ACTO SEGUNDO
Salen el
REY, el MARQUÉS y don
PEDRO
REY:
Marqués, cuando solicito
consolaros de este mal,
hallo
que yo por igual
de consuelo necesito.
Vos
perdistes un hermano,
yo un
amigo verdadero,
por
cuya lealtad y acero
di
terror al africano,
y
advertiréis que no yerra
la comparación que he hecho,
pues me
defendió su pecho,
y mi
hermano me hace guerra.
Mas,
¿tenéis del agresor
noticia? Que solamente
la pena
del delincuente
dará alivio a mi dolor.
MARQUÉS:
Hasta agora se ha ignorado
el
homicida; mas yo,
puesto
que ya sucedió
el
daño, y que está probado
que
desnudaron los dos
los
aceros mano a mano,
y dar a
mi triste hermano
menos
dicha quiso Dios,
sólo
me holgara, señor,
que el
agresor pareciera
para
que a vos os sirviera
un
hombre de tal valor;
que quien a mi fuerte hermano
cuerpo
a cuerpo matar pudo,
pondrá
a esos pies, no lo dudo,
todo el
imperio otomano;
y
así os pido que los dos
le
perdonemos aquí.
Dadle vos perdón por mí;
que yo
se le doy por vos.
REY: Hija
de vuestro valor
sólo y
de vuestra amistad
es tal acción. Levantad,
caballerizo mayor.
MARQUÉS: Pondré
donde vos los pies,
la
boca.
REY:
Así he comenzado
a
pagaros el soldado
que
darme queréis, marqués.
MARQUÉS: Tan recto os mostráis, señor,
que aun los intentos pagáis.
REY: Y
porque a mi cuenta hagáis
a quien debo tanto amor
las obsequias funerales,
las alcabalas os doy
de Córdoba.
MARQUÉS:
Hechura soy
de esas
manos liberales.
pero
decidme, señor,
si
habéis perdonado ya
al
agresor.
REY:
Bien está.
MARQUÉS: (¡Qué
justicia!) Aparte
PEDRO: (¡Qué valor!) Aparte
Mil años, Marqués, gocéis
tanto favor.
MARQUÉS:
Mi fortuna,
señor
don Pedro de Luna,
que es
vuestra también sabéis.
REY: Don
Pedro, haced prevenir
la caza
al punto; que intento
divertir mi sentimiento.
PEDRO: Voyte,
señor, a servir.
Vase don PEDRO
REY:
¿Estamos solos?
MARQUÉS: Señor,
solo
está tu majestad.
REY: Siempre
de vuestra lealtad
fié el
secreto mayor,
Marqués, don Pedro de Luna,
según
informado he sido,
con mi
favor atrevido,
y fïado
en su fortuna,
quebrantando la clausura
de mi
palacio real
entra a
gozar, desleal,
de una
dama la hermosura.
Pena
de la vida tiene.
Mi
justicia le condena;
mas no
ejecutar la pena
públicamente conviene;
que
tiene deudos y amigos
sin
número, y de esa suerte
cobrara
con una muerte
vivos
muchos enemigos,
cuando por las disensiones
de mi
hermano es tan dañoso
ocasionar riguroso
en mi
reino alteraciones;
y
así, yo os mando, y cometo
a ese
valor y prudencia,
que
ejecutéis la sentencia
con
brevedad y secreto.
MARQUÉS: Señor...
REY: ¡No me repliquéis!
¡Obedeced y callad!
Conozco vuestra piedad;
mi justicia conocéis.
Vase el
REY
MARQUÉS: ¿Qué justicia, qué rigor,
si bien se mira,
consiente
castigar tan duramente
yerros
causados de amor?
Para
ejecutor crüel
de la
pena del que ha errado
por amor, han señalado
a quien yerra más por él.
Válgale al menos
conmigo
saber
la fuerza de Amor,
ya que
en su alteza el rigor
hace
inviolable el castigo.
Válgale, pecho, trazad
cómo
tengáis igualmente,
ni
piedad inobediente,
ni
ejecutiva crueldad;
que
entrambos fines consigo
si
algún medio puedo hallar
con que
dilate, sin dar
enojo
al rey, el castigo;
porque humane el tiempo en él
este
riguroso intento,
o ponga
otro impedimento
a la
ejecución crüel.
¡Ricardo!
Sale RICARDO
RICARDO:
¡Señor...!
MARQUÉS: ¿Qué dice
de esa
desdicha el lugar?
RICARDO: Todo es
sentir y llorar
suceso
tan infelice.
Ignórase el homicida;
mas es
público que Flora
fue del
daño causadora.
MARQUÉS: Calla,
Ricardo. En tu vida,
si
no quieres darme enfado,
me
nombres esa mujer.
RICARDO: ¿Qué
dices?
MARQUÉS: Esto has de hacer.
RICARDO: ¿Estás
agora enojado?
MARQUÉS:
Resuelto, Ricardo, estoy.
Ni
recado ni papel
de esa
liviana infiel
me des
ya.
RICARDO:
A los cielos doy
gracias por esa mudanza;
que tú
sabes que yo he sido
quien
siempre te ha persuadido
que
gozases tu privanza
sin
dar qué decir de ti;
y ya
que resuelto estás,
para que confirmes más
ese
intento, escucha.
MARQUÉS: Di.
RICARDO: Otra
vez dicen que dio
en
Córdoba, habrá dos años,
ocasión
a grandes daños
doña Flor,
porque la halló
su
hermano, que ya sabrás
su
mucho valor, hablando
de
noche con don Fernando
de Godoy.
MARQUÉS: No digas más.
¡Que tan antiguo es el
mal!
Lo
dicho, dicho, Ricardo.
No deje
este amor bastardo
en mí
la menor señal.
Ya
mi hermano desdichado
es
muerto. Casarme quiero;
daré a
mi casa heredero,
daré quietud a mi estado.
A
doña Inés de Aragón
quiero
en palacio servir;
que
bien pueden divertir
su
belleza y discreción
el
más firme pensamiento;
y si merezco su mano,
nunca
bien más soberano
alcanzó
el merecimiento.
RICARDO: Bien
harás.
MARQUÉS:
Para que entiendas
que
arrepentirme no aguardo,
toma
esa llave, Ricardo,
y los
papeles y prendas
de
Flor entrega al momento
al
fuego.
RICARDO:
A servirte voy.
MARQUÉS: Lleve sus cenizas hoy,
pues lleva su amor, el
viento.
Vase RICARDO. Sale
don DIEGO
DIEGO:
(Solo está. Buena ocasión Aparte
de
hablarle es ésta.) Los pies
os beso, señor marqués.
MARQUÉS: ¡Señor
don Diego!
DIEGO: Aunque son
tiempos tales dedicados
sólo a
sentir y llorar,
no me
dejan dilatar
esta
ocasión mis cuidados.
No
os encarezco, señor,
lo que
este caso he sentido,
porque
ambos hemos tenido
igual
causa de dolor;
que
un hermano perdéis vos,
yo una
hermana. ¡A Dios pluguiera
que de
la pérdida fuera
igual
el modo en los dos,
pues
es cosa conocida
que es
más pesada y más fuerte,
en
quien es noble, la muerte
del
honor que de la vida!
Y no
sé, cuando os contemplo
de
prudencia, de nobleza,
de justicia y fortaleza
muro
fuerte y vivo ejemplo,
cómo
es posible que fui
yo solo
tan desdichado,
que
quien a todos ha honrado,
sólo me
deshonre a mi!
Señor Marqués, Flor causó
la
muerte de vuestro hermano;
pero
vuestro amor liviano
causa a
mi deshonra dio.
Conozco vuestro poder,
vos
conocéis mi valor;
del rey
los dos el rigor.
Mirad
lo que habéis de hacer.
MARQUÉS:
Señor don Diego, testigo
es el
cielo soberano
que de
mi difunto hermano
no pudo
el dolor conmigo
lo
que el pesar de haber dado
causa a
que en su deshonor
se
hablase de doña Flor.
Bien lo
mostró mi cuidado,
pues
primero la avisé
que no
hiciese novedad,
primero
de esta ciudad
a la
justicia encargué
que
a vuestra casa guardase
las
debidas exenciones,
y que en las informaciones
el nombre de Flor callase,
que del muerto hermano
mío,
causa
en mí de tal dolor,
me
llevase el vivo amor
a ver
el cadáver frío.
DIEGO:
Confieso que ese cuidado
os
tengo que agradecer.
MARQUÉS: Ya
sucedió. No hay poder
que
revoque lo pasado.
Mi
culpa yo os la confieso;
pero si
de amor sabéis,
no dudo
que disculpéis
con su
locura mi exceso.
Sólo
falta dar un medio
con que vos tengáis, seguro,
prevención en lo futuro,
y en lo
pasado remedio.
DIEGO: Eso
intento.
MARQUÉS:
Ceda, pues,
mi
pasión a vuestro honor,
a vuestra
amistad mi amor,
mi
gusto a vuestro interés.
(Supuesto que yo conmigo
Aparte
no ver
a Flor proponía,
con lo
que de balde hacía
quiero
ganar un amigo.)
Yo os doy, como caballero,
palabra, no solamente
de
oprimir mi amor ardiente,
y de
que tendrá primero
nuevas de mi muerte Flor
que
indicios de mi cuidado;
mas de no admitir recado,
mensajero ni favor
que
venga de parte suya;
y
porque, si nota ha dado,
lo que
mi amor le ha quitado,
mi
poder le restituya,
haré
que su majestad
tanto,
don Diego, os aumente,
que
hecho un sol resplandeciente,
vuestra
hermosa claridad
ilustre a Flor y en su llama
los
rayos vuestros consuman
los vapores
que presuman
quitar
la luz a su fama.
DIEGO: Con
esos dos medios voy
seguro,
y soy vuestro amigo.
MARQUÉS: De
cumpliros lo que digo
otra
vez palabra os doy.
DIEGO: Pues
porque os muestre mi pecho
cuánto
de ella se confía,
estos
testigos tenía
del
daño que me habéis hecho
Saca
unos papeles y dáselos
Tomadlos. No quiera Dios,
si a
vuestro valor me obligo,
que
quiera yo más testigo
que a
vos mismo, contra vos.
MARQUÉS:
Pagaré esa confïanza
con
amistad verdadera.
DIEGO: Y la
vuestra hasta que muera
vivirá
en mi sin mudanza.
Vanse
los dos. Sale ENCINAS
ENCINAS: ¡Válgate Dios, confusión
y embeleco de Sevilla!
¿Es
posible que se encubra
don
Fernando tantos días,
sin que
ni deudos ni amigos
de él
me hayan dado noticia?
Mas es
la corte, y en ella
estas
mañas son antiguas.
Un
hombre conozco yo
que es
tahur, y desde el día
que a
un desdichado inocente
en el
garito emprestilla,
se va
al de otro barrio, que es
como
pasarse a Turquía.
Cursa
en él hasta pegarle
a otro
blanco con la misma,
y va
visitando así
por sus turnos las ermitas;
y en
acabando la rueda,
se
vuelve a la más antigua,
donde,
como los tahures
se
trasiegan cada día,
o no va
ya su acreedor,
o él
hace del que se olvida,
o tiene
conchas la deuda,
del
tiempo largo prescrita.
Sale don FERNANDO, de peregrino
FERNANDO:
(Encinas está a la puerta
Aparte
de
Flor, y no pronostica
estar en ella seguro
mal suceso a mis desdichas.)
¡Hidalgo!
ENCINAS:
¿Quién es?
FERNANDO: Un hombre
que
saber de vos querría
si
vivís en esta casa.
ENCINAS: ¡Señor!
¡Señor de mi vida!
¿Es
posible que te veo?
FERNANDO: Quedo.
¿No me conocías?
ENCINAS: Tu voz
conoció el oído;
que no
tu cara la vista,
tanto
el disfraz desfigura.
FERNANDO: Huélgome; que algunos días
importa
a ciertos intentos
andar
oculto en Sevilla.
ENCINAS: ¿No me dirás qué te has hecho?
¿Asi te vas y me olvidas?
¿A
Encinas con la traspuesta?
¡Luego querrás que no diga
de los
cordobeses mal!
FERNANDO: Mal
discurres cuando admiras
mi
ausencia y estos disfraces;
que en
tanto que se averigua
quién
fue del valiente hermano
del
Marqués el homicida,
me he
de ocultar; que haber sido
yo
amante de Flor me indicia
de
culpado; y así, quiero
que en
este caso me digas
lo que
pasa, qué hay de Flor,
y qué
se dice en Sevilla.
ENCINAS: Como
vino la mañana,
y tú,
señor, no venías,
salí a
buscarte, ofreciendo
a Dios
en hallazgo misas.
Hallé
toda la ciudad
alborotada y sentida
de la
muerte de don Sancho,
y que
el vulgo discurría,
ignorando el agresor,
si bien
la fama publica
que fue
doña Flor la causa.
De aqui
tomó la malicia
ocasión
de divulgar
la que
en Córdoba ella misma
dio por
ti, agora ha dos años,
a
semejantes desdichas.
Mas no
por esto a su casa
se ha
atrevido la justicia.
Del
lastimado Marqués
prevención bien advertida;
aunque
de ella, y de no haber
faltado
algunos que digan
que el
marqués mismo ayudó
a
escaparse al homicida,
y que
ha pedido a su Alteza
que de
perdonar se sirva
al
delincuente, hay algunos
maliciosos que colijan
que
quitaron a su hermano
por
orden suya la vida,
por celos de doña Flor,
conjetura que confirman
las circunstancias, pues fue
sobre hablarla la mohina.
Éste es
el punto en que están
estas
cosas. De las mías
sabrás
que, desesperado
de no
hallar de ti noticia,
y
apretado, Dios lo sabe,
de la
pobreza enemiga,
me
resolvi, y hoy de Flor
vine a
saber si sabía
de ti, y pedir que socorra
mi
necesidad esquiva.
Halléla
triste, y hallé
que su
noble hermano había
tripulado los sirvientes
del
juego de amor malillas.
Entró don Diego, y hallóme
con
ella; mas no hay quien finja
artificiosos remedios
en
desgracias repentinas,
como la
mujer. Al punto
le dice
Flor que yo había
tenido,
de que buscaba
un
escudero, noticia,
y
entré, por estar sin dueño,
a pedir
que me reciba.
Conocióme; que los dos
en la
edad poco entendida
en
Córdoba hicimos juntos
más de
dos garzonerías;
y con
esto quiso Dios
que, o
nunca supo o se olvida
de que
he sido tu crïado,
y el
ser de su patria misma
a justa
piedad le mueve,
y a recebirme le obliga.
Quedé
por crïado al fin
de don
Diego de Padilla,
si tan
suyo como debo,
tan
tuyo como solía.
FERNANDO: ¿Que el
Marqués pidió a su alteza
el perdón del homicida?
ENCINAS: Así
dicen.
FERNANDO:
(¡Gran valor! Aparte
¡Por
cuántos modos me obliga!)
Y el
rey, ¿qué le respondió?
ENCINAS: Con
severidad esquiva
dijo
sólo, "Bien está."
Ya
conoces su justicia.
FERNANDO:
"¿Bien está?" Pues
no está bien.
En fin, ¿es don Diego, Encinas,
tu dueño?
ENCINAS: Desde hoy acá.
Mas tu teniente dirías
mejor.
Ya ves, fue forzosa
la
ocasión.
FERNANDO:
Que lo prosigas,
lo es
también, por evitar
sospechas.
ENCINAS: Bien advertida
prevención.
FERNANDO:
Y porque salgas
del
empeño en que estos días
te
habrás puesto, esa cadena
recibe.
Dale una de las que le dio el MARQUÉS
ENCINAS:
Señor, ¿es fina?
FERNANDO: ¿No lo
parece?
ENCINAS:
En el pobre
pasa el
oro por alquimia.
FERNANDO: Si
quien me la dio supieras,
su
valor no dudarías.
ENCINAS: ¿Fue
mujer?
FERNANDO:
No, sino un hombre
a quien le debo la vida.
ENCINAS: ¿Cómo,
señor?
FERNANDO:
Más espacio
quiere
el caso. Agora mira
si
puedo, porque me importa,
hablar a Flor.
ENCINAS: ¿No decías
que renunciabas su amor?
FERNANDO: Y otra
vez lo digo, Encinas.
Otro es
mi intento.
ENCINAS: Pues entra;
que
agora no hay quien lo impida;
que no
tienen más crïado
que a
mí. Sal presto y evita
el
peligro de su hermano;
que yo
me pongo en espía.
FERNANDO:
Ardiendo y temblando llego
a mi
adorada enemiga;
que si
mis celos me enojan,
su enojo me atemoriza.
Vanse
los dos. Sale doña FLOR
FLOR: ¿Es posible que el marqués
ni me vea ni me escriba?
¡Cielos! ¿Se venga celoso,
o
agraviado se retira?
Sale don FERNANDO
¿Qué es
esto? ¿Quién es?
FERNANDO: Es, Flor,
quien
de lo que ser solía
sólo
tiene la memoria,
por que
de infierno le sirva.
FLOR: ¿Es don
Fernando?
FERNANDO: ¿Hasta agora,
crüel,
no me conocías?
Tan del
todo tu mudanza
de mi
firmeza te olvida?
¿Es
posible que en un pecho
a quien
noble sangre anima,
ya que la mudanza cupo,
quepa
también la mentira?
Falsa,
¿por qué me engañaste?
¿Por
qué el infelice día
que
tras de tantos de ausencia,
llegué
más firme a tu vista,
no me diste desengaños,
que
remedian, si lastiman,
aprovechan, aunque ofenden,
y aunque atormentan, obligan?
Hiciéraslo, si me
quieres,
porque
guardase la vida,
y si
no, porque dejasen
de
cansarte mis porfías.
¿Fue
más cordura obligarme
con tus
palabras fingidas
al
peligro en que me viste,
y a la
desgracia que miras?
Mas,
¿cómo fueras ingrata,
cómo
fueras enemiga,
cómo
mujer, si no fueras
contraria a la razón misma?
FLOR: Basta,
don Fernando, basta;
que te
engañas, si imaginas,
anticipando tus quejas,
cerrar
el paso a las mías.
Si tú
me cumplieras, falso,
la
palabra prometida,
mi fama
y tu amor gozaran
más quietos y dulces días.
El secreto me juraste,
y al
primer lance, perdida
o la
memoria o la fe,
¿me
ofendes y lo publicas?
FERNANDO: ¿Yo lo
he publicado?
FLOR: Sí;
que lo
mismo es que lo digan
las obras que las palabras.
¿Tu lengua, aleve, podía
decir
más claro tu amor,
que lo
dijo vengativa
tu
espada, locos tus celos,
precipitadas tus iras?
FERNANDO: ¡Bien
por Dios! Lo que hice
yo para
obligar, ¿desobliga?
Para
disculpar las tuyas
¿finges, falsa, culpas mías?
Saqué
la espada callando,
puse a
peligro la vida
por no
descubrirme a quien
conocerme pretendía,
sólo
por guardarte así
el
secreto, y tú lo aplicas
a lo
contrario? ¡Qué clara
se
conoce tu malicia!
FLOR:
Evitaras el peligro,
pues la
resistencia vías,
que a
mayor publicidad
daba
ocasión tan precisa.
Dejaras
el puesto, huyeras;
que
pues no te conocían,
nada
perdieras en ello.
FERNANDO: Sin
duda mi sangre olvidas.
Ser
secreto prometí,
no
cobarde; que no había
de
acetar quien nació noble
cosas
que lo contradigan.
No
importa no conocerme;
que yo a mí me conocía,
y la
misma sangre noble
es
fiscal contra si misma.
Y si tú
me conociste,
¿qué
más ocasión querías?
¿Hay
más mundo para mí?
¿Hay más honra? ¿Hay más estima?
FLOR: Conmigo
nada perdieras,
si por
mi opinión lo hacías.
FERNANDO:
Conocida era la fuga,
la
intención no conocida;
y
acción que es mala por sí,
en duda
la aplicarías
a lo
peor. Claro está;
que
conozco mi desdicha.
Y dada
ya la sospecha
de que
tu amor merecía
quien
contigo a tu ventana
de
noche hablaba, ¿no miras
que a
nadie infamara más,
huyendo
yo, que a ti misma,
pues
con causa te acusaran
de que
a un cobarde querías?
¿Ves mi
razón? ¿Ves tu afrenta?
¿Ves cómo quedas vencida?
¿Ves cómo de culpas tuyas
son, falsa, las penas mías?
Tus engaños cometieron
el
delito que me aplicas;
que a
no tener otro amante,
y a no
decir, fementida,
que
eras quien fuiste,
no
hubiera sucedido esta ruina.
FLOR: ¿Yo
otro amante?
FERNANDO: Y aun querido;
que
nadie, sin que le admitan,
celoso
guarda la calle,
furioso
arriesga la vida.
FLOR:
Desdeñado un poderoso,
convierte el amor en ira.
FERNANDO: En vano
para conmigo
falsas
disculpas maquinas.
¡Quédate por siempre, ingrata,
liviana, aleve, fingida,
mudable, tirana, fíera,
tigre
hircana y sierpre libia!
¡Quédate; que sólo vine
a
exhalar las llamas vivas
que, de
tu ofensa engendradas,
dentro de mi pecho ardían,
con
decirte sola a ti
tus
infamias, tus mentiras,
mudanzas y liviandades,
ya que
el ser quien soy me priva
de
romper, con publicarlas,
la palabra prometida;
que yo
ofendido la guardo,
y tú
obligada la olvidas!
¡Y así,
para no ver más
falsedades tan indignas
de quien eres y quien soy,
no me verás en tu vida!
Quiere irse don FERNANDO
FLOR: ¡Vete,
ocasión de mis males,
vete, y
los cielos permitan
que ni
el eco de tu nombre
vuelva
otra vez a Sevilla!
FERNANDO: ¡Cómo,
traidora, te huelgas
que de
tu amor me despida!
¿Mi
nombre ofende tu oído,
y mi
presencia tu vista?
¡Pues,
vive Dios, que por eso,
aunque
arriesgara mil vidas,
he de ser
eternamente
una
sombra que te siga,
porque
me vengue en lo mismo
con que
a venganza me incitas!
FLOR: ¡Pues
yo, si en eso te vengas,
sabré
hacer...!
Sale ENCINAS
ENCINAS: Señora, mira
que
viene tu hermano.
FLOR: ¡Ay, triste!
¡Vete,
Fernando!
FERNANDO: Enemiga,
mi
muerte y la tuya espero.
ENCINAS: Pues
duélete de la mía.
Vete,
señora, a tu cuarto,
y tú,
señor, te retira
a mi
aposento.
FLOR:
¿Veré,
antes
que muera, algún dia
que por
tu causa no tenga
alborotos y desdichas?
FERNANDO: Y yo,
¿sin mudanzas tuyas
veré alguno?
Vase
doña FLOR
ENCINAS: Señor, mira
que llega don Diego.
FERNANDO: Llegue,
y a sus
manos vengativas
muera
yo, Encinas, primero
que a
las de su hermana viva.
ENCINAS: Acaba;
que a toda ley
es
bueno guardar la vida.
Vanse
los dos. Salen doña ANA e
INÉS
ANA: ¿Hácete Flor soledad?
INÉS: Mal
puedo, señora mía,
sentirla en tu compañía.
ANA: Pagas,
Inés, mi amistad.
INÉS: Sólo
siento la tristeza
que con
mi ausencia padece.
ANA: A fe
que no la merece.
INÉS: Es
pensión de su belleza.
Pero
ya viene el marqués.
ANA: Bien su
palabra ha cumplido.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Alegre
y desvanecido
vengo a
serviros.
ANA: Los pies
os beso por tal favor.
MARQUÉS:
Comenzad pues a mandarme,
si
queréis obligarme
ése es
el medio mejor.
Pedido me habéis que os vea.
Advertid, doña Ana hermosa,
que no ha de ser para cosa
que muy
difícil no sea.
ANA: La
nobleza y cortesía
que en
vos celebra la fama,
porque
es mujer la que os llama,
disculpara su osadía;
y eso mismo me asegura
que
tendrá en esta ocasión
efeto
mi pretensión
y mi
esperanza ventura.
Señor Marqués, doña Flor,
en cuyo
constante pecho
inhumano
estrago han hecho
vuestra
ausencia y vuestro amor,
como
os habéis retirado
tan del
todo de sus ojos,
que aun
no alivia sus enojos
de
parte vuestra un recado,
está oprimida de suerte,
de
pesar y sentimiento,
que
perdido el sufrimiento,
pide
remedio a la muerte.
Yo,
que estimo su amistad
y en
vuestra nobleza fío,
he
tomado a cargo mío
amansar
vuestra crueldad.
Merezca una vez siquiera
veros
el rostro, por ser
vos noble y ella mujer,
y yo, Marqués, la
tercera.
MARQUÉS: (¡Ay, Flor! Bien saben los
cielos Aparte
que a tantos rayos de
Amor,
a no
resistir mi honor,
no
resistieran mis celos.
Di
mi palabra; ¡maldiga
el
cielo al necio imprudente
que con enojo presente
a lo
futuro se obliga!)
Señora, lo que pedis,
a ser
dificil lo haría;
mas es, por desdicha mía,
imposible.
ANA: ¿Qué decís?
MARQUÉS: Digo...
Salen don DIEGO y ENCINAS, quedándose a la
puerta, sin ser vistos
ENCINAS: Pues señor, ¿así
te cuelas?
DIEGO:
Ya a la impaciencia
se
rindió la resistencia.
Mas el Marqués está aquí.
ENCINAS: En Cantalapiedra has dado.
DIEGO: Quedo,
pues no me han sentido,
quiero
aplicar el oído;
que a
celos toca el cuidado.
MARQUÉS:
Según esto, no os espante
mi resolución.
ANA:
Señor...
MARQUÉS:
Tratarme agora de amor
es
ablandar un diamante.
ANA:
Acabad; cesen enojos.
No
puedan tanto los celos.
DIEGO: (¡Por
Dios, que le ruega! ¡Cielos! Aparte
¿Tal
vienen a ver mis ojos?)
MARQUÉS: Doña
Ana, en vano os cansáis.
ANA: ¿Rogado
os endurecéis?
No a la
sangre que tenéis
la
condición conformáis.
DIEGO: (Ello es cierto.) Aparte
MARQUÉS: Lo que os pido
es que
no me tratéis más
de esa
materia.
ANA: Jamás
me
hubiera yo persuadido,
si no lo llegara a ver,
y aun
lo dudo, aunque lo toco,
que con
vos puedan tan poco
los
ruegos de una mujer.
¿No
daréis, Marqués, lugar
a las
disculpas siquiera?
INIS: Esto es
justo.
MARQUÉS:
Yo lo hiciera,
si me
pudiera mudar.
ANA:
¡Maldiga Dios a don Diego,
que a
una determinación
tan
crüel dio la ocasión!
ENCINAS: ¿Oyes esto, señor?
DIEGO: ¿Luego
el Marqués por celos
míos
la
trata con tal rigor?
Ahora
bien -- ya que el amor
no
ayuda mis desvaríos,
a un
engaño me apercibo
con que, pues no soy dichoso,
lo que
no alcanzo amoroso,
alcanzaré vengativo.
Aquí
me importa que des
a
entender que eres crïado
del
marqués.
ENCINAS:
Ese cuidado
me
deja, que fácil es;
que pues hasta aquí por tuyo
no me conocen, saldré
con él,
y así pasaré
plaza
de crïado suyo.
DIEGO: Pues
al punto que él se ausente
vuelve
a entrar, y de su parte
estos
doblones reparte
Dale un bolsón
en la
familia sirviente
de
doña Ana; y al que fuere
más
cudicioso dirás
que el
Marqués le ofrece más,
por que
esta noche le espere
a la
puerta de doña Ana;
que a
deshora quiere hablarle;
y el secreto has de encargarle.
ENCINAS: No será
tu industria vana
por mi parte.
DIEGO: Bien de ti
sé lo
que puedo fïar.
Yo
quiero, por no causar
sospechas, irme de aquí,
pues
no me han visto.
Vase don DIEGO
ANA: Bien sé
que a
doña Inés de Aragón
servís
ya.
MARQUÉS:
Y en su afición
vive
contenta mi fe;
mas
con todo, si pudiera,
os
dejara más gustosa.
ANA: Nunca
os pediré otra cosa,
pues he
errado la primera.
MARQUÉS: ¿Qué
decís? Perdón os pido,
y que
os quejéis de esa suerte,
si en
mí pudiere la muerte
lo que
vos no habéis podido.
Vase el MARQUÉS
ANA:
¡Terrible rigor!
ENCINAS: Inés,
quédate con Dios.
INÉS: ¿Aquí
estabas, Encinas?
ENCINAS: Sí;
que vine con el marqués.
INÉS: ¿Pues qué? ¿Le sirves?
ENCINAS: Y soy
quien
priva más en su pecho.
ANA: Dime,
Encinas, ¿qué se ha hecho
don
Fernando de Godoy?
Volviéndose hacia la puerta
ENCINAS: ¿Que
me llama el marqués? Sí,
ya voy.
¡Qué presto me echó
menos!
Juráralo yo;
no vive
un punto sin mí.
Perdonad; hasta otro día.
Vase ENCINAS
ANA: Buen
gusto tiene el marqués.
INÉS: Siempre
con señores es
feliz
la bufonería.
Vanse
las dos. Sale don PEDRO
PEDRO:
¿Negocio tiene conmigo,
cuando
le da la afición
de doña
Inés de Aragón
en mí
un oculto enemigo?
ÉL
la sirve y yo en secreto
la gozo
y he de callar,
no se
venga a sospechar
el
delito que cometo.
¡Gran tormento! Mas él viene.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Señor
don Pedro!
PEDRO: En cuidado,
señor
marqués, un recado
de
parte vuestra me tiene.
MARQUÉS: ¿Hay
en qué os sirva? Creed
que pago vuestra amistad,
y sé
con la voluntad
que en
todo me hacéis merced.
Hoy
ha llegado un correo,
ya lo
sabréis, de Granada,
de la
muerte desdichada
de don
Miguel Carabeo,
nuestro general valiente;
y al
punto, para ocupar
tan
importante lugar
hallé
que era conveniente
vuestra persona. Mirad
si os
disponéis a acetarlo,
porque
quiero consultarlo
luego
con su majestad.
(Con
este piadoso medio Aparte
quiero
dilatar su muerte
porque
entre tanto la suerte
le disponga
otro remedio.)
PEDRO:
(Darme lo que yo no pido,
Aparte
no
teniéndole obligado,
cuando
sé que a nadie han dado
cargo
que no haya pedido,
no
es por bien. ¿Qué fin tendrá
en
ausentarme el marqués?
Celos
no de doña Inés,
que
oculto mi amor está.
Mi
poder y su mudanza
teme
sin duda; alejarme
quiere
del rey, por cortarme
el hilo de mi privanza.)
Conozco la obligación,
marqués, en que me ponéis;
mas advertid que daréis
de quejas justa ocasión,
dándome lo que podrán
pretender
mil caballeros
cuyos valientes aceros
terror a los moros dan.
Yo vivo alegre en mi
estado;
ni más
grande ni más rico
quiero
ser, y asi os suplico
me
tengáis por excusado.
MARQUÉS:
(¡Triste de vos, que os perdéis!)
Aparte
Esto al
servicio conviene
del
rey.
PEDRO:
Sin número tiene
soldados en quien podéis,
tan
bien como en mí, el bastón
emplear.
MARQUÉS: Decid, ¿en quién?
PEDRO: En el señor de Bailén.
MARQUÉS: Parte a
servir a Aragón.
PEDRO: En
don Sancho Marmolejo.
MARQUÉS: Lleva a
Francia la embajada.
PEDRO: En don
Francisco de Estrada.
MARQUÉS: Está enfermo y es muy viejo.
PEDRO: En
don Fernando Manrique.
MARQUÉS: Ocupaciones forzosas
son las suyas en las cosas
del infante don Enrique.
Yo,
en fin, lo he mirado bien;
no me
arguyáis; acetad
el
cargo y mi voluntad,
y advertid que os está bien.
PEDRO: Más
parece que os conviene
a vos,
según me apretáis.
MARQUÉS: En eso
no os engañáis;
que
quien es mi amigo tiene,
don
Pedro, en mi corazón
tanta
parte, que deseo
como
proprio lo que veo
que ha
de aumentar su opinión.
PEDRO: Yo
agradezco la amistad;
pero os
advierto, Marqués,
que
para mí no lo es.
MARQUÉS: (¡Oh,
quién pudiera...!) Aparte
Mirad
que
os aconsejo...
PEDRO: No habléis
misterioso. (En su porfía
Aparte
crece
la sospecha mía.)
Y para
que no os canséis,
por
último desengaño
digo
que estoy satisfecho
de que
trazáis mi provecho;
pero yo
quiero mi daño.
MARQUÉS:
(Cuanto resiste obstinado,
Aparte
tanto
piadoso deseo
remediarle, porque veo
que
yerra de enamorado.)
PEDRO:
¿Mandáis otra cosa?
MARQUÉS: En esto
pido
sólo que os miréis,
y a Dios.
PEDRO: ( Pues vos me queréis Aparte
quitar del dichoso puesto
en
que con el rey estoy,
yo del
vuestro os quitaré.)
MARQUÉS: (De la
muerte os libraré, Aparte
o no
seré yo quien soy.)
FIN DEL ACTO SEGUNDO