ACTO TERCERO
Salen
don DIEGO y ENCINAS, de noche
DIEGO: Sólo
aquel que tu hidalgo nacimiento,
tu
fuerte corazón, tu entendimiento
y
honrado proceder como yo sabe,
confïara de ti caso tan grave.
ENCINAS: Tu
confïanza a mucho más me obliga.
DIEGO:
¡Permita amor que mi intención consiga!
ENCINAS: Estará
puntüal el escudero.
¡Qué
gran negociador es el dinero!
Cercáronme al partir de los doblones
como a
la flor la banda de abejones.
Con
cada escudo que a cualquiera daba,
un ojo
a los demás se les saltaba;
mas
éste a quien di parte de tu intento
no vi
mirón de pintas más atento.
Veré si
aguarda.
Vase ENCINAS
DIEGO: Ayuda, noche
obscura,
a quien
vengarse de un desdén procura.
Pues
doña Ana al marqués adora, intento
fingiendo serlo, entrar en su aposento,
donde, lo que no amor, me dé el engaño.
Loco
estoy. Remediar quiero mi daño;
y a
quien le pareciere exceso grave,
no me
condene si de amor no sabe.
Sale ENCINAS, que vuelve hablando con un ESCUDERO
ENCINAS: Pues
sabéis su poder y su privanza,
tened de grandes premios
confïanza;
mas sabedle obligar.
ESCUDERO: ¡Cómo! La vida
en
servirle daré por bien perdida,
porque
de liberal y agradecido
tiene
el nombre que nadie ha merecido.
ENCINAS: Llegad.
ESCUDERO:
¿Es el marqués?
ENCINAS: Sí.
ESCUDERO: Señor mío,
¿qué me queréis mandar?
DIEGO: De vos me fío;
y vos fïad de mí.
ESCUDERO: Excusad rodeos,
y probad en mis obras mis
deseos.
DIEGO: Doña
Ana, ¿está acostada?
ESCUDERO: Y recogidos
todos
en casa ya.
DIEGO: Sin ser sentidos
los dos hemos de entrar en su
aposento.
ESCUDERO: ¿Qué
pretendéis?
DIEGO: Sin preguntar mi
intento
lo
haced, para obligarme de este modo;
que mi
poder os sacará de todo.
ENCINAS: Por él
lo hacéis, y él mismo os asegura.
No
repliquéis; que os busca la ventura.
ESCUDERO: Yo
temo...
Aparte ENCINAS y don DIEGO
ENCINAS:
El carro gruñe, importaría
untarlo.
DIEGO:
Hoy repartí cuanto tenía.
¿Tienes
dinero tú?
ENCINAS: No tengas pena;
suplir
puede la falta esta cadena,
que me
dio un amo a quien serví primero.
Da la cadena a don DIEGO, y éste al ESCUDERO
DIEGO: Pagaros
parte de mi deuda quiero. Tomad.
ESCUDERO: ¿A
quién no venceréis? Callando
venid.
DIEGO:
(Las luces mataré en entrando.
Aparte
ENCINAS: Dios
nos saque con bien.
DIEGO: Si los
crïados
viéredes por ventura alborotados
y
quisieren entrar, vos en mi nombre
los
detened y amenazad.
ESCUDERO: No hay hombre
en esta
casa que por vos no muera.
ENCINAS: (¡Qué
engañado se hallara quien lo hiciera!) Aparte
Vanse
todos. Salen el REY y el MARQUÉS
MARQUÉS: No
puede en esta ocasión
ocupar
persona alguna
como
don Pedro de Luna
de
general el bastón;
que
vistos y examinados
los demás en quien podéis
emplearle, los tenéis
donde importan ocupados;
y la
valerosa espada
de don
Pedro solamente
basta a
ceñiros la frente
con el
laurel de Granada.
REY: ¿Las órdenes que yo os doy
ejecutáis de esa suerte?
MARQUÉS:
Dispuesto a darle la muerte,
como
habéis mandado, estoy;
mas
por la nueva ocasión
os le
consulto de nuevo.
REY:
Marqués, la piedad apruebo;
condeno
la remisión.
MARQUÉS: Vos
mandáis que con secreto
le
mate, y bien podéis ver
que no
es fácil disponer
con
brevedad el efcto;
y
así, en mí la dilación
no nace de resistencia,
mas de
buscar con prudencia
el
tiempo a la ejecución;
fuera de que, bien mirado,
alguna
vez el rigor
de la
justicia, señor,
cede a
la razón de estado.
REY: Es así.
MARQUÉS: Pues siendo así,
¿dónde podrá la razón
derogar
la ejecución
de la
ley mejor que aquí?
Con
justa causa lo infiero,
porque no es más conveniente
castigar un delincuente
que
ganar un reino entero.
Demás de que no os priváis
así de
cumplir con todo;
que el
castigo de este modo
diferís, no perdonáis;
y
pues que con ausentarle
el
delinquir cesará,
allá
aprovecha, y acá
no daña
el no castigarle.
REY:
Tiene en mí tanto valor
ver en
vos esa amistad,
que se
da a vuestra piedad
por
vencido mi rigor.
Vaya
don Pedro a Granada,
goce el
honroso bastón,
más por
vuestra intercesión
que por
su valiente espada.
MARQUÉS: Es el más alto favor
que de vuestra majestad
recebí
jamás.
REY:
Alzad,
mi
mayordomo mayor
MARQUÉS:
Hechura soy vuestra.
REY: Quiero
teneros
siempre a mi lado;
que
pues el mundo me ha dado
renombre de justiciero,
por
merecerle mejor,
sin que
el exceso me dañe,
es bien
que en todo acompañe
vuestra
piedad mi rigor.
Sale don PEDRO
PEDRO: (En
estando solo el rey Aparte
le daré
del caso cuenta;
que
pues derribarme intenta,
la
defensa es justa ley.)
MARQUÉS: Don
Pedro viene.
PEDRO: Los pies
me dé
vuestra majestad.
REY: Mi
general, levantad.
PEDRO: (¡Qué
clara muestra el marqués Aparte
su
envidiosa emulación!)
REY: Luego os partid a Granada;
que
importa alli vuestra espada.
PEDRO: (Tomada
resolución, Aparte
no
hay replicar; más cordura
es
mostrarme agradecido.)
De
nuevo los pies os pido,
donde
hallé tanta ventura.
UNO:
¡Detente, mujer! ¡Aguarda!
Dentro
Sale doña ANA, con manto
ANA: Los oídos y las puertas
ha de tener siempre
abiertas
un rey
que justicia guarda.
Rey
poderoso y sabio,
recto,
noble, católico y prudente,
castigo
del agravio,
de la
virtud amparador valiente,
a quien, por ser tan justo y tan severo,
proprios y extraños
llaman justiciero.
Yo
soy, señor invito,
doña
Ana de León, que los blasones
de mi
estirpe acredito
con
montañesas bandas y leones:
de aquel
árbol soy rama; siempre en ellas
fulminaron desdichas las estrellas.
Don
Fernando de Castro,
asombro
de las huestes otomanas,
que a
piras de alabastro
da
presunción con sus cenizas vanas,
me dio
el ser y la dicha; que importuna
mira al
merecimiento la fortuna.
Su
fin arrebatado
me dejó
sola en orfandad funesta
para
eligir estado,
no la
prudencia, si la edad dispuesta.
Y así
mi juventud poco entendida
pasaba
en muda confusión la vida,
cuando no sé qué sino,
qué
adversa estrella, qué planeta airado,
para mi
mal previno
que el
marqués don Fadrique, ése que al lado
vuestro
es Atlante de esta monarquía,
me
fuese a visitar a instancia mía.
Para
un intento ajeno
le
llamé, bien lo sabe. ¿Quién creyera
que
allí el mortal veneno
de mi
opinión y honestidad bebiera?
Bien
dicen que la suerte está constante
en
tablas esculpida de diamante.
Despidióse, encubriendo
su aleve intento, y ya
determinado
para el
delito horrendo,
se
encomendó a la industria de un crïado,
y por
su astuta mano, de los míos
con
dones conquistó los albedríos.
¿Cómo es posible, cómo
cuando
ostentáis la rigurosa espada
desde
la punta al pomo
de
incesable suplicio ensangrentada,
que
incurra en más culpable atrevimiento
quien
más de cerca mira el escarmiento?
Las
cumbres ya del polo
pisaba
de traición la negra autora,
y yo en
mi lecho sólo
los
rayos aguardaba de la aurora,
bañándome las urnas de Morfeo
en las dulces corrientes del Leteo,
cuando el marqués
tirano
mis
castas puertas abre, poco fuertes
a su
pródiga mano,
que
esparce dones y amenaza muertes
a la
familia vil, mientras al dueño
vuestra
justicia aseguraba el sueño.
Oculto de mi fama
el
robador en la tiniebla obscura,
llegó a
mi honesta cama.
¡Ojalá
fuera triste sepultura,
y publicara la inscripción sangrienta
al
mundo antes mi fin que yo mi afrenta!
De
sus brazos apenas
sentí
el inusitado atrevimiento,
cuando
con voces llenas
de
confusión, temor, duda y tormento,
pido
favor, pregunto quién me ofende.
Nadie
responde, nadie me defiende.
Sólo
el marqués aleve,
en baja
voz, que al fin, como traidora,
tímido aliento
mueve,
"el marqués don Fadrique, soy, señora,"
dijo; y
porque a defensas me apercibo,
fuerzas
aplica a su furor lascivo.
Yo a
su apetito ciego
culpo
humilde, resisto valerosa,
enternecida ruego,
amenazo
crüel, lloro amorosa;
vuestro
rigor le traigo a la memoria,
última
apelación de mi vitoria.
Ni
amenazas ni quejas
ni
ruegos penetraron solo un grado
por las sordas orejas
al pecho en sus intentos
obstinado;
antes daba a su indómita
violencia
más
insano furor mi resistencia.
Al
fin, su fuerza mucha,
débil mi cuerpo, mi defensa poca,
en la
prolija lucha
al
pecho aliento y voces a la boca
negaron; lo demás, si es bien contarlo,
la
vergüenza lo dice con callarlo.
Luego
el traidor Tarquino
me dejó
en cambio la tiniebla obscura;
yo, con
el desatino
de tan
incomparable desventura,
a tener
al ladrón tiendo los brazos,
y a vanas sombras doy vanos abrazos.
Así quedé llorando
sin mi
culpa el ajeno desvarió,
la
suerte blasfemando
que a
un tirano poder sujetó el mío;
sólo ya
el pensamiento en mi venganza,
sólo en
vuestra justicia la esperanza.
¡Justicia, rey, justicia!
¡Muestre tanto más vivos sus enojos
cuanto
es más la malicia
del que
sus aras ofendió a sus ojos,
pues
vibra Jove el rayo vengativo
más
ardiente al peñasco más altivo!
Pruebe el desnudo acero
¡éste
que al cielo se atrevió gigante
y el
nombre justiciero
que en
el delito despreció arrogante,
ya que
no fue bastante a refrenarlo,
baste
para vengarme y castigarlo!
MARQUÉS: Por
el sagrado laurel
que os
ciñe la frente altiva,
así
coronada viva
infinitos años dél,
¡que
es engaño y falsedad
cuanto
ha dicho!
ANA: ¿Podrá ser,
gran
señor, que su poder
obscurezca mi verdad?
REY: No,
doña Ana, mi corona
fundo en tener la malicia
refrenada. En mi justicia
no hay
excepción de persona
¡Ah,
de mi guarda!
MARQUÉS: ¡Creed,
gran señor...!
REY: ¡Marqués, callad!
¡En jüicio le acusad!
¡En
jüicio os defended!
Salen los GUARDAS
GUARDAS: ¿Qué
mandáis?
REY: ¡Vaya el Marqués
preso
al cuarto de la torre!
PEDRO: (La Fortuna me socorre; Aparte
moved,
venganza, los pies.
La Ocasión tengo en la
mano
para
acumularle agora
que él
por los celos de Flora
hizo
matar a su hermano.)
MARQUÉS:
¿Cómo, doña Ana, ha
cabido
tan
gran traición en tu pecho?
ANA: ¿Cómo a
negar lo que has hecho,
tirano,
te has atrevido?
MARQUÉS: Ella
está loca.
ANA: Él se fía
en su poder.
MARQUÉS:
Brevemente
haré mi
verdad patente.
ANA: Y yo
probaré la mía.
Vanse
todos. Salen don DIEGO y ENCINAS, de
donado
francisco, con anteojos
ENCINAS: ¿Voy
bueno?
DIEGO: Encinas, advierte
si es
tu deuda conocida,
pues
cuando puedo mi vida
asegurar con tu muerte,
tanto de tu pecho fío,
que
dejo en esta ocasión
en tu
lengua mi opinión,
y mi
vida en tu albedrío.
ENCINAS: De
hidalgos padres nací
en
Córdoba, tú lo sabes,
y que
de mil casos graves
honrosamente salí.
Fuera de que te asegura
este
disfraz y mi ausencia.
Si a
tan dura contingencia
viniese
mi desventura,
que
me prendiesen, de mí
puedes
fïar que primero
mi
pecho al verdugo fiero
diera
mil almas que un sí.
DIEGO: La
vida a entrambos nos va.
ENCINAS: ¡Gran
yerro, por Dios, hiciste!
¿Cómo,
di, no preveniste
lo que
sucediendo está?
DIEGO: No
pensé que resistiera
doña
Ana, cuando emprendí
el
engaño; antes creí
que
alegre tálamo diera
al
marqués. Vime en sus brazos,
toqué marfiles bruñidos,
gusté labios defendidos
y gocé esquivos abrazos.
Creció el apetito, el
fuego,
el
furor... Lo mismo hiciera
si la
espada al cuello viera,
o el
Amor no fuera ciego.
ENCINAS: Él
fue bocado costoso;
mas
paciencia, y al reparo;
que
Adán lo comió más caro,
y a la
fe menos gustoso.
DIEGO: Tú,
mi hermana y yo, no más,
sabemos
que me has servido;
con que
vivas escondido
estoy
seguro y lo estás.
ENCINAS: Eso
importa, y la mancilla
caiga
en el pobre marqués.
DIEGO:
Poderoso, Encinas, es,
y
saldrá al fin a la orilla.
ENCINAS: Y la
verdad le valdrá.
DIEGO: Y a
nosotros la prudencia,
la
industria y la diligencia.
ENCINAS: Adiós;
que de ésta se va
fray
Bartolo. Hasta la vuelta
me
arroja tu bendición.
Mas
escucha ese pregón;
que anda la corte revuelta.
Un PREGONERO, dentro
PREGONERO:
"El Rey, nuestro señor, promete dos mil
ducados
a quien entregare preso a Juan
de
Encinas, natural de Córdoba, y a él
mismo,
si se presentare, con perdón de
todos
sus delitos; y manda que nadie le
ampare
ni encubra, pena de la vida.
Mándese
pregonar, porque, etc."
ENCINAS: ¿Qué
dices del pregoncete
y de los dos mil?
DIEGO: De prisa
debe de
andar la pesquisa.
Encinas
amigo, vete.
ENCINAS:
(¡Dos mil ducados y verme
Aparte
seguro
de esta aflición!
¡Por
Dios, que es gran tentación!
Muy
cerca está de vencerme.)
DIEGO: ¿Qué
es lo que dices?
ENCINAS: Si puedo
pescar
esta cantidad
y vivir
con libertad,
¿quién
me mete en tener miedo,
andar retirado y solo,
fugitivo, alborotado,
bandido
y sobresaltado,
hecho
el hermano Bartolo?
Señor, perdona. Allá va
tu
disfraz y tu dinero.
Hace que se desnuda
DIEGO: ¿Estás
loco? ¡Tente!
ENCINAS: Quiero,
pues
Dios su mano me da,
verme libre de pobreza
y
justicia.
DIEGO:
¿Ésta es lealtad?
¿Ésta
es ley?
ENCINAS:
La caridad,
señor,
de sí misma empieza.
DIEGO: Yo
te daré mucho más
de mi
hacienda.
ENCINAS: ¿Y el perdón
de mi culpa?
DIEGO:
¿Del pregón
te
fías?
ENCINAS: ¡Pues qué! ¿Dirás
que es engaño?
DIEGO: Sí.
ENCINAS: En los reyes
la palabra es ley.
DIEGO: No hay ley,
Encinas, que obligue al rey,
porque es autor de las leyes.
ENCINAS:
Cuando en público se obliga,
empeña
su autoridad.
Resuelto estoy. ¡Libertad,
libertad!
Hace que se desnuda
DIEGO:
¡Suerte enemiga!
¡Mirad de quién me he fïado!
¡Muera
yo, pues indiscreto
quise
fïar mi secreto!
ENCINAS:
Lindamente la has tragado.
DIEGO: ¿Qué
dices?
ENCINAS:
Tu confïanza
probé
con este picón.
DIEGO: Muy
pesadas burlas son;
pero
nunca tu mudanza
creí
del todo.
ENCINAS: Señor,
tienen
los pobres crïados
opinión
de interesados,
de poco
peso y valor.
¡Pese a quien lo piensa!
¿Andamos de cabeza los sirvientes?
¿Tienen almas diferentes
en especie nuestros amos?
Muchos crïados, ¿no han sido
tan nobles como sus dueños?
El ser grandes o pequeños,
el servir o ser servido,
en más o menos riqueza
consiste sin duda alguna,
y es
distancia de Fortuna,
que no
de naturaleza.
Por
esto me cansa el ver
en la
comedia afrentados
siempre a los pobres crïados...
Siempre
huír, siempre temer
Y
por Dios que ha visto Encinas
en más de cuatro ocasiones
muchos crïados leones
y muchos amos gallinas.
DIEGO: Bien dices. Vete con Dios,
y más
peligro no esperes.
ENCINAS: Adiós; que donde murieres
hemos de morir los dos.
Vase don DIEGO
Hoy
han de ser restaurados
en su
opinión, por mi fe,
los que
sirven; hoy seré
un
Pelayo de crïados.
Sale INÉS, con manto, y don FERNANDO
INÉS: Oye,
hermano.
ENCINAS:
(¡Pese a mi! Aparte
Inés y
Fernando son.)
INÉS: ¡Tenga!
FERNANDO:
¡Escuche! ¿Qué pregón
es el
que se ha dado aquí?
Que
importa saberlo.
INÉS: Él es
sordo o
tonto.
ENCINAS:
(¡Que haya sido Aparte
tan
desdichado! Perdido
soy si
me conoce Inés.)
FERNANDO: (El
cielo en él retrató Aparte
a Encinas.)
ENCINAS: (Aquesto es hecho.) Aparte
INÉS: (Otra vez, según sospecho, Aparte
esta
cara he visto yo.)
ENCINAS:
(¡Acabóse! El mismo diablo
Aparte
los
trajo aqui. De este modo
me
escaparé; que del todo
me han
de conocer si hablo.)
Hácese cruces y vase ENCINAS
FERNANDO:
¡Tenga!
INÉS:
¡Aguarde!
FERNANDO: Tentación
debes
de darle sin duda
pues
hace, la lengua muda,
cruces
en el corazón.
INÉS: ¿Yo
tentación?
FERNANDO: Juraría
que era
Encinas.
INÉS: Yo también.
FERNANDO: Mas a
serlo, yo sé bien
que no
se me encubriría.
INÉS: Otro nos informará.
FERNANDO:
Prosigue
INÉS:
Hanle acumulado
a la
fuerza, que ha mandado
matar
su hermano, y está
probado que ya escondió
él
mismo al fiero homicida;
y aun
dicen más, que la vida
al
matador le quitó
para
encubrirlo.
FERNANDO: ¡Qué engaño!
INÉS:
Apretado está el marqués.
Don
Pedro de Luna es
quien le ha hecho todo el daño,
por
ser su competidor
en
privanza.
FERNANDO:
¿No fue ya
a
Granada?
INÉS: Ya estará
dando a los moros temor.
FERNANDO: ¡Qué notables extrañezas
me cuentas!
INÉS: ¿Dónde has estado,
que esto ignoras?
FERNANDO: Retirado
me han
tenido mis tristezas.
INÉS: Si
las ha causado Flor,
muda
intento por tu vida;
que el
marqués, aunque la olvida,
es
quien la abrasa de amor.
FERNANDO:
Hasta agora pensé yo
que era
su hermano el amante
de Flora.
INÉS:
Causa bastante
su
muerte a ese yerro dio.
Adiós; que el tiempo no es mío,
con las
desdichas que ves.
FERNANDO: Lo que
en mí has tenido, Inés,
tendrás
siempre.
INÉS: Así lo fío.
Vase INÉS
FERNANDO: ¿Qué
hemos de hacer, corazón
en un
tan confuso estado?
El que
la vida me ha dado,
por mi
culpa está en prisión.
A Flora perdí por él;
mas él,
¿en qué me ofendió,
si mi
afición ignoró?
Palabra
de amigo fiel
le
di y me dio, y ha cumplido
él la
suya; pues mi vida
será
primero perdida
que yo
en amistad vencido.
Vase don FERNANDO.
Salen el REY y un SECRETARIO
REY: Esto
es justicia.
SECRETARIO: Señor,
¿por
indicios solamente
ha de
morir un pariente
vuestro
de tanto valor?
REY: No
os dé necia confïanza
ser sus
delitos dudosos;
que
contra los poderosos
los
indicios son probanza.
Contra el marqués, ¿qué testigo
queréis
vos que se declare,
sin que
el temor le repare
de tan
valiente enemigo?
Fuera de que muchos son
los
indicios y vehementes;
y estos
dos son accidentes
que
hacen plena información.
Pruébase que el mismo día
a doña
Ana visitó,
que a
su gente repartió
dineros
cuando salía.
La
cadena que al crïado
a abrir
obligó la puerta,
era
suya, cosa es cierta.
Tres
testigos lo han jurado.
Demás de esto, le condena
la
pública voz y fama;
tirano
el vulgo le llama,
y a voces
pide su pena;
que
por más justo que sea,
siempre
aborrece al privado,
y como
ocasión ha hallado,
hace
ley lo que desea.
Juzgad agora si quiero
con
razón y causa urgente
castigar un delincuente
y
quietar un reino entero.
(Para aclarar la verdad
Aparte
conviene tanto rigor,
y hoy
la experiencia mayor
tengo
de hacer.) ¡Escuchad!
Habla al oído al SECRETARIO, y vase
éste. Sale don
PEDRO y soldados, con banderas moriscas,
arrastrando a son de cajas
PEDRO:
Vuestra majestad me dé
sus
pies.
REY:
Don Pedro de Luna,
¿qué es esto?
PEDRO:
Que hoy la fortuna
africana os besa el pie.
Supo
el moro de Granada
la
muerte del general
don
Miguel; mas por su mal
se le
encubrió mi llegada
al
campo, que sin cabeza
juzgó
engañado. Embistió
animoso; mas venció
brevemente vuestra alteza.
Vuestra es Granada y su tierra;
y así
yo a serviros vengo
en la
paz, porque no tengo
que
hacer agora en la guerra.
REY:
Servicio tan excesivo
con
exceso me ha obligado,
y así
con igual cuidado
a
premiaros me apercibo;
y
por justo galardón
de la
vitoria que gano
hoy por
vos, os doy la mano
de doña
Inés de Aragón.
PEDRO: Es
el premio sin medida.
REY: Lo que
en dote quiero daros
no menos ha de alegraros.
PEDRO: Ya lo
espero.
REY:
Es vuestra vida.
PEDRO: ¿Mi
vida? ¿Cómo, señor?
REY: Id al
marqués don Fadrique,
y
decidle que os explique
su
piedad y vuestro error.
PEDRO: Vos,
¿no podéis declararlo?
REY: Tanto a
castigar me incito,
que sé,
si nombro el delito,
que no
podré perdonarlo.
PEDRO: El
marqués no lo dirá,
si fue
entre los dos secreto,
sin un
firmado decreto.
REY: Este
sello lo será
Dale una sortija
y
hoy conoceréis la fe
de
quien habéis perseguido.
PEDRO: (El rey
sin duda ha sabido Aparte
que el
palacio quebranté.)
Vanse los dos. Salen don FERNANDO y doña
FLOR
FERNANDO: Yo
sé, hermosa doña Flor,
que al
marqués tu pecho adora.
No
vengo a quejarme agora
de tu
mudanza y su amor;
que
la desesperación
ha dado
muerte al cuidado.
FLOR: Nunca
más rayos ha dado
de su
luz tu discreción.
FERNANDO: Sólo
vengo a que me des
relajación del secreto
que te
ofreci, y te prometo
darte
libre a tu marqués.
FLOR: Pues
cuando puedas librarle
de la
muerte de su hermano,
que le
imputan, ¿no está llano
que es
imposible excusarle
la
que espera, condenado
a ella ya por el exceso
de la fuerza?
FERNANDO:
Flor, en eso
deja el
cargo a mi cuidado.
FLOR: Si
la libertad así
ha de conseguir, supuesto
que
nunca al favor honesto
cuando
te quise excedí,
y
que sólo te encargué
que el
amor nuestro callases
porque
al marqués no estorbases
que la mano que esperé
me
diese, y ya lo ha sabido,
no hay
en ello qué perder;
y así,
puedes ya romper
el
secreto prometido.
FERNANDO: Yo
aceto la permisión;
que hoy pienso al mundo mostrar
de qué
modo han de pagar
los nobles su obligación.
FLOR: Bien ves si cumplo la mía,
pues que pudiendo
librallo
con
hablar, padezco y callo.
Por la que yo te tenía
líbrale, y me pagarás
lo que
me debes en esto.
FERNANDO: De
agradecido muy presto
la
prueba mayor verás.
Vase
doña FLOR. Sale don
DIEGO
DIEGO:
(¡Encinas preso! Yo soy
Aparte
perdido, confesará,
sin
duda... Mas aquí está
don
Fernando de Godoy.)
FERNANDO: Con
diligencia os buscaba,
señor
don Diego.
DIEGO:
¿Hay en qué
os
sirva?
FERNANDO:
Oid, y os diré
la
ocasión que me obligaba.
Vos
no debéis ignorar
del
marqués el triste estado.
DIEGO: No.
FERNANDO:
Pues la vida me ha dado,
y la
vida le he de dar.
DIEGO: Es
justa correspondencia.
Pero
yo, ¿qué parte soy
en eso?
FERNANDO:
Informado estoy
que el
revocar la sentencia
que a muerte le ha condenado
por la
fuerza, está no más
de en
probarse que jamás
Encinas
fue su crïado.
A mí
me consta que el día
que el
delito sucedió
a que Encinas ayudó,
a vos,
don Diego, os servía,
y me
consta que habéis sido
ciego
amante de doña Ana;
y así
es conjetura llana
que vos
lo habéis cometido.
DIEGO: ¡Quien dijere...!
FERNANDO: ¡Detened
el
arrojado furor!
Y para
prueba mayor
de lo
que digo, sabed
que
yo por mis ojos vi
hablar
a vuestro crïado
en hábito disfrazado
con vos
mismo; y aunque allí
con
el disfraz me engañó,
porque
no estaba advertido
del
caso, haberlo sabido
del
engaño me sacó.
Mirad lo que habéis de hacer,
sin
fïaros del secreto,
porque
el marqués el efeto
por vos
no ha de padecer;
y
más cuando ya ocultar
no es
posible vuestro exceso,
pues está ya Encinas preso,
y al
fin lo ha de confesar.
DIEGO: (¿Qué he de hacer? La culpa
es grave, Aparte
noble y
mujer la ofendida,
justiciero el rey... Perdida
miro
esta mísera nave
entre fieras tempestades
e
inevitables bajíos.
¡Oh,
terribles desvarios
de
amorosas ceguedades!)
FERNANDO: Don
Diego, ¿qué os detenéis
en
disculsos sin provecho?
Disponed el noble pecho
que tan
sin remedio veis,
haciendo en esta ocasión
virtud
la necesidad,
a una
bizarra piedad
que os
dé inmortal opinión.
DIEGO: ¿Cómo?
FERNANDO:
Si os sentís culpado,
pues
encubrirlo queréis
en
vano, cuando sabéis
que han
preso a vuestro crïado,
antes que él venga, haced vos
lo que
yo, y en las historias
borraremos las memorias
de
ajena fama los dos.
DIEGO: ¿Que
lo que vos haga?
FERNANDO: Si.
DIEGO:
Empezadlo a disponer;
que
vos, ¿qué podéis hacer
que no
me esté bien a mi?
FERNANDO: Pues
venid conmigo.
DIEGO: Voy.
(La
fuerza haré voluntad.) Aparte
FERNANDO: De
agradecida amistad
claro
ejemplo al mundo soy.
Vanse los dos.
Salen el REY y el SECRETARIO a una
ventana o mirador que da a la prisión
SECRETARIO: Don
Pedro entró a visitar
agora
al marqués, señor.
REY: De este
oculto mirador
a los
dos quiero escuchar.
Vos
haced lo que ordené.
SECRETARIO: Voy al
punto.
Vase el SECRETARIO
REY:
La experiencia
de la
culpa o la inocencia
del
marqués con esto haré.
Salen el
MARQUÉS y don PEDRO. El REY,
oculto en el mirador
MARQUÉS: Pues el sello me enseñáis
de su alteza, su decreto
obedezco, y el secreto
os diré
que preguntáis.
Supo
el rey que desleal,
don
Pedro, en la noche obscura
quebrantaste la clausura
de su
palacio real;
y por causas que advirtió...
(Éstas no pienso
decirle; Aparte
que no
es justo descubrirle,
que su
majestad temió)
determinó su rigor
daros
la muerte en secreto;
y así,
cometió el efeto
de su
intento a mi valor.
Mas
yo, vuestro firme amigo,
piadoso
empecé a trazar
medios
para dilatar,
hasta
evitar el castigo.
Dios, que ayuda liberal
la bien
fundada intención,
quiso
entonces que el bastón
vacase de general,
porque mi amistad fïel,
venciendo la voluntad
vuestra
y de su majestad,
os
diese la vida en él.
PEDRO:
¡Basta! ¡No queráis que el pecho
me
rompa el dolor extraño
antes
que remedie el daño
que sin
razón os he hecho!
¡Marqués, quitadme la vida,
que
engañada os ha ofendido,
y como
víbora ha sido
de
quien se la da, homicida!
¡Perdonadme, ejemplo raro
de
valor y de piedad,
símbolo
de la amistad,
de
nobleza espejo claro!
Gloria del nombre español,
perdonadme, que pensando
que
vuestro pecho, envidiando
verme
tan cerca del sol
gozar de los rayos bellos
de su
favor y privanza,
maquinaba mi mudanza
cuando
me apartaba de ellos,
os
he perseguido. ¡Tal
es de
la envidia el rigor,
que de
ella aun solo el temor
es
bastante a tanto mal!
Salen
don FERNANDO, don DIEGO y doña FLOR,
con manto
FERNANDO: Esperad; que hablando están
él y
don Pedro de Luna.
Quédanse a la puerta
PEDRO: Mas ni
tiempo ni Fortuna,
de vos,
Marqués, triunfarán,
si
yo puedo. Condenado
estáis
a muerte, severo
rigor
del rey justiciero;
vos la
vida me habéis dado;
a
vos os debo el bastón
y la
alcanzada vitoria,
y por
vos llego a la gloria
de doña
Inés de Aragón.
La vida y la libertad
he de
daros.
MARQUÉS:
Para hacello,
¿que
imaginais?
PEDRO: Pues el sello
tengo
de su majestad,
sacaros de la prisión
quiero
con él, y quedar
yo en
ella para mostrar
que es
amistad, no traición,
por
quien cometer ordeno
tal
error contra su Alteza.
REY:
(Agradezco la fineza,
Aparte
si la
deslealtad condeno.)
PEDRO: ¿Qué
decís?
MARQUÉS:
Que ése ha de ser
mayor daño de los dos;
que si quedáis preso vos,
yo, don Pedro, ¿qué he de hacer
sino a la misma
prisión
volverme para libraros?
Pues de
otra suerte pagaros
no
podré esta obligación.
Demás que estoy confïado
de que
al fin ha de librarme
mi
inocencia, y ausentarme
es
confesarme culpado.
PEDRO: No
es, sino el golpe evitar
que tan
cerca os amenaza.
MARQUÉS: Pues decidme vos, ¿qué traza
del rey me puede librar?
¿No
ha de volver a prenderme,
y de
esta culpa tendréis
la
pena, sin que logréis
el fin
de favorecerme?
PEDRO:
¿Pues no hay, marqués don Fadrique,
otros
reinos? Y está claro
que
alegre os dará su amparo
el
infante don Enrique.
MARQUÉS: Don
Pedro, no quiera el cielo
cuando
está toda la tierra
ardiendo en continua guerra,
que vaya
yo a dar recelo
y
duda de mi lealtad,
por
huír cierto castigo,
buscando en reino enemigo
de mi
rey la libertad.
¡No! Muy mal lo habéis mirado;
que
menor inconveniente
será
morir inocente
que
vivir mal opinado.
REY:
(¡Gran valor!)
Aparte
PEDRO: ¿Qué haréis, supuesto
que
hoy, si el mal no se remedia,
vuestra mísera tragedia
verá el
teatro funesto?
MARQUÉS:
¿Qué? Morir, si castigar
sufre
el cielo la inocencia.
Salen el SECRETARIO y doña ANA, con manto
SECRETARIO:
Mostrad, Marqués, la paciencia
que el valor suele adornar;
que
al punto manda su alteza
que
pues vuestra culpa es llana,
le deis
la mano a doña Ana,
y al
verdugo la cabeza.
REY: (Si
resiste al casamiento Aparte
a vista
ya de la muerte,
de su
inocencia me advierte.)
MARQUÉS: Morir
sin casarme intento.
Llegue el verdugo inhumano
a ser
mi fiero homicida;
que al
cielo debo la vida,
mas no
a doña Ana la mano.
ANA: ¡Hay
tal maldad!
SECRETARIO: Del suplicio
ya los
ministros aguardan.
MARQUÉS: Pues,
Secretario, ¿qué tardan?
Vamos;
haced vuestro oficio.
Adelántanse don PEDRO y don FERNANDO
PEDRO:
¡Aguardad!
FERNANDO:
¡No quiera Dios
que
padezca un inocente!
DIEGO: Muera
solo el delincuente.
SECRETARIO: Pues,
¿quién lo ha sido?
FERNANDO y DIEGO: Los dos.
DIEGO: ¡Yo
ciego, loco, abrasado,
fui,
doña Ana, el robador
oculto
de vuestro honor!
Encinas
fue mi crïado,
no
del marqués; bien lo sabe
don
Fernando de Godoy
y
Flora.
FERNANDO:
Testigo soy.
FLOR: Yo
también.
FERNANDO:
Y porque acabe
esta
ciega confusión,
yo a
Encinas di la cadena,
por
quien al marqués condena
la
vehemente presunción;
que
el marqués me la dio
a mí la
noche que yo a su hermano
maté;
que fue tan humano
cuanto
yo inhumano fui;
pues
no sólo perdonó
la
ofensa, pero piadoso,
magnánimo y generoso,
del
peligro me sacó;
y
tal su valor ha sido,
que el
cuchillo ya presente,
antes
morir inocente
que
condenarme ha querido.
Tanto le debo, y así
me
acuso yo por pagarle
muriendo por él, y darle
la vida
que él me dio a mí.
Yo maté a su hermano, yo,
y la
malicia ha mentido
cuando
informar ha querido
de que
el marqués lo ordenó.
Yo
le maté, culpa es mía,
porque
me quiso agraviar
echándome del lugar
que en
la ventana tenía
de
doña Flor, a quien sigo
tres
años ha firmemente,
si mal
pagado. Presente
está
sólo a ser testigo.
Decidlo, Flor.
FLOR: Ésta es
la verdad.
FERNANDO:
Pues confesamos
los dos
culpados muramos,
y no
sin culpa el marqués.
SECRETARIO: (¡Gran valor!) Aparte
REY: (¡Notable
hazaña!) Aparte
PEDRO: Libre
estáis, Marqués.
MARQUÉS: No estoy.
Agora,
don Pedro, soy
con
fineza tan extraña
más
preso; que antes lo era
del
cuerpo, y del alma ya,
que es noble y antes dará
mil vidas que consintiera
que
den la muerte a los dos
que por
mí la vida ofrecen.
PEDRO: Ellos
con razón padecen,
y
estáis inocente vos.
MARQUÉS: Yo,
don Pedro, sólo veo
que por
mí se han ofrecido.
Esta
deuda he conocido,
y ésta
pagarles deseo.
FERNANDO: Los
dos somos los culpados.
DIEGO: El que
delinquió padezca.
REY: (De mi
justicia amanezca Aparte
el sol
entre estos nublados.)
Vase del mírador el REY
FLOR: ¡Qué
pena!
ANA:
¡Qué confusión!
FERNANDO: Señor
secretario, dad
noticia
a su majestad
de esta
nueva dilación,
y él
en todo ordenará
lo que
importe.
MARQUÉS:
¡Deteneos!
SECRETARIO: Señor
marqués, resolveos;
que se
pasa el plazo ya
que
para la ejecución
señaló
su majestad.
PEDRO: Yo voy a hablarle.
Sale el
REY
REY: Aguardad.
SECRETARIO: ¡El rey!
PEDRO: Haced relación,
Secretario, de este
caso.
REY: A todo
he estado presente.
PEDRO: Sol de
España, cuyo oriente
no teme
el obscuro ocaso,
vuestra grandeza mostrad.
en el público teatro
dad la
muerte a todos cuatro,
o a
todos los perdonad.
VOCES:
¡Entrad!
Dentro
REY:
¿Qué es esto?
Salen dos GUARDAS, con ENCINAS, en hábito de
donado
UN GUARDA: Éste es
Juan de
Encinas, el crïado
que
prender habéis mandado
por el
caso del marqués.
Está loco o finge estallo;
que desde
que le prendimos
Sólo a
cuanto le decimos
nos da
por respuesta, "Callo."
DIEGO: Yo
estoy de tu lealtad,
Encinas, bien satisfecho;
mas ya niegas sin provecho.
Decir puedes la verdad,
supuesto que ya mi error
he
confesado.
ENCINAS:
Con eso
yo
también, señor confieso
que es
don Diego quien su honor
le
robó a doña Ana, y yo
quien
fingiendo ser crïado
del
Marqués, por su mandado
los de
su casa engañó.
FERNANDO: Di
lo que sabes de Flor y de mí.
ENCINAS: Su
amante has sido
tres
años, y no ha tenido
más que
esperanzas tu amor.
PEDRO: Así
está ya la verdad
bien clara. Señor, pues ves
las disculpas de los tres,
muestra en ellos tu
piedad.
FLOR:
Perdona, amiga, a mi hermano;
queda
con honra y casada,
y no
sin ella y vengada.
ANA: Señor,
dándome la mano
don
Diego, le doy perdón.
MARQUÉS: Yo de
la muerte le doy
a don
Fernando, pues soy
parte formal de esta acción.
REY:
¡Caballeros valerosos,
de
España gloria y honor,
en
cuyos heroicos pechos
cuatro
espejos mira el sol!
De
justiciero me precio;
no he de serlo menos hoy,
Justicia tengo de hacer,
y
premiar vuestro valor.
Al que
es único en un arte
útil a
las gentes, dio
la ley
de cualquier delito
por una
vez remisión;
que el
derecho prevenido
más
conveniente juzgó
conservar el bien de muchos
que
castigar un error.
De
vosotros, pues, cualquiera
es tan
único en valor,
que
niega a los mismos ojos
crédito
la admiración.
Pues,
¿cuál arte puede dar
a un
reino fruto mayor
que el
valor, pues por los cuatro
miro ya
en mi sujeción
las cuatro partes del mundo?
Luego
bien pruebo que os doy
la
libertad por derecho,
y por
justicia el perdón.
MARQUÉS: ¡Dilate
el cielo tu imperio!
FERNANDO: ¡Des a
la envidia temor!
PEDRO:
¡Celebre el tiempo tu nombre!
DIEGO: ¡Y la
fama tu opinión!
REY: Dad,
pues, la mano de esposo,
don
Diego a doña Ana;
y vos
escoged esposo, Flora;
que la
perdida opinión
es justicia restauraros.
FLOR: El
marqués la causa dio
a que
en mi fama tocase
el
vulgo murmurador;
que a
quien con poder pretende,
le
juzga en la posesión;
y así
él es solo quien puede
y debe
ilustrar mi honor.
MARQUÉS: Por
pagar así a don Diego,
vuestro
hermano, que ofreció
su vida
por darme vida,
sin eso
os la diera, Flor.
ENCINAS: ¿Y a mi
me alcanza la ley
de lo
del arte y valor?
REY: Por ser
único en lealtad
perdón
merece tu error.
ENCINAS: Y pues sólo por serviros
se ha desvelado el autor,
siendo
nobles, por justicia
¿os
puede pedir perdón?
FIN DE LA
COMEDIA