ACTO SEGUNDO
Sale PIMIENTA, de moro
PIMIENTA:
Aquí, donde esta espesura,
del sol
jamás ofendida,
por
opaca me convida,
y por
sola me asegura,
pues
resisto al estatuto
de
naturaleza en vano,
sueño,
a tu imperio tirano
pagaré
el común tributo.
Recuéstase. Salen
AZÉN y ZAIDE
ZAIDE:
¿Dónde vas desesperado
por
estos campos?
AZÉN: Aquí,
donde mi gloria perdí,
quiero
engañar mi cuidado;
aquí
espera mi tormento
hallar
su prenda querida,
o que
se pierda la vida
donde
se perdió el contento.
Cuando a la hermosa Canente
Circe
de su bien privó,
allí
donde lo perdió,
le dio
principio a una fuente,
y
perdiendo el sol dorado
a Dafne
ingrata y crüel,
quiso del
mismo laurel
andar
siempre coronado.
Así
yo, aunque la memoria
me
lastima del lugar,
me
consuelo con llorar
donde
he perdido la gloria.
Ninfas de esta fuente fría,
deidades de esta aspereza,
si os
mueve ajena tristeza,
¿cómo
no sentís la mía?
¡Mas
tente! Que un moro veo,
que
goza aquí descuidado
de las
lisonjas del prado
en los brazos de Morfeo.
¡Dichoso tú, que al
tormento
hurtas
con tal suspensión
la
grave jurisdición
que
tiene en el pensamiento!
¿Quién puede ser quien aquí
con tal
descuido se ofrece
al
sueño?
ZAIDE:
Noble parece,
porque
un brillante rubí
en
el dedo lo pregona.
AZÉN: Zaide,
Zaide, o el deseo
me
engaña, o es la que
veo
aquella dorada zona
que
el breve cielo del dedo
de mi
enemiga ceñía.
ZAIDE: Dicha y
desdicha sería;
que si
es ella, pensar puedo
por
los indicios, señor,
que le
ha dado, por roballa,
muerte
a Alima.
AZÉN:
¡Zaide, calla,
que me
matará el temor!
Mírala bien.
ZAIDE:
¡Es la suya,
por
Alá! Del blanco acero
Quítale la espada a PIMIENTA
le
despojaré, primero
que el
sueño le restituya
los
sentidos; que podría,
defendiéndose, escaparse,
y
fácilmente ocultarse
en esta
selva sombría.
AZÉN:
Prudente prevención es.
ZAIDE: Y aun
fuera bueno prendello,
echándole un lazo al cuello.
Échanle una liga al cuello
No se
nos vaya por pies.
AZÉN: Bien dices.
ZAIDE:
Así asegura
con su
prisión nuestro intento.
AZÉN:
Temblando está el pensamiento
de lo
mismo que procura.
Las
nuevas temiendo estoy
que
busco de la que adoro.
ZAIDE: ¡Hola!
PIMIENTA:
¿Quién? ¿Quién es?
AZÉN: Un moro,
¿no lo
ves?
PIMIENTA:
(¡Perdido soy! Aparte
Sin
duda me han conocido,
pues
que me han preso.) ¿Qué quieres
de mí?
AZÉN:
Que digas quién eres.
PIMIENTA: Un
hombre soy, que perdido
en
este espeso jaral,
al
cansancio me rendí.
AZÉN: ¿Cómo es tu nombre?
PIMIENTA: Pi...alí,
de
Marruecos natural.
(Pimienta le iba a decir.)
Aparte
AZÉN: ¿A qué
has pasado a esta tierra?
PIMIENTA: Un hijo
perdí en la guerra,
que no puedo descubrir
aunque todas las fronteras
españolas he corrido.
AZÉN: ¡Ah, perro traidor!
Tú has sido,
por más que encubrirlo
quieras,
quien la dulce prenda mía
me
robó; que este rubí
lo está
publicando así,
que
ella en el dedo traía;
que
yo soy Azén, villano.
¡Dame a
Alima, o morirás!
PIMIENTA: Pues,
Azén, ¿para qué estás
callando tu nombre en vano,
cuando yo, alcaide, he venido,
venciendo al viento, a buscarte,
solamente para darte
nuevas
de tu bien perdido?
Dame albricias, y sabrás
dónde
está tu dulce Alima.
AZÉN: Cuantas
riquezas estima
el
indio avaro tendrás,
si
tu lengua no me engaña
en
nueva tan venturosa.
PIMIENTA: Pues,
señor, tu Alima hermosa
está
cautiva.
AZÉN:
¿En España?
PIMIENTA: En
Melilla. El general
Vanegas
es dueño suyo.
AZÉN: Y yo
soy esclavo tuyo,
pues de
mi pena mortal
me
libras. Yo mismo iré
a
rescatalla. Mas di,
¿cómo
vino ese rubí
a tu
poder?
PIMIENTA:
Traza fue
de
ella, porque ser podría
no creerme
tú sin él.
AZÉN: Pues,
¿cómo al principio, infiel,
lo
callabas?
PIMIENTA:
No quería
que
de otro la nueva oyeses,
como no
te conocí,
y las
albricias que a mí
son tan
debidas, le dieses.
ZAIDE:
Verdad dice, al parecer.
AZÉN: Con
todo, Zaide, la dudo;
que el
español, ¿cómo pudo
dentro
en mi tierra prender
a
Alima?
PIMIENTA: Ella me contó
que
andando a caza contigo,
en un
monte, oculto abrigo
de las
fieras, se perdió;
y
cierto cristiano espía
en
traje moro, que sola
la halló
en el bosque, engañóla,
y que a
Fez la llevaría
le
ofreció; y ella, contenta,
que
aborrece tu persona
Si te
doy pena, perdona
a quien
la verdad te cuenta,
y
conoce que la digo
en que
no te lisonjeo.
Llevada, pues, del deseo
de su
patria, a su enemigo
se
entregó, y él dio con ella
en la
frontera.
AZÉN:
¡Ah, enemiga!
¡Cómo
el cielo te castiga
el no
sentir mi querella!
Pues, ¿cómo la ingrata agora,
si me
aborrece su pecho,
se
acuerda de mi?
PIMIENTA: Sospecho,
alcaide, que ya te adora,
según las perlas que vi
por sus dos mejillas bellas
llover de sus dos
estrellas,
cuando
me hablaba de ti;
demás, que en la áspera vida
de
esclava, no dudo yo
que
adore lo que perdió,
justamente arrepentida,
y
ablande ya su rigor
por
verse con libertad.
ZAIDE: Según
las señas, verdad
te dice
en todo, señor.
AZÉN:
¡Suéltale, Zaide, y su espada
le
restituye!
PIMIENTA:
Con ella
cobraré
tu amada bella,
si al
general no le agrada
darla a rescate.
AZÉN: Al momento
a
Melilla he de partir.
Tú,
moro, me has de seguir.
PIMIENTA: Sólo
servirte es mi intento.
(¡De
buena, por Dios, salí! Aparte
No
esconder la piedra fue
gran
error; mas no pensé
que
este desierto, sin mí,
planta humana pisarla.
El
ingenio me ha valido,
que al
fin sin él nunca ha sido
perfeta
la valentía.)
Vanse todos. Salen AMET, MULEY y otros MOROS, y
ZEILÁN
ZEILÁN:
Duélete, si no de Azén,
de tu
patria desdichada.
AMET: Por ser
de mí tan amada,
moros,
pretendo su bien.
Si está
enferma la cabeza,
el
cuerpo todo padece.
Vuestro
alcaide se endurece
en su
bárbara torpeza
tanto, que ni mi razón
ni los portentos que he hecho
han obligado su pecho
a
aplacar la indignación
de
Alá, a quien tiene ofendido
con su
blasfema locura.
Y así,
vuestra desventura
llorad
-- ¡oh, pueblo querido! --
pues
por justa recompensa
vuestra
sangre ha de inundar
los
campos, para lavar
con
ella su injusta ofensa;
que
yo no he de verle ya
ni
vivir en su obediencia,
hasta que
su penitencia
merezca
perdón de Alá.
ZEILÁN:
Pues, Amet, si tú te ausentas,
¿quién
nos podrá defender?
Si tú
faltas, ¿no ha de hacer
a Dios mayores afrentas,
y aumentar más su furor?
Tu autoridad solamente
será el
freno conveniente
a su
loco y ciego error.
De
tu patria, Bichalín,
ten
lástima.
AMET:
Amigos caros,
yo lo he de hacer por mostraros
que
vuestro bien es mi fin.
ZEILÁN: Danos, pues vida nos das,
los pies.
AMET: Alzad. Tú a sus ojos,
para evitar sus enojos,
hijo, no vuelvas jamás.
MULEY: Oye.
Sale PIMIENTA, de moro, y SALOMÓN, desde el
paño, cada uno aparte
PIMIENTA:
(Alguna novedad Aparte
en el
campo ha sucedido.)
SALOMÓN: (¿Qué
suceso habrá traído Aparte
tal
gente a tal soledad?)
MULEY: Y
así Daraja, señor,
pues
por libranne padece
en la
prisión, bien merece
que la
libre tu favor.
Con
eso acreditarás
los
milagros de tu ciencia,
y con
eso la imprudencia
de Azén
amedrentas más.
AMET: Bien
dices. Librarla quiero.
Famoso
pueblo africano,
pues
Azén, no como hermano,
mas como enemigo fiero
tiene a Daraja en prisión,
por
daros a conocer
su
injusticia y mi poder,
su
delito y mi razón,
darle libertad intento.
Al
cielo volved los ojos.
Veréis
que los rayos rojos
rompe
del sol por el viento.
Sale DARAJA, bajando por tramoya al teatro
DARAJA: ¿Qué
es esto?
ZEILÁN: ¡Gran Bichalín,
soberano
es tu poder!
PIMIENTA: (El
moro debe de ser Aparte
otro
hechicero Merlín.)
MULEY:
Daraja hermosa, no estés
turbada, pierde el temor;
que
efeto fue de mi amor
este milagro que ves.
Mi
padre, de quien ya sabes
el más
que humano poder,
aquí te
quiso traer
por la
región de las aves,
por
pagar mi obligación,
y porque
el rigor tirano
huyas
de tu injusto hermano
saliendo de la prisión.
DARAJA: Los pies, Bichalín, me dad
por tan alto beneficio.
AMET: Éste es
pequeño servicio
en mi
mucha voluntad.
Mas
ya que libre te ves,
no
vuelvas a Búcar. Mira
que te
amenaza la ira
de
Azén.
DARAJA:
Pisarán mis pies
antes del scita inhumano
entre sus flechas el hielo
y el
fuego del libio suelo,
que la
tierra de mi hermano.
AMET: Pues sigue en todo a Muley,
sin que nada te acobarde,
Daraja,
y Ala te guarde.
Vase AMET
DARAJA: Su
gusto será mi ley.
¿Dónde iremos, dueño mío?
MULEY: Escucha
mi pensamiento.
SALOMÓN: (¿No es
el que miro el sargento? Aparte
Él es.)
PIMIENTA:
(¿No es éste el judío?) Aparte
SALOMÓN: ¡Oh,
español valiente! ¿Vas
de
vuelta a Melilla?
PIMIENTA: Sí.
¿Tú
llegas agora aquí?
SALOMÓN: A Búcar
voy. (No sabrás
Aparte
que va a pedir Salomón
las
albricias de su bien
al
enamorado Azén.
No
hurtes la bendición.)
PIMIENTA: Si
al alcaide vas a hablar,
tarde
pienso que has venido.
SALOMÓN: ¿Cómo?
PIMIENTA:
Habráse ya partido
a
Melilla a rescatar
a su
Alima.
SALOMÓN:
¡Triste yo!
¿Quién
le dio la nueva?
PIMIENTA: Un moro,
a quien
mil cequies de oro
alegre
en albricias dio.
SALOMÓN: Yo
perdí gran ocasión.
PIMIENTA: ¿Ibas a
pedirlas?
SALOMÓN: Sí.
PIMIENTA: Pues
más diligente fui;
no te
quejes, Salomón.
SALOMÓN:
Pues, ¿fuiste tú el mensajero?
PIMIENTA: Fue mi
dicha.
SALOMÓN:
(¡Vive Dios, Aparte
pues lo
he perdido por vos,
que yo
os agarre el dinero!)
Supuesto, amigo Sargento,
que la
ocasión he perdido,
parto,
de que tú hayas sido
quien
la ha gozado, contento.
PIMIENTA: Eres
mí amigo, y lo fío
de ti
todo.
SALOMÓN:
¡A Dios te queda!
(Yo os pescaré la moneda, Aparte
o no
seré buen judío).
Vase SALOMÓN
PIMIENTA: ¡Oh,
cómo es bella la mora!
DARAJA: Todo
tiene inconveniente.
MULEY: No
habrá cosa que no intente
el que
como yo te adora.
PIMIENTA: (¿La
adora el perro? Ya empieza Aparte
mi
corazón a invidiar
que
haya un moro de gozar
tan
soberana belleza.
Pues
no ha de ser, ¡vive Dios!
De modo lo trazaré,
si
puedo, que presto dé
en
Melilla con los dos.)
¡Alá
os guarde!
MULEY: Moro amigo,
¡con
bien venido seáis!
PIMIENTA: De la
aflición en que estáis
a justa piedad me obligo;
que estimo vuestra
nobleza,
gran
Muley, cuando también
me
ofende el rigor de Azén
y me
mueve esta belleza;
y
así quiero por agora
prestaros alivio, en tanto
que
piadoso el cielo santo
vuestra
fortuna mejora.
Tres
leguas de aquí poseo
una
pequeña alquería
tan
oculta, que aun el día
tiene
de verla deseo.
Allí
albergaros prometo,
si con
menos pompa y fausto,
con
lugar menos infausto
y con
regalo más quieto;
y
allí, si el sitio os agrada,
de
espacio podréis estar,
y si
no, determinar
sin
temor vuestra jornada.
MULEY: ¿Con
qué pagaros podremos
tanto
bien?
PIMIENTA:
Sólo acetarlo
es el modo de pagarlo.
A DARAJA
MULEY: ¿Qué
dices?
DARAJA:
Cuando nos vemos,
Muley, en tal soledad
sin
remedio, sin amparo,
y
afligidos, ¿no está claro
que
ésta es del cielo piedad?
¿Dónde podremos mejor,
si Amor
nos ha conformado,
dar fin
a nuestro cuidado
y dar
vida a nuestro amor?
MULEY: Pues yo, Daraja querida,
¿qué luz o qué norte sigo
sino
tus ojos? Contigo
todo es
gloria, todo es vida.
¿Cómo es tu nombre?
PIMIENTA: Zeilán.
MULEY: Pues,
Zeilán, a tu alquería
estos
dos esclavos guía.
PIMIENTA: (¡Qué
alegres a serlo van! Aparte
Sus
palabras pronostican
su
suerte.) Seguidme, pues;
que ya
con alados pies
las
sombras se multiplican.
MULEY: Ya no temo adversidad.
DARAJA: Ya mi
esperanza logré.
PIMIENTA: (Yo,
perros, os quitaré Aparte
el
gusto, y la libertad.
Vanse todos. Salen
ALIMA, con un papel, y ARLAJA
ALIMA: A mi
gusto está el papel.
ARLAJA: ¿Qué
intentas?
ALIMA:
Arlaja, amor
es
ingenioso inventor
de
trazas, y asi con él,
si a
mi afición corresponde
Pedro
Vanegas, intento
que exhale llamas al viento
el
fuego que el pecho esconde.
¿No
ves cómo calla, y sufre
el
bronce cóncavo, lleno
de
negra pólvora el seno,
los
efetos del azufre;
y ves, Arlaja, que al punto
que una
centella le toca,
vomita
la ardiente boca
trueno
y rayo todo junto?
Pues
así oculta el valor
los
amorosos desvelos,
hasta que el fuego de celos
toca al
alquitrán de amor;
porque entonces, encendido
el
pecho en furor ardiente,
revienta más impaciente
cuanto
fue más oprimido.
AMAJA: Según eso, ¿tú sospechas
que te
quiere el general?
ALIMA: O al
amor conozco mal,
o le
han herido sus flechas;
que
aunque encubre sus enojos
y
reprime su pasión,
el fuego del corazón
da
centellas a los ojos;
y
asi intenta mi cuidado,
por no
vivir tan dudoso,
que me
descubra celoso
lo que
calla enamorado.
A la
orilla de esta fuente
acostumbra venir solo
cuando
sus rayos Apolo
esconde
en el occidente;
y
aquí mi amor quedará
de sus
dudas satisfecho.
Déjame
sola; que el pecho
me dice
que viene ya.
ARLAJA: Como
te dio la hermosura,
la
suerte el cielo te dé.
Vase ARLAJA
ALIMA: Hoy por
lo menos sabré
mi
desdicha o mi ventura.
Mas
ya viene el general.
Dormida
me he de fingir;
que así
podrá descubrir
él su
amor y yo mi mal.
Recuéstase con el papel en la mano. Sale VANEGAS
VANEGAS:
Huyendo de la crueldad
de mi
proprio pensamiento,
salgo a
decir mi tormento
a esta
muda soledad,
por
ver si así mi pasión
un
pequeño alivio siente,
acrecentando esta fuente
lágrimas del corazón.
Mas,
¿qué es esto? ¿No estoy viendo
la
ocasión de mi cuidado?
¿Donde
el remedio he buscado
hallo
el fuego en que me enciendo?
Durmiendo está la hermosura,
de amor
glorioso trofeo.
¿Que
los brazos de Morfeo
merezcan tanta ventura?
¡Huye el peligro que ves,
corazón! Intento es vano,
que me
ha puesto amor tirano
dos montañas en los pies.
No hay razón, no hay
fortaleza,
resistencia ni valor
contra
el imperio de Amor
y el
poder de la belleza.
Mas
con la mano de nieve
competir
quiere un papel,
y ya en
mi pecho con él
celosa
batalla mueve.
Verlo quiero. Por ventura
hallaré
algún desengaño
que
ponga fin a mi daño
y
remedio a mi locura;
que
aunque el amor es tan cierto
que con
celos se acrecienta,
Tómale el papel
tal vez
la misma tormenta
da con
la nave en el puerto.
ALIMA:
(¡Bueno va!) Aparte
VANEGAS:
(Ni está firmado, Aparte
ni es
la letra de mujer.)
ALIMA: (El
papel quiso leer; Aparte
señal
que le da cuidado.)
Lee
VANEGAS:
"Según me siento obligado,
Alima,
de tu favor,
te
diera el alma, si Amor
no te
la hubiera entregado.
Mas si
un pecho enamorado
por
paga debe tener
ser
querido, de querer,
en mi firmeza verás
que
aunque me quisieras más,
me
quedas más a deber."
¿Quién puede ser -- ¡ay de mi! --
el que
tan dichoso ha sido?
¿Que
hay quien haya merecido
que Alima le quiera?
ALIMA: Sí.
VANEGAS: Sí,
dijo mi hermoso dueño.
Dormida
en mi mal ha hablado;
porque
contra un desdichado
aun
dice verdad el sueño.
Pues sin despertar responde,
lo
demás le he de escuchar;
que el
sueño suele explicar
secretos que el alma esconde.
¿Amas, bella Alima?
ALIMA: Sí.
VANEGAS: ¿Y eres
amada?
ALIMA:
No sé.
VANEGAS: ¿Y en
quién pusiste la fe,
dudando, la suya?
ALIMA: En ti.
VANEGAS: Y, ¿quién soy yo?
ALIMA: Mi señor.
VANEGAS: Pues,
¿quién te escribió un papel,
mostrándose de ti en él
favorecido?
ALIMA:
Mi amor.
Despierta
¡Ay
de mí! ¿Quién es?
VANEGAS: Tu dueño.
ALIMA:
Señor...
VANEGAS:
Oyendo te he estado
lo que
dormida has hablado.
ALIMA: Defeto
es ya que en el sueño
suelo padecer, y así
para
encubrirlo deseo
la soledad,
y a Morfeo
me
entregué por eso aqui.
VANEGAS: Y,
¿qué soñabas?
ALIMA: Locuras.
VANEGAS: Dímelas, por vida mía.
ALIMA: (Algo
siente, pues porfía.) Aparte
¿A qué
fin saber procuras
disparates e ilusiones?
VANEGAS: Por ver
si lo que soñabas
conforma con lo que hablabas.
ALIMA: Pues
tal gusto en ello pones,
a
obedecerte me inclino.
Soñaba que me querías,
y que
tu amor me encubrías.
¡Mira
qué gran desatino!
VANEGAS: ¿No
puede ser?
ALIMA: Ni yo creo
que
merezco que me quieras,
ni que,
cuando me quisieras,
me
encubrieras tu deseo,
siendo tu esclava.
VANEGAS: Es verdad;
mas pudiera otra ocasión
con precisa obligación
oprimir
la voluntad.
(Amor, no me aprietes más;
Aparte
que el
valor me desampara.)
ALIMA: (Si
agora no se declara, Aparte
no
espero vencer jamás.
VANEGAS:
Prosigue.
ALIMA:
También, señor,
soñaba
que te quería,
y que
mi amor te decia.
¿Qué
disparate mayor?
VANEGAS: ¿Por
qué?
ALIMA:
Porque no es razón
que la
mujer, aunque muera,
se arroje a ser la primera
en
descubrir su afición;
que
el hombre debe primero
dar
cuenta de sus pesares.
VANEGAS: ¿Digo
yo que te declares?
ALIMA: Y, ¿
digo yo que te quiero?
VANEGAS:
Pues, ¿digo yo que me quieras?
ALIMA: ¿Y yo
digo por ventura
que lo
has dicho?
VANEGAS: ¿Era locura
muy
grande que me quisieras?
ALIMA:
Siendo querida de ti,
fuera dichosa mi suerte.
VANEGAS: Luego,
si diese en quererte,
¿me
amaras?
ALIMA:
Pienso que sí.
VANEGAS: ¿Y
si no?
ALIMA:
No te quisiera.
VANEGAS: Pues,
¿está en tu voluntad
del
amor la potestad?
ALIMA: El
encubrirlo estuviera.
VANEGAS:
Pues, ¿cómo dijiste agora
que me
amaras si te amara?
ALIMA: Porque
tu amor me obligara;
que el
ser amado enamora.
VANEGAS: Haz
cuenta que por ti muero.
ALIMA: Haz
cuenta que te lo pago.
VANEGAS: De eso
no me satisfago.
ALIMA: Como me
quieres te quiero.
VANEGAS:
¿Como te quiero me quieres?
ALIMA: Otra
vez digo que sí.
VANEGAS: Luego
si muero por ti,
¿es
cierto que por mi mueres?
ALIMA: Digo
que sí.
VANEGAS: Pues hablar
Podemos
claro los dos.
Yo te
adoro.
ALIMA:
¡Gloria a Dios
que
llegamos al lugar!
VANECAS:
Venciste, Alima.
ALIMA:
¿"Venciste",
General?
VANEGAS:
¡Ojalá fuera
tu
afición tan verdadera!
ALIMA: Pues,
¿Cuál indicio resiste
al
amor que ya mostré?
VANEGAS: No
dudo, enemiga, en vano;
que
este papel en tu mano
Tocan a rebato
niega
en tu pecho la fe ...
Mas a rebato han tocado.
ALIMA: Oye la verdad.
VANEGAS: Recelo
que me
engañas, pues el cielo
a tal
tiempo lo ha estorbado.
ALIMA:
¿Luego dudas mi amor?
VANEGAS: Sí.
ALIMA: Y yo el
tuyo, pues te vas,
y
muestras que puede más
tu
honor que mi amor en ti.
Vanse los dos.
Salen PIMIENTA, de moro, DARAJA y
MULEY
PIMIENTA: El
breve espacio que resta
del
camino es tan fragoso
por la copia de peñascos,
jarales, ramas y troncos,
que
será fuerza aguardar
la
mensajera de Apolo,
que de
las sendas informe
con sus
rayos nuestros ojos.
Y pues
ya el cansancio pide
que
deis al cuerpo reposo,
aquí
puede a los cuidados
hurtar
instantes el ocio.
MULEY: Bien
dice, Daraja mía;
descansen tus pies hermosos,
antes
que de invidia heridos,
den púrpura a los abrojos.
DARAJA:
Contigo, amado Muley,
no hay
cansancio. Gloria es todo;
Recuéstanse todos
que en
su curso natural
no se
cansa Febo hermoso.
PIMIENTA: (¡Qué
tiernos están los perros! Aparte
No
temen lo que dispongo.
Fingirme quiero dormido.)
Sale SALOMÓN
SALOMÓN:
(Siguiendo con pasos sordos
Aparte
vengo a
Pimienta, por ver
si
puedo pescarle el oro.
Alto
parece que han hecho.
Sí, la
maleza del soto
y
oscuridad de la noche
pone a
su jornada estorbo.
Mucho han andado y vendrán
cansados; y así es forzoso
que el sueño los haga
iguales
a estos
insensibles troncos.
Ésta es
la ocasión que busco.
Llegaréme poco a poco,
pues
mis pasos de los ramos
encubre
el rüido ronco.
Tienta a MULEY y DARAJA
Éste,
supuesto que al lado
tiene a
Daraja, es el moro.
Tienta a PIMIENTA; ronca PIMIENTA
Éste es
el sargento, sí.
¡Pese a
tal, y que del todo
transportado, el contrapunto
lleva
roncando a los olmos!
¿Mataréle? No; que armado
está
siempre, y riesgo corro
si al
primer golpe no muere;
que en fuerza y valor es monstruo.
Mejor será, pues que tiene
los sentidos tan remotos,
sin
aventurar la vida,
pillarle el rubio tesoro.
Tiéntale la faltriquera
Aqui
tiene el lobanillo;
curaréselo; vosotros,
mis
dedos, servid de pinzas
en esta
postema de oro.
Mete la mano en la faltriquera; da un ronquido PIMIENTA
Quedito; que muda el son
el
tañedor, y es forzoso
mudar
el baile. Ya vuelve
a
seguir el primer sono,
y yo le
vuelvo a bailar.
¡Válgame Dios, y qué hondo
está
este mundo!
PIMIENTA: ¿Quién es?
SALOMÓN: (Todo
lo he puesto del lodo.) Aparte
PIMIENTA: ¿Quién
es?
SALOMÓN:
Salomón, sargento.
PIMIENTA: (¡Ah,
vil traidor!) Aparte
SALOMÓN: Cuidadoso
de
verte con estos dos
africanos venir solo,
volvi a
seguirte; y agora
que ya
el sueño poderoso
los
ocupa, llegué a ver
si a
tus intentos importo.
PIMIENTA: (Ya os
entiendo.) Aparte
El beneficio
de tu
amistad reconozco
y los
secretos del pecho
me has
adivinado.
SALOMÓN: ¿Cómo?
PIMIENTA: Para
cautivarlos traje
engañados estos moros,
y por cogerlos dormidos,
los engolfé en este soto.
SALOMÓN: Pues tu
valor, ¿necesita,
para
hacerlo, de ese modo?
PIMIENTA: Porque
mientras ato al uno
no se me escapase el otro,
y por
cogerlos más lejos
de su
tierra y el socorro,
así lo
tracé; y pues tú
me
ayudas, ya me dispongo
al
efeto, y partiremos
los dos el rescate.
SALOMÓN: En todo
te he de obedecer.
PIMIENTA: Pues tú
prende
a Daraja y yo al moro.
Hácenlo así
MULEY: ¿Qué es
esto?
PIMIENTA:
¡No te defiendas,
o
morirás!
Átanlos
con las lígas las manos atrás
MULEY:
¿De este modo
guardas
la fe a quien de ti
se fió,
moro engañoso?
PIMIENTA: Si de
un moro os confïastes,
quejaos de mí, si soy moro;
pero si
cristiano soy,
formad
queja de vosotros.
DARAJA: ¡Ay de
mí! Muley, ¿qué es esto?
MUIEY:
¡Daraja, vendidos somos!
DARAJA: ¡Ah,
Mahoma!
PIMIENTA:
¡A qué buen santo
pide
favor!
SALOMÓN:
Ese tonto,
que
vedó el vino, ¿en qué puede
ser a
nadie provechoso?
PIMIENTA: Si lo
vedó, Salomón,
fue por
bebérselo todo,
porque era un gentil borracho.
SALOMÓN: No fue
el arriero muy bobo.
MULEY: ¡Ah,
Mahoma! ¿Tal consientes?
PIMIENTA:
Atémoslos a este tronco.
Átanlos a un tronco
SALOMÓN: ¿Qué
intentas?
PIMIENTA:
Veráslo presto.
MULEY: ¡Ah,
cielos poco piadosos!
¿Para mayores desdichas
por las esferas de Eolo
salimos de la prisión?
SALOMÓN: Yo
vuelvo rico y dichoso
con
esta presa a mi patria;
que no daré lo que toco
de mi
parte en mil cequies.
Esto es
hecho.
PIMIENTA:
Aun no están todos
atados.
SALOMÓN:
¿Quién falta?
PIMIENTA: Hebreo,
de lo
ajeno cudicioso,
¿qué
buscaban vuestras manos
en mis
faltriqueras?
SALOMÓN: Sólo
conocerte en el vestido
era mi
intento.
PIMIENTA: ¡Engañoso!
No os
han de valer enredos.
SALOMÓN: ¡Plega
a Dios, si fueron otros
mis fines!
PIMIENTA: ¡No resistáis,
si no pretendéis que roto
Átale las manos atrás
el pecho, la sangre vuestra
riegue
los pies a estos chopos!
SALOMÓN: ¡Guay
de mi!
PIMIENTA:
Piadosa pena
doy a
vuestro intento loco,
pudiendo daros la muerte.
SALOMÓN: Yo
confieso que el demonio
me
engañó; pero perdona
lo qué
arrepentido lloro.
PIMIENTA:
¡Llegaos aquí!
SALOMÓN:
¿Qué pretendes?
Átale a un tronco
PIMIENTA: El
castigo será poco.
SALOMÓN: (Él
quiere matarme a azotes.) Aparte
¡Ah,
Pimienta de mis ojos!
Muestra
el valor español
en
perdonar.
PIMIENTA:
Ya os perdono
la
vida; mas quedaréis
atado a
este leño corvo
hasta
que venga el Mesías
a
libraros.
SALOMÓN:
Riguroso
te
muestras. ¿Quieres que sea
pasto
aquí de hambrientos lobos?
PIMIENTA: ¡Ojalá
lo fueran cuantos
a tu ley viven devotos!
Hubiera
menos logreros.
Pero ya
el planeta intonso
por
crepúsculos de nácar
presta
al alba rayos de oro.
Empezad
a caminar
y tened
paciencia, moros.
DARAJA: ¡Que en
un español cupiese
tan
gran traición!
MULEY: ¡Yo estoy loco!
PIMIENTA: Ardides
son de la guerra.
(La
morilla es como un oro.) Aparte
Vanse PIMIENTA, MULEY, y DARAJA
SALOMÓN:
¡Pimienta, sargento mío,
español, hombre, cristiano...
Voces
doy al aire vano.
Aquí
dio fin el judío.
Madres, las que parís hijos,
no los paráis si podéis,
porque
verlos excuséis
en
tormentos tan prolijos.
Aquí
el triste pecho mío
dará su
sangre a una fiera,
si hay
fiera acaso que quiera
tener sangre de judío;
o ya
con hambre impaciente
poco a
poco al fin crüel
llegaré. ¡Dichoso aquél
que se
muere de repente!
¡Ah,
Pimienta! ¡Quién te viera
como yo estoy, afligido!
Esto es
hecho; que el rüido
siento
hacia allí de una fiera.
Mas
pienso que el temor hizo
en mí tal efeto ya,
que comer no me podrá,
si no tiene romadizo.
Sale RODRIGO, de cautivo cristiano
RODRICO: Humanas voces he oído.
SALOMÓN: ¡Ay,
triste!
RODRIGO:
Un hombre está allí.
SALOMÓN: ¡Ya se
acerca! Mas de mí
el
cielo se ha condolido;
que
es hombre. ¡Tened piedad,
amigo,
de un desdichado,
que
dejó a este tronco atado
de un
cristiano la crueldad!
RODRIGO:
¿Sois moro?
SALOMÓN:
En Grecia nací;
la ley
sigo de Moisén.
RODRIGO: Pues el
cristiano hizo bien.
No por
bueno os dejó así.
Vase RODRIGO
SALOMÓN:
¿Pues sin desatarme os vais?
No lo
hiciera yo con vos.
¡Volved,
siquiera por Dios,
si es
que su nombre estimáis!
Él
se fue. Ya desconfío
del
remedio. ¡Ay, desdichado!
No
puede ser un honrado
en
estos tiempos judío.
Mas
él vuelve, o el deseo
me
engaña. ¡Tened, amigo,
piedad
de mi! Mas, ¿qué digo?
¡Que es
un león el que veo!
Un león llega a SALOMÓN, él se
vuelve y tira coces
¡Muerto soy! ¡A mi se llega!
¿No
tuviera Salomón
-- ¡cielo! -- en tan fuerte ocasión
patas
de moza gallega?
Vase el león. Sale
RODRIGO
RODRIGO: ¿Qué
es esto? ¡Sin seso está!
¿Qué
estás haciendo, judío?
SALOMÓN: ¿Tú
estás aquí, señor mio?
¡Llega,
desátame ya!
RODRIGO:
Porque por Dios lo pediste,
volví a
socorrerte.
SALOMÓN: El cielo
te
libre del desconsuelo
que ausentándote
me diste.
RODRIGO: Mas,
si verte libre quieres,
primero
palabra y mano
me has
de dar de ser cristiano.
SALOMÓN: Seré lo
que tú quisieres.
Mas tú, ¿quién eres, que das
indicios de ser de España?
RODRIGO: Del
traje que me acompaña,
Desátalo
mi
suerte saber podrás.
De
España y cristiano soy,
cautivo
en África he estado
tres
años, y rescatado,
agora a mi patria voy.
Perdíme en esta espesura
por tu
bien.
SALOMÓN:
Guardóme el cielo.
Si las
sendas de este suelo
no
sabes, por tu ventura
me encontraste;
que yo voy
a
Melilla.
RODRIGO:
Iré contigo.
SALOMÓN: Seguro
vienes conmigo.
¡Ah,
Pimienta, libre estoy!
RODRIGO:
Vamos, pues.
SALOMÓN:
Tu historia cuenta.
Cielos, pues de esta escapé,
sin
especias comeré,
por no
comer con pimienta.
Vanse. Salen
VANEGAS y un SOLDADO
VANEGAS: ¿Que
el mismo alcaide ha venido
al
rescate?
SOLDADO: Sí, señor.
VANEGAS: Es
fineza de su amor.
¿Luego
esos moros han sido
los
que descubrió la espía
que el
rebato causó ayer?
SOLDADO: Gran
gente debe de ser
la que
trae en su compañía.
VANEGAS: Si
viene de paz, en vano
ha
pasado diligente
la
noche entera mi gente
con las
armas en la mano.
SOLDADO: Tan
malas se las dé Dios
como él
nos la ha dado, amén.
VANEGAS: Entre
en el castillo Azén.
SOLDADO: ¿Y su
gente?
VANEGAS:
Solos dos
le
acompañen.
SOLDADO: La respuesta
voy a
llevarle.
Vase
VANEGAS:
Ya veo,
mi
Dios, que el injusto empleo
de mi
intención deshonesta
impedís, pues dije apenas
a la
mora mi afición
cuando
el belígero son
me hizo
ocupar las almenas;
y
antes que volviese a hablarla,
vuestro
saber ha ordenado
que a
Melilla haya llegado
el
alcaide a rescatarla.
Sale AZÉN
AZÉN: De
España gloria y blasón,
¡Alá te guarde!
VANEGAS: ¡Con bien
vengas,
valeroso Azén!
AZÉN: Fuera
de que esta ocasión
ha
deseado y estima
mi
pecho, por ofrecerte
firme
amistad, a traerte
vengo
el rescate de Alima.
Mucho debes de estimarla;
pide
gran suma, y verás,
general, que tardas más
tú en
pedirla que yo en darla.
VANEGAS: Ella
viene.
Sale ALIMA
ALIMA:
No permita
el
cielo, Azén, que a tus manos
vuelva
yo; de los cristianos,
del
persa, el medo y el scita
fuera víctima primero que
reina
en tu compañía.
AZÉN: ¿Tanto,
hermosa prenda mía,
te
ofendo porque te quiero,
que
por no pagar mi amor,
a ti
misma te aborrezcas?
ALIMA: Cuando
un diamante enternezcas,
ablandarás mi rigor.
AZÉN:
¿Para qué aguardo tu gusto?
Conforme a ley militar
me la
debes entregar,
dándote
su precio justo,
general, o estas fronteras
verán en breves instantes
de mis lunas tremolantes
las africanas banderas.
VANEGAS:
Alima, tu intento yerra;
que yo
te debo entregar
al
rescate por guardar
las
leyes de buena guerra,
tanto como porque así
evito
la que amenaza
hacer a
esta fuerte plaza
el
Alcaide; que aunque en mí
no
cupo jamás temor,
de su
quietud el cuidado
tiene
mi rey encargado
a mi
lealtad y valor.
ALIMA:
(¡Ah, falso! No es firme amante
Aparte
quien
tan cobarde se muestra.)
También
es en la ley vuestra
fuero
inviolable y constante
que
al rescate no se dé
el qué
quiera ser cristiano.
VANEGAS: Eso es
llano.
ALIMA:
Pues si es llano,
de
Cristo adoro la fe.
VANEGAS: ¿Qué
dices?
ALIMA:
Que el Catecismo
romano
sigo, y condeno
el
Alcorán sarraceno,
y pido
el santo bautismo.
AZÉN:
¡Esto más, cielo!
VANEGAS: No, Alima.
Las
circunstancias que veo,
me
muestran que no es deseo
verdadero el que te anima,
sino
cauteloso intento
porque
Azén no te posea;
y mi
ley manda que sea
voluntario el movimiento
del que quiere ser contado
en el
gremio de su fe
y en
ti, aunque niegues, se ve
que
esta ocasión te ha forzado:
y
así, Alima, determino
entregarte.
ALIMA: General,
tu
argumento fundas mal,
y
probártelo imagino.
Con
diversas ocasiones
de
temores y portentos,
de
asombros y de escarmientos
mueve
Dios los corazones
a
conocer lo perfeto
y
buscar su salvación.
Violentos los medios son,
mas
voluntario el efeto;
que
no todas veces tiene
principio en sí este deseo;
antes las más, según creo,
de causa extrínseca
viene;
que
a los cautivos cristianos
de
quien siempre me serví,
de
vuestro Dios les oí
mil
efetos soberanos.
Vosotros, ¿no llamáis santo
a un
Pablo, que oyó en el viento
una
voz, con cuyo acento
fue tal
su medroso espanto,
que
dejó su ley primera,
y la
vuestra profesó?
Por ser
de temor, ¿dejó
de ser
su fe verdadera?
Luego en mí bien puede ser
el gran
aborrecimiento
que
tengo a Azén, instrumento
de que
usa Dios para hacer
esta
cierta conversión;
demás
que a los hombres toca
juzgar
sólo por la boca,
y a
Dios por el corazón.
¿Qué
sabes tú si mi pecho
siempre
a tu ley se inclinaba,
y
viendo que me faltaba
resolución para el hecho,
quiso Dios con tal suceso
obligarme a declarar?
El
hombre no ha de juzgar
lo
oculto, sino lo expreso.
Yo digo firme y constante
que es
Cristo autor de la vida,
y
quiero ser admitida
en la
iglesia militante.
Si
con lo que afirmo aquí
me das
a los enemigos
de tu ley, haré testigos
a los
cielos contra ti.
Soldados, los que seguís
el
católico estandarte
y del
crucífero Marte
en la
milicia vivís,
¡sed
testigos de que quiero
ser
cristiana, y de que el nombre
de
Cristo adoro, por hombre
y Dios
solo y verdadero,
y
que vuestro capitán,
por
temor de Azén, me obliga
a que
vuelva donde siga
el
error del Alcorán!
AZÉN: ¡Que
esto sufra tu poder,
Mahoma!
VANEGAS:
(Mi Dios, aquí Aparte
me dad favor; que de mí
sacrificio os he de
hacer.)
Escucha, Alima.
Habla aparte con ella
ALIMA: ¿Qué quieres?
VANEGAS: Si es
el tenerme afición
de ese
intento la ocasión,
desengáñate, y no esperes
correspondencia jamás;
que si
por dicha sospechas
que me han herido tus flechas,
engañada, Alima, estás.
Todo
fue burla y ficción
cuanto
dije, y cuando fuera
cierto
mi amor, no pudiera
dar
efeto a mi afición,
siendo mora y yo cristiano;
ni
cristiana, por pensar
que
quieres serlo por dar
remedio
a tu amor tirano.
Con
esto, si en tu mudanza
obra
amor y no verdad,
no
impida tu libertad
esa
imposible esperanza.
ALIMA:
Necio estás de confïado.
¿Luego
tú te has persuadido
ni que
tu amor he creído,
ni que
mi amor te he entregado?
"Como me quieres, te quiero,"
te dije; y pues yo sabia
que tu pecho lo fingía,
no fue
mi amor verdadero.
Y
asi, tu sospecha es vana;
que mi
libre voluntad
trueca
mora libertad
por
esclavitud cristiana.
VANEGAS:
¿Afírmaste en eso?
ALIMA: Sí.
VANEGAS: Pues Dios me dé su favor;
que la vida y el honor
es poco
arriesgar por ti,
pues
Él murió por salvarte.
Ya
Azén, has visto mi pecho,
y que por servirte he hecho
cuanto, pude de mi parte.
Mas tú la resolución
de
Alima has visto; y así,
el no
entregártela, en mí
es
precisa obligación.
AZÉN: ¿Tú quieres que los alfanjes
de la región africana
le den más sangre cristiana
a
Neptuno que agua el Ganges?
¿Quieres por una mujer
perder
la vida y honor?
VANEGAS: Moro,
yo tengo valor,
que no
teme tu poder;
y
aunque toda Berbería
venga
talando y rompiendo,
la
causa de Dios defiendo,
y él
defenderá la mía.
AZÉN: Pues
presto volveré a verte
con más
moros que ve el sol
átomos.
VANEGAS:
Un español
a todos
dará la muerte.
AZÉN: Tú,
crüel, presto has de estar
en mi
poder.
ALIMA:
Ya te espero;
que por
lo mal que te quiero,
yo
misma te he de matar.
FIN DEL ACTO SEGUNDO