ACTO PRIMERO
Salen don JUAN, vestido llanamente, y
BELTRÁN
JUAN:
Tiéneme desesperado,
Beltrán, la desigualdad,
si no
de mi calidad,
de mis
partes y mi estado.
La
hermosura de doña Ana,
el
cuerpo airoso y gentil
bella
emulación de abril,
dulce
envidia de Dïana,
mira
tú, ¿cómo podrán
dar
esperanza al deseo
de un
hombre tan pobre y feo
y de mal talle, Beltrán?
BELTRÁN: A un
Narciso cortesano,
un
humano serafín
resistió un siglo, y al fin
la
halló en brazos de un enano,
y, si las historias creo
y ejemplos de autores graves
-- pues, aunque sirviente, sabes
que a
ratos escribo y leo --
me
dicen que es ciego Amor,
y sin
consejo se inclina;
que la
emperatriz Faustina
quiso
un feo esgrimidor;
que
mil injustos deseos,
puestos
locamente en ella,
cumplió
Hipia, noble y bella,
de hombres humildes y feos.
JUAN: Beltrán, ¿para qué refieres
comparaciones tan vanas?
¿No ves que eran más livianas
que bellas esas mujeres,
y que en doña Ana es locura
esperar igual error,
en quien excede el honor
al milagro de hermosura?
BELTRÁN: ¿No
eres don Juan de Mendoza?
Pues
doña Ana ¿qué perdiera
cuando
la mano te diera?
JUAN: Tan
alta fortuna goza,
que
nos hace desiguales
la
humilde en que yo me veo.
BELTRÁN: Que
diste en el punto, creo,
de que
proceden tus males.
Si
Fortuna en tu humildad
con un
soplo te ayudara,
a fe
que te aprovechara
la
misma desigualdad.
Fortuna acompaña al dios
que
amorosas flechas tira;
que en
un templo los de Egira
adoraban a los dos.
Sin riqueza ni hermosura
pudieras lograr tu
intento;
siglos
de merecimiento
trueco
a puntos de ventura.
JUAN: Eso
mismo me acobarda.
Soy desdichado, Beltrán.
BELTRÁN: Trocar las manos podrán
Fortuna y Amor. Aguarda.
JUAN: Si a don Mendo hace favor,
¿qué esperanza he de tener?
BELTRÁN: En ése echarás de ver
que es todo fortuna amor.
A
competencia lo quieren
doña
Ana y doña Teodora;
doña
Lucrecia lo adora;
todas,
al fin, por él mueren.
Jamás el desdén gustó.
JUAN: Es
bello y rico el mancebo.
BELTRÁN: ¡Cuánto
mejor era Febo!
Y
Dafnes lo desdeñó.
Y,
cuando no conociera
otro en
perfección igual,
aquesto
de decir mal
¿es
defecto como quiera?
JUAN: Y
¿no es eso murmurar?
BELTRÁN: Esto es
decir lo que siento.
JUAN: Lo que
siente el pensamiento
no
siempre se ha de explicar.
BELTRÁN:
Decir...
JUAN:
Que calles te digo;
y ten
por cosa segura
que
tiene, aquél que murmura,
en su
lengua su enemigo.
BELTRÁN:
Entre tus desconfïanzas,
en su
casa entrar te veo;
sin duda que el gran deseo
engaña
tus esperanzas.
Veste en desierto lugar,
y no
cesas de dar voces,
y,
aunque tu muerte conoces,
nadas
en medio del mar.
JUAN: Lo que en gran tiempo no ha hecho,
hace
Amor en solo un día,
venciendo al fin la porfia.
BELTRÁN: Que te
sucede sospecho
lo
que al tahur, que en perdiendo,
solamente con decir
"¡que no sepa yo gruñir!"
está
sin cesar gruñendo.
Tú
dices que desesperas;
y,
entre el mismo no esperar,
nunca
dejas de intentar.
¿Qué
más haces cuando esperas?
¿Tú piensas que el esperar
es
alguna confección
venida
allá del Japón?
El
esperar es pensar
que
puede al fin suceder
aquello
que se desea;
y,
quien hace porque sea,
bien
piensa que puede ser.
JUAN saca una carta
JUAN: Pues
si con esta invención
en su
desdén no hay mudanza,
aunque
viva mi esperanza
morirá
mi pretensión.
BELTRÁN: El
mercader marinero,
con la
codicia avarienta,
cada
vïaje que intenta
dice
que será el postrero.
Así
tú, cuando imagino
que
desengañado estás,
ya con nuevo intento vas
en la
mitad del camino.
Mas
dime. ¿Qué te ha obligado
a
tratar esta invención
para
mostrar tu afición
pudiendo, con un crïado
de
su casa, negociar
lo que
tú vienes a hacer?
JUAN: No he
de arriesgarme a ofender
a quien
pretendo obligar;
que,
como es tan delicada
la
honra, suele perderse
solamente
con saberse
que ha
sido solicitada.
Y
así, del murmurador
pretendo que esté segura
mi
desdicha o mi ventura,
su
flaqueza o su valor;
que
aun a ti mismo callado
estos
intentos hubiera,
si en
ti, Beltrán, no tuviera
más
amigo que cesado.
BELTRÁN:
¿Toda esta casa, don Juan,
a una
mujer aposenta?
JUAN: Seis
mil ducados de renta,
¿qué alcázar no ocuparán!
BELTRÁN:
Celia es ésta.
Sale CELIA
CELIA: ¿Qué mandáis,
señor don Juan?
JUAN: Celia mía,
besar
las manos querría,
si licencia me alcanzáis,
a mi
señora doña Ana.
CELIA: Que
será imposible entiendo;
porque
se está previniendo
para
partirse mañana
a
una novena en Alcalá.
JUAN: ¿De la
corte se desvía
cuando
el celebrado día
de San
Juan tan cerca está?
CELIA: Para
los tristes no hay fiesta.
JUAN: Pues,
Celia, verla me importa.
La
visita será corta;
sólo le
quiero dar ésta
que
le ha venido en un pliego,
y me
dice quien la envía
que
sólo de mí confía
el
darla.
CELIA:
Yo salgo luego.
Vase CELIA
BELTRÁN: No hay
pobre con calidad:
si un
villano rico fueras,
a fe
que nunca tuvieras
en
verla dificultad.
JUAN: Si
ella está tan de camino,
que es
justa la excusa creo.
BELTRÁN:
"Lo que con los ojos veo..."
JUAN:
Malicioso desatino.
BELTRÁN:
¿Cuánto va que no la ves?
JUAN: De no
alcanzar no se ofende
quien
lo difícil emprende.
Mas
doña Ana es muy cortés.
BELTRÁN: Y agora ¿qué hemos de hacer?
Que ella se parte a
Alcalá.
JUAN: En
tanto que ausente está,
aguardar y padecer
BELTRÁN:
Bueno fuera acompañarla.
JUAN: Si como
quien soy pudiera,
forzoso
el hacerlo fuera,
si así
entendiese obligarla;
mas
ni me ayuda el poder.
ni ella
lo agradecería,
por la
nota que daría
si se
llegase a entender,
BELTRÁN: Ella
sale.
JUAN: Di, Beltrán,
que la Aurora bella y clara.
Salen Doña ANA, viuda, y CELIA, y habla a
CELIA aparte
ANA: ¡Ay,
Celia, y qué mala cara
y mal talle de don Juan!
JUAN:
Aunque me dijo, señora,
Celia
vuestra ocupación
-- Con que fuera más razón
el no
estorbaros agora -- ,
Dale la carta
la
importancia contenida
en esta
carta que os doy,
me
disculpa.
ANA:
Nunca estoy,
señor
don Juan, impedida
para
recibir merced
de tan
noble caballero.
JUAN: Vuestro
soy. Respuesta espero.
Si sois
servida, leed.
ANA: Ser descortés me mandáis.
JUAN: Leed,
que importa una vida
que
cerca está de perdida
si
remedio no le dais.
ANA: Si
está su defensa en mí,
la pena
y temor dejad.
JUAN: El caso
es grave. Mandad
que
estemos solos aquí;
que
tenemos que tratar,
y el
secreto es importante.
ANA:
Dejadnos solos.
BELTRÁN: (Amante Aparte
fué el inventor de engañar.)
Vanse BELTRÁN y CELIA
JUAN: Pues
contigo solo estoy,
porque
mi recato veas,
Va a leer doña ANA, y detiénela
oye,
señora: no leas;
que la
carta viva soy.
Que me atreva, no te altere,
pues
estoy solo contigo,
y un
agravio sin testigo
al
punto que nace muere.
Desde que la vez primera
vi la
luz de tu arrebol
dos veces la ha dado el sol
a los
signos de su esfera.
Como
al que el rayo tocó
de
Júpiter vengativo,
por
gran tiempo muerto, vivo
en un
instante quedó;
como
aquel que la cabeza
de la Gorgona miraba,
por un
peñasco trocaba
la
humana naturaleza;
tal
en viéndote me veo,
tan
absorto y admirado,
que en
admirarme ocupado,
no doy
lugar al deseo;
que
esos divinos despojos
tanta
gloria me mostraron,
que al
punto me arrebataron
toda el
alma por los ojos.
ANA: Tened, don Juan. Eso ¿para
todo en que amor me
tenéis?
JUAN: No,
porque ya lo sabéis,
y en
vano el tiempo gastara.
ANA: ¿En
que os morís?
JUAN: No, señora,
pues ni
en morir parará;
que en el alma vivirá
el amor
que os tengo agora.
ANA:
¿Pára en pedirme que os quiera?
JUAN: Ni
llega, señora, ahí,
que no
hay méritos en mí
para
que a tal me atreviera.
ANA: Pues decid lo que queréis.
JUAN:
Quiero... Sólo sé que os quiero,
y que
remedio no espero,
viendo
lo que merecéis.
Como
el mísero doliente,
en el
lecho fatigado,
a cualquier parte inclinado
los mismos dolores siente.
y, por huir del tormento,
que en cada lado es
mayor,
busca
alivio a su dolor
en el
mismo movimiento.
Así yo con mi cuidado
vengo a
vos, dueño querido,
no de
esperanza inducido,
sino de
dolor forjado,
por
no morir con callarlo,
no por
sanar con decirlo;
que es
imposible el sufrirlo
como lo
es el remediarlo.
Y
así, no os ha de ofender
que me
atreva a declarar,
pues va
junto el confesar
que no
os puedo merecer.
ANA: ¿Queréis más?
JUAN:
¿Qué más que a vos?
Si
entender queréis mi estado,
en que
os quiero está cifrado.
ANA: Pues, señor don Juan, adiós.
JUAN:
Tened. ¿No me respondéis?
¿De esta suerte me dejáis?
ANA: ¿No
habéis dicho que me amáis?
JUAN: Yo lo
he dicho, y vos lo veis.
ANA: ¿No
decís que vuestro intento
no es
pedirme que yo os quiera,
porque
atrevimiento fuera?
JUAN: Así lo
he dicho y lo siento.
ANA: ¿No
decís que no tenéis
esperanza de ablandarme?
JUAN: Yo lo
he dicho.
ANA:
¿Y que igualarme
en
méritos no podéis,
vuestra lengua no afirmó?
JUAN: Yo lo
he dicho de ese modo.
ANA: Pues,
si vos lo decís todo,
¿qué
queréis que os diga yo?
Vase doña ANA
JUAN: ¡Oh!
venga la muerte, acabe
con
vida tan desdichada,
que
sólo puede su espada
remediar pena tan grave.
¿Qué
delito cometí
en
quererte, ingrata fiera?
¡Quiera
Dios!... Pero no quiera;
que te
quiero más que a mí.
Salen
CELIA y BELTRÁN
CELIA: ¡Ah, desdichado don Juan!
BELTRÁN:
Ayúdale.
CELIA:
¡A Dios pluguiera
que mi
voluntad valiera!
Vase CELIA
BELTRÁN: Pues, ¿qué tenemos?
JUAN: Beltrán,
la verdad huyo; a la
esperanza
pido
engaños que alimenten mi deseo;
eternos
contra mí imposibles veo;
nado en
un golfo, ni de un leño asido.
Con el vuelo de amor más atrevido,
no subo
un paso; y aunque más peleo,
al fin
vencido soy de lo que creo,
vencedor sólo en lo que soy vencido.
Así,
desesperado victorioso,
niego al deseo engaños, y a la gloria
más
vivo anhela, si su muerte sigo.
¡Triste, donde es el no esperar forzoso,
donde
el desesperar es la vitoria,
donde
el vencer da fuerza al enemigo!
BELTRÁN:
¡Triste, donde es forzoso andar contigo,
donde
hallar qué comer es gran vitoria,
donde
el cenar es siempre de memoria!
Vanse
don JUAN y BELTRÁN. Salen el
CONDE,
don MENDO y ORTIZ, escudero
MENDO: A mi
señora Lucrecia
dad,
Ortiz, ese papel.
Dale un papel a ORTIZ
ORTIZ:
Guárdeos Dios.
Vase ORTIZ
MENDO:
Cosa crüel.
Conde,
es una mujer necia.
CONDE: ¿Cómo?
MENDO:
Con celos y amor
sale
Lucrecia de sí.
CONDE: ¿Con
causa don Mendo?
MENDO: Sí;
mas
tanto el yerro es mayor.
Si
por doña Ana estoy ciego.
ella ¿qué ha de remediar
con
reñir y con celar,
sino
añadir fuerza al fuego?
CONDE:
(¡Quieran, Lucrecia, los cielos
Aparte
que te
mude esta mudanza,
y a mi
perdida esperanza
abran
la puerta tus celos!)
Y
vos ¿qué le respondéis?
MENDO: Nunca
el negar hizo daño.
CONDE: Mejor
fuera el desengaño,
si en
otra parte queréis.
MENDO:
Dañarme, Conde, podría;
que su amor causó en mi pecho
terrible incendio, y sospecho
que hay
centellas todavía.
Y
quien antiguo cuidado
arraigado al alma tiene,
ha de
obligar el que viene
sin
despedir el pasado;
que
mil veces se agradó
de la
novedad Cupido,
y
vuelve a buscar, rendido,
lo que
arrogante dejó.
CONDE:
Avariento sois de amor.
MENDO: Más el de doña Ana estimo.
CONDE: Y ella
¿os quiere?
MENDO: Pienso, primo,
que
merezco su favor.
CONDE: ¿Que
hay de Teodora?
MENDO: Quería
que yo
fuese su marido,
como si
hubieran nacido
mis
abuelos en Turquía.
CONDE: Sin
ser loca, yo no creo
que
ninguna mujer pida
la
esclavitud de una vida
por la
muerte de un deseo.
MENDO: Pues
ya, después que mi amor
sacó
pies amedrentado,
en ella
crece el cuidado
y, al
paso de él, mi rigor.
Ya,
sin esa condición,
estimara mis favores.
CONDE: Dichoso
sois en amores.
MENDO: En el
signo de León,
Marte y Venus concurrieron
de mi
nacimiento el día;
y, si
hay cierta astrología,
ellos
amable me hicieron.
Mas, adiós primo, que es tarde
y a
doña Ana quiero ver;
que hoy
su sol se va a poner
en
Alcalá.
CONDE:
Dios os guarde.
Vase el CONDE.
Sale LEONARDO
LEONARDO: El
coche a la puerta está;
que ya
se parte imagino.
MENDO: Tenme
el coche de camino
a la
puerta de Alcalá.
Parta al punto el repostero
y
encárgales, por mi vida,
que
esté a punto la comida
en la
venta de Vivero.
Haz
cómo doña Ana vea
en mi
prevención mi amor.
LEONARDO: Toda tu
gente, señor,
su vida
en tu gusto emplea.
Vanse don MENDO y LEONARDO. Salen doña ANA, de camino, y
CELIA
ANA: ¿De
qué vas triste? ¿De qué
lo van todas mis doncellas?
Habla, dime sus querellas.
CELIA: Señora, verdad diré,
pues obligación me pones.
Tienen tus crïadas todas
en la esperanza sus bodas
y en la
corte sus pasiones;
y,
como de aquí a seis días
es la
noche de San Juan
-- cuando los amantes dan
indicios de sus porfías --
sienten el ver que esa noche
en la
corte no han de estar.
ANA: Pues
pierdan, Celia, el pesar;
que,
por la posta, en un coche
conmigo entonces vendrán.
Porque se alegre mi gente
gozaré
secretamente
de la
noche de San Juan,
y
volveréme a la aurora
a
proseguir mis novenas.
CELIA: Alivie
el cielo tus penas.
Mas ¿no
era mejor, señora,
dilatar esta partida?
ANA: Si
sabes que estoy muriendo
por dar
la mano a don Mendo,
y no
hay cosa que lo impida
sino
el cumplir las novenas
que a
San Diego prometí,
¿dilataré, estando así,
el
remedio de mis penas?
Con
esta trata que doy
ninguna
queda quejosa.
CELIA: Hágate
el cielo dichosa.
A
darles la nueva voy.
ANA:
Encárgales, por mi vida,
el
secreto.
CELIA:
Así lo haré.
Don
Mendo viene.
Vase CELIA
ANA: Tendré
buen
agüero en la partida.
Sale don MENDO, de color
MENDO: Los
campos de Alcalá, bella señora,
desdeñan los favores del verano,
y de la
fértil Flora
no
solicitan ya la diestra mano,
después
que primaveras les reparte
la
dichosa esperanza de mirarte.
Los arroyos -- que esperan ser
espejos
en quien de esos dos soles
celestiales
se miren los reflejos
transforman sus corrientes en
cristales;
y el agua, en cambio de besarlos,
grata
hace a tus blancos pies puente
de plata.
Al nuevo sol que nace
agradecidas,
en verdes ramos las cantoras aves,
a coros divididas,
dando a los vientos músicas süaves,
para
explicar la gloria de este día
articular intentan su armonía.
Parte ¡o feliz! que el céfiro süave
lisonjear pretende codicioso
la rodadora nave,
de
nueva Europa Júpiter dichoso,
por
quien, en Indias vuelto Manzanares,
España
de sus glorias hace a Henares.
Parte ¡o primero móvil adorado!,
de
quien siguiendo voy el movimiento,
si bien
arrebatado
-- pues tras mi centro corro -- , no violento,
que yo,
si lo merezco, gloria mía,
voy a
ser el lucero de ese día.
ANA: Los
campos de esperanza matizados,
la
consonancia dulce de las aves,
los cristales cuajados,
las lisonjas del céfiro süaves,
en nada estimo; y
estimara sólo
llevar
por mi lucero al mismo Apolo.
Mas,
cuando el corazón lo solicita,
forzosa
acción de amor correspondiente,
ni el
honor acredita,
ni el
estado que tengo lo consiente.
MENDO: Es imán
de mis ojos tu presencia.
ANA: Justo efecto de Amor es la obediencia.
MENDO: ¿Sin
ti quieres dejarme?
ANA: Yo, don
Mendo,
parto
sin ti.
MENDO:
¿Qué mucho? Vas helada
cuando
yo quedo ardiendo.
ANA: ¡Segura
fuese yo, como abrasada!
MENDO: No me
apartes de ti si desconfías.
ANA: Vive el
recato entre las ansias mías.
MENDO: ¿No
me llamas tu dueño?
ANA: Y de mis
ojos,
cierta lengua del alma,
lo has sabido.
MENDO: ¿De
quién temes enojos,
cuando
te adoro yo, de ti querido?
ANA: Hasta
el "sí" conyugal temo mudanza;
que no
hay dentro del mar cierta bonanza.
En
tanto que a mis deudos comunico
la
dichosa elección de vuestra mano,
y
devota suplico
en
Alcalá a su dueño soberano
que
lleve a fin feliz mi intento nuevo,
y las novenas pago que le debo,
puede mudarse vuestro amor ardiente
y
quedar mi opinión en opiniones
del
vulgo maldiciente,
que a
lo peor aplica las acciones.
MENDO:
¿Mudarme yo?
ANA:
Temores son de amante.
MENDO: Más
parecen cautelas de inconstante.
Si
ya nuevo cuidado te fatiga,
el
fingido recato, ¿qué pretende?
Declárate, enemiga.
No el
desengaño, la mudanza ofende.
Vete
segura. Ocuparé entre tanto
el alma
en celos y la vida en llanto.
ANA:
Ofendes mi lealtad si desconfías;
mas porque de tu error te
desengañes,
pon secretas espías,
prueba mi fe, como mi
honor no dañes.
MENDO:
Confïanza tendré, mas no paciencia,
contra
el rigor, señora, de tu ausencia.
Sale CELIA
CELIA: Doña
Lucrecia, señora,
viene a
visitarte.
ANA: ¿Quién?
CELIA: Tu
prima.
MENDO:
(A impedir mi bien Aparte
la trae
mi desdicha agora.)
Sale doña LUCRECIA, con manto, y ORTIZ
LUCRECIA: No
quise, prima, dejar
de
verte en esta partida.
ANA: Ni yo,
Lucrecia querida,
me
partiera sin pasar
por
tu casa, porque el ver
al
pasar tu rostro hermoso,
fuese
presagio dichoso
del
viaje que he de hacer.
Doña LUCRECIA habla aparte a don MENDO
LUCRECIA:
Niégame agora, traidor,
las
verdades que estoy viendo.
ANA: ¿Qué le
dices a don Mendo?
LUCRECIA: Del
vestido de color
le
pregunto la ocasión;
porque
de irte a acompañar
lo
indicia el tiempo y lugar,
y fuera
galante acción.
ANA: Tan
alto merecimiento
con mi
humildad no conviene,
y, más
que lisonja, tiene
malicia
ese pensamiento.
Mas,
si conmigo partiera,
de
parecer, prima, soy,
que, pues yo de negro voy,
de color no se vistiera.
CELIA: Ya bien te puedes partir,
que los
coches han venido.
ANA: Que no
me olvides te pido.
LUCRECIA: Por
puntos te he de escribir.
ANA:
Adiós, don Mendo.
MENDO: Señora,
en el coche os dejaré.
ANA: Si
alguno en la calle os ve,
sospechará lo que agora
ha
sospechado mi prima.
Quedaos y salid después.
MENDO: Yo obedezco, y vuestros pies
sigue el alma que os
estima.
Vanse doña ANA y CELIA.
Saca un papel
LUCRECIA y muéstraselo a Don MENDO
LUCRECIA:
¿Conoces este papel?
MENDO: Yo,
Lucrecia, lo escribí.
LUCRECIA: Junta
lo que has hecho aquí
con lo
que dices en él.
Traidor, fingido, embustero,
engañoso, ¿a ti te dan
apellido de Guzmán
y
nombre de caballero?
¿Qué
sangre puede tener
quien
tiene pecho traidor?
¿Es
hazaña de valor
engañar
una mujer?
MENDO: Oye,
señora...
LUCRECIA: No muevas
esos
fementidos labios;
que
intentas nuevos agravios
con
satisfaciones nuevas.
MENDO: Pues
¿qué quieres? ¿Condenarme,
sin oír
satisfación,
por
sola una presunción?
LUCRECIA: ¿Qué
disculpa puedes darme?
¿Presunción llamas, traidor,
esta tan
clara probanza
de mi
agravio y tu mudanza?
MENDO: En lo
que fundas mi error
fundo la satisfación.
¿No te
dijo de mi parte
tu
escudero, que de hablarte
deseaba
una ocasión,
donde el descargo sabrías
del
recelo que te abrasa?
Tuve
aviso de tu casa
que a
ver tu prima salías,
y
vine a esperarte aquí,
y
adelantéme en llegar,
por no dar que sospechar
viéndome venir tras ti.
¡Mira por qué me condenas!
LUCRECIA: ¿De
modo que te disculpas
multiplicando tus culpas
y
acrecentando mis penas?
Causa doña Ana mi daño,
¡y con
hallarte con ella
das
remedio a mi querella!
MENDO: Porque
fuese el desengaño
en
su presencia más fuerte.
LUCRECIA: ¿Qué
desengaño me diste?
MENDO: Como tu
pena encubriste,
no
quise, hablando, ofenderte;
mas
ten cierta confïanza,
para
asegurar tus celos,
que en
el orden de los cielos,
antes
que en mí, habrá mudanza.
Tuyo soy.
LUCRECIA:
Las obras creo.
MENDO: Presto,
con la voluntad
de tu
padre, su verdad
te
mostrará mi deseo.
Sale el CONDE
CONDE:
(¿Dónde hay con celos cordura?)
Aparte
¡Lucrecia hermosa! ¡Don Mendo!
MENDO: Conde,
que venís entiendo
traído
de mi ventura;
que
Lucrecia ha de saber
de vos
lo que hablamos hoy
de su
amor.
CONDE: Testigo soy.
MENDO: Eso a
solas ha de ser;
que
pensará que os obligo
con mi
presencia a abonarme.
Vase don MENDO
LUCRECIA. (¡Tú
dejas, para informarme Aparte
en tu favor, buen testigo!)
CONDE: ¿He
de decir la verdad?
LUCRECIA: Para
eso quedas aquí.
CONDE: Pues
escúchala de mí,
pague o
no mi lealtad.
Y
por prevenir el daño,
si
acaso no me creyeres,
ten secreto lo que oyeres
y
averigua si es engaño.
Que,
pues me dijo don Mendo
que
cuente lo que hoy pasó,
cumpliendo lo que él mandó,
nadie
dirá que le ofendo;
que, aunque su intento haya sido
que use
contigo de engaño,
no debo
para mi daño
darme
yo por entendido.
Dando hoy para ti un papel
don
Mendo a Ortiz, tu crïado,
desdeñoso y enfadado,
me
dijo, "¡Cosa crüel,
Conde, es una mujer necia¡
Después
que a doña Ana di
en
servir, sale de sí
de amor
y celos Lucrecia."
Yo le dije, "¿No es mejor
no
engañarla?" Y respondió,
"Mil veces lo que dejó
volvió
a desear amor,
Y
este caso previniendo,
nada
pierdo en conservalla."
LUCRECIA: ¿Qué
enredos inventas? Calla.
¿Tal
pudo decir don Mendo?
¿Que
tu afición agradezca
quieres
así disponer?
¿Piensas que te he de querer
aunque
a don Mendo aborrezca?
CONDE: Oye.
LUCRECIA:
No me digas nada.
CONDE:
Averígualo advertida,
y dame
pena ofendida,
o
premio desengañada.
Y,
si por amarte yo,
duda en
mi verdad has puesto,
sírvate de indicio aquesto,
ya que
de probanza no.
Él
va tras ella a Alcalá,
y no es
éste mal testigo
del
desengaño que digo.
Despacha tú quien allá,
con
cuidado y sin pasión,
secretamente lo siga;
y, si
mi verdad te obliga,
premia
un leal corazón;
que
será culpable error
que
prefiera tu cuidado
un
engaño averiguado
a un
averiguado amor.
LUCRECIA: La
verdad diciendo estás,
que si
negándola estoy,
no es
que crédito no doy,
sino
que pena me das.
¡Ah, falso! ¡Ah, mal caballero!
¡Plega a Dios que, en igual
grado
amante
y desengañado,
pruebes
el mal de que muero!
¡Pluguiera a Dios, conde mío,
pudiera, en esta ocasión,
mudarse
la inclinación
al paso del albedrío!
Mas
vive cierto, señor,
que, si
me has dicho verdad,
te dará
mi voluntad
lo que
te niega mi amor.
CONDE: Yo
lo estimo de esa suerte.
LUCRECIA: Tanto
más me deberás
cuanto
me forzare más,
conde,
por corresponderte.
Vanse doña LUCRECIA y el CONDE. Salen don JUAN y
BELTRÁN,
de noche
BELTRÁN: El
duque Urbino esta noche
bien
pudiera perdonarte.
JUAN: ¿Qué
puede querer?
BELTRÁN: Llevarte
querrá
consigo en el coche,
amarrado a un duro banco,
sin
poderte entretener,
cuando
el decir y el hacer
anda por las calles franco.
Que,
noche de San Juan, hallo,
si un
peón sabe embestir,
que
suele solo rendir
más que
treinta de a caballo;
que
hay mujer que, en el engaño
que en
esta noche previene,
librados los gustos tiene
de los
deseos de un año.
Cuál
llega al poblado coche
de
angélica jerarquía,
y,
siendo paje de día,
pasa
por marqués de noche;
cuál
sin pensar se acomoda
con la
viuda disfrazada,
que,
entre galas de casada,
hurta los gustos de boda;
cuál encuentra y desbarata
una
sarta de doncellas,
de quien son las manos bellas
engasaduras de plata;
cuál
se llega a las que van
brindando los retozones,
y
trueca a mil refregones
un
pellizco que le dan.
JUAN: Quien los encuentros enseña,
encuentre con un azar.
BELTRÁN: ¿Es el
azar encontrar
una
mujer pedigüeña?
Si
ése temes, en tu vida
en poblado vivirás,
porque
¿dónde encontrarás
hombre
o mujer que no pida?
Cuando dar gritos oyeres,
diciendo, "Lienzo" a un lencero,
te
dice, "Dame dinero,
si de
mi lienzo quisieras."
El
mercader claramente
diciendo está sin hablar,
"Dame dinero, y llevar
podrás
lo que te contente."
Todos, según imagino,
piden,
que para vivir,
es
fuerza dar y pedir
cada
uno por su camino.
Con
la cruz el sacristán,
con los
responsos el cura,
el
monstruo con su figura,
con su
cuerpo el ganapán;
el
alguacil con la vara,
con la
pluma el escribano,
el
oficial con la mano
y la
mujer con la cara.
Y
ésta, que a todos excede,
con más
razón pedirá,
pues
que más que todos da,
y menos
que todos puede.
Y el
miserable que el dar
tuviere
por pesadumbre
-- ellas piden por costumbre --
hago
costumbre en negar;
que tanto, desde que nacen,
el
pedir usado está,
que
pienso que piden ya
sin
saber lo que se hacen.
Y así, es fácil el negar;
porque se puede inferir
que quien pide sin sentir,
no
sentirá no alcanzar.
JUAN:
Aunque más razones halles,
no has de quitarme el temor,
Beltrán; que el azar mayor
es el no tener que
dalles;
y más si la que he adorado
se
dignase de mis dones.
BELTRÁN: ¿Aún te duran tus pasiones?
JUAN: Ardo más, más desdeñado.
BELTRÁN: Éste
es el duque.
Salen el DUQUE y don MENDO, de noche
DUQUE: ¡Don Juan!
JUAN: Déme los pies vueselencia.
DUQUE: Ya
acusaba vuestra ausencia.
JUAN: Si don
Mendo de Guzmán,
Apolo de discreción,
acompañándoos está,
señor,
¿qué falta os hará
el que
en su comparación
luz
de una estrella no envía?
MENDO: Merced
recibo de vos.
DUQUE: La
amistad de entre los dos
extraña
la cortesía.
JUAN:
Decidme, pues, el intento
con que
hemos sido llamados.
MENDO: Aquí
tenéis dos crïados.
DUQUE: Dadme,
pues, oído atento.
Hombre que a la corte viene
recién
heredado y mozo
-- pájaro que estrena el viento
nave
que se arroja al golfo --
que a los ojos de su rey
y a los populares ojos,
ni debe mostrar flaqueza
ni
puede esconder el rostro,
ha de regir sus acciones
por los expertos pilotos,
obligados, por parientes;
por
amigos, cuidadosos
con
esta ley os obligo,
y con
esta fe os escojo
capitanes veteranos
de este soldado bisoño.
Acompañadme los dos,
advertidme lo que ignoro,
decidme
el nombre, el estado
y la
calidad de todos;
y en lo
de las cortesías
principal
cuidado os pongo,
advirtiendo que con nadie
pretendo pecar de corto;
que el
señor siempre es señor,
como
Apolo siempre Apolo,
aunque
en lugares indignos
entren sus rayos hermosos.
Lengua honrosa, noble pecho,
fácil gorra, humano rostro,
son voluntarias Argeles
de la libertad de todos.
Enseñadme los bajíos
en que tocar suelen otros;
cuál es Acates fiel,
y cuál Sinón cauteloso;
Ya del dulce lisonjero
el
veneno en vaso de oro,
ya la
canora sirena,
porque
me defienda sordo.
Al fin,
los dos sois el hilo;
la
corte, el cretense monstro.
Por mi
corren mis aciertos,
y mis yerros por vosotros.
MENDO: Yo
confieso que es muy débil
para
ese cielo este polo;
mas suplirán mis deseos
el defecto de mis hombros.
JUAN: De no
ser un Quinto Fabio
hoy con
mi suerte me enojo;
mas el
que soy, obediente
a
serviros me dispongo.
DUQUE: Con
eso, en nombre de Dios,
seguro
a la mar me arrojo.
Vamos
andando las calles
mientras pregunto y me informo.
MENDO: Ésta es
la calle Mayor.
JUAN: Las
Indias de nuestro polo.
MENDO: Si hay
Indias de empobrecer,
yo
también Indias la nombro.
JUAN: Es gran
tercera de gustos.
MENDO: Y gran
cosaria de tontos.
JUAN: Aquí compran las mujeres.
MENDO: Y nos
venden a nosotros.
DUQUE: ¿Quién
habita en estas casas?
JUAN: Don
Lope de Lara, un mozo
muy
rico, pero más noble.
MENDO: Y menos
noble que tonto.
Hacen dentro ruido de bailar
DUQUE: Tened,
que bailan allí.
JUAN: San Juan
es fiesta, de todos.
MENDO: Yo
aseguro que van éstos
más
alegres que devotos.
DUQUE: ¿Quién
vive aquí?
JUAN: Una viuda,
muy
honrada y de buen rostro.
MENDO: Casta
es la que no es rogada;
alegres tiene los ojos.
BELTRÁN: (¡Bien haya tan buena lengua¡ Aparte
¡Vive Cristo, que es un
Momo!)
JUAN: Esta
imagen puso aquí
un
extranjero devoto.
MENDO: Y,
entre aquestas devociones,
no le
sabe mal un logro.
JUAN: Un
regidor de esta villa
hizo
este hospital famoso.
MENDO: Y
primero hizo los pobres.
BELTRÁN: (Por
Dios, que lo arrasa todo.) Aparte
Salen doña ANA y CELIA a la ventana
ANA: Hoy
hace, Celia, tres años
que mi
esposo, con sus días,
dió fin
a mis alegrías
y dió
principio a mis daños.
CELIA: Si
de Alcalá te veniste
sólo a gozar la alegría
que
Madrid hace este día,
¿por
qué quieres estar triste?
¿Por
qué con esta memoria
tan
injusta guerra mueves
contra
el contento que debes
a noche de tanta gloria?
Ya
que tu luto funesto
te
impide salir de casa
hoy,
que los limites pasa
el
estado más honesto,
y
estar quieres encerrada
noche
que el uso permite
que los
altares visite
la
doncella más honrada;
con
quien pasa, tus enojos
divierte, señora mía,
y
niegue esta celosía
lo que
conceden tus ojos.
Las doce han dado, señora.
Oye del segundo esposo
el
pronóstico dichoso.
ANA: A don
Mendo el alma adora.
MENDO: Don
Juan de Mendoza...
ANA: ¡Ay, Dios!
¿Don
Mendo no es el que habló?
CELIA: Sí, mas
a don Juan nombró.
ANA: ¿Quién
duda que de los dos
es
don Mendo de Guzmán
pronóstico para mí?
Pues
antes su voz oí
que no el nombre de don Juan.
CELIA: Mas
¿qué fuera que ordenara
el
destino soberano
que tu
blanca hermosa mano
para
don Juan se guardara?
ANA:
Calla, necia. ¿Quién pensó
tan notable desatino?
¿Qué
importará que el destino
quiera,
si no quiero yo?
Del
cielo es la inclinación:
el sí o
el no todo es mío;
que el
hado en el albedrío
no tiene jurisdición.
¿Cómo puedo yo querer
hombre
cuya cara y talle
me
enfada sólo en miralle?
CELIA: El amor
lo puede hacer.
ANA: Sólo
quitará el morirme,
Celia,
a don Mendo mi mano;
que
está el plazo muy cercano
y mi voluntad muy firme.
DUQUE: ¿Cúyos son estos balcones?
JUAN: De doña
Ana de Contreras.
El sol,
por sus vidrieras,
suele abrasar corazones.
ANA:
Escucha, que hablan de mí.
DUQUE: ¿Es la
viuda de Siqueo?
JUAN: La
misma.
DUQUE:
Verla deseo.
MENDO: Pues
agora no está aquí.
(Ni
yo en mí, que estoy sin ella.) Aparte
DUQUE: ¿Dónde
fué?
MENDO:
Velando está
a San
Diego en Alcalá.
DUQUE: La fama
dice que es bella.
JUAN: Pues
por imposible siento
que en
algo la haya igualado
el
dibujo que ha formado
la fama
en tu pensamiento;
que
en belleza y bizarría,
en
virtud y discreción,
vence a
la imaginación,
si
vence a la noche el día.
MENDO:
(¡Plega a Dios que esta alabanza
Aparte
no
engendre en el Duque amor,
que con
tal competidor
mal
vivirá mi esperanza.
Yo
quiero decir mal de ella
por
quitar la fuerza al fuego.)
Ciego
sois, o Yo soy ciego,
o la
viuda no es tan bella.
Ella
tiene el cerca feo,
si el
lejos os ha agradado;
que yo
estoy desengañado,
porque
en su casa la veo.
DUQUE:
¿Visitáisla?
MENDO: Por pariente,
alguna
vez la visito;
que si
no, fuera delito,
según
es impertinente.
ANA:
(¡Ha, traidor!) Aparte
MENDO: Si el labio mueve
su
mediano entendimiento,
helado
queda su aliento
entre
palabras de nieve.
BELTRÁN habla aparte con don JUAN
BELTRÁN: ¡Ya
escampa!
JUAN:
¿Que trate así
un
caballero a quien ama?
BELTRÁN: Esto
dice de su dama.
¡Mira
qué dirá de ti!
MENDO: Pues
la edad no sufre engaños,
aunque
la tez resplandece.
Hablan aparte doña ANA y CELIA
ANA: ¡Ah,
falso! ¿Qué te parece?
Aun no
perdona mis años.
MENDO: Mil botes son el Jordán
con que se remoja y lava.
Hablan aparte el DUQUE y don MENDO
DUQUE: Pues ¿cómo don Juan la alaba?
MENDO: Para
entre los dos, don Juan
es
un buen hombre; y si digo
que
tiene poco de sabio,
puedo,
sin hacerle agravio.
Vuestro
deudo es y mi amigo;
mas esto no es murmurar.
JUAN: ¡Que
queráis poner defeto
en tan
hermoso sujeto!
MENDO: En la
rosa suele estar
oculta la aguda espina.
JUAN: Ellos
son gustos, y al mío,
o del
todo desvarío,
o esta
mujer es divina.
MENDO: Poco
sabéis de mujeres.
JUAN:
Veréisla, duque, algún día,
y
acabará esta porfía
de
encontrados pareceres.
MENDO: (Don
Juan me quiere matar, Aparte
y
aquello mismo que he hecho
para
sosegar el pecho
del
duque, me ha de dañar.)
CELIA: ¿Qué
te parece?
ANA: Estoy loca.
CELIA: ¿A este
hombre tienes amor?
ANA: El
pecho abrasa el furor.
Fuego
arrojo por la boca.
¿Posible es que tal oí?
Vil, ¿a quien te quiere
infamas
¿Así
tratas a quien amas?
CELIA: No ama
quien habla así.
Él
te engaña.
ANA: Claro está.
Di que
me traigan un coche.
Volvamos, Celia, esta noche
a
amanecer a Alcalá,
que
lo que agora escuché,
castigo del cielo ha sido
por
haber interrumpido
las
novenas que empecé.
CELIA:
Antes este desengaño
le
debes a esta venida.
ANA: Si con
él pierdo la vida,
mejor
me estaba el engaño.
Vanse doña ANA y CELIA.
Hacen dentro ruido
de cuchilladas
MENDO: Allí
suenan cuchilladas.
DUQUE: Estas
damas, de mi voto,
sigamos.
Vase el DUQUE
MENDO:
Es más devoto
de mujeres que de espadas.
Vase don MENDO
JUAN: Y
así al más amigo abona;
para
que advertido estés.
BELTRÁN: Su
lengua, en efeto, es
la que
a nadie no perdona.
Vanse don JUAN y BELTRÁN
FIN DEL PRIMER ACTO