ACTO TERCERO
Salen RODRIGO, de villano, y JIMENA
RODRIGO:
Cuéntame cómo escapaste;
que con
el rey en los brazos
te
dejé, y con gran disgusto
me ha
tenido este cuidado.
JIMENA: Si yo
non pusiera mientes
a que
era el rey, ¡malos años
para
mí, si non podiera
como a
un pollo espachurrallo!
Asaz lo
pricié de recio,
e dije,
"¿Tan mal recado
fizo
Rodrigo en servir
de
mandadero a don Sancho
con
Elvira, que tirarle
la vida
hayades asmado?
Si el
rey de Navarra a Elvira
quiere
endonar la su mano,
¿en qué
vos ha escarnecido,
que
fincades tan amargo?"
Entonces me semejó
que le
falleció un cuidado,
e otro
le empezó además;
que
pescudó con espanto
si
fablábades a Elvira
en
persona de don Sancho
por su
amor; e mala vez
le
repuse que sí, cuando
con
mayor afincamiento
quiso
escapar de mis brazos,
dijendo, "Suelta, villana."
Mas yo,
que le vi arrabiado,
dije,
"Alfonso, non cuidedes
que vos
largue, fasta en tanto
que
pongades preitesía
de non
facer ende daño
al mi
Rodrigo." A la cima,
bien de
fuerza o bien de grado,
fizo el
preito, e yo otrosí
tiréle
luego el embargo,
e
homillosamente dije,
con los
hinojos fincados.
"Rey, ama so de Rodrigo;
estos
pechos le crïaron;
en mi
amor semejo madre.
Si
atendiendo como sabio
e como
nobre que amor
torna
enfurecido e sandio,
vos non
prace perdoname,
védesme
al vueso mandado."
¡Oh
divino encrinamiento!
¡Oh
pergeño soberano
de los
reyes, que ofendidos
muestran su nobreza en cabo!
Rodrigo, la nombradía
que enconaron
los ancianos
de rey
de las alimañas
al
León, non ye por tanto
que en
la posanza las venza
de las sus guarnidas manos,
si non por ser además,
de
corazón tan fidalgo,
que non
fiere al homildoso,
maguer
que finque rabiando.
Alfonso
de sí repuso
con
talante mesurado,
"Por ser fembra, e porque amor
vos
desculpa, non me ensaño,
e vos
dono perdonanza."
Así me
fablaba, cuando
volvió
a le buscar Ramiro,
dijendo
que los villanos
con el
roido bollían
soberbiosos e alterados,
e que a non le guarir vos,
fincara
muerto a sus manos.
Sin departir ende ál,
sobieron en sus caballos
amos a dos, e en el
bosque
a más
andar se alongaron.
De esta guisa aconteció.
Con su
preito ha asegurado
non vos
empecer Alfonso;
pero si
vos, sin embargo,
non
tenedes seguranza,
idvos
con el rey don Sancho,
pues vos endonar promete
en la
su tierra un buen algo;
que
maguer que la palabra
obriga
a los reyes tanto,
como
nin venganza cabe,
nin
afrenta en ser tan alto,
pues non ye cosa que pueda
oscurar
al sol los rayos,
sandio,
Rodrigo, seredes
en
atender confïado,
nin la
fe de un ofendido
nin la
piedad de un contrario.
RODRIGO: Tus consejos
y tu amor
me
obligan, Jimena, tanto,
cuanto
me alegra que Alfonso
haya tu
error perdonado.
Mas
¿dijístele que estaba
en
Valmadrigal don Sancho?
JIMENA: Non, Rodrigo;
que los cielos
más
sesuda me guisaron.
Non
semejo fembra yo,
e me
mandaste callarlo.
RODRIGO: Por
conocerte, de ti,
Jimena,
no me recato.
Mas de
Leonor, ¿qué me dices?
¿Está triste? ¿Han eclipsado
las nubes de mis desgracias
de sus dos ojos los rayos?
JIMENA: Maguer
que el su amor cobija
en
vuesa presencia tanto,
non fallece de plañir
su
lacería e vuesos daños
agora
que vos non ve.
RODRIGO: ¡Ay mi
Leonor! Si los hados
se
oponen a mis deseos,
¿cómo
podré contrastarlos?
JIMENA: Escochar
quiero otrosí,
Villagómez, vuestros casos.
RODRIGO, Ya
viene el Conde Melendo
y
también querrá escucharlos.
Sale el CONDE
CONDE:
¡Rodrigo! Bien puede un día
de
ausencia pedir los brazos.
RODRIGO: Sólo
por gozar los vuestros
a lo
que veis me he arriesgado.
CONDE:
Supuesto que de Jimena
he
sabido los agravios
que
intentó haceros el rey,
y cómo
para libraros
ella con él se abrazó
atrevida, y vos sacando
contra
Ramiro la espada
os
defendistes, aguardo,
Rodrigo, que me informéis
de lo
restante del caso.
RODRIGO: Ramiro
esgrimió el acero
con
ánimo tan bizarro y
con tan
valiente brío,
que no
suenan de Vulcano
los
martillos más apriesa
que los
golpes de su brazo.
Es
verdad que yo intentaba
defenderme, no matarlo;
que
respetaba en su pecho
a
Alfonso, cuyo mandato
era
mano de su espada,
como de
su vida amparo.
Nunca
las valientes lanzas
de
escuadrones africanos
el
rostro pálido y feo
de la
muerte me enseñaron,
y la vi
en la fuerte espada
de
Ramiro, o por ser tanto
su
valor, o porque yo
en ella miraba un rayo,
como es
Júpiter el rey,
por su
mano fulminado.
Al fin,
como el bosque
espeso
parece que procurando
ponernos en paz, formaba
a nuestros golpes reparos,
poniendo en medio a las dos
espadas
troncos y ramos,
y
nuestros agudos filos,
sin
advertir en su daño,
sus árboles despojaban
de los adornos de mayo,
querelloso estremecía
los
montes y valles, dando
con
cada ramo un gemido,
si con
cada golpe un árbol.
0 la
fama o el estruendo
convocó
de los villanos
un
ejército sin orden;
y como
precipitado
con la
venida el arroyo
a quien
la lluvia en verano
da con
el caudal soberbia,
con que
presas rompe, campos
inunda, troncos arranca,
lleva
de encuentros peñascos,
no de
otra suerte la turba
de mis
furiosos vasallos
penetró
el bosque, rompiendo
los
jarales intrincados;
y cual
la rabiosa tigre
en los
desiertos hircanos
embiste
a quien le pretende
quitar
el pequeño parto,
así en
favor y en venganza
de su
dueño se arrojaron
a dar la muerte a Ramiro
todos
juntos los villanos.
Mas yo,
que sólo atendía
a
librarme del rey, dando
evidencias del respeto
y la
lealtad que le guardo,
en defensa de Ramiro
el
acero vuelvo, y hago
escudo
suyo mi pecho,
y mi
vida su sagrado,
y no
más fácil serena
las
tempestades el arco
que de
cambiantes colores
la
frente corona al austro,
que ya
el amor, ya el temor
que me
tienen mis vasallos,
de su
embravecida furia
reprimió el ardiente brazo.
Yo,
vuelto a Ramiro entonces,
le
dije, "Bien he mostrado
que ha
sido el intento
mío
defenderme, no mataros.
Volved
a buscar al rey,
y
haced, Ramiro, a su lado,
el
oficio que yo al vuestro
hice
con vuestros contrarios;
que
terciar yo en los conciertos
de Elvira y el rey don Sancho
ni es de su respeto
injuria
ni de
su amor es agravio,
pues
antes hiciera ofensa
a su
grandeza, si cuando
de
olvidar a doña Elvira
su real
palabra ha dado,
gobernase por su amor
mis
acciones, pues mostrando
de su fe desconfïanza
le
hiciera notorio agravio."
Él me
respondió, "Rodrigo,
su
enojo causó un engaño,
con
equívocas razones
que os
escuchó, acreditado;
que entendió que para vos,
y no
para el rey Navarro,
de la
hermosa doña Elvira
conquistábades la mano.
Mas
fïad; que pues a un tiempo
en vos,
Villagómez, hallo
obligación para mí,
y para
el rey desengaño,
han de
mostrar mis finezas
que no
puede hacer ingratos
la
competencia ambiciosa
los
corazones hidalgos."
Dijo, y
partióse Ramiro;
pero
yo, considerando
qué es
necia la confïanza,
y que
es prudente el recato,
me
determiné a ocultarme,
hasta
que el tiempo o los casos
aplaque del rey la ira.
Y para
este fin, trocando
con un
villano el vestido,
a las
fieras y peñascos
de la
montaña pedí
de mis
desdichas amparo;
y agora
en la oscuridad
y en el
disfraz confïado
atropellé mi deseo
los
peligros, por hablaros.
Conde
amigo, aconsejadme,
cuando
padecen naufragio
mis
pensamientos confusos
de vientos tan encontrados;
que si
resuelvo pasarme
fugitivo a reino extraño,
el
mostrarme temeroso
es
confesarme culpado;
y ni la
amistad permite
en esta
ocasión dejaros,
ni
ausentarme de Leonor
el
deseo de su mano;
y si en
las tierras de Alfonso
su
resolución aguardo,
es mi
rey, tiene poder,
es mozo y está enojado.
CONDE:
Villagómez, yo no puedo
por
agora aconsejaros;
que
estoy también de consejo,
como
vos, necesitado;
pues
porque esté más confuso,
presumo
que el rey don Sancho,
por los
indicios, de Alfonso
el amor
ha sospechado.
Y así,
resuelvo, Rodrigo,
dejar
hoy de ser vasallo
de
Alfonso, según los fueros
en este
reino guardados,
por poder hacerle, uniendo
mi
poder al del Navarro,
o sin
deslealtad la guerra,
o la
paz con desagravio.
Y así,
lo más conveniente
es que
aguardéis retirado
a que
os dé mejor consejo
lo que
resulte del caso.
Fuera
que de estos sucesos
el
reino murmura tanto
que
espero que brevemente
el rey,
para sosegarlo,
a su
gracia ha de volveros.
Y con
esto, retiraos,
que ya
la rosada aurora
anuncia
del sol los rayos;
y para
que no arriesguéis
vuestra
persona, bajando
vos al
lugar, decid dónde,
cuando
importe, podré hallaros.
RODRIGO: En la
parte donde tiene
principio en duros peñascos
la
fuente que entre los olmos
baja al
valle.
JIMENA:
Yo he pisado
mil vegadas esas peñas.
CONDE: Adiós, pues.
JIMENA:
A acompañaros
iré con
mandado vueso,
hasta
vos poner en salvo.
Vanse el CONDE, don RODRIGO y JIMENA. Salen don
RAMIRO y CUARESMA
RAMIRO: ¿Cómo
siendo tan cobarde
has
tenido atrevimiento
para
ponerte a mis ojos?
CUARESMA:
¿Engañéte yo? ¿Qué es esto?
¿Dijete
que era valiente?
¿Derramé
juncia y poleo?
¿Dos
mil veces no te he dicho
que al
lado ciño el acero
sólo
por bien parecer,
y que
soy el mismo miedo?
¡Aquí
de Dios! ¿En qué engaña
quien
desengaña con tiempo?
Culpa a
un bravo bigotudo
rostriamargo, hombritüerto,
que en
sacando la de Juanes
toma
las de Villadiego;
culpa a
un viejo avellanado
tan verde, que al mismo tiempo
que
está aforrado de martas
anda
haciendo Madalenos;
culpa
al que de sus vecinos
se
querella, no advirtiendo
que
nunca los tiene malos
el que los merece buenos;
culpa a
un rüin con oficio,
que con
el poder soberbio,
es un
gigantón del Corpus,
que
lleva un pícaro dentro;
culpa
al que siempre se queja
de que es envidiado, siendo
envidioso universal
de los
aplausos ajenos;
culpa a
un avariento rico,
pobre
con mucho dinero,
pues es
tenerlo y no usarlo
lo mismo que no tenerlo;
culpa a
aquel que, de su alma
olvidando los defetos,
graceja
con apodar
los que
otro tiene en el cuerpo;
culpa,
al fin, cuantos engañan;
y no a mi, que ni te miento
ni te
engaño, pues conformo
con las
palabras los hechos.
RAMIRO: Basta:
bien te has disculpado;
convénceme el argumento;
mas
admirame que falte
valor a quien sobra ingenio.
CUARESMA: Dios no
lo da todo a uno;
que
piadoso y justiciero,
con
divina providencia
dispone
el repartimiento.
Al que
le plugo de dar
mal cuerpo, dio sufrimiento
para
llevar cuerdamente
los apodos de los necios;
al
que le dio cuerpo grande,
le dio
corto entendimiento;
hace
malquisto al dichoso,
hace al rico majadero.
Próvida
Naturaleza,
nubes
congela en el viento,
y
repartiendo sus lluvias,
riega
el árbol más pequeño.
No en
sólo un Oriente nace
el Sol;
que en giros diversos
su luz
comunica a todos;
y según están dispuestos
los terrenos, así engendra
perlas en Oriente,
encienso
en
Arabia, en Libia, sierpes,
en las Canarias camellos;
da seda
a los granadinos,
a los vizcaínos, hierro,
a los valencianos, fruta,
y nabos a los gallegos;
así reparte sus dones
por su proporción el
Cielo;
que a
los demás agraviara
dándolo
todo a uno mesmo.
Mostróle a Cristo el demonio
del
mundo todos los reinos,
y
dijole, "Si me adoras,
todo
cuanto ves te ofrezco."
¡Todo a
uno! Propio don
de
diablo, dijo un discreto;
que a
Dios, porque los reparte,
oponerse quiso en esto.
Sólo
ingenio me dio a mí;
pues en las cosas de ingenio
te sirve de mí, y de
otros
en las
que piden esfuerzo;
pues un
caballo se estima
no más
que por el paseo,
porque
habla un papagayo
y un mono porque hace gestos.
RAMIRO: Bien has dicho. Mas el rey
es éste.
CUARESMA:
Escurrirme quiero,
que sin
valor es indigno
de su
presencia el ingenio.
Vase. Sale el REY,
doblando un papel
REY:
Ramiro...
RAMIRO:
Señor...
REY: León
contra
mí, según he sido
informado, da atrevido
rienda
a la murmuración;
que
en mi gracia lleva mal
de
Rodrigo la mudanza,
que por
sus partes alcanza
aplauso
tan general.
Y
puesto que fue engañosa
la
sospecha vuestra y mía,
pues a
Elvira pretendía
hacer
del Navarro esposa,
y
que en su abono responde
que se
atrevió, confïado
en la
palabra que he dado
de
olvidar mi amor, al Conde,
la
ocasión quiero evitar
que me
malquisto, y hacer
que el
reino le vuelva a ver
gozando
el mismo lugar
a mi
lado que solía.
Mas no
por esto penséis
que vos
en mi...
RAMIRO:
No paséis
adelante, que sería
tan
ingrato a la nobleza
de
Villagómez, señor,
cuanto
indigno del favor
que me
hace vuestra alteza,
si de esa justa intención,
que
tanto llega a importaros,
procurase yo apartaros
por
celos de la ambición;
fuera de que yo confío
de su
condición hidalga,
que el favor
suyo me valga
para
conservar el mío;
que
aunque es mi competidor
en
amor, más ha podido
en mi
pecho agradecido
la
obligación que el amor;
y así, no me habéis ganado
por la mano en ese
intento,
que si
ocultó el pensamiento
fue por
veros enojado.
REY:
Agora si sois mi amigo
y digno
favor os doy
que,
aunque no del todo, estoy
aplacado con Rodrigo.
Vuestro buen celo mostráis;
y así,
de este intento os quiero
hacer a
vos el tercero;
y para
que le podáis
obligar, si teme en vano
mi
rigor, a que se parta
seguro
a verme, esa carta
le
llevaréis de mi mano;
y
partid luego a buscarle.
Dale una carta
RAMIRO: Si del
reino se ha ausentado
temeroso,
mi cuidado
con
alas ha de alcanzarle.
Vase don RAMIRO
REY: Al
fin es forzosa ley,
por
conservar la opinión,
vencer
de su corazón
los
sentimientos el rey.
Salen el CONDE, don MENDO y OTRO
CONDE: Aquí
está el rey.
MENDO: Justo ha sido
hasta
aquí el acompañaros,
y agora
lo es el dejaros,
que a
negocio habréis venido.
CONDE: No os vais; que pide testigos
lo que
tratarle pretendo.
MENDO: Pues
aquí tenéis, Melendo,
para
serlo, dos amigos.
CONDE:
Vuestra alteza, gran señor,
me dé los pies.
REY: Conde, alzad.
CONDE: Hasta
alcanzar un favor,
si le
merece el amor
con que
a vuestra majestad
he
servido, no mandéis
que del
suelo me levante.
REY: La confïanza
ofendéis
que a
mi estimación debéis
con
prevención semejante.
CONDE: Sólo
quiero suplicaros
que del
negocio a que vengo
me
prometáis no indignaros.
REY: (¡Ay,
Elvira! Ya prevengo Aparte
mi
desdicha.) Declararos
podéis; que sois tan discreto
y tan sabio en mi
opinión,
que
seguro lo prometo,
pues
cosa contra razón
no cabe en vuestro sujeto.
CONDE: Yo
os lo aseguro; y así
Alfonso, fïado en eso,
por mis hijos y por mí
la mano real os beso...
Bésale la mano
Y de
vos, rey, desde aquí
nos
despedimos, y ya
no
somos vuestros vasallos,
según
asentado está
por los
fueros.
Levántase y cúbrese
REY:
El guardallos
forzoso, Conde, será;
pero...
CONDE:
Promesa habéis hecho
de no
indignaros. La furia
reprima
el ardiente pecho,
supuesto que a nadie injuria
quien
usa de su derecho.
REY: Melendo, no receléis
que no
os cumpla la promesa,
pues no
pierdo en lo que hacéis
nada
yo, y sólo me pesa
de ver
que desobliguéis
mi
amor con tal desvarío,
pues ya
tengo de trataros
como a
extraño, y yo confío
que
algún tiempo ha de pesaros
de no
ser vasallo mio.
Vase el REY
CONDE:
(Defienda yo la opinión Aparte
de mi
hija, a quien procura
infamar
vuestra afición,
que
Navarra me asegura
si me
amenaza León.)
Vanse el CONDE, don MENDO y el OTRO. Salen
doña
LEONOR y doña ELVIRA
ELVIRA: Yo
no puedo más, Leonor;
ya me falta la paciencia.
Humana
es mi resistencia,
divino
el poder de amor.
Ya
que habemos de partir
a
Navarra, de León,
por
última citación
me
pretendo despedir
de
Alfonso; y ya que su alteza
me
niegue la mano, el pecho
parta
al menos satisfecho
de que
supo mi firmeza.
LEONOR: Ni
de tu resolución
ni de
tu pena me admiro;
mas
aquí viene Ramiro.
ELVIRA: Gozar
quiero la ocasión.
Sale don RAMIRO
RAMIRO:
Elvira y Leonor hermosas,
porque
sé que han de agradaros
las
nuevas que vengo a daros,
para todos venturosas,
no
aguardó vuestra licencia.
Alfonso, ya de Rodrigo
más
satisfecho y amigo,
sufrir
no puede su ausencia,
Y
con seguro a llamarle
de
parte suya me envía;
y así, de las dos querría
saber dónde podré
hallarle.
LEONOR:
Aunque en sangre generosa
no
puede caber cautela,
perdonad si se recela
quien
aguarda ser su esposa,
de
que tracéis sus agravios.
RAMIRO: (Mostró
su amor. Selle el mío, Aparte
pues
del favor desconfío,
en esta
ocasión los labios.)
Si
de mí no os confiáis,
con esta firma del rey,
Muestra la carta
que
tiene fuerza de ley,
es bien
que el temor perdáis;
y de mí, Leonor, podéis,
pues lo ofrezco,
aseguraros;
que me
va en no disgustaros
más de
lo que vos sabéis.
ELVIRA: No
hacerlo fuera agraviar
tan
hidalgo y noble pecho.
Jimena,
según sospecho,
hermana, sabe el lugar
donde
se oculta Rodrigo.
Hazla
llamar.
LEONOR:
La fe mía
en la
vuestra se confía.
RAMIRO: Yo soy
noble y soy su amigo.
Vase doña LEONOR
ELVIRA:
Ramiro, la brevedad
del tiempo
y de la ocasión
no
permite dilación.
Decidle
a su majestad
que
pienso que mi partida
a
Navarra se apresura,
y que
mi pecho procura
mostrarle por despedida
las verdades de mi amor,
aliviando mis enojos
con
publicar a sus ojos
con mi
llanto mi dolor;
y
así, por favor le pido
que
venga a verme.
RAMIRO: Señora,
señaladle puesto y hora;
que por
veros, persuadido
estoy que no ha de enfrenarle
el
mayor inconveniente.
ELVIRA: Mañana
junto a la fuente
del
bosque saldré a esperarle
con
mi hermana, al declinar
del
sol, pues nos asegura
la
soledad, la espesura
y
distancia del lugar.
RAMIRO:
Quede así.
Salen doña LEONOR y JIMENA
LEONOR:
Jimena os va,
Ramiro,
a servir de guía.
JIMENA: En
vuesa mesura fía
mi fe;
e catad que non ha
mi
pecho pavor de engaño,
nin
barata; e non cuidedes
que vivo a León tornedes
en
asmando facer daño
a
Rodrigo.
RAMIRO:
Confïada
ven de mí... Y dadme las dos
licencia.
ELVIRA: Yo estoy de vos
satisfecha.
LEONOR: Yo obligada.
Vase don RAMIRO
JIMENA:
¡Lijosos los fados vuesos
si
atendedes a engañar!
Que yo
vos cuido astragar
de una
puñada los huesos.
Vase JIMENA
ELVIRA: ¿Qué
dices de esta mudanza
del
rey?
LEONOR:
Que ha echado de ver
que a
Rodrigo ha menester
mucho
más que él su privanza.
ELVIRA:
Mañana mi amor dudoso
su
verdad ha de probar;
que se
ha de determinar
a
perderme o ser mi esposo.
LEONOR: Pues
¿dónde piensas hablalle?
ELVIRA: Ramiro
es el mensajero
de que
en la fuente le espero
que baja del bosque al valle.
LEONOR: ¿No
temes su ceguedad,
si se
ve solo contigo?
ELVIRA: Tú,
Leonor, irás conmigo,
y por
más seguridad,
irá
Jimena también.
LEONOR: A mucho te obliga amor.
ELVIRA: 0 ha de vencerle el favor,
o
castigarle el desdén.
Vanse doña ELVIRA y doña LEONOR.
Salen el REY y CUARESMA
REY:
¿Cómo, Cuaresma, no fuiste
con
Ramiro a esta jornada?
CUARESMA: De
aquella ocasión pesada
que en
Valmadrigal tuviste
con
Rodrigo, precedió
no
seguirle en esta ausencia.
REY: ¿Cómo?
CUARESMA:
Anduve en la pendencia
como un
cristiano debió,
porque viéndome apretado
de
Rodrigo, fui a buscar
un
clérigo en el lugar
para
morir confesado,
y ha
dado en quererme mal.
REY: Tu
temor lo ha merecido.
CUARESMA: Pues
¿qué loco no ha temido
viviendo en carne mortal?
REY: El
noble nunca temió.
CUARESMA: Por la
experiencia averiguo
que es
eso hablar a lo antiguo;
que noble conozco yo,
infante de Carrïón,
bravo
sólo con mujeres.
Mas
supuesto que tú eres
el más
noble de León,
te
probaré que aun a ti
no ha
perdonado el temor.
¿Nunca
a una vela, señor,
quitaste el pabilo?
REY: Sí.
CUARESMA:
Luego es fuerza confesar
que a
tener miedo has llegado;
que
nadie ha despabilado
que no temiese apagar.
REY: ¡Qué
desatino!
CUARESMA: Pregunto.
¿Nunca
medias te pusiste?
Y,
aunque eres rey, ¿no temiste
hallarles suelto algún punto?
¿Nunca la amorosa llama
te
tocó?
REY:
Y aun me abrasó.
CUARESMA: Pues
¿qué amante no temió
hallar
con otro su dama?
Pero
Villagómez es
quien
con Ramiro ha llegado.
Salen
don RAMIRO y don RODRIGO
RAMIRO: A
cumplir lo que has mandado,
humilde llega a tus pies
Rodrigo.
REY:
La diligencia
te
agradezco.
RODRIGO:
Dad, señor,
la mano
a quien el favor
de
gozar vuestra presencia
ha
podido merecer.
REY: Puesto
que os habrá informado
Ramiro
de que, engañado,
tal
exceso pude hacer,
os doy los brazos y el pecho.
RODRIGO:
Previniendo yo que haría
el
desengaño algún día
el
efeto que hoy ha hecho,
me
defendí del violento
furor
que intentó mi daño,
que
fue, advirtiendo el engaño,
servicio, y no atrevimiento.
La
obediencia lo ha probado,
y
humildad con que he rendido
a
vuestros pies he venido,
en viéndoos desengañado.
REY:
Satisfecho estoy, Rodrigo;
y así
quiero que a ocupar
volváis
el alto lugar
que
habéis gozado conmigo.
RODRIGO: Por
tu gran merced, señor,
los pies os vuelvo a pedir,
si bien
no puedo admitir
en todo
vuestro favor.
Vuestra gracia es la ventura
que
estimo haber alcanzado;
mas
volver escarmentado
a la privanza, es locura;
que
aquel a quien fulminó
de Jove
la airada mano
con las armas que Vulcano
en sus fraguas fabricó,
tales temores y enojos
concibe que, prevenido,
al
trueno cierra el oído,
y al
relámpago los ojos.
Villamet, Valmadrigal,
Santa
Cristina y la tierra
que en
las faldas de la sierra
bebe liquido cristal,
me
dan vasallos, riqueza,
poder y antiguos blasones
con que honrarme, y los pendones
ensalzar de vuestra
alteza
cuando serviros importe,
sin mendigar más aumentos,
expuesto a los escarmientos
y
mudanzas de la corte;
y
así, con vuestra licencia,
me
vuelvo a Valmadrigal.
REY: Aunque
sé que me está mal,
Villagómez, vuestra ausencia,
la
permito, porque entiendo
que aún tenéis de mis enojos
el sentimiento a los
ojos;
y así,
yo también pretendo
que
el tiempo vaya entregando
vuestras quejas al olvido.
Mas en
cambio de esto, os pido
una
cosa, y dos os mando.
Que
del reino no salgáis,
y a veros vengáis conmigo
muchas veces, son, Rodrigo,
las que os mando; y que
impidáis
que
se ausente de León
Melendo, os pido; advirtiendo
que no
ha de saber Melendo
que os
he dado esta intención.
RODRIGO: Yo,
como leal vasallo,
en
cuanto a mi, os obedezco;
en
cuanto al conde, os ofrezco
intentarlo, no alcanzallo.
Vase don RODRIGO
REY: ¿Qué
te parece?
RAMIRO: Que está
de tu indignación sentido,
y por
eso ha resistido;
mas el tiempo aplacará
sus quejas.
REY:
Porque consigo
el fin
así que intenté
--pues
si la corte le ve
algunas
veces conmigo,
cesa
la murmuración
de mi
mudanza y su ausencia--
no hice
más resistencia
al
partirse de León.
RAMIRO: Que
se partiese de ti
deseaba yo, por darte
una
embajada de parte
de
Elvira.
REY:
Ramiro, di,
di
presto; que no hay paciencia
donde
hay amor.
RAMIRO:
Hoy te aguarda
para hablarte.
REY:
Un siglo tarda
cada
instante de su ausencia.
Partir luego determino
disfrazado.
RAMIRO:
Bien harás.
Vamos,
pues, que lo demás
me
dirás en el camino.
CUARESMA:
¿Tengo yo de acompañar
a los
dos?
REY:
Cuaresma, si.
CUARESMA: Pues
advierto desde aqui
que no
voy a pelear.
Vanse el REY, don RAMIRO y CUARESMA. Salen
doña ELVIRA, doña LEONOR y JIMENA
ELVIRA: Por
una parte, esperanzas;
por
otra, Leonor, temores,
me
acobardan y me animan
con
afectos desconformes.
LEONOR: Cerca está el plazo si Alfonso,
como
debe, corresponde
a la
obligación, Elvira,
que en
quererle hablar le pones.
ELVIRA:
Escucha, amiga Jimena.
Hablan bajo. Salen
don SANCHO y su criado
FORTÚN, desde el paño
SANCHO: Mis
celos y mis pasiones
me
traen siguiendo sus pasos
por la
espesura del bosque,
por ver
si alguna ocasión
la
soledad me dispone
en que ver
mis desengaños
o
conquistar sus favores.
ELVIRA: Con
este fin te he traído
conmigo.
JIMENA:
Alfonso perdone;
que
facer su barragana
a una
infanzona tan nobre
non ye facienda de rey.
ELVIRA: Si
intentara algún desorden,
en tu
defensa confío.
JIMENA: Yo faré
lo que me toque.
Mas a
la fe, doña Elvira,
rehurtid vos sus amores;
que con
dueña que reprocha,
non ha
facimiento el home.
SANCHO:
Confirmóse mi sospecha;
que
según estas razones,
esperan
a Alfonso aquí;
y,
¡vive Dios, si nos pone
solos a
los dos la suerte
en el
campo de este bosque,
que ha
de ser nuestra estacada!
Parte
volando, y al conde
llama,
Fortún, de mi parte,
y dile
que a Villagómez
traiga
consigo, si acaso
ha
vuelto ya de la corte.
FORTÚN: ¿Diréle
lo que recelas?
SANCHO. Sí,
Fortún; dile que corre
riesgo
su honor.
FORTÚN: Hoy se encuentran
las barras y los leones.
Vase
FORTÚN. Salen el REY, don RAMIRO y
CUARESMA,
de labradores
REY: Con ellas está Jimena.
CUARESMA: A mí me toca.
REY:
Disponte,
si
pretendiere impedir
de los
dos las intenciones,
o a
detenerla con fuerzas
o a
engañara con amores.
CUARESMA: ¡Triste
yo! No sé cuál es
más
fácil de esas facciones.
¿Un
monstruo quieres que venza,
o que una
vieja enamore?
ELVIRA: Éste es
el rey.
REY:
¡Bella Elvira!
ELVIRA: ¡Rey y
señor!...
Apártase cada uno con la que le toca
REY: Los temores
de tu ausencia me han traído
con alas desde la corte.
ELVIRA: En la
tardanza hay peligro.
Escucha
las ocasiones
de mi
pena.
RAMIRO:
Ya el silencio,
Leonor,
los candados rompe.
Óyeme sin
enojarte,
si el
poder de amor conoces.
CUARESMA: Jimena,
¡válgame Dios,
qué
linda estás! ¿Qué te pones,
que al
rubio de Dafne amante
desafías a esplendores?
JIMENA: Callad, juglar, en mal hora;
que si un ramo tiro a un
robre,
de vuesas chocarrerías
faredes que enmienda tome.
CUARESMA: Sin
duda que te ha cansado
lo
oculto de mis razones;
que
entendimientos vulgares
es
forzoso que lo ignoren,
e
ignorándolo lo culpen
y
jerigonza lo nombren;
mas yo
te hablaré en tu lengua.
ELVIRA: Y pues don Sancho me escoge
para
reina de Navarra,
es bien
que o tu mano estorbe
mi
ausencia, o tu desengaño
dé fin
a mis confusiones.
Aquí te
has de resolver
a que
te pierda o te cobre,
que
éste es el útimo plazo.
REY: ¡Ay de mí!
ELVIRA: ¿Dudas? Responde.
REY: ¿Qué he
de responderte, Elvira,
si las
capitulaciones
hechas
con la castellana
quiere
mi suerte que estorben
darte
la mano, y mi amor
sentirá
menos el golpe
de mi
muerte que tu ausencia?
ELVIRA: Pues la
castellana goce
vuestra
alteza muchos años,
y
Navarra me corone.
Quiere irse doña ELVIRA
REY: Eso
no. Detente.
ELVIRA: Suelta.
REY:
Perdona; que pues conoces
que tu
amor me tiene ciego,
y en
esta ocasión me pones,
he de
llevarte a León
y gozar
de tus favores;
y
vengan luego a vengarte
el rey
don Sancho y el conde.
RAMIRO:
Perdona, Leonor.
CUARESMA: Jimena,
perdona.
Cada uno se abraza con la suya para llevarla
SANCHO:
Alfonso, este bosque,
de tu
sangre escrito, al mundo
publique tus sinrazones.
Sacan
las espadas y acuchíllanse
REY: ¡Al rey de León te atreves!
SANCHO: Yo soy
tu igual. ¿No conoces
al rey
de Navarra?
Salen el CONDE, don BERMUDO y RODRIGO, sacando las
espadas
CONDE: Alfonso,
ya no
es tu vasallo el conde.
Pues la
palabra real
tan
injustamente rompes,
con tu
mano o con tu vida
mi
honor es fuerza que cobre.
RODRIGO: Eso no,
mientras viviere
Rodrigo
de Villagómez.
Pónese don RODRIGO al lado del REY
CONDE: ¡Ah,
Rodrigo!
RODRIGO:
No hay ofensas,
no hay
amistades ni amores
que en
tocando a la lealtad
no olviden los pechos nobles.
CUARESMA:
Temblando estoy.
JIMENA: Endonadme,
dueña,
esta espada. Vos, Conde,
Quita JIMENA la espada a CUARESMA y pónese
delante del REY, defendiéndole de don SANCHO y el CONDE
e vos,
don Sancho, arredraos;
Porque
Jimena non sofre
que en
contra de su rey cuide
orgullecer ningún home.
Guardad vuesas nobres vidas.
Rey
Alfonso e Villagómez;
que mi
valor sobejano
fará tremer estos montes.
Acuchíllanse
CUARESMA: ¡Ah, machorra!
ELVIRA:
Ten, Jimena.
JIMENA: Si son
don Sancho e el Conde
Porfïosos, perdonad.
Poniéndose en medio doña ELVIRA
ELVIRA: Tened, por Dios; que en los nobles
no han de tener más
imperio
las
armas que las razones.
¿Por
qué pretendéis, Alfonso,
con
exceso tan enorme
perder
el nombre de rey,
cobrar
de bárbaro el nombre?
Si han
de coronar la infanta
de
Castilla tus leones,
¿por
qué impides que el Navarro
la de
Galicia corone?
Una
para esposa eliges
y otra
para dama escoges.
¿Eres cristiano? ¿Eres rey?
¿Eres noble... o eres
hombre?
Por
un intento que nunca
has de
alcanzar, pues conoces
que no
puede en mí la muerte
más que mis obligaciones,
¡el
suelo y el cielo ofendes!
Vuelve
en ti, rey; corresponde
a quien
eres, y a ti mismo
te vence, pues eres noble;
o mueve el luciente acero
contra
mí, si te dispones
a
impedir que de mi mano
el rey
de Navarra goce;
que yo
se la doy. Yo soy
quien
te ofende; que no el conde
mi
padre, ni el rey don Sancho.
Dadme
la mano...
CUARESMA: Arrojóse.
REY: Tente,
Elvira; que mis celos,
aunque
perdiese del orbe
la
monarquía, no sufren
que a mis ojos te desposes
con otro; y porque no pueda
quejarse tu padre el conde
de mi
palabra rompida,
dame la
mano, y perdone
la
infanta doña Mayor,
y el
rey de Navarra logre
con ella sus pensamientos.
SANCHO: Don
Sancho, Alfonso, responde
que es
admitirlo forzoso.
CONDE: Falta
que a mí me perdones.
REY: Llegad,
Melendo, a mis brazos;
que
disculpados errores
son los que causa el honor.
ELVIRA:
Permitid que a Villagómez
le dé
la mano mi hermana.
RAMIRO: Tu
promesa no lo estorbe,
señor;
que no quiero esposa
que
ajenas prendas adore.
REY: Dadle la mano, Rodrigo;
y
porque del todo os honre,
y quede
memoria y fama
de
Jimena, y de que ponen
a los pechos que los crían
tal valor los Villagómez,
ella y cuantas merecieron
dar a los infantes nobles
de
vuestro linaje el pecho,
de hoy
en adelante gocen
privilegio de nobleza,
para
que el mundo los nombre
"los
pechos privilegiados".
JIMENA: Nunca
los vuesos loores
la fama
fallecerá.
RODRIGO: Aún hoy cuenta en sus blasones,
senado,
ese privilegio
la casa
de Villagómez.
Y esta
verdadera historia
dé fin
aquí, y sus errores
suplica
humilde el autor
que el
auditorio perdone.
FIN DE LA
COMEDIA