ACTO PRIMERO
Salen PIMIENTA, de moro, y ALIMA de
noche
ALIMA:
¿Dónde estamos? ¿Qué castillo
y qué torres son aquéllas?
PIMIENTA: Ese
lugar es Melilla,
las
torres su fortaleza.
ALIMA: ¿Por
qué me engañas, traidor?
a Fez
dices que me llevas,
y a
Melilla me has traído,
que es
de cristianos frontera.
¡Perdida soy! ¡Ay de mí!
¿Por
qué, enemigas estrellas,
hicistes de la desdicha
tributaría la belleza?
¡Triste
yo! ¿Quién me diría
ayer,
cuando hombres y selvas
con
libertad devagaba
y
mandaba con soberbia,
que
hoy, cuando con blancas urnas
vertiese la aurora bella
a los aires oro en rayos,
y a los
campos plata en perlas,
yo
también triste daría,
a un
hombre extraño sujeta,
lágrimas tiernas al suelo,
y al
viento llorosas quejas?
PIMIENTA: (¡Con
cuánta gracia lo llora! Aparte
Mas por
Dios, que como peina
ya en los riscos orientales
Febo sus rubias madejas,
va descubriendo la mora
un
nuevo sol en sus hebras,
un
nuevo oriente en sus ojos,
y en su
llanto un alba nueva.
¡Ah,
cielos! ¿Tan gran tesoro
entre
engañosas tinieblas,
avarienta de mis dichas,
me
ocultó la noche fea?
No vieron humanos ojos
partes jamás tan perfetas;
afrenta de Venus es,
y honra
de naturaleza.
No
llega la admiración
donde
la hermosura llega;
cobarde
está la alabanza,
presumida la belleza.)
Mora
hermosa, ¿qué te afliges?
¿Qué
lloras? ¿Qué te querellas?
ALIMA: Por mi
libertad perdida,
que es
la más preciosa prenda.
¡A Melilla me has traído!
No es por bien. Venderme intentas.
Moro
vil, ¿a los cristianos
entregas tu sangre mesma?
PIMIENTA: Tu
perdida libertad
injustamente lamentas,
cuando
un Árgel de albedríos
en tu
hermoso rostro llevas.
¿Dónde,
di, serás cautiva,
que no
cautives, y seas
dueño
de tu dueño mismo?
Basta,
mora; el llanto cesa;
tu
remedio está en tu mano;
que
porque el imperio sepas
de esos
tus ojos, el mío
tienes
ya también en ella
No ha
nada que eras mi esclava.
Ya mi
dueño Amor lo ordena;
que la
luz deshace injurias
que te
hicieron las tinieblas.
Redima,
pues, mora hermosa,
una
piedad dos tormentas,
un
favor dos libertades,
y una
permisión dos penas.
Hazme
tu Adonis dichoso,
pues
eres tú Citerea,
y pues
dispone mis glorias
la
soledad de estas selvas;
y te
prometo que al punto,
sin que
el cristiano te vea,
a tu amada libertad
y a tu
dulce patria vuelvas.
ALIMA: ¡Calla,
villano, traidor!
¡Los
infames labios cierra!
Por
deshacer un agravio,
¿otros
mayores empiezas?
Cuando
me obligas, ¿pretendes
mi
infamia? Batir intentas
torres
de diamante duro
con
balas de blanda cera.
PIMIENTA: Mira...
ALIMA:
¡Qué vana porfia!
PIMIENTA: Mas,
¡qué vana resistencia!
ALIMA: Darán a mis justas voces
favor los troncos y fieras.
PIMIENTA: ¡Acaba!
Pelea con ella
ALIMA:
¡Un peñasco ablandas!
PIMIENTA: ¿Para
qué tengo paciencia,
pudiendo yo ser Tereo,
si fueras tú Filomena?
¡Que,
vive Dios, de cortarte,
para
que en todo lo seas,
si
resistes o das voces,
Saca la daga
con
esta daga la lengua!
ALIMA: Almas
tienen estas plantas
y
deidades estas selvas,
que
castiguen tu delito,
y que
te impidan mi afrenta.
Salen VANEGAS, ARELLANO y otros SOLDADOS
VANEGAS: ¡Acudid
por esa parte,
soldados; que voces suenan
de una
mujer afligida!
ALIMA: El
cielo escuchó mis quejas.
ARELLANO: Moros
son. ¡Daos a prisión!
PIMIENTA:
(¡Triste yo! En la vil contienda
Aparte
me ha
cogido el General.)
ARELLANO: ¿Es el
sargento Pimienta?
PIMIENTA: Pues,
¿quién puede ser?
VANEGAS: ¿Qué es esto?
PIMIENTA: Gran
desdicha ser pudiera.
¡Válgate el diablo, la galga,
y en
qué me ha visto con ella!
ALIMA: (¿Que
era cristiano el traidor?) Aparte
VANEGAS: Pues,
¿qué ha sido?
PIMIENTA: A la frontera
de
Búcar fui por espía,
como
veis, por orden vuestra;
y ayer,
después que escondió
Tetis
en la alcoba negra
que dio
tálamo a Peleo
del sol
las doradas trenzas,
topé en
un monte esa mora,
cuyo
cielo en su maleza,
de
Atlante daba a un caballo
el
oficio y la soberbia.
"¿Eres de Búcar?", me
dijo.
Yo, porque la diferencia
del
lenguaje no me dañe,
traza
que el recato enseña,
respondo que soy de Fez;
mas húbelo dicho apenas,
cuando
ofreciéndome
cuantas
Midas alcanzó riquezas,
me pide
que a Fez la lleve.
Yo con
la inocente presa
parto a
Melilla, fingiendo
que cumplo lo que desea.
Pues
hoy, cuando sus colores
volvió
la luz a esta fuerza,
y que
era Melilla supo,
furiosa, airada y resuelta,
sacándome de la cinta
el puñal, teñir intenta
del
campo las esmeraldas
con la
grana de sus venas.
El
enorme angelicidio
le
estorbé, y la misma fuerza
que al
pecho quitó los golpes,
sacó del alma las quejas.
ALIMA: (¡Qué
bien desmintió su culpa!) Aparte
VANEGAS: Mora,
no es justo que ofendas,
con
aborrecer tu vida,
del
cristiano la nobleza,
y más cuando a tal estima
obligan tus partes bellas,
que no has de tener de
esclava
mas que
el nombre en nuestra tierra.
Y pues
sabes que el rescate
estas
desdichas abrevia,
olvídalas
ya, y tu estado
con
menos lágrimas cuenta.
PIMIENTA: Pedro
Vanegas de Córdoba,
que es
general de esta fuerza
de
Melilla, lo pregunta.
Haz
relación verdadera.
ALIMA:
Heroico lustre de España,
en cuya
persona juntas
la
nobleza y valentia
se
compiten y se ayudan,
presta
a mi lengua atención,
pues
que mi historia preguntas.
Conocerás la mujer
más sin
dicha en la ventura.
Alima
es mi nombre, Fez
mi
patria, si no repugna
que lo
sea la que ha sido
mi
madrastra en las injurias.
Mi
padre es un noble moro,
cuyo
nombre es Abenyúfar,
a quien
la privanza ha dado
del rey
de Fez la Fortuna.
Crecí
por desdicha mía
en años
y en hermosura,
que con
alas y con lenguas
la fama
aumenta y divulga.
Entre
muchos que a mi imperio
los
pensamientos tributan
se
mostró más abrasado
Azén,
alcaide de Búcar;
pero
como no pudiesen
fuertes diligencias suyas
ver jamás del pecho mío
la condición menos dura,
en
violencia trocó el ruego,
la
diligencia en industria,
y al
poder injusto apela
de la resistencia justa.
Y asi,
estando yo una tarde
en un
jardín, a quien hurta
pinceles la primavera
con que
sus mayos dibuja,
violento rompe la puerta,
resuelto el jardín ocupa
de
moros enmascarados
una
bien armada turba.
Cogiéronme, y fue de suerte,
de mi
desdicha y su furia,
mi
turbación, que aun la voz,
de
medrosa, quedó muda,
y
primero vi llevarme
por entre selvas incultas,
que permitiese a los labios
el temor pedir ayuda.
Alas
impuso ligeras
a los
raptores la culpa,
con que
en jornadas de instantes
llegaron conmigo a Búcar,
donde
su alcaide ha dos meses
que
cuantos más medios busca
de
contrastar mi esquiveza,
más su intención
dificulta;
que si
antes era la mía
del
todo opuesta a la suya,
¿qué
será después que ha vuelto
la
ofensa el rigor en furia?
Con
esto emprendió por fuerza
dar efeto a su locura;
mas de
ello apenas indicios
me dio
su intención injusta,
cuando
con rostro más fiero
que
muestra la noche obscura,
de
tempestades armada,
al que al golfo airado surca;
con
ojos más fulminantes
que la
serpiente en la gruta
cuando
a las gentes de Cadmo
dio
veneno, si agua buscan;
con
pecho más vengativo
que la troyana, a quien mudan
en
rabioso can las penas
de su
prosapia difunta,
le
dije, "Bárbaro moro,
sin
ley, sin Dios, no presumas
que lo
que el amor te quita,
la fuerza te restituya.
¡Vive
Alá, que si te atreves,
con los
dientes, con las uñas,
cual
rabiosa tigre, al viento
dé tus entrañas impuras!
¡Prueba! ¿Qué te tardas?
¡Llega!
¿Qué te
detienes? ¿Qué dudas?"
¡Oh, honestidad soberana!
¿Qué deidad tienes
infusa?
General
famoso, miente
la que
dijere que nunca
verdadera resistencia
se ha
rendido a fuerza injusta,
cual
tímido pajarillo,
que
cuando el viento retumba
al
trueno que el rayo engendra,
se
esconde en su misma pluma;
o como
el airado cierzo
sobre
las ondas cerúleas,
luego
que el mismo la cría,
deshace
la blanca espuma;
así mi
resolución
enfrena, desmaya y muda
la del
moro, ya arrojado
a
emprender facción tan bruta.
Después
acá -- esto he debido
a su
amor o a mi ventura --
ni de
su poder se vale,
ni su
deseo ejecuta,
o sea
que mi valor
le acobarda, o que procura
vencer
el alma primero,
que
temiendo a Abenyúfar
o al
rey de Fez, deshacer
quiera
la pasada culpa,
sirviendo con cortesía
a quien robó con injuria.
Ayer, pues, por obligarme,
después de otras fiestas
muchas
con que
mi gusto venera,
y
conquista su ventura,
ordenó
llevarme a caza;
y en un
caballo que emulan
los del
sol en ligereza,
en ardor y en hermosura,
salí a perseguir las
fieras;
y
cuando a la selva ruda
los árboles comenzaron
a dar sombras más confusas,
me aparté de los monteros,
y las sendas más ocultas
sigo con la ligereza
que
permite la espesura,
con
intento de irme a Fez,
si el
cielo me diese ayuda,
o
ausente de mi enemigo,
habitar
sierras incultas;
cuando
en las manos me puso
de este
español mi fortuna,
cuyos
engaños me hicieron,
como ha
dicho, esclava suya.
Lo
demás él lo ha contado.
Confieso que con la furia
de mi
libertad perdida
me fue
mi vida importuna;
mas ya
que el valor he visto,
gran
general, que te ilustra,
quiero
más ser en Melilla
esclava, que libre en Búcar.
PIMIENTA: (La
mora es noble y discreta, Aparte
pues
confirma mi disculpa,
o
porque su dueño soy,
o por
temer que a la suya
crédito
le han de negar.
Todo
iguala a su hermosura.)
VANEGAS: Cuanto
tu beldad me admira,
me
lastima tu fortuna;
mas puedes pensar que yo,
por más que airada
presuma
perseguirte, he de oponer
mis fuerzas a sus injurias.
ALIMA: De tu
nobleza lo fío;
pero si
merced alguna
de ti
espero, la primera
será
hacerme esclava tuya,
pues
demás de lo que gano
con tal
dueño, así me excusas
la pena
de ser de quien
me
trajo a tal desventura.
PIMIENTA: (¡Ah,
enemiga! Ya te entiendo. Aparte
Porque
mis intentos huyas,
quieres
salir de mis manos;
mas no
te valdrá la industria.)
VANEGAS: Señor
sargento...
PIMIENTA:
Señor...
VANEGAS: Bien ve que en las damas nunca,
aunque se mude el estado,
el
privilegio se muda.
Que la
compre quiere Alima.
Darle
gusto no se excusa.
Póngale
precio, y al punto
lo vaya
a contar.
PIMIENTA: No hay suma
por que
dé yo tal esclava,
ni
pueda igualar alguna
a la
que por ella espero
de
Azén, alcalde de Búcar.
VANEGAS: Pues
con una condición
el
contrato se concluya;
que la
cantidad por ella
le daré
que fuere justa,
y la
que por su rescate
dieren,
también será suya.
PIMIENTA:
Señor...
VANEGAS:
No hay que replicar;
y mire que
no es oculta
su
lasciva inclinación;
y si
este intento repugna,
será
forzoso que de ello
un fin
malicioso arguya.
PIMIENTA: (El
demonio se lo dijo.) Aparte
Confieso
que si me apunta,
jamás
me yerra Cupido;
mas
mira, cuando me acusas,
que por
hüir de mis brasas,
no dé
la mora en las tuyas.
VANEGAS: Mis
costumbres, por lo menos
hasta
agora, me disculpan.
PIMIENTA: Lo
mismo digo, mas temo
que las
venza esta hermosura,
y por abonar las mías,
digo que, pues de ello
gustas,
con la
condición que has puesto
queda la esclava por tuya.
VANEGAS: Pues
venga a contar el precio.
Ya,
como pediste, mudas
el
dueño; ya lo soy tuyo,
Alima.
ALIMA:
Y de la Fortuna
lo soy
yo, siendo tu esclava.
Vanse VANEGAS y SOLDADOS
PIMIENTA: ¿Estás
contenta?
ALIMA: Segura,
al menos, de tus excesos.
PIMIENTA: No
podrás estarlo nunca,
si a tu
misma patria vuelves,
si el
mismo infierno te oculta;
mas con
todo, te agradezco
que
hayas callado mi culpa.
ALIMA: No lo
agradezcas; que yo
no lo
hice porque induzcas
de ello
obligación en ti;
mas porque
nadie presuma
que tú
pudiste perder
el
respeto a mi hermosura.
PIMIENTA:
Arrogante sois y cuerda;
¡mas
libreos Dios de una punta
de
Amor! Que a fe que ella os sangre
de
arrogancia y de cordura.
Vanse. Salen AZþN, MULEY y ZAIDE
AZÉN:
Abrevia; que de un cabello
está mi
vida pendiente.
ZAIDE: De la
peñascosa frente
que a
esa sierra oprime el cuello,
al
pie que le baña el río
con
lisonjero cristal;
del más
espeso jaral
y del
bosque más sombrio
al
campo menos amado
de
Pomona y Amaltea,
con
alas de quien desea
y teme,
corrió el cuidado.
No
hay donde buscarla ya.
Tragóse
a tu Alima el suelo.
AZÉN: ¡Pese a
Mahoma, y al cielo
pese, y
pese al mismo Alá!
MULEY: ¡Ten! ¡No blasfemes, señor,
de Alá! ¡Mira que es
locura
por
amor de una criatura
ofender
asi al Criador!
AZÉN: ¿Y
es cordura que me ofendas
a mí
tú, siendo quien soy,
y
cuando rabiando estoy,
mis
excesos reprehendas?
Pues
digo que, ¡pese a Alá
mil
veces, y pese a cuanto
sobre
su estrellado manto
su
gloria gozando está!
Cuando vomito vulcanes,
cuando el dolor en el pecho
es un
Aquilón deshecho
que
forma mil huracanes;
cuando las crinadas furias,
de ira,
rabia y fuego llenas,
ministrando al alma penas,
brotan a la boca injurias,
¿te
opones tú a mi furor,
e
intentas, necio, imprudente,
reprimirme en la creciente
de un
desesperado amor?
MULEY: Si
se atrevieran tus labios
a algún
humano sujeto,
no
fuera intento discreto
oponerme a sus agravios;
pero
que de Alá blasfemes,
ni he
de sufrirlo, ni temo
tu
poder, pues tú, blasfemo,
el del mismo Dios no temes.
AZÉN: Pues
presto verás en ti
cuál
yerra más de los dos;
yo,
blasfemando de Dios,
o tú,
ofendiéndome a mí.
¡Hola! ¡Prendedlo al momento,
y a su soberbia locura
la
mazmorra más obscura
dé pena
y ponga escarmiento!
MULEY:
¡Bien, alcaide, vas pagando
de mi
padre los servicios,
que con
tantos beneficios
te está en España obligando!
AZÉN:
Cuanto dél allá me obligo,
me
ofendes tú acá; y no entiendo
que al
padre que es bueno ofendo,
si al
hijo malo castigo.
¡Llevalde presto de aquí!
MULEY: Poco te
vengas en eso.
Azén,
por Alá voy preso,
Alá
mirará por mí.
Llévanle
AZÉN: ¡Ah,
cielos! ¿Dónde escondéis
mi
prenda hermosa y querida?
¿Por
qué me dejáis la vida
si el
alma no me volvéis?
Sale PIALÍ con una carta, y dala a AZÉN
PIALÍ: De
Fez un moro ha llegado
con
ésta, Azén, para ti.
AZÉN:
Querellas serán, Pialí,
de
Abenyúfar agraviado.
Lee el sobrescrito, ábrela y lee
"A Azén, alcaíde de Búcar. Hasta
agora
se ha ocultado a mi diligencia
el
agresor del robo de Alima; vuestro
atrevimiento probó el hacerlo; vuestra
malicia descubre el encubrirlo, si la
disculpa no es ser ya su esposo; yo
estoy ofendido, y el rey indignado.
De Fez, Abenyúfar."
AZÉN:
¡Sólo agora me faltaba
esta
amenaza! ¡Levante
fiero
el Tebano gigante
contra
mi su fuerte clava!
¡Vibre en la invencible mano
Júpiter
omnipotente
contra
mí el efeto ardiente
del
flamígero Vulcano!
¡Como al soberbio Tifeo
en el
suelo trinacrino,
me
oprima el Etna, el Paquino,
el
Peloro y Lilibeo!
¡Caiga todo sobre mí
el
celestial firmamento,
que nada temo ni siento
después
que a Alima perdí!
Salen DARAJA y SALOMÓN
SALOMÓN: Mira
que tiene tu hermano
todo el
infierno en el pecho.
DARAJA: Bien se
ha visto en lo que ha hecho;
mas por
Alá soberano,
que
si no suelta al momento
a Muley
de la prisión,
ha de
apostar mi pasión
a
furias con su tormento.
SALOMÓN:
(Rabiosos andan los perros.)
Aparte
DARAJA: ¿Qué es esto, Azén? ¿Has perdido
el
honor con el sentido,
que añades yerros a yerros?
Cuando por robar a
Alima,
darte
debiera temor
del rey
de Fez el rigor,
que a
su padre tanto estima,
¿las
fuerzas te disminuyes?
Si a
Muley, Alcaide, prendes,
a tus
vasallos ofendes
y a ti
mismo te destruyes.
¿Qué
moro tiene tu tierra
sin él, que te pueda dar
hombros
en que sustentar
el peso
de tanta guerra?
Y
cuando a tu enojo cuadre
no
atender a esta razón,
respeta
la obligación
de Amet
Bichalin, su padre,
morabito venerado
tanto
en Búcar, que si viene
de
España, donde le tiene
su
valor y tu mandado,
y
ofendida su lealtad
se
rebela, desconfía
de que nadie en Berbería
siga tu
parcialidad.
AZÉN:
Basta ya, cierra los labios;
que a más furor me dispones,
pues hallo ya en tus razones,
más que consejos,
agravios.
¿Que tema yo a mis vasallos
te
atreves a aconsejarme,
cuando
hubieras de irritarme
con
valor a castigallos?
Vete, Daraja, si airado
probarme también no quieres;
que jamás a las mujeres
tocó la
razón de estado.
En
tu labor te entretén;
déjame
a mi gobernar;
no me
obligues a pensar
algo
que no te esté bien;
que
si llego a presumillo,
¡vive
Alá, que en mi severo
rigor
has de ver, primero
que la
amenaza, el cuchillo!
DARAJA: Tu
tirana condición
fingirá
culpas en mí,
para
dar materia así
a tu
injusta inclinación;
y
cuando ofendido estás
del
desdén y de la ausencia
de tu
Alima, en mi inocencia
vengar
tu enojo querrás,
sin
advertir que es sin fruto,
y que
si el hombre se escapa,
romper
la furia en la capa
sólo es
venganza de bruto.
AZÉN:
Pues, necia, ya que me obliga
tu
locura a declarar,
y
puesto que a mi pesar,
lo que
sospecho te diga
SALOMÓN: (Hoy
se ha de arder esta Troya.) Aparte
AZÉN: Dime,
¿ha sido acaso en vano
no
querer darle la mano
al
alcaide de Botoya?
Si
resistes con rigor
lo que
te estaba tan bien,
¿negarás que tu desdén
nace en
ti de ajeno amor?
Pues
si tras esto te veo
sentir
tanto la prisión
de
Muley, ¿no es presunción
que
vive en él tu deseo?
DARAJA: Si
mi culpa estriba en eso...
AZÉN: No, no tienes
que alegarme.
Cuando
llegué a declararme
cerré
contra ti el proceso.
Zaide...
ZAIDE:
Señor...
AZÉN: Ni te asombres
ni
repliques. En prisión
pongo
por cierta ocasión
a
Daraja. Con cien hombres
en
este cuarto has de estar
en su guarda y por su alcaide;
que a
ti solamente, Zaide,
puedo
este cargo fïar.
SALOMÓN: (Él
le encarga gentil joya.) Aparte
AZÉN: O aquí
al tormento inhumano
darás
la vida, o la mano
al
alcaide de Botoya.
DARAJA: Si
piensas que tus porfias
han de
poder...
AZÉN:
¡Entra ya!
¡No me
repliques!
DARAJA: ¡Alá
castigue tus tiranías!
Vanse DARAJA y ZAIDE
SALOMÓN:
(¡Encerróla! Al superior
Aparte
no es
oponerse cordura.
Irme
quiero; coyuntura
tendré
de hablarle mejor;
que
está enojado.
AZÉN: ¡Ah, judío!
¡Vuelve!
SALOMÓN:
(¡Cogióme!)
Aparte
AZÉN: ¿Qué quieres?
SALOMÓN: Quiero
lo que tú quisieres.
AZÉN: ¿Adónde
ibas?
SALOMÓN:
Señor mío,
voy donde has mandado.
AZÉN: ¿Yo?
¿Dónde te he mandado ir?
SALOMÓN: ¿No me
mandaste partir
a
Melilla, Alcaide?
AZÉN: No.
SALOMÓN:
Pues, señor, no iré a Melilla.
AZÉN: Tú
estás trabado.
SALOMÓN: De verte
enojado, estoy de suerte,
que no
sé...
AZÉN:
Con quien se humilla
y me
teme, no ejercito
yo mi
poder, Salomón.
SALOMÓN: Ésa es
real condición
y lo
contrario es delito.
El
que soberbio se atreve,
se
arrepienta derribado.
Quien tu poder no ha estimado,
ése tus rigores pruebe.
Jamás, alcaide, he tenido
igual gusto al que me
diste
cuando
enojado prendiste
a Muley
por atrevido.
El
hombre sólo merece,
siendo
severo, ese nombre,
porque
en riéndose un hombre,
a mí no
me lo parece.
No
hay propria pasión que menos
se
conforme a la razón.
Si gusto
o admiración
me dan
donaires ajenos,
¿qué
tiene que ver que quiera
yo
alabarlos o aplaudillos,
con
arrugar los carrillos
y echar las muelas de fuera?
AZÉN: ¿De
gracia estás, Salomón,
cuando
mi pecho atormentan
cuantas
sierpes alimentan
las tres hijas de Aquerón?
SALOMÓN:
Divertirte fue mi intento;
que a
mí también tu pesar
me
aflige.
AZÉN:
Hoy lo has de mostrar.
Amigo,
parte al momento,
y no
me dejes frontera
de
cuantas el español
ocupa y
alumbra el sol,
donde
mi adorada fiera
no busques; y si codicias
riquezas, por estas nuevas
cuantas las indianas cuevas,
rinden te daré en albricias;
mas sin ellas a mis ojos
no vuelvas jamás.
SALOMÓN: Confía
que la
diligencia mía
ponga
fin a tus enojos.
Mas...
AZÉN:
Habla. ¿Cosa hay que pueda
causarte temores vanos?
SALOMÓN: Para
andar entre cristianos
llevo
muy poca moneda.
AZÉN:
Estribe en eso mi intento.
Ven,
daréte mil cequíes.
Vase AZÉN
SALOMÓN: Con
ellos no desconfíes
que sus
alas compre al viento.
Los que vivís de embestir,
de mi podéis aprender.
primero
habéis de saber
lisonjear que pedir.
Vase. Salen ARLAJA
y ALIMA
ARLAJA:
Triste parece que estás.
¿Sientes mucho el cautiverio?
ALIMA: Arlaja,
¿creer podrás
que
otro poderoso imperio
es el
que me aflige más?
¿Quién creyera -- ¡triste yo! --
que la
que siempre vivió
tan
libre cuando lo era,
el alma también rindiera
cuando
el cuerpo cautivó?
ARLAJA:
¿Haste enamorado, Alima?
ALIMA: Ser tú
de mi patria, y ser
quien
al mal que me lastima
remedio
puedes poner,
a confesarlo me anima.
Arlaja, yo estoy sin mí.
ARLAJA: Dime,
¿por quién?
ALIMA: No entendí
que lo
dudaras, Arlaja,
pues
agravias la ventaja
de sus
méritos así.
Sale PIMIENTA
PIMIENTA:
(¿Nunca la ardiente pasión
Aparte
que sin
piedad me lastima
ha de
hallar una ocasión?
Arlaja
está con Alima:
usaré
de una invención.)
Arlaja...
ARLAJA:
¿Quién llama?
PIMIENTA: ¿Asi
te
estás descuidada aquí,
cuando
el general te llama,
y por
no hallarte, le inflama
un
ciego ardor contra ti?
ARLAJA: Voy
volando.
Vase ARLAJA
ALIMA: Yo te sigo.
PIMIENTA: Hermoso
dueño, enemigo
de mi
vida, ¿dónde vas?
A
Arlaja llama no más.
ALIMA: Voy
sólo a no estar contigo.
¡Suelta!
PIMIENTA:
Aplaca ya el rigor
ajeno
de tu hermosura.
ALIMA: ¿Que
solicita mi amor
quien
fue de mi desventura
y
cautiverio el autor?
Antes el hermoso día
trocará
en noche sombría
el
meridiano arrebol;
antes
al ardiente sol
visitará la osa fría,
que
tu pensamiento vano
me
pueda, español, mover.
PIMIENTA: Pues tu
rigor inhumano
algún
favor me ha de hacer.
¡Dame
siquiera una mano!
ALIMA:
Piensa que ablandar procura
tu amor
una peña dura.
PIMIENTA: Yo,
ingrata, la tomaré.
Quiere tomalle la mano
ALIMA: Daré
voces, y diré
al
general tu locura.
PIMIENTA: Tu
resistencia es en vano;
que
estoy abrasado y ciego.
¡Dame,
enemiga, la mano!
ALIMA:
¡Primero la diera al fuego!
¡Aparta, necio villano!
Sale VANEGAS
VANEGAS: ¿Qué
es esto, señor Sargento?
PIMIENTA:
(¡Cogióme otra vez!)
Aparte
VANEGAS: ¿Qué intento
le
obliga a locura igual?
PIMIENTA: Diga el
señor general
si es
injusto el fundamento
con
que tomarla quería.
VANEGAS: ¿Qué
fue?
PIMIENTA:
Quitarle un rubí
de la
mano pretendía;
que pues
que yo la prendí,
cuanta
hacienda tiene es mia.
ALIMA:
(¡Qué bien la trazó el traidor!)Aparte
VANEGAS: ¿Es
esto así?
ALIMA:
Sí, señor.
PIMIENTA: ¿No
basta que yo lo diga?
VANEGAS: (Aunque a sospechas me obliga, Aparte
disimular es mejor
y la ocasión evitar.)
Mora,
no tienes razón;
que en
llegando a cautivar,
el
dominio y posesión
le da
ya ley militar,
de
cuantas prendas tenía
tu
persona. Su porfía
fue
justa; dale el rubí;
que por
él te doy yo a ti
Dale una sortija
este
diamante, que al día
competencia hermosa mueve.
ALIMA: Por
tuyo le estimo más.
VANEGAS: (¡La
mano al hielo se atreve! Aparte
¡Oh, Amor! Con flechas de nieve
heridas de fuego das.)
ALIMA da una sortija a PIMIENTA, y háblale
aparte
ALIMA:
Toma, y ve con advertencia
que
debes a mi prudencia
el
callar yo de esta suerte,
y que
tengo de vencerte
sólo
con mi resistencia.
VANEGAS: ¿Qué
dice Alima?
PIMIENTA: Que tiene
gusto
del rubí, señor,
y
porque no lo enajene,
me
ofrece al doble el valor,
si a
mejor fortuna viene.
ALIMA: (No
vi jamás tal presteza Aparte
en
fingir.)
VANEGAS:
Pues el guardarlo
no será
mucha largueza.
(No me
atrevo a rescatarlo Aparte
por no
mostrar mi flaqueza.)
PIMIENTA: Lo
que Alima pide haré.
VANEGAS: Señor
sargento, bien ve
que
perder puede ocasión.
Vuélvase a su ocupación;
y plega
a Dios que le dé
tanta ventura la suerte
como
esta vez ha tenido.
PIMIENTA: Iré al
punto a obedecerte.
Sale SALOMÓN
SALOMÓN: ¡Gloria
a Dios, que llego a verte!
VANEGAS: ¡Oh,
Salomón! ¡Bien venido,
PIMIENTA:
(¿Acá ha vuelto este judío?
Aparte
¡Quién
lo cogiera!
Vase PIMIENTA
SALOMÓN: ¿Aqui estás,
bella
Alima?
ALIMA:
Dueño es mío
el
general.
SALOMÓN:
Que tendrás
presto
libertad confío.
VANEGAS: Ven;
que informarme de ti
me
importa.
SALOMÓN:
Con brevedad;
que he
de irme al punto de aqui.
Vase SALOMÓN
VANEGAS: (¡Oh,
soberana beldad! Aparte
defiéndame Dios de ti.)
Vase VANEGAS
ALIMA: ¡Ay. gallardo general!
¿Qué he
de hacer? Si callo, muero;
decir
mi pena mortal
es
liviandad, y no espero
que se
duela de mi mal;
que
su entereza es terrible,
y tengo por invencible
su
modestia y su valor.
Si no
me matas, Amor,
facilita este imposible.
Vase. Salen AMET y
AZþN
AMET:
Ilustre Azén, Alcaide valeroso,
cuyo
poder, cuya esforzada mano
a Marte
mismo tiene temeroso,
cuando excediendo al pensamiento humano
sirve
Amet Bichalin de cauta espía
en
medio del imperio castellano,
y
cuando los avisos que te envia,
del
español fabrican el estrago,
y dan
fuerza y defensa a Berbería,
¿me
das en Búcar tú tan justo pago,
que me
prendes el hijo, cuya fama
discurre en su alabanza el aire vago?
¿Qué
loco engaño, qué furor te inflama
que así
en quien tiñe de África los ríos
con la
española sangre que derrama,
fiero ejecutas tus airados bríos,
ocasionando al noble y al
villano
a
murmurar tan locos desvaríos?
¡En
la mazmorra oscura que el tirano
fuero
inventó marcial para suplicio
y
custodia crüel del vil cristiano,
está
preso Muley, que en tu servicio
mil
veces dio terror a cuanto Arcturo
y Pólux
miran en su opuesto quicio!
Y ya
que su valor no esté seguro
de tal
desprecio, su nobleza al menos,
¿no
debiera enfrenar tu pecho duro?
Dilo
tú:, ¿por ventura son más buenos
en sangre, antigüedad, lustre y
hazañas
los timbres de los reyes
sarracenos?
AZÉN:
Basta, Amet, basta; y mira que te engañas,
si
piensas que con ese atrevimiento
mi
furia aplacas y a Muley no dañas.
Al
mismo Jove en su estrellado asiento,
si le
pierde el decoro a mi grandeza,
moverá
guerra mi furor violento.
Tu
hijo me ofendió. Ni tu nobleza
ni tu
valor le eximen del castigo.
AMET: De
inhumano te indicia tu fiereza.
Si
al mismo Alá te muestras enemigo,
si su
poder blasfemas, ¿qué te espanta
que te
refrene tu mayor amigo?
De
la amistad sincera la ley santa
enseña
a corregir tales errores.
Quien
no los reprehende, la quebranta.
AZÉN:
Cuando son los amigos superiores,
son también desiguales los respetos.
No los han de reñir sus
inferiores.
AMET: Has de advertir que iguala los
sujetos
distantes la amistad, si
es verdadera,
y así han de ser iguales los efetos.
y si tu obstinación te
permitiera
abrir
de la razón los claros ojos,
a Muley
premio por castigo diera.
Mas tiénente tan ciego tus enojos,
que la lisonja vil sola
te agrada,
del
proprio amor sujeto a los antojos.
AZÉN: Si
con lengua también precipitada
me
pierdes el respeto, ¡vive el cielo,
que
pruebes tú también mi mano airada!
AMET: ¿Al morabito Amet, a quien el suelo
venera,
y de quien tiembla el libio adusto
y el
scita de temor, más que de hielo,
se
atreverá a ofender tu imperio injusto?
¿Conoces el poder y valor mío,
mi heroico pecho y corazón robusto?
Pues
porque enfrenes el incauto brío
y temas
tu rüina, y la sentencia
dañada
mude ya tu pecho impío,
de
parte del rigor y la potencia
inexhausta de Dios, te exhorto y cito
que de
tus culpas hagas penitencia.
A
Dios has blasfemado; tu delito
conoce
y llora, Azén; perdón le pida
tu
poder limitado al infinito
o verás brevemente convertido
en humo
vil tu indómita braveza,
y en
polvo leve tu arrogante vida.
Y
porque siempre el cuerpo en la cabeza
padece,
tocará a toda tu gente
el
castigo también de tu fiereza.
Bañada se verá la África ardiente
por ti
de tanta sangre sarracena,
que a
Neptuno las ondas acreciente.
AZÉN: ¿Qué
profético aliento desenfrena
tus
labios, o qué espíritu divino
te
informa a ti de mi futura pena?
Si
sabes los decretos del destino,
¿cómo
no has conocido que a mis manos
te
trajo por tu mal tu desatino?
¡Moros, prendedle!
AMET: Son intentos
vanos.
No debes de saber que el
poder mío
excede, Azén, los limites humanos.
Yo sacaré del cóncavo
sombrío
a mi
hijo Muley, y en nube densa
le
verás navegar el aire frío;
y
así sabrás si el cielo recompensa
el
justo celo, honrando y defendiendo
a quien
la vida pone en su defensa.
AZÉN:
¡Prendedle! ¿Qué tardáis? ¿Qué estáis oyendo
más
locuras?
AMET:
¿Quién puede tu sentencia
ejecutar en mí, si a Dios defiendo?
Saca a MULEY de un escotíllón y
juntos
los dos, vuelan por tramoya
AZÉN: ¡Qué
gran prodigio! El cielo su inocencia
ampara,
y con su hijo surca el viento.
AMET: ¡Alcaide, haz de tus culpas
penitencia!
AZÉN:
¡Aguarda, espera, celestial portento!
FIN DEL ACTO PRIMERO