JORNADA SEGUNDA
Sale LICANORO
LICANORO: ¿Qué pretende mi fortuna,
que tan enojosa y triste
con dos pasiones embiste,
pudiendo matar con una?
Y molesta e importuna
darle dos muertes previene
al que una vida no tiene,
siendo causa de las dos
la investigación de un dios
y la hermosura de Irene.
Sale CEUSIS
CEUSIS: ¿Qué solicita mi suerte,
que tirana y atrevida,
para quitarme una vida,
usa de una y otra muerte?
Justo celo, dolor fuerte
ocasiona mi tristeza,
siendo causa la aspereza
de mi cólera y mi furia,
del dios de Astarot la injuria
y de Irene la belleza.
LICANORO: ¿Adónde pudiera hallar
aquel hombre prodigioso,
porque de su misterioso
dios me volviese a informar?
CEUSIS: ¿Dónde pudiera encontrar
aquel monstruo peregrino
que a nuestra provincia vino,
para que mi saña vea,
y víctima humana sea
de nuestro ídolo divino?
LICANORO: ................... [ -ós]
......................
......................
...................... [ -ós]
Mas ¿cómo pretendo -- ¡ay Dios! --
buscarle, si preso lucho
de Irene divina?
CEUSIS: Mucho
es mi mal, mi pena atroz.
Suenan dentro los MÚSICOS
LICANORO: Mas ¿qué instrumento...?
CEUSIS: ¿Qué voz...?
LICANORO: ¿...es el que oigo?
CEUSIS: ¿...es la que escucho?
Cantan
MÚSICOS: "Sin mí, sin vos y sin Dios,
triste y confuso me veo;
sin Dios, por lo que os deseo,
sin mí, porque estoy en vos,
sin vos, porque no os poseo."
Sale IRENE
IRENE: No cantéis; que no permite
esta necia pasión mía
que de su melancolía
nadie el mérito la quite.
LICANORO: No, señora, solicite
vuestra tristeza estorbar
lisonja tan singular
a quien de ella traído viene.
Mandad, bellísima Irene,
que otra vez vuelva a cantar
ese bellísimo encanto.
IRENE: Mucho extraño que haya a quien
suene la música bien,
pudiendo escuchar el llanto.
CEUSIS: Más extraño yo y me espanto
de veros con tal
crueldad,
después que vuestra beldad
de su libertad gozó.
IRENE: Pues ¿quién os dijo que yo
gozo de mi libertad?
CEUSIS: El veros vivir, señora,
en palacio lo confiesa.
IRENE: ¿Y qué sabéis vos, si esa
también es prisión ahora?
LICANORO: ¿De qué suerte?
CEUSIS: ¿Cómo?
IRENE: ¡Flora!
Dentro FLORA
FLORA: ¿Qué mandas?
IRENE: Vuelve a cantar. --
Así pretendo atajar
vuestra plática, porqué
no pidáis que razón dé
de razón que no he de dar.
Cantan
MÚSICOS: "Sin mí, sin vos y sin Dios,
triste y confuso me veo;
sin Dios, por lo que os deseo,
sin mí, porque estoy en vos,
sin vos, porque no os poseo."
LICANORO: Bien letra y tono parece
que compuso mi dolor,
viendo que el alma padece
un nuevo incendio de amor,
que nunca a ser mayor crece.
Su objeto somos los dos,
y aun Dios, pues al irme a hallar,
sin mí me hallo, y no con vos;
con que me vengo a quedar
sin mí, sin vos y sin Dios.
CEUSIS: Yo del imán soberano
de vuestros divinos ojos
contento estoy, aunque en vano
intento que los enojos
de mi dios vengue mi mano.
Si ir tras su ofensa deseo,
mi muerte en mi ausencia veo,
y entre los discursos varios
de dos afectos contrarios,
triste y confuso me veo.
LICANORO: Del dios que ignoro, hasta agora
principio ninguno hallé.
y aunque por saber de él llora
el alma, ciega es la fe
que a uno busca y a otro adora.
Si a Dios busco, a vos no os veo;
si os veo a vos, a Dios ignoro;
y así está mi devaneo
sin vos, por lo que os adoro,
sin Dios, por lo que os deseo.
CEUSIS: Desde el instante que os vi,
toda el alma os entregué;
y aunque el agravio sentí
de Astarot, también mi fe
me ha dejado a mí sin mí.
Perdone su ofensa el dios,
y dé castigo a los dos;
pues me ha de hallar desde
aquí
con vos, porque
estáis en mí,
sin mí, porque estoy en vos.
LICANORO: Tan corta es la dicha mía
que aun ser esperanza ignora.
CEUSIS: La mía no; porque sería
mostrar, quien sin ella adora,
cuán poco al mérito fía.
LICANORO: Yo no aspiro a tanto empleo...
CEUSIS: Yo aspiro a cuanto deseo...
LICANORO: ...y con gusto...
CEUSIS: ...y con pesar...
LICANORO: ...he de vivir...
CEUSIS: ...he de
estar...
LICANORO: ...sin vos.
CEUSIS: ...porque no os poseo.
IRENE: Si sois los que me habláis, dudo,
cuando a oír a los dos llego,
que a vos os jugzaba ciego
y a vos, Licanoro, mudo.
LICANORO: Nunca con más causa pudo
juzgarlo vuestra hermosura.
CEUSIS: Una razón lo asegura
bien en mí.
LICANORO: Y en mí lo advierte
un ejemplo.
IRENE: ¿De qué suerte?
CEUSIS: Ciego es [a] aquel que la pura
luz del sol falta.
IRENE: Es así.
CEUSIS: Y ciego, Irene, también
viene a ser aquel a quien
la luz del sol ciega.
IRENE: Di.
CEUSIS: [......................-í?]
Luego en mí este ejemplo cobra
fuerza; ciego estoy, pues obra
una experiencia tan alta,
allí porque luz me falta,
aquí porque luz me sobra.
LICANORO: ¿Que yo estoy más mudo ahora
que estuve entonces allí
probar no me toca?
IRENE: Sí.
LICANORO: Pues oye atenta, señora.
Mudo es aquél -- ¿quién lo ignora? --
que por falta de instrumento
no explica su sentimiento;
luego yo a estarlo me obligo;
pues cuando hablo más, no digo
lo menos de lo que siento.
Y aunque entonces embargada
la voz, pude en algún modo
por señas decirlo todo,
ya ahora no digo nada;
luego si al mirarla atada
de otorgarme te desdeñas
aun lisonjas tan pequeñas,
más mudo vengo ahora a estar,
pues no me puedo explicar
ni con voces ni con señas.
IRENE: Que estáis ciego y estáis mudo
los dos habéis pretendido
probar, valiéndoos a un tiempo
de cortesanos estilos;
y así, que vos estáis mudo
no he de creer, habiendo oído
atrevimientos tan mal
pensados como bien dichos.
Que estáis ciego vos creeré
más fácilmente, si miro
cuán ciego debe de estar
quien no ve que habla conmigo,
y para que no os parezca
por una parte mi juicio
tan fácil que le persuaden
sofísticos silogismos,
ni por otra tan grosero
que no os crea, determino
repartir entre los dos
las dudas y los designios.
LICANORO: Si yo pensara enojaros,
mármol fuera helado y frío.
CEUSIS: Lince fuera yo, aunque viera
vuestros enojos esquivos.
LICANORO: Porque atento a no ofenderos...
CEUSIS: Porque atento a conseguiros,
mi afecto os rindo postrado.
LICANORO: ...yo os le doy, mas no os le rindo. --
A CEUSIS
Mucho el ver que me compitas
con esa arrogancia estimo.
CEUSIS: Pues ¿quién te ha dicho que yo,
Licanoro, te compito?
LICANORO: Lo bien que a ti te estuviera
cualquiera igualdad conmigo.
CEUSIS: Pues ¿cuándo yo...?
IRENE: Bien está;
y ya que ostentar los bríos
intentáis, para que sea
en mejor lid, solicito
daros a entender la queja
que de los dos he tenido,
el valor de que me ofendo
y el amor de que me obligo.
Usa el gran dios de Astarot
con los dos de sus prodigios,
póneme a mí en libertad,
interrumpe el sacrificio
un hombre que al templo llega,
extranjero advenedizo,
abortado de esos mares,
y engendrado de esos riscos.
Enmudece nuestro dios,
publica el nombre de Cristo,
desaparece en el viento
y, usando de sus hechizos,
aunque le buscan en montes
y en ciudades los ministros
de mi padre, no le hallan;
y para mortal castigo,
enojado nuestro dios,
nos niega sus vaticinios.
Y cuando yo con tan grandes
penas me ahogo y me aflijo
con más causa, porque
el dios
de Astarot es dueño mío,
después que le consagré
alma y vida en sacrificio,
antes de vengar su ofensa,
tan necios o inadvertidos
venís a decirme amores,
sin advertir cuánto ha sido
indigno de mi fineza
quien no es de mi pena digno.
[Mía] es la ofensa del dios
de Astarot; a mí me hizo
aquel asombro el ultraje,
el desaire aquel prodigio.
Pues ¿cómo, cómo queréis
que yo os premie, cuando os miro
tan desairados a vista
de los sentimientos míos?
Y si ostentar pretendéis
las altiveces, los bríos,
rendimientos y finezas,
idos de mi vista, idos;
y ninguno vuelva a ella
sin traerme algún indicio;
que a aquél que me le trajere
a favorecer me obligo
con la vida y con el alma,
que es ofrecerle lo mismo
que desagravio, supuesto
que por suyas las estimo.
CEUSIS: ¿Eso ofreces?
IRENE: Esto ofrezco.
LICANORO: ¿Eso dices?
IRENE: Esto digo.
CEUSIS: Pues yo le traeré a tus
plantas,
si sé por varios
caminos
pisar montes, sulcar mares,
desde donde ese Narciso
de los cielos nace en flores,
hasta donde muere en vidrio.
Vase
LICANORO: Yo no te ofrezco traerle.
IRENE: ¿Por qué?
LICANORO: Porque no me animo
a tanta empresa, aunque pierda
de esa esperanza el alivio.
IRENE: ¿Cómo?
LICANORO: Como hombre a quien guarda
su dios, señora, es preciso
seguro estar de nosotros,
aun entre nosotros mismos.
Y tengo a menos desaire
no ofrecer, amante y fino,
lo que no sé si podré
cumplir después de ofrecido.
IRENE: ¡Ay, Licanoro, mal haces!
LICANORO: ¿Cómo o por qué?
IRENE: No me animo
a decirlo yo tampoco;
que no me está bien decirlo.
LICANORO: Peor me está a mí no entenderlo.
IRENE: Pues partamos el camino;
yo te diré la mitad
de la razón que no digo;
adelanta tú al discurso
la otra mitad, y preciso
será que nos encontremos
a entenderlo sin decirlo.
LICANORO: Has dicho bien.
IRENE: Pues yo empiezo.
LICANORO: Y yo, señora, te sigo.
IRENE: Al que me traiga a aquel hombre
favorecer he ofrecido.
Ya he dado yo el primer
paso.
LICANORO: Yo le doy ahora, y te pido
no me mandes eso solo,
y verás cómo te sirvo.
IRENE: Mucho que tú le trajeras
estimara mi albedrío.
LICANORO: No me atrevo contra un dios
que, aunque le ignoro, le estimo.
IRENE: Muy lejos vas de encontrarme,
Licanoro.
LICANORO: Fuerza ha sido,
Irene; porque los dos
seguimos rumbos distintos.
IRENE: Con todo eso, quiero dar
otro paso.
LICANORO: Y yo otro indicio.
IRENE: El dios de Astarot está
enojado y ofendido.
LICANORO: Luego quien pudo ofenderle
y agraviarle habrá podido
más que él.
IRENE: Su ofensa es mi ofensa.
LICANORO: Dios es; vénguese a sí mismo.
IRENE: Mira que vas, Licanoro,
dejando atrás el camino.
LICANORO: Tú eres quien le pierde, Irene.
IRENE: Pues volvamos al principio.
Quien a los dioses ultraja
fuerza es que quien me ha querido
desagravie.
LICANORO: ¿Quién a un dios
que dejarse agraviar quiso
desagraviará?
IRENE: Tú sólo.
LICANORO: Es engaño.
IRENE: Eso es delirio.
LICANORO: Ésa ilusión.
IRENE: Eso miedo.
LICANORO: Ésa ignorancia.
IRENE: Es preciso;
y no nos busquemos más,
puesto que ya nos perdimos;
siendo yo tan desdichada
que, tú ingrato y Ceusis fino,
me ha de deber el favor
quien no me debió el cariño.
Vase
LICANORO: ¡Que sea en mí tan poderosa
esta aprehensión de que ha habido
primer causa de las causas,
dios sin fin y sin principio,
que no deja en mi discurso
razón, elección ni arbitrio
aun para amar, cuando más
a la hermosura me inclino
de Irene! Pues por creer
que aquel Dios de quien ya dijo
el extranjero las señas
y el que yo adoro es el mismo,
a ofenderle no me atrevo.
¡Valedme, cielos benignos!
Que a tanto misterio falta
la razón, fallece el juicio.
Si tres personas y un dios
predica, y éstas han sido
el Padre y el Hijo amado
y el Espíritu divino,
¿cómo, no habiendo nombrado
otro dios que el Uno y Trino,
Cristo es verdadero Dios
dijo también? ¿Quién es Cristo
de estas tres personas?
Dentro el SACERDOTE
SACERDOTE: Presto
saldrás de ese laberinto
de dudas y confusiones.
LICANORO: ¿Dónde o cómo? Mas ¿qué miro?
El rey es, y tan suspenso
viene que aquí no me ha visto.
No le quiero hablar, porque
no embarace los motivos
de mis discursos. Dad, cielos,
nueva luz a mis sentidos,
que entre un dios y una belleza
anda delirando el juicio.
Vase. Salen el REY y el SACERDOTE
REY: No hay consuelo para mí.
SACERDOTE: Presto, señor, como he dicho,
saldrás de esa confusión,
en firmando los edictos.
En ellos de todo el reino
avisarás los ministros
que a aquel hombre prendan, donde
quiera que tengan aviso
de él, por las señas que envías,
ensanchando tus distritos
hasta el reino de Astiages
tu hermano, de quien confío
que hará mayor diligencia.
REY: Hasta que en el poder mío
le veo, y haga en las aras
de Astarot su sacrificio,
no ha de haber consuelo en mí,
por verle tan ofendido.
Pon aquí aquesos papeles,
y nadie entre mientras firmo.
Leer quiero en esta minuta
de los demás el estilo.
Pone el SACERDOTE unos papeles que trae sobre un
bufete y vase; y el REY, sentado junto al bufete, lee
un
papel
REY: "Nobles prefectos de
Armenia,
jueces y legados
míos,
sabed que a nuestra provincia
llegó un humano prodigio
que, alterando nuestras leyes,
las ceremonias y ritos,
un nuevo dios predicando,
turbó nuestros sacrificios.
Huyóse al punto; y así
conviene a nuestro servicio
que le busquéis y prendáis;
para cuyo efecto envío
sus señas. Son pobres
ropas,
y él un esqueleto
vivo."
¡Ay de mí, que de acordarme
de él ahora tiemblo y me aflijo,
y tan presente le tengo
que parece que le miro!
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: En vano, rey engañado,
despachas contra mí edictos,
para que me busquen otros,
si yo me traigo a mí mismo.
Prosigue; que, porque no
yerres la copia, he venido
a que de mí la traslades.
REY: Ilusión de mis sentidos,
sombra de mi devaneo,
de mi discurso delirio,
¿cómo has entrado hasta aquí?
BARTOLOMÉ: Quien del cielo a abrirte vino
las puertas bien es que
abiertas
halle las de tu
retiro.
¿Diligencias para hallarme
haces? ¿Qué me quieres? Dilo;
que ya presente me tienes.
REY: De tus encantos y hechizos
no menor efecto es
el haberte aquí venido
que el haberte allá ausentado;
y aunque es la verdad que quiso
mi deseo verte, ya
tomara no haberte visto.
¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres?
BARTOLOMÉ: Hacer al cielo testigo,
al sol, la luna y estrellas,
astros, planetas y signos,
del gran poder de mi Dios,
cuya nueva ley publico;
porque soy uno de doce
discípulos escogidos
que a sembrar por todo el mundo
de su Evangelio venimos
la semilla; y nos envía
de fe y esperanza ricos.
Y así, en nombre suyo vengo
a aplazarte un desafío,
a cuyo duelo señalo
de aqueste gran templo el sitio,
por armas sola mi voz,
y por juez a tu dios mismo.
En él me hallarás. A él
haz que vengan
prevenidos
los sacerdotes, tus sabios,
todos a argüir conmigo,
en presencia de tu dios;
y el que quedare vencido
a manos del otro muera.
REY: Tanto de mis dioses fío
y de mis sabios espero
que lo acepto y lo permito.
BARTOLOMÉ: Pues en el templo te aguardo,
y me hallarás en el sitio
armado de fe, que son
las armas con que yo lidio.
Desaparece
REY: ¡Espera, aguarda! -- En el aire
se ha desaparecido.
Divinos dioses, ¿es sueño,
es encanto o es delirio? --
¡Hola!
Sale el SACERDOTE
SACERDOTE: Señor, ¿qué me mandas?
REY: ¿No habéis visto, no habéis visto
aquel pasmo, aquel horror?
SACERDOTE: ¿Quién?
REY: El profeta de Cristo.
SACERDOTE: Engaño es de tu deseo;
nadie ha entrado ni ha salido,
porque yo he estado a la puerta.
REY: No es; que aquí estuvo conmigo,
yo le he visto, yo le he hablado,
por señas de que me ha dicho
que quiere hacer con mis sabios
certamen y desafío
de sus ciencias. Y así al punto
se truequen estos edictos
en pregones que convoquen,
dando de esta lid aviso
a los sabios de mi reino;
que yo, postrado y rendido
al asombro de su voz,
de su semblante al prodigio,
en mis sombras tropezando,
voy huyendo de mí mismo.
Vanse. Descúbrese el templo y sale
LIRÓN
LIRÓN: "Mijor se puede pasar
todo el año sin moger
que dos días sin comer,"
dice un badajo vulgar;
y cuando él no lo dijera,
pudiera decirlo yo,
que buen badajo me so.
¡Ay hambre terrible y fiera,
cuánto tu vista me
espanta!
Pescudaba un hombre un día
dónde cae el mediodía,
y otro dijo, "A la garganta."
Dígalo yo; que dempués
que mueso dios perdió el habra,
y que sola una palabra
pronunciar no quiere, es
tan poca la devoción
que con él la gente tiene
que nadie a su tempro viene;
con lo cual de la ración
la quitación ha llegado;
que no hay tan sola una ofrenda,
que era mi mijor hacienda.
Pues pobres hemos quedado,
remiendémonos los dos,
Astarón omnipotente,
y pues dicen comúnmente,
"Quien no habra, no le oye Dios,"
no el rofián mudéis conmigo;
habrad sola una palabra,
que dirán que a Dios que no habra
tampoco le oye el bodigo.
¿Aun no queréis? Pues
par Dios,
que habéis, ya que
mudo estáis,
de habrar, aunque no queráis,
o yo he de habrar por vos,
haciendo lo que he
pensado.
Yo me tengo de esconder
detrás de la estatua y ser
dende hoy ídolo barbado.
Que, viendo que habró Astarón,
y la habra cobró ya,
la devoción volverá
y volverá la ración.
A ganar voy, no a perder;
y cuando me salgan malos,
tan sólo matarme a palos
es lo que pueden hacer.
Y aunque no salga barato,
a quien su industria le vale,
barato el comer le sale.
Dentro LESBIA
LESBIA: ¿Adónde estáis, mentecato?
LIRÓN: Lesbia es ésta. Ella ha de ser
la que antes he de engañar.
Ahora bien, voyme a endiosar,
que es a tener que comer.
Pónese en el altar detrás del
ídolo. Sale LESBIA
LESBIA: ¿Dónde estáis, que no os encuentro,
simpronazo? Aun no responde
por su propio nombre. ¿Dónde
se habrá ido, que aquí dentro
ni huera le puedo hallar?
Y quisiera yo saber
si ha de busca la mujer
la comida.
Dentro
LIRÓN: No hay dudar.
LESBIA: ¿Qué voz es ésta -- ¡ay de mí! --
que en el mismo altar se oyó?
¿Quién es quien ahí habra?
LIRÓN: Yo.
LESBIA: ¿Es el dios de Astarón?
LIRÓN: Sí.
LESBIA: Pues ¿cómo os dignáis conmigo
de habrar hoy?
LIRÓN: Como me muero
de lo que he callado, y quiero
hartarme de habrar contigo.
LESBIA: ¿Que os merezca tal ventura
la mujer, señor, de vueso
barrendero?
LIRÓN: Y aun por eso,
que estó hecho una basura.
LESBIA: Ya que afabre os llego a ver,
¿queréis enviudarme?
LIRÓN: No;
porque ese milagro yo
para mí lo he menester.
LESBIA: Pues ¿cómo podré pasar
con marido de aquel talle?
LIRÓN: Tratando de regalalle.
LESBIA: ¿Con qué le he de regalar,
si no tenemos los dos
manjares que satisfacen?
LIRÓN: Buscadlos vos; que así hacen
otros mijores que vos.
LESBIA: Por no ofenderos, confieso
que mil hambres padecí.
LIRÓN: No las padezcáis; que a mí
no se me da nada de eso.
......................
LESBIA: Pues yo lo haré así.
LIRÓN: Haréis bien.
Sale el SACERDOTE
SACERDOTE: ¿Quién, dioses piadosos, quién
........................
creerá que aquella ilusión
tanto al rey ha persuadido
que manda que prevenido
el templo tenga, a ocasión
de la lid que en él espera?
LESBIA: ¿Vos licencia me dais?
LIRÓN: Sí.
SACERDOTE: Mas ¿quién es quien habla aquí?
LESBIA: Yo soy, señor; y quisiera
pedirte albricias.
SACERDOTE: ¿De qué?
LESBIA: De que ya Astarón habró.
SACERDOTE: ¿Quién, Lesbia, lo dice?
LIRÓN: Yo.
SACERDOTE: ¡Felice, pues escuché
su voz! Sin duda ha querido,
viendo que el rey ha aceptado
el desafío aplazado,
volver por su honor perdido.
A decirlo al rey iré,
para que el concurso sea
mayor, y este monstruo vea
sus maravillas; aunqué
el salir es excusado,
pues dice sonoro el
viento
con cuánto acompañamiento
el rey en el templo ha entrado.
Ya el velo puedo correr.
Descúbrese el ídolo vestido como
estaba el DEMONIO, y salen el REY, LICANORO, e IRENE y
ACOMPAÑAMIENTO
LIRÓN: (¡Si me ve, hoy muero!) Aparte
SACERDOTE: Señor,
albricias de la mayor
fortuna que merecer
pudo tu imperio.
REY: ¿Qué ha sido?
SACERDOTE: Ya el cielo vuelve por ti
y por tu causa; y así
nuestro gran dios ha querido
dolerse de nuestro llanto.
LIRÓN: (¡Ay, que el rey mismo me adora! Aparte
Estó por decir ahora
que no lo hice yo por tanto.
Mas mijor es proseguir
el engaño, ya que en él
estó empeñado.)
SACERDOTE: Ya fiel
vuelve en su culto a lucir. --
Llegad, preguntadle todos
y veréis si da este día
respuesta como solía.
LIRÓN: (Distintos serán los modos; Aparte
mas al fin responderá
bien o mal, como saliere.)
REY: Bello esplendor que prefiere
a la luz que el sol nos da,
pues hoy ha de ser aquí
la lid de uno y otro dios,
volved, gran señor, por vos.
LIRÓN: Yo me acordaré de mí.
REY: No permitáis que ensalzado
en nuestras aras se vea
dios que ignoramos quién sea.
LIRÓN: Yo me tengo harto cuidado.
REY: ¿No hablas, Licanoro?
LICANORO: No
quisiera, por excusar
lo que le he de preguntar. --
Cristo ¿quién es?
LIRÓN: ¿Qué sé yo?
SACERDOTE: ¿Dónde está, gran señor, di,
que mis ojos no lo ven,
el extranjero con quien
arguir nos mandas?
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: Aquí;
que quien lidia voluntario
por su Dios no ha de hüir,
hasta vencer o morir,
la cara de su contrario.
REY: Mira qué poco sirvió
aquella prisión de fuego,
pues habló la estatua luego.
LIRÓN: (Gracias a por quien habró; Aparte
que a fe que se las debéis.
¿Qué va que vienen los palos
primero que los regalos?)
REY: Ea, ya empezar podéis.
SACERDOTE: Manda, señor, que la opinión asiente,
porque con fundamento se argumente.
BARTOLOMÉ: Yo defiendo que un Dios...
Sale CEUSIS
CEUSIS: Antes
que empiece
la cuestión, si mi
celo lo merece,
y das licencia, gran señor, te pido
que me escuches.
REY: ¿Qué traes? ¿Qué ha sucedido?
CEUSIS: En busca de esta fiera
que escandalosa toda el Asia altera,
penetraba los montes
que dividen al sol en
horizontes,
cuando en lo más
oculto
de las entrañas de un peñasco inculto
que, entreabierta la boca,
haciendo labios de una y otra roca,
parece, con pereza,
que el monte melancólico bosteza,
vi una mujer, si pudo
del traje lo vestido o lo desnudo
darme de serlo señas;
porque más parecía entre las peñas
bulto que inanimado
el acaso sin arte había formado;
cuya duda creyera,
si con humana voz no me dijera,
que aun ahora me aflige...
Sale el DEMONIO en traje de mujer
DEMONIO: Aguarda; yo diré lo que te dije.
"Gallardo joven, engañado vienes
a buscar lo que ya en tu corte tienes;
pues ese monstruo humano
que de su nuevo dios intenta en vano
introducir el nombre,
predicándole Cristo, Dios y hombre,
ya de estos montes, que traidores
fueron,
pues tres días oculto
le tuvieron,
falta. Yo lo he sabido,
porque no hay para mí centro escondido,
siendo yo Selenisa,
del gran dios de Astarot la pitonisa.
Estos páramos vivo,
donde observo mejor, mejor percibo
los humanos desvelos
en el rápido curso de los cielos.
Por mis observaciones he alcanzado
que a un duelo va aplazado
donde, si bien infiero
que el gran dios de Astarot parezca, quiero
entre sus sabios verme,
por ver así si a mí puede vencerme.
Esta la causa ha sido
de haber," dije, "a la luz del sol
salido."
Mas él, que de mi acción mi ser colige,
me dijo...
CEUSIS: Yo diré lo que te dije.
"Vente conmigo, adonde
tu ciencia, que a tu ingenio corresponde,
este prodigio venza.¯
DEMONIO: Obedecíle, y pues cuando comienza
el argumento llego,
que me admitas a él, señor, te ruego.
REY: De que tú a este concurso hayas venido
estoy a mi fortuna agradecido.
DEMONIO: Pues yo, dándome, señor,
vuestra majestad licencia,
vos, serenísima infanta,
altos príncipes, nobleza
y plebe, porque a ese espanto
hoy todo tu pueblo vea,
que, siendo yo una mujer,
menos capaz de la ciencia,
basto para conclüirle,
le propondré la primera
cuestión, y podrán después
tomar la réplica de ella
con mayor autoridad
los que mejor la defiendan.
LIRÓN: (Malo es ser dios en cuclillas; Aparte
quebradas tengo las piernas.)
DEMONIO: Tú, peregrino extranjero,
¿en tus principios asientas
un dios solo, y que éste es
tres personas y una esencia?
BARTOLOMÉ: Sí.
DEMONIO: No es esa la cuestión,
aunque contra ésa pudiera
argüir, porque pretendo
tomarla desde más cerca.
Después de haber asentado
esa Trinidad inmensa,
asientas también que Cristo
es Dios; y así contra esta
parte de tus conclusiones
he de argüir.
BARTOLOMÉ: Fuerza era
que contra la humanidad
te declarases, porque ella
fue en tu primera ojeriza
asunto de tu soberbia.
Ya te he conocido; di,
forma el silogismo, empieza.
DEMONIO: Quien dice que hay sólo un dios
en tres personas y prueba
que éstas son el Padre, el
Hijo
y el Espíritu, da
muestra
que no hay más dios.
BARTOLOMÉ: Es verdad.
DEMONIO: Pues contra ti mismo enseñas
que Cristo es Dios verdadero.
Cristo es persona diversa;
luego son los dioses dos
o Cristo no es dios, o aquesas
personas, si es dios, son cuatro.
BARTOLOMÉ: Distingo la consecuencia;
que las personas sean tres
concedo; que una no sea
de ellas Cristo niego.
DEMONIO: Pruebo;
Cristo "ungido" manifiesta,
que es humanidad.
BARTOLOMÉ: Concedo
la mayor.
DEMONIO: Dios es eterna
divinidad.
BARTOLOMÉ: La menor
concedo.
DEMONIO: Luego evidencia
es que divino y humano,
que son distancias diversas,
implican contradicción.
BARTOLOMÉ: No es. Niego la consecuencia;
que el Hijo, que es de las tres
segunda persona eterna,
es Dios y hombre verdadero.
DEMONIO: ¿Hombre y Dios?
BARTOLOMÉ: Sí. ¡Aguarda, espera!
DEMONIO: Hombre es, pues fue concebido
de humana naturaleza.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues divinidad
y humanidad une y mezcla.
DEMONIO: Hombre es, pues su misma madre
conoce de Adán la deuda.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues al elegirla
de la culpa la preserva.
DEMONIO: Hombre es, pues ella en efecto
en sus entrañas le engendra.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues su encarnación
sin obra es de varón hecha.
DEMONIO: Hombre es, pues de ella nace,
tomando su carne mesma.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues queda en el parto
antes y después doncella.
DEMONIO: Hombre es, pues sujeto nace
del tiempo a las inclemencias.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues que los
pastores
y tres reyes le veneran.
DEMONIO: Hombre es, pues sus padres le
pierden del templo a la puerta.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues dentro le hallaron,
leyendo divinas ciencias.
DEMONIO: Hombre es, pues de temor
huye
a Egipto y su patria
deja.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues derriba huyendo
cuantos ídolos encuentra.
DEMONIO: Hombre es, pues en el desierto
la hambre y sed le atormentan.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues cuarenta días
les pudo hacer resistencia.
DEMONIO: Hombre es, pues que se le atreven
a tentar con duras piedras.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues con una voz
tres tentaciones ahuyenta.
DEMONIO: Hombre es, pues de hombres se vale,
y ésos de suma pobreza.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues que la humildad
elige por compañera.
DEMONIO: Hombre es, pues uno de doce
trata de ponerle en venta.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues aun a ese mismo
lava y consigo le asienta.
DEMONIO: Hombre es, pues sentencia oye
de muerte, y no la remedia.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues, por darnos
vida,
se dispone a esa
sentencia.
DEMONIO: Hombre es, pues en una cruz
clavado padece afrentas.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues el perdón pide
de los que le han puesto en ella.
DEMONIO: Hombre es, pues espira y muere.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues muriendo deja
vencida la muerte, y hacen
sentimiento cielo y tierra.
DEMONIO: Hombre es, pues desamparado
el cuerpo cadáver queda.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues de los infiernos
baja a quebrantar las
puertas.
DEMONIO: Hombre es, pues de hombre dejó
en el mundo tantas prendas.
BARTOLOMÉ: Y Dios, pues que Dios y hombre
en los cielos vive y reina,
de donde vivos y
muertos
vendrá a juzgar.
Cae el DEMONIO a los pies de
BARTOLOMÉ
DEMONIO: ¡Cesa, cesa!
Que ya sé que hombre y Dios
está sentado a la diestra
del padre, hasta que por fuego
a juzgar el siglo venga.
BARTOLOMÉ: Pues si tú mismo, tú mismo
lo publicas y confiesas,
después que mudo en la estatua
quedaste por mi obediencia,
ella postrada también
a mi voz caiga y descienda;
no tenga altares estatua
que manda Dios que perezca.
Húndese el altar con el ídolo y se
descubre LIRÓN
LIRÓN: Cierto que so desgraciado
dios, por do bajar quijera;
pero echaréme a
rodar,
y de su mano me tenga
el dios que esté más a mano.
Échase a rodar, y vase
CEUSIS: ¡Que esto los cielos consientan!
TODOS: ¡Viva Cristo! ¡Cristo viva!
BARTOLOMÉ: Viendo, Señor, tus grandezas,
tus maravillas y asombros,
¿quién no se rinde y sujeta?
DEMONIO: Ni me sujeto ni rindo,
Bartolomé, pues me queda
otra viva estatua en quien
puedo hacerte mayor guerra
que la que me has hecho. Dueño
soy de Irene; y así de ella
no podrás echarme, pues
posesión me dio ella mesma.
BARTOLOMÉ: Tú no pudiste adquirir
posesión segura y cierta
de Irene, cuyo albedrío
puede mejorar la senda.
DEMONIO: Ya, mediante la justicia,
es mía, y tengo licencia
de Dios para que del pacto
así el castigo padezca.
BARTOLOMÉ: Aunque la dé su justicia,
la quitará su clemencia.
DEMONIO: En tanto podré en su pecho
mover bandos, armar guerras,
pervertir buenos intentos,
alentar acciones fieras,
sembrar cizañas y errores.
BARTOLOMÉ: No tanto bien te prometas,
pues sabes que sus secretos
te ponen unas cadenas
a que siempre estés
atado.
DEMONIO: Tal vez podré, aunque ellas sean
las cadenas del demonio,
quebrantarlas y romperlas.
FIN DE LA JORNADA SEGUNDA