JORNADA TERCERA
Salen don JUAN, doña LISARDA y don
OCTAVIO
JUAN: Éste es mi cuarto, señora;
y aunque en él quedáis a obscuras,
importa, mientras que voy
a preveniros alguna
parte donde retirada
estéis, con los dos, segura
de la justicia, que hoy tiene
la vara de la Fortuna.
LISARDA: En vuestras manos, don Juan,
estoy; vos tenéis la culpa
de estos sucesos, supuesto
que vuestro amor -- suerte injusta! --
me puso en esta ocasión;
y así os toca -- oh pena dura! --
sacarme de ella y mirar
que mi riesgo no se excusa.
JUAN: Octavio, vente conmigo.
OCTAVIO: ¿Dónde vas?
JUAN: ¿Eso preguntas?
A prevenir donde estemos
de suerte que, si nos buscan,
no nos hallen, y de suerte
que, si falta quien presuma
contra nosotros, no pueda
hacernos daño la fuga.
Pues con estos dos intentos,
Octavio, tengo, entre muchas
partes que se me ofrecieron,
hecha elección de la una,
que es un cuarto de esta casa
que ni se vive ni ocupa;
y con estarnos allí
los dos y Leonor oculta,
no nos salimos de casa
ni la ven; y si procuran
buscarnos, él tiene puerta
al mar, que bate su espuma
unos jardines adonde
corresponde su hermosura;
y con hacer que esté siempre
puesta a tiempo una faluca,
podemos, libres las
vidas,
echar al mar.
OCTAVIO: Pues ¿qué dudas,
si dentro de casa tienes
comodidad tan segura?
JUAN: Si Leonor está conmigo,
vengan desdichas.
Vanse don JUAN y don OCTAVIO
LISARDA: Fortuna,
¿quién en una noche sola
vio tantas desdichas juntas?
¿Qué es lo que pasa por mí?
¿Yo, que fui la que de industria
negué la deidad a amor,
sin darle obediencia nunca,
fui la que más examina
sus violencias, sus injurias?
¿Fuera de mi casa yo?
¿Yo en casa de un hombre -- ¡injusta
suerte! -- galán de mi hermana,
que como tal me asegura
y me libra, por haber
conocido -- ¿quién lo duda? --
que fui de su amor tercera,
y primera de mi culpa?
Parecerá impropiedad
que, cuando en tantas angustias,
tantas penas, tantos llantos,
quiera el cielo que discurra,
me acuerde de otra pasión;
sin mirar el que esto culpa
que las desdichas y penas
se eslabonan y se juntan
de suerte que
salen todas,
en tirándose de una.
¿Qué es esto, cielos, qué es esto
que el alma y sentidos burla?
Después que vi este don Juan,
galán de mi hermana, en cuya
casa estoy -- ¡pluguiera al cielo
que yo no le viera nunca! --
¿tan bien me pareció, cuando
volvió, volcán de sus furias,
desde la tapia? ¿Tan bien,
cuando dijo, por disculpa
de su amor, que le traía
allí otra venganza justa?
¿Qué es esto? ¿El amo y crïado
hoy contra mí se conjuran,
el uno cuando se ve
y el otro cuando se escucha?
Tanto que, igual el afecto,
uno en veras, otro en burlas,
con ser dos personas, pienso
que son en el alma una.
Sale CELIO con luz
CELIO: (¿Habrá lacayo de bien Aparte
que no se aflija y se pudra,
viendo que su amo anda
con máquinas, con industrias?
¿Irse sin mí a sus amores,
donde con mi nombre hurta
otro la ocasión que yo
merecí por mi ventura?
¿Venirse a casa después
y, aposentándose a obscuras,
probar llaves de otro cuarto,
sin saber lo que procura?
¿A mí hay caso reservado?
No quedaré, por ninguna
cosa del mundo, con él,
porque -- ¡aquí de Dios! -- ¿quién gusta,
aunque se muera de hambre,
de servir, si no murmura?
Mas no moriré; que al fin
tengo quien me contribuya;
porque ¿para qué enamora
un pobre hombre a una hermosura
tan rica como Lisarda
sino para que -- no hay duda --
le traiga como un Narciso?)
LISARDA: Ya no es posible me encubra.
CELIO: ¿Quién está aquí?
LISARDA: Yo soy, Celio.
CELIO: ¡Jesús!
LISARDA: Pues ¿de qué te turbas?
CELIO: Pues ¿no tengo de turbarme,
viendo tan grande aventura?
LISARDA: No; que el que, como tú, tiene
buen entendimiento, nunca
se ha de turbar de sucesos
que por sí no dificulta
el entendimiento; y puesto
que no es la primer fortuna
esta del amor, no es bien
te turbes; y más si apuras
que, como es rayo, se lleva
tras sí más de lo que busca.
CELIO: Pues ¿cómo has venido aquí?
LISARDA: El error tuvo la culpa
de un hombre en traje de Celio.
CELIO: (Ella conoció la industria Aparte
con que, trocándose el nombre
Octavio, su amor procura;
y viendo que no era yo,
a tales horas me busca.
Siempre mi abuela
me dijo
que era de buena ventura.)
Señora, aunque es bien que dé
las gracias a mi fortuna
de esta dicha, mejor fuera
dar las quejas, pues son
justas,
de que no me haya
hecho un hombre
poderoso; pero suplan
afectos de voluntad
de mi bajeza las culpas.
Una ración mal pagada,
una cama no muy dura
no puede faltar; y en fin,
logrando dicha tan suma,
seré alfombra de tus plantas
y seré como se usan,
pues yo soy tan mal cristiano
que seré tu alfombra turca.
Sale don OCTAVIO
OCTAVIO: (Quiere don Juan que a Leonor Aparte
lleve yo al cuarto en que oculta
ha de estar, mientras él queda
haciendo espaldas seguras
a su padre; y temeroso
llego a mirar su hermosura,
porque entre tantas desdichas
se hizo mayor lugar una
en el alma. ¿Cómo, lengua,
traidoramente pronuncias
razones tan mal formadas
que el mismo aliento las duda?
¿Por qué se atrevió a decirlas,
sin tener licencia suya,
el alma, siendo mi pecho
del silencio sepultura?)
¡Celio!
CELIO: ¡Señor! ¿Que aquí
estés?
LISARDA: (Éste es don Juan. ¡Qué desdicha!) Aparte
OCTAVIO: Salte; que importa a mi dicha.
CELIO: No quiero, ni es justo, pues
esta dama que aquí ves
huyendo viene de ti,
señor, a buscarme a mí,
supuesto que no te quiere,
y que yo soy por quien muere.
OCTAVIO: Loco estás; vete de aquí.
Vase CELIO
(¿Cómo -- ¡ay de mí! -- llegaré Aparte
a hablarla, sin que los ojos
den paso a tantos enojos
como padezco?)
LISARDA: (¿Qué haré Aparte
para que el alma no dé
lugar en tanto rigor
a otra desdicha mayor?)
OCTAVIO: (Diré al amor...) Aparte
LISARDA: (Yo a mi fama...) Aparte
OCTAVIO: (...que es Leonor de don Juan dama.) Aparte
LISARDA: (...que es amante de Leonor.) Aparte
OCTAVIO: Señora, ya prevenido
sobre el mar un cuarto queda
que ser el ocaso pueda
dese sol recién nacido.
Fortuna y amor han sido
los que hospedaje os han
dado,
porque ya que
habéis llegado
a esta breve esfera, es bien
que en el mar se hospede quien
sacó del mar su traslado.
Ocasión sólo se espera
para que podáis pasar,
sin que os vean, a lograr
las perlas de su ribera;
pues no habrá ruda venera
en las márgenes de Flora,
si sobre sus
conchas llora
las auroras que en vos nacen,
porque las perlas se hacen
de lágrimas de la aurora.
No os aflijáis, no
lloréis;
que en casa,
señora, estáis
donde servida seáis,
si no como merecéis,
como vos misma veréis
en el gusto y el cuidado
de quien constante os ha dado
la libertad que perdió.
LISARDA: (En toda mi vida yo Aparte
vi tan amante cuñado,
mas, del silencio vencido,
muera en mi pecho mi agravio.)
OCTAVIO: (Antes que salga del labio, Aparte
muera mi amor a mi olvido.)
LISARDA: (Un rayo la voz ha sido.) Aparte
OCTAVIO: (Sus ojos son un volcán.) Aparte
LISARDA: (A más mis desdichas van.) Aparte
OCTAVIO: (¡Oh, qué furia!) Aparte
LISARDA: (¡Oh, qué rigor! Aparte
Mas es galán de Leonor.)
OCTAVIO: (Mas es dama de don
Juan.) Aparte
Sale don JUAN
JUAN: Segura la casa está;
bien podéis pasar agora
a esotro cuarto, señora,
que os está esperando allá.
(Mas ¿qué es
esto?) Aparte
OCTAVIO: Pues ¿qué os da,
que así os turbáis?
LISARDA: (Éste ha sido Aparte
el amigo que ha venido
a don Juan.)
JUAN: (¡Válgame el cielo!) Aparte
OCTAVIO: ¿Qué tenéis?
JUAN: Todo soy hielo.
OCTAVIO: Pues ¿de qué?
JUAN: (Pierdo el sentido.) Aparte
¿Cómo vos, señora...yo
...aquí...? (¡Estoy muerto y turbado!) Aparte
OCTAVIO: Pues ¿qué tenéis? ¿Qué os ha dado?
LISARDA: (De mirarme se turbó Aparte
el amigo que llegó.)
OCTAVIO: Decidme ya, ¿qué tenéis?
Mas luego me lo diréis.
Ahora a esotro cuarto vamos,
y la ocasión no perdamos
de pasar.
JUAN: (Ojos, ¿qué veis?) Aparte
Vanse hacia la puerta. Sale CELIO
CELIO: Mi señor viene, señor.
OCTAVIO: El paso cogió.
LISARDA: ¡Ay de mí!
JUAN: Si él la ve pasar de aquí,
será otro nuevo rigor.
OCTAVIO: Mata la luz.
LISARDA: ¡Qué temor!
OCTAVIO: Y así, sin que vista quede,
ir entre nosotros puede.
Matan la luz, y va doña LISARDA entre los
dos
CELIO: No es la tramoya muy mala.
¿Qué pena a mi pena iguala?
¿Qué mal a mi mal excede?
Salen URSINO y doña LEONOR tras él
URSINO: Mucho me huelgo que esté
sin luz el portal agora.
Mas segura estás, señora;
así entrar podrás, porqué
nadie te ha de ver.
LEONOR: No sé
por dónde voy.
URSINO: ¿Quién va allá?
JUAN: Yo soy, señor.
Encuéntranse URSINO y don JUAN, y cada uno hace como
que no
quiere que el otro encuentre con la dama que lleva, y
apártanse, hasta igualarse las damas; y ellos
volviendo a
guiarlas, por tomar la suya, agarran la del otro, de
manera
que se truecan
URSINO: (Como está Aparte
la casa sin luz, no veo.
Y está como yo deseo.)
LEONOR: (Nueva maravilla ya Aparte
admiro. De don Juan fue
aquella voz.)
URSINO: (Yo sintiera Aparte
mucho que don Juan me viera
con esta mujer. ¿Qué haré?
Pero yo la ocultaré.)
No sois vos, señora?
LISARDA: Sí,
yo soy.
URSINO: Pues venid tras mí.
LISARDA: Turbada, señor, os sigo.
URSINO: Don Juan, ¿quién está contigo?
JUAN: Octavio sólo está aquí.
URSINO: Pues ¿cómo sin luz estáis
en este portal?
JUAN: (Agora Aparte
entramos los dos.)
OCTAVIO: Señora,
venid; que segura vais.
LEONOR: Sí haré; pues vos me
guiáis.
URSINO: (Lindamente ha sucedido; Aparte
que vengo solo ha creído.)
OCTAVIO: ¡Celio!
CELIO: ¿Señor?
OCTAVIO: Pues aquí
tu señor no te oyó a ti,
ni te ha visto ni sentido,
al cuarto que sabes lleva
esa dama; que yo quiero
quedarme...
CELIO: (¡Qué dicha
espero!) Aparte
OCTAVIO: ...por la deshecha.
JUAN: (¡Oh, qué nueva Aparte
confusión mi vida lleva!)
URSINO: (Lindamente la he escapado, Aparte
y hasta mi cuarto guïado.)
Vase URSINO con doña LISARDA
OCTAVIO: (Lindamente se libró, Aparte
pues ni la vio ni sintió;
logróse nuestro cuidado.)
JUAN: ¡Octavio!
OCTAVIO: ¿Don Juan?
JUAN: ¿Sois
vos?
OCTAVIO: Ya vuestro padre se ha ido.
Dicha fue no haber pedido
luz, que viera con los dos
a Leonor.
JUAN: ¡Pluguiera a Dios
que luz, Octavio, pidiera!
Yo me holgara, como viera
a Leonor.
OCTAVIO: ¿No la veréis
en el cuarto, si queréis?
JUAN: Menor mi desdicha fuera,
si eso fuera así.
OCTAVIO: Quiero irme,
pues Leonor en él
aguarda.
JUAN: No, Octavio, sino Lisarda,
más soberbia y menos
firme.
OCTAVIO: ¿Qué decís?
JUAN: Que he de morirme
en pena tan inhumana.
OCTAVIO: ¿Quién es Lisarda?
JUAN: Es la hermana
de Leonor.
OCTAVIO: No puede ser.
JUAN: Si yo lo acabo de ver,
¿puede mi esperanza vana
engañarme? ¡Vive Dios,
que a Lisarda hemos sacado
del riesgo, y que hemos dejado
a Leonor!
OCTAVIO: ¿Estáis en vos?
JUAN: Volvamos allá los dos.
OCTAVIO: ¡Vive el cielo, que estoy loco!
Esperad, don Juan, un poco.
JUAN: ¿Qué tengo ya que esperar,
si en las orillas del mar
mayores peligros toco?
OCTAVIO: ¿No oiréis un instante?
JUAN: No.
OCTAVIO: Decid: la que estaba allí
con vos ¿era Leonor?
JUAN: Sí.
OCTAVIO: Pues Leonor fue a la que yo
libré su vida, y aun vio
que yo la vi; y si ella fue
la que estaba con vos, sé
que es la que ahora está con vos,
porque nunca hubo allí dos;
o decidme...
JUAN: No sabré.
OCTAVIO: ¿...cómo se pudo trocar?
JUAN: Como fue desdicha mía,
fácil, Octavio, sería
de suceder un pesar.
OCTAVIO: No hallo razón de dudar
de que es la misma.
JUAN: Sí,
que distintamente vi
a Lisarda.
OCTAVIO: ¡Vive Dios,
que pierda mi juicio! ¿Vos
hablasteis con Leonor?
JUAN: Sí.
OCTAVIO: Pues Leonor es la que va
a vuestra casa.
JUAN: Confieso
que queréis que pierda el seso.
OCTAVIO: ¿No es más fácil ir allá
a verla?
JUAN: Cosa será
excusada.
OCTAVIO: Pues, en vella
¿qué perdéis?
JUAN: Ver que no es ella.
OCTAVIO: (Tanto bien me hiciera amor, Aparte
que ella no fuera Leonor
y fuera mi prenda bella.)
Vanse. Salen por una puerta URSINO con luz y
doña LISARDA como turbada
URSINO: Este cuarto, que apartado
está, y por él no se manda,
será el sagrado mejor
que puedan hallar tus
ansias;
pues aquí, sin que lo
sepa
persona alguna de casa,
sino aquellos de quien yo
hiciere tal confïanza,
estarás servida, en tanto
que el cielo camino abra
a tus desdichas. Y aquí
otra vez te doy palabra
de que no saldrás, señora,
si no es contenta y honrada,
si en defensa de tu sangre
sé morir en la demanda.
Y con aquesta advertencia
quédate a Dios; que me llama
el deseo de saber
en qué los sucesos paran
de tu hermano.
Vase URBINO cerrando la puerta
LISARDA: ¡Santos cielos!
¿Qué es esto que por mí pasa?
Que la atención más prudente
y la acción más acertada,
el discurso más atento,
la imaginación más alta
se hubiera perdido, siempre
corriendo fortunas tantas.
¿Yo, de don Juan conocida,
no me di ya por hermana
de Leonor? ¿No me sacó
del peligro de mi casa?
¿A la suya no me trajo,
cuando Celio me guïaba,
para llevarme a otra parte?
O el sentido ya me falta,
o sigo a otro hombre. Pues ¿cómo
éste que sigo no halla
novedad en mi inquietud,
mis penas y mis desgracias?
Don Juan, si hasta aquí me trajo,
¿cómo se fue? ¡Cielos, basta!
Pues confieso que ya estoy
rendida, tened las armas.
¿Qué cuarto será este solo?
Estas señas no señalan
de que habite gente en él.
Iré por todas las salas
a ver si sé dónde estoy,
absorta, ciega y turbada,
que apenas tantas desdichas
pueden sustentar las
plantas.
Vase. Salen por otra puerta CELIO y doña
LEONOR
CELIO: Éste es el cuarto, señora,
que para esfera os aguarda.
Aquí don Juan, mi señor,
que yo os trajese me manda.
Gracias a Dios que hay en él
luz, y podré cara a cara
ver el sol de vuestros ojos,
que a rayos de celos matan.
Mas ¿qué es esto? ¡Santo cielo!
LEONOR: ¿Eres Celio?
CELIO: ¡Cosa extraña!
LEONOR: Bien en la voz que escuché
convienen señas tan claras.
Dime, Celio, ¿qué es aquesto?
Que estoy de verte admirada.
CELIO: Dime tú primero a mí
quién te hizo a ti Lisarda,
y responderéte yo
al tenor de la demanda.
LEONOR: ¿Qué Lisarda?
CELIO: ¿Tantas hay?
LEONOR: Pues ¿dónde Lisarda estaba?
CELIO: En ti; pues tú te has vestido
de su talle y de su cara.
LEONOR: No te entiendo.
CELIO: Yo tampoco;
uno por otro se vaya.
LEONOR: Un anciano caballero
hoy me sacó de mi casa
y me trajo hasta la suya,
debajo de la palabra
que dio a mi hermano, y en ella
entré tras él; y, guïada
de sus pasos, me ha traído
hasta aquí. ¿Qué es lo que pasa
por mí? ¿Cómo estoy contigo?
CELIO: La pregunta es extremada;
pues, si eso supiera yo,
no estuviera en dudas tantas
para dar un estallido.
Salen don JUAN y don OCTAVIO
OCTAVIO: (¡Plegue a Dios que sea Lisarda!) Aparte
CELIO: Señor, aquí está Leonor
esperándote.
JUAN: ¿Que hagas
tú también burla de mí?
CELIO: La burla es no darme nada
de albricias.
LEONOR: ¡Don Juan,
señor!
JUAN: Leonor, agradezca el alma
esta dicha, pues es suya.
OCTAVIO: Aquí dio fin mi esperanza,
pues desengañado ya
tan tiernamente la abraza,
y porfiaba que no es ella.
Mas ¡vive Dios!, que porfiaba
bien; que no es ésta la misma
que yo vi; más dudas faltan
de averiguar. ¡Celio, Celio!
CELIO: ¿Señor?
OCTAVIO: ¿Dónde está la dama
que te dije que trajeses,
cuando Ursino vino a casa,
a este cuarto?
CELIO: Vesla allí.
OCTAVIO: No es aquélla.
CELIO: Yo jurara
lo mismo; mas yo no tengo
otra aquí ni en Alemania.
Aquella misma te vuelvo
libre, segura y sin tacha.
OCTAVIO: ¡Vive el cielo, que te mate,
si no me dices la causa
de este trueco!
CELIO: Di, ¿qué trueco?
Dos mil demonios la valgan,
si con premio ni sin premio
la troqué. Mas ¿qué te espantas
de haber visto en este tiempo
una mujer con dos caras?
JUAN: No estamos bien aquí cerca
de la puerta; entra a otra cuadra,
Leonor, donde más segura
estés.
Vase doña LEONOR
Octavio, yo estaba
loco, por Dios; pero antes
ya confieso mi ignorancia.
Leonor era, la verdad
me dijisteis.
OCTAVIO: Cuando acaba
vuestra duda, la mía empieza.
Que era Leonor porfiaba,
y ya, que no era Leonor
la que en el jardín estaba
con vos.
JUAN: Si vos mismo, Octavio,
volviendo desde las tapias,
la socorristeis, si vos
la tuvisteis encerrada,
si vos mismo la sacasteis
de su casa, y a mi casa
la trajisteis, y está aquí,
bien claro nos desengaña
que fue una siempre, pues nunca
hubo otra con quien trocarla.
Si a mí me lo pareció,
como esas veces se engañan
los ojos, yo estuve ciego.
Vase don JUAN
CELIO: Aquí lindamente encaja
lo de "no sois vos, Leonor"
y aquello de "mal tocada."
OCTAVIO: (Él con las mismas
razones Aparte
que me convence, me
mata.
Mas no es mucho en este caso
ver que las de otro
no alcanza
el que no alcanza las suyas.
¿Quién vio cosa más extraña?
Rendido a mi pena estoy.
¡Ya basta, cielos, ya basta!)
Sale doña LISARDA
LISARDA: (La casa anduve, y en ella Aparte
no he visto a nadie y, guiada
de la luz, me vuelvo a ver
en esta primera sala.
Mas ¿quién está aquí?)
Tropieza con CELIO
CELIO: ¡Jesús!
OCTAVIO: ¿Qué es esto?
CELIO: Aquí que no es nada.
La que en este mismo instante
era Leonor, ya es Lisarda.
Huiré de ella cielo y tierra.
OCTAVIO: ¿Eres sombra, eres fantasma,
mujer, que así los sentidos
turbas?
LISARDA: Pues ¿de qué te espantas,
si tú mismo me trajiste
desde mi casa a tu casa,
de que esté en ella?
OCTAVIO: De verte
cada vez en formas varias.
¿Quién te trajo aquí?
LISARDA: Tu padre.
OCTAVIO: ¿Mi padre? Otra vez me matas.
LISARDA: Él me guió aquí, don Juan.
OCTAVIO: (Con don Juan piensa que habla. Aparte
¿Si me parezco a don Juan?
Que, según las cosas andan,
no será mucho.) Leonor,
¿cómo viéndome te engañas?
LISARDA: Tú solo te engañas.
OCTAVIO: ¿Yo?
LISARDA: Sí; pues que Leonor me llamas.
¿No me conoces? ¿No sabes,
don Juan, que yo soy Lisarda?
¿Como tal no me trajiste,
desde mi casa a tu casa?
OCTAVIO: Cielos, ¿qué escucho? ¿Tú misma
no eres aquélla que estabas
en el jardín?
LISARDA: ¿Quién lo duda?
OCTAVIO: Pues ¿cómo, si a don Juan hablas
en él, ignoras, que es
el mismo que quieres y amas?
LISARDA: Porque yo nunca le quise;
que allí estuve disfrazada
como crïada; mas tú,
si la quieres, ¿cómo agravias
su amor y no la conoces,
siendo el que con ella hablabas?
OCTAVIO: No fui; que como crïado
guardé a don Juan las espaldas.
LISARDA: Luego ¿tú eres aquel Celio
que entendidamente habla?
OCTAVIO: Luego ¿eres tú aquella Nise
de tan buen ingenio y gracia?
LISARDA: Luego ¿no eres tú el galán
de Leonor?
OCTAVIO: Luego ¿la dama
no eres tú de don Juan?
LISARDA: Yo
fui Nise, siendo Lisarda.
OCTAVIO: Y yo Celio, siendo Octavio.
LISARDA: ¿Eso es verdad?
OCTAVIO: Cosa es clara.
CELIO: Gracias al cielo que ya
llegamos a la posada.
OCTAVIO: Sepan don Juan y Leonor
esto que a los dos nos pasa.
LISARDA: ¿Dónde están?
OCTAVIO: En este cuarto.
LISARDA: ¿Cómo?
OCTAVIO: Es historia muy larga.
LISARDA: ¿Quién trajo a Leonor?
OCTAVIO: No sé.
LISARDA: Prosigue, pues.
OCTAVIO: Temo...
LISARDA: Acaba.
OCTAVIO: Que no tengo que saber,
sabiendo que tú eres...
LISARDA: ¡Basta!
OCTAVIO: "Nise" iba a decir.
LISARDA: ¿Por qué?
OCTAVIO: Por no perder a tu fama
el respeto.
LISARDA: Bien está,
"Celio".
OCTAVIO: ¿Por qué así me llamas?
LISARDA: Porque así...
OCTAVIO: Dilo.
LISARDA: Es muy presto;
vamos a ver a mi hermana.
¡Válgate el cielo por Celio!
OCTAVIO: ¡Válgate Dios por Lisarda!
Vanse todos. Salen URSINO y un CRIADO
URSINO: ¿Qué dices?
CRIADO: Lo que es cierto.
URSINO: Cuando temía que le hallase muerto,
¿dices que levantado
está?
CRIADO: Tanto le anima su cuidado,
fuera de que la herida
nunca le puso a riesgo de la vida,
que falta fue de sangre, a lo que entiendo.
URSINO: Y agora, di, ¿qué hace?
CRIADO: Está escribiendo
un papel. Mas él sale.
Sale don SANCHO
URSINO: Con los brazos
os doy el parabién.
SANCHO: Porque sus lazos,
a quien valor, nobleza y sangre esmalta,
suplan en mí la fuerza que les falta.
URSINO: ¿Cómo os sentís?
SANCHO: Sin vida, sin sosiego,
hasta abrasar, señor, a sangre y fuego
este fiero homicida
de mi honor, de mi fama y de mi vida.
URSINO: Yo, don Sancho, a buscaros
vengo para serviros y ayudaros,
hasta que libre estéis de vuestro agravio.
Disponed la venganza como sabio.
SANCHO: Por eso he prevenido
el remedio que oiréis. Vamos, os pido,
a vuestra casa.
URSINO: En el camino espero
saberlo.
SANCHO: Mi enemigo es forastero,
y no sé dónde pueda
hallarle; y así el alma en duda queda.
Hablar a Leonor quiero, que es mi hermana,
que en vuestra casa está, deidad humana
de virtud y belleza;
ella quizás podrá con más certeza
de Lisarda informar; no son errores
pensar que ella sabía sus amores.
Si dice dónde puedo
hallarle yo, desengañado quedo;
iré de allí a matalle;
si no me dice dél iré a buscalle,
sabiendo de un su amigo
que por librarle se empeñó conmigo.
De suerte que primero
buscar, señor, al agresor espero;
y de no hallarle, al cómplice; que llanos
discursos dicen que, si yo a las manos
el principal no tengo,
me vengo, si en el cómplice me vengo;
y han de diferenciarse,
que una cosa es reñir y otra es vengarse.
Y así, si no me vengo de uno altivo,
este papel para el segundo escribo,
donde en el parque digo que le espero.
URSINO: Bien pensáis; replicar en nada quiero.
Y pues hemos llegado
a mi casa, entrad dentro recatado,
porque ninguno os vea,
y la ocasión que os trae sospeche y crea.
SANCHO: Ya vuestros pasos sigo.
URSINO: Entrad; que bien seguro estáis conmigo.
Vanse don SANCHO y URBINO. Salen doña
LEONOR y doña LISARDA
LISARDA: Ya que fue piedad del cielo
-- ¡ay Leonor! -- haberme dado
compañía en tal cuidado,
y en tal desdicha consuelo,
estando juntas las dos,
en tanto que fuera están
del cuarto Octavio y don Juan,
te he de decir... Mas --
¡ay Dios! --
la puerta de
Ursino es
la que abren.
LEONOR: Pues a mí
no me vea.
Vase. Salen URSINO y don SANCHO
URSINO: Espera aquí;
que no es justo que le des
tan buena nueva con susto;
que también sabe matar
un gusto como un pesar,
cuando no se espera el gusto. --
Señora, ya que no tengo
digno albergue en que hospedaros,
serviros y regalaros,
una buena nueva vengo
a daros, para que así
supla el error de ofenderos.
Vuestro hermano viene a veros.
LISARDA: (¡Válgame el cielo!) Aparte
SANCHO: (¡Ay de
mí! Aparte
¿No es Lisarda ésta?)
URSINO: Llegad,
ved, don Sancho, vuestra hermana.
SANCHO: Pues ¿cómo, infame, villana...
LISARDA: Señor, mi vida amparad.
URSINO: ¿Aquí entráis con ese intento?
SANCHO: ¿Delante de mí te atreves
a vivir?
LISARDA: En vano mueves
contra mí mano y aliento.
URSINO: Estando yo aquí, ¿qué es esto?
SANCHO: Es, Ursino, castigar
y la vil mancha sacar
que en esta ocasión me ha puesto.
URSINO: Mirad, don Sancho, que aquí
vuestra hermana a cuenta vive
de mi espada; y si recibe
alguna ofensa, de mí
ha de ser vengada.
SANCHO: Pues
¿palabra no me habéis dado
de ayudar siempre a mi lado
mi pretensión? Tiempo es
de mostrar tan noble empeño.
Dejad lograr...
LISARDA: ¡Ay de mí!
SANCHO: ...mi venganza.
URSINO: Idos de aquí.
Vase doña LISARDA
También me hice entonces dueño
del honor de vuestra hermana,
de libralla y defendella;
y así he de morir por
ella.
SANCHO: No fue por esa inhumana,
sino por la que, señor,
yo mismo os di y os fïé.
URSINO: Pues ¿ésta misma no fue
la que me disteis?
SANCHO: ¡Qué error
tan notable!
URSINO: El yerro es vuestro;
que ésta fue la que yo vi
en el jardín, y hasta aquí
la he guardado, y
ésta os muestro,
para que os informéis de ella,
no para que la ofendáis.
Y si con traición pensáis
que habéis venido a ofendella,
quejaréme yo de vos,
pues que me traéis
engañado
a castigar vuestro
enfado
en mi casa.
SANCHO: ¡Vive Dios,
que a verla vine y saber
lo que de ella pretendí!
Mas no es ésta la que aquí
busco.
URSINO: ¿Cómo puede ser,
si yo mismo la he traído?
SANCHO: No es ella, tras todo eso.
URSINO: Haréisme que pierda el seso.
SANCHO: Vos, que yo pierda el sentido.
Y el fin de esta confusión
es solamente pensar
que dos se pueden errar,
aunque dos tengan razón.
Y pues que no he conseguido
el haberme aquí informado,
y es vuestra casa sagrado
de quien tanto me ha ofendido,
sólo un remedio me queda.
Aqueste papel tomad,
y a quien él dice buscad;
que yo espero a la alameda
del parque. Si ése saliere
solo, solo espero allá;
mas si, por dicha, que irá
el otro amigo dijere,
id vos también; que esto os pido
por no ofenderos; que fuera
mal hecho que a otro eligiera,
habiendo con vos venido,
y llevando el papel vos.
Dad luego al punto el papel,
y en el parque espero dél
la respuesta. Adiós.
URSINO: Adiós.
Vase don SANCHO
¿Qué confusión es aquesta
tan extraña y tan crüel?
Pero quizás del
papel
sabré mejor la respuesta.
¿Quién será aquesta persona
a quien tengo de buscar?
¡Cielo, añade otro pesar,
porque a don Juan de Colona
dice! ¡Vive Dios, que es
mi hijo agresor de su agravio,
y que el amigo es Octavio!
Ponderar conviene, pues,
qué he de hacer en este caso;
que perder el juicio temo
si de un extremo a otro extremo
y de una duda a otra paso.
Si doy a mi hijo el papel,
cierto su riesgo será;
si no, don Sancho dirá
que es cobarde. ¡Qué crüel
duda padezco! Mas ¿quién
abre a este cuarto la puerta
que corresponde a la huerta
del parque? Él es. Ya se ven
más dudas. Pues ¿qué querrá
en este cuarto? ¿Y qué ha sido
el haber desconocido
don Sancho a su hermana?
Que no sé de mí, confieso,
ni pensar ni discurrir;
y así mejor será ir
al atajo del suceso.
Salen don JUAN, don OCTAVIO y
CELIO
JUAN: Mi padre está aquí.
CELIO: Por Dios,
que él ha cogido la trampa.
OCTAVIO: Mucho lo siento.
CELIO: Ya escampa
la Fortunilla.
URSINO: Pues ¿vos
en este cuarto?
JUAN: Venía
a enseñar el cuarto a Octavio.
URSINO: (No hace poco el que un agravio Aparte
disimula.) No querría
le viese agora, que está,
como no se habita en él,
descompuesto. Y así dél
os salid; que tiempo habrá
de verle otro día.
JUAN: (Él aquí Aparte
por Lisarda defendió
la entrada.)
OCTAVIO: (¿Si a Leonor vio?)
Aparte
JUAN: (No sé; esto ha de ser
así.) Aparte
Don JUAN hace que se va
URSINO: Ven acá; que me olvidaba
de un recado que me han dado
para ti, que aquí un crïado
de un amigo te buscaba,
para darte este papel,
sobre no sé qué dinero
del juego, y dártele quiero,
sin mirar lo que hay en él,
por no obligarme a pagar
porte; que dicen, es bien
que pague los portes quien
abre la carta. Tomar
puedes el papel; y
advierte
que, si es algo
que has perdido
lo que en él se te ha pedido,
lo cumplas, aunque la muerte
te den, por cumplir, don Juan,
lo que prometido hubieres;
que los nobles, como eres,
cuando empeñados están,
han de salir del empeño,
aunque les cueste la vida.
Ninguna cosa te impida,
pues de mi hacienda eres dueño.
No quede yo con sospecha;
que os mataré -- ¡vive Dios! --
si me dijeren de vos
cosa que no sea bien hecha.
Con esto, salíos afuera;
que cerrar aquí es razón.
(Cumpla con su obligación, Aparte
y ¡mas que en el campo muera!)
Vase URSINO
OCTAVIO: Con tan preñadas razones
a discurrir nos provoca.
CELIO: Con la barriga a la boca
están todos.
JUAN: Mis pasiones
de nuevo empiezan; ¿qué haremos?
CELIO: Pues ¿aquí ya qué hay que hacer,
don Juan, sino abrir y
leer
el papel? Dél lo
sabremos.
Lee
JUAN: "Por no haber sabido dónde hallar
Octavio,
os busco a vos, como más conocido y no
menos
culpado. Decidle de mi parte que venga al
parque, donde le espero; si solo, solo, y
si
con vos, con un amigo. Dios os
guarde."
Pésame de haber leído
recio el papel.
CELIO: (A mí no; Aparte
que a trueco de saber yo
lo que en él se ha contenido,
lo doy por bien
empleado;
que no me había de
andar
todo el año a adivinar,
siendo astrólogo crïado.)
JUAN: Aquesto dice.
OCTAVIO: Ya aquí
no tenemos que pensar.
¿No sale esta puerta al mar?
JUAN: Sí.
OCTAVIO: Pues guïad por ahí
al parque,
porque si agora
en las razones advierto
de vuestro padre, es muy cierto
que nada del caso ignora;
porque estar dentro del cuarto,
echarnos a los dos dél,
darte él mismo el
papel,
¿qué más desengaño?
JUAN: Harto
me dijo; y así me atrevo
a hacer lo que él me mandó;
pues dice que pague yo,
vengo a pagar lo que debo.
Vanse don JUAN y don OCTAVIO
CELIO: ¿Desafïados los dos?
Supuesto que yo lo supe,
la Virgen de Guadalupe
hará las paces. Adiós.
Vase. Salen URSINO y don
SANCHO
SANCHO: Presto a buscarme venís.
¿Qué hay?
URSINO: Fui de vuestra parte
al caballero, y leyó
vuestro papel sin turbarse,
ni dar muestras de disgusto
en la voz ni en el semblante.
Dice que hará lo que en él
le decís. Si solo sale,
reñiréis solo con él;
si con otro, habéis de hallarme
a vuestro lado.
SANCHO: Cumplís,
señor, en empresas tales,
con la sangre que tenéis.
URSINO: ¿Sabéis vos cuál es mi sangre?
SANCHO: Sé que sois Ursino, y basta.
URSINO: Pues no lo soy; no os engañe
el nombre, que mi apellido
es otro.
SANCHO: Bien engañarme
puedo.
URSINO: Bien se echa de ver,
supuesto que aun ignorasteis
que soy Ursino Colona,
y que soy de don Juan padre.
Pero ya estamos acá;
bien será que solo os halle,
por si acaso viene solo.
(¡Vive Dios, que, si no sale,
Aparte
que yo le he de dar la muerte!)
Salen don JUAN y don OCTAVIO
OCTAVIO: ¿Don Sancho?
SANCHO: Sí.
OCTAVIO: El cielo os guarde.
SANCHO: Sólo el término le pido
que he de tardar en vengarme.
OCTAVIO: En buena ocasión estáis,
pues no lo estorbará nadie;
que el amigo con quien yo
vengo es a quien enviasteis
el papel; y por saber
que hay otro que nos aguarde,
venimos los dos.
URSINO: Es cierto;
pues sois dos los que
llegasteis,
dos somos; que a
venir solo,
solo estuviera.
SANCHO: A esta parte
conmigo os poned.
JUAN: Señor,
pésame de que así
agravies
la sangre que tengo tuya.
Tú me la diste, y tú sabes
que supiera yo pagar,
como tú me aconsejaste,
mis deudas, y ya me
ofendes,
si a darme tu
ayuda sales.
URSINO: Caballero, yo no sé
lo que decís; y admirarme
debo de que me tratéis
con respeto semejante.
Yo soy un hombre que vengo
al lado de quien me trae;
no conozco otro en el mundo
de quien yo deba acordarme;
que, estando en esta ocasión,
yo nunca conozco a nadie.
Haced vos lo que debéis,
sin que os turbe ni embarace
nada; que yo me holgaré
de veros en esta parte
cumplir las obligaciones
que decís; que en semejante
caso un noble caballero
debe reñir con su padre.
JUAN: No debe, ni hay ocasión
que a eso pueda obligarle.
SANCHO: ¿Qué escucho? ¡Perdido estoy!
URSINO: ¿Qué receláis?
SANCHO: De mirarte,
sintiendo dentro de mí
que ya es forzoso dejarme.
URSINO: ¡Vive Dios, que, si no fuera
por dar fuerza al infame
escrúpulo vuestro, aquí
en ese pecho ignorante
manchara este blanco acero!
Con vos vengo, no os espante
nada.
JUAN: Perderé mil vidas
primero, Octavio, que os falte. --
Señor, pues vienes al lado
de don Sancho, y me llevaste
el papel tú mismo, y yo
llamado vengo a la parte
también al lado de Octavio,
y es fuerza en empeños
tales
sacar los dos las
espadas,
si ellos las
sacan, pensarse
debe algún medio que excuse
entre los dos este lance.
URSINO: Cuando al lado de otro hombre
el que es caballero sale,
no ha de dar medio ninguno,
porque él para nada es parte.
Con don Sancho vengo aquí;
yo no soy mío este instante;
bien dicho estará y bien hecho
cuanto hiciere y cuanto hablare;
si él riñere, he de reñir;
haré paces si hace paces;
que yo con quien vengo vengo,
y aquí no conozco a nadie.
SANCHO: De suerte vuestro valor
pudo, señor, admirarme,
que, por no empeñaros tanto,
mi honor quisiera que hallase
un modo que el duelo excuse
más extraño y más notable
que ha visto el sol hasta hoy.
URSINO: Eso vos habéis de darle,
yo no; y si aquí permitiere
que algún partido se trate,
será porque estoy bien puesto;
vos, que sois el que llamasteis,
ved si os volvéis sin reñir,
porque no hay medio importante
para que de reñir deje,
cuando otro a reñir me saque,
llamado por un papel.
JUAN: Cuerdamente me avisaste
de la obligación que tengo,
pues soy quien tuvo esta tarde
el papel; y así me toca
a mí el reñir, por hallarme
empeñado en ser llamado.
Saca la espada, y acabe
la duda; que como yo
contra el pecho no la saque
de mi padre, no rehuso
la ocasión, pues así iguales
cumplo yo de parte mía,
y él cumplirá de su parte.
Van a reñir don JUAN con don SANCHO, y don OCTAVIO con
URSINO;
pero don OCTAVIO se vuelve contra don SANCHO
OCTAVIO: Eso no me está a mí bien;
que, aunque el papel enviasteis
a don Juan, fui yo el llamado.
URSINO: Él también riñe, bien haces;
pues que te llamó conmigo,
riñe tú.
JUAN: Fuerza es que halle
disculpa, pues he de hacer
lo que con quien vengo hace.
Riñen don JUAN y URSINO. Salen
doña
LEONOR y doña LISARDA, por un lado con mantos, y por
el
otro CELIO, el GOBERNADOR, y gente
CELIO: Llegad presto; que los cuatro
dieron las hojas al aire.
GOBERNADOR: Pues ¿qué es esto,
caballeros?
Mirad que estoy yo
delante.
URSINO: Vueseñoría pudiera
solamente reportarme,
como al fin gobernador
que es de Verona.
GOBERNADOR: Admirarme
debo de ver en dos bandos
contrarios a hijo y padre.
URSINO: A aquesto obliga el honor
de quien a campaña sale
con otro; que este es precepto
de la ley del duelo.
GOBERNADOR: Baste
para ejemplo del valor
de vuestra invencible sangre;
pero a los cuatro es forzoso
dar una torre por cárcel,
en tanto que se averigua
la ocasión.
LISARDA: Todo es muy fácil
con saber que de don Juan
es Leonor, que está delante,
esposa, y de Octavio yo;
pues las dos por esta parte
desde la casa de Ursino
llegamos en este instante;
y que hagan los casamientos
hoy, señor, las amistades
entre don Sancho, mi hermano,
y Octavio, pide más grave
lugar, porque son sucesos
dignos de elogio más grande.
SANCHO: Como mi honor se remedie,
yo le perdono la parte
de mi vida, que es lo menos
de mi ofensa; como case
con Lisarda, soy su amigo
y hermano.
JUAN: Pues, señor,
sabe
que el principio
de su amor
fue por sólo acompañarme.
GOBERNADOR: Si tan conforme amistad
hizo entre los cuatro paces,
yo soy padrino de todos.
OCTAVIO: Para que con esto acabe
la comedia, perdonando
sus defectos, aunque grandes,
siquiera porque el autor
humilde a esas plantas yace.
FIN DE LA LA COMEDIA