ACTO PRIMERO
Salen
don GARCÍA y don FÉLIX
FÉLIX:
¿Llegó la sobrina en fin?
GARCÍA: En fin
llegó la sobrina,
llegó
una mujer divina,
un
humano serafín.
FÉLIX: ¿Mas que hay nuevos sentimientos?
GARCÍA: Apenas,
Félix, la vi,
cuando
posesión le di
de
todos mis pensamientos.
FÉLIX: ¿Y
la tía? ¿Qué? ¿Hay mudanza?
GARCÍA: Su
justo castigo tiene.
Quien
el daño no previene,
acuse
su confïanza.
De
sí mismo esté quejoso,
cuando
vierta sangre herido,
quien
la espada inadvertido
puso en manos del furioso.
Si
ser amada procura
Clara,
si por mí se abrasa,
¿para
qué trajo a su casa
tan
soberana hermosura?
Si
en la noche tenebrosa
sola en el cielo Dïana
sus
cabellos tiende ufana,
parece
su luz hermosa;
mas
luego que resplandece
del sol
el claro arrebol,
entre
los rayos del sol
sepultada se obscurece.
Antes de ver a Leonor,
confieso que de su tía
daba
luz al alma mía
el
divino resplandor;
mas,
Félix, después de vella,
Clara
me ha de perdonar;
que era
locura dejar
tanto
sol por una estrella.
FÉLIX: ¿No
es hermosa doña Clara?
GARCÍA: ¿Nunca
la vistes?
FÉLIX: Jamás.
GARCÍA: A no
serlo Leonor más,
el cetro
sola gozará.
FÉLIX:
¡Infamaremos después
de mudables las mujeres!
GARCÍA: El mudar los pareceres
con causa, de sabios es.
La
mudanza es liviandad
cuando,
sin nuevo accidente,
le da
causa solamente
la
propia facilidad.
FÉLIX: Y al
fin, ¿en qué estado está
el
recién nacido amor?
GARCÍA: Aun no
le he dicho a Leonor
el
cuidado que me da;
aunque si bastó el hablalla
con las
lenguas de los ojos,
bien le
dije mis enojos
con el
modo de miralla.
Y si
no es que me engañó
la
fuerza de mi deseo,
según
me miró, yo creo
que mi
cuidado entendió
FÉLIX:
Tarde remediar podréis
ese
fuego que os abrasa,
puesto
que dentro de casa
el
enemigo tenéis;
que
habiendo de estar al lado
de doña
Clara, Leonor,
¿cuándo
podrá vuestro amor
dalle a
entender su cuidado?
Y ya
que para decir
vuestra
pena halléis lugar,
¿cómo
la habéis de obligar?
¿Cuándo
la habéis de servir?
¿No
os ha de entender su tía
la más
oculta cautela,
si
enamorada recela,
y si
recelosa espía?
GARCÍA: El
ánimo no me quita
la dificultad mayor;
que un
determinado amor
imposibles facilita.
¡Ojalá Leonor me quiera!
Que si
mi afición la obliga
la
misma nuestra enemiga
ha de
ser nuestra tercera;
que
si Clara con su amor
me da
licencia de vella,
será el
visitarla a ella
medio
de ver a Leonor.
Y es
forzoso que suceda,
o por
arte o por fortuna,
que de
mil veces, alguna
a solas
hablarla pueda.
Y vos me habéis de ayudar
en una traza que intento.
FÉLIX: Ley es
vuestro pensamiento
que me
obligo a ejecutar.
GARCÍA: A
Clara habéis de servir.
FÉLIX: ¿Para
qué fin?
GARCÍA: De mi amor
con tan
gran competidor
la
pretendo divertir;
que
repartida y atenta
a
diversas aficiones,
me dará
más ocasiones
de
hablar a quien me atormenta;
que
son ardides de Marte
divertir y enflaquecer
al
contrarío, con hacer
darle
guerra de otra parte.
FÉLIX:
Sutil imaginación;
mas
poco importante agora,
porque
si Clara os adora,
¿qué
sirve mi pretensión?
GARCÍA:
Félix, cuando no mudéis
su
pensamiento amoroso,
por lo menos, ¿no es forzoso
que a
resistir la obliguéis?
FÉLIX: Sí.
GARCÍA:
Pues mi intento consigo;
porque
puesta entre los dos,
mientras riñere con vos,
dejará
de hablar conmigo,
y yo
entre tanto podré
hablar
a mi prenda cara.
Demás
de que viendo Clara
que me
guardáis poca fe,
a
trueco de que no advierta
yo a lo
que los dos habláis,
mientras de amor la tratáis,
se
holgará que me divierta,
hablando a doña Leonor.
FÉLIX: Trocará
un daño a otro daño.
GARCÍA: Y para
dar a este engaño
mayor fuerza y más valor,
fingiréis...
Hablan en secreto.
Sale REDONDO y habla a don
GARCÍA
REDONDO:
Si la ocasión
nunca
vuelve que se pasa,
señor,
sola quede en casa
el
dueño de tu afición;
que
en este punto su tía
en su
coche sola fue.
GARCÍA: Félix,
después os veré.
FÉLIX: Yo os buscaré, don García.
Vanse. Salen doña LEONOR y MENCÍA
LEONOR: Dime
lo que te ha pasado
con el crïado, Mencía.
MENCÍA:
Memorias de don García
pienso
que te dan cuidado.
LEONOR: Si
he de decirte verdad,
este
cuidado que ves,
aún no
determino si es
amor o
curiosidad;
que
es cuidado sólo sé.
Di. ¿Qué te ha dicho, Mencía?
MENCÍA: De su
dueño y de tu tía
toda la
plática fue.
Contóme que su señor,
de tu
tía enamorado...
LEONOR:
Detente; que mi cuidado
ya
conozco que es amor.
MENCÍA: Pues
¿en qué?
LEONOR: Apenas de ti
escuché
que de mi tía
es
amante don García,
cuando
en el alma sentí
un
envidioso dolor
y una
celosa fatiga.
Y los celos son, amiga,
humo del fuego de amor.
MENCÍA: De
esa suerte, el desengaño
será
provechoso agora,
porque al principio, señora,
mejor
se remedia el daño.
LEONOR:
Prosigue pues.
MENCÍA: Todo para,
porque
abrevie tu dolor,
en que
se tienen amor
don García y doña Clara.
LEONOR: ¡Mal haya!...
MENCÍA: Señora mía,
¿es ésta tu
condición?
Tu
indomable corazón,
¿es el
mismo que solía?
LEONOR:
Déjame.
MENCÍA:
Todo se muda.
En un
punto te agradó,
y otro en muchos años no.
Más vale a quien Dios
ayuda.
Mas,
señora, don García.
Salen don GARCÍA y REDONDO
GARCÍA: La
crïada me entretén.
REDONDO: ¡Ojalá
estribe tu bien
en
deslumbrar a Mencía!
GARCÍA: Si
es cierto que el mal o el bien
al
rostro sale, señora,
excusado será agora,
cuando en vos mis ojos ven
tanta hermosura, pediros
que de
decirme os sirváis
¿Cómo
en la corte os halláis?
LEONOR: Buena
estoy para serviros.
Mas, señor...
Don
GARCÍA y doña LEONOR hablan aparte
REDONDO: Oye, Mencía.
¿Qué te
parece Madrid?
LEONOR:
Perdonadme, y advertid
que no
está en casa mi tía.
GARCÍA: Eso
os debiera advertir
la
ocasión con que ha venido
quien
ha buscado advertido
esta
ocasión de venir.
No
ha sido, señora, acaso;
que a
buscar viene mi amor
remedio
en vuestro favor
del
volcán en que me abraso.
LEONOR:
(¡Qué desdicha! Con mi tía Aparte
quiere
que tercie por él.)
Si doña
Clara es crüel,
yérralo
por vida mía.
Mas
para seros tercera,
ni soy
vieja ni soy sabia.
GARCÍA: La
mayor belleza agravia
quien
no os ama por primera.
¿Luego pudístes, Leonor,
pensar
de mi tal locura,
que
viendo vuestra hermosura,
solicitase otro amor?
No,
señora; no me dio
sangre
tan bárbaro pecho,
ni el
sol, tan lejos del techo,
en que
yo nací, pasó.
Vuestro es el favor que pido.
En vos
vive mi cuidado,
tan
dulcemente abrasado,
cuan
justamente rendido;
que
naturaleza os hizo...
LEONOR: Tened;
que os vais atreviendo.
Y si
tercera me ofendo,
primera
me escandalizo.
¿Por
ventura, don García.
es uso
en Madrid corriente
enamorar juntamente
a la
sobrina y la tía?
GARCÍA: Al
menos, si tan divina
sobrina
viene al lugar
como
vos, uso es dejar
la tía
por la sobrina.
LEONOR: Mal
uso.
GARCÍA:
No ha de llamarse
malo,
si es tal la ocasión.
LEONOR: ¿Cómo
puede ser razón
mudarse?
GARCÍA:
Por mejorarse.
LEONOR: Pues
la ley de la firmeza
¿a qué
obliga o cuándo alcanza,
si hace
justa la mudanza
el
mejorar la belleza?
Que
ser firme, no es querer
firme
el más hermoso amor;
que para
amar lo mejor,
¿qué
firmeza es menester?
Firme es quien hace desprecio
de otra
ocasión más dichosa.
GARCÍA:
Confieso, Leonor hermosa,
que ése
es firme, pero es necio.
LEONOR: ¿Luego en quien fuere discreto
no hay
que poner confïanza,
si
disculpa la mudanza
el
mejorar el sujeto?
GARCÍA:
Claro está.
LEONOR:
Pues siendo así,
y que
os tengo, don García,
por
cuerdo, y dejáis mi tía
por
mejoraros en mí,
perdóneme vuestro amor;
que a
resistir me prevengo,
hasta
que sepa si tengo
otra
sobrina mejor.
Vanse LEONOR y MENCÍA
GARCÍA:
¿Cómo puede otra belleza
a la
que adoro exceder
si en
la vuestra su poder
excedió
naturaleza?
Decid que es mi desventura
y no
temer mi mudanza;
que
siempre la confïanza
es
mayor que la hermosura.
REDONDO: ¿A
solas estás hablando?
Mal te
ha tratado Leonor,
porque
el picado, señor,
siempre
queda barajando.
GARCÍA: No
sé si perdí o gané;
sólo sé
que en su agudeza,
también
como en su belleza,
prisiones del alma hallé;
que
es por un mismo nivel
bella y
sabia.
REDONDO: ¡Linda cosa!
Porque
si es boba la hermosa,
Es de
teñido papel
una
bien formada flor,
que de
lejos vista agrada,
y cerca
no vale nada
porque
le falta el olor.
Vanse. Salen el
MARQUÉS, OTAVIO y un CRIADO
MARQUÉS: ¿Es posible? ¿Vos, Otavio,
en Madrid sin avisarme?
o sé
cómo podréis darme
satisfacción de este agravio.
OTAVIO:
Prometo a vueseñoría,
señor
Marqués, que he venido
tan
intratable, que ha sido
no
avisarle, cortesía.
MARQUÉS:
¿Tenéis algunos disgustos?
OTAVIO: Y
tales, que la pasión
me enloquece.
MARQUÉS: Agora son
mis sentimientos más justos.
Penas, Otavio, pasáis,
¡y no
las partís conmigo!
0 vos
no sois ya mi amigo,
o que
yo lo soy dudáis.
OTAVIO: ¿Qué me faltaba, a poder
aliviar
mis penas vos?
¿Hemos
de partir los dos
el
rigor de una mujer?
MARQUÉS:
Pensé que vuestro cuidado
causaban cosas de honor.
¿En Madrid os tiene amor
tan triste y desesperado?
¿Qué
bien se ve que venís
al uso
de Andalucía,
donde
viven todavía
las
finezas de Amadís!
Acá
se ha visto mejor;
más aprovecho se quiere;
no sólo
nadie no muere,
pero ni
enferma de amor.
Aquí las fuentes hermosas
vierten licor, que bebido,
es el agua del olvido
contra
fiebres amorosas;
y como hallan los dolientes
de amor tan gran mejoría
en ellas, va cada día
Madrid
haciendo más fuentes.
No,
Otavio, no quiera Dios
que siendo
un amigo vuestro
en esta
ciencia maestro,
estéis
ignorante vos.
Haz,
Leonardo, aderezar
aposento para Otavío.
OTAVIO:
Señor...
MARQUÉS:
El mayor agravio
que me hacéis es replicar.
OTAVIO:
Besaros quiero los pies.
MARQUÉS: No
penséis que me he olvidado,
por
años que hayan pasado
y
varios casos después,
de
que en Sevilla los dos
fuimos un alma y un ser.
Demás
de esto, quiero ver
si
puedo, Otavio, con vos
que
os divertáis, con traeros
a mi
lado entretenido;
que
alguna vez han podido
más que
amor los consejeros.
OTAVIO:
Según serviros deseo,
no lo
dudo. Mas ¿quién es
esta
señora, Marqués,
que
sale de Atocha?
MARQUÉS: Creo
que
es doña Clara de Luna.
Sí.
OTAVIO:
¡Buen talle y buena cara!
MARQUÉS: Pues puede hacer doña Clara
dichosa cualquier
fortuna;
que,
además de lo que veis
de
hermosura y gallardía,
es rica y paríénta mía.
OTAVIO: Con eso
la encarecéis.
MARQUÉS:
¿Estáis soltero?
OTAVIO: Señor,
libre
hasta agora viví,
si
puede decirlo así
quien
vive esclavo de amor.
MARQUÉS: Pues
advertid lo que os quiero.
Mirad
bien a mi parienta;
que si
la viuda os contenta,
yo seré
el casamentero.
Sale doña CLARA, en hábito de viuda,
con manto; acompáñala
FIGUEROA, y síguela don FÉLIX
FÉLIX:
¿Saber quién sois no merece
quien
sin saberlo, señora,
lo que
en vos conoce adora,
y por
lo que ve padece?
CLARA:
¡Tanto amor tan brevemente!
FÉLIX: Brevedad
o dilación,
señora,
accidentes son
según
es la causa agente.
Con
sus templados ardores
¿hace
el sol en un instante
lo que
Júpiter Tonante
con sus
rayos vengadores?
¿Acaba tan brevemente
su
largo curso la nave
llevada
de aura süave
como de
cierzo valiente?
Del
cielo precipitada,
¿llega
en término tan breve
al suelo una pluma breve
como
una piedra pesada?
Pues
si entre humanos sugetos
sois
vos milagro, mi bien,
¿por
qué no han de ser también
milagros vuestros efetos?
CLARA: ¿Que
en fin es cierto, señor,
tanto amor?
FÉLIX: No es más verdad
tener el sol claridad,
que ser inmenso mi amor.
CLARA:
Según eso, ¿por mí haréis,
caballero, lo que os pida?
FÉLIX: Aunque
me pidáis la vida.
CLARA: Pues yo
os pido que os quedéis.
Vase con FIGUEROA
FÉLIX:
Cogióme. ¿Qué puedo hacer?
Inhumana ley me ha puesto.
Seguiréla; que es en esto
Fineza
no obedecer.
Vase
MARQUÉS: ¿Qué
decís?
OTAVIO:
De cerca mata,
Marqués, si de lejos hiere.
Olvidaré, si pudiere,
con su
hermosura, a mi ingrata.
MARQUÉS:
Siendo así, yo quiero ser
de
estas bodas el tercero.
OTAVIO:
Visitémosla primero,
si os
parece, para ver
de las cosas el estado,
porque el fin no me
avergüence;
que el que acomete y no vence
queda
feo y desairado.
MARQUÉS: Bien
decís. Quiero serviros.
Conmigo
a su casa iréis;
que
cuando no os concertéis,
servirá
de dívertiros.
Vanse. Salen doña
LEONOR y MENCÍA
MENCÍA: Si
él mismo vino a rogarte,
cuando
es tu mal tan crüel
que tú
has de buscarlo a él
en
dejando él de buscarte,
¿para qué es la dilación?
¿De qué sirve resistir
a lo
antiguo, sino asir
del
copete la Ocasión?
LEONOR: Pues
dime tú. ¿Hay diferencia
de
rogar una mujer
con su
favor, a no hacer
al que
ruega resistencia?
La
que su favor no niega
al
primer atrevimiento,
muestra
su liviano intento
tan
bien como la que ruega.
Y
más cuando no ignorar
que ha
tanto que don García
trata
amores con mi tía,
más me
obliga a recatar.
Salen doña CLARA y FIGUEROA
CLARA: ¿Al
fin me perdió?
FIGUEROA: De suerte,
cuando
en San Felipe entraste,
en la
gente te ocultaste,
que fue
forzoso perderte.
Volvió a buscar el cochero;
mas
poco remedio halló;
que
también se le escapó.
CLARA: Líbreme
de un majadero.
Vase FIGUEROA
MENCÍA: Doña
Clara.
CLARA: Mi Leonor,
¿Cómo
te sientes? ¿Estás
descansada ya? ¿Querrás
ver hoy
la Calle Mayor?
LEONOR:
Cuando quieras; que el viaje
sólo me pudo cansar
lo que
tardaba en llegar
a tan
dichoso hospedaje.
Hoy
veré la maravilla
que
celebras por otava.
CLARA: Hoy en
tu memoria acaba
la Alameda de Sevilla.
LEONOR:
¡Calle Mayor; ¿Tan grande es
que
iguala a su nombre y fama?
CLARA: Diréte
por qué se llama
la Calle Mayor.
LEONOR: Di pues.
CLARA: Filipo es el rey mayor,
Madrid su corte, y en
ella
la
mayor y la más bella
calle, la Calle Mayor.
Luego ha sido justa ley
la Calle Mayor llamar
a la
mayor del lugar
que aposenta
al mayor Rey.
LEONOR: Bien
probaste tu intención.
Sale REDONDO
REDONDO: Ya que
a tal tiempo llegué,
con tu
licencia diré
también
mi interpretación.
CLARA:
Dila.
REDONDO:
La Calle Mayor
pienso
que se ha de llamar,
porque
en ella ha de callar
del más
pequeño al mayor;
porque hay arpías rapantes,
que
apenas un hombre ha hablado,
cuando
ya lo han condenado
a
tocas, cintas y guantes;
Y un
texto antiguo se halla
que
dijo por esta calle,
"Calle en que es bien que se calle;
que no
medra quien no calla."
CLARA: ¡Buen disparate!
REDONDO: Por tal
lo he
dicho yo. No lo ignoro,
ni
quiero pasar por oro
lo que
es humilde metal.
Mas
tu lenguaje condeno,
y es justo
que se retrate,
porque
si fue disparate,
¿cómo
lo llamaste bueno?
La
mayor dicha consigo
que
algún quejoso ha alcanzado,
pues
llego a ver celebrado
el
disparate que digo.
Desdichados y dichosos,
no los hace merecer,
pues hemos venido a ver
disparates venturosos.
Oye
el ejemplo que pinto.
Comedia
vi yo, llamada
de los sabios extremada
y
rendir la vida al quinto;
y vi
en otra, que a millares
los
disparates tenía,
reñir
al quinceno día
con
Jarava por lugares;
y
sus parciales, vencidos
de la
fuerza de razón,
decir,
"Disparates son;
pero
son entretenidos."
Representante afamado
has
visto por sólo errar
una
sílaba, quedar
a silbos mosqueteado;
y luego acudir verías
esta cuaresma pasada
contenta y alborotada
al
corral cuarenta días
Toda
la corte, y estar
muy quedos papando muecas,
viendo bailar dos muñecas
y oyendo un viejo
graznar,
y
esto tuvo tal hechizo
de
ventura, que dio fin
el
cuitado volatín,
que en
vano milagros hizo.
Y
así el más cuerdo no trate
por
merecer, de alcanzar,
pues
nombre le ha visto dar
de
bueno a mi disparate.
No
lo dije por sutil;
mas
porque gloria me dieses,
cuando
a la risa rompieses
las
prisiones de marfil;
que
ésta es la paga mayor
que
quiero, por avisarte
de que
viene a visitarte
don
García, mi señor.
CLARA: ¿De cuándo acá me envió
a
prevenir don García?
REDONDO: No
envió, señora mía;
mas
llegué delante yo,
porque esta nueva te diese;
que
pues que yo siempre voy
delante
de él, quise que hoy
de este
provecho me fuese.
Salen
don GARCÍA y don FÉLIX. Hablan
los dos
aparte
GARCÍA: Está el engaño mejor
en fingir que me
engañáis.
FÉLIX: Difícil
cargo me dais.
GARCÍA: ¿Y cuál es?
FÉLIX: Fingir amor.
(Mas ¿no es ésta por
quien muero? Aparte
¡Vive
Dios que me ha traído
a ser
amante fingido
de
quien lo soy verdadero!)
CLARA: (Este
necio ¿qué porfía? Aparte
¿Tan
poco me ha aprovechado
el
haberme hoy escapado
de sus
ojos?)
GARCÍA:
Clara mía...
FÉLIX: (Mía
dijo.) Aparte
GARCÍA: No extrañéis
que no
me recate aquí;
que la
mitad es de mí
el
caballero que veis.
Don
Félix, mi caro amigo
-- que
así con razón le llamo --
ha sido
desde que os amo,
de mis
secretos testigo;
y
una precisa ocasión,
que él
mismo os dirá, señora,
es
causa de hacer agora
lo que
siempre fue razón.
Escuchalde, y estimad
los
intentos que sabréis;
que
para que lo estiméis
es lo
menos mi amistad;
Porque en diciendo quién es,
no ha
menester su opinión
otra
recomendación.
FÉLIX: Nada me
queda, después
de
decir que vuestro soy,
con que
pueda honrarme más.
CLARA: Por las nuevas que me das,
Mil gracias, señor, te doy;
que es gran dicha una
amistad
de un
tan noble caballero.
(Con
esto obligarle quiero Aparte
a que
le guarde lealtad.)
GARCÍA: En
secreto pues le oíd,
mientras yo, Clara divina,
pregunto a vuestra sobrina
cómo se
halla en Madrid.
CLARA: No
me privéis de la gloria
de que
vos presente estéis.
GARCÍA: Del
mismo caso veréis
que así
conviene a la historia.
CLARA: Si
él es engaño, es dicreto.
A los
criados
Dejadnos solos.
REDONDO: Mencía,
Redondo
te desafía
para el
corredor.
MENCÍA: Aceto.
Vanse REDONDO y MENCÍA.
Quedan don
GARCÍA, hablando con LEONOR; y FÉLIX con
doña CLARA
GARCÍA:
Escuchad lo que ha sabido
Amor
trazar y fingir.
FÉLIX: Hasta
el fin me habéis de oír;
sólo
esta merced os pido.
La
casa de los Manriques,
tan
principal como antigua,
me dio
el nombre que me ilustra
y la
sangre que me anima.
Tres
mil ducados de renta
en
juros de buena finca,
si no
me dan altas pompas,
me dan
descansada vida.
Hoy don
García de Lara,
mi
amigo, me dio noticia
de las
soberanas partes
de
vuestra hermosa sobrina.
Pedíle,
pues que con vos
él tan justamente priva,
me
trajese a visitarla,
y de
tercero me sirva
para
que en dulce himeneo
gozándola yo, de envidia,
si a
las damas su hermosura,
a los galanes
mi dicha.
Con vos
me ha dejado solo
para
que esto solo os diga;
y él se
ha apartado a decir
lo
mismo a vuestra sobrina.
Mas
advertid, Clara hermosa,
a lo
que el amor obliga.
Todo
este intento es engaño,
y este
deseo mentira.
La
verdad es... ¡Ay, señora!
no os
enojéis que os diga
que vos
sois el blanco solo
adonde
mis ojos miran;
que
aunque os escondistes hoy,
vuestras partes peregrinas,
como sus rayos al sol,
os descubren y publican.
Y así he trazado por
veros
cómo el
mismo don García,
sin entender sus ofensas,
encaminase mis dichas.
CLARA: Callad.
FÉLIX: Señora...
CLARA: Callad.
¿Vois sois Manrique? Es mentira;
que no
cometen bajezas
los que
tienen sangre altiva.
¿A mí me tenéis amor,
y amistad a don García?
¡Qué
traidor!
FÉLIX:
¡Qué enamorado!
CLARA: ¡Qué
locura!
FÉLIX:
¡Qué desdicha!
CLARA: Mudad,
Félix, pensamiento
de tan
injusta conquista.
Pase
esta vez por locura
vuestra
intención atrevida.
Y para
disimularla...
Dale un papel
las
partes de mi sobrina
contiene ese memorial.
Pasad por ellas la vista;
porque yo, mientras leéis,
me sosiegue, y las mejillas
cobren la color que
tienen
con el
enojo perdida.
Y vos,
por ventura hagáis
cierta
la intención fingida;
que si
os agrada, os prometo
seros
tercera en albricias.
Lee don FÉLIX el papel
LEONOR: ¿Qué
decís?
GARCÍA: Esto es verdad.
sólo
para divertirla
de mi
amor, hago a don Félix
que la
enamore y le diga
que
para engañarme a mí
me
finge que solicita
ser tu
esposo, y me ha pedido
que de
intercesor le sirva.
Tanto
puede tu hermosura,
tanto
mi amor imagina,
por
poder hablarte a solas
sin que
sus celos lo impidan.
CLARA: (¡Bueno
es esto! ¡Con qué veras, Aparte
con qué
entrañas tan sencillas
está
por quien más le ofende,
terciando con mi sobrina!)
GARCÍA: ¡Qué
ingrata sois! ¿No merece
un favor tan firme amor?
LEONOR: Luego,
¿quien no da favor,
es
cierto que no agradece?
GARCÍA: ¿No
es claro?
LEONOR: No; que es indicio
de amar
el favorecer,
y se
puede agradecer
sin
amar, el beneficio.
Yo
agradezco vuestro amor.
Obligáisme, no lo niego;
mas al
agua pedís fuego,
si a mí
me pedís favor.
GARCÍA: ¿Ni
esperanza?
LEONOR: La esperanza
no os
la puedo yo quitar.
GARCÍA: No; mas
podéismela dar.
LEONOR: El que
no espera no alcanza.
No
os la doy; mas ¿qué perdéis
en
tenerla?
GARCÍA:
Mucho gano.
Mas ya, dueño soberano,
que ni
esperanza me deis,
sólo
una cosa, Leonor,
os pido
que por mí hagáis,
y
porque la prometáis,
advierto que no es favor.
LEONOR: Pues con esa condición,
hablad.
GARCÍA:
Temiendo, señora,
que no
siempre como agora
de
hablaros tendré ocasión;
y
más si da en sospechar
Clara
mi nuevo dolor
-- que éste es discreto temor,
pues no sabe amor callar --
quiero asentar, Leonor
bella,
una
seña entre los dos,
para
entenderme con vos,
hablando siempre con ella.
LEONOR: ¿Y
eso es no pedir favor?
GARCÍA: Esto es
pediros un medio,
ya que
no me dais remedio
para
alivíar mi dolor.
LEONOR: Pues decidme, don García,
¿qué más favor que escuchar?
GARCÍA: Favor, señora, es amar;
y escuchar es cortesía.
El
nombre de ingrata os doy,
si esta
merced me negáis.
LEONOR: Ahora,
porque no digáis
que en
todo tirana soy,
va de seña, don García.
GARCÍA: Cuando
hablare sin sombrero
es que
a ti decirte quiero
lo que
le digo a tu tía.
y
cubierto, hablo con ella.
Y
porque tú, sí gustares,
me
respondas; lo que hablares
cubriendo esa boca bella
con
guante, abanico o toca,
por
ella decirlo quieres;
y por
ti lo que dijeres
sin
poner nada en la boca.
LEONOR: Ya
te entiendo. Descubrirte
es
señal que hablas conmigo;
y
cuando lo que yo digo
por mí,
quisíere decirte,
descubrir la boca yo.
GARCÍA: Sola
esta regla llevamos.
Descubiertos nos hablamos
los dos, y cubiertos no.
CLARA: ¿Qué
os parece?
FÉLIX: Que enamora
la
relación.
CLARA:
Emplead
en ella
la voluntad.
FÉLIX: Lo dicho
dicho, señora.
CLARA: No
me toquéis más en eso.
Don
García...
GARCÍA:
Clara hermosa...
CLARA: Basta
ya; que estar celosa
de mi
sobrina os confieso.
GARCÍA: Bien
pudiera la hermosura
daros
celos de Leonor,
si ya
la vuestra y mi amor
no os
tuvieran tan segura.
Mi
tardanza no os espante;
que no
pude en tiempo breve
batir
con balas de nieve
un
castillo de diamante.
CLARA: Pues
con tan justa demanda,
Leonor
¿su gusto no mide?
GARCÍA: Resiste
aunque no despide,
y
escucha aunque no se ablanda;
mas
con el tiempo, y con ver
que es firme y es verdadero
quien la pretende, yo
espero
que
mudará parecer.
FÉLIX: Y
más si interviene en ello
quien
merece lo que vos.
GARCÍA: Yo
moriré, vive Dios,
Félix,
o saldré con ello.
CLARA: Esta
sí que es amistad.
LEONOR: (Bien
con su intento conviene.) Aparte
Sale FIGUEROA
FIGUEROA: El
Marqués tu primo viene
A
visitarte.
CLARA:
Crueldad
es
tener obligaciones,
que han
de interrumpir los gustos.
GARCÍA: (¡Qué
presto, celos injustos, Aparte
dais a
mí amor turbaciones!)
La
visita recebid;
que
yo...
CLARA: No os vais, don García.
GARCÍA: No
estorbar es cortesía
al
Marqués; mas advertid
a
estas palabras que os digo
Quítase el sombrero
descubierta la cabeza,
humilde a vuestra belleza.
LEONOR:
(Aquesto es hablar conmigo.)
Aparte
GARCÍA: Para
que la mano os dé,
falta
sólo que queráis;
si de
pagarme dejáis
por
poner duda en mi fe,
ya cesa con lo que os digo.
no os
pongan inconvenientes,
dueño
hermoso, los parientes,
si
habéis de vivir conmigo.
CLARA: El
ser yo vuestra, García,
¿cuándo
ha quedado por mí?
¿De qué
nace hablarme así?
Poniéndose el abanico en la boca
LEONOR: Yo sé
muy bien que mi tía
sólo
ser vuestra concierta.
GARCÍA:
¿Rebozada lo decís?
¿Mas
que no lo repetís
con la
cara descubierta?
LEONOR: (Ya
se abrasa el alma mía.) Aparte
Quítase el abanico de la
boca
Pues si
en eso se repara,
también
sin cubrir la cara
digo
que os paga mi tía.
GARCÍA: Eso
sí. (Ya en mi favor Aparte
se ha
declarado.)
FIGUEROA: El Marqués
entra.
GARCÍA:
Adiós.
Vase
CLARA:
Vedme después,
y os
satisfaré, señor.
FÉLIX:
Clara, adiós; y a mi cuidado
os
mostrad menos crüel.
Vase
CLARA: Vos os
mostrad más fïel,
y menos
enamorado.
Vase FIGUEROA.
Salen el MARQUÉS y OTAVIO
MARQUÉS:
Hermosa Clara...
CLARA: ¿Esos pies
honran
mi casa? ¿Qué es esto?
Toquen
a milagro presto;
que
vino a verme el Marqués.
MARQUÉS: Que
toquen podéis hacer
a
milagro cuando os veo;
que quien llega a veros, creo
que un
milagro llega a ver.
CLARA:
¿Lisonjas? Ved que me agravio.
MARQUÉS:
Verdades que merecéis
os
digo, y vos lo sabéis;
pero
conoced a Otavio,
mi huésped, a parienta mía,
que mi
estrecho amigo fue
desde
que niño pisé
los
campos de Andalucía.
OTAVIO: Un
esclavo vuestro soy.
CLARA: Yo veré
que me estimáis,
Otavio,
sí me mandáis.
MARQUÉS: Absorto
mirando estoy
este
serafín humano.
¿Quién
es mujer tan divina?
CLARA: Doña
Leonor, mí sobrina,
hija de
don Juan, mi hermano,
que murió en Sevilla, y soy
su albacea, y curadora
de su
hacienda.
MARQUÉS:
A vos, señora,
el
justo pésame doy
de
su muerte; mas al cielo
mil
gracias hago por ella,
pues por ella, Leonor bella,
os ve
el cortesano suelo.
Mi
deuda sois. Bien podéis
darme
segura los brazos.
Abrázale
LEONOR: Vuestra
soy.
MARQUÉS:
¡Qué dulces lazos!
OTAVIO: Si por
deudo merecéis
alcanzarlos, yo los pido
también
como vos, Marqués,
pues
ser de una patria es
por
parentesco tenido.
Vos
seáis muy bien venida.
LEONOR: Para serviros.
MARQUÉS:
(¡Qué honesta! Aparte
¡Qué
hermosa, grave y compuesta!
A Venus
miro vencida,
miro
a la naturaleza
ufana
de conocer
su no igualado
poder
en tan
desigual belleza.)
CLARA:
Divertido se ha el Marqués.
LEONOR: (Mucho
me mira.) Aparte
OTAVIO: Es exceso,
porque
ni es señor en eso,
ni suele ser descortés.
LEONOR:
(Algún pensamiento ha sido
Aparte
quien
le arrebata.)
CLARA: ¿Es enfado,
señor
Marqués, o cuidado,
el que
os tiene divertido?
Ved que corriéndome voy
de que
nos tratéis así.
MARQUÉS: ¿Que me
he divertido?
CLARA: Sí.
MARQUÉS: (Pues
enamorado estoy.) Aparte
Perdonadme; que un cuidado
me
asaltó con tal violencia,
que sin
hallar resistencia,
toda el
alma me ha ocupado.
Mas,
señora, yo os prometo,
si
declararos pudiera
la
causa, que os pareciera
pequeño
el mayor efeto.
CLARA: ¿Son
de amor tales enojos?
Doña CLARA habla aparte al
MARQUÉS
Que
miráis mucho a Leonor.
LEONOR: (Amor
me tiene, si Amor Aparte
hace
lenguas de los ojos.)
MARQUÉS: No
es el Amor quien causó
tales
efectos en mí;
negocios del honor sí.
LEONOR: (Mi
sospecha me engañó.) Aparte
Hablan aparte don OCTAVIO y el MARQUÉS
OTAVIO:
Decid, Marqués, vuestras penas,
y ved
si son de provecho
el
corazón de mi pecho
y la
sangre de mis venas.
¿Cuidado tenéis de honor
sin
decírmelo?
MARQUÉS:
¡Ay Otavio!
Con
arte disfraza el labio
los
sentimientos de amor.
Leonor es quien me da enojos;
y
temiendo que su tía
si
entiende la pena mía
me la
quite de los ojos,
y porque ignoro el estado
de las
cosas, lo negué.
OTAVIO: Esa
prevención más fue
de
cuerdo que enamorado.
MARQUÉS:
Despediréme, sin dar
indicios de mi afición,
hasta
mejor ocasión.
CLARA: ¿Quién
pudiera remediar,
Marqués, vuestro sentimiento?
MARQUÉS:
Imaginación tan fiera
los
pensamientos altera
y turba
el entendimiento;
que
he de partirme al instante,
librando para otro día
un
negocio que venía
a
trataros, importante.
CLARA:
Siempre vos tratáis de honrarme.
MARQUÉS: Vos
seáis, bella Leonor,
muy
bien venida.
LEONOR: Señor,
a
serviros.
MARQUÉS:
A mandarme,
pues
voy sin alma.
OTAVIO: ¿Sois vos
quien
del amor se reía?
MARQUÉS: ¡Ay
Otavio! No creía
hasta
agora que era dios.
Vanse
FIN DEL PRIMER ACTO