ACTO PRIMERO
Salen don GARCÍA Ruiz y HERNANDO, con
vestido de color
HERNANDO:
¡Lindo lugar!
GARCÍA: El mejor;
todos, con él, son aldeas.
HERNANDO: Seis
años ha que rodeas
aqueste
globo inferior,
y no
vi en su redondez
hermosura tan extraña.
GARCÍA: Es
corte del rey de España,
que es
decirlo de una vez.
HERNANDO:
¡Hermosas casas!
GARCÍA: Lucidas;
no tan fuertes como bellas.
HERNANDO: Aquí las mujeres y ellas
son en eso parecidas.
GARCÍA: Que edifiquen al revés
mayor novedad me ha hecho,
que primero hacen el techo,
y las paredes después.
HERNANDO: Lo
mismo, señor, verás
en la
mujer, que adereza,
al
vestirse, la cabeza
primero que lo demás.
GARCÍA: Bizarras las damas son.
HERNANDO:
Diestras pudieras decir
en la
herida del pedir,
que es
su primera intención.
Cifrase, si has advertido,
en la de mejor sujeto,
toda la
gala en el peto,
toda la
gracia en el pido.
Tanto la intención crüel
sólo a
este fin enderezan,
que si
el "Padre nuestro" rezan,
es porque piden con él.
Hoy
a la mozuela roja
que en
nuestra esquina verás,
dije al
pasar, "¿Cómo estás?,
Y
respondió, "Para aloja."
GARCÍA: Con
todo, siento afición
de Madrid en ti.
HERNANDO:
Y me hicieras
merced
si aquí fenecieras
esta
peregrinación;
que
molerán a un diamante
seis
años de caminar
de un
lugar a otro lugar,
hecho
caballero andante.
GARCÍA:
Hernando, estoy agraviado,
y según leyes de honor,
debo hallar a mi ofensor;
no
basta haberlo buscado.
Mas
no pienses que me canso,
que
hasta llegar a matarle,
de
suerte estoy, que el buscarle
tengo
sólo por descanso.
No a
mitigarme es bastante
tiempo,
cansancio ni enojos,
que
siempre tengo en los ojos
aquel
afrentoso guante.
¡Ah,
cielos! ¿En qué lugar
escondéis un hombre así?
Cielos,
o matadmc a mi,
o
dejádmelo matar.
Yo,
que en la africana tierra
tantos
moros he vencido;
yo, que
por mi espada he sido
el
asombro de la guerra,
yo,
que en tan diversas partes
fijé, a
pesar del pagano
y el hereje, con mi mano
católicos estandartes,
¿he
de vivir agraviado
tantos
años, cielo? ¿Es bien
que
esté deshonrado quien
tantas
honras os ha dado?
HERNANDO: Por
Dios te pido, señor,
que no
te aflijas así,
que yo
espero en Dios que aqui
has de restaurar tu honor.
Si las señas no han
mentido,
don Juan en Madrid está.
Sufre lo menos, pues ya
lo más,
señor, has sufrido.
Deja
esa pena inhumana,
no
pienses en tu contrario.
GARCÍA: Es
pedir al cuartanarío
que no
piense en la cuartana.
HERNANDO: Diviértete, considera
cómo
está en caniculares
con ser
pobre Manzanares,
tan
honrada su ribera,
que
de él dijo una señora,
cuyo
saber he envidiado,
que es,
por lo pobre y honrado,
hidalgo
de los de agora.
Bien
puede aliviar tus males
ver ese
parque, abundoso
de
conejo temeroso,
blanco
de tiros reales.
GARCÍA:
Detente. ¿No es mi enemigo
el que
miro?
HERNANDO:
¿Don Juan?
GARCÍA: Sí,
el que
viene hablando allí...
con
aquel coche...
HERNANDO: Yo digo
que me parece don Juan,
pero no
puedo afirmarlo.
GARCÍA: Ya ves
que importa no errarlo.
Pues
tan divertidos van,
al
descuido has de acercarte,
y con
cuidado mirar
si es él; que yo quiero estar
escondido en esta parte
hasta que vuelvas. Advierte
que
certificado quedes.
De
espacio mirarlo puedes,
que él
no podrá conocerte.
HERNANDO: El
coche paró... una dama
sale...; él sirve de escudero.
GARCÍA: Acaba,
vete.
HERNANDO:
El cochero
me dirá
cómo se llama.
Vase HERNANDO; don GARCÍA se esconde a un lado, y por el
opuesto
salen doña ANARDA y doña JULIA, con mantos, y don JUAN
JUAN: El
Príncipe, mi señor,
que de
este parque en la cuesta
dando
está con la ballesta
lición,
y envidia al amor,
como
vuestro coche vio,
contento y alborotado
a daros
este recado,
bella
Anarda, me envió.
miradlo en aquel repecho,
sobre
el hombro la ballesta,
la mira
en el blanco puesta
que
sigue tan sin provecho.
ANARDA: Al
parque, don Juan, subiera,
no
dando qué murmurar,
mas
está todo el lugar
de ese
río en la ribera.
Perdón me ha de dar su alteza,
y
porque pueda advertir
que
nace en mí el no subir
de honor, y no de esquiveza,
aquí me quiero
asentar,
donde
el príncipe me vea;
Siéntanse
las damas; don JUAN se arrodilla
que ver lo que se desea,
algo
tiene de gozar.
Y
vos, que con él priváis,
estaos
aquí, porque arguya
que
esta fortaleza es suya,
pues
por alcaide quedáis.
Habla aparte doña JULIA con doña ANARDA
JULIA:
Parece que se mitiga
tu
acostumbrado rigor.
ANARDA: A esto
me obliga el temor,
ya que el amor no me obliga.
A don
JUAN
¿De rodilla?
JUAN: Tus despojos
adoro.
ANARDA: Mucho te humillas.
JUAN: ¿No pondré yo las rodillas
donde el Principe los
ojos?
Y cuando
no a tu deidad
tal
veneración le diera,
a tu
prima se la hiciera,
pues
adoro su beldad.
Sale HERNANDO. Sale don GARCÍA al encuentro
a
HERNANDO y habla con él sin ser vistos de don JUAN ni las damas
GARCÍA: ¿Es don Juan?
HERNANDO: Sin duda alguna,
que yo
pregunté al cochero
quién
es este caballero
y dijo,
"don Juan de Luna."
GARCÍA: En
cas del embajador
de
Ingalaterra te espero.
Con mis
joyas y dinero
ponte
en salvo.
HERNANDO:
Voy, señor.
Vase HERNANDO. Don
GARCÍA saca la espada y
embiste a don JUAN; él se levanta, y la saca también
GARCÍA: Aquí
pagará tu vida
tu
atrevimiento.
JUAN: Detente.
GARCÍA: ¡Ah,
don Juan! aquí no hay gente
que la
venganza me impida.
ANARDA: ¡Qué
confusión!
JULIA: Prima mía,
¿qué
haremos?
ANARDA:
¡Oh, trance fuerte!
JUAN:
¿Veniste a buscar tu muerte?
¿No me
conoces, García?
GARCÍA:
Tanto mayores serán,
si aquí
te venzo, mis glorias,
cuanto lo son tus victorias.
Vienen a
los brazos y cae debajo don JUAN
ANARDA: Vencido
cayó don Juan.
Don GARCÍA saca la daga
GARCÍA: Ya
llegó el tiempo en que salga
de
tanta afrenta. ¡Enemigo,
éste es
tu justo castigo!
Va a darle una puñalada
JUAN:
¡Válgame la Virgen!
Detiene el brazo alzado don GARCÍA, y se levanta
GARCÍA: Valga;
que
a tan alta intercesora
no
puedo ser descortés.
JUAN: Déjame
besar tus pies.
GARCÍA: Don
Juan, a nuestra Señora,
virgen, madre de Dios hombre,
de la
vida sois deudor;
que
refrenar mi furor
pudiera
sólo su nombre.
JUAN:
Matadme; que más quisiera
morir,
que haber agraviado
a quien
la vida me ha dado.
GARCÍA: Más
queda de esta manera
satisfecha la honra mía;
que si
ya pude mataros,
más he
hecho en perdonaros
que en
daros la muerte haría.
Matar pude, vencedor
de vos
solo; mas así
he
vencido a vos y a mi,
que es la victoria mayor.
Sólo
faltó derribar
el
brazo ya levantado;
más fue
perdonar airado,
que
era, pudiendo, matar.
ANARDA: (De
turbada estoy sin mí.) Aparte
Necio, descortés, grosero,
si
valiente caballero,
fuera
bien mirar que aqui
estaba yo, para dar
a ese
intento dilación.
¿Faltáraos otra ocasión
de
poderlo ejecutar?
GARCÍA: En
que os habéis ofendido,
reparad, señora mía,
llamando descortesía
lo que
ceguedad ha sido.
Ciego llegué del furor;
que,
¿quién, señora, os mirara,
que
suspenso no quedara
o de
respeto o de amor?
ANARDA: Vanas las lisonjas son,
cuando con lo que
intentastes,
de
ningún modo guardastes
el
decoro a mi opinión.
¿Qué
dijeran los que están
buscando que murmurar,
viendo
a mi lado matar
un
hombre como don Juan?
JUAN: Si
advertís, señora mía,
perdón
merece en su error
quien,
por tener mucho honor,
tuvo
poca cortesía.
ANARDA:
¡Bueno es disculparlo vos!
JUAN: ¿No
estoy a hacerlo obligado,
cuando
la vida me ha dado?
Sale GERARDO, paje
GERARDO: Su
alteza llama a los dos.
GARCÍA: ¿El
príncipe?
GERARDO: Veislo alli.
JUAN: No
tenéis que alborotaros,
que
presto pienso pagaros
lo que
habéis hecho por mi.
A las damas
Su
alteza a llamarme envía.
ANARDA: Bien es
que le obedezcáis.
JUAN: Si el
coche, Anarda, tomáis,
dejaros
en él querría.
ANARDA:
Desde aquí del aire y soto
gozar queremos las dos.
JUAN: Julia, adiós.
JULIA: Don Juan, adiós.
Vase don JUAN
GARCÍA:
Perdonad este alboroto,
si
puedo esperar perdón
de
quien, sólo con mirar
da muerte.
ANARDA:
De perdonar
vos me
habéis dado lición.
JULIA: ¡Qué
bizarro caballero!
Las
almas lleva tras sí.
Sale HERNANDO. Don
GARCÍA se encuentra con
él al retirarse y los dos hablan aparte
GARCÍA: ¿Aquí
estás?
HERNANDO:
Quise de aqui
ver el
suceso primero.
GARCÍA:
Quédate, y sabe quién son
esas mujeres.
HERNANDO: ¿Ya estás
herido?
GARCÍA:
En ellas verás,
si es
bastante la ocasión.
Vase don GARCÍA y HERNANDO se queda en el fondo
GERARDO: El
príncipe, mi señor,
que
este caso viendo ha estado,
os dice
que se ha alegrado
de
tener competidor
que
a su privado ha querido,
porque
os hablaba, ofender;
que
dueño debe de ser
quien
cela tan atrevido.
ANARDA:
Decid, Gerardo, a su alteza
que
mostrárseme penado
de este
susto que me han dado,
fuera
más alta fineza
que
condenarme a liviana
con
tanta resolución,
por
sola la información
de una
conjetura vana.
Que
ya de don Juan sabrá
cuán
otra la causa ha sido,
y de
haberme así ofendido
el
yerro conocerá.
Y
porque entienda que yo
no sé a
dos favorecer,
le
suplico haga prender
al que
mi agravio causó.
Id
con Dios.
GERARDO:
Quede contigo.
Vase GERARDO
JULIA: Yo
pensé que merecía
su humildad y cortesía
antes
premio que castigo.
Villana estás, por mi fe,
con
quien perdón te pidió.
(Préndaos Anarda; que yo, Aparte
forastero, os libraré.)
ANARDA: ¡Oh, qué mal me has entendido!
¿Ves este enojo y rigor?
Pues ardides son que amor
ha trazado y ha fingido.
JULIA:
¿Quieres al príncipe ya?
ANARDA: Nunca
tan necia te vi.
Quien vio el forastero, di,
¿cómo
otro dueño querrá?
Aquel bizarro ademán
con que
la espada sacó,
el
valor con que venció
y dio
la vida a don Juan,
la gala, la discreción
en
darme disculpa, el modo,
gentileza y talle, todo
me ha
robado el corazón.
JULIA:
(¡Rabiando estoy de celosa!) Aparte
ANARDA: Y así,
por volver a verlo,
lo aseguro con prenderlo,
de que
se irá temerosa,
porque forastero es.
JULIA: Cuando
se apartó de aquí,
al oído
hablar le vi
a aquel
mancebo que ves.
É;
informarte pudiera.
ANARDA: Bien
dices: hablarle quiero.
JULIA: (Así ha
de ser, forastero, Aparte
mi
contraria mi tercera.
ANARDA: ¡Ah,
caballero!
HERNANDO: (¿Si a mi Aparte
caballero me llamó?
¿Tan
buen talle tengo yo?)
¿Es a
mí, señora?
ANARDA: Sí.
HERNANDO:
Extrañé la nueva forma,
cuando
me vi caballero,
si bien
no soy el primero
que en
la corte se trasforma.
Mas
son vanas intenciones
cuando
con pobreza lidio
que es
el dinero el Ovidio
de
tales trasformaciones.
Pero
si puedo serviros,
dama,
sin ser caballero,
mandadme.
ANARDA:
Pediros quiero ...
HERNANDO: Pues
bien podéis despediros.
¿Para pedirme, decid,
sólo me
llamáis las dos?
Animosas sois, por Dios,
las mujeres de Madrid.
Que pida la que se ve
de mí
rogada y querida,
¡vaya! Mi amor la convida,
y pues
pido, es bien que dé.
Que la mujer que hablo yo
en la
iglesia, tienda o calle,
me
pida, ¡vava!, el hablalle
ya por
ocasión tomó.
Mas,
¡llamarme, hacerme andar,
y luego
pedírme! ¿Es cosa
el dar
tan apetitosa,
que he
de andar yo para dar?
ANARDA: Lo
que pediros intento,
sólo
hablar ha de costaros.
HERNANDO: De eso
bien me atrevo a daros
cuanto
os pinte el pensamiento.
ANARDA: Oíd,
pues.
HERNANDO:
Decid, señora.
ANARDA: Que me
digáis sólo quiero
quién
es aquel forastero
que al
oído os habló agora.
HERNANDO: Con
que vos, señora mia,
antes quién sois me digáis,
os lo diré; y no tengáis
lo que
os pido a groscria,
porque sin saber a quién,
decir
quién es no conviene
puesto
que enemigos tiene.
ANARDA: ¡Qué
cauto sois!
HERNANDO: Hago bien;
que
en la corte es menester
con
este cuidado andar;
que
nadie llega a besar
sin
intento de morder.
ANARDA: Si así ha de ser, yo me llamo
doña
Lucrecia Chacón.
HERNANDO: García
Ruiz de Alarcón
es el
nombre de mi amo.
ANARDA: ¿Es
caballero?
HERNANDO: ¿Tan mal
os
informa su apellido?
La Mancha no lo ha tenido
más
antiguo y principal.
Y
sin el nombre, el sujeto
os
pudiera haber mostrado
su
calidad.
ANARDA:
¿Es casado?
HERNANDO: No, sino hombre muy discreto.
ANARDA: Déte
el cielo buenas nuevas.
Doña ANARDA habla aparte con doña
JULIA
JULIA:
Disimula. Loca estás.
ANARDA: ¿Qué
quieres?
JULIA:
Pregunta, mas
sin
mostrar el fin que llevas.
ANARDA: ¿Es
rico?
HERNANDO:
¡Gracias a Dios
que
llegamos al lugar!
Si
queríades preguntar
sólo
ese punto las dos,
¿qué
sirve parola vana
y hablar de falso primero?
Bien sé
que apunta al dinero
toda
aguja cortesana.
ANARDA: Ya
no lo quiero saber,
por
mostrar otros cuidados.
HERNANDO: Pues
hasta dos mil ducados
de renta deben de ser
los
que en sus vasallos tiene.
ANARDA: ¿A qué
vino a este lugar?
HERNANDO: Ése es
mucho preguntar.
ANARDA: Sólo si
de espacio viene
me
decid.
HERNANDO:
Si no es aquí
rémora
un nuevo cuidado...
ANARDA: ¿Hase
acaso enamorado?
HERNANDO:
(¿Picaisos?)
Aparte
Pienso que sí.
ANARDA:
Malas nuevas te dé Dios.
HERNANDO: (Mal disimula quien ama.) Aparte
ANARDA: ¿Puede
saberse la dama?
HERNANDO: Oso
decir que sois vos.
ANARDA:
Pues, ¿cuándo me ha visto?
HERNANDO: Ahora.
ANARDA: Y ¿cómo
sabéis que aqui
se ha
enamorado de mí?
HERNANDO: Porque
sé que os vio, señora.
ANARDA: ¿Lisonjas?
HERNANDO: Verdades son,
de que tengo algún
indicio.
JULIA: Que
viene el conde Mauricio.
ANARDA: Pues huyamos la ocasión.
Sale el CONDE Mauricio y LEONARDO. Se quedan en el
fondo observando a las damas
LEONARDO:
Lince eres en conocellas.
CONDE: Ciega
amor y vista da.
¿Cúyo
crïado será
el que está hablando con ellas?
ANARDA: Tu
nombre...
HERNANDO:
Hernando es mi nombre.
ANARDA: ¿De
qué?
HERNANDO:
Hernando, cerrilmente,
que no
le sirve al sirviente
más que
el nombre el sobrenombre.
ANARDA:
Mucho tu modo me obliga.
Gusto
me ha dado tu humor.
HERNANDO: Eso,
hablando a lo señor...
Hablan aparte doña ANARDA y doña
JULIA
ANARDA: Dile,
Julia, que nos siga,
como que sale de ti.
JULIA: (Tu
mismo fuego me abrasa.) Aparte
Ven a
saber nuestra casa,
que he de hablarte.
HERNANDO: Harélo así.
Vanse
las damas
¡Pobretilla! ¿Ya me quieres?
Las armas de amor trajimos,
que un hombre a matar
venimos,
y hemos muerto dos mujeres.
Vase HERNANDO
LEONARDO: El
coche toman. Huyendo
van de
ti, señor.
CONDE: Cuidado
me da,
Leonardo, el crïado.
¿Ves
cómo las va siguiendo?
LEONARDO: ¿Qué
determinas?
CONDE: Saber
quién
es su dueño y su intento,
que
amor me forma del viento
mil
visiones que temer.
Vanse el CONDE y LEONARDO. Salen el
PRÍNCIPE, con gabán y ballesta, GARCÍA y don
JUAN
GARCÍA:
Supuesto que obedecer
es
forzoso a vuestra alteza,
oya a
quien ha ejercitado
más la
espada que la lengua.
García
Ruiz de Alarcón
es mi
nombre, en las fronteras
berberiscas más temido
que
conocido en las vuestras.
Vasallos tengo en La
Mancha,
que mis
pasados heredan
del
Zavallos, que a Castilla
abrió de Alarcón las puertas.
En ciñéndome la espada,
fui a serviros a la guerra,
que
heredar honra es ventura,
y valor
es merecerla.
Callar
quiero mis hazañas
pues
que la fama os las cuenta,
y en la
tierra las escriben
ríos de
sangre hagarena.
Habrá,
pues, señor, seis años
que en
la batalla sangrienta
que
tuvimos con los moros
en
Jerez de la Frontera,
militó
don Juan de Luna,
de cuyos rayos pudiera
el
mismo sol envidiar
fuego
para sus saetas,
porque
su valiente espada
era
encendido cometa
que a
fuego y sangre amenaza
la berberisco
potencia.
Al
trabar la escaramuza,
con tan
animosa fuerza
las
huestes de África embisten,
que las
de Castilla afrentan.
Desbaratados los nuestros
olvidaron
su soberbia,
y aun
volvieron las espaldas,
que
esto es verdad, si es vergüenza.
Yo,
despachado de ver
tan
nunca usada flaqueza,
atajélos con la espada,
castiguélos con la lengua.
0 se
deba a mis razones,
o al
valor de ellos se deba,
corridos los castellanos
repararon la carrera,
y en
nuevo Marte encendidos,
revuelven
con tal violencia,
que más
pareció el huir
artificio que flaqueza.
Vos,
señor, al fin vencistes,
que son los reyes planetas,
y las obras del vasallo
se
deben a su influencia.
Pues
como yo fui la causa
de que
los nuestros volvieran,
por
autor de la victoria
todo el
campo me celebra;
con que
en algunos cobardes
la envidia tósigo siembra,
que la
pensión de las dichas
es la
emulación que engendran.
Juntos pues los envidiosos
a fabricar mis afrentas,
a don Juan de Luna eligen
para el instrumento de ellas.
Sólo en
su valor confían,
y en la
confïanza aciertan,
pues a
lo que él se atrevió,
nadie,
sin él, se atreviera.
Dícenle, para incitarlo
a la venganza que intentan,
que de
su espada y valor
he hablado mal en su ausencia;
que he dicho que las espaldas
suyas fueron las primeras
que vieron los enemigos
en la
pasada refriega.
Uno el
agravio denuncia,
los
otros con él contestan,
y él
con falsa información
justamente me condena.
Y
estando en corrillo un dia
con otros soldados, llega
determinado don Juan,
diciendo de esta manera,
:Yo soy
don Juan, cuya luna,
de
gloriosos rayos llena,
el
honor de mis pasados,
con ser inmenso, acrecienta;
vos
habéis dicho de mí
que soy
cobarde en la guerra,
sabiendo que en valentía
os
venzo, como en nobleza."
"¡Mentís en todo!" le dije;
mas húbelo dicho apenas,
cuando
le tiró en un guante
a mi
honor una saeta
que si
bien no me llegó,
es por
la desdicha nuestra
el
honor tan delicado,
que del
intento se quiebra.
Saqué a
vengarme la espada,
y él la
suya en su defensa,
que de
dos humanos Joves
dos
rayos vibrados eran,
y a no
impedírnoslo tantos,
no digo
yo cuál muriera;
que con
ventura se vence,
si con
valor se pelea.
Al fin,
no pude romper
muros
de espadas opuestas,
que
aunque el valor las excede,
no las igualan las fuerzas.
Ausentóseme don Juan,
y yo,
en sabiendo quién eran
los
autores del engaño
de que
resultó mi ofensa,
los dos
de tres arrojé
al mar
desde una galera.
Por las bocas me ofendieron,
y entró la muerte por
ellas.
El
tercero se ausentó,
y a mí
el agravio me lleva
buscando a don Juan de Luna
por varios mares y tierras,
determinado a matar
o
morir; y a sus esferas
seis
vueltas ha dado el sol
mientras yo al mundo una vuelta.
Supe
que estaba en Madrid;
vine, y vilo en la ribera
de
Manzanares agora;
embestí
a vengar mi afrenta;
vino a
los brazos conmigo,
donde
al hijo de la tierra
en
valor y fuerza excede,
¡pero yo al honor de Tebas!
La daga y brazo levanto
que
ardiente furia gobierna,
y él,
viendo que ya en el suelo
ningún
remedio le queda,
"¡Válgame la Virgen!",
dice.
"Valga", digo, y la sentencia
revoco
en el breve instante
que al
golpe empezado resta.
Éste es
el caso. Don Juan,
pues he
hablado en su presencia,
me
puede enmendar agora
lo que
mi memoria yerra.
JUAN:
Éste, señor, es el caso.
PRÍNCIPE:
García-Ruiz de Alarcón,
claras
vuestras obras son.
Desde
el oriente al ocaso
da
envidia vuestra opinión.
Las más ilustres historias
en vuestras altas victorias
el non plus ultra
han tenido;
mas la
que hoy ganáis, ha sido
plus ultra de humanas glorias.
Vuestra dicha es tan
extraña,
que
quisiera, vive Dios,
más
haber hecho la hazaña
que hoy, García, hicistes vos,
que ser príncipe de
España.
Porque Alejandro decía
--¡ved
cuánto lo encarecía!--
que más
ufano quedaba
si un
rendido perdonaba,
que si
un imperio rendía;
que
en los pechos valerosos,
bastantes por sí a emprender
los casos
dificultosos,
el
alcanzar y vencer
consiste en ser venturosos;
mas
en que un hombre perdone,
viéndose ya vencedor,
a quien
le quitó el honor,
nada la Fortuna pone;
todo se
debe al valor.
Si
vos de matar, García,
tanta
costumbre tenéis,
matar,
¿qué hazaña sería?
Vuestra
mayor valentia
viene a
ser que no matéis.
En
vencer está la gloria,
no en
matar, que es vil acción
seguir
la airada pasión,
y
deslustre la vitoria
la
villana ejecución.
Quien venció, pudo dar muerte,
pero
quien mató no es cierto
que
pudo vencer; que es suerte
que le
sucede al más fuerte
sin ser
vencido, ser muerto.
Y
así no os puede negar
quien
más pretenda morder,
que más
honra os vino a dar
el
vencer y no matar,
que el
matar y no vencer.
Dar
la muerte al enemigo
de
temerlo es argumento;
despreciarlo es más castigo,
pues
que vive a ser testigo
contra
sí del vencimiento.
La
vitoria el matador
abrevia, y el que ha sabido
perdonar, la hace mayor,
pues
mientras vive el vencido,
venciendo está el vencedor.
Y
más donde a cobardía
no
puede la emulación
interpretar el perdón,
pues
tiene el mundo, Carcía,
de vos tal satisfacción.
Dadme los brazos.
GARCÍA: Señor,
con que
a vuestros pies me abaje
premiáis mi hazaña mayor.
PRÍNCIPE: Ésos
pide el vasallaje,
y
esotros debo al valor.
GARCÍA: Como
rey sabéis honrar.
PRÍNCIPE: Alzad,
Alarcón, del suelo,
que en
el suelo no ha de estar
quien
ha sabido obligar
la
misma reina del cielo.
Y
que pago considero
por
libranza suya a vos
las
honras que daros quiero,
que es
el rey un tesorero
que
tiene en la tierra Dios.
Abrázale
Libre de,ser derribado
agora me juzgo yo,
que
bien seré sustentado
de un
brazo a quien, levantado,
tal
furia no derribó.
Y
así, en mi casa, García,
os quedad. Desde este día
andemos juntos los dos,
que quiero aprender de
vos
la
piedad y valentía.
Gentilhombre de mi boca
os
hago.
GARCÍA:
Dadme esos pies.
PRÍNCIPE: El
servirme de vos es
para
vos merced muy poca,
porque
es mi propio interés.
Y yo
no pretendo hacer
de esto
premio o beneficio,
porque
el cargo ni el oficio
no
premia al que ha menester
el rey
para su servicio.
El
un hábito escoged
de los
tres.
GARCÍA:
¿Cuándo, señor,
serviré
tanta merced?
Arrodíllase don JUAN
PRÍNCIPE: Aquesto
a vuestro valor,
y no a
mí, lo agradeced.
Lo
mucho que habéis servido,
el
hábito manifiesta.
Pues
¿qué merced habrá sido
la que
a mí nada me cuesta,
y vos habéis merecido?
¿Por qué estás, don Juan,
así?
JUAN: Estas
honras que le das
a
García Ruiz, por mí
agradezco.
PRÍNCIPE:
Debo más
a quien
hoy me ha dado a ti.
A pagarle me apercibo
esta
vida con que vivo,
en la
que hoy, don Juan, te dio;
que
eres, amigo, otro yo,
y en ti
la vida recibo.
JUAN: A todos sabes honrar.
Sale GERARDO
PRÍNCIPE: ¿Qué
hay, Gerardo?
GERARDO: A vuestra Alteza
aparte
quisiera hablar.
Desvíase el PRÍNCIPE con GERARDO, y
hablan
aparte GARCÍA y don JUAN
JUAN: Merece
vuestra nobleza
tan
soberano lugar.
GARCÍA: Un
deudor en mí tenéis
de las honras que hoy recibo.
JUAN: Cuando
a merced vuestra vivo,
nada
deberle podéis
por ley
a vuestro cautivo.
Mas donde el sujeto es tal,
no tanto estiméis que
aplique
el
ánimo liberal
el
príncipe don Enrique
a
haceros merced igual;
porque en su real persona
puso el
cielo tal nobleza,
benignidad y largueza,
que hoy
os diera su corona,
a
tenerla en la cabeza.
PRÍNCIPE:
(Confuso estoy. ¿Qué he de hacer? Aparte
¿Al que
tanto agora honré
tengo
al punto de prender?
Pues
dejar de obedecer
a
Anarda, ¿cómo podré?
¡Oh,
fuero de amor injusto!
¿A tan
heroico varón
hacer
tal agravio es usto,
por
solo el liviano gusto,
de una
mujer sin razón?
Pero
prenderlo, ¿qué importa,
si
luego le he de soltar,
y a mí
me viene a librar
su
prisión liviana y corta
de un
largo enojo y pesar?
Pero
tengo por mejor,
por
mostrarme poco amante
sufrir
de Anarda el rigor,
que dar
nota de inconstante
a un
hombre de tal valor.
Mas
si la causa le digo,
bien
disculpará el efeto...
No me
tendrá por discreto,
si aun
no empieza a ser mi amigo
cuando
le fío un secreto.
Mas ya sé lo que he de hacer.)
Vedme
esta noche, García.
GARCÍA: Vuestro
soy.
PRÍNCIPE:
Habéis de ver
a mi
padre; que poner
vuestra
persona querría
en el estado que cuadre
al
valor que en vos se ve.
GARCÍA: Con
serviros lo tendré.
PRÍNCIPE: Esta
noche, de mi padre
el
hábito alcanzaré.
Vase el PRÍNCIPE
JUAN: Ya
con él os miro yo,
que el rey don Juan a su alteza
nada
jamás le negó;
que de
su padre heredó
el
príncipe la largueza.
Vase don JUAN
GARCÍA: En
mar sangriento de cruel venganza,
de
rabia, de ira y de coraje lleno,
corrí
tormenta, de esperanza ajeno
de
llegar en mi estado a ver bonanza;
y un
súbito accidente, una mudanza
el
pecho libra del mortal veneno,
y el que
en mi agravio a mi furor condeno,
en el
perdón produce mi esperanza.
No
la privanza me movió futura,
que
Fortuna en sus obras desiguales
no hace
de los méritos memoria;
mas
debo a mi piedad esta ventura,
y por
lo menos en hazañas tales
de la
gentil acción queda la gloria.
Vase don GARCÍA.
Salen HERNANDO, con capa y
sombrero viejo, e INÉS
HERNANDO: Tu
nombre saber deseo.
INÉS: Inés.
HERNANDO:
Decirte podré,
según
en mí no sé
qué
siento después que te veo,
"Un poco te quiero, Inés."
INÉS: A lo
menos no dirás,
pues
que ya dicho lo has,
"Yo te lo diré después."
HERNANDO: La
lengua en amor osada
es más
dichosa y más cuerda,
porque
la mula que es lerda
tarde
llega a la posada.
Enfermo es quien tiene amor,
y es el doctor el amado.
Pues, ¿cómo será curado
quien
su mal calla al doctor?
Salen el CONDE y LEONARDO, de noche
LEONARDO:
Ocupada está la puerta.
CONDE:
Reconocer determino...
LEONARDO: El
celoso desatino
tus
acciones desconcierta.
CONDE: No
me repliques. ¿Quién es?
INÉS: (Éste
es el conde.) Aparte
Inés soy,
que
gozando el fresco estoy.
CONDE: No
hablo contigo, Inés,
sino
con aquese hidalgo.
INÉS: Un
soldado es que llegó,
como
a la puerta me vio,
a pedir
por Dios.
HERNANDO: Dad algo
para
pagar la posada,
caballeros, a un soldado
desvergonzante y honrado,
que
trae la pierna colgada
y
tiene un brazo torcido,
por amor de...
LEONARDO:
Perdonad.
HERNANDO: Miren
la necesidad
con que
por Dios se lo pido.
CONDE:
¿Queréis no ser majadero?
HERNANDO: ¿Así a
un pobre se responde?
(¿Éste
es conde? Sí; éste esconde Aparte
la
calidad y el dinero.)
Vase HERNANDO
CONDE:
Hermana Inés, no concierta
con el
honor de esta casa
ver,
quien a tal hora pasa,
hombres hablando a su puerta.
INÉS: Un
mendigo remendado
que por
Dios llega a pedir,
¿qué
puede dar que decir?
CONDE: Un
tercero, disfrazado
de
mendigo, busca así
la ocasión a su mensaje;
y a estas horas el mal traje
no se ve, y el hombre sí,
y a
estar vos, como es razón,
encerrada en vuestra casa,
al
mendigo y al que pasa
quitárades la ocasión.
INÉS: No
sé yo, por vida mía,
desde
cuándo acá o por dónde
le ha
tocado, señor conde,
el
cargo a vueseñoria
de
alcaide o de guardadamas
de esta casa. ¿Qué marido,
padre o
galán admitido
es de
alguna de mis amas,
para
que las guarde así?
CONDE: ¡Vive
el cielo, que a no ser
de
aquesta casa y mujer!...
LEONARDO: Calla.
Inés, ¿estás en ti?
¿Asi
te atreves al conde?
INÉS: Y al
mismo rey me atreviera,
si
tanta ocasión me diera.
Quien
por su dueño responde
se
atreve muy justamente.
Pero yo le diré a Anarda
que el
conde su puerta guarda,
para
que el remedio intente.
Vase INÉS
LEONARDO:
Perdido vas.
CONDE: Tal estoy
de celoso y desdeñado,
que ya, de desesperado,
en
nuevos intentos doy.
Ya
que no puedo obligar,
vengarme sólo deseo,
que
estas visiones que veo,
la
materia me han de dar.
El mozo que hoy en el río
las habló y siguió después;
hallar a la puerta a Inés
y
hablarme con tanto brio;
de
Anarda el airado ceño
hoy,
porque al coche llegué,
todo dice, o nada sé,
que
esta casa tiene dueño.
LEONARDO: ¿Eso
dudas?
CONDE:
De inquirirlo
y
darles pesares trato.
LEONARDO: No le
saldrá muy barato,
si tú
das en perseguirlo,
al
pobre amante el favor.
CONDE: Tenga
disgustos al peso
que los
tengo.
LEONARDO:
Para eso
te hizo
Dios tan gran señor.
Páguela quien te la hiciere.
CONDE: Bien es
para tales hechos
vestir
de acero los pechos.
LEONARDO: Quien
dar pesadumbres quiere,
ha
de vivir con cuidado.
CONDE: Vamos
por armas; que el día
ha de hallarme
aquí en espía,
Leonardo, hasta ser vengado.
Vanse el CONDE y LEONARDO. Salen GARCÍA y
HERNANDO, de noche
GARCÍA:
Prosigue.
HERNANDO:
Llegóse a mí
el
dicho conde Mauricio,
como ve que sigo el coche,
y
pregúntame a quién sirvo.
Digo
que a nadie. Él replica
de
dónde soy conocido
de
aquellas damas que hablaba,
y por
qué ocasión las sigo.
Que ni sigo ni conozco,
le
respondo y certifico.
"Pues no os tope yo otra vez
a vista
del coche," dijo,
"o
a palos haré mataros."
Yo me
aparto, y a un mendigo,
que limosna entre los coches
pidiendo andaba en el río,
mi capa
y sombrero doy,
y estos
andrajos le pido,
con
que, si me ves de día,
oso
engañarte a ti mismo.
Con esto, y con que la noche
también
ayuda nos hizo,
las
seguí, y entré en su casa,
de que
somos tan vecinos,
que es
ésta que estás mirando,
cuyo
soberbio edificio
avaramente publica
los
tesoros escondidos.
Hablé
con ellas, y al fin,
la que
ser Lucrecia dijo
me dio
de tenerte amor,
si
honestos, claros indicios.
Pregunta tu casa, y yo
con
decirla me despido.
De mi
humor dicen que gustan,
mas yo,
que a tu amor lo aplico,
me di
al disfrazado brindis
de
"a más ver" por entendido.
A Inés, secretaria suya,
mandan
que salga conmigo
hasta
dejarme en la calle,
cosa
bien fuera de estilo,
pero no
de la intención,
que
presumo y averiguo.
Que fue porque yo de Inés
me
informase en el camino
de lo
que ellas me negaron,
lance
de amor conocido.
Supe
que era el nombre Anarda,
y Girón
el apellido
de la
que doña Lucrecia
Chacón
nombrarse me dijo.
La otra
es su prima, Julia
su
nombre, y un viejo tío
es el curador y el Argos
de estas dos huérfanas Íos,
ambas por casar, y tienen
dos mayorazgos muy ricos
con que
puede hacer dichoso
cada
cual a su marido.
Ciertas
esperanzas mías
dieron
con esto en vacío,
y a
Inés, envuelta en donaires,
una
flecha de amor tiro.
Llegamos así a la puerta,
donde
con celoso brío
se
llegó a reconocerme,
determinado, Mauricio.
Dice
que un mendigo soy
Inés;
yo fínjolo al vivo.
Él
responde, "No hay qué daros."
Yo a
fuer de pobre porfío.
Enfadóse, fuime, halléte
en la
posada, salimos,
las
mercedes me contaste,
que hoy
el príncipe te hizo.
Llegamos aquí, paramos...
Con que
en breve suma he dicho
cuanto
he hecho desde el punto
que me
dejaste en el río.
GARCÍA: De los
favores de Anarda
y los
celos de Mauricio
me
forman los pensamientos
un
confuso laberinto.
Hernando, perdido estoy.
No sé
qué poder divino
tiene
Anarda, que en un punto
me
arrebató los sentidos.
Tal
estoy que no me alegran
los
favores que hoy me hizo
su
alteza; que los de Anarda
sólo
quiero y sólo estimo.
Juzga
pues cuál me tendrán
las
licencias de Mauricio;
que
mucho tiene de dueño
quien
cela tan atrevido.
HERNANDO:
Advierte que a una ventana
dos
personas han salido.
Salen doña ANARDA e INÉS, a la ventana
ANARDA: Dos
son.
INÉS:
El conde y Leonardo
siguen
el intento mismo.
ANARDA: ¿Es el
conde?
GARCÍA:
El conde soy.
(A mi
muerte me apercibo; Aparte
pero
venid, desengaño,
que
cuanto os temo os estimo.)
A HERNANDO
Aparta;
que las verdades
de amor
no quieren testigos,
y saber
éstas deseo.
HERNANDO: A esa
esquina me retiro.
Vase HERNANDO
ANARDA:
Conde, a vuestro atrevimiento
y
grosera demasía,
ni
conviene cortesía,
ni es
cordura el sufrimiento.
¿En qué
favor fundamento
el
guardarme así ha tenido?
A quien
nunca fue admitido
pretendiente ni galán,
decid. ¿Qué leyes le dan
las
licencias de marido?
Si
con tanta libertad
guardáis
mi puerta y mi calle,
¿quién
hará al vulgo que calle,
o
estime mi honestidad?
Si bien
me queréis, mirad
mi fama
y reputación,
que es
forzosa obligación
que al
bien amar corresponde.
Salen el CONDE y LEONARDO, armados
ANARDA: Y si no
me queréis, conde,
dejadme
en este rincón.
El CONDE escucha a doña ANARDA
Y si
os pretendéis vengar
con eso
de mi desdén,
sabed
que el no querer bien
no
ofende, ni obliga a amar;
que
inclinar o no inclinar
sólo lo
puede el Amor.
Y si el
veros tan señor
esfuerza vuestra malicia,
el rey
sabe hacer justicia,
y yo sé
tener valor.
Retíranse doña ANARDA e INÉS
CONDE:
(Huélgome que no soy yo Aparte
solamente el desdeñado.)
GARCÍA: (La vida mi amor ha hallado Aparte
donde
la muerte esperó.)
CONDE: (Pobre
amante!) Aparte
LEONARDO habla aparte con el CONDE
LEONARDO:
¿Muere, o no?
CONDE: Viva,
pues vive penando.
HERNANDO llégase a su amo, y hablan aparte
HERNANDO: ¿Qué
tenemos?
GARCÍA:
Vida, Hernando:
el
conde muere.
HERNANDO: Con esto,
¿cenaremos?
GARCÍA: Vamos
presto,
que
está el príncipe esperando.
Vanse don GARCÍA y HERNANDO
CONDE:
Sospecho que no hago bien,
Leonardo, en no conocello.
Si es
mi igual, sacaré de ello
el
consuelo a mi desdén,
y a lo
menos sabré quién
no ha
de causarme cuidado.
Vamos
tras él.
LEONARDO:
Acosado
toro
embestimos, señor;
que aun
sospecho que es peor
un amante desdeñado.
Vanse todos
FIN DEL ACTO PRIMERO