ACTO TERCERO
Salen don JUAN y JULIA
JUAN: Su
alteza, que por mandado
del
rey, a Toledo parte,
de
Anarda quiere encargarte
en esta
ausencia el cuidado.
JULIA:
(Ocasión me da con esto Aparte
para
esforzar mi invención.)
En
estrecha obligación
hoy el
príncipe me ha puesto
que
pues de mí se confía,
guardarle debo amistad,
y el
decirle la verdad
corre
ya por cuenta mía.
JUAN:
Habla, pues.
JULIA: Dile que vea
que al
forastero Alarcón
tiene
mi prima afición,
y ser
su esposa desea.
Si
lo consigue, su alteza
se
puede dar por perdido,
que da
el amor del marido
a la
mujer fortaleza.
No
hay que esperar si se casa
con
hombre de tal valor
y que
sabe ya el amor
en que
el príncipe se abrasa.
Ella
dirá que desea
casarse, por allanar
el
camino y dar lugar
al príncipe. No la crea,
que
es engañoso artificio
y ha de
resistir después.
JUAN: Pues tu
consejo ¿cuál es?
JULIA: Que la
case con Mauricio,
a
quien da en aborrecer
Anarda; que de ofendido
está
muy cerca el marido
que
aborrece la mujer.
JUAN: Y
Mauricio, ¿no es honrado,
y a
guardar su honor bastante?
JULIA: De este
intento está ignorante.
Nada puede un descuidado.
JUAN:
¿Sabes si el conde querrá?
JULIA: Sé que
por Anarda muere.
JUAN: ¿Pues
cómo, de que la quiere
el
Príncipe, ajeno está?
JULIA: Su
alteza es tan recatado
que
nunca el conde Mauricio
tuvo de
su amor indicio;
tú sólo celos le has dado
con tus rondas y
paseos.
Mas eso
no ha de estorbarle,
pues
cesa con declararle
que
causo yo tus deseos.
JUAN: Si
el conde está sospechoso,
ha de
pensar que es enredo.
JULIA: Pues
quitarémosle el miedo
con que
seas tú mi esposo.
JUAN: ¿Qué
dices? ¿Tan gran favor
he
merecido de ti?
JULIA: ¿No es
tiempo que obren en mí
tus
méritos y tu amor?
JUAN:
¡Dulce fin de tantos daños!
JULIA: (Anarda
la mano dé Aparte
al conde, que yo sabré
usar
contigo de engaños.)
JUAN: Su
alteza, mi bien, me espera.
JULIA: ¿Hasme de olvidar, don Juan?
JUAN: Antes,
Julia, olvidarán
las
estrellas su carrera.
JULIA: De
tu ausencia y mi tristeza,
¿cuándo
el fin tengo de ver?
JUAN: Esta
noche he de volver
por la
posta con su alteza.
Don JUAN hace que se va
JULIA:
(Bien engañado lo envio.
Aparte
Mas,
¡ay! ¿Si se va Alarcón
a
Toledo? Una invención
remedie
el tormento mío.)
Don Juan.
Vuelve
don JUAN
JUAN: Señora.
JULIA: Oye.
JUAN: Di.
JULIA: Mira
que es inconveniente
que
García-Ruiz se ausente
en esta
ocasión de aquí,
que
examinar su intención
con
cautela es acertado;
que si paga, enamorado
de mi
prima, su afición,
tales cosas le diré,
que
aborrezca a la que estima,
y
despechada mi prima
al
conde la mano dé.
JUAN: Dirélo
al príncipe asi.
Loco
voy con tu favor.
Vase don JUAN
JULIA: ¡En qué
laberinto, Amor,
me voy
entrando tras ti!
A don Juan he dicho agora
que está Mauricio
ignorante
de que es el príncipe amante
de
Anarda; y que no lo ignora
dije
a don Diego, mi tío.
Con sus
intenciones varias,
y por
dos causas contrarias
a un
mismo efeto los guío.
Sale don DIEGO
DIEGO: Ya,
Julia querida, he dado
cuenta
al rey de nuestro intento,
y que
el principe al momento
de
Madrid salga, ha mandado.
JULIA: ¿Y
en lo que a Mauricio toca?
DIEGO: Que o
la mano le dará,
o en un
convento tendrá
justo
castigo esa loca.
JULIA: Yo
haré con tal artificio
lo que
tu pecho desea,
que el
mismo príncipe sea
quien la case con Mauricio.
DIEGO: De
remediar nuestro honor
tengo
justa confïanza
en lo
que tu ingenio alcanza.
JULIA: (Di en
lo que alcanza mi amor.) Aparte
Vanse don DIEGO y JULIA.
Salen el PRÍNCIPE,
con botas, y GERARDO, con las espuelas, para ponérselas.
Luego dos PAJES
PRÍNCIPE:
Acaba, que me tienes ya cansado.
GERARDO: (En
quemar la materia más cercana Aparte
al
fuego imita un príncipe enojado.)
PRÍNCIPE:
Ponlas, acaba. ¡Cuán de buena gana
con
ellas las entrañas le rompiera
al que
pena me dio tan inhumana!
Sale un PAJE
PAJE: Ya
apercebido el carrüaje espera.
PRÍNCIPE: Pues,
¿quién te lo pregunta?
PAJE: Vuestra
alteza
mandó
que en siendo tiempo lo dijera.
PRÍNCIPE: No
obedecerme fuera más fineza,
que el
discreto no da, sin ser forzado,
nuevas
que sabe que han de dar tristeza.
Sale el segundo PAJE
PAJE 2: A
vuestra alteza aguarda aderezado
el
almuerzo, señor.
PRÍNCIPE: Todos entiendo
que os
habéis a matarme conjurado.
Necio,
a quien de la vida está partiendo,
¿qué
gusto puede darle la comida?
Que es,
amando, partir, vivir muriendo.
Idos
de aqui, dejadme; que la vida
me
sobra, pues me falta la paciencia.
¡Ay,
antes muerta gloria que nacida!
El
favor vino anoche, y hoy la ausencia,
porque
tenga en la misma medicina
materia
más copiosa la dolencia.
El primer PAJE habla aparte con el PRÍNCIPE
PAJE 1:
Agora entra Alarcón.
PAJE 2: Él no imagina
que
está el mar por el cielo.
PAJE 1: ¿Llegar
osa?
Corre
Faetón a su fatal rüina.
Sale don GARCÍA
GARCÍA: Si
acaso vuestra mano poderosa,
deL
justo enojo de mi error causado,
ha
envainado la espada rigurosa,
merézcala besar quien, humillado,
en
cambio de él, señor, la sangre ofrece
que en
el servicio vuestro ha derramado.
PRÍNCIPE:
Alzad, García Ruiz, y si os parece
que yo
estuve enojado, yerro ha sido;
que
vuestro amor leal no lo merece.
Sabiendo
que un vasallo estaba herido
por mi
causa, aquel justo sentimiento
de
lastimado fue, no de ofendido.
Decir que errastes fue un advertimiento
y regla
de servirme, no castigo,
que sé que no hay pecado sin intento;
graves razones son las que conmigo
os dieron de amistad el
nudo estrecho.
No
levemente pierdo un buen amigo.
Sabréis, de hoy más, de mi piadoso pecho
la
condición. Jamás de ajeno daño
quiero
que nazca mi mayor provecho.
GERARDO habla aparte con los PAJES
GERARDO: Ved
de quien sirve el claro desengaño.
Aquí
nos anegamos, y en bonanza
da al
viento aquí esta nave todo el paño.
PAJE l:
¿Quién creyera tan presto tal mudanza?
PAJE 2:
Merécela Alarcón.
PAJE 1: Bueno es ser bueno;
mas no
el honrado, el venturoso alcanza.
Vanse
GERARDO y los dos PAJES
PRÍNCIPE:
Tratemos de mis males; que estoy lleno
de
rabia y de dolor, y el pecho mío
se
enciende en furia de mortal veneno .
Hoy
de mi Anarda ese caduco tío
al rey de mis intentos se ha
quejado.
Vuestro
yerro causó tal desvarío.
Mauricio fue el herido; han sospechado
que por
mi voluntad, y que a Toledo
parta
al punto mi padre me ha mandado.
¿Cómo ausente de Anarda vivir puedo,
si
aunque presente estoy, muriendo vivo?
GARCÍA: Si tu
amor firme o tu celoso miedo
remedio alcanzan de tu mal esquivo
posible, huya el dolor, la pena olvida,
pues
que yo a ejecutarlo me apercibo.
Lo
que mi brazo erró, emiende mi vida,
que
desde que empezó, por justa herencia,
está
por ti a perderse apercebida.
Para seguirte en esta triste ausencia
las
espuelas calcé. (Callo mi intento, Aparte
pues la
misma ocasión da la advertencia.)
La
vida sigue el mismo pensamiento.
Traza,
resuelve, manda; que no siente
imposible mi fiel atrevimiento.
PRÍNCIPE:
Vuestra lealtad, que al sol resplandeciente
su luz
opone, alivia mi tormento;
y así,
mientras de Anarda peno ausente,
en
prendas quedaréis de mi firmeza,
que ser
Argos de Anarda es gran ventura,
por
mirar con cien ojos su belleza.
GARCÍA:
Premiáis mi amor. (Aquí la suerte dura
Aparte
el
resto echó. ¡Por cuidadosa guarda
quedo
yo contra mí de su hermosura.
Un
recado, señor, la hermosa Anarda
me ha
dado para ti.
PRÍNCIPE: ¿Cómo, García,
tanto
tu lengua en referirlo tarda?
GARCÍA:
Porque no solicita tu alegria,
y a no
obligar la ley de buen crïado,
con el
silencio más te serviría.
PRÍNCIPE:
Habla ya, que el temor me ha atormentado
más que
la nueva puede.
GARCÍA: Tu mal siento,
si bien
en tu valor voy confïado,
porque
es el toque de él el sufrimiento.
Hablan
en voz baja. Salen don JUAN y
GERARDO. Los
dos hablan a la puerta de la cámara
GERARDO: Como el toro, a quien tiró
la vara
una diestra mano,
arremete al más cercano
sin
buscar a quien le hirió,
su
alteza, con el dolor
que
esta nueva le ha causado,
en
nosotros ha vengado
los
agravios de su amor.
Mas
en entrando Alarcón,
o de
amor, o de respeto,
serenó
el airado aspeto
y mudó
la condición.
JUAN: Bien
sabe Garcí Ruiz
merecer
tanto favor.
GERARDO: Merece
con el señor
quien
tiene estrella feliz.
PRÍNCIPE: ¿Que
le dé marido yo?
GARCÍA: Así lo
dice.
PRÍNCIPE:
¡Ah, García!
En mi
loco amor confía
quien
tal recado envió.
¡Ah,
cielo! ¡Yo le he de dar
a la
que adoro marido!
Cuánto
corta en un rendido
la
espada, quiere probar.
¡Anoche el favor primero,
y hoy
desengañarme así!
GARCÍA: (Que
fue el amor para mí, Aparte
de todo
con causa infiero.
Pero
¿cómo puedo, ¡ay, triste!,
merecer
por dulce esposa
mujer
tan noble y hermosa,
y que a
un príncipe resiste?)
PRÍNCIPE: ¿Qué
haré?
GARCÍA:
En casos de amor
nunca
supe dar consejo.
PRÍNCIPE: Vos,
pues en la corte os dejo,
con
vuestro seso y valor
divertidla de ese intento,
encarecedle mi pena,
mientras el remedio ordena
mi
afligido pensamiento.
GARCÍA: Dos
imposibles, señor,
me
encargas.
PRÍNCIPE:
Tal caballero
para
tales casos quiero.
Caballerizo mayor...
Arrodillándose don GARCÍA
GARCÍA: De
Alejandro es vuestra alteza
envidia.
PRÍNCIPE: Alzad, pues. Don Juan,
¿calláis?
JUAN:
Callando se dan
nuevas
que son de tristeza.
PRÍNCIPE: ¿Qué hay de Julia?
JUAN: Ya la vi.
PRÍNCIPE: No
temáis, que de Alarcón
sé ya la resolución
de mi
Anarda contra mí.
Ya
sé que se determina
casarse
esa crüel.
Don JUAN habla aparte con el PRÍNCIPE
JUAN: ¿Luego
ya sabréis que es él
a quien
Anarda se inclina?
PRÍNCIPE: ¿Quién?
JUAN: Repórtate.
PRÍNCIPE: Acabad,
que el alma en furor se
abrasa.
JUAN: Oye,
señor, lo que pasa,
si
Julia dice verdad.
Hablan bajo el PRÍNCIPE y don JUAN
GERARDO: De
la merced que os ha hecho
el
príncipe, alegre os doy
un gran
parabién.
GARCÍA: Yo estoy
de
vuestro amo satisfecho;
pero
podéis persuadiros
que
nada os quedo a deber,
y
cuanto tenga ha de ser,
Gerardo, para serviros.
GERARDO:
Vuestro valor al deseo
da
seguras esperanzas.
GARCÍA: (Tocando
estoy las mudanzas Aparte
de mi
suerte, y no las creo.
¿Quién, del infelice estado
en que
hoy se vio mi ventura,
creyera
que a tanta altura
hoy me
viera levantado?)
PRÍNCIPE: ¡Tal maldad! ¡Viven los cielos,
que he de hacer!
JUAN: Señor, detente.
PRÍNCIPE:
¿Quieres que el volcán reviente,
y el mundo abrasen mis celos?
¡Alarcón...!
JUAN:
Que adviertas, ruego
a su
gran valor.
PRÍNCIPE: Salid
al
momento de Madrid!
GARCÍA: ¿Para
adónde?
PRÍNCIPE:
¡Salid luego,
y cuanto más lejos vais,
me daré por más servido!
GARCÍA:
Señor...
PRÍNCIPE:
Ya estoy ofendido
de que
partido no hayáis!
Don GARCÍA se retira
GARCÍA:
(¿Qué es esto, suerte importuna?
¿Así el favor desvanece?
¡Vive
el cielo, que parece
que
está loca la Fortuna!
¿Qué
le habrá dicho don Juan?
Mas de don Juan, ¿qué recelo,
si estas mudanzas del
cielo
ciertos
avisos me dan,
haciéndome sin segundo,
ya en
el bien y ya en el daño,
del
engaño y desengaño
de Los
favores del niundo?
Vase don
GARCÍA
JUAN: Dame para hablar licencia,
ya que Alarcón se ha
partido.
PRÍNCIPE: ¿Qué
quieres? ¿Dirás que ha sido
poco
humana mi sentencia,
siendo tanta la ocasión?
JUAN: Si a
eso miro, fue pïadosa,
señor, pero rigurosa,
si miro
a tu condición;
que
desconozco el rigor
en
quien es la mansedumbre
naturaleza y costumbre.
PRÍNCIPE: ¿Qué no
harán celos y amor?
Tan
otro soy del que fui,
con sus
efetos violentos,
que
extraño mis pensamientos,
y no me
conozco a mí.
JUAN: De
que no sientas no trato,
donde
es tanta la ocasión;
mas da
un rato a la razón,
pues
diste al enojo un rato.
Confesado me ha tu alteza
que es
violento ese accidente;
lo
violento fácilmente
vuelve
a su naturaleza.
¿En qué diferencia pones
a ti y
a un hombre vulgar,
si así
te dejas llevar
del
furor de tus pasiones?
Cualquiera, señor, es sabio
donde
no hay dificultad;
la mansedumbre y piedad
se
tocan en el agravio.
La
fiera borrasca muestra
si es
el piloto prudente,
y el
jinete en potro ardiente
fuertes
pies y mano diestra.
Ésta es la misma ocasión
que
debiera desear
tu
alteza, para mostrar
su
piadosa condición,
y
más donde el condenado
ser
inocente podria,
que
hasta agora de García
no
sabemos si ha pecado.
Julia sólo el pensamiento
de
Anarda me ha referido,
pero no
que él haya sido
cómplice de aqueste intento.
Y la
primera advertencia
que
Julia en esta ocasión
me
hizo, fue que Alarcón
no te
siga en esta ausencia,
que
cautamente sabrá
de él
si a tu enemiga estima;
y siendo
así, de su prima
tales
cosas le dirá,
que
la desdeñe injurioso,
para
que ella desdeñada,
de su
amor desesperada,
quiera
al conde por esposo.
Que
mientras tenga esperanza
de que
él su amor corresponde,
no hay
pensar que verá el conde
en sus
rigores mudanza.
PRÍNCIPE: Es
agudo pensamiento.
JUAN: Con
amor y con lealtad
te sirve,
y la voluntad
da
fuerza al entendimiento.
Demás de esto, considera
que
sabiendo tu afición,
no se
casará Alarcón,
aunque,
querido, la quiera.
Y
por un leve temor
que
asegura su nobleza,
no ha
de pagar mal tu alteza
a un
hombre de tal valor.
Ni
permitas que Alarcón
me
tenga por falso amigo,
pues de
lo que hablé contigo
vio
nacer tu indignación;
con
que es forzoso entender
que
ingrato y villano soy,
pues
quito tu favor hoy
a quien
vida me dio ayer.
Bien
temí yo tu castigo
cuando
te daba el recado;
mas la
ley de buen crïado
venció
a la de buen amigo.
Esto
ha de bastar, señor,
a que
tomes otro acuerdo,
si mis
servicios no pierdo,
si no
me engaña tu amor.
PRÍNCIPE: Digo
que me has convencido,
y de
haberlo desterrado
estoy,
don Juan, lastimado,
cuanto
más arrepentido.
Abrázame; que es razón
dar
premio a tu gran nobleza,
y por
ver esta fineza,
estimo
aquesta ocasión.
JUAN: Por
tal dueño poco es dar
la
sangre, vida y honor.
Dame licencia, señor,
de que
lo vaya a alcanzar.
PRÍNCIPE:
Será, don Juan, darle indicio
de
liviana condición.
JUAN: Fía tu
reputación
de mi
ingenioso artificio.
PRÍNCIPE: Como
la ocasión no pueda
colegir
que esto ha causado,
a lo
que le he encomendado
le di
que en la corte queda.
JUAN:
¿Partes luego?
PRÍNCIPE:
Ya el rigor
de mi
airado padre ves.
JUAN: Para
alcanzarte, a mis pies
dará sus alas mi amor.
Vase don
JUAN. Salen GERARDO, los dos PAJES y
otros criados
PRÍNCIPE:
¿Puedo partir?
GERARDO: A tu alteza
todo aguarda
apercebido.
PRÍNCIPE: ¿Quién
duda que estás
sentido,
Gerardo, de mi aspereza?
GERARDO: Sólo
tus pesares siento.
PRÍNCIPE: ¡Ah,
Gerardo! No te espante;
que es
pluma leve un amante,
y celos y amor el viento.
Alégrete este rubí,
Dale una sortija
si por
mi causa estás triste.
Y tú,
pues que me sufriste
lo que
sin razón reñí,
Da al PAJE otra sortija
con
este diamante, Otavio,
publica
tu sufrimiento;
y a ti,
el arrepentimiento
que
tengo ya de tu agravio,
Da a otro una cadena
te
diga aquesa cadena,
que me
confiesa obligado.
PAJE 1: Aumente
el cielo tu estado.
GERARDO: Alivie
Anarda tu pena.
PAJE l: A su
curso natural
el río
presto volvió.
GERARDO: ¿Quién
a príncipe sirvió
tan
piadoso y liberal?
Vanse todos. Salen
don GARCÍA y HERNANDO de
camino
GARCÍA:
¿Cómo está el Conde?
HERNANDO: No es nada.
¿Un
piquete siente así?
Como es
señor, es de vidrio,
y está su
vida en un tris.
Tiene
en la tabla del brazo
una
sangría sutil;
que la
manga de la cota
no le
llegaba hasta allí.
Una
vena le rompiste;
desangrábase, y así
se
desmayó; ya está bueno,
y ha
pedido de vestir.
GARCÍA:
Huélgome. ¿Vienen las postas?
HERNANDO: Ya
comenzaba a subir
el
postillón, batanado
en el
angosto rocín.
GARCÍA: Mucho
tarda a mi deseo.
HERNANDO: ¿Esto
es irte, o es huir?
GARCÍA: ¡Fuego
de Dios en amores
y
privanzas de Madrid!
HERNANDO: ¿Esos
dos polos quisiste
con tus dos manos asir?
A entrambos pierde de
vista
el
ingenio más sutil,
y el
que más alcanza, dice
que ha
de conservarse aquí
Ganimedes con embuste,
y con
dinero Amadís.
Anda en
cueros por las calles
despreciado el dios Machín,
y como
se ve tan pobre
y
ciego, ha dado en pedir.
En
amaneciendo dios,
ya en
chinela, ya en chapin,
de los nidos salen bandas
de busconas a embestir,
todas buscando el dinero,
no al
galán sabio o gentil.
Quien
no tiene, es un demonio,
y quien
tiene, un serafín.
Ninguno
cumple deseo,
si bien lo adviertes, aquí;
que el
pobre jamás llegó
de sus
intentos al fin;
y el
rico, si no desea,
¿cómo
lo puede cumplir?
Porque
antes de desear
alcanza
el rico en Madrid.
Sin
estos inconvenientes,
considero yo otros mil,
que es
un asno el que en la corte
con
ellos quiere vivir.
Un
lencero, ¿a quién no mata
con un cuerpazo hasta allí,
dando
voces como truenos,
que
hacen los perros huir?
¿A
quién no cansa un barbón
con un
tiple muy sutil,
lastimero y recalzado,
diciendo,
"Hilí portuguí?"
¿Quién
sufre un burro aguador,
que me
sabe distinguir
a mí de
un poste, y se aparta
del
poste, y me embiste a mí?
¿Quién
sufre un cochero exento,
cuya lanza cocheril
rompe
más entre cristianos
que
entre moros la del Cid?
GARCÍA: ¿Esas
cosas te dan pena?
HERNANDO: Éstas
me la dan a mí,
que son
con las que se roza
la
jerarquía servil.
Y si
cosas tan menudas
me
desesperan así,
¿cuál
estará entre las grandes
el que
juzgan más feliz?
¡Buena
pascua! Vamos presto.
Nunca
tan cuerdo te vi,
que
aquí todo es embeleco,
todo
engaño, todo ardid.
Al que
promete aquí menos,
y al
que cumple más aquí,
el
pronóstico de Cádiz
no se la
gana a mentir.
Coche y
Prado son su gloria,
y ésta
se reduce al fin
a
mirarse unos a otros,
y andar
de aquí para allí.
Pero
las postas son éstas.
GARCÍA: Pues
alto, Hernando, a subir.
HERNANDO: Bien
puedes, que a punto
están
la maleta y el cojín.
Vase HERNANDO
GARCÍA: Adiós,
corte; adiós, Anarda.
Sale don
JUAN
JUAN: Los caballos despedid,
que os manda quedar su
alteza
en la
corte.
GARCÍA:
¿Qué decís?
JUAN: Que
cesó la causa ya
porque
os mandaba partir,
y así
ha cesado el efeto.
GARCÍA: ¿Y
puedo saberla?
JUAN: Sí.
GARCÍA: Decidla
presto, don Juan.
¿Qué
causa al príncipe di
de tan
repentino enojo?
JUAN: Erraisos, García Ruiz.
No de enojo, más de amor
mudó el clavel en jazmín,
por una nueva que yo
de
vuestro riesgo le di.
GARCÍA: ¿Y era
el riesgo...?
JUAN: Del enojo
del
rey.
GARCÍA: ¿Del
rey contra mí?
JUAN: Por la
herida de Mauricio.
GARCÍA: Pues,
¿quién le pudo decir
que fui yo el actor?
JUAN: No sé.
Por
esto os mandó partir,
como os
ama, temeroso
de
algún suceso infeliz;
y el
enojo que en él vistes,
fue
contra el pecho rüin
que a
indignar al rey con vos
dio
aliento a la lengua vil.
Entró
luego a ver al rey,
y
díjole con ardid
cómo a
Toledo, García,
os
llevaba a vos y a mí.
Que nos
llevase en buen hora,
dijo su
padre, y de aquí,
que era
falsa colegimos
la
nueva que yo le di;
que a
estar con vos indignado,
no os
permitiera seguir
al
Príncipe, y en su rostro
que
mintió la fama vi.
Con
esto y con que a su Alteza
libraros, García Ruiz,
de
cualquier riesgo es más fácil
que no
apartamos de sí,
os
manda quedar, y encarga
a ese
esfuerzo varonil
lo que
con vos ha tratado.
GARCÍA: ¿Y es
menester para mí
este
recuerdo? A su alteza,
don
Juan amigo, decid
que
sólo triste partía
de
pensar que le ofendí,
y
alegre de que fue engaño,
quedo a
servirle en Madrid.
JUAN: Dadme los brazos, García.
GARCÍA: Don
Juan, ¿tan presto os partís?
JUAN: Al
príncipe he de alcanzar,
que va
a Illescas a dormir.
(Ni más
por ti pude hacer, Aparte
ni más
te puedo decir;
valor y
prudencia tienes;
tú
sabrás mirar por ti.)
Vase don JUAN
GARCÍA:
Encontró Amor a la
Fortuna un día,
émula
de su imperio soberano;
de
Aquelóo las reliquias una mano,
y la
rueda fatal otra movía.
El
soberbio rapaz la desafía,
y el
arco flecha; pero flecha en vano,
que no
la ofende su poder tirano,
si el
cetro menos él de ella temía.
Al fin, reconocidos por
iguales,
dios
cada cual en cuanto ciñe Apolo,
ni él
las viras dejó, ni ella los giros.
¿Qué
tanto soy contra enemigos tales?
No se
vencen dos dioses; y yo solo
bastaré
a sus mudanzas y sus tiros.
Vase don GARCÍA.
Salen doña JULIA,
doña ANARDA e INÉS
JULIA: En
lo que agora te digo,
mi amor
te quiero mostrar.
A
Mauricio, tu enemigo,
el rey
pretende casar
contra
tu gusto contigo,
y
siguiendo aqueste intento,
vendrá
agora de su parte
quien
acabe el pensamiento,
con orden
para llevarte,
si
resistes, a un convento.
ANARDA:
¡Cuando la mano le dé
al
conde, o no tendré seso,
Julia,
o sin vida estaré!
JULIA: Si te
resuelves en eso,
un consejo te daré.
ANARDA: Ya,
prima, tu lengua tarda.
JULIA: Éntrate
al punto en el coche;
del
furor del rey te guarda,
que yo
desde aquí a la noche
haré tu
negocio, Anarda.
ANARDA: Bien dices.
JULIA:
Presto; que ya
vendrá
la gente que digo.
ANARDA:
¡Hola! ¡El coche!
INÉS: Puesto está.
ANARDA: El
manto, Inés. Ven conmigo.
JULIA: Las cortinas llevará
tendidas el coche, prima.
No
sepan que vas en él.
ANARDA: Mucho
tu amistad me anima,
que es
una amiga fïel
la joya
de más estima.
Vanse doña ANARDA e INÉS
JULIA: ¡Qué
bien la supe engañar!
Quien
camina descuidado
es
fácil de saltear.
Agora
pienso acabar
el
enredo comenzado.
Con
esto a mi amor quité
el
mayor impedimento,
que
como a solas esté
con
Alarcón, a mi intento
hoy
dulce puerto daré.
Hoy
lograré mi esperanza,
porque
es necio el que no entiende
que hay
peligro en la tardanza,
si con
brevedad no alcanza
quien
con engaños pretende.
Sale BUITRAGO
JULIA:
¿Anarda, fuése?
BUITRAGO: Imagina
cada
caballo español,
según con ella camina,
que
lleva en el coche al sol,
y que
es nube la cortina.
JULIA:
¿Viene Alarcón?
BUITRAGO: Al momento
me
respondió que venía.
Vase BUITRAGO
JULIA: Sus
pasos son los que siento,
pues se
alegra el alma mía
y se
turba el pensamiento.
Salen don GARCÍA y HERNANDO
GARCÍA:
Sujeto a vuestro mandado
vengo a
ver lo que queréis.
Nada me encubra el cuidado,
pues me
confieso obligado
a la
merced que me hacéis.
JULIA:
Gloria ilustre de Alarcón,
este
cuidado que os muestro,
no os
pone en obligación,
porque por mi honor, el vuestro
procuro
en esta ocasión.
Casarse con vos intenta
mi
prima, que hacer pretende
a vos y
a su sangre afrenta;
y como
en ella me ofende,
tomo el remedio a mi cuenta.
Del
vuestro pende mi honor,
y
aunque para defenderlo
casado
tendréis valor,
viendo
el peligro, es mejor
evitarlo que vencerlo.
GARCÍA:
¿Posible es que sólo el celo
de lo
que apenas os toca
os
causa tanto desvelo?
Más
viva causa recelo
que a
tal cuidado os provoca.
JULIA:
(Temblando está mi edificio; Aparte
esfuércelo otra invención.)
Parte
es celo, parte oficio
que
paga la obligación
en que
me ha puesto Mauricio.
A su
ruego lo he intentado,
porque
mi honor mejora;
y no
habiéndole alcanzado,
a ser
tema viene agora
lo que
fue razón de estado.
Pero, ¿qué sirve que os cuente
la
causa? El efeto ved
a
vuestro honor conveniente.
Si es
buena el agua, bebed
sin
preguntar por la fuente.
Yo
os digo, Alarcón, verdad;
la
causa cual fuere sea;
después
de vos os quejad.
Sólo en el Príncipe emplea
Anarda
su voluntad.
No
os mueva el falso favor
de
aquel honesto fingir,
porque
su intento traidor
es con
vuestra mano abrir
las
puertas a ajeno amor.
Y
porque sepáis, García,
si
apresuran vuestro daño;
que
esto a vos sólo podía
decirse... (Con este engaño
Aparte
he de
hacer gran bateria.)
...Anarda a cierto lugar
parte
agora, igual al viento,
adonde
la fue a esperar
su
alteza, para trazar
el fin
de este casamiento.
GARCÍA: ¡Que
un pensamiento traidor
quepa
en sangre principal!
JULIA: Como
eso puede el amor.
Pues
que te prevengo el mal,
preven
remedio a tu honor.
GARCÍA: El
no casarme con ella
es el
remedio.
JULIA: Alarcón,
si él
llega a mandarlo, y ella
da la
mano, ¿qué razón
has de
dar de no querella,
y
más cuando tú de amar
a
Anarda muestras has dado?
Viéndote así retirar,
¿Por
fuerza no han de pensar
que su
intención te he contado?
Pues
mira tú si es razón
que con
el bien que te he hecho
granice
su indignación.
GARCÍA: No cabe en mi noble pecho
ingrata
imaginación.
JULIA: Y
por ti también es justo
que
algún impetu violento
temas
del príncipe injusto,
o
porque no haces su gusto,
o porque sabes su intento.
Si
ve su pecho real
que
sabes falta tan grave
de él,
teme un odio mortal,
porque
todos quieren mal
a quien
sus delitos sabe.
GARCÍA: Ya
que a mi incauto navío
mostraste con pecho fiel
el
fiero oculto bajío,
sólo en
tu valor confío,
Julia,
que lo libres de él.
Aconséjame.
JULIA: El consejo
edad y
prudencia quiere.
GARCÍA: Mi amor
en tus manos dejo,
que al
más sabio y al más viejo
tu
claro ingenio prefiere.
JULIA: Pues
tanto te satisface
mi
voluntad conocida,
que en
tu bien discursos hace,
digo
que la diestra herida
de la
misma herida nace.
Si
te ofenden con casarte,
el
casarte te defienda.
Busca a
quien pueda igualarte,
y antes
que el príncipe entienda
qué se
trata, has de obligarte.
GARCÍA:
¡Fuerte remedio!
JULIA: Violento;
mas
pídelo el mal crüel,
y un
honrado pensamiento
fácil
arriesga el contento,
si
guarda el honor con él.
GARCÍA: ¡Ah,
cielos! ¿Tanto rigor...
JULIA: (Ayude
Amor mi esperanza.) Aparte
GARCÍA: ...con
hombre de mi valor?
¿Esto es corte? ¿Esto es privanza?
¿Esto
es honra?
JULIA:
(¿Y esto amor?) Aparte
GARCÍA:
¿Cómo quieres que halle yo
mujer?
JULIA:
Si se determina
tu pecho a lo que me oyó,
quien
el remedio ordenó
te dará
la medicina.
GARCÍA:
¿Mujer igual a quien soy
me
darás?
JULIA:
Digo que sí.
GARCÍA: Pues
determinado estoy.
JULIA: ¿Dirás
que es igual a ti,
si
igual a mí te la doy?
GARCÍA: Y
que excede a mi deseo.
JULIA: Pues en
ti, noble Alarcón,
tan
ilustres glorias veo,
que a
la mavor presunción
pueden dar honroso empleo.
Mas
cuando en casar contigo,
mucho
de mi honor perdiera,
que
diera la mano digo,
si de
esa suerte saliera
con el
intento que sigo.
GARCÍA: ¿Qué
dices?
JULIA:
¿De qué te alteras?
GARCÍA: ¿Agora
das en probarme?
JULIA: Las
causas que consideras
me
fuerzan; mas, ¿obligarme
tú por
ti no merecieras?
GARCÍA: (Grandes
malicias advierto. Aparte
Mucho
me da que entender
aqueste
nuevo concierto.
Si me
quiere esta mujer,
el
engaño he descubierto.
Yo
lo veré.) Mi esperanza
de un favor tan soberano
teme el
engaño o mudanza.
JULIA: ¿Darás
crédito a la mano,
si la
lengua no lo alcanza?
GARCÍA:
¡Cuánto estimara tu intento,
a ser
hijo del Amor!
JULIA: Basta; no me des tormento.
No
engendra solo el honor
tan
resuelto pensamiento.
GARCÍA:
¿Luego en efeto me quieres?
¡Dime,
por Dios, la verdad!
JULIA: ¡Qué
discreto, Alarcón, eres!
No dicen más las mujeres
de mi
estado y calidad.
GARCÍA:
Pues, ¿y don Juan? ¿Qué diria?
Que sé
que te quiere bien.
JULIA: Eso a
mi cuenta, García.
GARCÍA: Corre a
la mía también,
porque
de mí se confía.
JULIA: Don
Juan sólo se entretiene,
porque
al príncipe acompaña
cuando
a ver a Anarda viene;
mas ni
mi favor le engaña,
ni es
amor el que me tiene.
Y cuando me tenga amor
con que
te obligue a lealtad,
mira si
te está mejor
el
conservar su amistad
que dar
remedio a tu honor.
Si
no le piensas callar
lo que hemos tratado aquí,
tu
intención ha de estorbar;
que ha
de querer agradar
más al
príncipe que a ti,
y no
es razón que lo intentes
en mi
daño.
GARCÍA:
En todo hallo
montañas de inconvenientes
JULIA: Los del
honor son urgentes.
GARCÍA: Déjame
por hoy pensallo.
JULIA: El
remedio que te doy
consiste en la brevedad.
GARCÍA: Ya de
eso advertido voy,
y de
que a tu voluntad
obligado, Julia, estoy.
Vase don GARCÍA
JULIA:
Grandes cosas he emprendido,
y mis
enredos extraños
lo
posible han excedido;
mas quien de amor no ha sabido,
no
condene mis engaños.
¡Buitrago!
Sale BUITRAGO
BUITRAGO:
Señora.
JULIA: Id
donde
mi prima os aguarda,
y que se venga decid.
BUITRAGO: En el
Soto está.
JULIA: Y si Anarda
algo os
pregunta, advertid...
Vanse doña JULIA y BUITRAGO hablando. Sale
HERNANDO, contando las horas que dé un
reloj
HERNANDO: Dos,
tres, cuatro, cinco, seis,
siete,
ocho, nueve, diez, once.
¡Válgate Dios por mujer!
¿Has de
venir esta noche?
¡Que a
estas horas esté fuera
una
doncella! ¡Qué azotes!
¡Pobre coche el que una vez
una
ballenato coge!
Piensa
que el cochero es piedra
y los
caballos de bronce,
y la
noche, cuando viene,
lleva
dos mil maldiciones.
¡Poh! ¡Mal hubiesen los gatos
que dan
algalia a estos botes!
Ya
empiezan las cosas malas
de
entre las once y las doce.
Como
salen a tal hora
en
otras partes visiones,
en
Madrid por las narices
espantan diablos fregones.
¿Otro?
¡Mal haya la Arabia
que
engendra tales olores!
Agora
huele a adobado,
y es la
quinta esencia entonces.
Coche
suena... por la calle
sube de
los Relatores...
¡Señor,
señor!
Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¿Qué hay, Hernando?
HERNANDO: Por
acá, que viene un coche.
GARCÍA: ¿Si será Anarda?
HERNANDO: La vuelta
da
hacia su casa. Paróse.
Mujeres
son.
GARCÍA: Ello es cierto.
Claramente se conoce
que
Julia dijo verdad.
HERNANDO: ¿Dos
solas, y a media noche?
Salen doña ANARDA e INÉS, con
mantos
GARCÍA:
Escucha, Anarda.
Doña ANARDA se acerca a la puerta de su
casa
ANARDA: ¿Quién es?
¡Hola! Una luz.
GARCÍA: No des voces.
Alarcón
soy.
ANARDA:
¿Vos, señor?
¿Qué
queréis?
GARCÍA:
No te alborotes.
ANARDA: ¿De
qué, donde vos estáis?
Tira doña ANARDA a INÉS con temor
hacia don GARCÍA
INÉS: (Ya
entiendo. El manto me rompe.) Aparte
GARCÍA:
Perdonad mi grosería,
si lo
es preguntar de dónde
viene
sola y a estas horas
una doncella tan noble.
ANARDA: Aunque
para hablar no es éste
tiempo
ni lugar conforme,
aquél
es tiempo y lugar
donde
riesgo el honor corre.
Díjome
Julia que el rey
determinado dispone,
o que
me entre en un convento
o que
dé la mano al conde,
y que
esta tarde vendría
su
gente por mi, con orden
de
ejecutar este intento;
que con mi ausencia lo estorbe;
que
ella, ausente yo, daría
traza
cómo no se logre
el
intento de Mauricio.
Aprobélo, tomé el coche,
y solas
Inés y yo
nos
fuimos al Soto, donde
un
escudero de Julia
al
anochecer llamóme.
Yo, que
de espías del rey
es
fuerza que miedo cobre,
hasta
las horas que veis
no
quise salir del bosque.
GARCÍA: (Con
lo que a su prima oí, Aparte
esto,
¿qué tiene que ver?
A
Anarda llego a creer,
y a
Julia también creí.
¡Ay
de mí! ¿En qué ha de parar
la
confusión de mi pecho?)
ANARDA: ¿No
estás, señor, satisfecho?
GARCÍA: (¡Ah,
Dios! ¡Quién pudiera hablar!) Aparte
ANARDA: ¿No
hablas?
GARCÍA: ¿Tú fuiste, Anarda...
(Por Dios que estoy por decillo.) Aparte
...a
verte con el Sotillo... ?
ANARDA: ¿Qué
dices?
GARCÍA:
Digo que... Aguarda ...
que
fuiste tú ...
ANARDA: ¿A dónde fui?
GARCÍA: ¡Jesús,
qué priesa me das!
ANARDA: ¿No ves
que en la calle estás,
y que
yo estoy mal aquí?
GARCÍA:
Digo... (No puedo, en efeto; Aparte
que si
Anarda me ha mentido,
es darme
por entendido
y
descubrir el secreto.)
ANARDA: Si
pones en mi verdad
y en mi
honor dudas, advierte
que yo
en el satisfacerte
no
pongo dificultad.
Con que adviertas, Alarcón,
que la
obligación entiendo
de
quien me pide, no siendo
mi
esposo, satisfación;
y te
des por entendido
de lo
que te da a entender
quien,
no siendo tu mujer,
satisfacerte ha querido.
GARCÍA: ¿Tan
torpe de entendimiento,
tan
ciego piensas que soy
que en
tus tiernos ojos hoy
no te
leyese el intento?
¿Y tú decirme podrás
que no
te ha dicho mi pena
que
sólo el príncipe enfrena
los
intentos que me das?
ANARDA: Que
no ha de estorbarme, advierte,
lo que
convenga a mi honor,
y eso supuesto, señor,
yo
quiero satisfacerte.
GARCÍA: Luz
es ésta.
INÉS: Julia viene.
GARCÍA: Y con
ella la ocasión
con que
la satisfación
puedo
tener que conviene.
ANARDA: Di
cómo.
GARCÍA:
Dile que soy
el
príncipe, que, enojado,
incrédulo y porfïado,
celos
pidiéndote estoy.
Que
ella la verdad refiera;
y si
concuerda contigo,
que
estoy satisfecho digo.
ANARDA: Soy
contenta.
Salen JULIA y BUITRAGO, con una
luz
ANARDA:
Prima, espera.
Quita la luz.
Éntrase BUITRAGO con la luz, y
embózase don GARCÍA
JULIA: He bajado
a
buscarte, prima, así,
porque
ha gran rato que oí
el
coche, y me dio cuidado.
(¡Oh, celos!) Aparte
ANARDA: Me ha detenido
su
alteza...
JULIA:
(Mi mal cesó.) Aparte
ANARDA: Que por
correrme, corrió
la
posta.
JULIA:
(Amor lo ha traído.) Aparte
ANARDA:
Dile, prima, lo que pasa,
que me
ha encontrado a la puerta,
y es
milagro no estar muerta,
según
en celos se abrasa.
De
dónde vengo le cuenta,
y a qué de casa salí.
JULIA: Yo,
señor, decir oí
que el
rey, vuestro padre, intenta
que
Anarda la mano dé
a
Mauricio, su enemigo,
o en un
convento en castigo
de su resistencia esté,
y
que hoy por ella envïaba
para
ejecutarlo así;
yo al
remedio me ofrecí,
si al
rigor el cuerpo hurtaba.
Con
esto al Soto partió,
donde la nueva ha esperado,
que
Buitrago le ha llevado,
de que
la fama mintió.
ANARDA:
¿Estás satisfecho?
GARCÍA: Sí.
ANARDA: Prima,
¿y nuestro tío?
JULIA: Ya
entregado al sueño está.
ANARDA: Pues
sube, que voy tras ti.
JULIA: Sin
temer el menor daño
puedes
hablar hasta el día.
(Quizá
entre tanto García Aparte
vendrá a confirmar mi engaño.)
Vase doña JULIA
GARCÍA:
¿Quién creyera que mentía
tan
bien compuesta invención?
ANARDA: ¿Ya te
di satisfación?
GARCÍA: Como
tuya, Anarda mía.
ANARDA: ¿Qué
determinas?
GARCÍA: Rendir
a tu
gusto mi albedrío.
ANARDA: Dichosa
yo si eres mío.
GARCÍA: Nada lo
puede impedir.
Salen don JUAN y el PRÍNCIPE, de camino, y
GERARDO
JUAN:
Rendidas quedan las postas.
PRÍNCIPE: Tal ha
picado el amor.
JUAN: ¡La
casa de Anarda abierta!
PRÍNCIPE: Sí, que
estaba ausente yo.
JUAN: Tras la
puerta hay una luz.
¿Entraremos?
PRÍNCIPE:
Ciego estoy,
y la novedad obliga,
si
convida la ocasión.
JUAN: Aquí
hay gente. ¿Quién va allá?
GARCÍA: ¡Don
Juan y el príncipe son!
ANARDA: Sacad,
Buitrago, esa luz.
Saca la luz
PRÍNCIPE: ¿Es
Anarda?
ANARDA: Sí, señor.
PRÍNCIPE: ¿Quién
está contigo?
GARCÍA: ¿Quién
puede
estar, sino Alarcón,
si por
guarda vigilante
vuestra
alteza me dejó?
PRÍNCIPE: ¿En el zaguán
y a tal hora,
solos y
a escuras los dos?
GARCÍA: En este
punto, de fuera,
señor,
Anarda llegó,
y yo,
que estaba en espia
con los
celos de tu amor,
de
venir tan tarde estaba
preguntando la ocasión.
Hablan el PRÍNCIPE y don JUAN aparte
PRÍNCIPE: Rabio,
Don Juan.
JUAN: Disimula.
PRÍNCIPE: El seso
perdiendo estoy.
JUAN: Toma de
Julia el consejo;
de dos daños, el menor.
Dala
por esposa al conde,
y
aunque con esa pensión,
verás
fin en tu deseo,
y no en
el suyo estos dos.
PRÍNCIPE:
Gerardo, busca a Mauricio,
y di
que lo llamo yo.
Vase GERARDO.
Salen doña JULIA y don
DIEGO
JULIA: ¡En
esta casa su alteza!
DIEGO: ¿Qué
novedades, señor
a tal
exceso os obligan?
PRÍNCIPE: Noble
don Diego Girón,
para
evitar los disgustos
que hay
entre Mauricio y vos,
quiero
dar esposo a Anarda,
y hacer
estas paces yo.
DIEGO: De
vuestra mano real
es,
señor, tan noble acción.
ANARDA: ¿Con
quién, señor, me casáis?
PRÍNCIPE: Al
conde, Anarda, te doy.
ANARDA: Para
hacer así las paces,
menester no érades vos,
que ya
fuera mi marido,
si
hubiera querido yo.
Hacer
lo que otro no puede
es
milagro del valor;
y así,
pues hacer las paces
el
vuestro nos prometió,
y
cumplirlo es imposible
si al
conde la mano doy,
para que
cumplir podáis
tan
precisa obligación,
a
García Ruiz la mano
con
vuestra licencia doy.
Hablan aparte el PRÍNCIPE y don JUAN
PRÍNCIPE:
Arrojóse.
JUAN:
Él no querrá,
que es leal, y ve tu amor.
A doña ANARDA
PRÍNCIPE: ¿Sabes
que querrá García?
GARCÍA: Si
quisiera a Anarda yo
de
suerte que mi mal diera
a la
envidia compasión,
no me
casara, no siendo
con vuestro gusto, señor.
PRÍNCIPE: ¡Qué
bien dijiste, don Juan!
Vos,
García, sois quien sois,
y sois
mi primer amigo
y mi
privado mayor.
GARCÍA: Al
príncipe, Anarda, debes
esta mano que te doy,
porque,
a no querer su alteza,
no me
obligara tu amor.
PRÍNCIPE: ¿Qué
decís?
GARCÍA:
Vos ¿no queréis
casalla?
PRÍNCIPE:
¿Yo?
GARCÍA:
Sí, señor.
PRÍNCIPE: Con el
conde.
GARCÍA:
¿Con el Conde?
Pero si
habéis dicho vos
que
vuestro mayor amigo
y mayor
privado soy,
lo que
dábades al conde,
¿cómo puedo pensar yo
que me
lo neguéis a mí?
HERNANDO:
(Concluyólo, vive Dios.)
Aparte
PRÍNCIPE:
Sofísticos argumentos
en el
vasallo, Alarcón,
arguyen
claras malicias,
sin disculpar el error.
Idos
luego a vuestra tierra,
porque
nunca bien sirvió
el que
con su dueño arguye.
GARCÍA: Puesto
que el vivo dolor
de
haberos dado disgusto
me atraviesa el corazón,
vuestro
mandado obedezco,
y por
él gracias os doy,
pues
que trueco al bien de Anarda
los
males de la ambición.
JUAN: Señor,
mira que Garcia
y su
valor...
Hablan el PRÍNCIPE y don JUAN en secreto
PRÍNCIPE:
Siempre vos...
JULIA: Al fin,
necio, ¿de su alteza
perder
quisiste el favor?
GARCÍA: Perdílo
ganando a Anarda;
favores
del mundo son.
PRÍNCIPE: Vos lo
pedis, y Garcia
tiene
disculpa en su error.
JUAN:
Alarcón, ya de su alteza
tengo
alcanzado el perdón.
GARCÍA: Su
benigno pecho alaben
cuantos
gozan luz del sol.
HERNANDO: Tantas
vueltas en un día,
¿cuándo
Fortuna las dio?
JUAN: Julia,
cumplid la palabra
que me
distes.
PRÍNCIPE: Siendo yo
el
padrino, bien podéis.
JULIA: Ya es
forzoso; vuestra soy.
BUITRAGO: El
conde viene.
HERNANDO:
¡A buen tiempo!
Salen el CONDE y GERARDO
CONDE: Aunque
sin salud, señor,
sali
luego a obedeceros.
PRÍNCIPE: Yo mismo
el tercero soy
para
que le deis la mano,
conde,
a don Diego Girón.
CONDE: Pensé
que a Anarda.
PRÍNCIPE: Ya Anarda
es
esposa de Alarcón;
y no os
pese, que a fe mia
que os
ha importado el honor.
CONDE: Pues
vuestra alteza lo manda,
soy su
amigo.
DIEGO:
Vuestro soy.
Y los
favores del mundo
dan
fin, y piden perdón.
FIN DE LA COMEDIA