JORNADA PRIMERA
Dentro ROSICLER, FLORISEO, FAUNO y
CRIADOS
ROSICLER: ¡Talad de este horizonte
la rústica cerviz!
FLORISEO: ¡Al valle!
CRIADO: ¡Al monte!
FLORISEO: ¡A la cumbre!
CRIADO: ¡A lo llano!
FAUNO: Muchos cobardes sois, pero es en vano
temer yo tanto número de gente;
que mil cobardes no hacen un valiente
para lidiar conmigo.
Sale FAUNO, vestido de pieles y con un
bastón grande y nudoso, lo más extraño y
feroz que pueda, y tras él don ROSICLER con espada
desnuda
ROSICLER: Yo solamente, bárbaro, te sigo;
porque tengo tu vida
a mi fama ofrecida,
y he de quitar de este gitano imperio
la esclavitud que todo su hemisferio
padece, a tus rigores
enseñado.
FAUNO: ¿Sabes que soy el Fauno endemoniado,
hijo feroz, como mi ser lo avisa,
de un espíritu y de una pitonisa,
compuesto de hombre, de demonio y fiera,
escándalo del mar y de la esfera,
vivo horror de esta lóbrega montaña
y escollo vivo de esa azul campaña?
ROSICLER: Sé que son tus prodigios singulares
peligro de estos montes y estos mares.
FAUNO: Si tanto aliento tienes
que ya lo sabes y a matarme vienes,
atrévete, infelice caballero,
a hacer campo conmigo. Yo te espero
en esta cueva oscura,
donde -- partida, no la lumbre pura
del sol, que hermoso alumbra,
sino la oscuridad, sino la sombra
de la noche importuna,
jeroglífico ya de la Fortuna --
harás campo conmigo.
ROSICLER: ¿Qué esperas? Ya te sigo.
FAUNO: Pues ya la infausta boca,
de quien mordaza fue una dura roca,
está abierta, entra, pues. (Así pretendo Aparte
que entren todos tras él, porque, saliendo
yo por la gruta que desotra parte
obró naturaleza sin el arte,
se pierdan todos dentro,
y sea su sepulcro el triste centro
desta bóveda oscura.
Tendrán a un tiempo muerte y sepultura.)
Vase
ROSICLER: Hoy sabrás que no puedo
ver yo el semblante pálido del miedo.
Sale don FLORISEO
FLORISEO: ¿Dónde vas de esa suerte?
ROSICLER: A dar al Fauno en esa cueva muerte.
FLORISEO: Entremos, pues.
ROSICLER: Yo solo le haré guerra.
FLORISEO: Sin mí tú no has de entrar.
Luchan los dos sobre cuál ha de entrar,
suenan dentro cajas, clarines y
voces, y los dos, al
oírlo, se suspenden
VOCES: ¡A tierra, a tierra!
ROSICLER: ¿Qué repetidas voces
desacordadas suenan y
veloces?
FLORISEO: Tierra dicen, mas es en la montaña,
que a ser la parte que Neptuno baña,
ser bajel era cierto
que aportaba a la paz deste desierto.
ROSICLER: Pues sea lo que fuere,
déjame entrar.
Vuelven a luchar
FLORISEO: Sin mí jamás lo espere
osado tu valor; y más si creo
el gran prodigio que en el aire veo.
Descúbrese el castillo
ROSICLER: ¡Gran maravilla encierra!
¡Santos cielos! ¿Qué es esto?
VOCES: ¡A tierra, a
tierra!
ROSICLER: Con más causa me admiro
cuando el horror, que no encareces, miro;
pues la estación vacía,
claraboya dïáfana del día,
es mar que con asombros
sufre un bajel de piedra, y en sus hombros
a errar tan veloz llega
que sobre golfos de átomos navega.
FLORISEO: Un castillo eminente
es la proa del cubo de la frente;
ondas de vidrio corre;
árbol mayor es una excelsa torre,
jarcias son las almenas,
de banderolas y estandartes
llenas,
popa una cristalina
galería,
hermoso espejo en que se toca el día.
El farol es un sol que en arreboles
duplica rayos, multiplica soles;
y, en fin, todo portento,
es pájaro del mar y pez del viento.
Mas, por dejar la admiración pasmada,
sin plumas vuela, sin escamas nada,
con presunción tan grave
que, atendido mejor, ni es pez ni es ave.
ROSICLER: ¡Oh tú, ciudad movible,
si eres tu dueño tú o
inaccesible
el timón te gobierna o el piloto
que halló camino en rumbo tan remoto,
abate, abate el vuelo,
y déte abrigo este gitano suelo,
si ya el mar no te espera,
que tú tendrás el mar por tu ribera!
Pues quien sulca en el viento,
¿quién duda que en el mar tendrá su asiento?
Baja el castillo
FLORISEO: A tus voces parece
que el castillo se humilla o se agradece,
pues, posado en la roca
que a la cueva del Fauno abrió la boca,
le deja sepultado,
seguro el monte ya, y a ti vengado.
Asiéntase en tierra el castillo y abren la
puerta
ROSICLER: Un pasmo a otro sucede, pues, abiertas
del castillo veloz las altas puertas,
un escuadrón de ninfas se me ofrece.
FLORISEO: La isla del Fauno isla del sol parece.
Salen todas las damas que puedan,
SIRENE, ARMINDA y
LINDABRIDIS, vestidas ricamente, y traerá ARMINDA una
rodela, y en ella un cartel
LINDABRIDIS: Si una mujer peregrina
hallar piedad es posible,
por peregrina y mujer,
en vuestros pechos, decidme,
¿qué tierra es ésta que toco?
¿Qué montes los que se miden
con las estrellas? ¿Qué mares
los que su esmeralda ciñen?
Porque me importa saber,
antes que su arena pise,
qué clima es y quién la habita,
qué tierra es y quién la rige.
ROSICLER: Huéspeda hermosa del aire,
porque mis voces te obliguen
a pagar también en voces
esa deuda que me pides,
escúchame. Este caduco
homenaje que resiste
embates de mar y viento,
con dos enemigos
firme,
es el Cáucaso eminente.
Esta isla, donde asiste
el endemoniado Fauno,
albergue fue oscuro y triste
a quien ese muro ya
de monumento le sirve.
La corona de este imperio
es Menfis, y quien la rige
es el magno Tolomeo,
dueño del alma de Euclides.
Yo soy Rosicler de Tracia,
hermano soy
invencible
del caballero del Febo.
El que a tu deidad se rinde
don Floriseo es de Persia.
A tan remotos países
nos trajo ambición de honor;
que éste en nuestros
pechos vive.
A vencer vine un prodigio,
a cuya empresa me sigue
Floriseo; que los dos
profesamos las insignes
leyes de caballería;
y si mi intento
consigue
vencer la duda, que ya
dentro del alma reside,
con mayor causa diré,
agradecido y humilde,
venciendo mis confusiones,
que a vencer prodigios vine.
LINDABRIDIS: Tartaria, aquella provincia
que sobre las dos cervices
de África y Asia se sienta,
rica, hermosa y apacible,
aquélla que dos mitades
del orbe abraza y divide,
línea de plata el Orontes,
pauta de cristal el Tigris,
es mi patria. Hija soy noble
de Brutamonte, felice
rey de Tartaria. Mi nombre,
en ofensa de Floripes,
de Angélica y Bradamante,
es la sin par
Lindabridis,
heredera de su imperio,
si el hado no me lo impide;
pues a esta instancia discurro
el orbe. Y porque os admire
el oírme como el verme,
con más atención oídme.
Es de mi patria heredada
costumbre que no apellide
el pueblo príncipe augusto,
ni le adore, ni se humille
al hijo mayor del rey;
que sólo hereda y preside
el que él en su testamento
a la hora de morirse
deja en sus hijos nombrado;
que así el imperio consigue
altos reyes, porque todos,
por llegar a preferirse
a sus hermanos, se crían
magnánimos y sutiles,
doctos en ciencias y en
armas,
sin que ley tan sola
olvide
las hembras, pues no lo es
que el ser mujeres nos quite
la acción de reinar.
En fin,
atentos a la sublime
dignidad, yo y Meridián
mi hermano, segundo Ulises,
nos crïamos en Tartaria.
Bien os acordáis que dije
que la elección heredaba,
porque el nacer era libre;
pues, rendido Brutamonte,
humano sol, a su eclipse
-- ¡oh violencia, qué no postras!
¡oh humanidad, qué no
rindes! --
llegó el caso de
nombrar
sucesor -- ¡lance terrible! --
entre mí e Meridián;
y al tiempo que "Herede", dice,
"este imperio...", perdió el habla,
dejando confuso y triste
el reino; y pasando entonces
a mejor vida, pues vive
al lado del sol, adonde
lucero añadido asiste,
dejó en duda la elección
y en bandos parcial y libre
la plebe que, alborotada,
por las calles se divide
diciendo unos "Meridián
viva" y otros "Lindabridis".
Llegó la pasión a extremos
tales que en guerras civiles
la Tartaria ardió. Ya eran
las campañas apacibles
de Flora selvas de Marte,
pues, variados los matices,
tal vez murieron claveles
los que nacieron
jazmines.
Un día que frente a frente
los dos campos se compiten,
haciendo aceros y plumas
de un abril muchos abriles,
delante yo de mi
gente,
ocupaba la invencible
espalda a una turca alfana,
que entre el copete y las crines
se ocultaba de tal forma
que, con las ondas que finge,
dio a entender que sus espumas
iba cortando en un cisne.
En otra parte mi hermano
un persa hipogrifo oprime,
tan fiero que, despreciando
su especie, osado y terrible,
se manchó de espuma y sangre;
gustando él que le salpiquen
por desmentirse caballo
con los remiendos de tigre.
Ya con el marcial estruendo
aun no dejaban oírse
lo robusto de las cajas,
lo dulce de los clarines,
cuando mi hermano, arbolando
un blanco estandarte, pide
licencia de hablar; y así
a dos ejércitos dice,
"Tártaros fuertes, si acaso
la cólera se permite
a la razón, y el orgullo
os deja el discurso libre,
paréntesis de la muerte
sean mis voces; oídme.
Lidie la razón primero
que la sinrazón hoy lidie.
Las heredadas costumbres
de este imperio se dirigen
a que su príncipe sea
en letras y armas insigne.
Pues si en mí los dos
extremos
de ingenio y valor se
miden,
¿por qué me desheredáis
tiranamente insufribles?
Mas porque de mi persona
los méritos se examinen,
rindámonos a un partido
para todos apacible.
Halle mi hermana un esposo
que, si me excede o compite
en valor, ingenio y gala,
desde aquí quiero rendirme
a sus plantas, y que él ciña
la corona que me quiten,
con calidad que, si ella,
en el tiempo que describe
el sol un círculo entero,
plateando de perfiles
los vellones del Ariete
y las escamas del Piscis,
no le hallare, quede yo
quieto, pacífico y libre
en la posesión. Con esto
vuestros deseos consiguen
a menos riesgo un rey;
y yo cuantos ella envíe
esperaré en Babilonia
para que en entrambas lides
viva, tártaros, quien venza,
pues siempre quien vence vive."
Dijo Meridián, y yo,
aunque responderle quise,
no pude, porque las voces
entre los aplausos viles
se perdieron. En efecto,
las condiciones le admiten,
volviendo yo a mi palacio
confusa, afligida y triste.
Aquí , pues, contando el caso
al docto, al mágico Antistes,
ayo mío, y de los cielos
el prodigio más sublime,
aquél cuya voz el sol
respeta y en los viriles
de once cuadernos azules
leyó letras de rubíes,
me dijo, "Si has de
buscar
un príncipe que te
libre
de ese empeño, que discurras
el orbe es fuerza, y que
animes
con tu hermosura el
valor;
que no hay cosa que le incite
tanto; y porque más segura
todo el mundo peregrines,
hoy quiero lograr en ti
los más admirables fines
de mis mágicos estudios.
Este castillo en que
asistes,
alcázar portátil sea,
sea palacio movible
que, a obediencia de tus
voces,
ya se eleve o ya se
incline.
Parte en él, porque en él lleves
las grandezas con que vives,
las galas que te hermosean,
y las damas que te
sirven."
Pronunció el acento
apenas
último cuando ya gime
la torre, ya tiembla y ya
de la tierra se divide;
y, elevados en el viento
muros, campos y jardines,
de tan nueva Babilonia
todos éramos pensiles.
Ese pájaro que, cuando
vuela, los aires aflige;
ese pez que, cuando nada,
los crespos mares oprime;
ese monstruo que los montes,
cuando los habita,
rinde;
ese escollo que navega,
ese monte que describe,
esa fábrica que nada,
ese, en fin, portento horrible
que miráis, es el famoso
castillo de Lindabridis.
Si sois, como lo mostráis
y vuestras personas dicen,
príncipes que de trofeos
habéis de orlar vuestros
timbres;
si en defensa de las
damas
vuestros aceros se visten,
ya con la espada en la mano,
ya con la lanza en el ristre,
buena ocasión se os ofrece.
A vuestras plantas se rinde
una hermosura que os ame,
un reino que os apellide,
una empresa que os ilustre,
una lid que os acredite,
una mujer que os adore
y un honor que os eternice.
Vase LINDABRIDIS
ROSICLER: Espera, mujer.
SIRENE: Detente;
estos umbrales no pises,
aunque la ocasión te llame,
aunque tu valor te anime,
si la acción perder no quieres
de las empresas que sigues.
Vase SIRENE
FLORISEO: Escucha...
ARMINDA: Si estos aplausos
deseas, firma invencible
ese cartel y no intentes
violar su muro, aunque mires
arderse el castillo en fuego.
Esto importa.
Vase, dejando fijo el cartel
FLORISEO: Que le firme
no dudes. Este puñal
mi nombre en bronce describe.
ROSICLER: No harás; porque estas
empresas
son mías.
FLORISEO: Contigo vine
a vencer un monstruo, a quien
ya todo ese monte oprime,
no a dejar tan alto empleo.
ROSICLER: Pues ¿tú conmigo compites?
FLORISEO: Desistir un hombre noble
a tal causa es imposible.
No compito a quien excedo.
ROSICLER: Como la lengua lo dice,
¿no lo dijera el acero?
FLORISEO: Sí hiciera.
ROSICLER: Pues calla y
riñe.
Sacan las espadas y riñen. Dentro
CLARIDIANA
CLARIDIANA: Ten el caballo, que al pie
de aquel castillo arrogante,
que en competencia de Atlante
coluna del cielo fue,
los repetidos aceros
de dos jóvenes valientes
me llaman.
Dentro MALANDRÍN
MALANDRÍN: Señor, no intentes
meter paces.
Sale CLARIDIANA, en traje de hombre
CLARIDIANA: Caballeros,
si del duelo comenzado
tiene acaso en mi valor
apelación el favor,
lógrese el haber llegado
en una ocasión tan fuerte
quien vuestros riesgos impida.
FLORISEO: No podréis; porque una vida
vive a costa de otra muerte.
ROSICLER: Viviendo yo, no pudiera
vivir quien me compitió;
y, para que viva yo,
es forzoso que otro muera.
Y así, joven, cuyo brío
mostráis bien, pues no
podéis
ser nuestro adalid,
seréis
juez de nuestro desafío.
Vednos, pues, y, ya que
advierto
en vos valor tan
altivo,
dad luego un caballo al vivo
y una sepultura al muerto.
FLORISEO: Esto los dos os pedimos;
y, sin esperar respuesta
que no admite más ley que ésta,
la causa por que reñimos.
CLARIDIANA: Cuanto me pedís haré.
Salen a la ventana del castillo LINDABRIDIS, SIRENE
y ARMINDA
SIRENE: Grande estruendo de armas suena.
LINDABRIDIS: Desde esta dorada almena
del castillo los veré.
CLARIDIANA: ¡Qué bien mostráis que es de amor
lance tan duro y crüel!
Y así os presido, porque él
no admite medio mejor
que morir matando. ¡Ea, pues,
reñid los dos igualmente;
que, habiendo de estar presente
yo a este duelo, cierto es
que no habrá engaño o traición,
ventaja o alevosía.
Yo os hago seguro el día,
el campo y la ejecución.
Riñen FLORISEO y ROSICLER
ARMINDA: Los dos riñen que
testigos
de tus relaciones fueron.
LINDABRIDIS: ¿Tan presto pasar pudieron
desde amigos a enemigos?
FLORISEO: No has de ser conquistador
de esta aventura, viviendo
este brazo.
ROSICLER: Yo defiendo
que la merezco mejor.
FLORISEO: Que la merezcas o no,
yo he de firmar el cartel.
SIRENE: Por ti es el campo crüel.
LINDABRIDIS: Pues remediarélo yo. --
¡Ah del monte!
Dejan de reñir
FLORISEO: Alma y acción
son ya despojos del viento.
ROSICLER: En su mismo movimiento
se ha helado la ejecución.
CLARIDIANA: ¡Bella mujer!
LINDABRIDIS: Si el trofeo
de la encantada aventura
hoy vuestro esfuerzo procura,
que así del aire lo creo,
y sobre firmar aquí
el cartel habéis reñido,
seña es de no haber leído
su condición.
ROSICLER: Es así.
LINDABRIDIS: Pues ¿quién por firmar se mata,
sin ver lo que ha de firmar?
FLORISEO: Quien de sólo conquistar
tan nuevos aplausos trata;
que el que lee la condición
de la dicha que pretende
su mismo valor ofende
y agravia su estimación;
pues da a entender que, no siendo
la condición a su gusto,
no admite la dicha injusto
temor. Y, como pretendo
yo esta dicha conquistar,
con cualquiera de esta suerte
por firmar, me doy la muerte,
sin ver lo que he de firmar.
ROSICLER: Yo, de esa voz advertido,
confieso que pude errar
en atreverme a firmar
condición que no he leído;
y así he de leer el cartel
para aumentar mis blasones,
sabiendo las condiciones
con que cae mi firma en él;
pues más valor muestra quien
a reñir osa salir,
sabiendo que va a reñir,
que no, aunque riña también,
el que en la ocasión se halló,
pues uno y otro valiente,
aquél ve el inconveniente
que atropella y éste no.
Veamos, en duda tan grave,
cuál más valor muestra ahora,
quien firma riesgos que ignora
o quien firma los que sabe.
Lee el cartel
"El caballero diestro y animoso
que en el certamen muestre la osadía,
y a Meridián prefiera generoso
en la gala, el ingenio y valentía,
será rey de Tartaria, será esposo
de Lindabridis, cuya monarquía
le aclama en posesión quieta y segura,
rey de un imperio, dios de una hermosura.
Aquél, empero, que, al amor rendido,
al castillo los términos profane,
en cuanto, de los céfiros movido,
montes pise, ondas sulque, aires allane,
quedará de la acción desposeído,
ni consiga laurel, ni precio gane,
que ha de vagar, de este peligro esento,
páramos de cristal, golfos de viento.
Aquel también osado caballero
que por celos, por ira y por venganza
en los términos dél saque el acero,
pierda el triunfo, el laurel y la
esperanza.
Y no, porque a firmar llegue primero,
impida que otro firme, pues alcanza
más aplauso, más
fama, más victoria
quien corona de
méritos la gloria.:
No leo más; y, pues no impide
mi fe otro competidor,
porque veáis que mi amor
con mi obediencia se mide,
vuelvo a la vaina el acero;
que no tengo yo de hacer
hazañas para perder
dichas que ganar espero.
FLORISEO: Cese entre los dos aquí
la lid, pues así tendrás
tú en mí una victoria más
y yo un triunfo más en ti.
Y en tan firme
competencia,
siendo la pluma un
puñal
que en el papel de metal
escriba sin resistencia,
firma tu nombre.
ROSICLER: Sí haré.
Firma
FLORISEO: Y yo al cielo haré testigo
de pleitear y ser tu amigo.
Firma
ROSICLER: Eso no hago yo.
FLORISEO: ¿Por qué?
ROSICLER: Porque en pleitos de afición
es vil la conformidad,
y celos sobre amistad
muy infames celos son.
Ni sé yo que honor
y fama
puedan acabar conmigo
que tenga yo por amigo
a quien pretende a mi dama.
Y así hemos de ser los
dos
contrarios desde este
día;
que en amor no hay cortesía.
FLORISEO: Dices bien; adiós.
ROSICLER: Adiós.
Vanse FLORISEO y ROSICLER
ARMINDA: Bizarros han procedido.
SIRENE: Valiente es el Rosicler
de Tracia.
ARMINDA: Pudiera ser
habérmelo parecido,
si el competidor no fuera
el persiano Floriseo.
LINDABRIDIS: Ninguno a mis ojos creo
que ese afecto les
debiera,
mientras tuviesen delante
al gallardo caballero
que, llegando a ser tercero,
tan cortés como arrogante,
fue primero en el valor,
el brío y el desenfado.
SIRENE: ¡Qué suspenso se ha quedado,
estatua viva de amor!
Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN: Ya, señor, que se ausentaron
los dos que a reñir vinieron
y que, si no lo riñeron,
por lo menos lo parlaron,
me atrevo a llegar aquí;
que, si la cuestión durara,
en mi vida no llegara;
porque yo en mi vida fui
amigo de meter paz,
desde un día que llegué,
riñendo dos, y el que fue
el riñón más pertinaz
me abrió un geme de cabeza,
por abrirla a su enemigo;
y luego, cortés conmigo,
me dijo con gran tristeza,
cuando ya estaba en poder
de la quirurga impiedad,
"Caballero, perdonad;
que yo no lo quise hacer."
CLARIDIANA: ¿Que de burlas, Maladrín,
vienes a darme la muerte?
MALANDRÍN: Pues ¿qué tenemos?
CLARIDIANA: Advierte
que hoy es de mi vida el fin.
Aquesa fábrica bella
que escalar el cielo ves
la de Lindabridis es,
y Lindabridis aquélla
que, con hermoso arrebol,
da a los campos alegría,
sin que le haga falta al día
irse ya poniendo el sol.
¡Qué hermosa es! ¡Valedme, cielos!
Pero mírola celosa;
que quizá no es tan hermosa
a quien la mira sin celos.
MALANDRÍN: ¡Válgame el cielo! ¿Ésta es
aquella ligera torre
que en el mundo vuela y corre,
sin tener alas ni pies?
¿Y ésta la que día y noche
-- de verla me maravillo --
dice, "Pónganme el castillo,"
como si dijera "el coche,"
cuya caja es cal y canto
que por un encanto
rueda?
Aunque en esto a otros no exceda,
pues no hay coche sin encanto,
diciendo muy sin cuidado,
"Anda al reino del Mogor"
como "a la Calle Mayor,
a las vistillas o al Prado."
Y, caminando ligero,
que el sol no puede igualallo,
ni se le manca un caballo,
ni se emborracha un cochero.
Éste...
CLARIDIANA: Calla ya.
MALANDRÍN: ¡Ay de mí!
No hablaré más que un jumento.
CLARIDIANA: (Dame, amor, atrevimiento, Aparte
y empiece tu engaño aquí.)
Si el respeto o el temor
con que a los umbrales llego
de este encantado prodigio,
fábula hermosa del tiempo,
puede merecer, señora,
cortés aplauso en un pecho
que labró amor de diamante,
dad licencia a un caballero
que, cortesano del mar,
que, ciudadano del viento,
batió, hasta llegar a verte,
las alas de sus deseos.
Sagrado voto de
amor...
(¡Mejor dijera de celos!) Aparte
...a su templo me trae, donde
rendido, humilde y sujeto
os sacrifico en sus aras
un alma y mil pensamientos;
y aun son pocos, cuando a vos
os adoro y os respeto
por ídolo de su altar,
por imagen de su templo.
No sé si el voto
cumplí,
hermoso encanto, con esto;
pues quien va a cumplir un voto
se suele tener por cierto
que va a dejar las prisiones,
y yo por prisiones vengo.
El príncipe Claridiano
soy, de Trinacria heredero;
mis vasallos son el Etna
el Volcán y el
Mongibelo.
¿Veis cuánto fuego os he
dicho?
Pues muy poco os lo
encarezco;
que es bien que un príncipe amante
vasallos tenga de fuego.
Para creencia los traigo
conmigo, el Etna en el pecho,
el Mongibelo en el alma,
y el Volcán en el aliento.
Dad, pues, licencia a que
escriba
con el buril de este
acero
mi nombre; no porque entienda
que, galán, valiente y cuerdo,
pueda merecer, señora,
de esa hermosura el imperio,
sino porque entienda sólo
que morir amando puedo;
pues yo, con morir amando,
cumpliré con mis afectos.
Mirad a cuán poco aspiro,
mirad cuán poco me atrevo,
pues licencia de morir
os pido de cumplimiento.
Y ésta sólo porque diga
en mi sepulcro un letrero,
"Aquí yace aquel amante
que quiso morir primero
que ver al dueño que amó
en los brazos de otro
dueño."
Y es verdad -- pues a
estorbarlo
desde la Trinacria vengo --
que si tengo de morir
de estorbarlo o de saberlo,
mejor será de estorbarlo;
que es muy cobarde o muy necio
el que se deja morir
del mal y no del remedio.
No me entenderéis; no importa;
que soy un enigma ciego,
tal que, apostando conmigo,
aun yo mismo no me entiendo.
Mas porque nunca os quejéis
de que os engañé, os advierto
que en todo cuanto os he dicho
os digo verdad y os miento.
LINDABRIDIS: Príncipe trinacrio ilustre,
cuyo valor, cuyo ingenio
dirán bien espada y pluma,
competidas a un tiempo,
licencia para firmar
las condiciones del duelo
tenéis; que en pública lid
a ningún aventurero
se ha negado. A los demás
ni respondo ni me atrevo;
que, si vos no os entendéis,
en mí no será defecto
el no entenderos a vos.
Mas por hablar en el mesmo
estilo vuestro, os
respondo
que el venir os agradezco,
pero no el haber venido,
pues lo estimo y lo aborrezco;
porque también soy enigma
yo, que a dos sentidos tengo
dos luces. Si no entendéis,
no importa; que yo me entiendo.
(¡Válgate el cielo por joven! Aparte
¡En qué confusión me has
puesto!)
Éntranse LINDABRIDIS, SIRENE,
ARMINDA, y las
otras damas
MALANDRÍN: ¡Cielos, qué de disparates
atinados y compuestos
os habéis dicho! Y habrá
quien diga que son
conceptos,
sin haberlos
entendido.
CLARIDIANA: ¡Oh, qué cansado y qué necio
estás riyendo y hablando,
cuando yo amando y muriendo!
MALANDRÍN: Ya los dos estamos solos,
nadie nos oye; bien puedo
hablar contigo, señora.
Si vienes con este intento
determinada a estorbar
el amor o los deseos
de aquel descortés amante,
el caballero del Febo,
que a estas aventuras vino,
y hallaste para este efecto
ese arrogante caballo
-- tan desbocado y soberbio
que, cuanto más le corrige
la disciplina del freno,
tanto más corre, y se para
cuando siente sobre el cuello
suelta la rienda -- si, en fin,
volando en él tanto viento,
tanta tierra y tanto mar,
has dado en este desierto
con el castillo; si en él
ha empezado tu deseo
tan felizmente, ¿qué temes?
CLARIDIANA: Que soy desdichada temo.
A competir he venido
-- es verdad, yo lo confieso --
al Febo en esta aventura,
porque en ciencias y armas
tengo
experiencias y noticias,
con que aventurarme
puedo
a salir con la victoria;
y, siendo yo sola dueño
de Lindabridis, dejar
burlados sus pensamientos;
pero cuanto -- ¡ay de mí triste! --
atrevida vine, luego
que la vi, quedé cobarde;
que éste es natural secreto
que trae consigo el temor.
Bien en los campos del viento
lo dice la garza, aquella
nave de pluma que, haciendo
proa el pico, vela el ala,
timón la cola, el pie remo,
sulca grave, vuela altiva,
hasta que se pasa al fuego
a ser mariposa en él,
por vivir otro elemento;
pues aunque al paso le salgan
mil pájaros bandoleros,
que son ladrones del aire,
de ninguno tiene miedo,
sino de aquél solamente
de quien ha de ser trofeo;
y así, erizada la pluma
y el copete descompuesto,
tiembla y huye, hasta que deja
la vida a sus manos, siendo
flor después de haber caído,
la que fue estrella
cayendo.
MALANDRÍN: Sobre los afectos reina
la razón.
CLARIDIANA: Bien dices; quiero
firmar el cartel y dar
principio al fin. Mas ¿qué es esto?
La primera firma dice,
"El caballero del Febo."
¡Dadme paciencia, cielos,
si puede haber paciencia donde hay celos!
¡Ay ingrato! ¿Para mí
firmas en arena fueron
tus palabras, que duraron
a la discreción del viento?
¿Para Lindabridis bella
firmas en bronce y acero,
que vivirán inmortales
a la duración del tiempo?
¿Para mí escribiste en agua
tantos perdidos requiebros,
y para ella en bronce escribes
la constancia de tu pecho?
¿A ella fineza, a mí olvido?
¿A ella agrado, a mí desprecio?
¿A ella firme, a mí mudable?
¿A ella apacible, a mí fiero?
¡Dadme paciencia, cielos,
si puede haber paciencia...!
Dentro FEBO
FEBO: ¡Fuego, fuego!
CLARIDIANA: ¿Qué voz es tan temerosa
la que en repetidos ecos
quitó el impulso a mi acción,
hurtó el número a mi acento?
MALANDRÍN: Sobre el campo de Neptuno
un Etna, señora, veo
que, brotantdo llamas, hace
guerra de dos elementos.
CLARIDIANA: ¿Quién vio jamás -- ¡oh qué horror! --
en campos de nieve ardiendo
montañas de humo? ¿Quién vio
abortar el agua fuego?
MALANDRÍN: Bajel es.
CLARIDIANA: No dices bien;
porque, alumbrando su incendio,
todo el bajel es farol,
antorcha ya de sí mesmo.
Oh, Neptuno, si eres dios,
¿cómo sufres que en tu reino
jurisdicción de otra esfera
esté abrasando, en desprecio
de tus ondas? ¿No te corres
que tu contrario soberbio
entre en los términos tuyos,
tiranizando tu
imperio?
MALANDRÍN: Norte vocal sean mis voces.
¡A tierra!
Sale FEBO cayendo
FEBO: ¡Valedme, cielos!
Se desmaya
CLARIDIANA: Mísero aborto que el mar,
por despojo de esa guerra,
dio de barato a la tierra,
ya bien puedes respirar.
Vuelve en ti, vuelve a alentar.
Mas ¡ay!, que sangrienta y dura
el agua su fin procura;
y así a la tierra la advierte,
"Pues que yo le di la muerte,
dale tú la sepultura."
Pónese CLARIDIANA una banda al rostro, y
llega a FEBO
MALANDRÍN: Es verdad; que yerto y frío
yace.
CLARIDIANA: Y yo, de asombros lleno,
tropiezo en el mal ajeno,
y voy cayendo en el mío.
De mi muerte desconfío,
porque mi vida me asombre,
y porque infeliz me nombre.
Detente, no espires, sol;
deja, deja un arrebol
compadecido a tu nombre.
Que Febo... -- ¡mísera suerte! --
...es... -- ¡tragedia lastimosa! --
...el que... -- ¡pena rigurosa! --
...arrojado... -- trance fuerte! --
...del mar... -- ¡miserable muerte! --
...llegó... -- ¡tirano rigor! --
...a mis pies... -- ¡fiero dolor! --
...porque así... -- ¡valedme, cielos! --
...cuando él me mata de celos,
le vea yo muerto de amor.
Bien digo; pues sus
rigores
es razón que yo presuma
que los castigó la
espuma,
que es madre de los amores.
Ya son mis penas mayores.
Llorad, ojos; sentid,
labios;
no os acordéis, poco sabios,
de ofensas hechas y dichas;
que es vil quien en las
desdichas
se acuerda de los
agravios.
Cesen, pues, venganzas fieras,
y haga finezas mi fe.
Vivieras, oh Febo, aunqué
en otros brazos vivieras.
Estas son las verdaderas
muestras de quien quiere y
ama.
¡Oh mar, oh bajel, oh llama,
ya es occidente crüel
tu teatro, pues en él
murió Febo!
Vuelve en sí FEBO
FEBO: ¿Quién me llama?
¿Dónde estoy, piadosos cielos?
CLARIDIANA: ¡Albricias, alma! (Mas no; Aparte
que si él vuelve a vivir, yo
volveré a morir de celos.
Mas viva él, y mis desvelos
vivan. Si en tan
breves plazos,
oh Amor, ataste sus lazos,
y mi fe milagros labra,
no me tomes la palabra
de que viva en otros brazos.)
FEBO: ¿Quién eres tú, que con llanto
la voz en el aire quiebras
y mis exequias celebras?
CLARIDIANA: Quien sintió tu muerte cuanto
siente ya tu vida, tanto
es mi asombro duro y fuerte,
que en tu vida y muerte advierte
una pena dividida,
pues muerto te diera vida
quien vivo te dará muerte.
Y así, pues pasó el
severo
rigor, y pues vivo
estás,
no tengo que esperar más;
cobra ese perdido acero;
que cuerpo a cuerpo te espero
donde a mi honor dé esta palma.
FEBO: Hombre que en tan triste calma
para mi desdicha has sido
un enigma con sentido,
un laberinto con alma,
¿cómo mi muerte sentiste,
si de darme muerte tratas?
¿Cómo viviendo me matas,
si muriendo no lo hiciste?
Si piadoso entonces fuiste,
¿cómo ahora eres tirano,
y tienes, crüel e inhumano,
siendo amigo y enemigo,
en una mano el castigo
y el favor en otra mano?
CLARIDIANA: Como, cuando muerto estabas,
tu muerte, Febo, sentía;
cuando estás vivo, la mía.
Que tú la muerte me dabas.
Muerto, lástima causabas;
vivo, causas pena; así
puedes argüir aquí
mis desdichas, pues es
cierto
que tú, ni vivo ni
muerto,
no eres bueno para mí.
FEBO: Si vivo ni muerto espero
vencer rigor tan esquivo,
si te he de enojar si vivo,
si te he de ofender si muero,
defender mi vida quiero.
Siente el verme vivo, pues
medio para los dos es
hacer que el rigor dilates,
y que ahora no me mates,
si me has de llorar después.
Una herida, que he sacado
del mar, no importa.
CLARIDIANA: ¡Ay de mí!
¿Herido estás, Febo?
FEBO: Sí.
Mas ¿qué cuidado te ha dado?
CLARIDIANA: Lo que es piedad no es cuidado.
FEBO: Pues si piedad sola ha sido,
riñe.
CLARIDIANA: Soy tan atrevido
que con ventaja no quiero.
Cúrate y cobra primero
sangre y fuerza que has perdido;
que yo te buscaré.
FEBO: Pues
guíame a esa torre bella.
CLARIDIANA: Eso no; no has de ir a ella.
FEBO: ¿Por qué?
CLARIDIANA: Porque el sitio es
de Lindabridis.
FEBO: Tus pies
mil veces me da a besar.
Piadosos son fuego y mar.
CLARIDIANA: ¿Mucho?
FEBO: Sí.
CLARIDIANA: Pues el acero
esgrime; que ya no quiero
que te vayas a curar.
FEBO: Pues ya no quiero reñir
yo; que, a su vista, es perder
las esperanzas de ser
su dueño; y pues argüir
puedo, a medio
discurrir,
que celos la causa son
de tu pena y tu pasión,
no me puedes obligar
a reñir hasta llegar
del duelo la
ejecución;
que cuando hay tiempo aplazado,
no es mengua de un caballero
tener cortés el acero.
CLARIDIANA: Bien la ocasión has dado
de mi pena y mi cuidado,
porque celos me han traído
amante y favorecido
de Lindabridis...
FEBO: (¡Ay cielos!) Aparte
CLARIDIANA: (Tenga celos quien da celos.) Aparte
...a estorbar que tú atrevido
intentes esta aventura.
FEBO: ¿Doyte yo más que temer
que todos?
CLARIDIANA: Tú no has de ser
el dueño de su hermosura.
FEBO: Pues tu temor ¿qué asegura?
CLARIDIANA: Tantos favores lograr
como tengo.
FEBO: (¡Oh qué pesar!) Aparte
¿Muchos?
CLARIDIANA: Sí.
FEBO: Pues el acero
sacaré; que ya no quiero
yo tampoco irme a curar.
CLARIDIANA: Ni yo reñir; que, advertido,
no he de perder la esperanza.
FEBO: Pues tiempo habrá a tu venganza.
CLARIDIANA: Por estar aquí y herido,
hoy la dilato, y te pido
tomes ese bruto, en quien
irte a curar; porque es bien
cuidar, Febo, de esa herida.
FEBO: ¿Qué te importa a ti mi vida?
CLARIDIANA: Mucho.
FEBO: ¿Y mi muerte?
CLARIDIANA: También.
FEBO: No te entiendo.
CLARIDIANA: Yo me entiendo.
Toma el caballo.
FEBO: Sí haré.
CLARIDIANA: (Mis celos estorbaré; Aparte
pues, en el bruto corriendo,
de aquí ausentarle pretendo;
deje el campo a mi dolor.
FEBO: (¡Oh, qué rabia!) Aparte
CLARIDIANA: (¡Oh, qué rigor!) Aparte
FEBO: (¡Qué desdicha!) Aparte
CLARIDIANA: (¡Qué desvelos!) Aparte
Vete ya.
FEBO: (A morir de celos.) Aparte
Quédate.
CLARIDIANA: (A morir de amor.) Aparte
FIN DE LA PRIMERA JORNADA