ACTO SEGUNDO
Salen
ARNESTO y SANCHO
SANCHO: Pues estás determinado
a servir y festejar
a
Blanca, y a publicar
en
Sevilla tu cuidado,
embiste con osadía,
habla
en cualquier ocasión.
Mira
que enemigas son
la
dicha y la cobardía.
Y
más cuando pienso yo
que con
tu ingrata querida
irá don
Juan de caída
con lo
que anoche pasó;
porque habiéndose logrado
la
invención, es caso cierto
que
cuando no se haya muerto
el
fuego, se habrá aplacado,
si
ya en amoroso ardor
por don
Juan Blanca vivía;
que
nunca en la cobardía
halló
incentivo el amor.
ARNESTO: Bien
se hizo.
SANCHO: ¡Enredo extraño!
Don Juan quedó por cobarde.
ARNESTO: Y
nuestro silencio tarde
dará
luz al desengaño.
SANCHO:
Falta, pues Blanca creyó
que don
Juan de Luna ha huido,
darle a
entender que tú has sido
quien
de la calle le echó.
ARNESTO:
Dices bien.
SANCHO:
Pues la ocasión
no
pierdas con Blanca hermosa;
que
siempre fue poderosa
la
primera información.
Ella
ha de salir agora,
que a doña Sol de Guzmán,
la
parienta de don Juan,
va a
visitar, y ya es hora.
Al
bajar de la escalera,
llega
al encuentro; y así
hasta
el coche desde allí
te escuchará, aunque no quiera,
sin
que te cause cuidado
que su
padre te verá;
que en
ello no se tendrá
don
Beltrán por desdichado,
Pues
pretendes para esposa
a Blanca, y hoy no hay mujer
que no
se pueda tener
con tu
mano por dichosa.
ARNESTO: Ella
baja.
SANCHO:
Y según veo,
solamente la acompaña
Agüero. Con dicha extraña
vela a
su fin tu deseo,
Pues
para lograrlo, así
Fortuna
el lance te ha puesto.
Salen doña BLANCA, con manto y
AGÜERO
BLANCA: ¡Vos
aquí, señor Arnesto!
ARNESTO: ¿Cuándo
yo no estoy aquí?
¿Cuándo, señora, ofendí
La fe
con que el alma os doy?
Y yo,
mientras vivo soy,
Decidme
vos, ¿cómo haré
que con
el cuerpo no esté
donde
con el alma estoy?
Preguntadlo a esos balcones,
testigos noches y días,
ya de las razones mías,
ya de ajenas sinrazones;
que en
algunas ocasiones
han
visto que no temí,
por no
apartarme de aquí,
competencia aventajada;
si bien
le debo a mi espada
lo que
vos, ingrata, a mí.
Yo
no fuera tan osado
que la
cuestión comenzara;
que la sombra respetara
de esta
casa por sagrado.
Solo
adoraba callado
vuestros balcones; y el brío
del
contrario desvarío
fue
quien me vino a obligar
a
quitarle su lugar
para
defender el mío.
Perdonadme, y de Cupido
ved la
extraña condición,
pues os
pido a vos perdón,
cuando
fui yo el ofendido.
BLANCA: No os
entiendo.
ARNESTO:
Ni he entendido
yo que
entenderme podáis,
porque
vos, Blanca, no estáis
en la
ventana a deshora;
pero
dígolo, señora,
para
cuando lo entendáis.
SANCHO: (¡Oh
qué bien!) Aparte
BLANCA: (¡Que Arnesto fue Aparte
más
valiente que Don Juan!
¡Cuán
diferentes están
los
afectos de mi fe!)
Perdonadme
que no esté
más de
espacio; que el lugar
no es
decente, y el estar
aguardando la visita,
de la
obligación me quita
de
responder y escuchar.
AGÜERO: El
coche.
ARNESTO:
Mi pensamiento
nunca
tanto presumíó,
que
quisiese parar yo
el
coche al sol un momento;
antes,
señora, me siento
tan
lejos de ser altivo,
que
puesto que solo vivo
mientras vuestra luz me dais,
yo
mismo, para que os vais,
he de quitar el estribo.
Ésta es la prueba
mayor
que os
puedo dar de obediente;
y más
cuando al occidente
partís,
Blanca, de mí amor.
Mi
paciencia a mi dolor
han
igualado los cielos,
pues
ayudan mis recelos
a que
vaya esa hermosura
donde
muere mi ventura
y donde
nacen mis celos.
Mas
consuélame, señora,
que
vais donde en vuestro amor,
si
tengo competidor,
tenéis
vos competidora.
BLANCA: También
es enigma agora
lo que habláis.
ARNESTO:
Aun bien que estima
de
suerte al Sol de una prima
cierta
Luna en que os miráis,
que es
fuerza que allá entendáis
en sus
aspectos mi enima.
BLANCA:
(¡Todos saben que ha querido Aparte
Don
Juan a su prima, y yo
sola
soy quien lo ignoró!)
Adiós.
ARNESTO:
Yo no me despido;
que
seguir pienso atrevido
ese sol, pues mi fortuna
se
muestra tan importuna,
que
quiere, señora mía,
que me
huya el sol de día
como de
noche la luna.
Vanse doña BLANCA y AGÜERO
SANCHO:
¡Tomaos ésa! Tan discreto
Y tan
agudo has andado,
Señor,
que triste he quedado.
ARNESTO:
¿Triste?
SANCHO:
Triste.
ARNESTO: ¡Extraño efeto!
¿Por
qué?
SANCHO:
Como en un sujeto
nunca
se han visto caber
la
ventura y el saber,
viéndote sabio, hago cuenta
que es
tu riqueza violenta,
y
vendrás a empobrecer.
ARNESTO: Por
dar lisonja presente,
futuro
mal pronosticas.
Cuando
de sabio te picas,
¡alabas
tan neciamente!
A su
dama un elocuente
dijo,
"Sabia sois de modo
que a
creer no me acomodo
que sois bella." Y respondió,
"Necio, más quisiera yo
que lo
creyérades todo."
Y
porque, cuando se ofrezca,
hables
menos ignorante,
oye. Caso es repugnante
que el sabio pobre enriquezca;
pero
también que empobrezca
el
sabio, sí vez alguna
llega a
enriquecer, repugna,
supuesto que es menester
para
conservar, saber,
si para
alcanzar, Fortuna.
SANCHO: Don
Beltrán es éste.
ARNESTO: Quiero
Poner
en ejecución,
pues se
me ofrece ocasión,
mi
intento.
SANCHO:
Vitoria espero.
con
dicha, industria y dinero,
seguro
vas a atreverte.
ARNESTO: Prevén
el caballo.
SANCHO: Advierte
que sus
mudanzas duplica
de
suerte, que pronostica
la mudanza de tu suerte.
Vanse. Salen don JUAN y JIMENO
JUAN:
Jimeno, yo soy perdido.
Cierto
es mi daño, Jimeno.
uanto
sucede, me quita
la
esperanza del remedio.
Con la
visita que hoy hace
Blanca
a Sol, del todo siento
perdidas mis pretensiones
y
precitos mis deseos.
JIMENO: ¿Por
qué, señor?
JUAN: Porque Sol,
necia
de amor v de celos,
con
Blanca ha de procurar
descomponer mis intentos;
y si
finezas creídas
de dos
años no pudieron
alcanzar de ella un favor,
considera cuánto menos
lo alcanzaré
cuando crea
que
engañoso la pretendo,
poniendo en ella los ojos
y en
otra los pensamientos.
Procurar satisfacerla
es en
vano; porque si entro
a verla
estando con Sol,
me
amenazan sus excesos.
Si no
gozo esta ocasión,
ha de
confirmar por cierto
que
quiero a Sol, y no entré
temeroso de sus celos.
Pues si
Blanca--que es posible--
la
visita con intento
de
hallar ocasión de hablarme,
¡triste
de mí si la pierdo!
Y más
si acaso el buscarla
y el
humanarse es efeto
del
valor que anoche vio
en mi
espada y en mi pecho.
Pero
no; que no es posible
causarle agradecimiento
quitarle su gusto a ella
y dar
disgusto a su dueño.
Mil
confusiones me anegan.
Aconséjame, Jimeno;
que yo
entre celos y amor
imito
ya al marinero
que,
con los fieros combates
de las
olas y los vientos,
sin
fuerzas tiene el timón
y sin sentido el gobierno.
JIMENO: Ya
llega Blanca, y será
sin
duda el mejor acuerdo
que en
este zaguán le digas,
al
pasar, tus sentimientos;
y en su
respuesta, en su acción,
en sus ojos, en su aspecto
conocerás sus designios,
y te
regirás por ellos.
JUAN: Bien
dices.
JIMENO:
Ella se apea.
JUAN: Déjame
solo, Jimeno;
que ya
sabes por mí mal
cuán recatado es mi dueño.
Apártase Jimeno
JIMENO:
Contigo, a la obscuridad
de este
rincón me encomiendo.
Salen BLANCA y AGÜERO
JUAN: Aquí os
aguarda, señora,
el más
leal escudero;
que, pagándole tan mal,
no es
poco milagro serlo.
BLANCA: Señor
don Juan, siempre vi
que
para subir al cielo
del
sol, es fuerza encontrar
el de
la luna primero.
JIMENO: (¿Celos?) Aparte
BLANCA:
Y viendo la noche
correr
tanto, dije, luego
a la
conjunción del sol
irá a
parar como a centro.
JUAN: No
corriera así la luna,
a no ser forzada a ello;
que ese
cielo, primer móvil,
la
obligó a cursos violentos.
BLANCA: ¿Adónde
vais?
JUAN:
A serviros.
BLANCA: Mirad
que sois luna, y temo
que se
ha de eclipsar el sol,
don
Juan, si delante os llevo.
JUAN:
Quisiera más una blanca.
BLANCA: Quedaos
aquí
JUAN:
Porque pienso
que os
canso, y que os serviré
más en
quedarme, me quedo
aguardando a que volváis,
si bien
que os mudéis no espero.
BLANCA: Sola
esa falta os conozco.
JUAN: ¿Cuál?
BLANCA:
No esperar.
JUAN: Antes creo
Que os obligo...
BLANCA:
Don Juan, nadie
alcanzó
jamás huyendo.
Vanse doña BLANCA y AGÜERO
JIMENO: ¡Bien
haya quien te parió,
y bien
haya el monedero
que
supo batir a escuras
Blanca
de tan alto precio!
JUAN: ¿Qué te
parece?
JIMENO:
Que indigno
de
Blanca te considero,
si te
quejas de tu estado.
¡Con
qué estilo tan discreto,
con qué
cifras tan agudas,
con qué
equívocos tan nuevos
te ha
sabido dar favores
y de
Sol pedirte celos!
¡Con
qué términos tan propios,
tan
breves y verdaderos
prosiguió la alegoría
de la
luna, el sol y el cielo!
No como
algún presumido,
en
cuyos humildes versos
hay
cisma de alegorías
y
confusión de concetos,
retruécano de palabras,
tiqui-miquí y embeleco,
Patarata del oído
y
engañifa del ingenio;
que
bien mirado, señor,
es
música de instrumentos,
que
suena y no dice nada.
Pero
¿de qué estás suspenso?
JUAN:
Ponderando las razones
y
meditando el aspecto
de
Blanca, temo otras cifras,
y
sospecho otros misterios
de los
que hemos entendido,
engañados del deseo.
Que
decir, "Viendo la noche
correr
tanto, dije luego,
a la
conjunción del sol
irá a
parar como a centro;"
y esto
con un tonecillo
a lo
falso, no lo entiendo.
"¡Correr tanto!" Motejarme
de
"correr mucho", siguiendo,
no
viene bien.
JIMENO:
Antes sí
pues te
dio quejas en eso,
hablando irónicamente
de tu
engaño y de sus celos.
Porque
fue decirte claro,
¿cómo
es posible que el mesmo
que
riñe tan animoso
y que
sigue tan ligero
al contrario,
fugitivo
por mi
amor, tenga otro dueño?
JUAN: Eso
pudiera entenderse,
si no
me dijera luego,
"Sola esa falta os conozco,
que es
no esperar;" y tras esto,
por
remate, "Don Juan, nadie
alcanzó
jamás huyendo."
Esto
¿qué tiene que ver
con el
amor que le muestro,
cuidado
con que la sigo
y ardor
con que la deseo?
JIMENO: Por
Dios que dices bien. "¡Nadie
alcanzó
jamás huyendo!"
¿ Por
qué lo pudo decir?
JUAN: Por
ella no.
JIMENO:
Llano es eso.
si ha
dos años que la sigues.
JUAN: Pues en
mi vida me acuerdo
de
haber huido.
JIMENO: Señor,
tú ¿no
me has dicho que Arnesto,
cuando
al campo de Tablada
fuistes
a reñir, en viendo
a don
Beltrán, se mostró
muy animoso y soberbio,
y que
tú te reportaste?
JUAN: Sí.
JIMENO:
Pues ¿sabes lo que entiendo?
JUAN: ¿Qué?
JIMENO:
Que don Beltrán creyó
que la
arrogancia en Arnesto
nació de valor, y en ti
la
reportación, de miedo,
y así
lo contó a su hija;
si ya
tu contrario mesmo
no fue
el autor de la historia.
JUAN: Puede
ser; mas el suceso
de anoche,
¿no es desengaño?
JIMENO: Por
ventura a los que huyeron
no
conoció.
JUAN:
¿Cómo no,
si
estaba hablando con ellos?
JIMENO: Sin ser
por arte del diablo,
puede
hablar por pasatiempo
una
mujer con quien pasa
de
noche, sin conocerlo;
antes
con quien no conoce
se
entretiene, según pienso,
con más
gusto, porque tiene
más
licencia y menos riesgo.
JUAN: Fuesen
o no conocidos,
¿no vio
que los dos huyeron
de mí?
JIMENO:
Según es tu dicha,
pensará
que fue concierto
y
fingida la cuestión,
a la
usanza de estos tiempos,
que hay
pendencia de tramoya
y
valientes de embeleco.
Pero
sucedióle mal
a un
valiente en este intento;
que
envïando dos amigos
para la
invención a un puesto,
antes
que ellos, lo ocuparon
dos
amantes verdaderos.
El
valiente de invención,
viéndolos allí y creyendo
ser los
ensayados, hizo
el papel
de embestimiento.
Los dos
dieron animosos
en él y
en su compañero;
y como
se vio apretado,
empezó
a decir muy quedo,
"Huid, hola; que ya está
Fulana
al balcón;" mas ellos,
como el
papel no sabían,
contra
el ensayo, en efeto,
le
dieron un tresquilón,
y
erraron todo el enredo.
JUAN: Pocas
veces alcanzaron
buen
fin engañosos Medios.
JIMENO: Don
Nuño viene.
Sale don NUÑO
JUAN: Don Nuño,
¿Vos en
esta casa?
NUÑO: Tengo
mi
hermana acá visitando
a
vuestra parienta, y quiero
pasar con ellas la tarde.
JUAN: Porque
dos a dos estemos,
quiero
acompañaros, Nuño.
NUÑO:
(Perdonaránlo mis celos.) Aparte
Don JUAN y JIMENO hablan aparte
JIMENO: Señor,
¿a entrar te resuelves?
JUAN:
Tiénenme loco, Jímeno,
estas
enigmas de Blanca,
y en
esta ocasión pretendo
entendellas, y suceda
lo que
sucedíere.
JIMENO: Temo
que te
eche Sol a perder.
JUAN: Si no
es cuerda, y yo me veo
apretado, claramente
le diré
que no la quiero,
por
satisfacer a Blanca,
y a Sol
castigar su exceso.
Vanse. Salen doña
BLANCA, doña SOL y
CELIA; después, don JUAN, NUÑO y JIMENO
SOL:
Mañana os pienso pagar
la
visita.
BLANCA:
Desde agora
Me
obligáis a desear
Tener
mucho que fïar
a tan
buena pagadora,
y así quiero que quedemos
tan
amigas, Sol hermosa,
que
jamás nos apartemos.
SOL: Soy en
eso tan dichosa,
que
porque principio demos,
vos,
en tanto que está ausente
mi padre de la ciudad,
habéis
de ser solamente
consuelo a mi soledad.
....................
(Extraña máquina emprendo.) Aparte
Habla CELIA aparte con doña SOL
CELIA: Don
Juan es éste.
SOL: Vendrá
A doña
Blanca siguiendo.
CELIA:
Disimula.
SOL:
En eso está
conseguir lo que pretendo.
(Salen don JUAN, don NUÑO y JIMENO
NUÑO: No he querido, Sol hermosa,
que
sola goce mi hermana
de esta
ocasión venturosa;
que
tengo el alma envidiosa
de
dicha tan soberana.
SOL:
Antes, don Nuño, he creído
que por
colmar la ventura
que hoy
alcanzo, habéis venido.
sillas,
¡hola!
NUÑO:
(¡Qué hermosura!) Aparte
JUAN: Yo
estoy tan agradecido
de
que la vengáis a honrar,
por lo
que en sangre me toca
Sol,
que me quisiera hallar
con
fuerzas para pagar
lo que
agradece la boca.
SOL:
(Esto es dar satisfacción.) Aparte
BLANCA: (No se
ha podido abstener Aparte
de
gozar de la ocasión.)
JIMENO: (Hoy
está Roma que ha de arder, Aparte
y yo
pienso ser Nerón.)
NUÑO habla aparte con doña
BLANCA
NUÑO:
Hermana, a don Juan divierte,
mentras
digo mi dolor
a Sol.
BLANCA:
No pudo la suerte
cumplir
mi intento mejor.
Siéntase al lado de doña SOL don
NUÑO, y al de BLANCA don JUAN. CELIA habla aparte con
doña SOL
CELIA: El caso
vino a ponerte
en
la mano la ocasión
para
conocer del todo
si hay
reliquias de afición
tuya en
don Juan.
SOL: ¿De qué modo?
CELIA: Con la
ordinaria invención
de dar celos.
SOL: Dices bien.
CELIA: Pues
tienes a Nuño al lado,
de
tantas partes dotado
tan
excelentes, ¿con quién
le
puedes dar más cuidado?
SOL: De
la ocasión gozaré.
CELIA: Finge
gran divertimiento
con él,
y atenta veré
si
alguna señal se ve
en don
Juan de sentimiento.
SOL:
Aunque eso es darle lugar
de
hablar a la que me ofende,
conviene disimular
al
engaño que pretende
mi amor
ciego ejecutar.
Doña SOL habla con don NUÑO y BLANCA
con don JUAN
JUAN:
Perdonad si he quebrantado,
Blanca,
vuestro mandamiento;
que
bien estoy disculpado,
si
advertís que me ha obligado
la
fuerza del sentimiento.
Mandásteme que no entrara,
dueño
soberano, aquí;
mas es
tal la pena en mí,
que al
mismo infierno bajara,
como a
este cielo subí.
Las
preñeces misteriosas
de
vuestras graves razones
han
sido en mí poderosas
a
romper obligaciones,
en
quien ama, tan forzosas.
Dos
años ha que fïel
os sigo
sufriendo enojos,
y ayer
ingrata y crüel
me
volvistes a los ojos,
sin
leerlo este papel.
Muéstrale el papel que dio BLANCA a
AGÜERO, y vuélvelo a la faltriquera
BLANCA:
(¡Cerrado está! ¿Qué estoy viendo?
Aparte
JUAN: Y tras
esto vengo a oiros
que
ninguno alcanza huyendo.
¿Es
huir de vos seguiros?
Porque,
si no, no os entiendo.
Anoche con mi pasión
fui a
vuestra calle a deshora.
Dos
hombres hallé al balcón;
si
acaso hablaban, señora,
con
vos, vos sabréis quién son.
Y
aunque ardiente reprimía
todo un
infierno en mi pecho,
callando mi mal sufría,
respetando a mi despecho
la
causa que me ofendía.
Embistiéronme; que acaso
los
animó mi paciencia;
mas mi
espada a todo paso
les
hizo ver el ocaso
del sol
de vuestra presencia.
¡Y
tras esto motejáis
mi
ligereza! No entiendo
los
misterios que tocáis.
¿Por
ventura condenáis
el
correr mucho siguiendo?
BLANCA:
(¿Qué escucho?)
Aparte
JUAN: Cuando sabéis
que sigo empresa tan alta
dos
años ha, ¿respondéis,
"Sólo os conozco esa falta,
que es
no esperar"? ¿Qué queréis
con
estas cifras, mi bien?
Habladme claras razones.
Basta que vuestro desdén
me
mate, sin que también
me
atormenten confusiones.
BLANCA: (Ni
mi papel ha leído, Aparte
Ni es
quien anoche me habló;
que
agora he desconocido
la
voz. Sin duda que ha sido
Arnesto
quien me engañó.
Claro está. No pudo ser
tan
cobarde un caballero.)
Don
Juan...
JUAN:
Señora...
BLANCA: (No quiero Aparte
declararme hasta saber
si a
Sol tiene amor, primero.
pues
mi papel no ha leído,
en su
engaño se ha de estar;
que si
en amarme es fingido,
corrida vendré a quedar
si él
queda favorecido.)
Cuanto os he dicho, nació
de
haber pensado que fuistes,
don
Juan, quien anoche huyó;
mas
siendo vos quien seguisteis,
todo lo
dicho cesó.
En
lo demás mi rigor,
pues es
justo, no os espante,
ni
vuestro fingido amor
pida a
una estrella favor,
cuando
de un sol sois amante.
JUAN: ¡De Sol! Sí jamás ha sido
sujeto
de mi afición.
Doña SOL habla aparte con CELIA
SOL: ¿Mira?
CELIA:
Ni imaginación
de
mirar acá ha tenido.
SOL:
¡Maldiga Dios tu invención!
NUÑO: ¿Qué es esto, Sol de mi vida?
Cuando
os digo mi cuidado,
¡os
mostráis tan divertida!
SOL: (Ciego
está de enamorado, Aparte
y yo
loca de ofendída.)
NUÑO:
(¡Vive el cielo, que es hablalle
Aparte
hablar
a un tronco, a una fiera!
Mejor
me estará que calle.
Suenan cascabeles dentro
JIMENO: Pasando
están la carrera
caballeros en la calle.
SOL:
Blanca, a la ventana a vella
salgamos.
NUÑO:
Si ese arrebol
les da
sus rayos, Sol bella,
serán
caballos del sol
los que
pasaren por ella.
BLANCA:
(¡Mal haya la fiesta, amén, Aparte
que me
impide las de amor!)
JUAN: ¿Cuándo
alcanzaré, mi bien,
El fin
de tanto desdén?
BLANCA: Cuando
asegure el favor.
JUAN: Dos
años ha, Blanca bella,
que
estoy firme en mi porfía.
BLANCA: Siete
años de pastor Jacob servía
JUAN: Con
esperanza al fin de poseella,
si mil
sirviera y más, muy poco hacía.
BLANCA: Al fin
llegó, sirviendo, a merecella.
Vanse las mujeres
JUAN: ¡Dichoso
yo, pues mi firmeza alcanza
a ver
el rostro ya de la esperanza!
NUÑO: ¿Qué
queréis hacer?
JUAN: Yo digo
que, si
os agrada, salgamos
a ver
la carrera.
NUÑO: Vamos.
VOCES:
¡Aparta. ¡Dios sea contigo! Dentro
Vanse y salen por otra puerta don JUAN,
NUÑO, y JIMENO
VOCES: ¡Ese
caballo matad. Dentro
JIMENO: El
jinete ha dado en tierra.
NUÑO: Percances son de esta guerra.
JIMENO: Acá nos
le traen.
Sacan a ARNESTO entre SANCHO y otro CRIADO
SANCHO: Buscad
Un
jarro de agua.
ARNESTO: No es bien;
que la
sangre alborotada
dicen
que se queda helada.
SANCHO: ¡Mal
haya el caballo, amén!
¿Llamaremos un barbero?
ARNESTO: No.
JUAN: ¿Es
Arnesto el que cayó?
NUÑO: Él es.
JIMENO: Juráralo yo.
no le
arma lo caballero.
JUAN: (No
falte la cortesía Aparte
por la
enemistad.) ¿Qué es esto?
¿Qué
sentís, señor Arnesto?
ARNESTO: Señor
don Juan...
JUAN: A fe mía,
que
me pesa.
ARNESTO: Yo lo creo
de
vuestro mucho valor.
JUAN: ¿Qué
sientes?
ARNESTO:
Algún dolor
en esta
mano.
JUAN: (Deseo Aparte
Mostrarle aquí bizarría.)
Llegad
la mano.
Saca don JUAN un lienzo.
Al sacarle, se le cae el papel
de BLANCA, y ata el lienzo a ARNESTO
ARNESTO:
¿Qué es esto?
¿Vos me
dais remedio?
JUAN: Arnesto,
es
honrosa valentía
dar
fuerza al competidor
para
matarlo después;
que de
un doliente no es
hazaña ser vencedor.
SANCHO: (Don
Juan de Luna sacó Aparte
entre
el lenzuelo un papel.
¿Sí
Blanca es el dueño de él?
Pues
nadie lo ha visto, yo,
si
puedo, lo cogeré.)
ARNESTO: Señor
don Nuño, ¿aquí estáis?
NUÑO: A ver
si algo me mandáis.
ARNESTO: El
serviros yo tendré
por
dichosa presunción.
CRIADO: Señor,
el coche está aquí,
Si en
él quieres irte.
ARNESTO: Sí.
Adiós.
Levanta SANCHO el papel
SANCHO:
Ésta es la ocasión.
Vanse ARNESTO, SANCHO, el CRIADO y don NUÑO
JIMENO:
¡Mira el contrario que tienes!
Ello es
gran cosa ser rico.
Al más
grande y al más chico
mueven
sus males y bienes.
Hasta don Nuño, que aquí
contigo
debió quedarse,
va con
él, sin acordarse
de despedirse
de ti.
Yo
sé cierto que si fueras
tú,
señor, el que caías,
aún la
tierra no hallarías
sobre
que muerto cayeras.
Pero
si justo descuento
tiene
todo en esta vida
--que
en Arnesto la caída
fue
descuento del contento
de
que gozaba en correr--
tú, que
sin caballo estás,
el
descuento que tendrás
es que
no puedes caer.
JUAN: Que
no envidio, te prometo,
el
poder que Arnesto alcanza,
supuesto que a la mudanza
de
Fortuna está sujeto.
JIMENO: Eso,
ignorante ha de ser,
Señor,
el que lo dudare;
mas
dure lo que durare,
es
beato el poseer.
¿Hay
cosa como aquel coche
que con
tanta quietud rueda,
la
tarde por la Alameda,
por el
Arenal la noche,
a la comedia, a Tablada,
si es
invierno y claro el día,
a casa
de doña Mencía,
si hace
la tarde pesada?
Pues
en Madrid ¿es peor,
las
mañanas del verano,
dar con
el fresco temprano
vuelta
a la calle Mayor?
Las
tardes, que esto es muy justo,
a
Atocha, y volverse al Prado,
si es
posible, acompañado
de un
amigo de buen gusto.
"Anda, para, vuelve, espera.
No me
muelas; más despacio."
Muy
bracicaído y lacio,
perniabierto en la testera...
Soltar la capa, y perdiendo
un poco
más la vergüenza,
quitar al cuello la trenza,
irse
acá y allá cayendo.
"Arrima a mano derecha."
Y,
arrojándose al estribo,
echar
con mirar altivo
a la
ventana una flecha;
y en pasando, todavía
volver
a mirar atrás,
quizá
no teniendo más
que ver
allí que en Turquía.
Topar la tapada niña...
"¿Quereisos entrar aquí? "
"¿Os reñirán?"
"Para." "A mí
no hay
quien me cele ni riña."
"Entrad, y tendréis las dos
coche y
dulces, ángel bello."
"¿Seréis hombre para ello?"
"Si mujer para ello vos."
"¿De veras?" "Mi bien, ¿merece
que
dudéis mi cortesía?"
"¿Qué haremos, señora tía?
Cortesano me parece."
Entra. El estribo quitad.
"¡Hay tal vergüenza! ¡Maldito!"
"Mire que ha de ir muy quedito."
Corre
esa cortina. "Andad."
"Mostrad la cara."
"Señor,
mire
que es diablo esta vieja."
Y lo
demás que se deja
para el
discreto lector.
Ni
hay más gusto, ni al vivir
llamo
yo vivir sin ello;
y si
nunca he de tenello,
luego
me quiero morir.
JUAN: Ya
podrá ser que algún día
alcance
a ver tu esperanza
en tu
fortuna mudanza
pues yo
la he visto en la mía.
JIMENO:
¿Cómo, señor?
JUAN: Grandes cosas
hay de
nuevo.
JIMENO:
No me mates.
Habla,
acaba. No dilates
esas
nuevas venturosas.
JUAN:
Blanca me ha favorecido.
JIMENO: Luego
lo vi.
JUAN:
¿En qué lo viste?
JIMENO: En que
tú me lo dijiste.
JUAN: ¡Quién
tuviera un buen vestido
o
una joya para ti!
JIMENO: ¿Por
qué?
JUAN:
Por esa frialdad.
JIMENO: Recibo
la voluntad.
Mas don
Beltrán viene aquí.
JUAN:
Vendrá por su hija.
JIMENO: Es claro;
que es
su padre y su galán.
JUAN: Lo
oscuro de este zaguán
será mi
secreto amparo.
No
sospeche mis pasiones
y me
impida mi fortuna.
JIMENO: Siendo
pobre, hasta la luna
ha de
andar por los rincones.
Vanse don JUAN y JIMENO.
Salen ARNESTO, que saca
en la mano el papel de BLANCA y SANCHO
SANCHO: En
el zaguán de su prima,
cuando
el lenzuelo sacó,
salió
envuelto en él, y yo
puse el
pie al descuido encima,
y
sin que nadie me viera,
lo
cogí.
ARNESTO:
Temblando voy
a
abrirlo; que cierto estoy
que es
de aquella ingrata fiera.
Abre el papel
SANCHO: Ésta
es letra de mujer.
ARNESTO: Sin
firma, por más secreto.
SANCHO: Será su
dueño discreto.
ARNESTO: Oye.
SANCHO:
Comienza a leer.
Lee
ARNESTO: "A
tan hidalga porfía
fuera
crueldad la esquiveza.
Agradezco la firmeza,
justa
ocasión de la mía.
Al
balcón de mediodía
a
medianoche te espero,
Donde
hablarte a solas quiero;
que en
las cosas de opinión
livianos testigos son
un
papel y un escudero."
Blanca es sin duda. ¡Ah rigor
de
inhumano sentimiento!
Todo me
abrasa el furor.
¿Qué
infierno en el alma siento?
Éste
¿es efecto de amor?
¡Ah
ingrata! ¡Cuán sin provecho
tantas
finezas he hecho!
Pues ya
todo se trocó;
que es
envidia, y amor no,
esto
que me abrasa el pecho.
¿Qué
es del hombre de Madrid,
Sancho?
SANCHO:
No está en el lugar,
y esto
no se ha de fïar
de
otro, señor, que de Cid.
Mañana viene.
ARNESTO: Mil años
es un
día en mis pasiones.
SANCHO:
(Engañosas dilaciones Aparte
remediarán estos daños.)
No te entregues al dolor.
Vuelve
en ti, cobra quietud;
que
importa más tu salud
que
doña Blanca y su amor.
Y
por dicha no sería
ella el
dueño del papel.
ARNESTO: ¡Ay,
Sancho! que dice en él,
"A
tan hidalga porfía..."
Que
don Juan dos años ha
que, de
Blanca enamorado,
en
seguirla ha porfïado...
y es mi
mal. Cierto será.
"Al balcón de mediodía
a
medianoche te espero."
¿Qué
indicio más verdadero
de la
desventura mía?
Que
éste es, Sancho, el balcón solo
de su
aposento, y los tres
de la
otra calle, ya ves
que al
nacer los mira Apolo.
"Livianos testigos son
un
papel y un escudero."
Este
escudero es Agüero.
SANCHO:
Infelíce en tu afición.
ARNESTO: Y
por eso se ha excusado
de
llevarle mi papel;
que por
la mano con él
don
Juan sin duda ha ganado.
Todo
conforma en mi mal.
No
busques medio a mi pena,
Pues el
cielo me condena
a
infierno tan desigual.
SANCHO:
¿Remedias el mal crüel
con
aflicción tan extraña?
Más que
el mal suceso, daría
afligirse mucho de él.
ARNESTO: No
puedo más.
SANCHO: Oye, aplaca
el
dolor; que ya yo ordeno
cómo
del mismo veneno
salga,
señor, la triaca.
ARNESTO:
¿Cómo?
SANCHO:
Don Juan recibió
hoy sin
duda este papel.
Lo que
Blanca ordena en él
no
sabe, pues no lo abrió.
Ve
esta noche, y ser don Juan
finge
como la pasada,
pues
quedó Blanca engañada.
Quizá
los cielos querrán
que
tú en su nombre poseas
lo que
tu afición no alcanza,
y
tendrán gusto y venganza
gozando
el bien que deseas.
ARNESTO: Bien
dices.
SANCHO:
Sabrás, señor,
al
menos con este engaño,
hasta
donde llega el daño
y a qué
se extiende el favor.
ARNESTO: Digo
que has consolado.
SANCHO:
Impedirás sus efectos,
sabiendo así sus secretos;
que es
buena razón de estado.
Sale un CRIADO
CRIADO:
Señor. Agüero está aquí.
ARNESTO: ¿Quién?
CRIADO:
Agüero, el escudero
de doña
Blanca.
ARNESTO:
¡Ah embustero!
SANCHO:
Disimula.
ARNESTO:
Harelo así,
porque a Blanca no prevenga;
mas tú
examina su pecho,
y si la
verdad sospecho,
su
justo castigo tenga.
SANCHO: Sí
es tu gusto, ¡triste de él!
Déjame
que yo lo ordene;
que
hago voto solene
que
pueden doblar por él.
Sale AGÜERO
ARNESTO: Sea,
Agüero, bien venido.
¿Qué
hay por acá [diferente]?
AGÜERO: Saber
si algún accidente,
Señor,
ha sobrevenido
al
daño de la caída.
ARNESTO: No fue
nada.
AGÜERO:
¡Gloria a Dios!
Que os
deseo el bien a vos,
por
Dios, como a mí la vida.
ARNESTO: Dios
le guarde; que no está
perdido
en mí ese deseo.
AGÜERO: (Nunca
la ganancia veo.) Aparte
ARNESTO: ¿Qué
hay de Blanca? ¿Salió ya
de
la visita?
AGÜERO: Ya queda
en su
aposento encerrada.
ARNESTO: ¿Tan
fiera y tan recatada
como
siempre?
AGÜERO:
No hay quien pueda
de
su rigor excesivo
sufrir
la aspereza--tanto,
que si
es ángel por lo santo,
es
demonio por lo esquivo.
ARNESTO:
¡Válgame Dios! ¿Que amás,
en fin,
le diste recado
ni
papel enamorado?
AGÜERO: Con el mismo
Barrabás
tratara de eso primero.
ARNESTO: Esto de
hablar por ventana,
¿No hay
que tratar?
AGÜERO: Cosa es llana.
ARNESTO: (En los
puntos viene Agüero.) Aparte
Con todo, habéis de intentar
darle
un billete.
AGÜERO: Por Dios,
que es
en vano; mas por vos
la vida
quiero arriesgar.
ARNESTO:
¡Hola! a Agüero regalad,
mientras
escribo.
Vase ARNESTO
SANCHO: Cenemos
juntos
hoy, porque os queremos
mostrar
nuestra voluntad.
Venga salchicha y solomo,
y a
falta, mucha tajada
de bacallao y pescada.
¿Comeisla, Agüero?
AGÜERO: Sí como.
A
todo, al fin, me acomodo,
y en
bulla muerdo de un césped.
SANCHO: Pues
soltad el cinto, huésped;
que a
fe que ha de haber de todo.
Vanse los dos.
Salen don BELTRÁN y
BLANCA
BELTRÁN: En
algo, Blanca, ha de torcerse el gusto,
la ley
guardando y la razón siguiendo
de lo
decente, provechoso y justo.
BLANCA:
Hacer tu voluntad sólo pretendo;
mas
piénsalo mejor, y por ventura
entenderás lo mismo que yo entiendo.
Por
ser tan rico Arnesto, me procura
merecer
la opinión: yo la confieso;
mas no
hay hacienda en mercader segura.
Sin
medida es su crédito; mas eso
es la
misma ocasión de su ruina,
pues a
gastar le obliga con exceso.
Y si
la hacienda a su intención te inclina,
el
cielo ¿no te dio también riqueza?
¿Adónde
el ciego desear camina?
No
trueques a dinero la nobleza;
que ésa
ha de ser un hidalgo pecho
última
apelación de la pobreza.
BELTRÁN: Dame
los brazos, hija; que no ha hecho
el
cielo padre alguno más dichoso.
BLANCA: Yo lo
seré, si quedas satisfecho.
BELTRÁN: Sí
quedo; mas haréte, no imperioso
padre,
sino amigable consejero,
Blanca,
un advertimiento provechoso.
Algunas casas nobles considero
al
señoril dosel entronizadas,
que de
ellas fue el autor solo el dinero.
Las
edades presentes y pasadas
togas,
armas y púrpuras sin cuenta
han
visto con dinero conquistadas.
No
puedo yo negarte que la renta
que me
dejaron, hija, mis pasados
con
honra y con descanso me sustenta;
mas
pasa de los padres los cuidados
el amor
de los hijos ambicioso
a más
que a conservarse en sus estados.
Si
con mediana hacienda noble esposo
te doy,
¿qué te adelanto? ¿Qué acreciento
a tu
heredado nombre generoso?
Si
da copioso fruto el casamiento,
¿no es
la disminución más evidente,
dividida tu hacienda, que el aumento?
Así, no ha de admirarte que yo intente,
siendo
tan rico Arnesto, su esperanza
cumplir, porque tu casta se acreciente.
Si
nobleza a la tuya igual no alcanza,
tampoco
a su riqueza iguala alguna.
Lo que
una baja, sube otra balanza.
Si
dices que es sujeta a la
Fortuna,
¿Cuál
mira de su imperio exceptüada
el
ámbito del cielo de la luna?
Piénsalo, Blanca, bien; que aunque me agrada
tu
honrosa presunción, quisiera verte
menos
resuelta y más considerada.
BLANCA:
Quiero en pensarlo bien obedecerte...
(Mas no
en hacello.) Aparte
BELTRÁN: Si le das la mano,
contento aguardaré, Blanca, la muerte.
VOZ:
¡Para! Dentro
BLANCA:
Coche ha parado.
BELTRÁN: ¡Tan temprano!
¿Quién
será?
BLANCA:
Sol, que viene de visita.
BELTRÁN: De que
te huelgues, hija, estoy ufano.
Alégrate, a mis años años quita,
y pues
discreta y principal doncella
es Sol, y ser tu amiga solicita,
procura en amistad correspondella,
porque
tus melancólicas pasiones
diviertas alegrándote con ella.
BLANCA: Uno es
ya de las dos los corazones.
Vase don BELTRÁN.
Salen ARNESTO y
SANCHO
SANCHO: A su
padre hablaste ayer,
¡y hoy
por la respuesta vienes!
La
misma priesa que tienes,
temo
que te eche a perder.
ARNESTO: ¿Por
qué, Sancho?
SANCHO: Porque veo
que es
tal nuestra condición,
que nos
quita estimación
el
mostrar mucho deseo.
ARNESTO: ¿No
es Blanca?
BLANCA:
(¿No es el que veo Aparte
Arnesto?)
SANCHO:
¡Ocasión dichosa!
BLANCA: (No me
engaño.) Aparte
ARNESTO:
Blanca hermosa...
BLANCA: (No me
pesa; que deseo Aparte
Decirle
mi parecer.)
Muy mal
os tratáis, Arnesto,
pues
cuando estáis indispuesto,
merced
nos venís a hacer
tan
temprano.
ARNESTO: El alma mía
adivina
me dictaba
que
sola aquí me esperaba
la
gloria que pretendía,
y en
las alas del amor
os
vine, volando, a ver.
BLANCA: ¿Alas
hubo menester
quien
es tan buen corredor?
ARNESTO:
(¿Son desprecios o favores?) Aparte
A quien
os ha de alcanzar,
aún no
le basta volar.
(¿Qué
es esto?) Aparte
BLANCA:
(¿Mudáis colores?) Aparte
Bien decís. Para seguir,
alas
habéis menester;
que lo
que sabéis correr
es
bastante para huir.
ARNESTO: Es
verdad; que a quien no gasta,
le
sobra cualquier riqueza.
Y así cualquier ligereza
al que
no huye, le basta.
BLANCA: Es
cosa llana que es esto
lo que
he querido decir;
que vos
no podéis huir
sin
dejar de ser Arnesto.
ARNESTO: Por la merced que me hacéis,
beso el
suelo que pisáis,
pues de
mostrar os dignais,
señora,
que ya entendéis
los
enigmas de que ayer
desentendida os hicistes.
BLANCA: En
cuidado me pusistes;
y al
fin los vine a entender;
que
los engaños que había
opuesto
la oscuridad
de la
noche a la verdad,
deshizo
la luz del día;
y a
entenderos he venido
cuando
por ventura os fuera;
mas
gustoso que no os diera
a
entender que os he entendido.
ARNESTO: No
os entiendo.
BLANCA: Ni creáis
que
entiendo que me entendéis;
pero
dicho os lo tendréis
para
cuando lo entendáis.
Vase doña BLANCA
ARNESTO: ¡Ay,
Sancho, yo soy perdido!
SANCHO: ¿Cómo,
señor?
ARNESTO:
Del engaño
que hicimos, el desengaño
ya doña
Blanca ha tenido.
la
suerte que a mí bien se opone.
SANCHO: No te aflijas.
ARNESTO: ¿Qué he de hacer?
SANCHO:
Procuremos deshacer
lo que la suerte dispone.
ARNESTO: Si
ella concierta mi muerte,
del
remedio me despido.
SANCHO: Alguna
vez ha podido
más la
industria que la suerte.
Vanse
FIN DEL ACTO SEGUNDO