ACTO PRIMERO
Salen
Doña FLOR e INÉS, con mantos
FLOR: ¿Qué dices?
INÉS: Digo, señora,
que es él.
FLOR: ¡Desdichada soy!
¿Don
Fernando de Godoy,
cielos, en Sevilla agora?
La Fortuna me
persigue.
Cúbrete.
INÉS:
Ya es excusado,
porque
muestra su cuidado
que
conoce lo que sigue.
FLOR:
Cuando el marqués prometía,
abrasado de amoroso,
pasar
mi estado dichoso
de
merced a señoría,
¿viene a ser impedimento
de
tanto bien don Fernando?
INÉS: Pues,
¿por qué lo ha de ser?
FLOR: Dando,
pues ha
de seguir su intento,
ocasiones de celar
al
Marqués; y es cierta cosa
que a
su pasión cuidadosa
nada al
fin se ha de ocultar;
que aunque don Fernando, es llano
que
amante secreto ha sido,
el
disgusto sucedido
en
Córdoba con mi hermano
fue
público en el lugar;
y lo
que entonces pasó,
para sospechar bastó,
si no
para condenar;
y
esto será impedimento
a la
mano que procuro;
que es
el honor cristal puro,
que se
enturbia del aliento.
INÉS: Pues
desengáñalo luego,
y pide
que no te quiera
a don
Fernando.
FLOR: Eso fuera
poner a
la mina fuego,
y
hacerle esparcir al viento
secretos de amor desnudos;
que ni son los celos mudos
ni es sufrido el
sentimiento.
INÉS: Él llega.
FLOR: ¡Suerte inhumana!
¿Cómo me podré librar?
INÉS: En esta
tienda ha de estar
aguardándote
doña Ana.
Sale doña ANA, con manto
ANA:
Gracias a Dios que te veo.
Ya tu
tardanza acusaba.
FLOR: No
imagines que me daba
menos
priesa mi deseo,
pues
que mi hermano, sabiendo
que a
verte, amiga, venía...
ANA: ¡Oh,
qué cansada porfía!
Salen don FERNANDO y ENCINAS
FERNANDO:
Hablarla agora pretendo.
ENCINAS:
Llega, pues.
Aparte a INÉS
FLOR:
Inés, procura,
mientras hablo, entretener
a doña
Ana.
FERNANDO:
Si el poder
igualase a la hermosura,
yo
fuera, damas hermosas,
esta
ocasión por igual
venturoso y liberal.
ENCINAS: Ellas fueran las dichosas.
FERNANDO: Mas
puesto que no hay hacienda
que
iguale a tanta beldad,
si lo
merezco, tomad
lo que
os sirváis de la tienda.
ENCINAS: ¿Qué
es esto? Nunca te vi
ser
galán tan de provecho.
Señoras, milagro han hecho
vuestras deidades aqui;
pero
según tus estrellas
que
nunca des han dispuesto,
hoy,
que tú quieres, apuesto
que no
lo reciben ellas.
INÉS: Doña
Ana hermosa, ¿no tiene
gracia
el bufón?
ENCINAS: No me llamo
sino
Encinas.
ANA:
(La del amo Aparte
con más
razón me entretiene.
Sabré al descuido quién es.)
Agradado me has de suerte,
que
estimara conocerte,
porque
algunos ratos des
alivio a tristezas mias.
ENCINAS: Harélo
yo, si te doy
gusto
en eso.
ANA:
Si; que soy
sujeta
a melancolías.
ENCINAS: Oye,
pues. (Buena ocasión Aparte
doy a
mi señor con esto.)
Hablan
aparte doña ANA y ENCINAS
INÉS:
(Lindamente se ha dispuesto.)
Aparte
Aparte a doña FLOR
FERNANDO: Dueño
de mi corazón...
FLOR: Tu
afición, Fernando mío,
proceda
más recatada;
porque ni de esa crïada
ni de
esa amiga me fío.
FERNANDO: Ya
con esa prevención
a
hablarte llegué, mostrando
no conocerte.
FLOR: Fernando,
los nobles amantes son
centinelas del honor
de sus damas.
FERNANDO:
Pues, ¿por qué,
si has
conocido mi fe,
me previenes eso, Flor?
FLOR: Tú, Fernando, eres testigo
de lo que nos sucedió
cuando
en Córdoba te halló
mi
hermano hablando conmigo.
Entonces, para aplacar
los bandos y desafíos
entre tus deudos y míos,
prometiste no llegar
a
esta ciudad en dos años,
donde
en aquella ocasión
a
empezar su pretensión
y
acabar aquellos daños
mi
hermano partió conmigo,
por
estar su majestad
de
espacio en esta ciudad.
FERNANDO: Y tú, Flor, eres testigo
que mi palabra a
despecho
de mi
paciencia he cumplido.
FLOR: Pues ya que tan noble has sido,
no deshagas lo que has hecho.
FERNANDO:
¿Cómo?
FLOR:
Ocasionando agora
nuevos
disgustos, y así,
sólo
una cosa por mí
has de
hacer, mi bien.
FERNANDO: Señora,
no mandes que del amor
que
idolatra tu hermosura
desista, y pide segura
el
imposible mayor.
FLOR: Tú
verás en lo que pido
que
encamino tu esperanza.
FERNANDO: Siendo
así, de tu tardanza
está mi
amor ofendido.
FLOR: Ya
con el rey sus intentos
tiene
en buen punto mi hermano,
y de los suyos es llano
que han de pender mis
aumentos.
Da fuerza
a su pretensión
y a su
razón calidad,
de mi
honor y honestidad
la
divulgada opinión;
y
porque temo, y no en vano,
que han de causar tus pasiones,
al lugar murmuraciones,
e
inquietudes a mi hermano,
quiero que, como quien eres,
me
prometas que jamás,
Fernando, a nadie dirás
que te
quiero ni me quieres;
que
vivirán en tu pecho
secretas nuestras historias,
solicitando tus glorias,
o
celoso o satisfecho,
tan
cauto y tan recatado,
que en
el mayor sentimiento
sólo con
tu pensamiento
comuniques tu cuidado.
Esto
le importa a mi honor
y a tu
amor.
FERNANDO:
Yo te prometo,
como
quien soy, el secreto,
mi
gloria, de nuestro amor.
¿Estás contenta?
FLOR: Si estoy.
FERNANDO:
¿Confías que cumpliré
mi
palabra?
FLOR:
Sí; que sé
que
eres sangre de Godoy.
FERNANDO: Di,
pues, agora qué estado
tiene
contigo mi amor.
FLOR: Déjalo
a tiempo mejor;
que
estoy aquí con cuidado.
FERNANDO: Di,
¿cómo el vernos dispones
entre esas dificultades?
FLOR: A conformes voluntades
nunca faltan ocasiones.
Búscalas; que yo prometo
hacerlo
también.
FERNANDO: A ti
toca el
trazarlas, y a mí
el
gozarlas con secreto.
FLOR: Fernando, adiós.
FERNANDO: Flor, advierte
en la
firme fe que tengo
tras
tanta ausencia, y que vengo
a
Sevilla sólo a verte.
FLOR: Yo
soy la misma que fui.
(¡Nunca pluguiera a los cielos Aparte
vinieras a darle celos
al
marqués, y pena a mí!)
FERNANDO:
(¿Quién dice que las mujeres
no son firmes? Peñas son.)
A ENCINAS
ANA: Doña
Ana soy de León.
Si por
ventura tuvieres,
que
eres forastero al fin,
alguna
necesidad,
conocerás mi verdad.
ENCINAS: Pon en
mi boca el chapin.
INÉS: ¿Cómo habéis quedado?
FLOR: Inés,
el medio que pude dar
he
dado, para evitar
sentimientos al Marqués.
Vanse
las tres
ENCINAS: ¿Qué tenemos?
FERNANDO: Nada.
ENCINAS: ¿Nada?
FERNANDO: Ya no
me trates jamás
de doña Flor.
ENCINAS: ¡Bueno estás!
¡Bien logramos la
jornada!
FERNANDO: Al
punto que entienda yo
que
nadie de ti ha sabido
que
algún tiempo la he servido,
ni la
historia que pasó
en
Córdoba, pagarás
con la
vida. (Así el preceto Aparte
ejecuto
del secreto.)
ENCINAS: Que lo
diga Barrabás,
supuesto que soy testigo
de la
furia de tu acero,
y que
sabes dar, primero
que la
amenaza, el castigo.
Vanse. Salen el
MARQUÉS y RICARDO, de noche
RICARDO: Sin
seso estás.
MARQUÉS: ¿No es razón
estar
de contento loco,
cuando
con mis manos toco
tan
dichosa posesión?
Esta
noche -- ¡oh, santo cielo,
permitid que llegue a vella! --
gozo de
la flor más bella
que dio
primavera al suelo.
Esta
noche mis empleos
logran
su larga esperanza,
y firme
amor alcanza
el fin
de tantos deseos,
En
esta vida, ¿qué bien
puede
igualar a la gloria
de
conseguir la vitoria
de un
dilatado desdén?
RICARDO: ¡Oh,
quién te viera, señor,
libre
de estas mocedades!
MARQUÉS: ¿Agora
me persüades?
RICARDO: Juzgo
que fuera mejor,
cuando te ves tan privado
del rey
don Pedro, gozar
de su
favor, y asentar
el
paso, tomando estado.
MARQUÉS: No; mientras viva mi hermano,
Ricardo, a quien justamente,
por
honrado, por valiente,
por
discreto y cortesano,
como
tierno padre quiero,
no
quiera Dios que, casado,
a mi casa ni a mi estado
solicite otro heredero.
Yo
tengo por Flor la vida,
por
Flor desprecio la muerte;
mas si
el Amor de otra suerte
con sus
glorias me convida
sin que me case, no es justo
quitar
la herencia a mi hermano;
que no
siempre con la mano
se debe
comprar el gusto.
Sale don FERNANDO, alborotado, con la espada desnuda
FERNANDO: Si
sois nobles por ventura,
mostrad los pechos hidalgos
en dar favor a quien tiene
todo el mundo por
contrario.
Dadme
esa capa por ésta,
cuyo
color es el blanco
que
siguen mis enemigos.
Daréis
vida a un desdichado.
MARQUÉS: No es
menester donde estoy.
Caballero, sosegaos.
FERNANDO: ¿Es el
marqués don Fadrique?
MARQUÉS: El
mismo soy.
FERNANDO:
Vuestro amparo
es
puerto de mi esperanza.
MARQUÉS:
Contadme el caso. Fïaros
podéis
de mí.
FERNANDO:
Un hombre he muerto,
y el
lugar alborotado
cierra
las puertas furioso,
y airado sigue mis pasos.
MARQUÉS: ¿Fue
bueno a bueno la muerte?
FERNANDO: Los dos
solos desnudamos
cuerpo
a cuerpo las espadas,
y el
otro fue el desdichado.
MARQUÉS: Siendo
así, yo os libraré.
FERNANDO:
¡Prospere Dios vuestros años!
Salen un JUEZ, con lanterna, y CORCHETES
CORCHETE 1: Allí
hay gente.
FERNANDO:
La justicia
es
aquélla.
MARQUÉS:
Reportaos;
seguro
estáis.
JUEZ:
Esos hombres
conoced.
CORCHETE 1:
¡Ténganse, hidalgos,
a la
justicia! ¿Quién es?
RICARDO: Excusad
el lanternazo;
que es
el marqués don Fadrique.
JUEZ: ¿Vais,
señor, también buscando
acaso
al fiero homicida de
vuestro
infeliz hermano?
MARQUÉS: ¿Qué
decís? ¿Mi hermano es muerto?
JUEZ:
Perdonadme si os he dado
con tal
nueva tal pesar.
FERNANDO: (¿Qué es esto, cielos? ¿Hermano Aparte
era del
marqués el muerto?
¿Favor
pedí al agraviado?
MARQUÉS: ¿Cómo
sucedió?
JUEZ:
Señor,
dos
testigos, que se hallaron
presentes,
dicen que un hombre
de
color estaba hablando
a la
ventana de Flor.
MARQUÉS: (¿Esto más, crüeles hados? Aparte
JUEZ: Pasó en
aquella ocasión
el sin
ventura don Sancho;
y sobre quitarle el puesto
y
defenderlo el contrario,
desnudaron las espadas,
y
cuerpo a cuerpo gran rato
riñeron, hasta que el cielo
dio
permiso al triste caso.
Huyó luego el homicida;
mas
fïad de mi cuidado
que le
tengo de prender
si no
se escapa volando.
FERNANDO: (¡Aqui
es mi muerte!) Aparte
MARQUÉS: Seguidle,
y no
dejéis, hasta hallarlo,
piedra
alguna por mover.
Aparte al JUEZ
CORCHETE 1: Señor;
si yo no me engaño,
las
señas del delincuente
tiene
aquél que recatado
detrás
del marqués se esconde.
JUEZ: ¡Calla,
necio! ¿Del hermano
del
muerto había de ampararse?
CORCHETE 1:
Indicios dan su recato
y el
color de su vestido.
¿Qué se
pierde en preguntarlo?
JUEZ: Bien
mereceré perdón,
si por
vencer vuestro agravio
ofendo
vuestro decoro.
Señor
Marqués, ese hidalgo
que el
cuerpo y el rostro esconde
con
sospechoso cuidado,
¿puede
saberse quién es?
FERNANDO:
(¡Perdido soy!)
Aparte
MARQUÉS: ¿No está claro
que no
será quien me ofende,
pues
que conmigo le traigo?
FERNANDO: (¡Qué
nunca visto valor!) Aparte
JUEZ: Las señales me engañaron.
Disculpad mi
inadvertencia;
y
porque pide este caso
diligencia, perdonad
si no
os quedo acompañando.
Vase el JUEZ y con él los CORCHETES
FERNANDO: (¡Cielo
santo! ¿Si querrá Aparte
vengar
él mismo a su hermano,
y por
eso me libró
de la
justicia?
RICARDO:
(¡Qué extraño Aparte
suceso!
¿Qué hará el Marqués
en
lance tan apretado?)
MARQUÉS: (¡Que
mi hermano es muerto, y Flor Aparte
fue la
ocasión de mi agravio,
y que
éste fue el homicida!)
Déjanos
solos, Ricardo.
RICARDO:
(Habérselas quiere a solas;
Aparte
temiendo voy un gran daño.
Vase RICARDO
MARQUÉS: (¡Oh,
adversa fortuna mía, Aparte
ved los tormentos que paso!
Noche en que esperé
alcanzar
de amor los bienes más altos,
de
sentimiento me ahogo,
cuando
de celos me abraso.
Disimulando tenerlos,
me
conviene averiguarlos.)
FERNANDO: (La
espada y el corazón Aparte
apercibo a todo.)
MARQUÉS: ¡Hidalgo...!
FERNANDO: ¡Señor
Marqués!
MARQUÉS:
(Pierdo el seso.) Aparte
¿Solos
estamos?
FERNANDO: Sí estamos.
MARQUÉS: Un
hermano me habéis muerto.
FERNANDO: Un
hombre he muerto, ignorando
quién
era, y agora supe
que
era, marqués, vuestro hermano.
MARQUÉS: No os
disculpéis.
FERNANDO: No penséis
que el temor busca reparos,
que
inventa el respeto excusas,
o la
obligación descargos;
porque
es verdad os la he dicho,
de que
a vos testigo os hago,
pues
después de conoceros,
a vos
mismo os pedí amparo,
para
que sepáis así
a lo
que estáis obligado.
MARQUÉS: Si
imagináis que os he dicho,
"No os disculpéis", de indignado
y
resuelto a la venganza
no doy
lugar al descargo,
engañáisos; advertid
que en eso me hacéis agravio,
pues mostráis que habéis creído
que por el dolor me
aparto
de
cumpliros la palabra
que os
he dado de libraros.
Yo os
la di, y he de cumplirla.
FERNANDO: La
tierra que estáis pisando
será el
altar de mi boca.
MARQUÉS:
Caballero, levantaos.
No me
deis gracias por esto,
supuesto que no lo hago
yo por
vos sino por mí,
que la
palabra os he dado.
Cuando
os la di, os obligué.
Cumplirla no es obligaros;
que es
pagar mi obligación,
y nadie obliga pagando.
De esto
procedió el deciros,
"No os disculpéis," por mostraros
que sin
que excuséis la ofensa
ni
disculpéis el agravio,
basta
para que yo cumpla
mi
palabra, haberla dado.
FERNANDO: Ejemplo
sois de valor
y de
prudencia; y no en vano
ocupáis
en la privanza
del rey
el lugar más alto.
MARQUÉS: Dejad lisonjas, y agora,
supuesto que he de libraros,
me decid quién sois y cuál
fue la ocasión de este
caso.
¿Qué empeño tenéis con Flor,
para haberos obligado
a
defender el lugar
de su ventana a mi hermano?
FERNANDO: No,
señor: no me está bien,
cuando
así os tengo indignado,
decir
quién soy. La ocasión
ya la
oístes; declararos
de ella más es imposible...
(Que a Flor la palabra
guardo Aparte
que del
secreto le di;
y
aunque de celos me abraso,
no a
romper obligaciones
dan
licencia los agravios.)
MARQUÉS: Pues,
¿no es justo?
FERNANDO: Yo os suplico,
pues sois noble, que evitando
más dilaciones, cumpláis
la palabra que habéis
dado.
Prometido habéis librarme,
y a vos
mismo os he escuchado
que el
haberlo prometido
basta
para ejecutarlo.
Advertid que no lo hacéis
en
pidiendo nada en cambio;
que
ponerme condiciones
es modo
de quebrantarlo.
MARQUÉS: Es verdad; mas no os las pongo;
que pidiendo, no
obligando,
pregunté, porque me importa
saberlo, si a vos callarlo.
Y en
prueba de esto, seguidme;
que
aunque, en mi valor fïado,
me lo
queráis decir, antes
que lo
escuche he de libraros.
FERNANDO: Ya os
sigo.
MARQUÉS:
(¡Ah, Dios! ¿Que en un noble,Aparte
cuando
de celoso rabio
y de
lastimado muero,
la
palabra pueda tanto?
Vanse. Salen don
DIEGO, doña FLOR e INÉS, con luz
DIEGO:
¡Flor!
FLOR:
¿Hermano?
DIEGO: ¡Inés!
INÉS: Señor!
DIEGO: (El cielo me dé prudencia. Aparte
Cuando
anegan la paciencia
tempestades del honor,
ni
discurre el pensamiento,
ni sé
por dónde comience
la
averiguación; que vence
al
discurso el sentimiento.
FLOR:
(¡Confusa estoy!)
Aparte
DIEGO: Entra, Inés,
en esa
cuadra.
INÉS:
¡Señor!
DIEGO: ¡Entra
y calla!
INÉS:
(De temor Aparte
muevo
sin alma los pies.)
Vase INÉS
DIEGO: Yo
pensé, Flor, que los daños
que
otra vez tu liviandad
ocasionó en la ciudad
de Córdoba,
habrá dos años,
de
freno hubieran servido
para no
causar aquí
la
desdicha que por ti,
enemiga, ha sucedido.
Esta
noche al más experto
de
Europa, al mejor soldado,
caro
hermano del privado
del
rey, por tu causa han muerto.
Mira
tú qué fin espero
del
daño que ha sucedido,
si es
tan fuerte el ofendido,
y es el rey tan justiciero.
No llores, Flor; que
no es eso
lo que
agora ha de aplacarme;
lo que
importa es declararme
la
verdad de este suceso,
porque sepa yo qué medio
tendré para dar, seguro,
prevención a lo futuro,
y a lo
pasado remedio.
Solos estamos. Advierte,
si a
tan justa confesión
no te
mueve la razón,
que te
ha de obligar la muerte,
No
te refrene el temor,
y
piensa que en caso igual
oye el
médico tu mal,
y tu
culpa el confesor.
Mira, si negar intentas,
que a informarme
obligarás
de los crïados, y harás
públicas nuestras afrentas;
y, así es mejor
informarme
secretamente de ti,
y que
se resuelva aquí
lo que
importe, que obligarme
a
una gran demonstración,
si me
doy por entendido
de que
tu locura ha sido
de este
daño la ocasión.
FLOR:
Hermano, a quien justamente
pueden
dar nombre de padre
los honrosos sentimientos
que acompañan tus piedades,
sabe que aunque la
vergüenza
me
enfrene, es preciso lance,
cuando
amenazan los daños,
manifestar
las verdades,
sabe
que desde aquel día,
dos
años ha, que llegaste
a esta
excepción de los tiempos,
envidia
de las ciudades...
¡Pluguiera a Dios que primero
que mirase y admirase
de sus altos edificios
los soberbios homenajes;
plugiera a Dios que
primero
que en
la región de las aves
contemplase de Fortuna
en la Giralda una imagen,
pues
cual diosa habita el cielo,
y sólo
el viento mudable
es la
razón imperiosa
de su
movimiento fácil,
pluguiera a Dios que primero
que
patentes sus umbrales
diesen
permiso a mis pasos,
y a su
rüina hospedaje
sus
altos muros, sirviendo
a su
paraíso de ángel,
túmulo
funesto diesen
a mis
obsequias fatales!
Pues
desde aquel mismo día
empezaron a engendrarse
de este
incendio las centellas,
de este
daño las señales;
que
apenas la vez primera
vieron mis ojos sus calles,
cuando el marqués don
Fadrique,
ese
castigo de alarbes,
ese
honor de castellanos,
rayo de turcos alfanjes,
ese espejo de las damas
y envidia de los galanes,
a combatirme empezó
con
medios tan eficaces,
que ha
usurpado la opinión
mi
corazón al diamante.
Si al
fin sus continuas quejas,
si al
fin sus bizarras partes
correspondencia engendraron
en mi
pecho, no te espante;
que por
doña Ana te he visto
de tu
valor olvidarte,
regar
la tierra con llanto,
romper con quejas los aires.
Pues si eres hombre, don
Diego,
y la
fuerza de Amor sabes,
de sus
vitorias despojo,
víctima
de sus altares,
¿qué
mucho que una mujer
contra
su poder no baste,
y más si obligan temores,
y esperanzas persüaden?
Que el
marqués, si amante humilde,
conquistador arrogante,
mezclaba.. (Esta falsa culpa
Aparte
le imputo
por disculparme)
...las
amenazas crüeles
a las
promesas süaves,
y el
poder y la ambición
igualmente me combaten.
Temo
venganzas injustas
en mi
opinión y en tu sangre,
espero
que a ser mi esposo
le
obliguen mis calidades;
y al
fin, estas fuerzas todas,
a
empresa mayor bastantes,
a darle
esta noche entrada
pudieron determinarme.
¡No te
alteres! Oye, hermano;
que en
caso tan importante
no en ligeras confïanzas
fundaba mis liviandades.
Prevenida me arrojaba,
ordenando que ocupasen
tres
testigos, de mi cuarto
ciertos
ocultos lugares,
con
intención de pedirle
palabra
de esposo antes
que en
la fuerza de mi honor
le
hiciese el amor alcaide;
y si la
diese, o movido
de su
afición y mis partes,
o
pretendiendo, fïado
en el
secreto, engañarme,
tener
testigos con quien
convencerle, y obligarle
al cumplimiento; que puesto
que su
poder me acobarde,
el rey
don Pedro es el rey,
y
justicia a todos hace
tan
igual, que ha merecido
que
"el justiciero" le llamen;
y si a su intento quisiese,
sin
obligarse, obligarme,
tener
quien diese socorro
a mi
resistencia frágil.
Éste
fue mi pensamiento;
y
envuelta en cuidados tales,
esta noche, autora triste
de
lamentoso desastre,
tuve
abierta esa ventana,
sin que
un punto de ella aparte
la
vista, esperando señas
y
temiendo novedades;
cuando hacia la reja un hombre
vi
cuidadoso llegarse,
cuyo
recato atrevido
me daba
de amor señales.
Pensé -- ¡desdichado engaño! --
que era
el marqués, y al instante
a hablarle llego; y apenas
el
engaño se deshace,
cuando
su infeliz hermano,
que por
el marqués amante,
más que
hermano, fiel amigo,
ronda
celoso la calle,
le llegó a reconocer;
y sobre
querer quitarle
de la
reja, sus aceros
dieron rayos a los aires.
El oculto pretendiente
fue más
dichoso; que a nadie
más valiente
que al difunto
celebraron las edades.
Ésta es
mi culpa. Mi pena
o tu
castigo me mate,
pues
que venturoso muere
el que
desdichado nace.
DIEGO: ¿Hay
más dura confusión?
¿Que aún son mayores mis males
que pensé? ¿Que es el
marqués,
y no
don Sancho, tu amante?
¿De
modo que tengo agora
que
librarte y que librarme.
demás
de lo que amenaza
una
desdicha tan grande,
de la
venganza furiosa
de los
celos que causaste
al
marqués, y de la ofensa
que en
pretenderte me hace?
¡Ah,
Dios! ¿Qué fuerzas habrá
que con
vida y honra saquen
mi
opinión de entre los brazos
de tantas adversidades?
No puede ser. ¡Pues, valor
heredado de mis padres,
para tales ocasiones vive
en el
pecho la sangre!
Mas di,
¿quién fue el homicida?
FLOR: Ni el
rostro, la voz, ni el talle
conocí.
DIEGO: ¿Cómo es posible?
FLOR: Fueron breves los instantes
del caso; lo más te he dicho,
y no hay para qué
callarte
lo
demás, si lo supiera.
(La
verdad quiero negarle; Aparte
que me
adora don Fernando,
y me
obliga, aunque me agravie.)
DIEGO: ¿Cómo
sabré que tu lengua
me ha
referido verdades,
Flor?
FLOR:
Si el crédito me niegas,
Inés y
Alberto lo saben;
mas si
probanza procuras
más
secreta, por no darte
por
entendido, papeles
del
Marqués guarda esta llave,
que de
la verdad que digo
podrán
mejor informarte.
Dale una llave
DIEGO:
Muestra, y piensa que no rompe
mi
espada tu pecho infame
porque
no digan que empiezo
por la
mujer a vengarme.
FLOR: Si mi
triste fin deseas,
no
importa que no me mate
tu
espada; que espada son
de la
muerte mis pesares.
Vanse los dos.
Salen el MARQUÉ y don FERNANDO
MARQUÉS: Ya
os saqué de la ciudad;
ya en
este campo desierto
alcanza
seguro puerto
por mí
vuestra libertad;
y
para poder seguir
la
derrota que os agrada,
tenéis
postas en Tablada,
barcos
en Guadalquivir.
Y
porque tengo advertido
que no
pudo a intento igual
lo
súbito de este mal
hallaros apercebido;
porque no os impida acaso
algo la
necesidad,
esas
cadenas tomad,
Dale dos cadenas
que os
faciliten el paso.
FERNANDO:
Cuando la ocasión que veis
no me
obligara a acetar,
lo
hiciera por no agraviar
la
largueza que ejercéis.
Por
mil modos dejáis presa
mi
voluntad.
MARQUÉS:
Ya he cumplido
mi
palabra.
FERNANDO:
Y excedido
el
efeto a la promesa.
MARQUÉS: Ya,
pues que no me podéis
oponer
esa excepción,
pedir
puedo con razón
que quién sois me declaréis;
que digáis qué os ha
pasado
con mi
hermano y doña Flor,
porque
sepa mi valor
a lo
que estoy obligado;
que
será bien, pues por ella
ha
sucedido este mal,
y soy
la parte formal
en
seguilla o defendella,
que
entre los dos brevemente
la
causa aquí sustanciada,
o la
perdone culpada,
o la disculpe inocente.
(Así
averiguo mis celos Aparte
sin dar
a entender mi amor.)
FERNANDO: El
nunca visto valor
de que
os dotaron los cielos,
por
igual engendra en mí
el
recelo y confïanza;
que
amenaza la venganza,
supuesto que os ofendí,
cuando mi pecho confía
de que
le tendréis también
para
perdonar a quien
no supo que os ofendía.
Y
así, o perdonad mi ofensa,
marqués, o el no declararme;
que ha
de ser el ocultarme
de vos
mi mayor defensa.
MARQUÉS: Ved
que me habéis agraviado,
pues dais en eso a entender
que os
engendra mi poder,
y no mi
valor, cuidado.
FERNANDO:
¿Cómo?
MARQUÉS:
Clara es la razón
en que
este argumento fundo;
que si las
leyes del mundo
piden
la satisfación
como
fue la ofensa, es llano
que
cuerpo a cuerpo los dos
debo
vengarme, pues vos
matastes así a mi hermano.
FERNANDO: Es
así.
MARQUÉS:
Pues si es así,
y que
estamos hombre a hombre,
querer
ocultarme el nombre
cuando
os tengo a vos aquí,
y
decir que de esa suerte,
si no
os quiero perdonar
mi
ofensa, pensáis librar
vuestra
vida de la muerte,
¿no
es evidente probanza
de que
pensáis que pretendo
saber
quién sois, remitiendo
a otra
ocasión mi venganza,
pues
si teniéndoos presente,
pensáis
que no quiero aquí
vengarme de vos por mí,
dais a
entender claramente
que
os pretendo conocer
porque
pueda en mi ofensor,
lo que
agora no el valor,
hacer
después el poder?
FERNANDO:
Vuestro valor solo ha sido
el que
me obliga a ocultarme;
que
supuesto que librarme
prometistes, he creído
que
está seguro mi pecho
esta
vez de vos aquí;
pues se
ha de entender así
la
promesa que habéis hecho.
MARQUÉS:
No. De mi palabra es ésa
muy
larga interpretación;
conforme a la relación
se ha
de entender la promesa.
Vos
dijistes que alterado
os
perseguía el lugar;
de él os prometí librar,
y de él os he ya librado;
y vos mismo agora aquí
confesastes que he cumplido
mi
palabra, y excedido
a lo
que os prometí.
Según esto, no hay razón
que
declararos impida,
si ha de quedar fenecida
la
causa en esta ocasión.
FERNANDO: En
albricias de eso os quiero
besar
los heroicos pies,
pues
que si acaso, marqués,
aquí a
vuestras manos muero,
me será más conveniente
que
vivir sobresaltado
siempre
del duro cuidado
de un
contrario tan valiente.
Y si
os mato, a mi valor
doy
cuanto en la fama cupo,
venciendo a quien nunca supo
sino
salir vencedor.
Y pues ya no me está mal
decir mi nombre, yo
soy
don
Fernando de Godoy,
de
Córdoba natural.
MARQUÉS: En
vuestro valor advierto
la
sangre que os ha animado.
FERNANDO: Bien
pienso que lo ha probado
quien a
vuestro hermano ha muerto,
pues
si con igual hazaña
os
mato, decir podré
que en
una noche quebré
entrambos ojos a España.
Con
esto os he declarado
lo que
mandéis.
MARQUÉS:
Resta agora
que
digáis lo que con Flora
y don
Sancho os ha pasado.
FERNANDO: De
vuestro hermano ya oístes
que por
quererme quitar
de una
ventana el lugar
que
ocupaba, le perdistes.
En
cuanto a Flor, lo primero
pensad
que jamás su honor
sufrió
la duda menor;
luego,
como caballero
y
galán, me decid vos
si,
dado caso que fuera
yo tan
dichoso, que hubiera
secretos entre los dos,
¿diera el descubrirlos fama
a mi
honor, si es, según siento,
inviolable sacramento
el
secreto de la dama?
MARQUÉS: Pues
si callar os prometo,
el ser
quien soy, ¿no me abona?
FERNANDO: No hay
excepción de persona
en
descubrir un secreto.
En
vano estáis porfïando.
MARQUÉS:
Advertid que con callar
me dais
más qué sospechar
que
podéis dañar hablando,
si al constante desvarío
en que dais, de doña Flor
os ha obligado el honor.
FERNANDO: No me
obliga sino el mío,
ni
temo que sospechéis
de su
honor por eso mal;
que sois noble, y como tal
la sospecha engendraréis;
y
cuando no, de no hablar
nace
sospecha dudosa,
siendo
tan cierta y forzosa
la
afrenta de no callar.
Y porque
más adelante
no
paséis, mi pecho es
en este
caso, marqués,
un
sepulcro de diamante.
MARQUÉS: Ya
no basta el sufrimiento;
(que
añade la resistencia Aparte
a los
celos impaciencia
y
furias al sentimiento.)
Mas
con esta espada yo
el
diamante romperé,
y en
vuestro pecho veré
lo que
en vuestra boca no.
Acuchíllanse
FERNANDO: ¡Ah, marqués! Mucho valor
pusieron en vos los cielos.
MARQUÉS: (La
espada animan los celos, Aparte
y el
corazón el dolor.)
Abrázanse y luchan
FERNANDO: Si
os igualo en valentía,
vos en fuerza me excedéis.
MARQUÉS: No os
espante, cuando veis
la
razón de parte mía.
Cae debajo don FERNANDO
FERNANDO: ¡Ah,
cielos! Vencido soy.
MARQUÉS: Decid,
pues lo estáis, agora,
qué os
ha pasado con Flora.
FERNANDO:
Resuelto a callar estoy.
MARQUÉS: ¿Que os resolvéis en efeto,
si con la muerte os
obligo,
a no
decirlo?
FERNANDO:
Conmigo
ha de
morir mi secreto.
MARQUÉS:
¡Levantad, ejemplo raro
de
fortaleza y valor,
alto
blasón del honor,
de
nobleza espejo claro!
¡Vivid! ¡No permita el cielo
que
quien tal valor alcanza,
por una ciega venganza
deje de
dar luz al suelo!
Para
con vos quedo bien
con
esto, pues si sabéis
que sé
que muerto me habéis
mi
hermano, sabéis también
que cuerpo a cuerpo os vencí;
y si ya
pude mataros,
hago
más en perdonaros
pues
también me venzo a mí.
Para
con el mundo nada
satisfago si aquí os diera
muerte,
pues nadie supiera
que fue
la autora mi espada,
por
el secreto que ofrece
esta
muda obscuridad;
y en
tanto que la verdad
de mi
ofensor se obscurece,
no tengo yo obligación
de
daros muerte, si bien
la
tengo de inquirir quién
hizo
ofensa a mi opinión.
Guardaos, si viene a saberse
que
fuistes vos mi ofensor,
porque en tal caso mi honor
habrá
de satisfacerse;
mientras no, para conmigo
no sólo
estáis perdonado,
pero os
quedaré obligado
si me
queréis por amigo.
FERNANDO: De
eterna y firme amistad
la
palabra y mano os doy.
MARQUÉS: Don
Fernando de Godoy,
idos
con Dios, y pensad
que
puesto que ya la muerte
de mi
hermano sucedió,
que más
que a mí quise yo,
os
estimo de tal suerte,
que
trueco alegre y ufano,
a mi
suerte agradecido,
el
hermano que he perdido
por el amigo que gano.
FIN DEL ACTO PRIMERO