siguiendo
ve, hasta que haga, recobrado,
alto, o tome alojamiento;
y en dándole vista, haz
alto tú también, haciendo
seña de paz y llamada.
Con que es fuerza que, viniendo
algún cabo principal
a parlamentar, tu intento
sepa, que es ir convoyando
a esta dama. Con que, en viendo
que ella conoce a su gente
y que quedando con ellos,
queda a su satisfacción,
en seguro salvamento,
sin más esperar, la rienda
vuelve. Y mira que te advierto
que ni a ella ni a ellos les digas
quién soy.
ASTREA: ¿Qué es lo que oigo, cielos?
¿A mi patria me envías?
CORIOLANO: Sí;
que los generosos pechos
lidiamos porque lidiamos,
mas no nos aborrecemos
para las cortesanías.
ASTREA: Deja que a tus pies...
CORIOLANO: No extremos
hagas; que no hay que estimarme
lo que hago yo por mí mesmo.
Parte, pues, y dile a Astrea
que un romano caballero
apenas oyó su nombre
en tus labios cuando, atento
a la estimación, al culto,
al decoro y al respeto
que debe a la majestad
de tan generoso dueño,
te estimó por prenda suya,
principalmente sabiendo
que vienes en su servicio;
y porque un punto, un momento
no faltes dél, te remite
a excusar el sentimiento
de echarte menos, que eres
tú muy para echada menos.
Y perdóname no ser
yo el que te vaya sirviendo,
porque no puedo faltar
de aquí.
ASTREA: Ya que te merezco
tan gran fineza, merezca
saber a quién se la debo.
CORIOLANO: Eso no; que has de ir deudora
aun del agradecimiento.
ASTREA: Ya que tú no me lo digas,
quizá me lo dirá el tiempo.
CORIOLANO: Pues no le pierdas ahora,
si le habrás menester luego.
Parte, pues.
ENIO: Ya allí el caballo
te espera.
ASTREA: Sí haré, supuesto
que el don del liberal, cuando
le recibo, le agradezco.
CORIOLANO: Pues, adiós, hermosa dama.
ASTREA: Adiós, cortés caballero.
Y cree de mí...
CORIOLANO: Y cree de mí...
Vete en paz.
ASTREA: Guárdete el cielo.
Vanse. Salen LELIO y PASQUÍN
LELIO: Pasquín, pues que ya al Senado
cuenta di de la victoria
y, atento a tan alta gloria,
a Coriolano ha enviado
orden de que al punto venga
para, liberal con él,
ceñirle el sacro laurel,
que es bien que por premio tenga,
dime, ya que tú no fuiste
al campo, ¿qué novedad
en mi ausencia en la ciudad
ha habido, y en qué consiste
que a ninguna mujer veo
en calle, puerta o ventana?
PASQUÍN: Consiste en no tener gana
de ser vistas sin aseo.
LELIO: ¿Sin aseo? Eso no entiendo.
PASQUÍN: Pues fácil es de entender
que no quiera una
mujer
parecer, no pareciendo.
LELIO: ¿Enigmas hablas conmigo?
PASQUÍN: ¡Pluguiera a Dios que lo fueran!
Que ellas te lo agradecieran,
y a mí el que no te las digo.
LELIO: Pues hásmelo de decir.
PASQUÍN: Sí haré, mas con calidad
de que creas que es verdad
cuanto te he de referir,
y no ficción.
LELIO: Sí creeré.
PASQUÍN: Pues con eso va de historia.
Aquí, apuntador, memoria
tu anacardina me dé.
Viendo el Senado que había
el siempre absoluto imperio
de las mujeres ganado
tanto en Roma los afectos
que dio causa al enemigo
para olvidarse soberbio,
con nuestro presente ocio,
de su pasado escarmiento,
y que no sólo era el daño,
divertidos en festejos,
estragar de la milicia
el antiguo valor nuestro,
mas también de los haberes
el caudal, por los excesos
de sus galas, de que ellas
usaban tan sin acuerdo
que, de bizarros, sus trajes
se pasaban a no honestos;
y viendo cuán principal
parte es, en fe del aseo,
para ser imán del alma,
el artificio del cuerpo,
pues la no hermosa con él
disimula sus defectos
y la hermosa con aliño
da a su perfección aumento,
una ley ha publicado
en que manda, lo primero,
que no sean admitidas
a los militares puestos
ni políticos, negadas
a cuanto es valor e ingenio;
que ninguna mujer pueda
del hábito que hoy trae puesto
mudar la forma, inventando
por instantes usos nuevos;
y que, para renovarlos,
haya de ser con precepto
de que sean propias telas,
sin géneros extranjeros,
oropel del gusto, mucho
brillante y poco provecho,
y éstas sin oro y sin plata;
ni usar tampoco de pelo
que propio no sea, de afeites,
baños, perfumes ni
ungüentos;
y que, pues hidalgas son,
no sólo no nos den
pechos,
pero ni pechos ni espaldas;
y en fin lo que más sintieron
fue que no salgan en coches
a los públicos paseos,
ni permitan en sus casas
banquetes, bailes ni juegos;
con que no quedó
mujer
que no confesase luego
al potro del desengaño
las culpas del embeleco:
las flacas, que a pura enagua
sacaban para sus huesos
cuanta carne ellas querían
de en casa de los roperos,
volvían a ser büidas;
las gordas, que atribuyeron
a sobras de lo
abrigado
las faltas de lo cenceño,
se volvieron a ser cubas;
y sin tinte en los cabellos
las viejas a ser palomas,
las morenas a ser cuervos.
Ya todas la verdad dicen,
ya son todas las que vemos,
porque la gala,
"afufón,"
el artificio lo mesmo,
el arrebol, ni por lumbre,
el solimán, ni por pienso,
los islanes,
"abrenuncio,"
los sacristanes,
"arredro,"
los alcanfores son chanza,
las blandurillas son cuento,
la clara de huevo,
"tate,"
el resplandor quedo, quedo,
el albayalde, "exi foras,"
la neguilla, "vade retro."
Y, en fin, para no cansarte,
paso entre paso se fueron
los escotados al rollo
y los jaques al infierno,
con que, para no ser vistas,
unas y otras se escondieron,
desengañadas de que
para más no las habemos
menester que para hilar,
coser y echar un remiendo.
LELIO: No sé, Pasquín, qué te diga
de cuanto...
Dentro tocan cajas y atabalillos
Mas ¿qué es aquello?
TODOS: ¡Victoria por el invicto
heroico caudillo nuestro!
PASQUÍN: Es que el Senado ha salido
de la ciudad a las puertas,
para Coriolano abiertas,
donde esperarle ha querido,
para que en ostentación
del aplauso que han ganado
las insignias que el Senado
le dio por aclamación,
con ellas quieren llevarle
de Roma al gran Capitolio,
en cuyo eminente solio
el sacro lauro han de darle
que a la victoria campal
pertenece.
LELIO: Fuerza es
acompañarle yo, pues,
aunque otra lid desigual
lucha en mí, no es tiempo ya
de ella, pues contrapesó
el socorro que me dio
a la envidia que me da.
Con que en uno y otro muestro
que ni uno ni otro permito.
TODOS: ¡Victoria por el invicto
heroico caudillo nuestro!
Tocan las chirimías y atabalillos, y salen
por un lado CORIOLANO y SOLDADOS, y por otro el
ACOMPAÑAMIENTO que pueda con las banderas, uno con un
laurel en una fuente, otro con bastoncillo en otra,
otro con un
estoque en medio desnudo al hombro, y detrás AURELIO y
FLAVIO
AURELIO: En hora dichosa vean
(¡ay hijo del alma mía!)
mis canas el fausto día
de tu aplauso, y en él sean
del fénix mis regocijos,
de hoy en su edad desengaños,
pues la hoguera de los años
es la virtud de los hijos.
FLAVIO: En hora dichosa vengas,
valeroso Coriolano,
donde del pueblo romano
el merecido don tengas
que tal victoria merece.
CORIOLANO: A uno y otro doy los brazos,
por ser prisiones sus lazos
que mi humildad os ofrece. --
(En fin, no has de dar, Fortuna,
cumplido ningún deseo,
pues a Veturia no veo,
ni aun otra mujer alguna,
por calles y plazas.)
AURELIO: Ven
donde honrado entre
nosotros
el pueblo te vea.
FLAVIO: Vosotros
repetid el parabién.
TODOS: ¡Victoria...
Sale VETURIA
VETURIA: No prosigáis
en decir "por el invicto
heroico caudillo nuestro;"
que no es de ese nombre digno.
TODOS: ¿Qué es esto, Veturia?
VETURIA: Es
que en público el valor mío
se atreve a hablar, pues habló
en público vuestro edicto.
Que no es digno de ese honor
Coriolano, otra vez digo,
ni en vosotros para dado,
ni en él para recibido;
porque siendo las mujeres
el espejo cristalino
del honor del hombre, ¿cómo
puede, estando a un tiempo mismo
en nosotras empañado,
estar en vosotros limpio?
No blasonéis, pues, soldados,
en la rota del sabino,
de que venís con honor;
que si valientes y altivos
allá le dejáis ganado,
acá le hallaréis perdido.
Inútil os fue el valor,
poco provechoso el brío,
la resolución sin logro
y sin efecto el peligro,
pues [nada lográis
quedando]
ya de nosotras mal vistos;
que si, en fe de apetecidas,
vuestro agasajo nos hizo
que descansase la queja
a la sombra del cariño,
¿qué mucho que, despreciadas,
al contrario, el albedrío,
que fue dócil al halago,
sea rebelde al desvío?
Como esposas nos tratasteis,
nobles, corteses y finos;
pues ¿cómo ya como esclavas
nos tratáis, con tal dominio
que en mujeriles adornos
aun no nos dejáis arbitrio?
No lo sentimos por ellos;
que por lo que lo sentimos
es la desestimación,
el desdén, el descariño,
el ultraje, el ajamiento;
que si el mundo en su principio
nos privó (quizá de miedo)
del uso de armas y libros,
no del uso nos privó
de aquel aplicado aliño
con que la naturaleza
se vale del artificio.
Pues ¿cómo, siendo heredados,
contra el natural estilo
canceláis de las mujeres
los privilegios antiguos?
¿Qué bruta nación,
adonde
nunca llegar han podido
ni la política en leyes,
ni la república en juicios;
¿qué adusto bárbaro, a quien
tostó ardiente, erizó esquivo
el sol la tez en ardores
y el aire la greña en rizos,
les negó la adoración
del humano sacrificio
de ser ellas las rogadas
y ser ellos los rendidos,
cuanto más la
urbanidad
de los comercios que, dignos,
sin deslizarse a indecentes,
se mantienen en festivos?
Las mujeres, a quien deben
primer albergue nativo
los hombres y a quien los
hombres
en dos maneras han sido
tan costosos al
nacer,
y al criarse tan prolijos,
¿han de vivir abatidas
a vista de quien las quiso
o lo dijo, por lo menos,
pues basta ver que lo dijo
para ver cuán desairados
estar todos es preciso,
vosotros con vuestras damas,
y Coriolano conmigo?
Y así yo, en nombre de todas,
en ira envuelta el sentido,
la lengua anegada en quejas,
la voz ardiendo en suspiros,
brotado el aliento en rayos,
destilado el llanto en hilos,
sin puntualidad la gala,
sin preceptos el aliño,
sin ley vagando el cabello,
sin orden puesto el vestido,
vuelvo a que, en nombre de todas,
digo a todos lo que a él digo.
Por noble, pues, Coriolano,
por galán, por entendido,
por cortesano en la paz,
en la guerra por invicto,
o por hombre solamente
(que harto con esto te obligo),
si como dama, te ruego
y como esclava, te pido
que aquesta infamia derogues,
haciendo que su designio
se borre de la memoria
y se escriba en el olvido.
Y si acaso a esta fineza,
de cobarde o de remiso,
no te dispone lo amante,
no te resuelve lo fino,
yo de mi parte a ti solo
y a todos os lo repito
de parte de las demás;
protesto, juro y afirmo
(por esa antorcha del día
que con afán repetido
se apaga al morir en ondas,
se enciende al nacer en visos)
que ha de ser siempre en nosotras,
si no hacéis lo que os pedimos,
el agasajo forzado,
poco seguro el cariño,
el favor poco constante,
el desabrimiento fijo,
triste y escabroso el lecho,
el gusto forzado y tibio,
con melindres la fineza,
el halago con retiros,
siempre el enojo rebelde,
nunca seguro el alivio.
Y cuando aquesto no baste,
monstruos somos vengativos.
Temed, pues, temed que el
odio
quizá se pase a
peligro;
que en manos de las mujeres
también, con
violentos bríos,
saben herir los puñales,
saben cortar los cuchillos.
Y cuando no, ser sus ojos,
viendo el adagio cumplido,
de que las mujeres somos
milagros y basiliscos.
Vase
CORIOLANO: Oye, espera.
FLAVIO y AURELIO: ¿Dónde vas?
CORIOLANO: Tras el imán que, atractivo
móvil del alma, arrastrados
lleva todos mis sentidos.
AURELIO: Si a efecto es de castigar
los oprobios que te ha dicho,
eso al Senado le toca.
CORIOLANO: Tan contrario es el motivo,
que es a poner en sus sienes
el laurel que he merecido,
porque en ella, presentados
como propios mis servicios,
en fe dellos, se derogue
tan escandaloso edicto.
FLAVIO: Nunca el Senado deroga
la ley que ya una vez hizo.
CORIOLANO: Pues derogaréla yo,
publicando en otra a gritos
que obedecida no sea.
AURELIO: Hijo, mira...
CORIOLANO: Nada miro.
AURELIO: Que eso es perderte.
CORIOLANO: Perdida
Veturia, ¿qué más perdido? --
Quien fuere de mi sentir,
en que no se vea ofendido
el honor de las mujeres,
me siga.
Vase
UNOS: Ya te seguimos
a ti por caudillo nuestro,
y a ellas por nosotros
mismos.
FLAVIO: Ciudadanos, a impedir
su arrojo, venid conmigo.
Vase
LELIO: (No es mala ocasión, envidia,
de acriminar su delito.)
¡Romanos, viva el Senado!
Repítenlo UNOS
LELIO: ¡Y muera quien a su edicto
se opone!
Repítenlo OTROS. [Habla dentro
CORIOLANO]
CORIOLANO: ¡De las mujeres
vivan los fueros antiguos!
AURELIO: Dividida en bandos toda
Roma está. ¿Quién en conflicto
igual se vio, de una parte
mi cargo, de otra mi hijo?
¡Oh apetecidos venenos!
¡Oh familiares hechizos!
¡Oh dulce encanto! ¡Oh mujeres,
nunca acá hubierais venido!
FIN DE LA JORNADA PRIMERA