ACTO PRIMERO
Salen el CONDE y RODRIGO
RODRIGO:
Famoso Melendo, conde
de
Galicia, no penséis
que la pretensión que veis
sólo al
amor corresponde
de
mi adorada Leonor;
que
vuestra firme amistad
tiene
más autoridad
en mi
pecho que su amor.
Por esto me resolví
a lo
que el alma desea,
porque
parentesco sea
lo que
amistad hasta aquí.
CONDE: Bien
pienso, noble Rodrigo
de
Villagómez, que estáis
seguro
de que gozáis
el
primer lugar conmigo
de
amistad; bien lo he mostrado
con una
y otra fineza,
pues yo
he sido de su alteza
ayo,
tutor y privado;
y
aunque el amor he entendido
que os
tiene su majestad,
estimo
vuestra amistad
tanto,
que no me han movido
a
que de él quiera apartaros
los
celos de su privanza;
que
ésta es la mayor probanza
que de
mi fe puedo daros;
que
es alta razón de estado,
si bien
no conforme a ley,
no
subir cerca del rey
competidor el privado;
porque
la ambición inquieta
es de
tan vil calidad,
que ni
atiende a la amistad,
ni el
parentesco respeta.
Mas
aunque es tan verdadera
mi
amistad, no por amigo
me
obligáis; que por Rodrigo
de
Villagómez os diera
también de Leonor la mano,
alegre
y desvanecido
de lo
que con tal marido
gana mi
hija, y yo gano.
RODRIGO: Las plantas, Melendo, os beso
por la merced que me
hacéis.
CONDE: Alzad,
alzad; que ofendéis
vuestra
estimación con eso,
pues
ni el reino de León
ni
España toda averigua
o
calidad más antigua,
o más
ilustre blasón
que
vuestra prosapia ostenta;
a
quien, para eternizallos,
dan
fuerza tantos vasallos,
y
tantos lugares renta.
RODRIGO:
Todo, gran Melendo, es poco
para
que alcanzar pretenda
de
vuestra sangre una prenda,
cuyo
bien me vuelve loco.
Y
así, con vuestra licencia,
al Rey
la quiero pedir;
que no
basta a resistir
al
deseo la paciencia.
CONDE: Y yo
llevar al instante
la
alegre nueva a Leonor,
de que
es mi amigo mayor
su más
verdadero amante.
Vase el CONDE
RODRIGO: En tanto bien, pensamiento,
¿qué
resta que desear,
sino
sólo refrenar
los
impulsos del contento?
Que,
según del alma mía
la
capacidad excede,
como la
tristeza puede
matar
también la alegría.
Al
rey quiero hablar. Él viene.
Su
licencia y mi ventura
la
esperanza me asegura
en el
amor que me tiene.
Sale el REY
REY: ¡Rodrigo!
RODRIGO:
¡Señor!
REY: Agora
a
buscaros envïaba;
que ya
sin vos dilataba
a
muchos siglos un hora.
RODRIGO:
¿Cuándo pude merecer,
señor, gozar tan crecido
favor?
REY: A
tiempo he venido
en que
el vuestro he menester.
RODRIGO: Hoy
mi ventura de nuevo
comenzaré a celebrar,
si en
algo empiezo a pagar
lo
mucho, señor, que os debo.
REY: En
algo no; en todo, amigo,
me dará
por satisfecho.
RODRIGO: Acabe,
pues, vuestro pecho
de ser
liberal conmigo.
REY: Yo
estoy--por decirlo todo
de una
vez--enamorado;
y es
tan alto mi cuidado,
que no
puedo tener modo
de
remediar mi pasión
si vos
no sois el tercero,
porque
las prendas que quiero,
prendas de Melendo son.
RODRIGO: (¡Ay
de mí! Leonor será: Aparte
¿quién
lo duda?)
REY: Vos, Rodrigo,
sois
tan familiar amigo
del
conde, que no podrá
darme mayor confïanza
otro
que vos, ni tener
ocasión
de disponer
los
medios a mi esperanza,
que
oomo a su bien mayor,
a los
favores aspira
de la
hermosa doña Elvira.
RODRIGO: (Cobró
la vida mi amor.) Aparte
REY: Éste
es el bien que pretendo
por
vuestra mano alcanzar.
RODRIGO: ¿Teméis
que os ha de negar
la de
su hija Melendo,
si
os queréis casar, señor?
Declaraos con él; que es cierto
que
alcanzaréis por concierto
lo que
intentáis por amor.
REY: ¿En
tan poco habéis creído
que me estimo, que os pidiera,
si ser
su esposo quisiera,
el
favor que os he pedido?
RODRIGO: ¿Y
en tan poca estimación
os
tengo yo, que debía
presumir que en vos cabía
injusta imaginación?
¿Y
en tan poco me estimáis,
o me
estimo yo, que crea
que
para una cosa fea
valeros
de mi queráis?
Y al
fin, ¿tan poco entendéis
que
estimo al conde, que entienda
que
vuestra afición le ofenda,
si ser
su yerno podéis?
REY: A mí
y al conde y a vos,
Rodrigo, estimar es justo;
mas ni
tiene ley el gusto,
ni razón el ciego dios.
Y
cuando Sancho Garcia,
conde
de Castilla, intenta
--porque así la paz aumenta
entre
su gente y la mía--
darme de doña Mayor,
su hermosa
hija, la mano,
y el
leonés y el castellano
tuvieran por loco error,
pudiendo, no efectuallo,
¿con
qué disculpa o qué ley
trocará
su igual un rey
por la
hija de un vasallo?
RODRIGO: Pues
si en eso correspondo
a la
razón vuestro pecho,
¿Por
qué también no lo ha hecho
para no
ofender al conde?
REY:
Porque lo primero fundo
en buena
razón de estado,
y en
estar enamorado,
que es
sinrazón, lo segundo.
Esto habéis de hacer por mí,
si es que mi vida
estimáis,
y si el
lugar deseáis
pagar
que en el alma os di.
RODRIGO:
Señor, mirad.
REY: Ciego estoy.
No me
aconsejéis, Rodrigo.
Esto
haced, si sois mi amigo.
RODRIGO:
Alfonso, porque lo soy,
os
pongo de la verdad
a los
ojos el espejo;
que se
ve en el buen consejo
la
verdadera amistad.
REY: Yo
me doy por advertido,
y del
consejo obligado;
mas
pues habiéndole dado,
con quien sois habéis cumplido,
determinándome yo
a no
tomarle. Rodrigo,
debe
ayudarme mi amigo
a lo
mismo que culpó.
RODRIGO:
Nunca disculpa la ley
de la
amistad el error.
REY:
¿Discülpa queréis mayor
que
hacer el gusto del rey?
RODRIGO:
Antes seré más culpado,
y de
eso mismo se arguye,
porque
del rey se atribuye
siempre
el error al privado.
Y
con razón; que es muy cierto
que el
divino natural
que da
la sangre real
no
puede hacer desacierto,
si
al genio bien inclinado
de
quien sólo bien se aguarda,
hacen
dos ángeles guarda
y
aconseja un buen privado.
REY:
Líbreos Dios que la pasión
del
amor sujete al rey;
que ni
hay consejo ni ley,
ni
sangre ni inclinación;
antes llega a enfurecer
con
tanta mayor violencia,
cuanto
mayor resistencia
tuvo el
amor que vencer.
Y
puesto que me venció,
y he llegado a resolverme,
os toca ya obedecerme,
si
aconsejarme os tocó.
RODRIGO:
Señor, la misma razón
porque
a mí me lo encargáis,
hace,
si bien lo miráis,
la
mayor contradicción;
que
si a Elvira puedo hablar
por ser
amigo del conde,
con eso
mismo os responde
mi fe
que me he de excusar,
pues
ni yo fuera Rodrigo
de
Villagómez, ni fuera
digno de que en mí cupiera
el
nombre de vuestro amigo,
si
sólo por daros gusto
en un
caso tan mal hecho,
hiciera
a un amigo estrecho
un
agravio tan injusto.
REY: Si os sentis más obligado
a su
amistad que a la mía,
serviráme esta porfía
de
haberme desengañado;
pero
si valgo, Rodrigo
de
Villagómez, con vos
más que
el conde, una de dos:
hacerlo
o no ser mi amigo.
RODRIGO: Si yo
no lo he merecido
por mi
sangre y mi valor,
muy caro dais el favor,
a precio de honor
vendido;
que
ése es modo con que suele
levantarse a la privanza
del rey
sólo quien no alcanza
otras
alas con que vuele;
mas
no quien pudo llegar
por sus
partes a subir,
y
merece con servir,
y no
con lisonjear.
REY:
Vuestra opinión os engana;
que
quien lisonjas desea,
sirve
quien le lisonjea
más que
quien le desengaña.
Y
para que os reduzgáis,
advertid que es necedad
perder
de un rey la amistad
por lo
que no remediáis;
que
para este fin, Rodrigo,
mil
vasallos tendré yo
sin
dificultad; vos no
fácilmente un rey amigo.
RODRIGO: Para
hacer yo lo que debo,
sólo a
lo que debo miro;
ni a
otros efetos aspiro,
ni de
otras causas me muevo.
Lo
que yo solo no hago,
decís que muchos harán;
mas esos mismos darán
lustre a la deuda que
pago;
pues
cuando os pierda, señor,
dirán
que entre tantos fui
sólo yo
quien me atreví
a perderos por mi honor.
Los malos honran los buenos,
como honra la noche al
día;
que,
sin tinieblas, tendría
el
mundo la luz en menos.
REY:
Basta; que es poco respeto
tanto argumentar conmigo;
y
advertid, si como amigo
os
descubrí mi secreto,
supuesto que os resolvéis
a no
hablar a la que adora
mi
pecho, que os mando agora,
como rey, que lo calléis.
Y no
me volváis a ver;
que si
a precio del honor
juzgáis
caro mi favor,
debiérades entender
que,
en esta cumbre que toco,
es el más alto interés
ser mi
amigo; y si lo es,
nunca
mucho costó poco.
Vase el REY
RODRIGO: ¿Esto es servir? ¿estos son
los premios de la fineza,
los
fines de la grandeza,
los frutos de la ambición?
¿De
modo que la razón
no ha
de ser ley, sino el gusto,
y que
cuando el rey no es justo,
quien
conserva su privanza
viene a
dar cierta probanza
de que
también es injusto?
Pues
no; no perdáis, honor,
la
alabanza más segura;
que ser
privado es ventura,
no
quererlo ser, valor.
El
privar es resplandor
de
ajenos rayos prestado,
y es
luz propia haber mostrado
que
quiso ser más Rodrigo
buen
amigo de su amigo,
que de
su rey mal privado.
Perdí su gracia, y mi amor
a
Leonor; que es justa ley
que sin
licencia del rey
no me
dé el conde a Leonor.
Su
indignación y mi honor
pedirla
me han impedido,
pues su
sangre he ya entendido
que
quiere el rey ofender;
mas el
valor en perder
hace
lograr lo perdido.
Perdiendo, pues, corazón,
ganemos
la mayor gloria;
que es
la más alta victoria
vencer
la propia pasión.
Combátame la ambición,
aflíjame el amor loco;
que en
estas desdichas toco
de la
virtud el valor;
y si es
ella el bien mayor,
nunca mucho costó poco.
Vase don RODRIGO.
Salen don RAMIRO y CUARESMA
CUARESMA: ¿Al
fin eres ya privado
del
rey?
RAMIRO:
Sí.
CUARESMA:
¿Y cómo, señor;
dime,
has de ser en su amor
privado: puro o aguado?
RAMIRO: No
entiendo esa distinción.
CUARESMA: Va la
explicación; aquel
que,
tratando el rey con él
sólo
las cosas que son
de
gusto, vive seguro
de
quejosas maldicientes,
y
cansados pretendientes,
llamo
yo privado puro;
mas
el triste a quien le dan
un
trabajo tan eterno,
que es
del peso del gobierno
un
lustroso ganapán
aunque al poeta desmienta,
que
suele llamarlo Atlante,
pues no
hay cosa más distante
del
cielo que éste sustenta
que
la carga del gobierno
--que
infierno se ha de llamar,
si es
que el eterno penar
se
puede llamar infierno--
éste, pues, que siempre lidia
con
tantos, tan diferentes
cuidados, que a los prudentes
da
compasión y no envidia;
éste, que no hay desdichado
caso,
aunque sin culpa suya,
que el
vulgo no le atribuya,
llamo
yo privado aguado.
Pues
como quita el sabor
al vino
el agua, es tan grave
su
pena, que no le sabe
el ser
privado a favor.
RAMIRO: Yo,
según ese argumento,
vengo a
ser privado puro.
CUARESMA: Con eso
tendrás seguro
el
gusto, poder y aumento.
Mas
di, ¿cómo la afición
del rey
pudiste alcanzar?
RAMIRO: Eso no
has de preguntar,
que es
secreta la ocasión.
CUARESMA:
¿Secreta?
RAMIRO:
Cuaresma, sí.
CUARESMA: ¿Y no
la puedo saber?
RAMIRO: No.
CUARESMA:
¡Qué tal debe de ser,
pues
que la encubres de mí!
RAMIRO: Sólo
te he de declarar
que en el lugar que perdió
Villagómez, entro yo;
que al
rey no supo agradar,
y
con ser de él tan bien visto,
de sus
ojos le ha apartado.
CUARESMA: ¿Con expulsión has entrado,
y de un hombre tan bien quisto?
¡Oh,
lo que dirán de ti!
RAMIRO: Si ha
sido gusto del rey,
y el obedecerle es ley,
¿por qué han de culparme
a mi?
CUARESMA:
Porque, según he entendido,
el
vulgo mal inclinado
siempre
condena al privado,
siempre
disculpa al caído.
Mas
del Conde galiciano
es ésta
la casa.
RAMIRO: A Elvira
quiero hablar. Quédate y mira,
que si
viniera su hermano
o su
padre, al mismo instante
me
avises.
CUARESMA:
Si en eso está
el
servirte, no será
un
soplón más vigilante.
Vase CUARESMA
RAMIRO: En
lo que vengo a emprender
sirvo
al rey, si al conde ofendo;
y así,
perdone Melendo,
que al
rey he de obedecer.
Elvira
es ésta, y me ofrece
la
soledad coyuntura.
parece
que la ventura
a los
reyes favorece.
Sale doña ELVIRA
ELVIRA:
Ramiro, ¡sin avisar,
hasta
aquí os habéis entrado!
RAMIRO: Cómo ha de haber avisado
quien
sola os pretende hablar?
Del
rey soy, hermosa Elvira,
secretario, y mensajero
del
amor más verdadero
que el
tiempo en su curso admira.
Mis razones perdonad,
si poco
adornadas son;
que el
ser veloz la ocasión
dio a
la lengua brevedad.
El
rey, al fin, confïado,
si no
le mienten señales,
de que no son desiguales
su
pena, y vuestro cuidado,
os
pide tiempo y lugar
para
poder visitaros,
porque
entre morir o hablaros,
ya no
hay medio que esperar.
ELVIRA:
Ramiro, aunque las señales
no han
engañado a su alteza,
nunca
olvidan su nobleza
las
mujeres principales.
Mi
padre ha sido tutor
del
rey, y el haber pasado
juntos la niñez, ha dado
con la
edad fuerza al amor.
No
lo niego; antes estoy
tan
rendida y abrasada,
que,
mil veces despechada,
me pesó
de ser quien soy.
Esto decid a su alteza
porque
alivie sus enojos,
y que
volviendo los ojos
a mi
heredada nobleza,
si
en mi obligación me ofendo,
me
alegro en mi presunción,
que no es el rey de León
mejor
que el conde Melendo.
Y
teniendo confïanza
de que
puedo ser su esposa,
si es
la obligación penosa,
es
dichosa la esperanza
que me da mi calidad
y así,
si Alfonso me quiere,
sin ser
mi esposo no espere
conquistar mi honestidad;
que
si con tal sangre y fama
para
esposa me juzgó
pequeña, me tengo yo
por
grande para su dama,
Al
fin, ¿no daréis lugar
de que
os hable?
ELVIRA: Si arriesgara
la
opinión, ¿qué me quedara,
teniendo amor, que negar?
Públicamente me vea
si la
mano quiere darme,
que si
no, yo he de guardarme
de
quien mi infamia desea.
Y
adiós, Ramiro, que viene
gente.
RAMIRO: Adiós.
Ésta es Leonor;
mas
ocultarla mi amor
a los
intentos conviene
del
rey, que, porque a sentir
no
llegue el Conde que aspira
a los amores de Elvira,
a mí me manda fingir
en
lo público su amante
para
encubrir su afición.
Callemos, pues, corazón,
si
puede en amor constante.
Vase don RAMIRO. Sale doña LEONOR
LEONOR: Mucha novedad me ha hecho
el ver a Ramiro aquí.
ELVIRA: Agora
sabrás de mí
lo que
no cabe en mi pecho.
Ya
no me quejo, Leonor;
dichoso
es ya mi cuidado,
que
Alfonso se ha declarado
y paga
mi firme amor;
y de
su parte ha venido
Ramiro
a solicitar
que le
conceda lugar
de
verme.
LEONOR:
¿Y qué has respondido?
ELVIRA: Dije... Mas éste es Rodrigo
de
Villagómez; después
lo
sabrás,
Vase doña ELVIRA.
Sale don RODRIGO
RODRIGO: (Turbados pies, Aparte
aquí el mayor enemigo
de vuestra honrosa
partida
os
presenta el ciego Amor;
mas
pasos que da el honor,
no es
bien que amor los impida.)
Cuando os pensaba pedir,
Leonor,
el bien soberano
de vuestra adorada mano,
de él
me vengo a despedir
y de
vos para una ausencia
tan
forzosa, que con ser
vos mi
dueño, la he de hacer,
aunque
no me deis licencia.
LEONOR: Pues
¿qué ocasión?...
RODRIGO: Leonor bella,
la
ocasión no preguntéis;
que es
grave entender podéis,
pues os
pierdo a vos con ella.
Ni
puedo menos hacer
ni más
os puedo decir.
LEONOR: Más me dais a presumir
que de vos puedo saber;
que
el que un secreto pondera
y lo
calla, hace más daño
dando
ocasión a un engaño
que declarándolo hiciera;
y
así, quien prudencia alcanza,
o no ha
de dar a entender
que hay
secreto que saber,
o ha de
hacer de él confianza;
que
no ha de dar el discreto
causa
al discursivo error
del que
no tiene valor
para
fïarle un secreto.
RODRIGO:
Señora, cuando es forzoso
disculpar yo la mudanza
de una
tan cierta esperanza
de ser
vuestro amado esposo,
¿cómo no os daré a entender
que hay
causa donde hay efeto?
Y si es
la causa un secreto
que vos
no podéis saber,
¿cómo puedo yo dejar
de
tocarlo y de callarlo?
LEONOR:
Resolviéndoos a fïarlo
de
quien os ha de culpar
de
mudable, y entender
que,
pues calláis la ocasión
de una
tan injusta acción,
es por
no haberla o no ser
bastante; que es desvarío
pensar
que querrá un discreto,
por no
fïarme un secreto,
infamar
su honor y el mío.
¿Qué
puedo yo, qué León,
de una
tan fácil mudanza
pensar,
si de ella no alcanza
la
verdadera ocasión,
sino
que habéis descubierto
defetos en mi, y que han sido
muy graves, pues han rompido
tan asentado concierto?
No
tuvo firme afición
quien
tan fácil se ha mudado;
que con
ella el agraviado
ama la
satisfacción.
Y si
me culpa la fama,
ésta
fuera ley forzosa,
no sólo
amándome esposa,
pero
sirviéndome dama.
RODRIGO: Ni
es mudable mi afición,
ni la
fama se os atreve,
ni es
la ocasión que me mueve
sujeta
a satisfacción,
y si
puede peligrar
vuestro
honor, culpar, Leonor,
mi
fortuna, no mi amor;
que
ella me obliga a callar.
LEONOR: Pues
si ni os mueve mi daño
ni
satisfacción queréis,
aunque
el secreto ocultéis,
no
ocultéis el desengaño.
Partid, pues; que, estando ausente,
poco
pienso padecer;
que es
muy fácil de perder
quien
me pierde fácilmente.
Vase doña LEONOR
RODRIGO:
Aguardad, Leonor hermosa,
Fuése.
¡Oh, inviolable preceto!
¡Oh,
dura ley del secreto,
cuanto
precisa enojosa!
Sale el CONDE
CONDE:
Rodrigo, la larga ausencia
vuestra
me daba cuidado,
y en
palacio os he buscado
sin
fruto y con diligencia.
RODRIGO: Muy
otro, conde, me veis
del que
pensasteis jamás;
ya en
cualquiera parte más
que en
palacio me hallaréis.
CONDE: Pues
¿qué novedad se ofrece
en
vuestras cosas?
RODRIGO: Melendo,
no se
merece sirviendo;
agradando se merece.
Del
rey por cierta ocasión
la
gracia, conde, he perdido.
Bien
sabe Dios que no ha sido
la
culpa de mi intención.
Por
esto, pues, ausentarme
de la
corte es ya forzoso,
y esto
el tálamo dichoso
de
Leonor pudo quitarme;
que
ni pedir fuera justo
licencia al rey enojado,
ni a
Leonor en este estado
me daréis contra su gusto.
CONDE:
¿Cómo no?
RODRIGO:
De vuestro amor
el
mayor exceso fío;
pero no
os permite el mío
por mí
el disgusto menor.
CONDE: 0 el
rey os ha de volver
a su
gracia o, ¡vive Dios!
caro
amigo, que por vos
yo
también la he de perder.
RODRIGO: No
intentéis ser mi tercero,
que del
rey la indignación,
mientras dure la ocasión,
ni
puede cesar ni quiero.
Yo
parto a Valmadrigal,
donde,
entre vasallos míos,
ni
temeré los desvíos
ni el
aspecto desigual
del
rey Alfonso, aunque vos,
con
vuestra penosa ausencia,
solicitáis mi impaciencia.
Dadme los brazos, y adiós.
CONDE: ¿Qué
no puedo yo saber
la
ocasión de esto, Rodrigo?
RODRIGO: Pues
sois mi mayor amigo
y
callo, debe de ser
imposible declararme;
mas si
sabéis discurrir,
harto
os digo con partir,
con
callar y no casarme.
Vase don RODRIGO
CONDE:
Cuando fue a pedir licencia
al Rey
de casarse, ¡vuelve
en su
desgracia, y resuelve
hacer,
sin casarse, ausencia!
¡Cielos! ¿Qué puedo pensar
si mi
más estrecho amigo
dice
tras eso, "Harto digo
con
partir y con callar
y no
casarme?" Sin duda
que es
prenda del rey Leonor,
porque
un hombre del valor
de
Villagómez no muda
fortuna, lugar e intento
con
menos grave ocasión;
y estos
efetos no son
sino
del furor violento
de los celos y el amor.
¡Ah, Alfonso! ¿En ofensas tales
pagan personas reales
los servicios de un
tutor?
Que
claro está, pues tratáis
en
Castilla casamiento,
que es
de ofenderme el intento
que
amando a Leonor lleváis.
¿Quién, quién pudiera esperar
esto de
un rey? Mas no quiero
precipitarme primero
que lo
llegue a averiguar.
Sale don BERMUDO
BERMUDO:
Confuso, padre, y turbado
vengo
de tan gran mudanza;
que
dicen que a la privanza
de
Alfonso se ha levantado
Ramiro, y que desvalido
con él,
Rodrigo se ausenta.
CONDE: Hijo,
¡ay de mí!, que mi afrenta
la
causa de todo ha sido.
BERMUDO:
¿Quién pudo para afrentarte
tener
tan osado pecho?
CONDE: No lo
sé, aunque lo sospecho.
BERMUDO: Acaba
de declararte,
sácame de confusión.
CONDE: De
Leonor he sospechado
que
está el rey enamorado;
y si lo
está, es su intención
afrentarme, pues que trata
en
Castilla de casarse;
y
conviene averiguarse
si
Leonor resiste ingrata,
o
muestra pecho ligero
a su
intento enamorado.
BERMUDO: Hoy de
Ramiro un crïado
hablaba
con el portero
de
casa; y si bien allí
en ello
no reparé,
porque
nada sospeché,
caigo
agora en que de mí
se
recelaron los dos.
CONDE: No me
digas más, Bermudo.
llámale; que nada dudo
ya del
caso. (¡Vive Dios, Aparte
que
es tercero en la afición
del rey
el traidor Ramiro,
y la
privanza que miro
procede
de esta ocasión!
Cielos, ¿por qué se han de dar
honras
a precio de gustos?
¿Por
qué con medios injustos
se
alcanza un alto lugar?)
Salen don BERMUDO y NUÑO
BERMUDO: Aquí
está Nuño, señor.
CONDE: Nuño,
el premio y el castigo
te
muestro. Pueda contigo,
si no
el amor, el temor.
Si
me dices la verdad,
no sólo
espera el perdón,
más el
mayor galardón
que se
debe a la lealtad.
NUÑO: Hidalgo soy, y obligado
de ti, y el amor ofendes,
si amenazarme pretendes,
mayor
que se vio en crïado.
CONDE:
Dime, pues. ¿Qué te quería
Ramiro?
NUÑO:
Señor, aguarda;
que el
que en la respuesta tarda,
o es
culpado o desconfía
del
crédito, o piensa engaños
con que
encubrir la verdad;
y no
arriesgo mi lealtad
a
ninguno de estos daños.
A Elvira, Ramiro adora,
y hoy,
señor, habló con ella
en tu
ausencia, y para vella
sola
esta noche a deshora,
que
le abriese me pidió.
Como su
poder temí,
la lengua dijo que sí,
pero la
intención que no;
teniendo el darle esperanza
y
excusar con un engaño
su
efeto, por menor daño
que
arriesgarme a su venganza,
y a que el negocio tratase
con
otro menos fïel
crïado
tuyo, y, con él,
lo que
le estorbo alcanzase.
Esto
pasa; y si en mi pecho
ha sido
culpa callarlo,
la esperanza
de estorbarlo
sin
darte pena, lo ha hecho.
CONDE: Dame
los brazos, ¿qué esperas?
Amigo
ya, no crïado,
hoy a
gozar de mi lado
en mi
cámara subieras,
si
no tuviera segura
con tal
portero mi casa;
pero no
ha de ser escasa
mi
mano, ni tu ventura,
de
Betanzos la alcaidía
es tuya.
NUÑO: Dame los pies.
CONDE: Éste es
pequeño interés.
Gozarle
mayor confía.
Mas
dime, ¿qué hay de Leonor?
¿Quién
la sirve o la desea?
NUÑO: Si lo
supiera, no crea
tu
pecho de mi, señor,
que
lo callara. Esto sé,
y no
otra cosa.
CONDE:
(Perdona, Aparte
rey, si
tu sacra persona
injustamente culpé.
error fue, que no malicia,
presumir
culpa de un rey
que es
la vida de la ley
y el
alma de la justicia.)
Hijo, ¿qué haré? Que aunque viejo,
me
tiene tal la pasión,
que es
fuerza en mi confusión
valerme
de tu consejo.
BERMUDO:
Señor, pues es importante
averiguar si mi hermana
es con
Ramiro liviana,
porque
muera con su amante,
cumpla con él lo tratado
Nuño; y
los dos estaremos
donde
ocultos escuchemos,
y demos
muerte al culpado.
CONDE: Dices bien. Hoy has de ser
tú, Nuño, quien la honra
mía
restaure.
NUÑO:
En mi fe confía.
CONDE: Ven;
sabrás lo que has de hacer.
Vanse todos. Salen
el REY y RAMIRO, de noche
RAMIRO: Al
fin quedó persuadido
el
portero de Melendo
a que
soy yo quien pretendo
a
Elvira.
REY: Cautela ha sido
importante, porque así
esté
secreto mi amor;
porque
tengo por mejor
que
tenga queja de ti
que
de mi el conde, si acaso
algo
viene a sospechar.
RAMIRO: Eso me
obligó a callar
el amor
en que me abraso
a
Leonor.
REY:
Si mi favor
es la
fortuna, confía
que o
se ha de mudar la mía,
o ha de
ser tuya Leonor.
RAMIRO:
Donde tu poder se empeña,
cierta
mi dicha será.
A la
puerta estamos ya
del
conde.
REY:
Pues haz la seña
que
concertaste. ¡Ay, Amor,
Hace RAMIRO una seña
Muestra
tu poder aquí!
Sale NUÑO
NUÑO: ¿Es
Ramiro?
RAMIRO:
¿Es Nuño?
NUÑO: Sí.
Bien podéis entrar, señor.
RAMIRO: ¡Oh, cuánto me has obligado!
NUÑO: ¿No
venís solo?
RAMIRO: Conmigo
viene
un verdadero amigo,
de
quien el mayor cuidado
con
justa causa confío.
NUÑO: Pues
seguidme; que ya el sueño
sepulta
a mi anciano dueño.
RAMIRO: ¿Y el
hermoso cielo mío?
NUÑO:
Elvira estará despierta;
que es
muy dada a la lición
de
libros.
REY:
Esmaltes son
de su
belleza.
NUÑO:
La puerta
es
ésta de su aposento.
REY: (La del
mismo cielo, di.) Aparte
NUÑO: Abierta
está; veisla allí,
ajena
de vuestro intento,
los
ojos entretenidos
en un
libro.
RAMIRO:
Idos, y estad
en
espía y avisad
si de
alguien somos sentidos.
NUÑO:
Perded cuidado; que a mí
me
importa.
Vase NUÑO
RAMIRO:
Ya nos sintió
Elvira.
Sale ELVIRA
ELVIRA:
¿Quién está aquí?
REY: No te
alteres; que yo soy.
ELVIRA: ¡Ay de
mí! ¡Qué atrevimiento!
REY:
Señora...
ELVIRA:
¡Qué confusión!
REY:
Escucha.
ELVIRA:
Si de mi padre
conocéis el gran valor,
¿cómo a
un exceso tan loco
os
atrevisteis los dos?
REY: Perder
por verte la vida
es la
ventura mayor
que me
puede suceder.
ELVIRA: ¿Cómo
entrasteis? ¿Quién abrió?
REY: No gastes puntos tan breves
en larga averiguación.
Pierde
el temor, dueño mío.
Yo te adoro y soy quien soy;
si acusas mi
atrevimiento,
ese
mismo alego yo
para
que por él te informes
de la
fuerza de mi amor.
ELVIRA: Idos,
por Dios, señor, idos;
idos,
si valgo con vos.
REY: La
ocasión tengo, señora.
No he
de perder la ocasión.
Tu
voluntad me conceda
lo que
tornar puedo yo.
ELVIRA: Llamaré
a mi padre.
REY: Llama,
y serán tus daños dos;
que a él le quitaré la
vida
y tú
perderás tu honor.
Salen el CONDE y BERMUDO, con hachas encendidas y
espadas desnudas
CONDE: ¡Muera
el aleve Ramiro!
RAMIRO: Perdidos
somos, señor.
BERMUDO: Mueran!
ELVIRA: ¡Ay de mí!
REY: Teneos
al Rey.
CONDE:
¿Al Rey?
REY: Sí.
Deja caer la espada el CONDE
CONDE: El rey sois;
aunque
no lo parecéis;
pero
conmigo bastó
para
que suelte el acero
sólo el
oír que sois vos.
Y
aunque pudiera este agravio,
puesto que tan noble soy
como
vos, mover la espada
a
vengar mi deshonor,
si el
rey debe estimar
menos
la vida que la opinión
de
justo, el soltarla agora
me da
venganza mayor;
pues
cuando más agraviado,
más
leal me muestro yo,
me
vengo más, pues os muestro
tanto
más injusto a vos.
Pero
yo...
REY:
Basta; que a yerros
nacidos
de ciego amor,
el amor
les da disculpa
y la
prudencia perdón.
El
mismo exceso que veis
os
informe de mi ardor;
si
nunca fuisteis amante,
al menos prudente sois;
cese el
justo sentimiento,
y pues
vuestra reprensión
tan
castigado me deja,
déjeos
satisfecho a vos
que
esta ofensa ha acrisolado,
no manchado, vuestro honor,
pues
Elvira, resistiendo,
de
quilates le subió;
y así,
pues con el intento
sólo os he ofendido yo,
basten penas de palabra
para
culpas de intención.
CONDE: Basten,
porque sois mi Rey;
que aun
las palabras, señor,
quisiera volver al pecho,
si es
que alguna os ofendió.
REY: Ya,
pues, mi error estimemos,
pues
nos descubre mi error
en
Elvira, a vos, tal hija,
y a mí,
tal vasallo en vos.
Y
advertid que, pues Elvira
está
inocente y causó
mi
poder toda la culpa,
no
sienta vuestro rigor;
que me
toca su defensa.
CONDE: De ella
satisfecho estoy;
que su
resistencia he visto.
REY: Pues
Melendo amigo, adiós.
Dadme
la mano, y quedemos
más
amigos desde hoy;
que de
las pendencias suele
nacer
la amistad mayor.
CONDE: Tomaré
para besarla
la
vuestra; mas ved, señor,
que dar
la mano y violar
la
amistad es vil acción;
y así, ha de quedar seguro
de vos
desde aquí mi honor.
REY: Yo os
lo prometo, Melendo.
Aquí el
amor feneció
de
Elvira, porque ya en mí
fuera
bajeza, y no amor,
proseguir mi ciego intento
viendo
tal lealtad en vos,
en ella tal resistencia
y en mí tal obligación.
ELVIRA: (¡Ah,
falso!) Aparte
CONDE:
De vos confío.
REY:
Quedaos, Melendo.
CONDE: ¡Señor!...
REY:
Quedaos.
CONDE:
Permitíd que al menos
llegue
a la calle con vos,
porque,
quien salir os viere,
entienda
que mereció
esta
visita Melendo
y no su hija.
REY: Vois sois
tan prudente como digno
de que
os haga ese favor.
Adiós,
Elvira; y merezca
mi atrevimiento perdón,
pues
que la enmienda propongo.
ELVIRA: Por ser
efeto de amor,
perdono
el atrevimiento...
(Mas el
propósito no.) Aparte
FIN DEL PRIMER ACTO