ACTO TERCERO
Salen doña BLANCA, doña SOL: y CELIA.
Doña SOL: aparece acabando
de leer para sí un papel
BLANCA:
¿Agrádate?
SOL:
Blanca mía,
siendo
de tu blanca mano
y tu
ingenio soberano,
¿desagradarme podía?
Con
esto voy ya segura
de ser
en amor dichosa,
pues
echa tu mano hermosa
las
suertes de mi ventura.
BLANCA: Al
menos, a poder tanto
como el
deseo el papel,
les diera a las letras de él
fuerza de amoroso
encanto;
que
por ti determinada,
según
en servirte gano,
como la
pluma en la mano
pondré
en el pecho la espada.
SOL: La
misma correspondencia
hallarás
siempre en mi pecho.
BLANCA: Quiera
amor que en tu provecho
se
logre mi diligencia,
y
que a don Fernando veas
en tu
afición abrasado,
que
como propio cuidado
me
aflije lo que deseas...
(Pues librarme así confío Aparte
de mi
celoso tormento.)
SOL: (Ya
entiendo tu pensamiento; Aparte
mas no
entenderás el mío,
sin
que mi traza engañosa
efecto
tenga primero.)
BLANCA: (Mi
hermano viene: yo quiero Aparte
darle
lugar.) Sol hermosa,
dame
licencia un momento.
SOL: ¿Dónde
vas?
BLANCA:
A hacer formar,
pues el sol he de hospedar,
un cielo en un aposento
SOL: En
tu cuarto, Blanca mía,
ha de
ser; que es cosa clara
que
será cielo tu cara
y
gloria tu compañía.
Vase BLANCA. Sale
don NUÑO
NUÑO:
Fortuna quiere ayudarme,
Pues
pone a mis pretensiones
oportunas ocasiones.
CELIA: Don
Nuño viene.
SOL:
A cansarme
este
rato, que a mi enredo
importa
la soledad.
CELIA: Él
llega.
SOL:
Con brevedad
lo
despediré, si puedo.
NUÑO: Bien
temo, como amante verdadero,
que mis
razones, Sol, han de cansarte;
mas el
perdón espero,
si
adviertes que la gloria de mirarte,
si no
puedo explicarla,
menos
puedo dejar de publicarla.
¿Ves
cómo tras la noche tenebrosa
entre
púrpura, nácar, oro y plata
se
muestra el alba hermosa,
y
mientras en aljófar se desata,
borda
de mil colores
el
pincel de su luz plantas y flores?
¿Ves
cómo tras la horrísono tormenta
que con
las ondas azotó los vientos,
y con
furia violenta
lucharon entre sí los elementos,
tiende
el sol su melena
que
alegra la región y el mar enfrena?
¿Ves
como?...
SOL:
Basta, Nuño. (¡Qué enfadoso!) Aparte
¿Acaso
no ha de dar ese rodeo
en que
mi rostro hermoso
da más
luz tras la ausencia a tu deseo,
que el sol y el alba pura
tras la
fiera borrasca y noche oscura?
Prolija arenga, frases exquisitas,
¿van
más que a encarecer de tu deseo
las
fuerzas infinitas?
Pues no
te canses más; que yo lo creo.
De una
fe no igualada
me doy por entendida y obligada.
¿Quieres más?
NUÑO: No es capaz el
pensamiento
de tan
alto favor.
SOL: Pues si agradarme
solamente es tu intento,
una
cosa han de hacer para obligarme,
si bien
dificultosa,
a tu
amor igualmente provechosa.
NUÑO: Mi
vida y alma y libertad son tuyas.
El
labio mueve, a muerte me condena.
SOL: Pues
pídote que huyas
de
repetirme tu amorosa pena;
que la
mucha porfía
e gusto
cansa y el amor hastía.
Evitar
cuanto puedas mi presencia,
pues tu
amor me despierta, y yo lo creo,
será
cuerda advertencia;
que con
la privación crece el deseo;
y así,
mientras te miro,
ni me
haces falta ni por ti suspiro.
Y al
fin, si quieres ver tu amor logrado,
procede, al paso que tu pecho abrasa,
cortés
y recatado
en
tanto que soy huéspeda en tu casa;
que en
ser tuya, confío
que ha
de ser contra ti sagrado mío.
NUÑO: Bien muestras tus entrañas, Sol,
esquivas.
SOL: Esta
prueba he de hacer de tu fineza.
NUÑO: De ti
por ti me privas,
¿y he
de seguir, huyendo, tu belleza?
Mas,
dulce dueño, el polo
de mis
acciones es tu gusto solo.
De obedecerte juro, y mis enojos
reprimiré a pesar de mi
impaciencia,
y tus hermosos ojos
no me verán jamás sin tu
licencia.
Sólo pedirte quiero
Que no
te olvides de que ausente muero.
Vase
SOL: ¿Qué
dices, Celia?
CELIA: Que estoy
confusa
cómo no alcanzo
los fines de tus intentos
y de medios tan extraños.
Cuando veo que de Blanca
tienes
celos declarados,
haces,
señora, con ella
de amistad tan firmes lazos,
que, o me engaña su
paciencia,
o me
admiran tus engaños.
Por
estar tu padre ausente,
esta
noche has concertado
ser su
huéspeda, sin ver
que
tiene Blanca un hermano
mozo,
galán y tu amante,
que a
tu opinión hará daño.
SOL: ¡Ay,
Celia! quien tiene el pecho
celoso
y determinado,
ya a
ejecutar sus deseos
y ya a
vengar sus agravios,
no mira
en inconvenientes;
pues
más increíbles casos
solicitan mis cautelas,
que tú
habrás imaginado.
Don
Juan ha de ser mi esposo
con los
enredos que trazo,
aunque
aventure el honor.
CELIA:
Aconsejarte es en vano.
SOL: Escucha
pues el papel
en que
fundo mis engaños,
que en
nombre de doña Blanca
escribo
a mi dueño íngrato.
Lee
"Un caso tengo importante
esta
noche que trataros.
Venid
en dando las doce;
que en
mi balcón os aguardo."
CELIA: ¿No
dice más?
SOL:
Por no errar.
CELIA: Es
conveniente recato;
mas si
conoce tu letra...
SOL: Blanca
con su propia mano
a mi
ruego lo escribió.
CELIA: ¡Que
Amor niño sepa tanto!
SOL: Fingíle
que anda mi padre
con
recelo y con cuidado
de que a un don Fernando miro
con
pensamientos livianos,
y por
esto me importaba
mudar
letra, por si acaso,
antes que en las de mí dueño,
diese el papel en sus
manos;
y que tenerlo quería
prevenido para cuando
me
quisiese la Fortuna
dar
ocasión de enviarlo,
contándole mil finezas
que a
creerme la obligaron
que
tengo abrasado el pecho
por el
fingido Fernando.
Y
aseguróla en sus celos
ser la
media noche el plazo
que
señalo en el papel;
que
viendo que para hablarnos
don
Juan y yo, por ser deudos.
tenemos
tan libre el paso,
creyó
ser otro el que adoro,
y
alegre ayudó a su engaño.
CELIA: ¡Sutil
imaginación!
Mas
¿con quién has de enviarlo;
SOL: Con
Agüero, que al entrar
me dijo
que en cierto caso
ha
menester mi favor,
y esto
he de pedirle en cambio.
Él
viene. Déjame hablarle
a
solas, y a Blanca en tanto
entra,
Celia, a entretener;
y mira
que con cuidado
le
apartes de los balcones,
porque
importa a lo que trazo
que no
sepa mi enemigo
que con
Blanca nos quedamos.
CELIA: Muchos
engaños requiere
la fábrica de un engaño.
Vase. Sale AGÜERO
AGÜERO: Sol
hermosa...
SOL:
Por mi vida,
que me
tiene con cuidado.
¿En qué
le puedo ayudar?
Que ya
lo estoy deseando.
AGÜERO: ¡Plega
a Dios, bella señora,
que ese
ofrecimiento hidalgo
os
pague Dios, que es qiuen paga
por
pobres y desdichados.
No sé
por dónde comience
a
referir mis trabajos;
que si
los callo padezco,
y temo
si no los callo.
Yo
sirvo; y diciendo sirvo,
digo
que soy desdichado,
digo
que vivo muriendo,
digo
que me lleve el diablo.
SOL: ¡Jesús!
que es desesperar.
AGÜERO: ¿Qué
hay que esperar en mi estado
¿Puede
dar todo el infierno
mayor
tormento que a un amo?
Digo al
fin que a Blanca sirvo.
þmola;
que la he crïado,
aunque
de amor y crïanza
me da,
señora, mal pago.
Está de
quiebra conmigo
--como
si no hubieran dado
mas
ocasión a su enojo
sus
ojos que mis agravios--
porque
de cierto penante,
de mil
que prenden sus lazos,
le
quise dar un papel.
Mirad
vos ¡qué gran pecado!
SOL: ¿Quién
es el galán?
AGÜERO: ¿Por quién
terciara yo en este caso,
sino
por quien es tan noble,
tan
discreto, tan hidalgo,
y
pariente vuestro al fin,
como lo
es don Juan?...
SOL: (¡Ah, falso!) Aparte
AGÜERO: Que
esto me debéis. De suerte
todas
vuestras cosas amo,
que
holgara, por Dios, de verlo
con mi
señora casado.
SOL: (Antes,
enemigo, veas Aparte
El término de tus años.)
Y al
fin, ¿admitió el papel?
AGÜERO: Sin
abrirlo ni aun mirarlo,
me
mandó que lo volviese
a don
Juan, echando rayos
por la
boca y por los ojos.
SOL: (Justa pena de un ingrato.) Aparte
AGÜERO: Después
acá, ni me mira
ni
habla, y estoy temblando
de que
en despedirme al fin
han de
parar los nublados.
Vos,
pues que sois tan su amiga,
y pues
la causa del daño
fue
cosa vuestra, tomad
en
estas paces la mano.
SOL: La más
dichosa ocasión
ha
querido el cielo daros,
que
vuestro mismo deseo
pudo pedir para el caso;
mas
habéis de prometerme
el
secreto.
AGÜERO:
Seré un mármol.
SOL:
Sabed... No sé sí lo diga.
AGÜERO: Señora,
por San Estacio,
que de
un pecho vizcaíno
no
podéis mejor fïarlo.
SOL: Debajo
de ese seguro,
Agüero, os he de hablar claro.
A don Juan adora Blanca.
AGÜERO: Qué
decís!
SOL:
Verdad os hablo.
Y esta
amistad que conmigo
veis
que de nuevo ha tratado,
es por
tener ocasión
para
verlo y para hablarlo.
Ella en
efecto le escribe
este
papel de su mano,
y me pidió
que con vos
se lo
envïase, callando
el ser
suyo; que no quiere
su
flaqueza declararos.
Yo os
la declaro, y fïara
de un
hombre que es tan hidalgo
secretos que un mundo importen.
AGÜERO: Como de
esos sé yo y callo.
SOL: Dádsele
pues; que yo fío
que en
premiaros no ande escaso.
AGÜERO: ¿Qué
más premio que serviros?
Dale el papel a AGÜERO
SOL: Yo
solamente os encargo
que no
le digáis que estuvo
este
papel en mis manos
ni que
visitando quedo
a
Blanca.
AGÜERO:
Perded cuidado.
SOL: Porque
como, por estar
ausente
mi padre, salgo
sin su
licencia de casa,
vivo
con este recato,
y todo
de vos lo fío.
AGÜERO: En más
pienso yo agradaros.
SOL: Adiós pues, y vuestras paces
quedan, Agüero, a mi
cargo;
que
haciendo esto vos por Blanca,
quedaréis reconciliado.
Vase doña SOL
AGÜERO: El
tentador enemigo
anda
poniéndome lazos
y
ordenando por mil modos
que me
muelan cada rato.
Apenas
escapé vivo
anoche
de entre las manos
de los
crïados de Arnesto
por el
otro papel, cuando
el
diablo me mete en otra,
para ir
luego el mismo diablo
a
revelárselo a Arnesto,
que
ponga fin a mis años.
Perdonad, Blanca; que yo
no
quiero arriesgarme tanto,
porque
no hallaré otra vida
y podré
hallar otros amos.
Y perdonad vos, papel;
que
tengo por más barato
--¡Malos años para vos!--
veros
roto, que a mis cascos.
Rompe el papel y vase.
Salen ARNESTO, SANCHO y JULIO, de noche,
con una lanterna
JULIO: Jamás a don Juan he hablado.
No me
puede conocer.
SANCHO: Y
lanternazo ha de haber
que lo
deje deslumbrado.
Ruega a los cielos que venga
él esta
noche a la calle,
y que Blanca salga a hablalle;
que
cuando efeto no tenga
el
llegarla tú a gozar
con el
engaño que hacemos,
el
pesar que les daremos
no se
puede despintar;
que es
gran parte de tu intento.
ARNESTO: Noche
oscura, mi esperanza
pongo
en ti,
SANCHO:
Todo se alcanza
con
industria y sufrimiento.
Salen don JUAN y JIMENO, de noche
JIMENO: "¿Siete
años de pastor Jacob servía,
y al
fin llegó, sirviendo, a merecerla."
Dijo tu
adorada bella?
JUAN: Sí, Jimeno.
JIMENO:
Mucho fía
Blanca de tu firme amor.
Cara se
quiere vender.
JUAN: Debe
también de saber,
como yo
su gran valor.
JIMENO: Y
tú, constante y fïel
entre
desdenes y daños,
¿servirás otros siete años
a tu
divina Raquel?
JUAN: Y
son pocos.
JIMENO: Vive Dios,
que
pienso que se os olvida
cuán
limitada es la vida
en este
tiempo, a los dos!
Antiguamente vivía
un
hombre quinientos años.
Si en
pretensiones y engaños
quince
o veinte consumía,
no
era mucho; mas agora,
que
sesenta es larga edad,
hace
muy grande necedad
quien
más de un mes enamora
Salen doña SOL y CELIA al balcón.
Están don JUAN y JIMENO, a un
lado; ARNESTO y SANCHO al otro
CELIA:
Advierte que es grande error
en una
honrada doncella.
SOL: Celía,
todo lo atropella
quien
con celos tiene amor.
Más
graves yerros hicieron
diosas,
reinas y matronas,
cuyas
heroicas personas
espejo
del mundo fueron.
¿Qué mucho que mis pasiones
precipiten mis intentos,
si me
cercan más tormentos
y menos
obligaciones?
Y no
es tan grande mi error,
pues
junta el remedio al daño,
porque en lograr este engaño
está el
conservar mi honor;
pues
que si a don Juan entrego
la
mayor prenda, le obligo
a que
se case conmigo,
aunque
esté por Blanca ciego.
Que
siendo yo su parienta,
en
descubriendo el engaño,
ha de
remediar el daño
pues
que le alcanza la afrenta.
CELIA:
Quiera Dios que de ese modo
venza
tu industria a tu suerte.
Mas,
¿no ha de desconocerte
en la
voz don Juan?
SOL: De todo
advertida, Celia, estoy;
que la
habla mudaré,
y de
Blanca le diré
que una mensajera soy.
CELIA:
Gente viene.
A JIMENO
JUAN:
En el balcón
de la
hermosa Blanca veo...
JIMENO:
Ilusiones del deseo.
JUAN: 0 soy
ciego, o no lo son.
JIMENO: Ve con tiento.
JUAN: Don Beltrán
no ha
de estar tan a deshora
al
balcón. ¿Sois vos, señora?
CELIA: Don
Juan es.
SOL:
¿Quién es?
JUAN: Don Juan,
Blanca hermosa.
SOL: Una crïada
de doña
Blanca soy yo,
que
aguardaros me mandó
con una
alegre embajada.
ARNESTO y SANCHO hablan aparte
ARNESTO: Hablando está.
SANCHO: Felizmente,
si es
don Juan, va la invención.
ARNESTO: Manos a
la ejecución.
SOL:
Aguardad; que viene gente.
JULIO, seguido de ARNESTO y SANCHO, se llegan con
la lanterna descubierta a don JUAN
JULIO: La
justicia es, caballeros.
JUAN: Don
Juan de Luna soy yo.
SANCHO: Presto
en el lazo cayó.
JULIO:
Huélgome, don Juan, de veros;
que
sólo a buscaros vengo.
JUAN: ¿Quién
sois, y qué me mandáis?
JULIO: Con un
alguacil habláis
de la
ciudad; y aunque os tengo,
por
ser quien sois, voluntad,
soy del
señor Asistente
un
mensajero obediente.
Perdonadme, y escuchad.
En
esta calle ha sabido
que a
una principal doncella
le
quitáis, con pretendella,
reputación y marido;
y os
encarga que enmendéis
esta
nota; y el cuidado,
bien a
mi pesar, me ha dado
de
prenderos si excedéis.
Hacedme merced a mí
--Que
en el alma sentiría
perderos la cortesía--
que no
os halle más aquí.
SANCHO:
(¡Oh, qué bien!)
Aparte
JUAN: Señor...
JULIO: Señor,
no hay
que replicar en esto.
JUAN: ¿Y si
acaso a fin honesto
se encaminase mi amor?
JULIO:
Puede ser; mas no soy yo
con
quien se ha de disputar.
Mi
oficio es ejecutar
lo que
el juez me mandó.
Yo
traigo orden de asistir
en esta
calle en espía
hasta
que el sol traiga el día,
y
cumplo con advertir
que
si a pisarla volvéis,
supuesto que os tengo ya
apercebido, será
fuerza
que me perdonéis.
Apártanse JULIO, ARNESTO y SANCHO
SOL:
(¡Triste de mí! que sospecho Aparte
Que con
esto mi invención
ha de
perder ocasión.
ARNESTO:
Famosamente lo has hecho.
JUAN: ¡Que
tal pase! Muero, rabio.
¡Que
contra don Juan de Luna
dé a un
mercader la Fortuna
fuerzas
para tanto agravio!
JIMENO: No
te aflijas de ese modo.
El
alguacil se fue ya.
Al
balcón vuelve.
JUAN: Será,
Jimeno,
perderlo todo;
que
si excede este alguacil,
he de
perderla y perderme,
pues
fuera el dejar prenderme
a sus
ojos, cosa vil.
JIMENO: Bien
adviertes. Lo mejor
es
dejarlos descuidar,
y
aunque te pese, aguardar
que se
pase este rigor.
JUAN:
Hallar un medio querría
con que
a la calle volvieses,
y el recado me supieses
que
doña Blanca me envía.
JIMENO: Ven;
que ya me se ha ofrecido
una
invención, con que puedo
pasar
la calle sin miedo
de
poder ser conocido.
JUAN: A lo menos, sí al balcón
no
puedes hablar, de espía
has de
servir.
JIMENO: Hasta el día
lo seré
con la invención.
Tú,
por lo que sucediera,
no
lejos me has de aguardar.
JUAN: Claro
está que ha de velar
quien
de amor y celos muere.
Vanse don JUAN y JIMENO
SANCHO: Con
esto no te podrá
en la
voz desconocer,
que es
lo que puedes temer.
ARNESTO: Llega
pues; que sola está
la
calle.
SOL:
Sin duda alguna
volverá
en viendo ocasión.
Mas
espera.
SANCHO:
¡Ah del balcón!
SOL: ¿Quién
es?
SANCHO:
A don Juan de Luna
por
estrecho amigo tengo,
y él de
mí sus casos fía.
Si sois
vos, señora mía,
doña
Blanca, a daros vengo
de
parte suya un recado.
CELIA: Di que
eres Blanca, señora,
pues de
conocer agora
todo el
peligro ha cesado,
supuesto que el mensajero
no te
conoce.
SOL:
Yo soy
doña
Blanca, y sola estoy.
Hablar
podéis, caballero.
SANCHO: Don
Juan de Luna, que agora
a la
vuelta de esta calle
me
encontró, y queda rompiendo
con
tristes quejas los aires,
por mí
os dice que--por señas
que en
un papel le mandastes
que a
medianoche viniese
a gozar
el favor grande
de que
por este balcón,
hermosa
Blanca, os hablase;
y agora
aquí un alguacil
le
notificó de parte
del
Asistente el destierro
de esos
ojos y esta calle--
me deis
la orden, señora,
que don
Juan queréis que guarde;
que él,
por no dar ocasíon
a
inconvenientes más graves,
recelando en esto más
los
vuestros que sus pesares,
hasta
saber vuestro gusto
quiere
excusar que le halle
la
justicia aquí otra vez,
recato
de cuerdo amante.
Doña SOL habla aparte con CELIA
SOL: Celia,
yo me determino.
Conocidas señas trae;
y si
pierdo esta ocasión,
puede
ser que otra no alcance.
CELIA: Y el
disponer lo que intentas
por
terceras manos, hace
el
engaño más seguro
y la
ejecución más fácil.
A SANCHO
SOL: Señas
me dais caballero,
tan
ciertas y tan bastantes,
que no
dudo que de vos
segura
puedo fïarme;
y así
le podéis decir
a don
Juan...
Sale JIMENO, disfrazado de ciego
JIMENO:
(Mirad ¡qué talle Aparte
de
doncella principal!
No hay
un punto de vacante.
Hablando están. ¡Vive Dios!
Ella es
liviana y mudable;
y sin
duda que por ella
se dijo
primo occupanti.
Retírase JIMENO
SANCHO:
Justamente os resolvéis,
señora. Voy a avisarle,
y vos
disponéis la casa,
y en el
balcón aguardadle,
porque
él, al punto que vea
sola y
segura la calle,
venga a
gozar la ocasión.
SOL: Pues id
presto, y Dios os guarde.
Apártase SANCHO
CELIA: Bien
engañado lo envías.
SOL: Agora
falta que apagues
la luz;
que la oscuridad
siempre fue de engaños madre.
CELIA: Blanca
duerme, descuidada
de que
le quitas su amante.
SOL: Quien
tiene enemigo y duerme,
no se
queje de sus males.
Vanse CELIA y doña SOL.
Salen ARNESTO, SANCHO,
JULIO, y JIMENO
ARNESTO: ¿Qué
hay, Sancho?
SANCHO: Señor, albricias.
A
Blanca tengo de darte
esta
noche, si te atreves.
ARNESTO: ¿Eso
dudas?
SANCHO:
Las formales
palabras que Blanca ha dicho
tengo
aquí de recitarte.
ARNESTO: Di.
SANCHO:
"Caballero, a don Juan
decid
que quiere mi padre
con
Arnesto, porque es rico,
contra
mi gusto casarme;
mas yo,
a don Juan obligada,
agradecida y amante,
más que
las Indias estimo
sus
nobles y buenas partes;
y
viendo que por concierto
es
imposible que alcance
efecto
nuestra esperanza
con mi
codicioso padre,
me
resuelvo a ser su esposa
esta
noche, y entregarle
para
firmeza mayor
las
prendas más importantes.
Y así le quedo aguardando;
que
venga al momento y trace
cómo de
este balcón pueda
pisar
los altos umbrales."
Éste es
el caso. Yo voy
por
escala. No se pase
la
ocasión; y tú, señor,
queda
guardando la calle.
Vase SANCHO
ARNESTO: Ve,
¿será la vez primera
que se
ve engañado un ángel,
y yo el
primero ladrón
que el
cielo por hurto alcance?
JIMENO: (Ya
que está desocupado Aparte
el
puesto, hablaré, si puedo.
Mas ya
hay gente. Estoyme quedo.)
ARNESTO: Uno es
solo, y se ha parado.
JIMENO:
(Aquí encaja la invención; Aparte
que a este galán no le ha hecho,
pues
repara, buen provecho
verme. Aquí va de oración.
Reza como ciego
"Pedro, pescador sagrado,
de
Jesús la luz os guía;
que el
hábito habéis tomado
en su
santa compañía,
y aún
vais oliendo a pescado."
ARNESTO:
¿Cómo andáis tan a deshoras,
hermano?
JIMENO:
¿Qué os maravilla?
¿Es
nuevo andar en Sevilla
rezando
un ciego a estas horas?
Para
mí siempre está oscuro
el
cielo y el sol; y así
el más
solo para mí
es el
tiempo más seguro,
pues
sin encuentro ni azar
de
persona, bestia o coche,
a mis
devotos de noche
puedo a
sus puertas rezar.
ARNESTO: Pues
idos con Dios agora.
JIMENO:
¡Feligreses granjeara,
si de
rezar les dejara
su
devoción a su hora!
ARNESTO: Pues
si me enojo con vos,
caro os
habrá de costar.
JIMENO: ¡Aquí
de Dios! ¿Por rezar
matan a
un siervo de Dios?
JULIO: Él
te ha de echar a perder.
JIMENO: No
puede hombre cristiano
este
siglo.
ARNESTO:
Basta, hermano.
JIMENO: Pues yo
lo tengo de ser,
aunque pese.
ARNESTO:
(El alboroto Aparte
De la calle temo.) Digo
que
recéis: rezad, amigo,
cumplid
con vuestro devoto.
(Éste no puede dañarme; Aparte
que es
ciego. Y que no lo sea,
este
mendigo me vea,
y no
quien pueda estorbarme.)
Rezando
JIMENO:
"Pedro, a mí me maravilla
ver que
limpio no salgáis;
mas
lleváis limpia y sencilla
alma a
Dios, y no buscáis
para el vestido escobilla."
Sale SANCHO, con una escala de cordeles
SANCHO:
Señor...
ARNESTO:
¿Es Sancho?
SANCHO: Ésta es
la
escala. A ponerla voy.
Mientras poniéndola estoy,
quédate, y llega después;
porque siendo de esta suerte
junto
el subir y el llegar,
ni
tengas tiempo de hablar,
ni
Blanca de conocerte.
Vase SANCHO
ARNESTO: Bien has dicho. Voy tras ti.
Cielos,
permitid que diga
yo que
mi suerte enemiga
hoy con
industria vencí.
Vanse ARNESTO y JULIO
JIMENO: ¿Qué
es esto? Sin duda alcanza
favor
Arnesto en su pena;
que
tanto no se serena
un rico
sin esperanza.
Reza
"¡Vos sois el fuerte vasallo
que a
Dios seguir imagina!
Mas no
queráis afrentallo.
Id, Pedro, para gallina;
que os
hace llorar un gallo."
Gente hay en el balcón. ¡Fuego,
Engañosa Blanca, en vos!
¿Vos
sois la devota? ¡Ah, Dios,
lo que
ve esta noche un ciego!
Reza
"Decid, ¿no os bastó negar
al
Señor más verdadero
sin
jurar y blasfemar?
Elías
fue carretero,
y no le
vimos jurar."
Mas, o me engaño, o sin alas
Arnesto
sube al balcón.
Ello es
sin duda. ¡Ah, ladrón,
que el
cielo atrevido escalas!
Al
fin has llegado a verte
en el
bien que has pretendido.
Salen SANCHO y JULIO y, después don
JUAN
SANCHO: Hoy en
efeto ha podido
mas la
industria que la suerte.
JULIO: Hoy
alcanzó de un desdén
un
engaño la victoria.
Reza
JIMENO: "Aquí
gracia y allá gloria,
por
siempre jamás amén."
Colóse. Voy a avisar
a mi
dueño desdichado,
pues
estando condenado,
no hay
ya por él que rezar.
Apártase y encuéntrese con don JUAN
que sale. Hablan
en secreto ambos
JULIO: La
crüel, la desdeñosa,
¡Qué
corrida y engañada
Se ha
de hallar!
SANCHO: Mas no burlada,
ni del
engaño quejosa,
pues cuando quedar podía
sin
ningún descuento el daño,
esposa
la hará el engaño
del
Midas de Andalucía.
JULIO: Mas
¿cómo dejó al balcón
pendiente la escala?
SANCHO: Fue,
por si
en peligro se ve,
atinada
prevención;
que
tan tarde es cosa clara
que
está la calle segura.
JULIO: Y la
noche es tan oscura
que, a
ser mayor, la ocultara.
JUAN:
¡Válgame Dios! ¡Tal escucho,
sin que
dolor tan extraño
arranque un alma tan triste
de un
pecho tan desdichado!
¡Cielo
santo! a los que nacen
a tanto mal destinados,
¿por
qué el parto no es verdugo?
¿Por
qué la cuna no es mármol?
JIMENO: ¿Para
cuándo es el valor
si te
falta en estos casos?
JUAN: Tener
sufrimiento aquí
fuera
negar lo que amo,
confesar que no merezco,
y no
entender el agravio.
JIMENO: Mira
que estás en la calle.
JUAN: Jimeno,
estás engañado;
que en
el infierno estoy, pues que me abraso,
y no
basto a pasar el mal que paso.
Hablan aparte SANCHO y JULIO
SANCHO: Don
Juan es éste: ¿qué haremos?
JULIO:
Acertado será echarlo
De la
calle.
SANCHO:
Está de celos
Furioso, y si lo intentamos,
resistirá, y el rüido
podrá
causar mayor daño.
despertando a don Beltrán
a que
sepa sus agravios.
Sale don BELTRÁN, mirando con recato por el
balcón
BELTRÁN: (¿Quién con descompuestas voces Aparte
la
calle está alborotando?)
JUAN: (¡Ah
fiera enemiga mía! Aparte
¡Qué es
del honor no tocado,
para
quien mis pensamientos
ni aun
los ojos levantaron?
¿Dónde
está la honestidad
que yo
veneraba tanto,
la
fingida compostura
y el
hipócrita recato?
Los
ídolos que adoré
por
tierra están derribados;
la
ciudad de mis tesoros
miro en
poder de un tirano.
no te
ha de gozar, liviana;
sí
puedo, no has de gozarlo.
Sepa el
mundo tus bajezas,
pues
supe yo mis agravios.)
Da voces
Don
Beltrán, mira tu honor,
mira
que te está robando
un
ladrón la mejor prenda.
BELTRÁN: (¿Qué
escucho?) Aparte
JIMENO:
Eso ¿es remediarlo?
Ves
aquí que don Beltrán
a
Arnesto coja acostado
con su
hija...
BELTRÁN:
(¡Vive Dios, Aparte
que han
de morir a mis manos!)
Quitase del balcón
JIMENO:
¿Servirá el cogerlos juntos
sino de
verlos casados,
para
más tormento tuyo?
JUAN: Ninguno
mayor aguardo;
que en
el infierno estoy, pues que me abraso,
y no
basto a pasar el mal que paso.
BELTRÁN: ¡Muera
el traidor! Dentro
SANCHO: Esto es hecho.
Don
Beltrán alborotado
Da
voces. ¡Ah triste Arnesto!
No
escaparás de sus manos.
JULIO:
Entremos a socorrerlo.
SANCHO: Rompe
las puertas.
JULIO: De mármol
son.
JIMENO: La
justicia es sin duda.
JULIO: Espera:
pues ha quedado
puesta
la escala al balcón,
subamos
por ella.
SANCHO: Vamos.
Vanse los dos
JIMENO: Ellos
suben al balcón.
JUAN: Subamos
también.
JIMENO: ¿Tu agravio
quieres
ver?
JUAN:
¿Pues quién podrá
no ver
el fin de este caso?
Vase don JUAN
JIMENO: Así el
padre a quien la muerte
le
quita su hijo amado,
por más
que le aflija el verlo,
quiere
que muera en sus brazos.
Vase JIMENO. Sale
ARNESTO, retirándose de
BELTRÁN, NUÑO y
criados, todos con espadas desnudas
y hachas encendidas; doña BLANCA, doña SOL y
CELIA
ARNESTO: Tened,
señor don Beltrán.
Escuchadme. Reportaos.
Blanca
es mi esposa. con esto
¿No
cesa cualquier agravio?
BELTRÁN: No
cesa; que si es tan cierto
que
daros Blanca la mano
es,
aunque os sobren tesoros,
para
vos un bien tan alto;
el dar
con esto ocasi¢n
a que
entiendan que forzado
la
recibís por esposa,
y no
porque os honra tanto,
es un
agravio que sólo
se
remedia con mataros.
ARNESTO: ¿Y el
honor de vuestra hija?
BELTRÁN: Sepan
que fui tan honrado,
que
quise vengar la afrenta
más que
remediar el dafío.
Salen SANCHO y JULIO, con espadas desnudas
SANCHO: Señor
don Beltrán, teneos.
NUÑO: Muera
Arnesto y mueran cuantos
le
acompañan.
JULIO: Somos muchos
y
estamos determinados.
ARNESTO: Lo que
importa es, pues perdistes
ya la
ocasi¢n de vengaros,
remediar a dolía Blanca
para
soldar el agravio.
BLANCA: ¿Qué es
remediar? ¿Vos pensáis
que os
ha de dar un engaño
lo que
vos no merecéis?
Oye,
padre, advierte, hermano,
que estoy de todo inocente;
y
Arnesto desesperado
de
poderme merecer,
ha
pretendido obligaros
de esta
suerte a que le deis
contra
mi gusto mi mano.
Averiguad la verdad
y
castigad los culpados;
que yo
no he de ser su esposa,
si
arriesgo el honor, si acabo
la
vida.
ARNESTO:
Basta, enemiga.
¡Que
aún dura en tu pecho ingrato
la
resistencia, crüel!
Dame la
mano callando.
No
quieras que aquí publique
tu
deshonor con mi engaño.
BLANCA: Hablad,
declaraos, Arnesto;
que
dais a entender callando
mucho más de lo que pueden
ofenderme vuestros labios.
Salen don JUAN y JIMENO, que se quedan retirados
escuchando
ARNESTO: Ya que
a descubrir me obligas
tus
pensamientos livianos,
y a no
guardarte el decoro,
¿Negarásme que pensando
que era
yo don Juan de Luna,
a quien
por éste has citado
Saca y muestra un papel
para
hablarte a medianoche
por el
balcón de tu cuarto,
me
diste audiencia y entrada,
con una
escala que trajo
Sancho,
testigo de todo?
BELTRÁN: Mostrad
el papel.
ARNESTO entrega el papel a don BELTRÁN, quien
lo lee para sí y luego dice a doña BLANCA
Negarlo
no
puedes; la letra es tuya.
JUAN:
(Quit¢me el bien un engaño.) Aparte
Habla do¤a SOL aparte con CELIA
SOL: Aquel,
Celia, es mi papel.
CELIA: Pues ¿cómo vino a las manos
de
Arnesto?
SOL:
La diligencia
Y el
dinero pueden tanto...
BLANCA:
(¡Cielos! Sin duda que Sol Aparte
es
autora destos daños,
y este
papel, que a su ruego
escribí
yo de mi mano.)
Enemiga
Sol, ¿qué tardas
en
deshacer tus encantos?
que tú
me hiciste escribir
el
papel que esto ha causado:
tú sola
pudiste dar
entrada
a Arnesto en mi cuarto.
JUAN: (Ya
cobro nueva esperanza.) Aparte
Adelantándose
Habla,
Sol, ¿qué estás dudando?
No pase
de aquí el remedio,
que
estriba en el desengaño.
NUÑO: Celia,
tú lo sabes: habla.
CELIA: Señora,
el callar es vano,
si se
ha de saber al fin.
SOL: (¿Han
de ser mis propios labios Aparte
pregoneros de mi ínfamia?)
CELIA: Yo lo diré.
SOL: (Yo entretanto Aparte
exhalaré el corazón
en
lágrimas desatado.
CELIA: Verdad
es que mi señora
fingió
ser Blanca, pensando
que era
don Juan, porque Arnesto
fingió
serlo; y así entrambos
vinieron a ser, creyendo
que
engañaban, engañados.
ARNESTO: Mira lo
que dices, Celia.
CELIA: Si
verdad, Arnesto, os hablo,
las
lágrimas lo confirmen
que Sol
estál derramando,
y las
cintas de oro y seda
que se
quitó del tocado
con que
la escala subíese.
JUAN: Y ella
lo está confesando,
pues que
no lo contradice.
Arnesto, dadle la mano.
Noble
madre a vuestros hijos
y fin
dichoso a estos casos.
lo que
de todos al fin
habéis
de haber obligado,
haced
obligando a todos.
A doña SOL
ARNESTO: Pues ya
he visto cuán en vano
la
suerte quise vencer
con
industria y con engaño,
yo soy
vuestro.
SOL:
Yo dichosa.
NUÑO: (Gusto
pierdo y honra gano.) Aparte
BLANCA: Gracias
a los cielos doy,
que mi
inocencia mostraron.
BELTRÁN:
Inocente estás; mas debes
considerar que ha notado
toda la
calle el rüido,
y es
forzoso remediarlo.
Don
Juan ha sido la causa
de
descubrirse este engaño,
y sus
celosos extremos
los
vecinos despertaron.
Es
Luna, en España ilustre,
y será
bien que sus rayos
ahuyenten estas tinieblas
que en
tu opinión ha causado.
Dale la
mano.
JUAN:
Yo soy
dichoso.
BLANCA:
Yo la que gano.
JULIO: La
industria ha puesto el poeta;
la
suerte está en vuestras manos.
FIN DE LA
COMEDIA