ACTO SEGUNDO
Salen el MARQUÉS y OTAVIO
MARQUÉS:
¿Cómo os va de sentimientos?
OTAVIO: El sol
vuestra compañía
por
quien la noche sombría
huye de
mis pensamientos.
MARQUÉS:
¿Haos venido a la memoria
esta
noche doña Clara?
OTAVIO: Es a la
luz de su cara
nube mi
pasada historia.
Y
así me siento en estado,
que me alegrará el favor
de
Clara; mas el rigor
no me
dará gran cuidado.
MARQUÉS: ¡Qué
dicha!
OTAVIO:
¿Envidiaisme?
MARQUÉS: Sí;
que
tanto llego a penar,
que a
todos puedo envidiar,
si
todos la causa a mí;
que
este mi nuevo cuidado
me
trata con tal rigor,
que en
una noche de amor
siglos
de infierno he pasado.
Encontrados pareceres
han
dado a mis pensamientos
esperanza en los tormentos,
y,
temor en los placeres.
¡Ay, más que el sol, ojos claros!
¡Si a lo que miro y adoro
igualase lo que ignoro!
OTAVIO: Lo que
puedo aseguraros
es
que la virtud jamas
vio su
igual Andalucía.
MARQUÉS: Pues
con eso será mía.
Yo,
Otavio no quiero más,
pues
me iguala en calidad.
OTAVIO: Pues
¿casareisos con ella?
MARQUÉS: Y
¡ojalá que Leonor bella
pague
así mi voluntad!
OTAVIO: ¿Es
pobre?
MARQUÉS: ¡Al cielo pluguiera
que lo fuese con exceso,
para
que mi amor con eso
más
esperanza tuviera!
En
mis estados poseo
de
renta, desempeñados,
más de
veinte mil ducados.
Pues
con esto, a mi deseo,
¿qué
cosa darle pudiera
el
cielo, que más me cuadre,
que a
mis hijos noble madre,
y a mí
dulce compañera?
OTAVIO: Pues
si casaros queréis,
pedilda;
que al punto creo
que
logréis vuestro deseo,
pues
venturosa la hacéis.
MARQUÉS: ¡Qué
poco sabéis de amor!
¿Vos
sois el que, enamorado,
decís
que habéis conquistado
tantos
años un favor?
Quien por el contrato empieza,
se
priva, Otavio, del bien
de
contrastar un desdén,
de
vencer una esquiveza.
Como
en la taza penada
crece
el gusto a la bebida,
es la
gloria más crecida
cuanto
fue más deseada.
El
jugador, cuando aspira
a ver
la carta, ¿no halla
más
gusto en brujulealla
que si
de priesa la mira?
El
cazador ¿no pudiera,
a costa
de precio breve,
alcanzar la garza leve,
coger
la liebre ligera;
Y
con el perro y halcón
se
fatiga por más gloria,
estimando la victoria
en más
que la posesión?
Pues
dejadme conquistar
por
amor la hermosa fíera,
que
casándome pudiera
tan
fácilmente alcanzar.
Dejad que, aunque esté en mi mano
el remediar mis enojos,
en las cartas de sus ojos
brujulee el bien que
gano.
Dejadme que solenice
el amor
que en ella nace,
los
favores que me hace,
los
requiebros que me dice;
que
la posesión, pensad
que no
es la gloria mayor;
que el
amor conquista amor,
la
voluntad, voluntad.
Demás de que no es razón
que,
aunque esté determinado,
muestre
en caso tan pesado
liviana
resolución.
Ni
debo tan satisfecho
pensar
que querrá Leonor.
¿Qué sé
yo sí ajeno amor
ocupa su hermoso pecho?
Y si
fío en mi grandeza,
como a
mí, ¿no puede ser
que a
otro de igual poder
haya
preso su belleza?
Y al
fin antes de intentar
empresas tan peligrosas,
tomar el pulso a las cosas
es no quererlas errar.
OTAVIO: No
os puedo negar que es ésa,
Marqués, cordura mayor;
mas yo
no pensé que amor
os daba
tan poca priesa.
MARQUÉS:
Otavio, no lo entendéis.
Esta
cordura es locura,
y
porque amor me apresura,
voy con
el tiento que veis;
que
cuanto más la jornada
quiere
el que parte abreviar,
tanto
más se ha de informar
del
camino en la posada;
que
es muy necio desatiento,
con
peligro de perderse
partir,
por no detenerse
a
preguntar un momento.
OTAVIO: ¿Qué
es esto? ¿Entramos a vella?
MARQUÉS: A Clara
he de visitar,
con
ocasión de tratar
vuestros intentos con ella,
hasta poder de los míos
dar
cuenta a doña Leonor.
OTAVIO: Padre
es de industrias Amor.
MARQUÉS: Y
también de desvaríos.
OTAVIO: En
el corredor está
sola
Leonor.
MARQUÉS:
¡Qué ventura!
OTAVIO: Yo me
voy. La coyuntura
gozad,
que Fortuna os da;
que
a solas vuestros amores
más
bien podrán alcanzar,
porque suelen estorbar
los testigos los favores.
MARQUÉS: Sois discreto. (Ayuda, Amor,
Aparte
los intentos que me has dado.)
Vase don OTAVIO.
Sale doña LEONOR, hablando con algún
criado que está dentro
LEONOR: ¿Sin
avisar ha llegado
el
Marqués al corredor?
MARQUÉS: Yo
tuve, señora mía,
la
culpa.
LEONOR:
Pues perdonad,
señor,
y licencia dad
para
que avise a mi tía.
MARQUÉS: Dame
tú, Leonor, licencia
para
poderte negar
la
licencia de privar
mis
ojos de tu presencia;
y más
cuando en la paciencia
no cabe
tanta pasión,
porque
viendo la ocasión
de
decirte mi tormento,
revienta ya el sentimiento
la
presa del corazón.
No quiero decirte aquí
mi
mucho amor, ángel bello,
pues
basta para sabello
sólo
saber que te vi;
no
decirte que ya en ti
fundo todos mis intentos,
mis glorias y mis tormentos,
pues sabes tú estas verdades;
que no ignoran las
deidades
los
humanos pensamientos.
No
quiero, señora mía,
pedir
que paga me des;
que es
bajeza el interés,
la
esperanza grosería;
sólo
merecer querría
licencia para quererte;
porque
estimo de tal suerte
tus
altas prendas, Leonor,
que se
contenta mi amor
no más
de con no ofenderte.
LEONOR:
Señor Marqués, sólo puedo,
a lo
que oyéndoos estoy,
responderos que yo soy
doña Leonor de Toledo;
porque ya que no os
concedo
la licencia para amar,
deciros
quién soy, es dar
a
vuestro amor a entender,
a qué
se puede extender
la que
vos podéis tomar.
MARQUÉS: Ese
oráculo explicad;
que sus
misterios ignoro.
¿He
excedido yo el decoro
que
debo a vuestra deidad?
¿Por qué alegáis calidad
a quien amor os alega,
cuando no sólo no os
niega
mi fe
culto verdadero,
mas
tanto más os venero
cuanto
más amor me ciega?
LEONOR:
Quien ostenta calidad
a quien
le trata de amor,
al amor
opone honor,
y al
deseo honestidad.
Con esto licencia dad
para
avisar a mi tía.
MARQUÉS:
Esperad, señora mía.
¿Cómo
es posible que siendo
vos el
fuego en que me enciendo,
quien
me abrasa esté tan fría?
Sale doña CLARA
CLARA: ¿Qué
es esto?
LEONOR:
(¡Ay triste!) Aparte
CLARA: Leonor,
recógete a tu aposento.
Vase LEONOR
MARQUÉS:
Parienta...
CLARA:
En el alma siento
que me
lo llaméis, señor;
porque
estuviera mejor
este
agravio disculpado,
si
hubíérades ignorado
mi
calidad; pero ya
¿qué
disculpa me dará
quien saberla ha confesado?
Si
parienta me llamáis,
¿cómo
el obrar no lo muestra?
Cómo,
si soy sangre vuestra,
mi
deshonor procuráis?
¿Mi
sobrina requebráis,
cuyo honor está a mi cuenta,
a
excusas mías? Mi afrenta
bien
claro de esto se arguye;
que de
testigos no huye
quien
justos hechos intenta.
MARQUÉS: Ello
está muy bien reñido;
mas fuera bien haber dado,
como un
oído al pecado,
a la
disculpa otro oído.
¿Qué
tanto delito ha sido,
hallando sola a Leonor,
solicitarla de amor,
si estando
a solas, sospecho
que
fuera el no haberlo hecho
cortedad y disfavor?
CLARA: En
vano aplicar queréis
a la
ocasión el suceso,
cuando
contra vos en eso
tantos
indicios tenéis;
si no
es que ya os olvidéis
de que
ayer, testigo yo,
Leonor
os arrebató
el alma
toda en despojos;
que
confesaron los ojos
lo que
la lengua negó.
Y así, Marqués, perdonad.
Y pues
a mi casa a honrarme
no
venis, el visitarme
de aquí
adelante excusad.
Y si
vuestra voluntad
violentare el ciego dios,
sólo os
quiero, entre los dos,
por
despedida avisar
que
Leonor se ha de casar,
y es
tan buena como vos.
Vase
MARQUÉS:
"¡Que Leonor se ha de casar,
y es
tan buena como vos!"
Por una senda las dos
corren
a un mismo lugar;
que el
ídolo en cuyo altar
ardiente víctima quedo,
dijo
también, "Sólo puedo
a lo
que oyendo os estoy,
responderos que yo soy
doña Leonor de Toledo."
Ambas con un mismo
intento
claro
me dan a entender
que
sólo puedo tener
remedio
en el casamiento.
No cupo
en mi pensamiento,
Leonor, otro fin jamás;
que si
porque pobre estás,
y yo
rico, no lo esperas,
¡ojalá
más pobre fueras
para
que yo hiciera más!
Sale OTAVIO
OTAVIO:
¿Salió en favor la sentencia,
Marqués?
MARQUÉS:
¡Ay, amigo Otavio!
Gusto
saco del agravio,
favor
de la resistencia.
OTAVIO: Enigmas son.
MARQUÉS: Con prudencia,
modestia y severidad,
oyendo mi voluntad,
sólo la
hermosa Leonor,
negándome otro favor,
me
acordó su calidad.
Pues
esto, Otavio, si creo
a la
esperanza, ¿no es
decir
que aunque soy marqués,
es su
mano igual empleo?
Y esto
¿no es lo que deseo?
OTAVIO: Pues
¿qué falta?
MARQUÉS:
Solamente
con
recato diligente
examinar su opinión;
que es bajeza y no afición
pasar
este inconveniente.
Argos seré de su vida,
sombra
de su cuerpo hermoso.
En caso
tan peligroso
recuerde el alma dormida.
0 se muestre o se despida
de su
calle el sol dorado,
la
rondará mi cuidado;
porque
el noble, si es prudente,
es
celoso pretendiente
y
cuidadoso casado.
Vanse. Salen don GARCIA y don FÉLIX
GARCÍA: Con
esta resolución
va el
papel.
FÉLIX:
Bien habéis hecho;
que no
puede hacer provecho
en esto
la dilación,
pues
en llegando a entender
vuestro engaño doña Clara,
ver más
a Leonor la cara
imposible os ha de ser.
GARCÍA: Por
eso quiero abreviar,
Félix;
que tener intento
acabado
el casamiento
cuando
empiece a sospechar.
FÉLIX: (El
medio de dos extremos Aparte
en eso
sólo consiste.)
Sale REDONDO, con un papel
GARCÍA: Pues,
Redondo, ¿vienes triste?
¿Qué
tenemos?
REDONDO:
No tenemos.
GARCÍA: ¿Es
respuesta?
REDONDO: Bien pudiera
responder lo que un crïado
a quien
su dueño a un recado
mandó
que a caballo fuera,
y el
señor, tras esperallo
lo
bastante, preguntó,
"¿Vienes? ¡hola!" Y respondió,
"No hallo el freno del caballo."
Mas agora es bien que huya
la pieza del gracejar,
porque
no se ha de mezclar
con el
réquien la aleluya.
GARCÍA: Di
pues.
REDONDO:
Yo estaba en espía
para
dar éste a Leonor...
-- ¡Mal haya quien tiene amor
a mujer
que tiene tía! --
¿Nunca has visto cuando yerra
la vaca
por monte y prado,
no
apartársela del lado
un
momento la becerra?
Pues
mucho menos desvía
de sí
Clara a tu Leonor.
¡Dichoso Adán, que su amor
gozó
sin suegra ni tía!
GARCÍA:
Cuenta lo que ha sucedido.
No me
atormentes.
REDONDO: Señor,
cogióme
en el corredor
tras un pilar escondido;
preguntóme lo que hacía,
recelosa, a lo que vi;
pero yo
le respondí
que era
amante de Mencía.
GARCÍA: ¿Y
aseguróse?
REDONDO: ¿Quién sabe
la
verdad del pensamiento?
Sólo
mandó que al momento
para un
negocio muy grave
la
veas.
GARCÍA:
Ya de su amor
temo
que es sólo su intento
dar
priesa a su casamiento.
FÉLIX: Yo
tengo el mismo temor.
GARCÍA: ¿Qué
excusa podrá valerme?
FÉLIX: Entrad
riñendo con ella
por
celos.
GARCÍA:
Si a mi querella
responde con ofrecerme
mano de esposa al momento,
¿cómo
he de huir la ocasión?
FÉLIX: No
aguardéis satisfacción.
GARCÍA: Será
dañoso a mi intento
enojarme, cuando quiero,
con
capa de verla a ella,
ver la
sevillana bella.
FÉLIX: Mejor
traza.
GARCÍA:
Ya la espero.
FÉLIX:
Fíngid que una liviandad
de ella
os han dicho, y queréis,
antes
que la mano deis,
averiguar
la verdad.
GARCÍA: Pues
¿de quién podrá fingir
celos que lleven color?
FÉLIX: ¿Qué ocasión queréis mejor
para poderlos pedir,
que
el marqués Arnesto, a quien
vimos, y
aun dimos lugar
para
entrarla a visitar
ayer los dos?
GARCÍA: Decís bien.
FÉLIX: ¿He
de acompañaros?
GARCÍA: Vella
a solas después podéis,
porque mejor confirméis,
hablando a solas con
ella,
don
Félix, mis fingimientos,
deponiendo por testigo.
FÉLIX: Bien
decís.
GARCÍA:
Adiós, amigo.
FÉLIX: (Ayuda, Amor, sus intentos.) Aparte
Vase
REDONDO: ¿Qué
de hacer de este papel?
GARCÍA: Entra
conmigo, y procura
para
darlo coyuntura;
que
está mi remedio en él.
REDONDO: Tú
verás la industria mía.
GARCÍA: Ya ves
que importa al efeto
el
recato y el secreto.
REDONDO: De mí,
señor, te confía;
que
no hay del Ganges al Istro
sirviente de mí cuidado.
Más
secreto y recatado
seré que un recién ministro.
GARCÍA:
¡Extraño capricho!
REDONDO: ¿Extraño?
¿Pues hay parca inexorable
más cruel, más intratable,
que un ministro el primer
año?
GARCÍA: Con
silencio hemos de entrar.
Por
dicha hallará mi amor
en
parte a doña Leonor
que a
solas la pueda hablar.
Vanse don GARCÍA y REDONDO por una puerta y salen por
otra.
Sale doña CLARA, y
salen los dos, sin verlos ella
REDONDO:
Clara está en la sala.
GARCÍA: ¿Harálo
mi
suerte un tiempo mejor?
REDONDO: Siempre
se topa, señor,
primero
en el dedo malo.
GARCÍA: Pues escucha un pensamiento;
que a
Leonor puedes con él
entrarle a dar el papel
hasta
el último aposento.
REDONDO: Di
pues.
Hablan
los dos bajo
CLARA: Si eres dios, Amor,
piadoso a mi bien te
inclina.
Permite
la medicina,
pues
que causaste el dolor.
Haz
que fin dichoso dé
don
García a mi esperanza.
No me
quite su mudanza
lo que me ha dado mi fe.
Habla REDONDO aparte a don GARCÍA
REDONDO:
¡Extremado pensamiento!
Manos a
la ejecución;
Que hoy
seré Griego Sinón.
Fíngese enojado don GARCÍA, y saca la
daga contra REDONDO
GARCÍA: ¿Hay
mayor atrevimiento?
¡Pícaro desvergonzado!
REDONDO: ¡Ay de
mí!
Éntrase huyendo
CLARA:
Señor, tened.
GARCÍA:
Atrevido, agradeced
que os
entrastes en sagrado.
CLARA: ¡Bien de mí pensamiento!...
GARCÍA: Cierra,
engañosa, los traidores labios;
que
como el fuego crece con el viento,
aumentan tus caricias mis agravios.
¿Qué
falso cocodrilo,
qué
sirena fingida
halaga
así para quitar la vida?
CLARA: ¿Qué es
esto?
GARCÍA: ¿Qué
preguntas?
En vano
te dispones
a
negar, enemiga, tus traiciones.
ya sé
que te he perdido,
por más
que cautamente
hayas
favorecido
al
Marqués, que tú llamas tu pariente.
Y no me has engañado;
que más es que pariente
el que es amado.
CLARA:
Escucha. ¿Por qué así te
precipitas,
y tus sospechas vanas y ligeras
tan fácil acreditas?
¿Por
qué no consideras
que en
este mismo techo
otra
ocasión se esconde suficiente
a
sujetar el corazón valiente
del más
armado pecho?
Si el
amarme te ha hecho
pensar
que sola yo de amor tirano
puedo
mover la poderosa mano,
acuérdate que ha puesto
el
cielo soberano
en el
mirar honesto
de
Leonor, mi sobrina,
más que
humano poder, virtud divina
por
ella vive preso
en
afición ardiente
el
Marqués mi pariente.
GARCÍA: ¿Qué
dices? ¿Cómo es eso?
CLARA: Digo
que pierde por Leonor el seso,
y que
la vez primera
que la
vio, de repente arrebatado
en su
beldad, quedó tan transformado,
que
aunque negar quisiera
sus ardientes enojos,
los dijo el alma a voces por los
ojos.
GARCÍA: (¿Qué
es lo que escucho, cielos?) Aparte
CLARA:
¿Parécete invención?
GARCÍA: (Rabio de
celos.) Aparte
CLARA: Aun hoy, para que creas
que te digo verdad, los he cogido
hablando a solas.
GARCÍA: Calla.
CLARA: Porque veas
que en
nada te he mentido,
ella misma lo diga.
¡Leonor!
GARCÍA:
(¡Ay desdichado!) Aparte
Sale doña LEONOR
LEONOR:
¿Llamas?
CLARA:
¿Qué te ha pasado
con el
Marqués? Acaba, dílo presto;
que duda don García
por ti
y por él de la firmeza mía.
LEONOR: (¿Yo
misma contra mí seré testigo?) Aparte
CLARA: ¿Qué
dudas?
LEONOR:
Ya lo digo.
Hoy el
Marqués a visitarte entraba;
y
encontrando conmigo,
Que
sola acaso el corredor pasaba,
entre
tiernas razones
comenzó
a encarecerme sus pasiones.
CLARA: ¿Estás
ya satisfecho?
GARCÍA: Estoy
de celos abrasado el pecho;
Quítase el sombrero, hablando con doña CLARA
que
cuanto más pretendes
satisfacerme, tanto más me ofendes.
¿Qué
sacas de engañarme?
LEONOR: (A mí
endereza agora sus saetas.) Aparte
GARCÍA: ¿Por
qué, crüel, para tan gran caída
quisiste levantarme?
Quitárasme la vida
antes,
ingrata, que un favor me dieras.
Primero
que me oyeras,
de
fiero tigre hircano
muerte me diera la sangrienta
mano.
Quédate, falsa...
CLARA: Espera.
GARCÍA: ¿Qué
tiene que esperar quien desespera?
¿Qué ha
de hacer a tus ojos
quien
ya les causa enojos?
No viva
en tu presencia
quien
murió en tu memoria.
goce el
Marqués en paz de tanta gloria.
CLARA: Vuelve.
LEONOR:
Espera.
CLARA:
Ya falta la paciencia.
Escucha. 0 no te entiendo o no me
entiendes.
¿De la
satisfacción misma te ofendes?
Tíénelo LEONOR
LEONOR: ¿Qué
culpa, don García,
del
amor del Marqués tiene mi tía?
GARCÍA: Suelta.
¿Tú me detienes, engañosa?
¡Qué
presto has aprendido
el
trato de Madrid, falso y fingido!
¿Quién
creyera que dama tan hermosa
y de
tan pocos años,
iguale
a sus minutos sus engaños?
LEONOR: (Él nos
destruye agora.) Aparte
GARCÍA: ¡Plega
a Dios, que de flecha vengadora,
con
furia disparada
de la
valiente mano
del
ciego Amor tirano,
la
nieve de tu pecho atravesada,
encuentres quien contigo
finja, como has fingido tú
conmigo!
Vase. Sale
REDONDO, que vuelve
REDONDO: A
todos, vive Dios, ha emparejado,
con
todos ha reñido.
CLARA: Tú la
ocasión has sido
de este incendio, enemiga;
que el
haber tú dudado
en
decir la verdad, la causa ha dado
a que
él sospeche que invención ha sido,
y en mí
tu necia dilación castiga.
LEONOR: ¡Eso sí!,
imita al toro embravecido;
el que
la vara te tiró, se escapa.
Véngate
agora en mí, que soy la capa.
¿No
basta que me obligues
a que
excediendo el orden de mi estado,
por dar
satisfacción a don García,
haya
arriesgado yo la opinión mía;
sino
que, ingrata, agora me castigues
porque
tardé en decir lo que pluguiera
al
santo cielo que callado hubiera?
CLARA: ¿Pues
qué opinión te quita
que el
Marqués te pretenda?
LEONOR: ¿No me
arriesgo a que entienda
quien
sepa que el Marqués me solicita,
que
liviandades mías
han
dado la ocasión a sus porfías?
CLARA: ¡Qué
livianos temores te acobardan!
Bien se
ve que mis penas,
Leonor,
son para ti del todo ajenas.
No te
vayas; que quiero a don García
escribir un papel.
REDONDO: Por Dios, señora,
que
dudo que en mi pecho haya osadía
para
dárselo agora,
cuando
ves que contigo
se
parte, de celoso, tan airado,
que arrojan sus enojos
mil volcanes de llamas por los
ojos;
y viste agora que también
conmigo
ciego y
arrebatado,
me
libró de su furia tu sagrado.
CLARA: Bien
dices.
REDONDO:
¿Qué procuras?
Satisfacerle?
CLARA:
Sí.
REDONDO: Dame licencia,
si de
mi fe por dicha te aseguras,
para
darte un consejo.
CLARA: En la dolencia
sólo
aspira el enfermo a verse sano,
y ama
el remedio de cualquiera mano.
REDONDO: Pues no
le escribas tú; que temo agora
que la
llama voraz de sus enojos
haga
ceniza tu papel, señora,
antes
que en él llegue a poner los ojos,
no le
den tus solícitos amores
materia
a más venganzas y rigores.
Deja
que el tiempo su furor quebrante.
Toma
ejemplo en la fragua;
que
cuando el fuego en ella está pujante,
Le
aumenta fuerza el agua.
Escríbale primero tu sobrina,
y sus
satisfacciones poco a poco
procuren aplacar el furor loco;
que en buena medicina,
cuando
un humor nocivo predomina,
para
purgarlo, sabes
que lo
disponen antes con jarabes.
CLARA: Redondo
dice bien. Sobrina mía,
escribe
a don García.
Dale
satisfacción, haz estas paces.
LEONOR: De mil
maneras haces
que
salga de la esfera de mi estado;
mas al
fin me conduce a obedecerte
la
lástima que tengo a tu cuidado.
Voy a
escribir.
REDONDO:
(¡Qué bien que lo he trazado!)
Aparte
CLARA: Haz
cuenta que me libras de la muerte,
Leonor,
según me veo.
LEONOR: Tú me
ruegas lo mismo que deseo.
Vase
CLARA:
Redondo, yo confieso que me has hecho
gran
bien; que tal consejo en tal estrecho,
sólo de
tu agudeza nacer pudo.
REDONDO: Yo me
llamo Redondo, y soy agudo.
Vanse REDONDO y doña CLARA. Salen el
MARQUÉS y RICARDO
RICARDO: A la
puerta se apartó
don
Félix, y don García,
a fuer
de medrosa espía,
con
lentos pasos entró,
a
todas partes mirando,
con un
crïado, de quien
fía su
mal y su bien,
en
puridad platicando.
Subió al fin; pero muy presto
de la
visita salió,
y a lo
que me pareció,
de
enojado, descompuesto.
Quedóse dentro el crïado,
y vino
a salir después
más de
hora y medía. Esto es
lo que
he visto y ha pasado
mientras estuve en espía.
MARQUÉS: ¿Ayer
don García, y hoy
don
García? Loco estoy.
¿Cada
día don García?
¡Malo! Entrar con pasos lentos,
salir
presto y enojado,
quedarse dentro el crïado...
de
muerte sois, pensamientos.
RICARDO:
Advierte que don García,
supuesto que amante sea,
aún no
sabes si desea
a la
sobrina o la tía.
¿Por
qué das rienda al dolor,
y tan
presto desconfías?
MARQUÉS:
Ricardo, en venturas mías
siempre
es cierto lo peor.
RICARDO: El
prudente prevenido
espera
el peor suceso;
pero,
señor, no por eso
lo ha
de dar por sucedido.
Prevén al mal la paciencia,
sin
desesperar, señor;
que es
el morir de temor
más flaqueza que prudencia.
Haz
primero información
de la
verdad de su intento;
no
pierdas el sentimiento,
ignorando la ocasión.
MARQUÉS: ¡Qué
bien dices! En efeto,
Ricardo, para un señor
el
consejero mejor
es un
crïado discreto.
RICARDO: Por
eso te considero
de
tantos buenos servido;
mas
detente; que ha venido
a buen
tiempo el escudero
de
Clara. Por sí te engañas,
comienza tu información
por él.
MARQUÉS:
¿Dirálo?
RICARDO:
Si son
las que
deben ser sus mañas,
nada
te podrá callar;
Y más
si en el corazón
le
pusieres un doblón
al
tiempo de preguntar.
MARQUÉS:
Llámalo pues.
RICARDO:
¡Camarada!
Sale FIGUEROA
RICARDO: Bien
dicen que la ventura
huye de
quien la procura,
y busca
sin ser buscada.
FIGUEROA: ¿Por
qué lo decís?
RICARDO: Desea
el
Marqués saber de vos
cierta
cosa, entre los dos,
y no dudéis de que sea
si
gusto le sabéis dar,
mucho
el bien que os ha de hacer.
FIGUEROA: El más
largo prometer
no
iguala al más corto dar.
Mas
puesto que es el Marqués
tan
gran señor, será justo
que
estime yo el darle gusto,
por el
mayor interés.
RICARDO:
Llegad, pues; que ya os espera.
FIGUEROA: Humilde
a vuestro mandado
tenéis
señor, un crïado;
y
¡ojalá que fuerza hubiera
para
serviros en mí!
MARQUÉS:
Cúbrase, por vida mía.
FIGUEROA: Perdone
vueseñoría,
que yo
estoy muy bien así.
MARQUÉS: Por
mí vida lo ha de hacer.
Cúbrese FIGUEROA
FIGUEROA: Ya es
forzoso. ¡Qué honradores
son los
tan grandes señores!)
RICARDO: (Y más
cuando han menester.) Aparte
MARQUÉS:
Dígame agora su nombre.
FIGUEROA:
Fígueroa.
RICARDO:
(¡Una miseria! Aparte
es de
la casa de Feria.)
MARQUÉS: Ése es
sólo un sobrenombre.
FIGUEROA: No
han de ser desvanecidos
los
pobres; que es muy cansado
un
hombre en humilde estado
hecho un mapa de apellidos.
Aun
con sólo un nombre, veo
que no
me dejan vivir,
y hay
quien ha dado en decir
que sin
razón lo poseo;
mas
procuren de mil modos
los malsines murmurar;
que por
Dios que al acostar
estamos
desquitos todos.
MARQUÉS: Vos,
en fin, ¿sois Figueroa?
FIGUEROA: Por lo
menos me lo llamo.
MARQUÉS: Deudos
somos.
FIGUEROA:
Ser mi amo
vos,
será mi mayor loa.
MARQUÉS: Digo
que sois mí pariente,
y que
se os echa de ver,
porque
vuestro proceder
dice
quién sois claramente.
RICARDO:
(¡Qué bien le obliga!)
Aparte
MARQUÉS: Por Dios,
que
saberlo me ha alegrado;
pues
con eso mi cuidado
os toca
también a vos.
Pues
si sois deudo también
de doña
Clara, su afrenta
tomaréis a vuestra cuenta
como
yo.
FIGUEROA:
Decís muy bien.
MARQUÉS: Pues
escuchad, si os agrada;
que
está en riesgo nuestro honor.
FIGUEROA: ¡Qué
cosa para mi humor!
¿En
riesgo el honor? ¿No es nada?
Decid.
Pónense a hablar bajo los tres. Salen don
GARCÍA y REDONDO
REDONDO:
Detener no puedo
la
risa, señor. Salió
alborotada; mas yo,
poniendo en la boca el dedo,
la
sosegué, y advertir
pudo en
un punto mi intento;
que es
de ángel su entendimiento
y
entiende sin discurrir.
Saqué el papel...
GARCÍA: ¿Lo leyó?
REDONDO: Ponte
un grado más atrás.
GARCÍA: ¿Cómo?
REDONDO:
¿No preguntarás
antes,
si lo recibió?
GARCÍA: Eso
está claro.
REDONDO: Decirlo
puedes; que está bien patente.
Pues te
digo claramente
que no
quiso recebirlo.
GARCÍA: ¿Que
no quiso?
REDONDO: Señor, no.
GARCÍA: ¡Qué
escucho! ¿Y sabes por qué?
REDONDO: La causa, yo no la sé;
sé que
no lo recibió;
y
estando en esta porfía,
sobre
si es justo o no es justo
dar a
tu fe tal disgusto,
la
empezó a llamar su tía.
Salí
después que te fuiste,
y hubo
entre ellas gran cuestión
sbre
cuál fue la ocasión
del
enojo que tuviste.
Resolvióse al fin la tía
en
escribirte un papel;
yo le dije
que con él
tu
furor aumentaría,
y
que era bien que Leonor
satisfaciendo lo hiciera;
que
negocia una tercera
con un
celoso mejor.
Cuadróles mí parecer;
y Leonor, tras resistir
un
rato, se entró a escribir,
y doña
Clara a leer
lo
que Leonor escribía.
Y así
no tuvo ocasión
de
rezar por su intención;
que todo
fue por su tía.
No
me dieron el papel;
que
nuestra invención creyeron,
y a
enviar se resolvieron
un
escudero con él.
Salí, y apenas los pies
puse en
la calle ligero,
cuando
en un zaguán frontero
vi un
crïado del Marqués,
que
con recato espiaba
disimulando y temiendo;
y
cuando entramos, entiendo
que el
mismo puesto ocupaba.
GARCÍA: No
digas más.
REDONDO: ¿No diré
lo que
con él me pasó?
GARCÍA: ¿Qué
pasó?
REDONDO:
Que él me miró,
Y yo
también le miré.
Pasé
arrogante la calle.
Capa y
espada prevengo,
y como
él no me habló, vengo,
y
véngome sin hablalle.
GARCÍA: ¡Qué
gran hazaña!
REDONDO: ¿Sería
cordura
trabar pendencia
en tal calle?
GARCÍA:
Esa prudencia
la debo
a tu cobardía.
¡Ay
de mí! Yo soy perdido.
¿Efímera fue, Leonor,
en tu
corazón mi amor?
¿Hoy
murió, de ayer nacido?
¿Fue
contra el cierzo violento
flor
que de nacer acaba?
¡Qué
tierno tu amor estaba,
pues lo
llevó el primer viento!
Al
primer indicio leve
del amor
del Marqués, luego,
¡trocaste la nieve en fuego,
y el
fuego trocaste en nieve!
¿No
es éste el Marqués? Desvía.
REDONDO: Sí,
señor.
GARCÍA:
Hablarle quiero.
REDONDO: ¿He de
ser el "Míra Nero,
o él
de nada se dolía?"
GARCÍA: Eres
muy cuerdo.
REDONDO: Respondo
que soy
Redondo; y quisiera
que por
mí no se dijera
esto de
"Cayó redondo."
MARQUÉS: Id
con Dios.
Vase FIGUEROA
El escudero
se
rindió a la vanidad.
RICARDO: Si va a
decir la verdad
yo
sospecho que al dinero.
MARQUÉS: El
redimió el alma mía
de mil
celosos engaños.
RICARDO: En fin,
¿dice que ha dos años
que ama
a Clara don García?
MARQUÉS: Sí.
RICARDO:
¿Y que su dueño gallardo,
la
bella doña Leonor,
ni tiene
amante ni amor
hasta
agora?
MARQUÉS:
Sí, Ricardo.
RICARDO: Ya
habrás visto de ese modo
cuán
malo es anticipar
la pena
y desesperar,
sin
informarse de todo.
MARQUÉS:
Tanto, Ricardo, que espero
que en
el mismo don García,
que por
el contrario tenía,
he de
tener compañero;
que
haremos, enamorados
los dos
de Clara y Leonor,
para esta guerra de amor,
liga de
nuestros cuidados.
RICARDO: Él
viene.
MARQUÉS:
Yo le he de hablar.
GARCÍA: Señor
Marqués.
MARQUÉS:
Don García.
GARCÍA: En
busca vuestra venía;
que tenemos que tratar
cierto caso entre los dos.
MARQUÉS:
Huélgome; que también vengo
a
buscaros, porque tengo
otro
negocio con vos.
GARCÍA:
Redondo, déjanos solos.
REDONDO: Harélo con mucho agrado;
que
temo morir birlado,
ya que
Dios nos hizo bolos.
Vase REDONDO
MARQUÉS:
Déjanos solos, Ricardo.
RICARDO: ¿Dónde
te veré después?
MARQUÉS: En
palacio.
Vase RICARDO
GARCÍA:
Va, Marqués,
vuestros intentos aguardo.
MARQUÉS: Yo
os suplico, don García,
que los
vuestos me digáis.
GARCÍA: En
esto, si no empezáis,
consumiremos el día.
MARQUÉS: Porque
vuestro gusto intento,
me
determino a empezar;
pues
cuanto tardo en hablar,
tanto
os quito de contento.
Sabed, noble don García,
que la
libertad lozana
el nunca
domado orgullo,
la
juvenil arrogancia
con que
pisé tantos años
del
Amor ciego las armas,
envidia
de los galanes
y
cuidado de las damas,
rindieron ya la cerviz
a la sujeción tirana
de una
pena que me aplace
y de un
placer que me mata
vi los
dos divinos ojos
de la
hermosa sevillana
doña
Leonor de Toledo.
Vilos al
fin, esto basta;
que
pues que vos habéis visto
su
belleza soberana,
conoceréis los efectos
por el
poder de la causa.
Apenas
rompió mi pecho
la
flecha de Amor dorada,
cuando
los celos se entraron
por la
misma herida al alma;
que dos
veces, Lara ilustre,
os vi
entrar a visitarla
conociendo vuestras partes,
su
hermosura y mi desgracia;
pero
los piadosos cielos,
condolidos de mis ansias,
con un
desengaño breve
serenaron la borrasca,
pues
con saber que ha dos años
que
servís a doña Clara,
vengo a tener por amigo
al que
enemigo juzgaba.
Ya
sabéis que es deuda mía.
Pues vos entráis en su casa,
y en ella están las dos
prendas
de
nuestras dos esperanzas,
ayudémonos. Dé al otro
cada
cual lo que le falta,
y
démonos dos a dos
esta
amorosa batalla.
Terciad por mí, don García,
con Leonor; que mi
palabra
os doy
de hacer cuanto pueda
porque
os dé la mano Clara.
GARCÍA: Por la
merced que me hacéis
os
beso, Marqués, las plantas
y para
servirla ofrezco
cuanto
pueda y cuanto valga;
mas
escuchad el intento
y el
fin para que os buscaba,
y a la
vuestra servirá
de
respuesta mi demanda.
Cierto
caballero noble,
que la
deidad idolatra
de
Leonor, y a dulces bodas
anima
sus esperanzas;
teniendo ciertos indicios
de
vuestra amorosa llama,
temeroso justamente
de
competencia tan alta,
por mí
os suplica, Marqués,
que la
antigüedad le valga,
y la
honrosa pretensión,
pues de
ser su esposo trata;
supuesto que aunque Leonor
tiene
calidad tan clara,
por ser
escudera y pobre,
vos no
querréis levantarla
al
tálamo suntüoso
que más
feliz dueño aguarda,
y con
ilícitos fines
debéis
de solicitarla.
Éste es
el caso, Marqués;
y yo le
di la palabra
de ayudarle. Noble soy.
Mirad
si puedo quebrarla.
Serviros es imposible;
engañaros vil hazaña.
Esto os
respondo; que vos
respondáis es lo que falta.
MARQUÉS: ¿Puede
saberse quién es
ese
amante?
GARCÍA:
La palabra
del
secreto me pidió.
MARQUÉS: Si se
la distes, guardadla.
GARCÍA: ¿Qué
respondéis?
MARQUÉS: Desistir
de intenciones
declaradas
no
pienso que suele dar
a los
nobles alabanza,
y más
cuando quien lo pide
encubre
de mí la cara,
con que
ni a la cortesía
ni a la
amistad debo nada.
Alegarme antigüedad
para
obligarme, no basta;
porque
esa en la posesión
vale,
mas no en la esperanza;
porque
ajenas pretensiones
con
razón puede estorbarlas,
no el que primero pretende,
mas el
que primero alcanza.
Decir
que el querrer casarse
hace
justa su demanda,
porque
yo a ilícitos fines
debo de
solicitarla,
ése es mucho adivinar.
Y a
doña Leonor agravia
quien
piense que yo no debo
para mi
esposa estimarla.
GARCÍA: ¿Qué
decís?
MARQUÉS:
Será mi esposa;
y lo
fuera, si gozara,
como un
título poseo,
de la
corona de España.
GARCÍA:
(Perdido soy.)
Aparte
MARQUÉS: Don García,
de
colores la mudanza
en
vuestra cara, denota
turbaciones en el alma.
Parece
que hacen en vos
sentimientos mis palabras,
mayores
que los que suelen
obrar
las ajenas causas.
GARCÍA:
Marqués, las causas ajenas,
el que es noble, o no se encarga
de
ellas, o tiene por propia
su
ventura o su desgracia.
MARQUÉS:
Correspondéis a quien sois;
mas pues las partes contrarias
hacéis con doña Leonor;
y son ella y doña Clara
mis deudas; y sois galán,
y ellas dos hermosas damas,
con que pueden ofender
vuestras visitas su fama;
desde
este momento son
los
umbrales de su casa
vedados a vuestros pies,
y a los ojos las ventanas.
GARCÍA: Doña Clara es viuda, y es
señora de sí, y se trata
casamiento entre los dos.
MARQUÉS:
Tratadlo sin visitarla.
GARCÍA: No sois
deuda tan cercano
vos,
que os obligue su guarda.
MARQUÉS: A todos
toca el remedio;
que a
todos toca la infamia,
y son padres de sus deudos
los señores de las casas.
Pero cuando no, advertid
que ya
lo he intentado, y basta
para
empeñarme y correr
por mi
cuenta la venganza.
GARCÍA: Habéis de advertir, Marqués,
que si sois marqués, soy
Lara,
que
como yo tenéis vida,
y yo
como vos espada.
Vanse
FIN DEL ACTO SEGUNDO