JORNADA TERCERA
Dentro cajas y voces, y salen en tropa hombres,
VETURIA y
mujeres, por una parte, y [AURELIO] y LELIO por otra,
como
deteniéndoles
TODOS: Entréguese la ciudad,
y, como nos aseguren
capituladas las vidas,
sabinos de Roma
triunfen.
AURELIO: Invicto romano pueblo,
ya que de heroico presumes,
cuando tu fama inmortal
a par de los astros luce,
no a la fortuna te rindas,
por más que opuesta te injurie;
que es fácil deidad, y es fuerza
que por instantes se mude.
Tocan cajas, sale ENIO
ENIO: En vano es, Aurelio, en vano,
el que remitir procures
nuestra ruina a la esperanza;
que ya en nosotros inútil
su consuelo es.
AURELIO: ¿Cómo?
ENIO: Como
dejo aparte que rehuse
-- puesto que nadie lo ignora --
Sabinio vencer la cumbre
del monte, y embista el puente;
dejo ignorar quién descubre
dónde la flaqueza estaba
de sus estribos, e influye
en él, que apenas su gente
la espalda del plan ocupe,
cuando, empezando a picarlos,
eche voz de que se hunde;
dejo que los nuestros, viendo
cuánto es fuerza que fluctúen,
y los suyos cuánto es
fuerza
que, ya empeñados,
presumen
tener retirada en vano,
unos y otros se confunden,
con que, por salvar las vidas,
unos lidian y otros huyen;
dejo que, ganado el
puente,
cortándole, nos desune
de los vecinos comercios
que el bastimiento conducen;
y voy a que la esperanza
de que el valor nos ayude
a resistir sus asaltos
es preciso que se frustre
al nuevo, al extraño modo
de sitiar, pues se reduce,
sin militar disciplina,
a victoria tan sin lustre
como vencer no peleando.
Dígalo el que, cuando cubren
nuestras campañas sus
huestes,
en vez de que nos asusten
en los muros sus escalas,
no sólo al asalto
acuden,
pero a lo largo disponen
sus prontas solicitudes
que, a oposición de la plaza,
otra población se funde,
fortificándose contra
la ciudad, sin que procuren
hacer más hostilidad
que el hambre que nos consume.
Yo, por hacer la civil
muerte del asedio ilustre,
de sitiado a sitiador
pasando, salir dispuse
con la mejor gente que
nombrar por entonces pude,
a romperle en sus cuarteles,
cuando las sombras lúgubres
por las exequias del sol
hacen que el aire se enlute.
Apenas las centinelas
nos sintieron cuando acuden
a las fortificaciones,
para que en ellas se oculten,
más que a quitarnos las vidas,
a guardárnoslas. ¿Quién sufre
gozar la vida a merced
del mismo que la destruye?
¿Quién sufre que a un mismo tiempo
de tan nuevas armas use
que procure deshacernos
y conservarnos procure?
De suerte que, hasta que el alba
en sus primeras vislumbres
fue recogiendo las sombras
y desplegando las luces,
retándolos de cobardes
en esa campaña estuve,
sin obligarlos a más
que a que encerrados se burle
su ardid de nuestro valor;
que, aunque embestirlos propuse,
en vano fue; pues tan altas
sus nuevas trincheras suben
que a poco espacio han de ser
sus obras muertas las
nubes.
Grande oráculo, sin
duda,
les inspira, les instruye,
en que Roma ser no puede
rendida a la servidumbre
de otras armas que no sean
las propensiones comunes
de humanos fueros, que no
hay ruina que no
disculpen;
mayormente no teniendo,
como ellos pelear repugnen,
ni socorro que nos venga,
ni auxiliar que nos ayude,
ni enemigo que nos mate,
ni campo que nos sepulte;
y así ¿qué mucho que el pueblo
una y otra vez pronuncie...?
TODOS: ¡Entréguese la ciudad,
y como nos aseguren
capituladas las vidas,
sabinos de Roma triunfen!
AURELIO: ¡Oh cielos, pues sois piadosos,
haced que un rayo apresure
los términos de mi vida,
porque estas voces no escuche,
obligándome a que sea
forzoso que capitule
el pedírsela a quien sé
que la aborrece! ¿Más útil
no es perderla, sin pedirla,
que no, cuando me aventure,
pedirla para perderla?
VETURIA: No, Aurelio, ni es bien que dudes
cuán hija de la nobleza
es la piedad, ni te asuste
el ver que soy la que ayer
a mi voz en arma puse
a Roma, y que hoy a mi voz
en paz ponerla procure;
que no hay víbora, por más
que en flores se disimule,
que no escupa la
triaca
contra el veneno que escupe;
ni [en] las mismas flores
hay
que no den, rojas o
azules,
tósigo a la araña amargo
y miel a la abeja dulce.
Y pues virtudes y vicios
de una causa se producen,
¿qué mucho que de una misma
voz ser la lengua resulte
víbora para los vicios
y flor para las virtudes?
No es desaire del
valor,
ni es bien que por tal se juzgue,
ceder a mayor violencia
fortunas que el hado influye.
Y pues ya nuestras
desdichas
claramente nos arguyen
que, donde la
industria crece,
el valor se disminuye,
a la piedad apelemos.
Sabinio es rey tan ilustre,
Astrea tan generosa
reina, la gran muchedumbre
de su ejército tan noble
que no dudo que se ajuste
a que las vengue el amago,
antes que el golpe ejecuten.
Sabina soy de nación,
experiencia dellos tuve,
que jamás con los rendidos
usaron de ingratitudes.
Y cuando no sea ¿qué vamos
a perder en que nos dure
la esperanza lo que tarden
los contratos del ajuste?
Y vamos a ganar, que,
oyéndome, no te [acuse]
la malicia, cuando diga
que daño y remedio truje,
y persuadir pude el daño
y que el remedio no pude.
TODOS: A precio de que vivamos,
Sabinia de Roma triunfe.
Vanse los de la tropa
LELIO: Dicen bien; trance forzoso
es de guerra que se excusen
las muertes de tantas
vidas.
AURELIO: Pues para que no me culpen
que no me rendí a consejo
tan de todos, desarruguen
blancas banderas de paz
los más altos balaústres;
que yo mismo, pues
no es bien
que ningún riesgo rehuse,
de parte iré del Senado
a ver si a paz se reduce
el sabino.
Vase
LELIO: Yo entretanto
el tumulto que confunde
a voces el aire haré
que aguarde lo que resulte.
Vase
VETURIA: Enio, ¿has tenido noticia?
ENIO: Antes que me lo preguntes,
porque el mío y tu cuidado
en el camino se junten,
te digo que, desde el día
de aquella gran pesadumbre
de su infelice destierro,
de Coriolano no supe.
VETURIA: Ni yo; más de que mi llanto
no es posible que se enjugue,
hasta que sepa que vive,
y que constante le busque
en el más remoto clima.
ENIO: Forzoso es que disimules,
y que también con el pueblo
tu voz y la mía divulguen...
VETURIA, ENIO y
TODOS: ¡Entréguese la ciudad,
y como nos aseguren
capituladas las vidas,
Sabinia de Roma
triunfe!
Vanse. Córrese la mutación de
murallas, y sale CORIOLANO de soldado
CORIOLANO: Ingrata patria mía,
llegó el fatal, llegó el infausto día
que ha sido en mi esperanza
línea de tu castigo y mi venganza.
Hoy, hidra material de siete montes,
en quien el sol doró siete horizontes,
de tus siete gargantas
siete cervices postraré a mis plantas.
Un hijo aborrecido,
de su paterno amor destituido,
es hoy el que te aflige,
siendo su agravio quien su espada rige.
Y puesto que, rendida,
último parasismo de la vida
es ya cualquier instante,
a instantes esperando que, arrogante,
intrépido y severo
el embotado acero
de la sed y la hambre
corte de tantos hilos el estambre,
piedad de mí no esperes;
sepa mi ofensa que a mi ofensa mueres.
Salen SABINIO y ASTREA
SABINIO: Invicto Coriolano,
noble sabino ya, que no romano,
¿qué novedad la desta noche ha sido,
cuyo callado ruido
me desveló en mi tienda?
CORIOLANO: Nada, señor, que tu opinión ofenda.
ASTREA: Dinos qué ha sido, y lo que fuere sea.
CORIOLANO: Sabinio Marte y celestial Astrea,
una salida hicieron
de la ciudad algunos que quisieron,
ya las vidas perdidas,
a precio del valor vender las vidas.
Mas nosotros, entonces, retirados
a los muros, que fuera están labrados,
burlamos sus deseos,
pues sin lograr el fin de sus trofeos,
como solos se hallaron,
a la plaza otra vez se retiraron.
SABINIO: Pues ¿embestirlos, di, mejor no fuera,
y adelgazando fuera
el número la muerte
de los contrarios?
CORIOLANO: No. La causa advierte.
Si tú, señor, vinieras a hacer guerra
sin mí a Roma, que sé lo que en sí
encierra,
ya el paso de los montes trascendido
por el puente, y el puente demolido,
en tu copioso ejército fiado,
hubieras a sus muros arrimado
los castillos que errantes
se mueven sobre espaldas de elefantes,
los armados copetes,
ya los fuertes arietes
hubieras a sus puertas
dado, y luego
diluvios de metal, orbes
de fuego
hubieras, nuevo
Júpiter, llovido,
en cuya ardiente lid hubiera sido
árbitro la fortuna,
llena y menguante imagen de la luna;
y cuando los vencieras -- que no hicieras
-- ,
a gran costa de sangre los vencieras.
Mas viniendo conmigo,
que soy, en fin, doméstico enemigo,
vencer, señor, a menos costa espero.
Lídielos la paciencia, y no el acero.
A Roma en ésta, que es su edad primera,
sin propios bastimentos considera,
pues dentro no los tienen,
si de los comarcanos no les vienen;
luego pueden peleando
vencernos, y no pueden esperando,
el día que, sintiendo tus castigos,
dan menos que temer mis enemigos.
Y así no los maté; que esta victoria
sin sangre ha de escribirla la memoria;
y sin dar parte alguna
a la neutralidad de la fortuna.
SABINIO: Bien de tu ingenio y de tu esfuerzo fío
mi imperio, mi corona y mi albedrío.
Dame, dame los brazos,
cuyos estrechos nudos,
cuyos lazos
podrá con golpe
fuerte
romperlos, desatarlos no, la muerte.
ASTREA: Y yo, sabino nuevo,
darte con más razón mis brazos debo;
que ya he sabido que infelice eres,
por valer el honor de las
mujeres.
CORIOLANO: Ese informe mi dicha contradice,
pues por ellas he sido tan
felice
como a tus pies,
vencido de mi estrella,
el ceño dice. (¡Oh quién, Veturia bella,
Aparte
contigo la fortuna en que me veo
partir pudiera! O ya que este deseo
no es posible, pudiera
hacer que la severa
parte que deste general castigo
te alcanza, la partieras tú conmigo!
Gozáramos, sintiéramos iguales
el bien que tengo y el pesar que tienes;
con que males y bienes
en dos fortunas tales
no vinieran a ser bienes ni males.)
Tocan dentro un clarín
SABINIO: ¿Qué llamada será ésta
que de la ciudad han hecho?
ASTREA: Bandera de paz sospecho
que, en el homenaje puesta,
tremola.
SABINIO: No deis respuesta.
CORIOLANO: Antes sí, señor, te digo;
que el oír al enemigo
nunca inconveniente fue.
SABINIO: Responded, pues; sepan que
siempre tus órdenes sigo.
Vuelven a tocar, y sale PASQUÍN
PASQUÍN: Sobre ese muro romano
la seña de paz, y abierta
a tu respuesta la puerta,
salió un venerable anciano.
(Que es su padre callo en vano.) Aparte
SABINIO: ¿Qué será aquesto?
CORIOLANO: Embajada
en que la ciudad postrada
se quiere dar a partido.
SABINIO: Llegue.
Vase PASQUÍN
CORIOLANO: Licencia te pido,
porque no me mueva a nada
de piedad oírle.
SABINIO: Eso no;
tu honor mi poder desea,
y quiero que Roma vea
que, más que ella te quitó,
he sabido darte yo.
ASTREA: Eso es pagarle por mí
la vida que le debí.
SABINIO: A mi tienda y solio ven;
que en ella te vean es bien
y el aprecio que de ti
hago. Tú constante y fiel
con los dos cumple este día;
y pues causa es tuya y mía,
sé piadoso y sé cruel.
Estoque, cetro y laurel
harán al cielo testigo
y a Roma de que contigo
parto mi imperio y mi trono,
que a quien perdonas perdono,
y a quien castigas castigo.
Con estos versos se entra en la tienda, sin abrirla
CORIOLANO: Menos consuelo así arguya
Roma, pues antes podía
remitir la ofensa mía,
y ya no podré la tuya;
que no es bien que me concluya
el que [usé] mal de honras tantas.
Éntrase. Por otro lado salen
PASQUÍN, AURELIO y EMILIO. Córrese la cortina de la
tienda y se ve sentado en el trono CORIOLANO, con
laurel,
cetro y estoque, y SABINIO y ASTREA retirados
PASQUÍN: Allí está; llega a sus plantas.
AURELIO: Invicto rey... (Mas ¿qué miro?)
CORIOLANO: (Disimule lo que admiro.)
AURELIO: Yo...cuando... si...
CORIOLANO: ¿Qué te espantas
y turbas? Romano, di,
¿a qué has venido?
AURELIO: No sé;
porque todo lo olvidé
en el punto que te vi.
CORIOLANO: Pues ¿qué es lo que has visto en mí?
AURELIO: He visto en real teatro una
farsa alegre e importuna,
adonde el discurso advierte
que hizo los versos la suerte
y la traza la fortuna.
CORIOLANO: Pues a admirarte te obligue,
pero a enmudecerte no.
AURELIO: Por eso me admiro yo.
CORIOLANO: ¿A qué has venido? Prosigue.
AURELIO: No mi intento se castigue
en ti; que al rey vengo a hablar.
CORIOLANO: Pues yo estoy en su lugar
y con su poder estoy,
que general suyo soy.
AURELIO: Pues escucha a mi pesar.
Roma, que su heroica frente
corona la azul esfera,
en su juventud primera
imagen es de una fuente,
cuya apacible corriente
junto al mar empezó a ver
la luz, sin llegar a ser
espejo de su zafir,
pues acabó de vivir
adonde empezó a nacer,
salud, Sabinio, te envía
y dice que, pues mayor
aplauso en un vencedor
es usar de bizarría,
que de tus piedades fía
la libertad suya, cuando
vencedor te está aclamando;
pues en el marcial estruendo,
más que un ejército hiriendo,
vence un héroe perdonando.
Y ya que la deidad varia
de la gran fortuna está
tan de tu parte, será
desde hoy tu tributaria.
Su república contraria,
unida desde hoy contigo,
dos glorias te da; dos, digo,
pues dos serán soberanas,
si a un tiempo un amigo ganas
y pierdes un enemigo.
CORIOLANO: Romano, aunque siempre ha sido
perdonar acción gloriosa,
también acción generosa
es vengarse el ofendido.
Di a Roma que yo he venido
a destruirla, y que así
no espere piedad de mí;
porque no la he de tener
hasta verla perecer.
AURELIO: ¿Eso me respondes?
CORIOLANO: Sí.
AURELIO: Bárbaro, que ya ha faltado
a mi paciencia valor,
¿dónde está tu antiguo honor
destas canas heredado?
CORIOLANO: ¿Qué sé yo? Dél despojado
Roma, madrastra crüel,
me envió. Si, patricio fiel,
quieres saber dónde está
mi honor, ella lo dirá,
pues que se quedó con él.
AURELIO: Quedóse con la querella,
que tendrá de ti mi honor,
con la nota de traidor,
tomando armas contra ella.
CORIOLANO: Fácil es satisfacella.
AURELIO: ¿Habrá razón que convenga
a quien sin honor se venga?
CORIOLANO: Sí; pues me la facilita...
AURELIO: ¿Qué?
CORIOLANO: ...que si ella me le quita,
¿cómo quiere que la tenga?
Fuera de que el que he ganado
me basta a mí para honor.
AURELIO: ¿Quién te dio tanto rigor?
CORIOLANO: El padre que me ha engendrado.
Padre y juez en un estrado
tal vez fue juez, padre no.
¿Qué mucho, pues, si él
faltó
a ser padre, por
ser juez,
siendo juez y hijo esta vez,
que falte a ser hijo yo?
AURELIO: Él procedió cuerdo y sabio,
pues ejerció la justicia,
castigando una malicia.
CORIOLANO: Yo castigando un agravio.
AURELIO: Él, con la pluma y el labio,
que lavó una afrenta piensa.
CORIOLANO: Yo lavo una infamia inmensa.
AURELIO: Él con el extremo que hizo
una culpa satisfizo.
CORIOLANO: Yo satisfago una ofensa.
AURELIO: ¿Quién te ha dicho que es valor
el ser uno vengativo?
CORIOLANO: Yo; que, hasta cobrarle, vivo
sin aquel perdido honor.
AURELIO: Si te arrojó por traidor
Roma, y vengarte apeteces,
doblada infamia padeces,
de que el mismo honor es juez;
pues por lograrle una vez
le habrás perdido dos veces.
CORIOLANO: Del real manto despojado,
el estoque desceñido,
seco el laurel adquirido
y roto el bastón ganado,
todo, romano, lo he hallado
en quien sobre Roma está;
luego la infamia será,
en quien honor solicita,
por dársela a quien la quita,
quitársela a quien la da.
Por la luz, campaña pura,
que a cargo mi causa toma,
que hoy ha de ser la gran Roma
de sus hijos sepultura.
No ha de haber piedra segura
en sus altos muros, no.
Y en viendo que ya
acabó
su fábrica peregrina,
por no quedarme otra ruina,
lloraré su ruina yo.
AURELIO: Duélete de sus noblezas.
CORIOLANO: Nada mi agravio les debe.
AURELIO: Pues duélete de la plebe.
CORIOLANO: No se movió a mis tristezas.
AURELIO: Duélete de sus bellezas.
CORIOLANO: A ellas mayor parte alcanza
de que logre mi alabanza.
Y en fin, pues que todos fueron
los que mi desdicha vieron,
lloren todos mi venganza.
AURELIO: ¿Que no hay piedad?
CORIOLANO: No la esperes.
AURELIO: Mira que es Roma tu madre;
mira que yo soy tu padre.
CORIOLANO: Tú has dicho que no lo eres.
Si te creo, ¿qué me quieres?
AURELIO: ¿No hay remedio?
CORIOLANO: No se aguarde.
AURELIO: Aunque te aconseje tarde,
mira, oh joven imprudente,
que ser con ira valiente
no es dejar de ser cobarde.
Vase
PASQUÍN: ¡Muy bien despachado va
el romano senador!
Salen SABINIO y ASTREA
SABINIO: Jamás vi tanto valor.
Envidia a mis hechos da
ver que una facción, que está
con visos de vengativa,
gloriosa a los siglos viva.
ASTREA: Es digna de que inmortal
en láminas de metal
del tiempo el buril la escriba.
CORIOLANO: No te admire, o Palas nueva,
no te admire, o nuevo Marte,
que, estando yo de tu parte,
a lástima no me mueva;
sin que a perdonar me atreva
de Roma la tiranía,
más por vuestra que por mía.
¡Vive el cielo, que ha de ver
Roma su inmenso poder!
Dentro hacen ruido, y dice ENIO [dentro]
ENIO: ¡Hado, ampara al que se fía
de ti!
SABINIO: A otra gran novedad
les obliga la congoja.
ASTREA: Un soldado es que se arroja
del muro de la ciudad.
CORIOLANO: ¡Extraña temeridad!
Sin duda de otro castigo
huye.
Sale ENIO
ENIO: ¡El cielo sea conmigo!
¿Está Coriolano aquí?
CORIOLANO: Sí.
ENIO: Pues oye a un tiempo en mí
a un amigo y enemigo.
Amigo, pues supe apenas
de las nuevas que tu padre
llevó de ti, que Sabinio
contigo su imperio parte,
cuando, con el alborozo
de verte honrado y triunfante,
apelé a que la respuesta
del Senado nos llevase,
para hablarte y para verte,
facilitadas las paces.
Pero viendo que no sólo
tu enojo las embarace,
sino que en segunda instancia
quiere Roma que las trate
la nobleza, como quien
no tuvo en tu ruina parte;
viendo yo que nuestras vistas
con aquesto se dilaten,
no me sufrió el corazón
el que a su respuesta aguarde;
y así, porque la sospecha
de que a verte me adelante
no se vuelva contra mí,
y el ser tu amigo me dañe
a alguna ocasión que pueda
servirnos para adelante,
quise salir por el muro,
sin que lo supiese nadie.
Hasta aquí hablé como amigo;
y pues sólo el verte baste
para complacencia, ahora
que como enemigo hable
será forzoso, supuesto
que de tus felicidades
resulta el dolor de que
Roma esté en último trance,
o por instantes viviendo
o muriendo por instantes,
¿cómo es posible...?
CORIOLANO: Detente;
no, no pases adelante;
que ni como amigo puedo
las gracias que debo darte,
ni como a enemigo oírte;
porque estando el rey delante,
el que hablemos como amigos
en la urbanidad no cabe,
ni como enemigos; pues
si estuve severo o grave
con el Senado, fue a causa
de que pude con sus reales
insignias y en nombre suyo
despedirle o perdonarle;
pero presente, no puedo,
que para nada soy parte;
que, en la presencia del sol,
luz ninguna estrella esparce.
ENIO: Tu Majestad me perdone
el no haber llegado antes
a sus pies; que la ignorancia
la culpa es más disculpable.
Arrodíllase
SABINIO: Alzad del suelo. -- Y tú puedes,
Coriolano, a oírle quedarte;
y pues soy sol y tú
estrella,
con quien parto mis
celajes,
usa tú de sus reflejos,
o ya alumbres, o ya abrases.
Vase
ASTREA: Yo nada te digo; sólo
te acuerdo que, a convoyarme,
de orden tuya vino Enio
conmigo; y pues hizo iguales
tu obediencia y mi servicio,
es justo que se lo pagues.
Vase
PASQUÍN: (Sin duda que desta vez Aparte
Roma ha de quedar triunfante.)
Vase
CORIOLANO: Dame mil veces los brazos,
Enio, pues tú solo sabes
ser amigo en las desdichas.
ENIO: Tente, no a los brazos pases,
sin que sepa yo primero
si tú en las felicidades
lo eres, y compadecido.
CORIOLANO: Tan presto deso no trates;
que, si amigo y enemigo
vienes, no es justo que, antes
que a las amistades, demos
paso a las enemistades.
Tratémonos como
amigos;
tiempo nos queda bastante
a tu queja y mi disculpa.
Y así, acudiendo a la parte
principal del alma, dime:
¿cómo está Veturia? ¿Qué hace?
ENIO: ¿Qué quieres que haga? Ni ¿cómo
quieres que esté con pesares
tan grandes, sino sintiendo
comunes penalidades?
CORIOLANO: ¿Sabes si sabe de mí?
ENIO: No lo sé; pero es constante,
que habrá corrido la voz.
Sólo sé que pudo hablarme
tal vez, y me dijo...
Clarín. Sale PASQUÍN
PASQUÍN: Otra
llamada del muro hacen.
CORIOLANO: Y en él la blanca bandera;
la puerta en fe suya abre[n].
ENIO: Si no me engaña la vista,
Lelio es el que della sale.
Adiós, adiós, que no es bien
ni que contigo me halle
ni que me echen allá menos,
cuando la entrada me es fácil,
estando la puerta abierta,
pues nadie ha de averiguarme
por dónde salí, ni a qué.
CORIOLANO: Pues ¿cómo quieres dejarme
sin saber lo que te dijo
Veturia?
ENIO: Más importante
es no hacerme sospechoso
en verme aquí y que allá falte.
Adiós; que yo volveré,
y quizá... Mas esto baste.
Vase
CORIOLANO: Oye.
PASQUÍN: Mira que ya llega.
CORIOLANO: ¡Que se fuese sin contarme
lo que le dijo Veturia!
PASQUÍN: ¿Posible es que no lo sabes?
CORIOLANO: ¿Cómo puedo yo saberlo?
PASQUÍN: Como no lo ignora nadie.
CORIOLANO: Pues ¿qué fue lo que [le] dijo?
PASQUÍN: Que estaba hecha...
CORIOLANO: Di adelante.
PASQUÍN: ...dama de hijo de vecino,
mal vestida y muerta de hambre.
CORIOLANO: ¡Maldígate el cielo, amén!
Sale LELIO
LELIO: Con bien, Coriolano, te halle.
CORIOLANO: Seas, Lelio, bien venido.
(Retírate a aquella parte,
Pasquín, y avisa si vieres
que viene hacia aquésta alguien.)
Retírase PASQUÍN
Ya estamos solos; la espada
saca, pues que no hay que aguardes.
LELIO: No es eso a lo que he venido.
CORIOLANO: ¿Cómo es posible que falte
a la palabra que tiene
dada un hombre de tu sangre?
¿No dijiste que, en sabiendo
de mí, habías de buscarme
para darme muerte?
LELIO: Sí.
CORIOLANO: Pues ¿qué esperas, si lo sabes?
LELIO: Hay precisas ocasiones
en que conviene que atrase,
por los ajenos, un noble
sus propios particulares.
Por la nobleza de
Roma...
CORIOLANO: ¿En Roma hay nobleza?
LELIO: Y grande.
CORIOLANO: Sí será, si es que entre todos
la que yo dejé reparten.
LELIO: Por la nobleza de Roma...
CORIOLANO: Antes que adelante pases,
dejando aparte que empieces
un duelo sin que otro acabes,
lo que vienes a decirme
te he de agradecer con darte
un consejo que te excuse
de un desaire.
LELIO: ¿Qué desaire?
CORIOLANO: Avergonzarte a pedirme
lo que sé que no he de darte.
Vuelve, pues, sin más
respuesta,
a la embajada que
traes,
que decir a Roma que
ni aun oírla quise.
LELIO: Arrogante
estás.
CORIOLANO: Harto estuve humilde,
aherrojado en una cárcel
y arrojado en un desierto.
Y si desto ofensa haces,
véngala; pues para eso
la espada que me dejaste
troqué a otra.
LELIO: No es a eso,
como ya te dije antes,
a lo que hoy vengo.
CORIOLANO: También
dije yo que no te canses,
que pedir lo que no tengo
de conceder es en balde.
LELIO: Del enemigo el primero
consejo, que ha de tomarse
dice el proverbio. Y así
quédate a Dios.
CORIOLANO: Él te guarde.
Vase LELIO
PASQUÍN: Bien despachado va Lelio,
pues que, por mal que despache
uno, mal y presto es
aun mejor que bien y tarde.
Dentro [voces]
VOCES: Salgamos todos a ver
qué respuesta Lelio trae.
CORIOLANO: Oye, por si algo entendemos
de una confusión tan grande.
Dentro [AURELIO, VETURIA, ENIO, Y otros]
LELIO: Mejor será no saberla,
pues no hay piedad que se aguarde.
AURELIO: Aquí ya no hay más remedio
de que todo el pueblo clame:
TODOS: ¡Vaya Enio en nombre suyo!
ENIO: Sí haré, como él me acompañe;
que la voz de un pueblo junto
es la que mejor persuade.
VETURIA: Matronas de Roma, hagamos
nosotras los ejemplares.
TODAS: Guía, Veturia; que todas
seguiremos tu dictamen.
CORIOLANO: De tanto confuso estruendo,
¿qué has entendido?
PASQUÍN: No es fácil
entender vulgo que todo
es voces y disparates;
pero lo que es fácil es
ver que un gran tumulto sale
de la ciudad.
CORIOLANO: ¿Si es salida
que desesperados hacen?
PASQUÍN: No; que también de mujeres
se compone.
ENIO: En esta parte,
hasta saber dónde está,
espera a que yo te llame.
Sale ENIO
CORIOLANO: Si soy a quien buscas, Enio,
poco tardará el hallarme.
ENIO: ¿A quién puedo buscar yo
sino a ti, aunque con distantes
motivos? Que si antes vine
como amigo a consolarme
con verte, y como enemigo
a reprehender tus crueldades,
como tribuno ahora vengo
de la plebe, a que...
CORIOLANO: No pases
a esa plática, hasta que
la que pendiente dejaste
en lo que dijo Veturia,
el día que en mí la hablaste,
prosigas.
ENIO: Ya sabía que ésa
había de ser la que amante
preferir habías; y así,
porque nos desembarace
para esotra, traje a quien
aun mejor que yo lo sabe.
CORIOLANO: ¿Mejor que tú?
ENIO: Sí.
CORIOLANO: ¿Quién puede?
ENIO: Quien conmigo viene a darte
-- pues por sólo ella introduje
el que el pueblo me acompañe --
parabién de tu venida. --
Veturia, ¿qué fue lo que antes
a mí me dijiste?
Sale VETURIA
VETURIA: Que
apenas sabría en qué parte
de su deshecha fortuna
había tomado su ultraje
puerto cuando, peregrina,
pobre y sola iría en su alcance
a padecerlas con él,
si fuese donde el sol arde,
o donde el sol hiela, siendo
a sus rayos desiguales
libia en tostadas arenas,
belga en tupidos cristales,
o toda hoguera sus montes
o carámbanos sus mares.
Y, puesto que a menos costa
quiere el cielo que te halle
quien te buscara en desdichas,
lleno de felicidades
¿qué albricias te podrá dar?
CORIOLANO: Sólo las del verte basten,
pues ningunas haber puede
que a tanto mérito igualen.
ENIO: Pues ya que yo, Coriolano,
he satisfecho la parte
que quedó pendiente tuya,
veamos cómo satisfaces
tú la que también pendiente
quedó mía. Roma yace,
o por instantes viviendo
o muriendo por instantes.
Aquí quedamos.
CORIOLANO: También
quedamos en que no me hables
en los convenios de Roma,
materia tan intratable
y aborrecible a mi oído;
y más hoy que tú me añades
nueva razón para que
aquesa plática ataje.
ENIO: ¿Yo?
CORIOLANO: Sí.
ENIO: ¿Qué razón?
CORIOLANO: Si, cuando
Roma en sus últimos trances
a Veturia contenía,
no otorgué el perdón a nadie,
hoy que en mi poder la tengo
-- pues conmigo ha de quedarse -- ,
¿cómo quieres que le otorgue
ni aun a ti, que es la más grande
exageración que puede
darse en nuestras amistades?
ENIO: Que ni a Veturia perdonen
ni a mí tus temeridades,
es elección de tu
arbitrio
a que no puedo obligarte;
pero que contigo quede,
aunque ella quiera quedarse,
no es elección, sino fuerza
de mi honor. ¿Ha de pensarse
de mí que, sólo a traerte
tu dama moví tan grave
alboroto como que
todo el pueblo me acompañe?
Él a la mira esperando
está hasta que yo le llame;
que, porque hablaseis los dos,
no quise que aquí llegase.
Mira tú si será bien
que ahora vuelva a retirarle,
sin perdón y sin Veturia,
para que se desengañe
que, tercero de tu amor,
no vine más que a dejarte
libre a tu dama y volverle
tan sitiado como antes.
CORIOLANO: Para eso hay medio.
ENIO: ¿Qué medio
hay ni puede haber?
CORIOLANO: Quedarte
tú también, Enio, conmigo.
ENIO: Ésa es plática intratable
y aborrecible a mi oído.
¿El desaire no es bastante
de no volver perdonado,
sin que quieras que el quedarme
o el ir sin Veturia sea
desaire sobre desaire,
que es lo mismo que poner
un áspid sobre otro áspid?
Y así persuádete a que
sin ella o sin...
VETURIA: No, no trates
empeñarte, Enio; que yo
trataré desempeñarte. --
A CORIOLANO
Por anticipar el verte,
Coriolano, cuanto antes,
pedí a Enio en nombre tuyo
que el pueblo consigo saque.
Con que, honestado el pretexto
de salir yo, a mi dictamen
reduje a algunas matronas
que a vueltas de todos clamen.
Ellas a mi persuasión
vienen. Mira si es tratable,
volviendo ellas a miserias,
quedar yo a felicidades?
Y así, asentado el principio
de que yo no he de quedarme,
sino ir a morir con ellas,
como tú el rigor no aplaques,
pasemos del duelo al ruego.
¿Es posible, cuando yace
-- aquí quedasteis los dos
--
Roma en el último
trance,
o por instantes muriendo
o viviendo por instantes,
no te conmuevas, al ver
que esa fábrica admirable,
ese Cáucaso de bronce,
ese obelisco de jaspe,
ese penacho de acero,
ese muro de diamante
que hizo estremecer la tierra,
que hizo embarazar al aire,
atemorizado a ruinas
está titubeando frágil,
como que, ya panteón
de tanto vivo cadáver,
sólo falta resolver
si se cae o no se cae?
Si estás quejoso, si estás,
después de deshonras tales,
de su Senado ofendido
y de su nobleza, paguen
su Senado y su nobleza
los agravios que ellos hacen.
Pero el pueblo, que a tu lado
siguió tus parcialidades,
lloró tus desdichas preso
y desterrado tus
males,
hasta que le enmudecieron
las mordazas de lo infame,
¿por qué ha de morir, por qué?
¿No es justicia intolerable
ser el todo en el castigo,
sin ser en el todo parte?
Y, supuesto que lo fuese,
¿no es, Coriolano, bastante
satisfacción que te da,
venir conmigo a postrarse
a tus pies? ¿Cómo es posible
que el rencor la línea pase
del sagrado rendimiento
los nunca hollados umbrales?
El desagravio del noble
más escrupuloso y grave
no estriba en que se vengó
sino en que pudo vengarse.
Tú puedes; y también puedes
dar tan precioso realce
al acrisolado oro
del perdón, que en el semblante
del rendido luce más,
con el primor de su esmalte,
lo rojo de la vergüenza
que lo rojo de la sangre.
CORIOLANO: Veturia, saben los cielos
que te adoro y también saben
que, aunque Sabinio me fía
de su voluntad las llaves,
no es para que yo use dellas
absoluto, sino antes
para que más detenido
la confïanza le pague,
no haciendo lo que él no hiciera.
Yo sé que desea vengarse,
sé que vengarme deseo;
y es mucho querer que arrastre,
contra nuestras dos pasiones,
tu ruego ambas voluntades;
mayormente cuando pueden
una y otra conformarse.
VETURIA: ¿Cómo?
CORIOLANO: La razón lo diga.
Yo te persuado a quedarte,
convaleciendo fortunas,
adonde todo sea paces,
todo consuelos, y todo
placeres. Tú me persuades
a que, sin venganza, quede
corrido de no vengarme,
donde todo sea rencores,
todo iras, todo pesares.
Mira ahora tú quién tiene
mayor razón de su parte,
yo, que te persuado a dichas,
o tú a mí a penalidades.
VETURIA: El valor está obligado
tanto a bienes como a males.
CORIOLANO: No está, si males y bienes
le embisten a un tiempo iguales.
VETURIA: ¿Cuándo lo más riguroso
no fue su mejor examen?
CORIOLANO: Cuando estuvo en mi elección
el serlo lo más süave.
VETURIA: No te canses en razones
que nada conmigo valen.
Yo he de volver con quien vine;
y así, mira...
CORIOLANO: No te canses
tú tampoco; que si has de irte
con quien vienes, yo he de estarme
con quien me estoy.
VETURIA: Vamos, Enio,
pues, sin que piedad aguarde,
me envía a morir Coriolano.
CORIOLANO: No ese delito me achaques.
Tú te vas, yo no te envío.
ENIO: Vamos, pues nada hay que ganen
mi amistad y tu amor.
VETURIA: Ya
que a no más verte voy, dame,
mi bien, mi señor, mi dueño,
en aqueste último "vale,"
siquiera, por despedida,
los brazos con que agradable
me será la muerte, al ver
que, si con ella complaces
a Sabinio, de quien gozas
tan altas felicidades
como a ti te den la vida,
¿qué importa que a mí me maten?
Llora
CORIOLANO: (¡Cielos, que Veturia llora! Aparte
Quitadme el sentido o dadme
valor para resistir
tan nuevas contariedades
como que, siendo las perlas
antídoto en otros males,
sean tósigo en los míos.)
VETURIA: Adiós otra vez, que guarde
tu vida.
CORIOLANO: Espera.
VETURIA: ¿Qué quieres?
CORIOLANO: No sé. Mas sí sé: rogarte
que no llores; mi dolor
me basta sin el que añaden
tus lágrimas.
VETURIA: ¿Que no llore?
Adiós otra vez, que guarde
tu vida.
CORIOLANO: Espera.
VETURIA: ¿Qué quieres?
CORIOLANO: No sé; mas sí sé; rogarte
que no llores; que tu llanto
dolor a dolor añade.
VETURIA: Que no llore y detenerme
son dos precisas señales
de que, porque no me vaya
a tu pesar, donde gane
eterna fama mi muerte,
prenderme intentas.
CORIOLANO: No saques
consecuencia tan ajena
que no la conceda nadie.
¿Yo a prenderte, esposa y dueño?
¿De qué pudo tu dictamen
persuadirte que es prisión?
VETURIA: De dos indicios tan grandes
como, al quitarme las armas,
ver que del brazo me ases.
CORIOLANO: Pues ¿qué armas te quito?
VETURIA: ¿Qué
más armas quieres quitarme
que quitarme que no llore,
si contra enemigo amante
la mujer no tiene otras
que la venguen o la amparen
que las lágrimas, que son
sus socorros auxiliares?
CORIOLANO: Si con ellas ventajosa
tu hermosura me combate,
¿qué mucho que por vencidas
se den mis penalidades?
¿Qué quieres de mí, Veturia?
VETURIA: Que viva Roma triunfante.
CORIOLANO: Viva, pues, triunfante Roma,
ya que han podido postrarme
a sus siempre victoriosas
municiones de cristales
las armas de la hermosura.
VETURIA: Enio, estas voces esparce
al pueblo que nos espera,
para que del pueblo pasen
a Roma, y concurran todos
agradecidos a darle
las gracias a Coriolano.
Éntrase ENIO repitiendo [dentro]
ENIO: ¡Viva, amigos, Roma, y pase
la palabra!
TODOS: ¡Roma viva!
Salen SABINIO y ASTREA
SABINIO: ¿Qué confusas novedades
en el ejército, Astrea,
habrá habido, que a que cante
Roma la victoria mueven?
ASTREA: No sé, mas fuerza es que espanten.
SABINIO y
ASTREA: ¿Qué ha sido esto, Coriolano?
CORIOLANO: Nada, señor, que te agravie;
mucho, soberana Astrea,
que a ti te ilustre y te ensalce.
SABINIO y
ASTREA: Di, pues, lo que ha sucedido.
CORIOLANO: Que, usando de los poderes
que, como sabinos astros,
vuestras piedades me ofrecen,
me he movido a que sus rayos
hoy alumbren y no quemen;
y así, en vuestro
nombre a Roma
he perdonado.
SABINIO: Suspende
la voz. Pues ¿no me dijiste
que habías, vengativo y fuerte,
por mi ofensa, cuando no
por la tuya, airado siempre,
negado la libertad
a su nobleza y su plebe,
en tu padre, en tu enemigo
y en tu más amigo?
CORIOLANO: Advierte
que nunca dije que había
negádosela rebelde
a mi dama; que el más noble
puede negar justamente
lo que le pide a su patria,
a su padre, a sus parientes,
a su amigo y su enemigo,
pero a su dama no puede.
Y más cuando su hermosura
con armas del llanto vence.
Veturia es, señor, mi esposa;
si ser con ella, te ofende,
liberal, pague mi vida
lo que mi vida te debe;
que yo moriré contento
con que vencedor te deje,
pues el que pude vengarte
me basta, aunque no te vengue.
Esto en cuanto a ti; y en cuanto
a Astrea, mi yerro enmienden
los privilegios con que
han de quedar las mujeres
en las capitulaciones
con que a tu piedad
se ofrecen,
diciendo con toda Roma,
que humilde a tus plantas viene...
Salen TODOS, hombres y mujeres
TODOS: ¡Viva quien vence;
que es vencer
perdonando
vencer dos veces!
AURELIO: A vuestras reales plantas
Roma...
CORIOLANO: Voz y acción suspende;
que hasta saber con qué pactos
y hasta ver que los acepte,
no está perdonada Roma.
TODOS: Dilos, pues.
CORIOLANO: Primeramente,
que las mujeres que hoy
tiranizadas contiene
se pongan en libertad,
y las que volver quisieren
A Sabinia no se impidan
ni sus personas ni bienes;
que las que quieran quedarse
restitüidas se queden
en sus primeros adornos
de galas, joyas y afeites;
que la que se aplique
a estudios
o armas, ninguno las niegue
ni el manejo de los libros
ni el uso de los arneses,
sino que sean capaces,
o ya lidien o ya aleguen,
en los estrados de togas,
y en las lides de laureles;
que el hombre que a
una mujer,
dondequiera que la viere,
no la hiciere cortesía,
por no bien nacido quede;
y por mayor privilegio,
más grave y más eminente,
pues por las mujeres yo
sin honra me vi, se
entregue
todo el honor de los hombres
a arbitrio de las mujeres.
AURELIO: Todas esas condiciones
es preciso que yo
acepte
en nombre de Roma.
TODOS: Y todos,
diciendo ufanos y alegres:
¡Viva quien vence;
que es vencer perdonando
vencer dos veces!
SABINIO: Pues, yo vuelvo victorioso
con que Roma se sujete.
ASTREA: Yo airosa, con que vengadas
todas sus matronas queden.
ENIO: Yo gozoso de haber sido
tercero en sus
intereses.
AURELIO: Yo vano, con que a mi hijo
es a quien la vida debe.
LELIO: Yo amigo de quien ya sé
que no dio a mi padre muerte.
VETURIA: Yo dichosa con saber
que Coriolano me quiere.
CORIOLANO: Y yo, con que nuestras bodas
hoy contigo se celebren,
restitüido a mis triunfos,
más honores y laureles
que tuve, pues sola tú
mi honor, triunfo y
laurel eres.
PASQUÍN: Y yo contento, con que
sepan todos Vuesarcedes
que las armas de hermosura
con las feas no se
entienden.
Digamos todos, pues todos
trocamos males a bienes,
a las plantas de
Sabinio,
Astrea y Coriolano, alegres:
TODOS: ¡Viva quien vence;
que es vencer perdonando
vencer dos veces!
FIN DE LA COMEDIA