ACTO PRIMERO
Salen don JUAN y JIMENO, a un lado; y al otro,
ARNESTO y SANCHO
JIMENO: ¡Que
este mercader impida
tu
amoroso pensamiento!
SANCHO: ¡Que
quiera estorbar tu intento
este
desnudo! ¡Por vida!...
JUAN: ¿Qué he de hacer? Tener paciencia.
Esté de
mi parte Amor;
que yo
tendré en mi favor,
aunque
pobre, la sentencia,
ARNESTO:
Agora que a Blanca aguardo,
Sancho,
no es buena ocasión,
Y por mi reputación
Me
detengo acobardo;
Que
ésta es la Lonja,
y recelo
lo que
en Sevilla perdiera
de
crédito, si riñera
con ese
pobre mozuelo.
Salga mí adorada fiera
de la
iglesia; que pretendo
acompañarla, y entiendo
que
también don Juan la espera;
que
en el suceso veré
lo que
puedo hacer en esto.
JIMENO: ¡Ah!,
¡qué a quien se llama Arnesto,
El
cielo riquezas dé!
Pero
siempre lo verán.
Señor,
si quieres ser rico,
en
Justino o Federico
trueca
el nombre de don Juan;
que
la fortuna crüel
siempre
al noble aborreció.
Mas al
fin, ¿te prometió
Agüero
dar el papel?
JUAN: Sí,
Jimeno.
JIMENO:
¿Y qué le diste?
JUAN: Dos
doblones que tenía.
JIMENO:
¿Recibiólos?
JUAN:
No quería.
JIMENO: Mas, en efecto ¿venciste?
JUAN: Sí.
JIMENO:
Ya sale Blanca hermosa.
JUAN: Con su
padre. ¡Ah triste suerte!
SANCHO: Ya
sale.
JIMENO:
¿No has de atreverte?
JUAN: La
pobreza es tan medrosa,
que
aun para la cortesía
falta
el ánimo.
Salen doña BLANCA, con manto, BELTRÁN
y AGÜERO
BELTRÁN:
Señor,
¿dónde vais?
ARNESTO: Este favor
me habéis de hacer.
BELTRÁN: A fe mía,
que
me enoje.
JIMENO: Llega agora,
mientras porfían los dos.
Habla don JUAN por un lado a doña BLANCA a
excusas
de los demás
JUAN: Dos años ha que por vos
vivo sin alma, señora.
BLANCA: Dos
años ha que lo sé.
JUAN: Pues
con que vos lo sepáis,
hermoso
dueño, le dais
bastante premio a mí fe.
ARNESTO: (¡Ah celos!) Aparte
BELTRÁN: Pues no os queréis
a mi petición quedar,
Blanca
os lo ha de suplicar.
BLANCA: Yo os
suplico que os quedéis.
ARNESTO: Yo
os obedezco; mas presto
si
puedo. Os habrá pesado
de que
yo me haya quedado.
BLANCA: No os
entiendo.
BELTRÁN:
Adiós, Arnesto.
ARNESTO: Señor don Beltrán, adiós.
Vanse doña BLANCA, don BELTRÁN y
AGÜERO
JIMENO: Blanca
te volvió a mirar.
ARNESTO: A solas
tengo que hablar
cierto
negocio con vos.
JUAN: Aquí
estoy.
ARNESTO:
Venid conmigo.
Vanse los dos
SANCHO: (Esto
es hecho. A reñir van. Aparte
Bien
haré, si a don Beltrán
Este
suceso le digo.)
Vase
JIMENO:
Ellos van desafïados.
Sus
deudos quiero avisar;
que
impedir, y no ayudar,
toca a
los buenos crïados.
Vase. Salen SOL y
CELIA
CELIA: Toda
te vas despeñando.
SOL: Ya lo
sé.
CELIA:
Enmienda tu error.
SOL: Más puede errando el amor
que la
razón acertando.
CELIA: ¿Tú
no has visto su desdén,
y sabes
que no te quiere
Don
Juan?
SOL:
Sí.
CELIA:
¿Sabes que muere
Por
doña Blanca?
SOL: También.
CELIA: Pues
resuélvete, y porfía
a
vencer tu propio daño
a
fuerza del desengaño.
SOL: Eso
fuera, Celia mía,
si como para juzgarlo
hay
ojos en la razón,
hubiera
en el corazón
fuerzas
para ejecutarlo.
Sale JIMENO
JIMENO: Tu
padre ¿está en casa?
SOL: No.
JIMENO: ¿No
está en casa?
SOL: Esta mañana
a un
negocio a Cantillana
partió.
JIMENO:
Juráralo yo...
SOL:
Detente.
JIMENO:
Yo lo jurara,
porque si agua he menester,
una
gota no ha de haber
por un
ojo de la cara.
SOL:
Habla, Jimeno: ¿qué es esto?
JIMENO: Un
negocio bien pesado.
Al
campo, desafïado
va tu
primo con Arnesto.
SOL: ¿Qué dices? ¡Ay desdichada!
¿Mi primo don Juan?
JIMENO: Don Juan.
SOL:
¿Y
sabes adónde van?
JIMENO: Hacia
el campo de Tablada.
Vase
SOL: Por Blanca riñen. ¡Ay triste!
¡Mal haya! Celia, ¿qué hare?
CELIA: ¿Qué has de hacer?
SOL: ¡Qué bien se ve
que
nunca de amor supiste!
¿Podré, cuando pierdo el seso
por don
Juan, cuando se abrasa
el
alma, aguardar en casa
el fin
de aqueste suceso?
CELIA: Pues
¿qué quieres?
SOL: Pues está
mi
padre ausente, querría
irlo a
ver.
CELIA:
¡Que desvaría,
Señores!
SOL: Pues, ¿qué? ¿Será
muy grande exceso?
CELIA: En tu estado,
¿puedes
hacerlo mayor?
SOL: Tan
ciego estado de amor
no mira
razón de estado.
CELIA:
Oye...
SOL:
No me persüadas.
CELIA: La
opinión quieres perder.
SOL: ¿Quién
nos ha de conocer
cubiertas y disfrazadas?
Vanse. Salen don JUAN y ARNESTO
JUAN:
Pedís una sinrazón,
siendo
notorio que he sido
primero
en la pretensión.
ARNESTO: Ni
guarda razón Cupido,
ni a mí
me falta razón.
si
sois primero en amor,
yo soy
primero en favor.
JUAN: Pues
básteos, Arnesto, el sello,
sin que
queráis ser por ello
privilegiado amador.
Pues
yo, que primero fui
en amar
a Blanca bella,
amarla
no os impedí,
no me
impidáis el querella
vos,
por más dichoso, a mí.
ARNESTO: Amar
o no amar, depende
de la
voluntad del uno;
y aquél
que comprar pretende,
no
tiene derecho alguno
hasta
que quiera el que vende.
Y
así, aunque di mi querella
yo
después a Blanca bella,
con justa causa os impido,
pues
haberme ella querido
me ha
dado derecho en ella.
JUAN: Pues
si de ella sois amado,
¿Por qué os receláis de mí?
¿Teméis veros
derribado?
Al que subir no impedí
¿contrastaré levantado?
Pues
estáis favorecido,
gozad,
con verme perdido,
el
colmo de ese favor;
que la
gloria al vencedor
¿quién
la da sino el vencido?
Dejad que en mi tema esté,
porque
el mal que me lastima
al bien
vuestro aumento dé;
que la
salud más se estima
cuando
un enfermo se ve.
y si
estáis airado y fiero
porque
yo por Blanca muero,
¿qué
venganza más mortal
que ver
que me quiere mal,
y a vos
bien, la que yo quiero?
No me pidáis demasías.
ARNESTO: Yo, aunque me lloréis desdén
en amorosas porfías,
don
Juan, nunca estuve bien
con
esas filosofías.
Y
así es mi resolución
que no
queráis lo que quiero
con
razón o sin razón.
JUAN: Aunque
pese al mundo entero,
seguiré
mi pretensión.
ARNESTO:
Mataréos.
JUAN:
No haréis, no.
No temo
bríos bastardos.
El
noble nunca temió.
¿Pensáis que es deshacer fardos
matar
hombres como yo?
ARNESTO:
¡Ojalá que no tuviera
yo más
que vos que perder,
y que
un hombre pobre fuera,
que mí
valor os hiciera
con esta
espada entender!
Y
así, don Juan, no me asombro
de vos,
ni animoso os nombro;
que en
perderos, ¿qué perdéis,
supuesto que no tenéis
más que
la capa en el hombro?
Por esto no me conviene
mataros
yo; que otro habrá
que por
mí esa lengua enfrene;
que
este privilegio da
el
dinero a quien lo tiene.
Quiere irse ARNESTO, detíénele don
JUAN
JUAN: Aguardad; que es disparate
que yo
este lance dilate.
Yo
mismo mataros quiero,
ya que
no tengo dinero
para
que otro por mí os mate.
Va a sacar la espada
ARNESTO:
Tened, don Juan. Esperad.
JUAN: ¿Con
qué intento me sacastes
al
campo, de la ciudad?
con ser
rico, ¿imaginastes
dar
miedo a mí calidad?
Sacad la espada.
ARNESTO: No fue
mas que de decíros esto
la
intención con que os saqué.
JUAN: Vuestra
obligación, Arnesto,
bien
clara en eso se ve.
Si
fuérades caballero,
del
duelo y del desafío
no ignorárades el fuero;
pero
yo, que lo soy, quiero
Cumplir
como debo el mío.
Saca la espada
Sacad la espada.
Sale don BELTRÁN
BELTRÁN: ¿Qué es esto,
don
Juan?
Arnesto, en viendo a don BELTRÁN, saca la
espada
ARNESTO:
Apartad.
BELTRÁN: Arnesto,
deteneos.
ARNESTO:
Si no llegara
don
Beltrán, yo castígara
vuestras
arrogancias presto.
BELTRÁN: Pues
a tan buen tiempo vengo,
baste
ya.
ARNESTO:
Por vos me abstengo,
abrasado el corazón.
BELTRÁN:
Ponéisme en obligación...
(Mas al
que calla me atengo.) Aparte
Pues
¿qué ha sido? Que quisiera
que mí
venida luciera.
Dadme los dos las dos manos
¿Tan honrados ciudadanos
se
arriesgan de esta manera?
ARNESTO: Si
don Juan promete hacer
lo que
pido, en mi amistad
siempre
el primero ha de ser.
JUAN: Yo no
lo he de prometer.
ARNESTO: Pues,
don Beltrán, perdonad.
Vase
BELTRÁN: ¿Qué
es esto, don Juan? ¿Qué es esto?
¿Sabes
que estás de este modo
a todo
este pueblo opuesto?
Y digo
a este pueblo todo,
Pues
todo lo manda Arnesto.
JUAN: Sé
que yo soy caballero,
y cuando
el lugar entero
a
Arnesto agradar intente,
es un
hombre solamente
fabricado de dinero.
¿Qué
tengo que saber más?
BELTRÁN: Más
tienes. Te certifico
que en
la tierra donde estás,
es el
linaje del rico
el que
a todos deja atrás.
No
se opone a la riqueza,
si es
pobre, aquí la nobleza;
que si
he de decir verdad,
dineros
son calidad...
Y la
pobreza es vileza.
Mira, no te desenfrenes
fïado
en tu sangre noble;
porque
él, si a contienda vienes,
más
amigos tendrá el noble
que gotas
de sangre tienes.
En
la corte son factores
aquellos grandes señores,
con
razón, de la nobleza;
que
como en ellos se empieza,
defiéndenla sus autores;
mas como en este hemisferio
es el uso más valido
tratar
y buscar dinero,
a todos
es preferido
aquél
que lo halla primero.
Y
así, mientras pobre fueres,
el
ardiente orgullo doma,
y pues
que tan cuerdo eres,
mientras en Roma estuvieras,
vive a
la usanza de Roma.
Perdóname, que aunque lejos
de
culparme no estarás
que yo
te dé estos consejos
sin
pedirlos, ya sabrás
la
licencia de los viejos.
Vase
JUAN: ¡Qué apacible consejero,
para estar desesperado!
También
está declarado
por el
bando del dinero.
¡Ved
qué esperanza tendré,
después
de esto que le he oído,
de que
a mí por bien nacido
su
hermosa hija me dé!
Sale JIMENO
JIMENO:
Señor.
JUAN:
Jimeno.
JIMENO: ¿Qué ha habido?
JUAN:
Habiendo tenido al lado
un tan
valiente crïado,
¿ué
puede haber sucedido?
JIMENO: Si
vi que sólo venía
contigo
Arnesto, señor,
¿no
afrentara tu valor
si te
hiciera compañía?
JUAN: Si
tuviera prevención
en el
campo mi enemigo,
¿fuera
bien seguirme?
JIMENO: Digo
que
seguirte era razón;
mas
viendo que si tenía
prevenida la emboscada
Arnesto, sola mi espada
corto
socorro sería,
para avísallos busqué
tus deudos; mas fue buscar
fuego en las olas del mar.
pues como ninguno hallé,
desde la ciudad aquí
he
venido en solo un punto.
En este
rostro difunto
verás si
volé o corrí.
Y
aunque por campo y ciudad
atrás el viento he dejado,
como Santelmo he llegado
después
de la tempestad.
JUAN: Si
yo menester lo hubiera,
tarde
el socorro venía,
y a un
pobre, nuevo sería
que a
buen tiempo le viniera.
Todo
lo que aquí pasó
claro
sin decirlo está,
Jimeno,
pues sabes ya
quién
es él y quien soy yo.
También sabes la ocasión,
pues
sabes que a Blanca bella,
como yo
muero por ella,
él
también tiene afición.
JIMENO: Pues
¿qué quiere el mercader?
JUAN: Cuanto
quiera alcanzará,
porque
tanto poder da
en esta
tierra en tener.
JIMENO: Y
para impedir tu amor,
¿en qué
funda su derecho?
JUAN: Dice
que Blanca le ha hecho,
pimero
que a mí, favor.
JIMENO:
¡Blanca favor!
JUAN: No lo creo.
JIMENO: Pues
bien lo puedes creer
él
rico, y ella mujer...
Paréceme que lo veo.
Salen SOL y CELIA, tapadas, y don NUÑO
NUÑO: Creyendo voy que a Tablada
me habéis sacado a reñir;
que bien os pueden servir
los
ojos de ardiente espada.
Pero
que habéis quebrantado
el uso
común advierto;
que primero me halléis muerto,
y
después desafïado.
De
prodigiosa os preciáis,
pues
cuando sin vida estoy,
como
vivo hablando voy,
y como
muerta calláis.
CELIA: Éste es don Juan.
SOL: (¡Gloria a
Dios, Aparte
que sin
peligro le vi!)
Señor
don Nuño, hasta aquí
pude
valerme de vos.
Agora, por cortesía
os
suplico que os quedéis.
NUÑO:
¿Posible es que me dejéis
sin mí
y sin vos, gloria mía?
¡Que
aun el nombre no merezco
saber!
SOL:
Si más porfiáis,
no merecéis y cansáis.
NUÑO: Por merecer obedezco.
JIMENO: Aquí
viene bien mi ayuda;
que
somos dos y ellas dos.
NUÑO: (¿Qué
me quieres, ciego dios? Aparte
A Don
Juan buscan sin duda.
¿Qué
tormenta es ésta, cielos,
y qué repentino ardor?
Aún no hay centellas de amor,
¿y ya hay volcanes de celos?
¡Después que me has abrasado,
me mandas, fiera, quedar!
Seguiréte hasta cobrar
El alma
que me has quitado.)
Vase
CELIA:
Volvernos a la ciudad
sin
hablarle, es lo mejor;
que
aunque es la causa su amor,
el efecto es liviandad.
SOL: Es parecer acertado.
Cúbrete bien.
Echan a
andar
JIMENO: ¡Vive Dios,
que van huyendo las dos!
JUAN: Con eso me han obligado
a sospechar y seguir.
Síguelas
Aguardad, señora mía.
Decid, ¿para qué salía
al campo quien ha de
huir?
¿No
respondéis? Mas crecida
sospecha agora me dais;
que por
algo receláis
ser en la voz conocida.
Y al
paso de ese recelo
en mí
el deseo se enciende,
pues el
muro que os defiende
es un
delicado velo.
Corred. Mas no lo corráis;
que ya
por lo transparente
he
visto cuán justamente
de
avergonzada os tapáis.
¡Vos
sois mi prima! ¿Qué es esto?
Sol,
¡vos salís de esta suerte!
Descúbrese
SOL: A ver
tu vida o tu muerte.
¿Qué
has tenido con Arnesto?
JUAN: ¿Yo
con Amesto?
SOL: Enemigo,
pendencias por Blanca son.
Mira
que de tu traición
te da
el amor el castigo.
Mira bien que su hermosura
no
iguala con mi firmeza,
y no es mayor su belleza,
aunque es menor mi
ventura.
Mira
que te quiero más
que tú
a Blanca. Ver te obligue
que huyes de quien te sigue,
y tras de quien huye vas.
JUAN:
Repórtate, vuelve en ti;
que
estoy confuso y corrido
de ver
que hayas excedido
de tu
obligación así.
¿Tú, doña Sol, ¡caso feo!
de esta
suerte sales fuera?
Por
Dios, que no lo creyera.
y lo
dudo aunque lo veo.
¡Tú,
doncella principal!,
has de
rogar, aunque mueras,
a un hombre! ¡Ah!, ¡si bien supieras
Cuánto
pareció más mal
Dido
ofreciendo al Troyano
las
glorias de tu belleza,
que
pagando su flaqueza,
muerta
con su propia mano!
SOL: Si
yo, falso, comenzara
rogándote con mi amor,
fuera
bien que tu rigor
mí
liviandad acusara.
Mas
si por haber tratado
los dos
nuestro casamiento,
justamente el pensamiento
toda el
alma te ha entregado;
viendo burlar mi esperanza,
esto
que he hecho, traidor,
no es
solicitar tu amor,
sino
culpar tu mudanza.
Y así no es razón que arguyas
de livianas mis porfías,
ni que finjas culpas mías
para disculpar las tuyas.
JUAN: Sol, en injustas razones
estriba tu sentimiento
y en un vano fundamento
la
obligación que me pones.
Tú
no te has certificado
a qué
salí con Arnesto,
ni
tienes más razón de esto
que la
que tú has sospechado.
Pues mi obligación, bien sabes
que no
de ser menor;
que palabras en amor
son las prendas menos
graves.
Tratámonos de casar.
Tratamos, yo lo confieso;
si me
quisiste por eso,
la
suerte debes culpar;
pues
tu divina belleza
prohíbe
a mí voluntad,
por ser
nuestra calidad
igual
con nuestra pobreza.
SOL: Cuando
empezaste a tratarlo,
¿cómo
en eso no míraste?
JUAN: Sí
miré; mas no ignoraste
que
entonces, para intentarlo,
toda
la esperanza mía
etuvo
sólo fundada
en la
herencia que la armada
de las Indias me traía.
Hízola un furioso
viento
tesoro
inútil del mar
con que
fue fuerza mudar,
si no
el amor, el intento.
Que
nuestros deudos han sido
de este
parecer de suerte,
que aun
el hablarte y el verte
estorbarme han pretendido.
Así
que, a no poder más,
mudo
intento. Si pudieres
haz lo
mismo; que si quieres,
mujer eres, y podrás.
Vanse
don JUAN y JIMENO
SOL:
Ruego al cielo, pues permite,
crüel,
tu injusto rigor,
o que
me quite el amor,
o que
la vida me quite.
Vanse doña SOL y CELIA.
Sale AGÜERO,
con un papel cerrado
AGÜERO: El
rizado mozalbito
casco-alegre y pie-liviano
no
advierte que hay escribano
que
huele a legua un delito,
y
jueces tan enteros,
que por
esta liviandad
me
traerán por la ciudad,
hecho
un arzobispo, en cueros.
Pues
luego, ¡Blanca codicia
del
amor el dulce trato!
No vive
con más recato
una
beata novicia.
¡Que
don Juan me ponga en esto!
¡Vive
Dios, que estoy tentado!
Mas mi
palabra le he dado.
En obligación me he puesto.
Dios me libre; que
esta moza,
según
es dura y crüel,
temo
que de este papel
me
fabrique la coroza.
Sale doña BLANCA
BLANCA:
Agüero
AGÜERO:
Señora mía.
BLANCA: ¿Qué
hay de nuevo?
AGÜERO: Esa belleza
qu
admira naturaleza
por más
nueva cada día.
¡Ay
Blanca!, que la ciudad
toda
alabaros procura.
El
mancebo la hermosura,
el viejo la honestidad.
¡Ay!, que sé que tierno y firme
alguno
en vuestra afición...
BLANCA: Basta
ya de adulación.
¿Tenéis
algo que pedirme?
AGÜERO: No;
que daros, sí, por Dios,
porque a vos, señora mía,
¿quién
os ve, que no querría
darse
todo entero a vos?
Bien parece que no oís
los suspiros y las quejas
que estas paredes y rejas
despiertan mientras dormís.
Por Dios, que estoy ya
cansado
de mil buenos que a mí vienen
a decirme el mal que
tienen,
de
vuestros ojos causado.
Quizá
piensan que su amor
he de deciros. ¡Mal año!
Que de vuestro pecho
extraño
no
saben, cual yo, el rigor.
Que
si no fuera por eso,
fundara
en vuestra belleza
de
renta mayor riqueza
que
dicen que tuvo Creso.
Que
aun hoy a mí se llegaba...
BLANCA: Sacadme
de ese aposento
Un
libro.
AGÜERO:
(¿Qué pensamiento-- Aparte
cuando
al de amor la guiaba--
al
mejor tiempo me impide?)
BLANCA: ¿No
vais?
AGÜERO:
¿Qué libro os agrada?
BLANCA: Dadme a
Fray Luis de Granada.
AGÜERO: (Bien
con mi intento se mide.) Aparte
Vase
BLANCA: Él
tiene alguna embajada,
según
sospecho, que darme
y es
ley de mi honor mostrarme
tan
esquiva y recatada,
aunque la curiosidad
con
fuerza me solicita.
Sale AGÜERO metiando el papel en el libro
AGÜERO: (El que
la ocasión me quita, Aparte
me la
ha de dar en verdad.
El
billete pondré aquí;
que
aunque el libro es santo y bueno,
en vaso de oro el veneno
se
suele esconder así.)
¿Es
éste, señora?
Dale el libro
BLANCA: Él es.
No leyendo, mucho aciertas.
AGÜERO: Tres tienes, y en las cubiertas
los conozco todos tres.
(A
solas quiero dejalla Aparte
que
pierda el miedo al honor;
que con
los solos amor
hace
más bien su batalla.)
Vase y doña BLANCA empieza a leer
BLANCA:
"Capítulo..." Al fin
Agüero
se fue
sin decirme nada.
Él
temió verme enojada.
Cobarde
es para tercero.
Un
curioso pensamiento
altera mi corazón,
o
centellas de amor son
las
inquietudes que siento.
Porque ¿dónde hay fortaleza
para
poder resistir
dos
años de combatir
con
amor y con firmeza?
Abre el libro y halla el papel
Pero
¿qué es esto? ¡Papel
sin
sobrescrito y cerrado!
Ya
entiendo. El libro me ha dado
Agüero,
y lo puso en él,
y
por eso me dejó
a solas, según advierto.
Como
cazador experto,
puso el
lazo y se escondió.
¿Si es de don Juan? Pierdo el seso
Por
verlo; mas no quisiera
que
Agüero de mí entendiera
tan no
acostumbrado exceso.
Cerrado viene. ¿Qué haré?
Mas
pues sola me ha dejado,
con la
traza que he pensado,
disimularlo podré
Abre el papel
Que
cerrando otro papel
de la
forma que éste viene,
pues
sobrescrito no tiene,
podré
engañarle con él,
rompiéndolo, sin abrirlo,
En su
presencia. Esto es hecho.
Lee la firma
"Don Juan de Luna." Del pecho
sale el
alma a recebirlo.
Lee
"Si fue contingente el veros,
fuerza
fue, Blanca, el amaros,
sin
remedio el olvidaros,
imposible
el mereceros.
Entre
combates tan fieros
nunca
la desconfïanza
en mi
amor hizo mudanza;
y en
pocas veces se ve
que no
enflaquezca la fe
donde
falta la esperanza.
Pero
yo, que sólo atiendo
a amar,
y no a merecer,
Blanca,
en pudiéndoos querer,
alcanzo
lo que pretendo.
Y así,
aunque vivo muriendo,
nunca
os pediré la vida
ni que
estéis agradecida;
mas
sólo que permitáis,
pues
que vos misma obligáis
aquereros, ser querida.
Don
Juan de Luna." ¡Qué leo!
¿Son
versos, amor, o son
flechas
para el corazón
y rayos
para el deseo?
a
responder soy forzada;
que
amante y correspondida
es
necedad conocida
el
morir de recatada.
De
Agüero no hay que fïar
los
secretos de mi honor;
que
tiene poco valor
para
saberlos callar.
Pero
buena traza es ésta.
el
mismo viejo he de hacer
que se
la dé, sin saber
que se
la da, la respuesta.
Escribe y habla lo que sigue
"A tan hidalga porfía
fuera
crueldad la esquiveza.
Agradezco tu firmeza,
justa
ocasión de la mía.
Al balcón de mediodía
a
medianoche te espero,
donde
hablarte a solas quiero;
que en
las cosas de opinión
lvianos
testigos son
Un
papel y un escudero."
Mi amor
se determinó.
cerrarélo de manera
que
este papel no difiera
del que
don Juan me envió;
que
así no ha de conocello
el
viejo; y si por mi daño
don
Juan no entiende el engaño,
no
vengo a arriesgar en ello
Más
que un pliego de papel.
Mientras ha dicho esto, ha cerrado el papel como
estaba el de don JUAN
Pues
sólo mi padre vio
mi letra,
y no he puesto yo
razón
conocida en él.
Agüero.
Asómase AGÜERO a la puerta
AGÜERO:
Señora.
BLANCA: Entrad.
AGÜERO: (El
diablo me hizo alcahuete. Aparte
Muéstrale su billete
BLANCA:
¿Pusistes este billete
vos
aquí? Decid verdad.
AGÜERO: Yo
lo puse.
BLANCA:
¿Para qué?
Acabad. ¿En qué dudáis?
AGÜERO: Para
que vos lo leáis;
que enojaros recelé;
Y
porque palabra di,
obligado y condolido
de don
Juan de Luna, ha sido
forzoso
dárosle así.
BLANCA: No
habéis tenido razón
en lo
que intentado habéis,
pues
con sólo eso ponéis
mi
opinión en opinión.
Y si
no mirara yo,
villano, lo que perdiera
con
sólo que se supiera
que
nadie a tal se atrevió,
llevárades, os prometo,
tantos
palos, que otro día
a una
vil esclava mía
no
perdierais el respeto.
Pasar sin castigo puede,
por el
primero, este error;
mas
porque de él en mi honor
ningún
escrúpulo quede
Dale el papel
volved a don Juan cerrado
su
billete; que con eso
su
locura y vuestro exceso
viene a
quedar remediado.
AGÜERO: Haré
lo que me mandáis.
(El vil
oficio maldigo Aparte
y a
quien más lo usare.)
BLANCA: Digo
que a
don Juan se le volváis.
AGÜERO: Lo
que una vez me dijistes,
¿cuándo
a mí se me olvidó?
BLANCA: Mirad
que he de saber yo
Si en
su mano se la distes.
AGÜERO:
Darle. El papel le pondré,
Señora,
en sus propias manos.
(¡Ay,
doblones soberanos, Aparte
qué
poco tiempo os gocé!)
Vase. Sale don
NUÑO
BLANCA:
Hermano.
NUÑO:
Blanca querida,
por
remedio vengo a ti.
BLANCA: ¿De
qué, don Nuño?
NUÑO: ¡Ay de mí!
No
menos que de la vida.
BLANCA: Pues
habla.
NUÑO:
Aunque es mi intención
a tu
estado desigual,
ser mi
peligro mortal
da
justa dispensación.
Yo
estoy, para que concluya
y sepas
mi triste estado,
Blanca
mía, enamorado.
BLANCA: ¿De
quién?
NUÑO:
De una amiga tuya.
Sol,
de mi mal causa bella,
salió
al campo de Tablada;
y
aunque la vi disfrazada,
seguíla
hasta conocella.
Basta decir que la vi
para
haber dicho que muero,
y el
remedio no lo espero,
si no
me viene de ti.
Procura estrechar con ella
la
amistad, hermana mía,
porque
con tu tercería
venga
mi amor a vencella.
BLANCA:
Mirar por tu vida es justo.
NUÑO: De que irás a visitarla
mañana
quiero avisarla.
BLANCA:
Disponlo, hermano, a tu gusto.
NUÑO:
Advierte que con don Juan
de Luna
trata de amor,
según
sospecho.
BLANCA:
(¡Ah traidor!) Aparte
¿Quién?
NUÑO:
Doña Sol de Guzmán.
BLANCA: ¿No
son primos?
NUÑO: Deudos son,
pero no
son tan cercanos,
que
para darse las manos
aguarden dispensaci6n.
BLANCA:
(Muerta soy.) Aparte
NUÑO: Digo que adviertas
que
trata con él amores.
Porque
de hacerle favores,
como puedas,
la diviertas.
Vase
BLANCA:
¡Hola, Agüero! Ya se ha ido,
ya mi
papel le habrá dado.
¡Que
pueda haberme engañado
el que
tan constante ha sido!
¡Que
el amor en persuadirme
toda su
fuerza pusiese,
y en la
otra mano tuviese
la
causa de arrepentirme!
¿Qué
he de hacer, ya declarada,
si ve
el papel? ¿Qué he de hacer
sino
morir o vencer,
celosa
y enamorada?
Vase. Salen
ARNESTO y SANCHO, de noche
ARNESTO: No
se atrevió el escudero
a
llevarle un papel.
SANCHO: ¿No?
Si
Agüero no se atrevió,
téngolo
por mal agüero.
ARNESTO: Dice
que es tan virtüosa,
tan
honesta y recatada,
que la
devoción le agrada
solamente.
SANCHO:
¡Extraña cosa!
ARNESTO: Tanto
más loco me veo.
Blanca
con la resistencia
don
Juan con la competencia
encienden más mi deseo,
y a
quitar inconvenientes
me
resuelvo.
SANCHO:
Bien harás.
ARNESTO: Pues
oye. Tú buscarás,
Sancho,
dos o tres valientes
de
estos que pagados dan
muertes
y heridas; que quiero
hacer
sin riesgo al dinero
homicída de don Juan.
SANCHO: Eso
es fácil. La memoria
quiero
recorrer señor.
(¿Por
dónde puedo mejor Aparte
dar
triste fin a mí historia?
Que
él es rico, y su pecado,
él no,
yo lo he de pagar,
pues la
soga ha de quebrar
siempre
por lo más delgado.
Diréle que sí, y fingiendo
inconvenientes, el daño
dilataré; que el engaño
más
seguro es concediendo.)
¡Gloria a Dios, que me he acordado!
un
hombre llamarte quiero,
que es
de Madrid, y el primero
por lo
valiente y callado.
ARNESTO: Eso
es lo que he menester.
¿Y cómo
se llama?
SANCHO: Cid,
por mal
nombre.
ARNESTO:
¿Y de Madrid?
SANCHO: ¿Pues
de dónde puede ser,
sino
del lugar felice
en que
el rey de España nace
quien
no diga lo que hace,
y quien
haga lo que dice?
ARNESTO:
Búscalo luego.
SANCHO: De mí
puedes
fïar.
ARNESTO:
Muera, ingrata,
el que
de celos me mata.
Quizá
me querrás así.
SANCHO: Sí;
que no son pedernales
sus
entrañas, y ya creo
que te
quiere.
ARNESTO:
¡Ay Dios!, que veo
contra
mí muchas señales;
que
mañana, dice Agüero,
que a
doña Sol de Guzmán,
la
parienta de don Juan,
va a
visitar la que quiero.
mira
si es bien de temer
esta
liga.
SANCHO: No, señor,
que don
Juan a tu valor,
¿qué
competencia ha de hacer?
Si
con poder la regalas,
si con
galas la festejas,
¿correrá don Juan parejas,
aunque amor le dé sus alas?
ARNESTO: Bien
dices. Quiero servilla
públicamente.
SANCHO:
Eso sí.
ARNESTO: Mi amor
será desde aquí
la
fábula de Sevilla,
quizá la publicidad
engendrará amor en ella.
SANCHO: O al
menos vendrá a vencella,
si no
amor, la vanidad.
ARNESTO: Pues
avisa a don Julián
por la
mañana, al gallardo
don
Francisco, a don Bernardo
y a don
Pedro de Luján.
No
quede al fin caballero
que
conozcas por mi amigo,
Sancho,
que no hagas testigo
de que
enamorado muero;
y
que para festejar
a la que adoro, quisiera
que a
caballo y de carrera
todos
me fuesen a honrar
mañana.
SANCHO:
Déjame hacer,
y
descuida; que si alcanza
don
Juan alguna esperanza,
mañana
la ha de perder.
ARNESTO:
Aderécenme el overo
con
rizos, cintas y galas;
que sus
pies han de ser alas
con que
vuele al bien que espero.
Oye. ¿Es reloj?
SANCHO: Sí, señor.
ARNESTO: Cuenta.
SANCHO:
Dos.
Sale doña BLANCA, a una ventana
BLANCA:
(Entre las glorias Aparte
de tus
mayores victorias
puedes
poner esta, Amor.
Gente veo. Mi invención
sin
duda entendió don Juan.
Él y
Jimeno serán;
que son
dos.
SANCHO:
Las doce son.
ARNESTO:
Quedo, Sancho.
SANCHO: ¡Vive Dios,
que hay
en el balcón de Blanca
un
bulto con toca blanca!
BLANCA: (Él
llega.) Aparte
SANCHO:
(Mujer sois vos.) Aparte
ARNESTO: Quiero
hablar...
SANCHO: Muda, señor,
la voz;
que por dicha es
su
padre el bulto que ves,
y lo
blanco el tocador.
Y es
cosa que ha sucedido
requebrar a la mujer
un
amante, y responder
con una
bala el marido.
ARNESTO: ¿Es
Blanca?
BLANCA:
¿Quién es?
ARNESTO: Señora,
a tal
hora, ¿qué dudáis?
¿A quién, sino a mí, aguardáis
en ese
balcón?
BLANCA:
(Agora Aparte
estoy ya cierta que es él,
y que
mi papel leyó;
que en
esto señas me dio
de lo que dice el papel.)
¿Es
don Juan?
ARNESTO: No me obliguéis,
con
preguntarlo, a pensar
que a
otro podéis aguardar.
(¡Ah
enemiga!) Aparte
SANCHO:
(¿Esas tenéis?) Aparte
BLANCA: Yo
os respondí agradecida,
don
Juan, a vuestro cuidado;
pero ya
de haberlo estado
me
hallaréis arrepentida,
porque he sabido después
que a
doña Sol, vuestra prima,
estimáis, y ella os estima;
y si
acaso el interés
de
mi dote os ha obligado
a
fingir aquí afición
teniendo allá el corazón,
engañáis muy engañado;
que
si para mi marido
sois
pequeño todo vos,
¿ué
será si entre las dos
estáis,
don Juan, dividido?
ARNESTO:
Hermoso dueño, escuchad.
SANCHO: (Mátala
a celos.) Aparte
Salen don JUAN y JIMENO
JIMENO: Dos son
Y están
hablando al balcón.
BLANCA: ¡Que
viene gente! Callad.
JUAN:
(¡Vois sois, Blanca, la crüel, Aparte
la
esquiva, la recatada,
la que
me volvéis airada
sin
leerlo mi papel!
JIMENO: (¡La
santica! ¡Fuego en ti!) Aparte
JUAN: ¡Si es
Arnesto, vive Dios!
Pues
estamos dos a dos,
que
hemos de acabar aquí
el
desafío. Esta vez
propone
a Blanca el amor
por
premio del vencedor,
siendo
ella misma el jüez.
JIMENO: Si
están solos, verás presto
la
calle desocupada.
pero
tener emboscada
es sin
duda, si es Arnesto.
JUAN: ¿Ya
temes?
JIMENO:
No me acobardo;
que
prevenir no es temer.
Déjame
reconocer
primero
el campo.
Vase
JUAN: Aquí aguardo.
SANCHO: El
uno se va, y sin duda
el otro
que se ha quedado,
pues
guarda el puesto, ha envïado
a llamar gente en su ayuda.
ARNESTO: Bien
dices.
SANCHO:
Y es de inferir
que
quien tan cerca se ha puesto
viéndonos en este puesto,
tiene
gana de reñir.
ARNESTO: ¿Si
es don Juan?
SANCHO: Sin duda alguna,
y Troya
ha de ser aquí.
ARNESTO: Oye,
pues me tiene a mí
Blanca
por don Juan de Luna,
para
desacreditarle
con
ella, Sancho, lleguemos,
y las
espadas saquemos
para
echallo de la calle;
y en
sacándola don Juan,
huyamos.
SANCHO:
De buena gana;
que es
la industria soberana.
Sacan las espadas
BLANCA: ¡Triste
de mí! A reñir van.
ARNESTO:
Sancho, callando ha de ser,
para no
ser conocidos
de él
ni de Blanca.
Embisten a don JUAN, y él saca la espada, y
se acuchillan
La ventaja os pudo hacer;
mas
presto la de mi espada
arrepentir os hará.
Vuelve JIMENO
JIMENO: El
diablo anda suelto.
BLANCA: Ya
está la
cuestión trabada.
Éntranse
huyendo ARNESTP y SANCHO, y tras
ellos
don JUAN
Mas ¡cielos! ¿Qué es
esto? ¡Dos
huyen
de uno! ¿Has olvidado
la sangre que has heredado,
Don Juan?
JIMENO: Pues huyen, por Dios,
que no he llegado muy
tarde.
A
ellos.
BLANCA:
Huyendo van.
¡Ah,
quién te viera, don Juan,
antes
muerto que cobarde!
Vanse
FIN DEL PRIMER ACTO