JORNADA PRIMERA
Salen por una parte DANTE, y por otra AURELIO
AURELIO:
¿Dónde queda el rey?
DANTE:
Detrás
de esos ribazos le dejo,
en el alcance empeñado
de un jabalí, cuyo riesgo
veloz Aminta su hermana
sigue también.
AURELIO:
Según eso,
ocasión será de que
concluyamos nuestro duelo,
con la novedad que está
citado.
DANTE:
Para ese efecto
esperando estaba a vista
de este edificio soberbio.
AURELIO:
Pues llegad; solos estamos.
DANTE:
¡Ah del soberano centro
donde aprisionada vive
toda la región del fuego!
AURELIO: ¡Ah
de la divina esfera
del sol más hermoso y bello
que, a pesar de opuestas nubes,
abrasa con sus reflejos!
DANTE:
¡Ah del alcázar de amor!
AURELIO: ¡Ah
del abismo de celos!
DANTE:
¡Patria de la ingratitud!
AURELIO:
¡Monarquía del desprecio!
AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre!
En lo alto salen NISE y FLORA
FLORA y
NISE:
¿Quién llama...
NISE:
...tan sin temor...
FLORA:
...tan sin miedo
a
estos umbrales?
DANTE:
Decid
a vuestro divino dueño...
AURELIO:
Decid a la soberana
deidad de ese humano templo...
DANTE:
...que a ese mirador se ponga.
AURELIO:
...que salga a esa almena.
IRENE:
¡Cielos!
¿Quién para tanta osadía
ha tenido atrevimiento?
¿Quién aquí da voces?
AURELIO y
DANTE:
Yo.
IRENE:
Ya con dos causas, no menos
que antes extrañé el oíros,
habré de extrañar el veros,
no tanto porque del rey
atropelléis los decretos,
no tanto porque de mí
aventuréis el respeto,
rompiendo el coto a la línea
de mi espíritu soberbio,
cuanto porque acrisoléis
la ingratitud de mi pecho,
que a par de los dioses juzga
lograr mármoles eternos.
Si de por sí cada uno,
aun en callados afectos
que apenas a estos umbrales
llegaron, cuando volvieron
castigados y no oídos,
examinó mis desprecios,
¿qué hará, unido de los dos,
ahora el atrevimiento?
¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis?
Y ¿con qué efecto, en efecto,
llegáis aquí? ¿Para qué
me dais voces?
AURELIO y
DANTE:
Para esto.
Sacan las espadas
AURELIO: Que
si de ambos ofendida
estás, ambos pretendemos,
con librarte de una ofensa,
ganar
un merecimiento.
DANTE:
Y porque de su valor
quede el otro satisfecho,
queremos que seas testigo
tú misma de nuestro esfuerzo.
AURELIO: Ya
partido el sol está,
pues el sol nos
está viendo.
DANTE:
Yo, porque no esté partido,
lidiaré por verle entero.
Riñen
IRENE:
Tened, tened las espadas;
templad los rayos de acero;
mirad que aun el vencedor
la esgrime contra sí mesmo,
pues no es menor el peligro
de vivir que quedar muerto.
Siguen riñendo
AURELIO:
¡Qué valor!
DANTE:
¡Qué bizarría!
IRENE:
Llamad quien de tanto empeño
el riesgo excuse.
NISE:
¡Ah del monte!
FLORA:
¡Cazadores y monteros
del rey!
Dentro
VOZ:
De la torre llaman.
Acudid, acudid presto.
AURELIO:
¡Que no acabe con tu vida!
DANTE:
¡Que dures tanto!
Salen el REY y gente
REY:
¿Qué es esto?
AURELIO y DANTE: Nada, señor.
IRENE:
(Las
almenas
Aparte
dejaré. Y pues al rey tengo
tan cerca de mí, han de hablarle
claros hoy mis sentimientos.)
Vase
REY:
¿Qué es esto?, digo otra vez;
y no ya porque pretendo
que afectado el disimulo
desvelar quiera el intento,
sino porque ya empeñado
estoy en que he de saberlo.
¿Qué es esto, Dante?
DANTE:
Señor,
no lo sé.
REY:
¿Qué es esto, Aurelio?
AURELIO:
Tampoco sabré decirlo.
REY:
¡Oh, qué recato tan necio
y tan fuera de que llegue
a conseguirse! Y, supuesto
que lo he de saber, mirad
que casi toca el silencio
en especie de traición.
DANTE:
A esa fuerza...
AURELIO:
A ese precepto...
DANTE:
...la causa, señor...
AURELIO:
...la
causa...
REY:
Decid.
DANTE:
...es amor.
AURELIO:
...son celos.
REY:
Aunque celos y amor sea
respuesta bastante, puesto
que ellos son de acciones tales
culpa disculpada, quiero
más por extenso informarme
de la causa porque, siendo,
como sois, en paz y en guerra
los dos polos de mi imperio,
con
quien igual he partido
la gravedad de su peso,
A DANTE
valeroso tú en las armas,
A AURELIO
político tú al gobierno,
no es justo, habiendo llegado
yo, dejar pendiente el
duelo
para otra ocasión; y así
he de informarme, primero
que le ajuste, de la causa
que tenéis.
DANTE:
Yo fío de Aurelio
tanto, señor -- porque al fin,
sobre ser quien es, le tengo
por competidor y mal,
sin ser noble, podía serlo -- ,
que lo que él diga será
la verdad; y así te ruego
la
oigas dél, pues cuando no
estuviera satisfecho
de su valor y su sangre,
por no decirla yo, pienso
que me dejara vencer,
aun en lo dudoso, a precio
de que mi voz no rompiera
las cárceles del silencio.
AURELIO:
Cuando no me diera Dante
licencia de hablar primero,
la pidiera yo, porqué
tan obediente al precepto
de tu voz estoy que, al ver
que tú gustas de saberlo,
aunque es mi afecto tan noble
como el suyo, hiciera menos
en callarlo que en decirlo.
Y es fácil el argumento,
pues en materias de amor
siempre calla un caballero
y no siempre un rey pregunta.
DANTE:
Dices bien, y yo me alegro
que en callar y hablar los dos
tan de un parecer estemos
que, hablando tú y yo callando,
quedemos los dos bien puestos.
AURELIO: Un
día, señor...
Salen AMINTA y damas
AMINTA:
Hermano,
¿qué es la causa que te ha hecho
dejar la caza y venir
otra novedad siguiendo?
REY:
De Aurelio, Aminta, lo oirás,
pues que llegas a buen tiempo.
DANTE:
(No llega sino a bien malo.)
Aparte
REY:
Prosigue, pues.
AURELIO:
Oye atento.
Un día, señor, que a caza
saliste a este sitio ameno,
y yo contigo, llamado
de la ladra de sabuesos
y ventores, que lidiaban
con un jabalí en lo espeso
del monte, di de los pies
a un veloz caballo, a tiempo
que impacientes dos lebreles,
por llegar a socorrerlos,
antes que de la traílla
les diese suelta el montero,
le arrastraban por las breñas,
de suerte libres y presos
que, con cadena y sin tino,
iban atados y sueltos.
Pasaron por donde estaba
y, enredándose ligeros
entre los pies del caballo,
desatentado y soberbio
con ellos lidió, hasta que,
mal desenlazado de ellos,
el eslabón a un collar
rompió, y la obediencia al freno,
tal que de una en otra peña,
sin darse a partido al tiento
de la rienda, disparó,
hasta que, chocando ciego
con lo espeso de unas jaras,
perdió, con el contratiempo,
tierra tan dichosamente
que, él embazado y yo atento,
desamparamos iguales
yo la silla y él el dueño.
Aquí, al cobrarle la rienda,
se enarboló en dos pies puesto
y, llevándome tras sí,
partimos los elementos,
pues el mar de mi sudor
y de su
cólera el fuego,
dejándome con la tierra,
le vieron ir con el viento.
Solo y a pie en la espesura,
ni bien vivo ni bien muerto,
sin saber dónde, quedé.
Preguntarásme a qué efecto,
hablándome tú en mi amor,
te respondo yo en mi riesgo.
Pues escucha; que no acaso
te he contado todo esto;
porque, hallándome, según
dirá después el suceso,
dentro del vedado coto
que tienes, gran señor, puesto
a la libertad de Irene,
fue justo decir primero
la disculpa con que yo
romperle pude, supuesto
que fue por culpa de un bruto;
que no pudieran con menos
violento acaso quebrar
mis lealtades tus preceptos.
Solo y a pie, como he dicho,
sin norte, sin guía, sin tiento,
me hallé en la inculta maleza,
las vagas huellas siguiendo
de las fieras que, perdidas
tal vez, tal cobradas, dieron
conmigo en la verde margen
de un cristalino arroyuelo
que, del monte despeñado,
descansaba en un pequeño
remanso, y para correr
paraba a tomar esfuerzo.
¡Oh cómo sin elección
del humano entendimiento
sabe mostrarse el peligro,
sabe sucederse el riesgo!
Dígalo yo; pues llevado
de mí sin mí, discurriendo
al arbitrio del destino
-- que homicida de sí mesmo,
sin saber dónde guía, sabe
dónde está el peligro, haciendo
de las señas del escollo
seguridades del puerto -- ,
me vi, cuando
juzgué a vista
de los descansos, oyendo
de no sé qué humana voz
los mal distintos acentos,
y tan lejos del alivio
que, áspid engañoso el eco,
en las
lisonjas del aire
escondía su veneno.
Estaba en la verde esfera
del más intrincado seno,
tejido coro de ninfas
como guardándole el sueño
a una deidad, recostada
en el apacible lecho
que de flores, yerba y rosa
estaba el aura mullendo.
No te quiero encarecer
su perfección; sólo quiero,
para disculpa, que sepas
que vi y amé tan a un tiempo
que, entre dos cosas no pude
distinguir cuál fue primero,
pues juzgo que volví amando
aun antes de llegar viendo.
Apenas
entre las ramas
el templado ruido oyeron
de las hojas que movía
la inquietud de mi silencio
cuando todas asustadas
por las malezas huyeron
del monte. Quise seguirlas,
mas no pude; que, resuelto
delante un guarda me puso
el arcabuz en el pecho,
diciéndome que me diese
a prisión, por haber hecho
contra las órdenes tuyas
tan notable atrevimiento
como haber roto la línea
de aquese vedado cerco.
Dije quién era y la causa,
a cuya disculpa atento,
disimulando conmigo,
guïó mis pasos, diciendo
lo que yo le dije a Dante
después, de cuyo secreto
vino a originarse en ambos
la ocasión de nuestro duelo,
que fue que aquel bello asombro,
aquel hermoso portento,
era Irene.
REY:
Calla, calla,
no prosigas; que no quiero
saber que traidor tu engaño
adora lo que aborrezco.
Mujer, enemiga mía,
sangre aleve de quien... (Pero Aparte
¿a mí puede destemplarme
tanto ningún sentimiento?)
¿Es ella, Dante, también
la que tú
adoras?
DANTE:
Supuesto
que yo el secreto no he dicho,
poco importa del secreto
que diga la circunstancia.
Sí, señor, pero advirtiendo...
(Perdone
Aminta.)
Aparte
AMINTA:
(¡Ay de mí! Aparte
¿Qué escucho?)
DANTE:
...que fue primero...
AMINTA:
(¡Ah, ingrato amante!)
Aparte
DANTE:
...mi amor...
REY:
¿Qué?
DANTE:
...que tu aborrecimiento.
REY:
¿Primero tu amor? Prosigue.
¿De qué suerte?
DANTE:
Escucha atento.
Lo que por mayor supiste
sabrás por menor; que temo,
por obligar lo que adoro,
enojar lo que aborrezco.
AMINTA:
(¡Oh, quiera Amor que yo
pueda Aparte
reprimir mis sentimientos!)
DANTE:
Lidógenes, rey de Egnido,
tributario del imperio
de Chipre, que largos años
te deje gozar el cielo,
en campaña contra ti
puso sus armas, diciendo
que no había de pagarte
aquel heredado feudo
que a tu corona tributan
los avasallados reinos
que el Archipiélago baña,
porque el de Egnido era esento
a causa de no sé qué
mal honestados pretextos,
que no me toca argüirlos,
aunque me tocó vencerlos.
Tú indignado preveniste
tus armadas huestes, siendo
yo su general, a quien
honraron con este puesto
siempre, señor, tus favores
más que mis merecimientos.
Con ellas, pues, salí en busca
de
tu enemigo; y, supuesto
que sabes que le vencí,
sólo en esta parte quiero,
por lo que al suceso toca,
eslabonar el suceso.
Y así diré solamente
que aquel día en que vi puesto
de la fortuna al arbitrio
todo el poder de tu imperio,
fauto para mí e infausto
fue, pues me vi a un mismo tiempo
ser vencedor y vencido,
cuando, en fuga el campo puesto
de Lidógenes, que iba
desbaratado y deshecho,
entre el bélico aparato
de tanto marcial estruendo,
tanto militar asombro
reconocí un caballero
que a todos sobresalía
por ser su arnés un espejo
en quien se miraba el sol,
que, blandiendo herrado el fresno,
la sobrevista calada,
en un bruto tan ligero
que pareció que volaba
con las plumas de su dueño,
de las desmandadas tropas
que iban por el campo huyendo
el desorden reducía,
valiente, animoso y diestro,
solicitando rehacerlas
para empeñarlas de nuevo,
por ver si así mejoraba
de fortuna en el reencuentro.
Puse en él los ojos y él,
adivinando mi intento,
que a veces el corazón
habla de parte de adentro,
saliéndome al paso, hizo
elección de mejor puesto,
ocupando de un ribazo
la loma, cuyo terreno,
algo pendiente, le hacía
ventajoso, donde habiendo
proporcionado a su juicio
la distancia del encuentro,
pasó de la cuja al ristre
la lanza con tal denuedo
que, hecho a la mano el caballo,
sin esperar el acuerdo
de la espuela, para mí
partió tan galán, tan diestro
que diera miedo a cualquiera
que hubiera de tener miedo.
Yo, que sobre el mismo aviso
estaba, habiendo primero
reparado mi caballo,
por ganarle algún aliento,
al verle partir, partí
tan igual con él que entiendo
que, a haber medio entre los dos,
el choque dijera el medio.
Entre baberol y gola
el asta me rompió, a tiempo
que yo de la gola
arriba
la mía rompí, subiendo
en átomos, no en astillas,
tal altos entrambos fresnos
que, de la región del aire
pasándose a la del fuego,
por
encenderse, tardaron
en caer o no cayeron.
Mal afirmado en la silla
quedó un rato porque, haciendo
en las grabazones presa
el trozo último del cuento
se
llevó con el penacho,
falseando el tornillo al yelmo,
la sobrevista tras sí,
de manera que, volviendo
a recobrarse en el torno,
empuñanado el blanco acero,
a buscarme y a buscarle,
le vi el rostro descubierto,
en cuya rara hermosura,
en cuyo semblante bello
suspendido y admirado,
juzgué que, Adonis con celos
de Marte, pretendía dar
satisfacciones a Venus
de que lo hermoso no sólo
es en las cortes soberbio.
Embistióme, pues, segunda
vez, en cuyo trance creo
que
quedara victorioso,
según yo estaba suspenso,
si, tropezando el caballo
-- quizá fue en mi pensamiento,
pues yo se le eché delante -- ,
con él no diera en el suelo,
de cuyo acaso gozando,
me hallé vencedor en duelo
tan dudoso que quedamos
uno de otro prisionero,
él de mi esfuerzo, mas yo
de su hermosura y su esfuerzo.
Retiráronle a mi tienda,
y fui el alcance siguiendo
hasta que, ya coronado
de despojos y trofeos,
canté la victoria, y más
cuan[d]o, a mis reales volviendo,
supe al entrar en mi tienda
que el hermoso prisionero
que en ella estaba era..
Salen IRENE, CLORI y LAURA
IRENE:
Yo,
que llegar, señor, no temo
a tus pies, gozando de esta
ocasión que hoy me da el cielo,
porque sé que en tus enojos
nada aventuro, supuesto
que no aventuro la vida,
porque
es la que yo no tengo.
Y así, pues he de morir
sepultada en mi silencio,
muera anegada en mi llanto,
y débate por lo menos,
en albricias de mi muerte,
el estarme un rato atento.
Hija soy de Lidógenes de
Egnido
isla del Archipiélago que, ufana,
como ésta a Venus consagrada ha sido,
aquélla consagrada fue a Dïana,
de cuyo opuesto rito ha procedido
entre las dos la enemistad tirana
que las mantiene en iras y rencores,
hija de olvidos una, otra de amores.
A aquesta causa aborrecidos creo
que siempre unos isleños de otros fuimos;
y así no hay que buscarle nuevo empleo
a nuestra enemistad, pues siempre vimos
que, opuesto el culto, opuesto está el deseo;
con que unos y otros al nacer hicimos
callados homenajes en la cuna
de aborrecer nuestra mejor fortuna.
Este, pues, heredado horror, que vario
el tiempo no borró de la memoria,
engendró en nuestra gente el temerario
pretexto de negarte aquella gloria
de que su rey te fuese tributario;
y aunque declare el cielo la victoria
en tu favor, nos queda por consuelo
creer que tuvo otro motivo el cielo.
Pues no siempre sus orbes celestiales,
no siempre sus luceros, sus estrellas,
árbitros de los bienes y los males,
lo mejor distribuyen que hay en ellas,
porque importa tal vez que desiguales
los dioses oigan mal nuestras querellas
y, siendo su instrumento el enemigo,
injusticia parezca el que es castigo.
Y así, dejando aparte que tuviese
otra razón mi padre, pues ninguna
es mayor que pensar cuánto le pese
ver mejorada en algo tu fortuna,
voy -- o ya fuese justa o no lo fuese
la guerra -- a si hay alguna ley, alguna
razón para que, siendo prisionera,
en una torre emparedada muera.
Si yo en los ejercicios de Diana,
por ser a su deidad más parecida,
tan altiva nací, viví tan vana
que, siendo de las fieras homicida,
quise llegar con ambición ufana,
quise pasar con fama esclarecida
a serlo de los hombres, porque vieras
cuánto son para mí los hombres fieras
-- a cuyo efecto vine gobernando
del ejército el trozo que postrero
se puso en fuga, ¡ay infelice!, cuando
contra
mí el hado articuló severo
la infausta voz que el enemigo bando
victoria apellidó, y por eso infiero
que rigor a rigor añadir miras,
crüeldad a crüeldad, iras a iras -- ,
¿de cuándo acá en los reyes ha durado
desde un día rencor para otro día?
¿De cuándo acá la indignación del hado,
fiera al vencer, no es en venciendo pía?
Si mi valor te puso en tal cuidado,
mi valor es también el que debía
ponerte en el de honrarme, pues ha sido
gloria del vencedor la del vencido.
Y ya que esta razón en ti no alcanza
piedad, por
tantas causas merecida,
acaba de una vez con tu venganza;
de una vez, no de tantas se despida,
porque de aquestos pies, sin esperanza
de mi muerte, no digo de mi vida,
no me he de levantar, donde en despojos
las lágrimas consagro de mis ojos.
Y porque afable esa deidad humana
responda al sacrificio que la adora,
no soy de armadas huestes capitana,
no infanta soy de Egnido vencedora,
no soy sacerdotisa de Dïana,
pues sólo soy una mujer que llora,
tan modesta en pedir que aun de esta suerte
no pido más de que me des la muerte.
REY:
Levanta, Irene, del suelo;
y pues en público acusas
mi majestad de tirana,
para que serlo no arguyan,
ni tú, ni cuantos oyeron
las hermosas quejas tuyas,
aunque lo sienta, he de darte
en público la disculpa.
El día que tuve aviso
de aquella batalla, en cuya
victoria estribó el honor
de mi majestad augusta,
hice sacrificio a Venus,
cuya hermosa deidad suma,
tutelar de Chipre, siempre
velando está en guarda suya.
Ella, al tiempo que sus aras
religioso
fuego ahuma,
a mi culto agradecida,
por su oráculo articula
que vencerían mis armas,
pero tan a costa suya
que el mejor despojo de ellas
sería...
Dentro ruido grande
LIDORO:
Asombros y furias
nos combaten.
UNO:
¡Iza!
OTRO:
¡Amaina!
OTRO:
¡Qué pena!
OTRO:
¡Qué ansia!
OTRO:
¡Qué angustia!
LIDORO:
¡Piedad, dioses!
TODOS:
¡Piedad, cielos!
REY:
Cuanto iba a decir pronuncia
por mí el aire, pues en quejas
la voz
a mis labios hurta.
IRENE:
No, señor, en los acasos
el constante varón funda
agüeros; lamentos son,
cuantos hoy tu acento usurpan,
de un derrotado bajel
que, sin norte y
sin aguja,
antes de tomar el puerto,
está corriendo fortuna.
AMINTA:
Es verdad, pues, contrastado
de dos violentas injurias,
con los vientos y las ondas
a brazo partido lucha.
NISE:
Ya de ambas sañas movido,
no sabe a qué parte sulca.
FLORA:
Embates de mar y tierra
le zozobran y le asustan.
AURELIO: Y
tanto que desbocado
choca
con las peñas duras.
DANTE:
En ellas cascado el pino,
su todo en partes menudas
desata, de suerte que
ya el que fue bajel es tumba.
Dentro
LIDORO:
¡Piedad, Dïana!
DIANA:
A mí siempre
me fue contraria la espuma,
que es de la deidad de Venus
primer patria y primer cuna.
LIDORO:
¡Piedad, Venus!
VENUS:
No hay piedad
con quien estos puertos busca,
en sus entrañas trayendo
tan grande traición oculta.
TODOS:
¡Piedad, dioses! ¡Piedad, cielos!
IRENE:
¡Qué pena!
AMINTA:
¡Qué ansia!
TODOS:
¡Qué angustia!
REY:
Esperad aquí las dos,
siendo paréntesis una
desdicha de otra, entre tanto
que hoy el primero yo acuda
a socorrer en la orilla
los que náufragos fluctúan.
Vase
DANTE:
Ociosa piedad será,
que, hidrópica la sañuda
sed del mar, ni aun un fragmento
arroja a tierra.
Vase
AURELIO:
En cerúleas
bóvedas el mar dio a todos
pira, monumento y urna.
Vase
IRENE:
Aunque la piedad, Aminta,
no es prenda de la hermosura,
puesto que en humano pecho
nadie las vio vivir juntas,
la de esta mísera ruina
será bien que aquí reduzca
a tus pies -- bien que a pesar
de mi altivez -- mi fortuna
te suplica que intercedas
con tu hermano que concluya
con mi vida, dando fin
a una prisión tan injusta.
AMINTA:
Los motivos de mi hermano,
que estorbó esa desventura
decir,
hasta ahora nadie
sabe, pero está segura
que, si estuviera en mi mano
tu libertad, es sin duda
que desde un instante acá,
según el verte me angustia,
estuvieras ya, no digo,
Irene, en la patria tuya,
pero aun donde no pudieras
volver a estas islas nunca.
IRENE:
De tu generosa sangre
lo creo, y está segura
tú
también que, cuando no
fuera felicidad suma
la libertad, por no verme
donde atrevido presuma
Dante halagar con finezas
los ceños de mis injurias,
lo estimara.
AMINTA:
Según eso,
¿verte amada te disgusta
de Dante?
IRENE:
Y tanto...
AMINTA:
(¡Alma, albricias!) Aparte
IRENE:
...que el incendio de mi furia
no ha de apagarse hasta que
sea con la sangre suya.
AMINTA:
(Primero con su
poder
Aparte
todo el cielo te destruya.)
IRENE:
¿Qué dices?
AMINTA:
Nada.
(¡Ay, amor, Aparte
siempre mi pesar procuras,
primero por si le amaba
y agora porque le injuria!)
Salen el REY, DANTE y AURELIO
REY:
No se ha visto igual estrago;
apenas la saña bruta
de ese monstruo dio a la arena
ni aun la seña más menuda
de su naufragio.
AMINTA:
Pues ya
que, como dices, es una
pena paréntesis de otra,
no venzan ambas y suplan
noticias de la primera
lástimas de la segunda.
REY:
Dices bien, y así mi voz
en lo que empezó discurra,
diciendo que al tiempo que
religioso fuego ahuma
-- aquí quedamos -- las aras
de Venus, su voz pronuncia
que vencerían mis armas,
pero tan a costa suya
que trocaría el despojo
en desdicha la ventura.
Veniste tú prisionera
y, viendo cuánto se aúnan
vaticinios que amenazan
ruinas, tragedias e injurias
con bellezas que aun después
de verse vencidas triunfan,
hurtarte quise a los ojos
de mis gentes. ¡Qué locura!
¡Buscar medios que embaracen
donde hay estrellas que influyan!
Dígalo el ver que, aun guardada
en las entrañas incultas
de estos montes, has podido
dar principio a las futuras
ansias que temí, poniendo
en
campal ardiente lucha
los héroes que de mi imperio
son las más fuertes colunas.
Y pues infalible el hado
ni se estorba ni se excusa,
pues antes busca su efecto
quien su impedimento busca,
entre tu llanto y mi miedo
partir pretendo la duda,
y que ni libre ni presa
quedes.
IRENE:
¿De qué suerte?
REY:
Escucha,
y escuchad todos. Irene,
en cuya rara hermosura
la de nuestra diosa Venus
no quiere sufrir segunda,
no ha de volver a su patria,
pues
su persona asegura
la invasión de estos estados,
siendo a la contraria furia
de sus movimientos freno,
y de su cerviz coyunda.
Quedarse como se estaba,
viendo que así no se excusan
los riesgos, es miedo inútil.
Si aun guardada nos perturba,
darla libertad tampoco;
pues será poner sin duda
en su libertad al hado.
A todo lo cual se junta
a muerte estar condenados
los dos. Pues haya una industria
que disculpe mis crueldades
y que repare las suyas.
Esta ha de ser; que en mi estado
tome estado, con que ajustan
mis recelos que a su patria
volverse no pueda nunca,
siendo su alcaide su esposo;
con que también se asegura
que su sucesión vasalla
la ley de mi imperio sufra.
Y puesto que éste ha de ser
uno de los dos, con cuya
satisfacción el delito
de romper esta clausura
queda también honestado,
cada uno consigo arguya
quién querrá esposa con quien
Venus desdichas le anuncia,
el hado, ruinas, y todo
el cielo penas y angustias;
advirtiendo
que ha de ser
la primera a que se ajusta
perder mi corte y mi gracia,
pues lo que aborrezco busca,
y sangre enemiga mía
hacerla su esposa gusta.
Y pues os doy a escoger,
brevemente lo discurra
vuestro amor, que habéis de darme
respuesta luego, y presuma
cualquiera que de esta ley,
o sea justa o no sea justa,
no será la culpa mía,
puesto que es la elección suya.
IRENE:
Mira, señor, que sin mí
esa nueva ley promulgas
y, en vez de librarme, a más
estrecha prisión me mudas.
¿Yo la mano...?
REY:
Esto ha de ser.
Vase
AURELIO:
Pues si eso ha de ser, escucha;
que yo que pensar no tengo.
Perdóneme una hermosura,
porque no ha de ser mi amor
árbitro de mi fortuna.
Vase
AMINTA:
Dante, en la elección que hicieres,
mira bien lo que aventuras,
que pierdes al rey y pierdes...
pero prosíganlo mudas
penas, que dichas son pocas
y calladas serán muchas.
Vase
IRENE:
Dante, porque no por mí
desperdicies tu ventura;
la gracia del rey conserva,
en ella tu aumento funda;
que yo, que no he de pagarte
rendidas finezas nunca
con amor, con desengaños
intento que uno a otro supla;
porque desde el día que fuiste
de mi tragedia importuna
el principal instrumento,
te aborrecí con tan suma
aversión que, si me hicieses
reina del mundo absoluta,
antes de darte mi mano
ni que llegara a ser tuya,
volviera, no digo sólo
a aquesa prisión inculta,
pero a vivir desde luego
las entrañas de una gruta,
donde a este vivo cadáver
sirviese de sepultura
o la pira de ese monte
o de ese risco la tumba.
Vase
DANTE:
¡Ay, infelice! ¿Quién vio
atropellarse tan juntas
en dos iguales bellezas
los favores y las furias,
las finezas y las iras,
las sañas y las blanduras,
las lágrimas y las penas,
las quejas y las injurias?
Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: ¿Era hora,
señor, de hallarte?
¿Dónde están los que te buscan?
Que hasta uno o dos yo haré que
no te ofendan; y es sin duda,
pues, huyendo yo, tras mí
irán, con que te aseguras
de ellos, para que se vea
que no hay pendencia ninguna
donde no sirva de algo
un camarada, aunque huya.
¿Qué pendencia ha sido ésta?
¡Ah, señor!
DANTE, divertido, da un golpe a MALANDRÍN al
decir las siguientes palabras
DANTE:
¡Oh suerte dura!
MALANDRÍN: ¡Y cómo que
lo es, y está
tu suerte en la mano tuya!
¡Oigan, qué sesgo se queda!
¿Quién vio suspensión tan muda?
Vamos por estotra mano,
por si es más quieta la zurda.
¡Ah, señor!
DANTE, divertido, le da otro golpe
DANTE:
¡Válgame el cielo,
y qué crueldad tan injusta!
MALANDRÍN: Por muy
injusta que es,
bastantemente se ajusta
a cuánto es pedir de boca.
DANTE repara en MALADRÍN
DANTE:
¿Quién está aquí?
MALANDRÍN:
¿Ahora lo dudas?
Pues ¿no lo dudaras antes
de las dos manifacturas?
DANTE:
¿Qué manifacturas?
MALANDRÍN:
¡Bueno!
¿Por tan liberal te juzgas
que de lo que das te olvidas?
DANTE:
Deja, Malandrín, locuras;
que no estoy de burlas.
MALANDRÍN:
Pues
¿quién está, señor, de burlas
si ya no es que sean de manos,
tan pesadas como tuyas?
Pero ¿qué es esto? ¿Qué tienes?
¿Qué suspiras? ¿Qué murmuras
entre ti? Dime tus penas.
DANTE:
¡Ay, infeliz, que son muchas!
MALANDRÍN:
Pues no me las digas todas;
que hartas habrá con algunas.
DANTE:
Aurelio, como a su amigo,
fiándome la pena suya,
me dijo que a Irene adora.
MALANDRÍN: Pues ¿qué
importa?
DANTE:
¿Hay tal locura?
MALANDRÍN: La locura es
importar
entre amigos. ¿Que se pudra
un hombre de que otro quiera
lo que él quiere?
DANTE:
Si no escuchas,
no diré que de este acaso
en nuevo duelo resulta
reñir los dos, y que el rey
a partido nos reduzca
de que el que case con ella
pierda...
MALANDRÍN:
¿Qué?
DANTE:
...la gracia suya.
MALANDRÍN: Pues ¿hay más
de no casarse?
¿Vale tanto una hermosura,
señor, como una privanza?
DANTE:
Y aun es de tantas fortunas
no la menor...
MALANDRÍN:
¿Qué?
DANTE:
... que Aminta
generosamente acuda
a vengar sus sentimientos.
MALANDRÍN: Por cierto
que tú te asustas
de una cosa que no sé
en qué discreción la fundas;
pues cuando está más celosa
es cuando está más segura
una dama. ¿Por qué piensas
que en este tiempo es cordura
tener un hombre dos damas,
sino porque, si la una
falta, quede la otra que
la cátedra sustituya?
Y así soy de parecer
que a Irene dejes y suplas
a la una con la otra,
y a la otra con la una.
DANTE:
Calla, loco, no prosigas;
que el oírte me disgusta,
cuando, al ver que una me obliga
al paso que otra me injuria,
temo que desesperado
al mar me arrojen mis furias,
donde en el último aliento
digan lástimas tan justas...
Dentro
LIDORO:
¡Ay infelice de mí,
contra cuya suerte dura
todo el poder de los hados
tiranamente se
aúna!
DANTE:
Aguarda. ¿Qué voz es ésta?
MALANDRÍN: Pues ¿a quién
se lo preguntas?
¿Sélo yo?
DANTE:
A lo que se deja
ver, entre ruinas caducas
que el mar a la tierra arroja,
de las ondas, con quien lucha,
parece que un hombre escapa
la vida casi difunta.
LIDORO:
¡Si aun no estás vengada, Venus,
de tu cólera sañuda,
no me des puerto en la tierra,
pero dame sepultura!
MALANDRÍN: Lo de
"morir a la orilla"
se dijo por él sin duda.
Sale LIDORO como arrojado y desnudo
DANTE:
Infelice peregrino
del mar, si de tu fortuna
la última línea no tocas,
el perdido aliento ayuda,
que otro infelice en sus brazos
te recibe, porque acuda
a quien fluctúa en el mar
quien en la tierra fluctúa.
LIDORO:
Si vuestra piedad... No puedo
proseguir; que la voz muda,
dentro del pecho anegada,
todos mis sentidos turba.
¡Ay infelice de mí!
¡Muerto soy!
Desmáyase
DANTE:
¡Qué desventura!
¿Si ha espirado?
MALANDRÍN:
No, señor,
que aun agonizando pulsa.
DANTE:
Llévale a aquesa cercana
población.
MALANDRÍN:
¿Quién?
DANTE:
Tú; y procura
que con algún beneficio
los alientos restituya.
MALANDRÍN: Juro a Baco
que es el dios
por quien los pícaros juran,
que tal no lleve. ¡Por cierto,
linda comisión!
DANTE:
¿Qué dudas?
MALANDRÍN: Andar con un
muerto a cuestas
por aquestas espesuras.
DANTE:
Llévale; que yo no puedo.
MALANDRÍN: Ni yo
tampoco. Sin duda,
que a lo que infiero era...
DANTE:
¿Qué?
MALANDRÍN: Amante de
sola una,
porque es necio tan pesado
que las costillas me abruma.
Vase MALANDRÍN, llevándolo a cuestas
a LIDORO
DANTE:
En efecto no hay desdicha
de quien no es otra mayor
consuelo.
Salen el REY, AURELIO, AMINTA e
IRENE
REY:
¡Dante!
DANTE:
¿Señor?
REY:
¿Has consultado, por dicha,
la respuesta que has de dar?
Que ya la de Aurelio sé.
DANTE:
Óigala yo, para que
a ella responda.
AURELIO:
Que estar
contra Irene conjurado
el poder de las estrellas
y que su destino en ellas
infausto nos diga el hado
no acobarda mi amor
la resolución gallarda,
porque sólo la acobarda
perder la gracia y favor
del rey, a quien, dando indicio
de mis lealtades, rendida
pongo a sus plantas mi vida
en humano sacrificio
que de ella hago a Irene bella;
pues, muriendo de dolor,
habrá
cumplido mi amor
con él, conmigo y con ella.
DANTE:
Pues yo, señor...
AMINTA:
(¡Ay de mí!
Aparte
¡Con qué de temores lucho!)
IRENE:
(Dos veces muero, si
escucho Aparte
desaires de un no y un sí.)
DANTE:
Pues yo, señor, asentado
que esto no toca en lealtad,
supuesto que es voluntad
tuya, digo que del hado
las amenazas no temo;
pues cuando precisas fueran,
y no contingentes, vieran
mis desdichas el extremo,
con que el miedo les perdía;
pues no es posible, señor,
que haya desdicha mayor
que no ser Irene mía.
Y siendo así, me prefiero,
tras el temor de los hados,
a perder puestos y estados;
porque, si hoy sin ella muero,
todo se pierde al perdella;
y quiero de aqueste modo,
perdiéndolo en ella todo,
perderlo todo y no a ella.
Y así, a tus plantas rendido,
la doy la mano.
REY:
Detente,
loco, bárbaro, imprudente,
necio y desagradecido;
que, aunque licencia te di
para que elección hicieras,
viendo que preferir quieras
tu amor a mi gracia así,
tanto el desdén he sentido,
puesto que no sea traición,
que, en castigo de esa acción,
no has de ser tú su marido;
sin todo te has de quedar. --
A AURELIO
Y en premio de que tú fueses
quien más mi favor quisieses
que no adquirir y lograr
una hermosura, has de ser
quien la merezca; de modo
que venga a perderlo todo
quien nada quiso perder. --
A DANTE
De mi corte desterrado
al punto, Dante, saldrás,
sin más honores, sin más
hacienda ni más estado
que la vida. -- Y para que
sea el dolor más tirano,
A AURELIO
dale tú a Irene la mano
delante de él; que yo haré
ser tan
dichoso con ella
que desmienta mi favor
el ceño de su rigor
y el influjo de su estrella.
Dale la mano.
AURELIO:
Hoy verás,
Irene, que no temía
tu suerte, sino la mía.
IRENE:
Espera; que aun falta más. --
Al REY
Señor, aunque el hado impío
a ti me tiene rendida,
eres dueño de mi vida,
pero no de mi albedrío.
Y cuando su dueño fueras,
que es lo que en ninguna acción
aun los dioses no lo son,
obligarme no pudieras
a que le diera la mano
a quien, sabiendo que es mía,
lograrla no anteponía
al mayor favor humano.
A Dante no se la diera
tampoco, aunque lo mandaras;
porque cuantas luces claras
contiene del sol la esfera
no pudieran hacer, no,
habiendo -- ¡ay infeliz! -- sido
el que a tus pies me ha traído,
que no le aborrezca yo.
Con
que hoy a morir me ofrezco,
antes que darme al partido
ni de uno que me ha ofendido,
ni de otro a quien aborrezco.
Y así, de ninguno yo
he de ser; que, a ti rendida,
podrás quitarme la vida,
mas forzarme el alma no.
Pues cuando no baste estar
segunda vez sepultada,
me has de ver desesperada
echar de esa torre al mar.
Vase
REY:
¡Oye, aguarda! -- Ven conmigo,
Aurelio; que hoy has de ser
su esposo. -- Y tú agradecer
puedes que templo el castigo
de tu ingratitud villana.
Y así, sin puesto ni estado,
de mi vista desterrado
parte al instante.
Vase
AURELIO:
¡Qué ufana
la Fortuna me previene
dichas, pues por justa ley
gozo la gracia del rey
y la hermosura de Irene!
Vase
AMINTA:
¡Dante!
DANTE:
(¡Sólo hoy a mi vida
faltaba, desesperada,
tras desprecios de una amada,
quejas de una aborrecida!)
AMINTA:
Bien pensarás que quejosa
me tiene tu libertad,
Dante; pues sea o no verdad,
no me he de vengar celosa
de ti, ni de tus desvelos;
que soy quien soy, para que
mi sentimiento se dé
al partido de los celos.
Sin la gracia del rey vas
de su corte desterrado,
sin dama, hacienda ni estado.
No sé quién lo sienta más.
La dama no podré dalla,
que no es mía; mas podré
hacienda y estado, en fe
de que tan noble se halla
mi
voluntad que ofendida
aun sabrá volver por sí.
Espérame, Dante, aquí;
que para que de tu vida
repares la ruina, es bien
que yo -- corrida lo digo --
parta
mis joyas contigo.
Llévete el cielo con bien,
y dondequiera que fueres,
sepa yo, Dante, de ti.
Vase
DANTE:
¡Qué bien te vengas de mí!
Mas eres al fin quien eres,
y no te puedes negar
la estimación que te debes.
¡Que digan que no hay aleves
influjos para forzar
un albedrío! Es quimera;
porque ¿cómo puede ser
que quiera yo no querer,
y que quiera aunque no quiera,
sin que aquel desdén mitigue
este amor, y sin poder
que éste me obligue a querer,
ni
aquél a olvidar me obligue?
Miente el astro que ha influido
tan varios efectos hoy
que me hace, entre amor y olvido,
feliz e infeliz, pues soy
amado y aborrecido.
FIN DE LA PRIMERA JORNADA