ACTO TERCERO
Sale don FÉLIX, teniendo a don
GARCÍA
GARCÍA:
Soltad.
FÉLIX:
No iréis, vive Dios.
GARCÍA: ¿He de
mostrar cobardía
al
Marqués?
FÉLIX:
Yo, don García,
tengo
de morir con vos;
mas
si el fin de resolveros
es no
perder la beldad
de
Leonor, ¿no es necedad
perdella más con perderos?
GARCÍA:
¿Indicios de cobardía,
siendo
quien soy, he de dar?
FÉLIX: Esto no
es sino guïar
bien las cosas, don García.
Tracemos cómo Leonor
dé
efecto a vuestra esperanza;
que ésa
es la mayor venganza
y el
verdadero valor;
pues
si su bien le quitáis,
dos
fines conseguiréis.
Mostrar
que no lo teméis,
y gozar de quien amáis.
El que llevare a
Leonor,
ése
vence. En eso topa
porque
el que guarda la ropa,
sólo es el buen nadador.
GARCÍA: En
vano buscáis remedios;
que el venirnos a encontrar
es
fuerza, si he de pasar
a los fines por los medios.
Sin visitarla, sin
verla,
sin
servilla y sin hablarla,
¿cómo
puedo yo obligarla?
¿Cómo
llegar a vencerla?
FÉLIX: ¿No
tenéis amigos fieles?
¿No hay
mensajeros discretos?
¿No hay
medianeros secretos?
¿No hay
recados? ¿No hay papeles?
¿No hay disfraces? ¿No hay
espías?
¿No hay noches? ¿No hay a
deshora
hablar
a vuestra señora,
sin
temáticas porfías?
Buscar el inconveniente
es
notorio desvarío.
En el
más pequeño río
no hay
vado como la puente.
El
Marqués es poderoso;
vos no,
aunque tan caballero.
De
vuestro valiente acero
confieso el valor fatnoso;
y
era ofensa declarada
el
quereros impedir,
si
fuera cierto el reñir
cuerpo
a cuerpo en la estacada.
No
digo yo que ha de hacer
el
Marqués superchería,
ni es
razón; pero podría
querer
usar del poder;
que
puede al fin un señor,
desvanecido en su alteza,
dar
título de grandeza
a lo
que ha sido temor.
Y
aunque es fuerza confesaros
que vuestra nobleza es
tal,
que no puede el Marqués
con
razón supeditaros;
lo
que en estado os excede
y os
aventaja en hacienda,
basta
para que pretenda
darnos a entender que puede.
Y
así arrojaros es loca
intención, mientras no es tanta
el
agua, que a la garganta
pida
paso por la boca.
Si
no podéis de otro modo
con Leonor comunicaros,
ahí
será el determinaros
y el
aventurarlo todo.
GARCÍA: En
tanto que la honra mía
no
peligre, seguiré
vuestro
consejo.
FÉLIX: A mi fe
fïad vuestro honor, García.
GARCÍA:
Trazad pues cómo a Leonor
pueda
yo ver.
FÉLIX:
¿Un papel
no os
escribió?
GARCÍA:
Sí.
FÉLIX: Y en él,
¿qué
estado muestra su amor?
GARCÍA:
Satisfaciones me envía.
Dale un papel
Leedlo,
con advertencia
de que
lo escribió en presencia
de doña
Clara su tía.
Lee
FÉLIX: "Mucho
siento verme con vuestra
merced tan mal acreditada, que
no basten satisfacciones mías
a celos mal fundados. Aseguróle
que si
le engañara, le desengañara.
Mi tía
es y ha de ser de vuestra
merced,
y remite la prueba de sus
verdades a las obras. Y si con
esto
prosigue vuestra merced su
enojo,
será cierto que no se
retira
por celar, sino que cela
por
retirarse. Y me holgara de
verlo,
para decirle muchas más
verdades sin rebozo."
GARCÍA: Esa
palabra declara
que
cuanto me escribe aquí,
lo dice
Leonor por sí,
hablando de doña Clara,
conforme a la oculta seña
entre
los dos concertada.
FÉLIX: De esa
suerte declarada,
resolución os enseña,
pues
dice que es y ha de ser
vuestra.
GARCÍA:
Sí.
FÉLIX:
Discretamente
sabe
decir lo que siente.
GARCÍA: Agudeza
fue poner
En
el billete la seña,
sin
desdecir la razón.
FÉLIX: Hermosura
y discreción
ablandarán una peña.
GARCÍA: Esto
supuesto, ¿qué haré?
FÉLIX: ¿Qué
falta, si ya Leonor
ha
declarado su amor,
sino
que la mano os dé?
GARCÍA: ¿Eso
que no es nada?
FÉLIX: Pues
si ella
está ya declarada,
ejecutarlo no es nada.
GARCÍA: ¡Ay don
Félix! Lo más es;
que
en cosas tan de importancia,
desde
la resolución
a la misma ejecución,
es muy
grande la distancia;
y
más en una mujer
niña,
doncella y honrada,
encogida y recatada,
a quien
se le han de ofrecer
inmensos
inconvenientes
con
pensar que desafía
la
enemistad de su tía
y el
murmurar de las gentes.
Y
aumenta el temor crüel
ver que
no se resolvió
cuando
ocasión se ofreció,
a
recebir un papel.
FÉLIX: Yo
no os lo puedo negar;
mas
también se ha de entender
que no
hay de decir a hacer
más de
un grado que pasar.
Ella
ha dicho ya de sí.
Demos a
la ejecución
tiempo,
lugar y ocasión,
y
probaremos así
las
veras con que se abrasa.
GARCÍA: Muy
bien decís.
FÉLIX: Yo daré
una
traza, con que esté
sola
con vos en su casa,
porque se ausente con vos,
si su
palabra desea
cumplir, sin que el Marqués vea
a
ninguno de los dos.
GARCÍA: Ya
de vos la vida espero.
FÉLIX: En
vuestro bien está el mío;
(Pues
de esa suerte confío Aparte
alcanzar a la que quiero.)
En
vuestra casa esperad
hasta
que os avise.
GARCÍA: Voy.
FÉLIX: La
prueba habéis de ver hoy
de mi
ingenio y mi amistad.
Vanse. Salen doña LEONOR y
MENCÍA
MENCÍA:
Determinarte procura,
o ser
feliz desconfía;
que
nunca la cobardía
dio abrazos a la ventura.
LEONOR: No
sé cómo es la pasión
de que
fatigar me veo,
que me
animo en el deseo,
y
tiemblo en la ejecución.
Siéntome abrasar por él,
y cuando
lo veo, siento
que aún
no tuvo atrevimiento
de
recebír un papel.
MENCÍA: Eso
me tiene admirada.
Si
dijiste a don García.
"Digo que os quiere mi tía,"
con la
seña concertada,
que
es decirle que lo quieres,
¿cómo
tan cobarde estás
en lo
demás, sí es lo más
declararse en las mujeres?
LEONOR: Como las palabras son
tan ligeras, las envía
muy
fácilmente, Mencía,
a la
boca el corazón;
y
más cuando no el intento
pronunciaron declaradas;
que les
dio, el ir rebozadas
del
engaño, atrevimiento.
"Digo que os quiere mi tía,"
dije; y
pienso que si fuera
menester que le dijera,
"Yo os quiero," no lo diría.
Y no
debes, siendo así,
admirar
por cosa nueva
que a
ejecutar no me atreva,
aunque
a decir me atreví.
Mil
veces ya me arrojaba
a
recibir el papel,
y
tantas la mano de él
casi
abierta retiraba.
Ya del mismo portador
la
vergüenza me oprimía;
ya de
que alguien lo vería
me
refrenaba el temor.
¿Pues qué, cuando el alma piensa
del pueblo las opiniones,
de los deudos los baldones,
de doña Clara la ofensa?
Allí es Troya. Allí el temor
corta a la esperanza el
vuelo,
y llueven montes de hielo
sobre las llamas de amor.
MENCÍA: Que lo olvides me holgaré;
que
pienso que más ventura
guarda
el cielo a tu hermosura.
LEONOR: ¿Por
qué lo dices?
MENCÍA: La fe
con
que en amarte porfía
el Marqués, me hace esperar,
señora,
que has de pasar
de
merced a señoría.
LEONOR: ¡Qué
locura!
MENCÍA: La locura
es,
siendo igual la nobleza,
entender que su grandeza
es
digna de tu hermosura.
LEONOR: En el príncipe más loco,
los impulsos de afición
centellas de rayo son.
Arden mucho y duran poco.
Y del Marqués, ni yo creo,
ni
aunque él lo diga, imagines
que a justos y honestos fines
encamine su deseo.
MENCÍA: Si
Figueroa porfía
que
lleva puesta la proa
en
eso...
LEONOR: ¿De Figueroa
haces
tú caso, Mencía?
MENCÍA: Hace
libros.
LEONOR:
El papel
echa a
mal.
MENCÍA: Pues por mil modos
dice en
ellos mal de todos.
LEONOR: Y todos de ellos y de él.
MENCÍA: Pues
él viene confïado...
Mas la
que viene es tu tía.
Sale doña CLARA
CLARA: Déjanos
solas, Mencía.
MENCÍA:
(Entra en consejo de estado.)
Aparte
Vase
CLARA: Leonor, bien pienso que sabes
quién eres.
LEONOR: Bien sé que fueron
Toledos y Figueroas
blasones de mis abuelos.
CLARA: Las muchas obligaciones
entenderás, según eso,
que con la sangre
heredaste
de tus
pasados.
LEONOR:
Si entiendo.
CLARA: Bien
conocerás, sobrina,
con
cuánto amor te deseo
buena
fama y buena suerte.
LEONOR: Sí conozco, y agradezco.
CLARA: Luego
bien creerás que puedes
fïar de mí tus secretos.
LEONOR:
Confïada estoy que en ti
es más
la amistad que el deudo.
CLARA: Pues no
me niegues, amiga,
lo que preguntarte quiero,
si es
que miras por tu honor,
y fías
que haré lo mesmo.
LEONOR: Deja tantas prevenciones,
y declárate. (¿Qué es
esto? Aparte
¿Si ha
entendido sus agravios?)
CLARA: No me
espantaré que haciendo
siempre el Amor su morada
en los juveniles pechos,
en tus años florecientes
haya prendido su fuego.
No por
cierto; que también
soy yo mujer, y amor tengo.
Dime pues, ¿qué lugar
tienen
en tu
afición los deseos
del
Marqués?
LEONOR:
(¡Gracias a Dios, Aparte
que
habemos llegado al puerto!)
CLARA: Di:
¿qué esperanzas le has dado,
o qué
favores le has hecho?
Y él
contigo ¿qué fin lleva?
¿Qué
designios o qué intentos
significan sus palabras
y
pronostican sus hechos?
Háblame
claro, sobrina;
que te
va el honor en ello.
LEONOR: Hay tan
poco que decir,
que no
haré nada en hacello.
Él dice
que me pretende
para
esposa; no lo creo;
y ni
favor ni esperanza
le he
dado. No hay más en esto.
CLARA: Pues,
sobrina de mis ojos,
mira
por tus pensamientos;
que se
obligan esperando,
y se
cautivan creyendo.
Dase un reino a un rey extraño
con que
le guarde sus fueros;
después
que de él se apodera,
¿quién
podrá obligarle a ello?
Prometiendo matrimonio
entra
el amor en el pecho,
y
aunque después no lo cumpla,
no hay
para echarlo remedio.
Piensa
que el Marqués te engaña,
y no lo
querrás con eso;
que el
que engaña ofende, y causa
la
ofensa aborrecimiento.
Piensa
que en sangre le igualas,
y
aspira al tálamo honesto;
que el
estado y la fortuna
no es
ventaja entre los buenos.
Si es
verdadero amor,
si casarse
es su deseo,
tu
esquiveza y tu recato
darán
más fuerza a su fuego;
y si
engañarte pretende,
pruebe
el rigor de tu pecho.
Darás
lustre a tu nobleza
y
castigo a sus intentos.
LEONOR: Aunque
estimo tus avisos,
casi
corrida me siento
sospechando que imaginas
que yo
necesito de ellos.
¿Qué
indicios has visto en mí
de
livianos pensamientos?
Que
nacen más que de amor
tan
cuidadosos consejos.
CLARA: Ver que
el Marqués multiplica
diligencias y paseos,
y examina tus crïados
de tus dichos y tus hechos,
centinela de tu vida,
Argos
de tus pensamientos;
como te
tengo a mi cargo,
en tal
cuidado me ha puesto.
Y más
viendo que eres ave
tan
poco experta en el vuelo,
y en la
región de la corte
estrenas agora el viento.
Que
como pocos señores
se ven en los otros pueblos,
corren las recién venidas
a la
corte, mucho riesgo
de
pensar que es calidad
que
aumenta merecimientos,
un amante señoría.
LEONOR: Discretos son tus recelos,
mas excusados conmigo.
CLARA: Conozco
tu entendimiento;
pero
nunca hicieron daño,
aunque sobren, los consejos.
Sale REDONDO, de mujer, rebozado
CLARA: Mas
¿quién es esta mujer?
REDONDO da un papel a LEONOR sin decir palabra
¡Hola! ¡Crïados! ¿Qué es esto?
¿Billete le da a mis ojos?
¿Hay
mayor atrevimiento?
¡Hola!
Sale MENCÍA
REDONDO:
Tente, no des voces.
Descúbrese
¿A una
mujer tienes miedo?
CLARA: ¿Es
Redondo?
REDONDO:
Soy Redondo.
CLARA: ¿Pues qué disfraces son éstos?
REDONDO: ¡Ah,
señora! Mucho mal.
El
mundo al revés se ha vuelto.
CLARA: ¿Cómo,
Redondo?
REDONDO: ¿No ves
que ya los hombres son hembros?
CLARA: Acaba, dime. ¿Por qué
en ese
traje te has puesto?
REDONDO: Porque
el Marqués tu pariente
no sepa
que a hablarte vengo;
porque
sobre visitarte
ha
tenido con mi dueño
palabras
harto pesadas.
CLARA: Él está
loco de celos.
Mira el
daño que el Marqués
con
pretenderle me ha hecho,
pues
que firme don García
en el
primer pensamiento
de que
soy el blanco yo
a quien
miran sus deseos,
vino a
encontrarse con él.
REDONDO: (¡Bien
entendéis el enredo!) Aparte
CLARA: ¿Y qué
dice don García?
REDONDO: Al
pimpollo hermoso y tierno
de gallegos
Figueroas
y
castellanos Toledos
paga en
éste su papel,
y a ti
te pide que luego
yomes,
señora, la silla,
y en el
lugar más secreto
de San
Sebastián lo aguardes
para
contarte el suceso,
y
resolver de estas cosas
el
importante remedio.
CLARA:
¡Hola! ¡Apercebid los mozos
Sale FIGUEROA
de
silla al punto. ¡Que en esto
Vase FIGUEROA
por ti, sobrina, me vea!
LEONOR: Yo,
tía, ¿qué culpa tengo?
CLARA: En
tanto que me dispongo
para
salir, ve leyendo.
¡Hola!,
el manto.
Vase MENCÍA. Abre
el papel LEONOR
LEONOR:
(¿Si traerá Aparte
contraseña este decreto?)
Lee
"El papel de vuesa merced puse
descubierto sobre mi cabeza, y
con la
misma reverencia respondo..."
(Bien
está: la seña trae.) Aparte
CLARA: ¿Qué te
detienes?
LEONOR: No acierto;
que
escribe mal don García.
REDONDO: Es
propio de caballeros.
Lee
LEONOR:
"Respondo que pues vuesa merced
dice, sin rebozo, que su tía
es y ha
de ser mía, y no deseo
otra
cosa, he trazado como hoy
se vea
en la ejecución la verdad.
Y
advierto que si hoy falta la
resolución, mañana faltará la
ocasión. Y guarde nuestro Señor,
etcétera."
CLARA:
¿Cómo, si está satisfecho,
celos
al Marqués pidió?
¿Y
cómo, si siempre yo
le di
la mano y el pecho,
duda mi resolución,
y
amenaza y desconfía?
REDONDO: El amor
temores cría
en la
misma posesión.
Vuelve MENCÍA con el manto de su ama
MENCÍA: La
silla está apercebida.
CLARA: Ve a
avisar a tu señor
que ya
parto. Adiós, Leonor.
LEONOR:
Prospere el cielo tu vida.
Doña LEONOR y REDONDO hablan aparte
REDONDO: El
cuerpo hurtaré a tu tía;
que te
importa mucho oírme.
LEONOR: ¿No te
vas?
REDONDO:
El despedirme
de un
ángel me detenía.
Vanse doña CLARA, MENCÍA y REDONDO
LEONOR:
Tómalo entre el manjar y la bebida,
en vano
sigue el fruto que cercano
el
labio toca hambriento, y sigue en vano
el agua
que a la sed huye y convida.
Mas
yo de mis deseos combatida,
-- ¿Quién tal creyera? -- en mal tan inhumano,
yo
misma ¡ay triste! la medrosa mano
huyo del bien, al mismo bien asida.
Si
de la vida pretendéis privarme,
temores
y recatos, no es mi intento
sino
ver declarada la vitoria.
Acabad de acabaros o acabarme;
que
bien sabrá morir en el tormento
la que
sabe privarse de la gloria.
Vase. Salen el
MARQUÉS y OTAVIO
MARQUÉS:
Desde la tierna edad, Otavio, han sido
un alma
nuestras almas, e igualmente
la
amistad con los años ha crecido.
Yo
pienso que sacárades, ausente
de mí,
en defensa de mi honor la espada.
OTAVIO: Hasta
rendir la vida el pecho ardiente.
MARQUÉS: Pues
ya es, amigo, la ocasión llegada,
en que la fe de vuestro hidalgo pecho
a
tantas pruebas la mayor añada.
OTAVIO:
Corrido estoy, por Dios, de que hayáis hecho
para
mandarme, tales prevenciones.
MARQUÉS: Yo
estoy de vuestras veras satisfecho;
mas
es justo en tan grandes ocasiones
el
fuego en las cenizas sosegado
despertar, y acordar obligaciones.
Si
hubiera de pediros que a mi lado
saliérades al campo a un desafío,
venid,
solo os dijera, confïado;
mas
no sin causa agora desconfía,
cuando
duro fiscal pretendo haceros
de
ajeno honor, por conservar el mío;
que
pienso que los nobles caballeros
sólo
por no tocar en honra ajena,
pueden
romper de la amistad los fueros.
OTAVIO: No
llame dura la más dura pena
quien
con lengua insolente y atrevida
la
ajena fama y opinión condena;
mas
si puede, Marqués, ser ofendida
la
vuestra del recato, es bien que sea
en mí
amistad a todas preferida.
MARQUÉS:
Sabed, pues, que el amor de suerte emplea
su
fuerza en mí, que ya en mi pensamiento
no hay
parte que su fuego no posea.
Resuelto estoy a declarar mi intento
hoy a
Leonor, y con su blanca mano
dar
venturoso fin a mi tormento.
Vos,
que con ella el pueblo sevillano
desde
la cuna honrastes hasta el día
que
partistes al suelo cortesano;
pues
está en vuestra mano la honra mía,
debajo
de la llave del secreto,
si de
mi fe vuestra amistad lo fía,
me
decid si padece algún defeto
la fama
de Leonor, porque yo deba
suspender de estas bodas el efeto.
Habladme claro, Otavio, sin que os mueva
ni la
afición ni el deudo que le tengo,
a que
en vos menos la verdad se atreva.
No a
vos amante, sino honrado vengo.
Mi
sentimiento temeréis en vano,
pues
para el desengaño me prevengo.
Imitad al experto cirujano
en
quien para el remedio del doliente
tiene
el pecho piedad, crueldad la mano.
Sólo
de vuestra lengua está pendiente
que yo
ejecute mi intención, Otavio,
o que reprima la pasión ardiente.
Moved resuelto el oficioso labio,
advirtiendo que pongo, ¡oh caro amigo!
mi
honor en vuestros hombros o mi agravio.
OTAVIO: Lo
que os dije otras veces, que conmigo
comunicastes este mismo intento,
por
verdad infalible agora os digo.
Creed que a no ser esto lo que siento,
la
centella al principio os apagara,
antes
que os obrasase el pensamiento;
el
oculto peñasco os enseñara
sin ser
de vos, Marqués, examinado,
y el
timón en las manos, os dejara;
que
aunque sólo ha de darse demandado
el
consejo, entre amigos el aviso
se ha
de dar, sin pedirlo, al descuidado.
En
cuantas tierras vio de Cipariso
el
claro amante, y la purpúrea diosa
que el
viejo esposo tan en vano quiso,
Nunca opinión más clara, o más honrosa
fama
alcanzó doncella, que en Sevilla
la tuvo
siempre vuestra prenda hermosa.
Gozad feliz la octava maravilla
de
virtud, de prudencia y hermosura,
del mundo
asombro y honra de Castilla.
MARQUÉS: Mi
honor con eso, Otavio, se asegura,
y mi
amor se resuelve.
OTAVIO: El cielo mide
con su
merecimiento su ventura.
Sale RICARDO
RICARDO: Mi cuidado, señor, albricias pide.
En la
silla salió la guardadora
Vigilante del bien, que ver te impide.
Sola
queda Leonor.
MARQUÉS: Aunque ya agora,
resuelto
a ser su esposo, se holgaría
Clara,
los hurtos ama quien adora.
A
solas qiuero ver la gloria mía.
OTAVIO: Bien
decís; que vencer la resistencia
aumenta
a los amantes la alegría,
y
minora los gustos la licencia.
Vanse. Salen
LEONOR y REDONDO
LEONOR:
Presto volviste.
REDONDO: Escondime
en un
zaguán, y en pasando
doña
Clara, vine al punto
a
prevenirte del caso.
LEONOR: Habla
pues; que estoy confusa.
REDONDO: Celoso
y determinado
mi
dueño, al Marqués buscó,
que es
tu amante y su contrario;
y
fingiendo que un su amigo
solicitaba tu mano,
le
pidió que desistiese
del
intento comenzado.
No se
conformó el Marqués;
antes
juzgó por agravio
la
demanda, y con disgusto
al fin
los dos se apartaron.
Pues como el Marqués prosigue
atrevido y confïado
en
publicar, tan a riesgo
de tu
opinión, sus cuidados;
mi
señor, por evitar
los
escandalosos daños
que en
tu fama sucedieran,
si por
ti riñesen ambos;
para
entrar secreto a verte,
él y
don Félix trazaron
sacar
de aquí a doña Clara.
Don
Félix la está esperando
en San
Sebastián; y oculto
ocupa
un zaguán cercano
mi
señor, para meterse,
por
cohecho o por engaño,
en la
silla de tu tía,
y venir
a verte, en tanto
que
ella en la Iglesia
le está
con don
Félíx aguardando.
Éste es
el caso, y el punto
éste en
que viene mi amo
por la
calle en la litera
de dos
racionales machos.
Apercibe pues, señora,
resolución para el caso.
No se
pase la ocasión,
que
tiene el celebro calvo.
LEONOR: ¡Ay de
mí!
REDONDO:
¿De qué te afliges?
LEONOR: A un
punto me hielo y ardo,
REDONDO: Pasos
siento. Éste es sin duda
mi
señor.
LEONOR:
Mil sobresaltos
me
cercan.
Sale MENCÍA
MENCÍA:
En este punto
el
Marqués en casa ha entrado.
REDONDO: ¿El
Marqués? ¡Cuerpo de Cristo!
LEONOR: Ponte
presto, ponte el manto.
REDONDO:
Despáchalo presto. Mira
que ya
llegará mi amo,
y si se
encuentran los dos,
es
forzoso un gran fracaso.
LEONOR: Vele a
avisar.
REDONDO: Dices bien.
LEONOR: Di que
se detenga un rato;
que al
punto al Marqués despide.
REDONDO: Yo voy;
mas voy recelando
que
intentamos detenerlo
con lo
que ha de apresurarlo.
Vase. Salen el
MARQUÉS y
RICARDO
MARQUÉS:
Bella Leonor...
LEONOR: Razón fuera,
si supo
vueseñoría
que no
está en casa mi tía,
que
este pesar no le diera;
y si
no lo supo, ya
que lo
sabe, será justo
que a
mí me evite el disgusto
que
ella conmigo tendrá,
pues
ha de pensar que es mía
la
culpa de esta ocasión.
MARQUÉS: Si
escucháis una razón...
LEONOR: Sírvase
vueseñoría
de
perdonarme, y difiera
lo que
quiere hablar por hoy;
y no se
espante si soy,
de
recatada, grosera.
MARQUÉS: A
pedir favor he entrado,
y he de porfiar, Leonor;
que un
mendigo de favor
bien
puede ser porfïado.
Despedirme, confesáis,
señora,
que es grosería;
y yo
confieso la mía
de no
hacer lo que mandáis.
Una
por otra, Leonor,
se
vaya. Igual es el trato;
pues si
os obliga el recato,
a mí me
obliga el amor.
LEONOR:
Amarme ¿es darme pesar?
MENCÍA: Déjale por
Dios decir,
y gasta
el tiempo en oír,
que
gastas en porfïar.
LEONOR:
Decid pues, con que abreviéis.
MARQUÉS: Sólo
digo que os ofrezco
esta
mano, si merezco
que la
de esposa me deis.
LEONOR: Qué
decís!
MARQUÉS:
No digo más;
que
obedeceros deseo,
y en
esto que he dicho, creo
que se
encierra lo demás.
¿Qué
dudáis? ¿No respondéis?
LEONOR: Señor Marqués, no os espante
en caso
tan importante
esta
suspensión que veis;
que
no sin causa al deseo
que me
proponéis resisto,
pues
por los medios que he visto,
dudo los fines que veo.
Porque si vuestra intención
era
levantar mi mano
al
tálamo soberano
de
vuestra dichosa unión,
¿de
qué sirvió tanta espía,
con recato
y diligencia,
para
tratarlo en ausencia
de mi
cuidadosa tía,
siendo negocio tan llano,
que
para este intento fuera
ella la
mejor tercera,
viendo
lo mucho que gano?
Por
esta razón no creo
la
dicha que me sucede,
y lo
que presumo puede
más en
mí que lo que veo.
MARQUÉS:
Recelos fueran discretos,
justas
presunciones ésas,
si fuesen estas promesas
y no
presentes efetos.
Si
os doy mano de marido,
¿qué
teméis? ¿Qué receláis
cuando
la verdad tocáis?
si
porque os he pretendido
como galán, os advierto
que fue
por gozar favor,
alcanzado por amor
primero
que por concierto;
que
no porque mi deseo
no
fuese, desde que os vi,
saros
posesión de mí
en
pacífico himeneo.
Cesen pues ya las crueldades
que
causó el recelo vano,
pues
que con daros la mano
averiguo estas verdades.
LEONOR:
Puesto que las acredito
con
agradecido pecho,
no deis
a tan justo hecho
circunstancias de delito.
Con
doña Clara mi tía
tratad
estas intenciones,
porque
las justas acciones
no huyen la luz del día.
MARQUÉS: Al
punto a buscarla iré;
que
demás de ser tan justo,
los
delitos de tu gusto
son las
leyes de mi fe.
Pero
tú, señora mía,
será
bien que un sí me des.
MENCÍA: Bien
dice.
LEONOR:
Digo, Marqués,
que lo
tratéis con mi tía.
MARQUÉS: Sepa
yo tu voluntad,
di que
sí, mi bien, si quieres.
LEONOR: No
dicen más las mujeres
de mí estado y calidad.
y
con esto, idos con Dios.
No
demos qué murmurar,
si
algún vecino os vio entrar.
MARQUÉS: Mi
honor es el de los dos;
pero, mi bien, por venir
más presto al bien soberano
de
tocar tu blanca mano,
más
presto quiero partir.
¿Dónde hallaré a doña Clara?
RICARDO: Que en
San Sebastián quedó,
ha
dicho quien la siguió.
MARQUÉS: Pues
adiós, mi prenda cara.
RICARDO: La
silla es ésta, señor,
de doña
Clara.
Salen dos MOZOS, trayendo una silla de manos, y en
ella a GARCÍA, oculto
MARQUÉS:
Si viene
en
ella, cuidado tiene
mi
fortuna de mi amor.
LEONOR: (¡La
silla! ¡Ay triste! Mencía, Aparte
¡Qué
gran mal! Perdida quedo.)
MENCÍA: (Yo lo
estorbaré, si puedo.) Aparte
Llégase MENCÍA a la silla, y mírala
La silla viene vacía.
¿Y
señora?
MOZO:
Quedó en misa
En San
Sebastián.
MARQUÉS:
¿Qué aguardo?
Lleguen
el coche, Ricardo,
y a San
Sebastíán aprisa.
Vanse el MARQUÉS, RICARDO y los MOZOS
MENCÍA: Qué
bien se ha hecho!
LEONOR: Los cielos
guardaron mi honor, Mencía.
MENCÍA: Entre
agora don García,
y haga
su papel de celos.
Sale don GARCÍA de la silla
GARCÍA:
Decidme, Leonor hermosa,
¿A que
tan aprisa van
Los dos
a San Sebastián?
LEONOR: A
pedirme por esposa
va
el Marqués a doña Clara.
GARCÍA: ¿Qué decís?
LEONOR:
Que fuera justo
que un
sobresalto y disgusto
tan
grande se me excusara,
Pues
envié a suplicaros
con
Redondo que un momento
os
detuviérades.
GARCÍA: Siento
en el
alma el disgustaros;
pero
viendo, dueño hermoso,
que se
tardaba el Marqués,
no pude
más. Yerro es
de
enamorado y celoso.
Mas
pues sólo ha sucedido
el
peligro y no el fracaso,
de lo
importante del caso
tratemos, dueño querido.
El
plazo veis limitado,
y veis
la ocasión forzosa.
Cumplidme, Leonor hermosa,
la
palabra que habéis dado.
Dadme la mano, y entrad
en esa
silla, señora.
¿Agora
dudáis? ¿Agora
os
detenéis?
LEONOR: Perdonad;
que
ya perdió de alcanzarme
la
ocasión vuestro cuidado.
GARCÍA: ¿Cómo,
crüel, te has mudado
tan
presto?
LEONOR:
Por mejorarme.
MENCÍA:
(Diole con su misma flor.)
Aparte
GARCÍA: ¿No
bastará desdeñarme,
ingrata, sino agraviarme,
haciendo al Marqués mejor?
LEONOR:
¿Negaréis la mejoría,
aunque
en sangre sois igual,
de poco
a mucho caudal,
de
merced a señoría?
GARCÍA: No
la niego; ¿mas qué efeto
a tu
promesa le has dado,
tirana,
si la has mudado
en
mejorando el sujeto?
¿Qué
palabra me guardabas,
o qué
firmeza tenías,
si a mí
sólo me querías
mientras no te mejorabas?
Firme es sola quien desprecia
la
ocasión de mejoría.
LEONOR: Yo os
confieso, don García,
que ésa
es firme; pero es necia.
MENCÍA: La
misma flor. Aparte
GARCÍA: Mi esperanza
vive y
muere en tu belleza.
Galardona mi fineza,
no castigues
mi mudanza,
no
engañes la confïanza
que en
ese cielo tenía.
LEONOR: No
imaginéis, don García,
que
cuando estas cosas digo,
vuestras mudanzas castigo;
antes
disculpo la mía.
Dos
años fuistes amante
de doña
Clara, y por mí
dos
años de amor os vi
olvidar
en un instante.
Según
esto, no os espante
si hoy
por el Marqués olvido
vuestro amor, de ayer nacido;
pues
debéis considerar
cuán
fácil es de apagar
centella que no ha prendido.
Demás que yo, don García,
tengo
causas más urgentes;
que en vos miro inconvenientes,
si en
el Marqués mejoría.
Amante
sois de mi tía,
mal
hice en daros favor.
y
mudarme no es error,
antes
digno de alabanza;
que es mérito
la mudanza
cuando
es delito el amor.
GARCÍA: ¿Que
tal escucho?
LEONOR: Ésta es
mi
resolución. Con esto
idos
con Dios. Idos presto.
Mirad
que vendrá el Marqués.
GARCÍA: ¡Plega
a Dios que no le des
la mano
hermosa que a mí
me
quitas, y antes que aquí
venga a
cumplir tu esperanza,
llores
en él la mudanza
que
lloro, enemiga, en ti!
¡Plega a Dios que antes de verte
con el
dichoso que esperas,
mudes
intención, y quieras
en mi
favor resolverte!
¿Por
qué gustas de mi muerte?
¿Por
qué das muerte a tu gusto?
Mira,
mi bien, que no es justo,
si me
tienes afición,
a
precio de la ambición
comprar
eterno disgusto.
Tu
mismo mal te lastime,
que un
esposo te dispone
dsigual, que te baldone,
y no un
igual que te estime.
La
ciega ambición te oprime,
con un
título engañada.
¿Y no
adviertes que casada
con quien
tu amor no quería,
te
llamará señoría,
pero
serás desdichada?
Doy
que él de ti sea querido;
luego
hará como señor.
Título
tendrás, Leonor;
pero no
tendrás marido.
Tendrá
lecho dividido,
verále
pocas auroras
tu
casa, o tan a deshoras
vendrá
a acostarse tu dueño,
que
necesidad de sueño
te
tiranice las horas.
Sale REDONDO
REDONDO:
¿Aquí estás, señor? Repara
en que
de San Sebastián
salieron, y llegarán
ya el
Marqués y doña Clara.
LEONOR: Vete
por dios.
GARCÍA:
Prenda cara,
aún hay
plazo en que me des
la
vida.
LEONOR:
¿Un mundo no ves
de
inconvenientes?
GARCÍA: Señora,
véncelos por quien te adora.
LEONOR: También
me adora el Marqués.
GARCÍA: ¡Ah
crüel!
LEONOR:
Vete, por Dios.
Noble
eres, ten cortesía.
No lo
perdamos, García,
todo de
una vez los dos.
REDONDO:
Coche paró; ya han venido.
Escondámonos, señor.
LEONOR: ¡Ay de
mí!
GARCÍA:
Pierda, Leonor,
la vida
quien te ha perdido.
LEONOR:
Hacerme un mal tan extraño
ni es
amor, ni es cortesía.
GARCÍA: Lara
soy, tirana. Fía
que yo
remedie tu daño.
Tú
mudaste voluntad;
mas no
yo naturaleza.
LEONOR: Es
prueba de tu nobleza.
Salen doña CLARA, el MARQUÉS y don FÉLIX
MARQUÉS: ¿Es don
García?
GARCÍA: Escuchad.
A
San Sebastián partía
a verme
con doña Clara;
topóme
antes que llegara
quien
me dijo que salía
ya
de la iglesia con vos;
que a
dar estado dichoso
a
Leonor con tal esposo
veníades juntos los dos.
Dime
priesa; que el primero
quise
ser al parabién,
ya que
para tanto bien
no he
servido de tercero;
y porque en un mismo día,
para
fiesta más dichosa,
vos
recibáis por esposa
a
Leonor, y yo a su tía.
MARQUÉS: La
merced os agradezco,
ya doña
Clara le doy
el parabién.
CLARA:
Cuanto soy
a
vuestro servicio ofrezco.
MARQUÉS:
Dadle la mano, García,
pues yo
a Leonor se la doy.
CLARA: Da la
mano.
Danse las manos
LEONOR:
Vuestra soy.
GARCÍA: (Perdí
la esperanza mía. Aparte
¿Qué
remedio? Corazón,
a quien
os ama estimad.)
Vuestro
soy.
Danse las manos
CLARA:
Mi voluntad
premia vuestra
estimación.
FÉLIX:
(Agora, tristes cuidados,
Aparte
empezáis cuando acabáis.)
Por muchos años tengáis
gustos de recién casados.
Y
aquí, senado, el autor
fin a
la comedia da,
porque
si os cansa, estará
en
darle fin lo mejor.
FIN DE LA
COMEDIA