ACTO PRIMERO
Salen don ILLÁN Y BLANCA
ILLÁN: De las desventuras largas,
los
bandos, muertes y daños
que han
durado tantos años
entre
Toledos y Vargas,
quiere el cielo soberano
que el
alegre fin se vea,
querida Blanca, y que sea
el medio de paz tu mano.
Don
Enrique, la cabeza
de los Vargas--¡qué ventura!--
vendernos la paz procura
aprecio de tu
belleza.
Solo, hija, falta aquí,
para fin de tantos males,
que entre esos finos corales
se forme un dichoso sí.
¿Qué
te suspendes? Comienza
a responderme.
¿Qué es esto?
Si es que de tu estado honesto
te enmudece la vergüenza,
con tu padre sola estás,
donde perdonarte puedes
lo que a tu costumbre excedes
por el gusto que me das.
Más
virtud es, Blanca hermosa,
en este caso presente
responder por obediente
que callar por vergonzosa.
BLANCA: La novedad de ese intento
imposible me parece;
y así, la lengua enmudece
lo que admira el pensamiento;
que esto en suceso tan vario,
padre y señor, es forzoso,
si en un punto miro esposo
al que agora vi contrario.
¿Cómo no estaré turbada,
suspensa y enmudecida,
si con la mano convida,
que aun no ha envainado la espada?
ILLÁN: Eso no debe, admirarte;
que no es ésta, segun creo,
la primer vez que himeneo
aplacó el furor de Marte.
BLANCA: Ya que yo no he de admirarme,
tú al menos has de mirar
que de aborrecer a antar
no es tan fácil el mudarme.
Y
así, si darme marido,
y no enemigo, deseas,
por quien sin vida me veas
término, señor, te pido
en que con el pensamiento
de que soy de él estimada,
de la enemistad pasada
pierda el aborrecimiento.
ILLÁN: Presto le querrás, si
adviertes
que es poderoso y galán,
y que estas bodas serán
remedio de tantas muertes
que eres pobre, y tu beldad
sola conquista su amor;
que éste es el medio mejor
de mover la voluntad;
que ni yo quiero, ni es justo,
casarte con tu enemigo.
BLANCA: La mayor fuerza conmigo
será ser ése tu gusto.
Vase doña BLANCA
ILLÁN: Pues tan provechoso intento
resistencia tal ha hallado,
otro amoroso cuidado
ocupa su pensamiento.
Pero
remediarlo espero.
¡Lucía!
Sale LUCÍA
LUCÍA: ¿Señor...?
ILLÁN: Advierte
Que hoy
mi buena o mala suerte
poner en tus manos quiero.
La palabra me has de
dar,
a ley de mujer honrada,
de
que no negarás nada
de lo que he de preguntar;
que yo la doy
desde aquí
del galardon que quisieres
y que lo que me dijeres
no saldrá jamás de mí.
LUCÍA: Donde el servirle es tan
justo,
de tus promesas me ofendo,
porque en
ello no pretendo
más premio que darte gusto.
Seguro de mi verdad
pregunta; que te prometo
que en mi pecho no hay secreto
que te niegue mi lealtad.
ILLÁN:
Sabe pues, hija
Lucía,
que Blanca me da cuidado;
que es tiempo de darle estado,
y para hacerlo querría
aaber de tí, pues mejor
de nadie inforinarme puedo,
que galanes de
Toledo
solicitan su favor,
y a cuál tiene inclínación
de todos Blanca; que es justo
que se haga con su gusto,
si puede ser, la elección.
LUCÍA: Señor, quererte contar
los que su amor atormenta,
será reducir a cuenta
las arenas de la mar.
De
todos pues, te diré
dos solamente, que son
los de más estimación
y en
quien más amor se ve.
Uno es don Juan de Ribera,
y don
Enrique de Vargas
es el
otro; y pues me encargas
que
el que en su pecho prefiera
te declare, me parece,
si son de pasiones tales
pregoneras las señales,
que a don Enrique aborrece
y a don Juan tiene afíción;
aunque, si digo verdad,
con su mucha honestidad
reprime su inclinación;
y así, don Juan hasta agora
se tiene por desdichado,
porque jamás ha alcanzado
un favor de mi señora.
Esto
es, señor, lo que sé;
y piensa que si supíera
más, también te lo dijera.
ILLÁN: Bien cierto estoy de tu fe;
y pues que tan de mi parte
en este caso te veo,
te diré lo que deseo.
LUCÍA: Bien puedes de mí fïarte.
ILLÁN: Yo confieso que don Juan
es muy deudo del marqués
de Tarifa, y digo que es
rico, discreto y galán,
y que tuviera mi hija
en él venturoso
empleo;
mas con todo, mi deseo
es que a don Enrique elija;
que demás de que no tiene
menos partes que don Juan
de rico, noble y galán,
esto a la quietud conviene,
porque la paz se concluya
de disensiones tan largas
entre Toledos y Vargas,
por ser
él cabeza suya;
y
así, tú de aquí adelante
encarmina su
intención,
haciendo en su ejecución
cuanto juzgues importante.
Habla bien con Blanca de él,
y ocasiones facilita
en que le escuche, y admita
ya el recado, ya el papel,
para inclinar a su amor.
Mas vé
con tiento, y advierte
que ha de ser esto de suerte
que no peligre mi honor.
Los
medios ordenarás
por el fin que se pretende.
LUCÍA: Bien sé hasta dónde se extiende
la licencia que me das.
ILLÁN: Y si se ofrece tratar
de don Juan, ponle defetos
importantes
y secretos,
porque
no pueda probar
lo contrario; y verás luego
como en un término breve
se trueca en fuego la nieve,
y en nieve se trucea el fuego.
LUCÍA: Yo espero hacerlo de modo
que alcance lo
que pretendo.
ILLÁN: Como fuere sucediendo,
me vé avisando de todo;
que el día que tenga efeto
esta intención, ese día
cincuenta doblas, Lucía,
en albricias te prometo.
LUCÍA: Pues, perdóneme don Juan,
y da el negocio por hecho;
que tantas doblas ¿qué pecho
de bronce no doblarán?
Vanse. Salen don
JUAN y TRISTÁN
TRISTÁN: Con una traza sospecho
que tendrás tiempo y lugar,
señor, para conquistar
de Blanca el esquivo pecho.
JUAN: Dila; que si es provechosa,
con extremo lo serán
tus albricias.
TRISTÁN: Don Illán,
padre de tu prenda hermosa,
estudia con gran cuidado
La
magia y nigromancía.
De su
crïada Lucía,
con quien de amores he andado,
lo he
sabido; que en efeto
es mujer y me ha querido
y como es niño Cupido,
no sabe guardar secreto.
Paréceme que fingir
que sabes la magia fuera
un medio que te
pudiera
por su amigo introducir;
y una vez introducido,
te sobrarán ocasiones
de lograr tus pretensiones.
JUAN: Traza como tuya ha sido.
Si él en esa profesión
es docto, y yo no la sé,
di necio, ¿cómo podré
salir con esa invención?
En
sabiendo que mentí
y le engañé, ¿no es forzoso
tenerme por sospechoso
y
recelarse de mí?
TRISTÁN: Recibe mi buen intento.
JUAN: No estoy desagradecido,
porque no del todo ha sido
inútil tu pensamiento;
que el decirme que ha estudiado
don Illan
nigromancía,
me ha dado extraña alegría,
porque tan aficionado
he sido siempre a sabella,
que sin duda alguna creo
que en mi pecho este deseo
iguala al de Blanca bella;
y así, dos fines intento
con solo un medio alcanzar.
TRISTÁN: ¿Cómo?
JUAN: De tí he de fïar,
Tristán, este
pensaimento,
pues tanto tiempo has tenido
de mi secreto las llaves,
y de mil sucesos graves
mudo depósito has sido.
Ven;
que te quiero decir
a lo que resuelto estoy.
TRISTÁN: Ya sabes que piedra soy
en el callar y sufrir.
Vanse. Salen LUCÍA, don ENRIQUE y
CHACÓN
LUCÍA: Éste es, señor, el estado,
ésta la nueva que puedo
daros de vuestro cuidado.
ENRIQUE: De don Illán de Toledo
la voluntad me ha obligado,
si bien puedo presumir
que la finge por cumplir
conmigo, y que allá en secreto,
para que estorbe su efeto,
sabe a Blanca persuadir.
LUCÍA: La pasada enemistad
desacreditar pudiera
el deseo y voluntad
de don Illán, si no fuera
testigo de su verdad
el desdén que antes de agora
doña Blanca, mi señora,
mostró siempre a vuestro amor;
mas porque de mi señor
no penséis que falso dora
con aparente afición
secreto aborrecimiento,
yo tengo de él
comisión
pPara ayudar vuestro intento
hasta ver su ejecución;
y así, Enrique, ved qué oficio,
qué invención o qué artificio,
qué exceso quereis que haga
con que
de esto os satisfaga,
que importe a vuestro servicio.
ENRIQUE: Solamente en cumplimiento
de lo que ofreces, intento
que me des tiempo y lugar
en que a solas pueda hablar
a quien causa mi tormento.
LUCÍA: ¡A solas!
ENRIQUE: Sí: ¿qué temor
te acobarda?
LUCÍA: Yo he de hacer
de suerte, por vuestro amor,
que riesgo no ha de correr
de doña Blanca el honor.
ENRIQUE: Pierda la vida al momento
que tan atroz pensamiento
tenga en mi pecho lugar.
Solo la
pretendo hablar
y decirle el mal que siento;
y porque crédito des
a esta verdad, y se vea
que otra mi intencion no es,
quiero que en su casa sea,
y que tú con ella estés.
LUCÍA: Eso lleva más camino,
y serviros determino.
ENRIQUE: Pues comiénzalo a trazar.
LUCÍA: Bien fácil es de alcanzar
con el medio que imagino.
ENRIQUE: Habla, pues; ¿qué te detiene?
LUCÍA:
En el estudio os entrad
de don Illán.
ENRIQUE: ¿Y si él viene?
LUCÍA: A mi cargo lo dejad.
Demás
que el estudio tiene
mesas, estantes, cajones,
que dan ocultos rincones.
Y advertid que mi señora
no sepa que soy la autora
que ayuda estas pretensiones.
Vase
ENRIQUE: Entra conmigo Chacón;
que importa tu compañía,
si hay peligro en la ocasión.
CHACÓN: (El favor perdonaría; Aparte
que recelo una traición.)
Vanse. Salen doña
BLANCA y LUCÍA
BLANCA: Amiga Lucía,
ya triste no puedo
encubrir las llamas
de mi loco incendio.
Mientras no soplaban
contrarios intentos,
oculto en cenizas
reposaba el fuego;
mas ya la violencia
de enemijos vientos
descubrió la brasa,
encendió el deseo.
Sabe
que mi padre,
Quiere...--¡oh, santos cielos,
esta triste vida
me quitad primero!--
...quiere a don Enrique
darme en casamiento,
contrario a mi sangre,
y a mi gusto opuesto,
siendo--¡ay desdichada!--
de mis pensamientos
don Juan de Ribera
el único dueño.
Porque
se conformen
los bandos sangrientos
de los dos linajes
Vargas y Toledos,
tan
a costa mía
se ha trazado el medio,
que ha de ser mi gusto
víctima del pueblo.
Mira
mis desdichas,
siente mis tormentos;
o afila un cuchillo,
o traza un remedio.
LUCÍA: Señora, en mi pensamiento
halla justa resistencia
el faltarte la
paciencia,
sobrándote entendimiento.
De la Fortuna el rigor
prueba
el pecho valeroso,
porque
en el tiempo dichoso
vive
dormido el valor.
BLANCA: Amor
es niño, y no tiene
sufrimiento en sus antojos.
LUCÍA: Di que
como está sin ojos,
no ve
lo que le conviene;
que
yo sé que si un momento
te deja
abrir la pasión
los
ojos de la razón,
has de mudar pensamiento.
BLANCA: ¡Qué dices! ¿Estás en tí?
Pues don Juan, ¿no me está bien?
Conjúraste tú tambien
con mí
padre contra mí?
Dime,
¿no eres tú quien de él
tantas
gracias me ha contado,
y quien
darme ha procurado,
ya el
recado, ya el papel?
Pues
¿cómo agora me das
consejo
tan diferente?
Di, ¿de qué nuevo accidente
tan
presto mudada estás?
LUCÍA: Yo
te confieso que he sido
quien
procuró tu favor
para
don Juan, y a su amor,
señora,
te he persuadido;
mas fue porque no sabía
lo que
he sabido después,
que a
la mudanza que ves
me ha
obligado.
BLANCA: ¿Y es, Lucía?
LUCÍA:
¿Mandas que lo diga?
BLANCA:
Sí .
LUCÍA: ¿Has de
enojarte?
BLANCA: No haré.
LUCÍA: (El
cielo favor me dé, Aparte
que van las doblas aquí.)
Bien conoces á
Tristan.
BLANCA: Sí conozco.
LUCÍA:
Y has sabido
que él
el mensajero ha sido
de las penas de don Juan.
BLANCA: Sí.
LUCÍA: Pues él, en puridad
hablando conmigo ayer,
desesperando
de ver
amansada, tu crueldad,
como
siempre tan terrible
te has
mostrado a su porfía,
dijo,
"En efeto, Lucía,
¿esta
empresa es imposible?"
Yo le
respondi, "Tristan,
según
lo que he visto, infiero
que
alcanzará al sol primero
que a
mi señora, don Juan."
Entonces cabeceó
Tristán, y dijo, "¡Qué fuera
si doña
Blanca supiera
los
secretos que sé yo!"
Yo,
que récele tu mal
con
esto, empecé a tener
curiosidad de mujer
ycuidado de leal,
y le
dije, "Por mi vida,
que los
digas; que prometo
que te
guardaré secreto,
y te
seré agradecida."
Él,
que oligarme quisiera,
porque,
si dice verdad,
reino
yo en su voluntad,
me dijo
de esta manera,
"Sabe pues que aunque don Juan,
mi
señor, en lo que ves,
de la
cabeza a los pies
es tan bien hecho y galán,
no es oro todo, Lucía,
lo que
reluce, y secretos
padece
algunos defetos,
que
solo de mí confía;
y pues de ello gustas, ¿ves
aquel hilo de sus dlentes
tan blancos y transparentes?
Pues son postizos los
tres."
BLANCA:
¡Jesús!
LUCÍA:
"Pues en esta parte,"
dijo,
"no perdiera nada,
puesto
que a la vista agrada,
como la
verdad, el arte;
mas es el daño mayor,
e insufrible, a lo que
entiendo,
que la
falta y el remiendo
son
causa de mal olor."
BLANCA: ¡Qué
gran falta!
LUCÍA: ¡Para ti,
que tu
vicio es oler bien!
BLANCA: Grandes
engaños se ven.
LUCÍA: Pues, ¡las piernas!... Oye.
BLANCA: Di.
LUCÍA:
Dice--¡extrañas maravillas!--
que cañas las conoció,
y sin milagro les dio
San Felipe pantorrillas.
Con
esto, señora, he hecho
lo que
tengo obligación;
si con
todo, su afición
viviere
en tu hermoso pecho,
en
albricias te daré
encaminar tu cuidado;
que
sabe Dios que he forzado
mi
voluntad por tu fe;
que
mi deseo mayor
es que
quieras a don Juan;
que yo también a Tristán
--y
perdona--tengo amor.
BLANCA: ¡Ay!
¡Qué de nieve ha llovido
sobre
el amor en que ardí!
LUCÍA:
¡Ay! ¡Cómo yo lo temí,
y
excusarlo no he podido!
Mas don Juan es éste.
BLANCA: ¡Ay cielo!
¡Saltos
me da el corazón!
LUCÍA: (Plegue
a Dios que mi invención Aparte
no dé
con todo en el suelo.)
Salen don JUAN y TRISTÁN
TRISTÁN:
Blanca está aquí.
JUAN: ¡Qué ventura!
TRISTÁN: Tu
traza verás lograda,
pues
que te ofrece a la entrada
tan
dichosa coyuntura.
JUAN:
Hermoso dueño mío,
por
quien sin fruto lloro,
pues
cuanto más te adoro,
tanto
más desconfío
de
vencer la esquiveza
que
intenta competir con la belleza,
la
natural costumbre
en ti
miro trocada;
lo que
a todas agrada,
te
causa pesadumbre;
el
ruego te embravece,
Amor te
hiela, llanto te endurece.
Belleza te compone
divina,
no lo ignoro,
pues por deidad te adoro;
mas, ¿qué razón dispone
que
perfecioneS tales
rompan
los estatutos naturales?
Si a
tu belleza he sido
tan
tierno enamorado,
si estimo
despreciado
y
quiero aborrecido,
¡qué
ley sufre o qué fuero
que me
aborrezcas tú porque te quiero?
BLANCA:
(¿Qué haré, cielo divino,
Aparte
luchando en mi deseo
perfecíones que veo
con
faltas que imagino?
¿Posible es que un defeto
pueda
caber en tan galán sujeto?
LUCÍA:
(Blanca está enternecida
Aparte
remediarlo conviene.)
Tu padre, Blanca, viene.
BLANCA:
¡Triste! ¡Yo soy perdida!
JUAN: No
importa; que yo tengo
un
negocio con él. A hablarle vengo.
LUCÍA: Pues
pasa tú, señora,
al
estudio a esconderte.
BLANCA: Bien
dices.
JUAN:
¡Dura suerte!
De
quien firme te adora
te
acuerda, gloria mía.
BLANCA: Sí haré
LUCÍA:
Tristán, adiós.
TRISTÁN: Adiós, Lucía.
Vanse
las dos
Sí haré, dijo. Bien se ha hecho
JUAN: Ya la Fortuna se muda.
TRISTÁN: Hoy has
salido, sin duda,
de casa
con pié derecho:
mas
ya sale don Illán.
Sale don ILLÁN
JUAN: Vuestras nobles manos beso,
Señor don Illán.
ILLÁN: ¿Qué exceso
es éste, señor don Juan?
JUAN: Esto
es hacer lo que debo;
que si
es nuevo el visitaros,
el ser vuestro y desearos
servir,
sabéis que no es nuevo.
ILLÁN:
Excusad el cumplimiento;
que si
tenéis que mandarme,
no
agradezco el dilatarme
nueva
de tanto contento.
JUAN: Ya el buen efeto adivino
de mi
intención, pues viniendo
a
pediros, ofreciendo
me
habéis salido al camino;
y así, pues vos me animáis,
no recelo el declararme.
ILLÁN: Seguro
podéis mandarme.
(Como a
Blanca no pidáis.) Aparte
JUAN: Ya, señor, habréis sabido
la inclinación y amistad
que
desde mi tierna edad
a las letras he tenido.
Trabajos, penas y daños
por saber no perdoné.
Tantas ciencias estudié
cuantas permiten mis años,
sólo, por no haber hallado
quien me dé preceptos de ella,
entiendo menos de aquella
que
enciende más mi cuidado.
Ésta
es la nigromancía,
en que
sé que sois tan diestro,
que
teneros por maestro
el mismo Merlín podría.
Esta
intencion me ha traído
a
buscaros. Yo sé bien
que os
pido mucho, y también
sé que
nada os he servido;
mas a las sangres famosas
tocan dificiles hechos,
y a los generosos pechos
se han de pedir grandes cosas.
Y vuestras pruebas estoy
cierto de que han de obligaros,
y el ver que podéis fïaros
de mí, pues sabeís quien soy.
ILLÁN: Don
Juan, no os quiero negar
que sé
el arte; que usar de ella
es
culpa, mas por sabella
a nadie
vi castigar;
mas
puesto que entrambos fueros,
como
sabéis, han vedado
el
enseñarla, excusado
quedaré
de obedeceros;
que
al amigo, pienso yo
que han de pedirse las cosas
grandes y dificultosas,
mas las ilícitas no;
que aunque sois tan
caballero,
y
obligarme pretendéis,
quizá
vos mismo seréis
el que
me culpe primero;
que
cualquier delito nace
con tal
fealdad y tal pena,
que
aquel mismo le condena
a cuya
instancia se hace.
JUAN:
Basta ya; que estoy corrido
de
vuestro injusto temor.
En hombres
de mi valor,
¿qué
ingratitud ha cabido?
¡Ojalá venga ocasión
en que
os muestre la experiencia
La
honrada correspondencia
de este
hidalgo corazón!
Que, don Illán, ¡vive Dios,
que he
de sentir yo primero
los
golpes del duro acero
que las
amenazas vos!
Demás de que mostrar miedo
del
castigo es no querer.
¿Qué jüez se ha de atrever
a don Illán de Toledo?
No por injustos recelos
de enseñarme os excuséis;
que si
tal merced me hacéis
testigos hago a los cielos
de esta palabra que os doy,
que
siempre vuestra ha de ser
mi
hacienda, vida y poder,
cuánto
valgo y cuánto soy.
ILLÁN:
Vencido de vos me veo.
Forzoso
es, don Juan, serviros,
y a cualquier precio cumpliros
un tan
ardiente deseo.
JUAN: Los
piés, don Illan, os pido.
ILLÁN:
Levantad; que me ofendéis.
Mirad
que no os olvidéis
de lo
que habéis prometido.
JUAN: Mi
valor y calidad
habré
entonces olvidado.
ILLÁN: Con el
aumento de estado
y la
mudanza de edad,
más
de alguno conocí
que la
memoria perdió.
JUAN: Si el
mundo mandare yo,
vos me
mandaréis a mí.
Y
estos no son cumplimientos,
sino
veras de mi fe.
ILLÁN: (Presto
la verdad veré Aparte
de
vuestros ofrecimientos.)
De esto que hago por vos,
el
secreto es excusado
encargaros.
JUAN:
Si un pecado
es el
que hacemos los dos,
siendo igual el riesgo mío,
por el que
tengo callara,
si el
vuestro no me obligara.
Solo
mis secretos fío;
que
es bien trataros verdad,
pues tanta merced me hacéis,
de este crïado que veis,
que
desde mi tierna edad,
en
Salamanca estudiante,
y en
otras partes después,
de
graves sucesos es
un
sepulcro de diamante.
Mas
no penséis que bastara
el conocer
su sujeto
solo
para que el secreto
de este
caso le fïara,
si
no me fuera forzoso,
por ser
él el instrumento
por
quien consigo este intento,
de que
estoy tan deseoso.
ILLÁN: Pues
¿cómo?
JUAN:
Porque él también
es a la
magia inclinado,
y
sabiendo mi cuidado,
no sé
por dónde o de quién
tuvo
noticia que vos
la sabéis, y me dio el punto.
ILLÁN: (Los oráculos barrunto Aparte
que os instruyen a los dos.
Por Blanca, que os
quiere bien,
mis archivos penetráis.)
Pues de él vuestro honor fïáis,
yo puedo hacerlo también.
JUAN: Besa
al señor don Illán
los pies por tanta merced.
TRISTÁN: Yo os los beso; mas creed
que aunque es sirviente
Tristán,
es al menos bien nacido;
y esto
a mi crédito sobra;
que en
cualquier tiempo la obra
a su
dueño ha parecido.
ILLÁN: En
mi estudio pues entrad
mis
libros os mostraré.
JUAN: Vamos.
ILLÁN:
(Presto probaré Aparte
tu
secreto y tu verdad.)
Sale un PAJE
PAJE:
Agora entró en el zaguán
el
potro de Andalucía
que a
Madrid tu hermano envía.
ILLÁN: Bajémosle a ver, don Juan;
que el estudio veréis
luego.
JUAN:
Vamos.
ILLÁN:
Por su ligereza,
por su
ardor y su belleza
le
llaman "Hijo del fuego."
Vase don ILLÁN
TRISTÁN:
Vender puedes alegría.
JUAN: Ya lo
toco y no lo creo.
Dos
cosas que más deseo
se me
cumplen en un día;
que
Illán la magia me enseña,
y
Blanca me hace favor.
TRISTÁN: Si yo
salgo encantador,
no dejo
a vida una dueña.
Vanse. Sale
BLANCA, huyendo de don ENRIQUE;
LUCÍÁ Y CHACÓN
BLANCA: ¡Ay
de mí! ¡Traición!
ENRIQUE: Señora,
si el
adoraros lo ha sido,
la mayor he cometido.
Nadie como yo os adora.
BLANCA: Dejad
lisonjas agora;
que la
cabeza... ¡Ay de mí!
El
bando contrario aquí
a
darnos la muerte entró.
ENRIQUE: A daros
la muerte no,
a
buscar la vida sí.
A LUCÍA
BLANCA:
Llama á mi padre.
ENRIQUE: Si darme
la
muerte, Blanca, queréis,
con
sólo un rayo podéis
de vuestros ojos matarme.
BLANCA: El
hielo intenta abrasarme.
¿Cuándo
entrasteis? ¿Cómo, o quién
os dió
la traza?
ENRIQUE: Mi bien,
buscando vuestro favor,
abrió la puerta mi amor,
que
cierra vuestro desdén.
Solicitando, señora,
esta
ocasión que ha querido,
de mis
males condolido,
ofrecerme el cielo agora.
Este
pecho, que os adora,
rompió las dificultades
de bandos y enemistades;
que si me arriesgo a
morir,
¿qué
más morir que sufrir,
amando,
vuestras crueldades?
Al oído a don ENRIQUE
LUCÍA:
¿Agora gastas razones,
cuando
te ofrece el cabello
la Ocasión? Llega. (Que en ello Aparte
me van
cincuenta doblones.)
Eso sí.
BLANCA:
Si te dispones,
grosero, a descomponerte,
llamaré
a mi padre, advierte.
ENRIQUE: Venga;
que hoy tendrá mi amor,
o de tus manos favor,
o de las suyas la muerte.
A doña BLANCA
LUCÍA: Él
está loco sin duda.
A don ENRIQUE
¿Qué es
esto? Suelta, desvía.
ENRIQUE: Cuanto
crece, gloria mía,
................. [-uda].
................. [-uda];
más
vuestro rigor crüel.
Tanto más me abraso en él.
BLANCA: Ardo en
rabia.
ENRIQUE:
Yo en amor.
LUCÍA: ¡Triste
de mí! Mi señor.
BLANCA: ¿Mi
padre?
LUCÍA:
Y don Juan con él.
BLANCA: ¡Ay
cielo! Escóndete presto,
Enrique, tras un estante.
ENRIQUE: No
temas.
BLANCA:
De fiel amante
me
darás indicio en esto.
Mira
que mi estado honesto
opinión
puede perder,
y sin mi culpa caer
torpe
nota en la honra mía.
ENRIQUE: Si
esconderme es cobardía,
es
fineza obedecer.
CHACÓN: Sí,
señor; que a toda ley,
en
ocasión tan estrecha,
no hay
cosa como evitar
escrúpulos de conciencia.
Retiranse al paño.
Salen don ILLÁN,
don
JUAN, TRISTÁN y PÉREZ
ILLÁN: ¿Qué os
dice el Hijo del fuego?
JUAN: Que
echó en él naturaleza
cuanto
su saber alcanza
y cuanto pueden sus fuerzas.
ILLÁN: Desde
Córdoba lo envía
mi
hermano, que lo presenta
en la
corte a cierto amigo.
JUAN: Darse
al rey mismo pudiera,
y más
si acaso las obras
con el talle se conciertan.
ILLÁN:
Probémosle, si os agrada.
JUAN: Mi
voluntad es la vuestra.
ILLÁN: Mientras el senor don Juan
ve mis libros, adereza,
Pérez,
el Hijo del fuego.
PÉREZ: ¿Qué
aderezo?
ILLÁN:
De jineta.
PÉREZ: Voy,
señor.
Vase
ILLÁN:
Avisa luego
que
aderezado le tengas.
Hablan aparte doña BLANCA y LUCÍA
BLANCA: Por no dar a don Juan celos
le
rogué que se escondiera.
LUCÍA: Bien has hecho, que no es justo,
Aunque tantas faltas
tenga,
Pagar
mal su amor. (Con esto Aparte
la obligo
a acordarse de ellas.)
ILLÁN: ¿Aquí
estás, Blanca?
BLANCA: Ya sabes,
señor,
que más me deleitan
tus
libros que mis labores.
JUAN: (¡Ay,
soberana belleza! Aparte
¡Pimpollo, al fin, de tal árbol.)
Con la
hermosura y la ciencia
quitaréis, Blanca divina,
la
adoracion a Minerva.
ILLÁN: A
Blanca le falta todo.
Dejad de desvanecerla,
y a los libros atended.
Los autores y materias
Sus títulos os dirán.
JUAN: Verlos quiero.
Mira libros
TRISTÁN:
Aquí comienzan
tus
gustos.
ILLÁN:
Oye, Lucía.
Háblala aparte.
TRISTÁN habla aparte
con don JUAN
TRISTÁN: ¡Aquí
está Merlin! ¡Qué pieza!
Con
gran cuidado te mira
doña
Blanca.
JUAN:
(¡Ay dulce prenda!) Aparte
LUCÍA: Esto ha
pasado. Él está
tras un
estante.
ILLÁN: (Hoy mi ciencia Aparte
maravillas ha de obrar.)
LUCÍA:
Tristán, ¿cómo no me cuentas
qué enredos son éstos?
TRISTÁN: Calla.
Cuando a la noche te vea,
te diré
mil novedades;
agora
basta que sepas
que hoy
ha llegado a Toledo
un
pesquisidor de viejas;
que
sabiendo el rey que son
difuntos que se menean,
y que
dentro de sus cuerpos
andan sus almas en pena,
manda que las
desencanten,
y que
sirvan en la guerra
para
parches sus pellejos,
sus
huesos para baquetas.
LUCÍA: ¡Pobres
de ellas!
ILLÁN: (Bien está Aparte
trazado
de esta manera.
Darle quiero por encanto
y mágicas apariencias,
riquezas, honras y oficios
para probar sus promesas;
Escribe un papel
y con
estos caracteres
efeto
quiero que tenga.
Sale un PAJE
PAJE: Señor don
Juan, un hidalgo,
forastero por las señas,
por vos
llegó preguntando,
y
vuestra licencia espera
para
hablaros, porque os trae
de
mucho gusto unas nuevas.
JUAN: Aguarde.
ILLÁN:
Si son de gusto,
no
dilatéis el saberlas.
Entre,
si licencia dais.
JUAN: Entre, pues vos dais licencia.
PAJE: Entrad, hidalgo.
ILLÁN: (Mis artes Aparte
nigrománticas empiezan
a obrar
en esto.)
Sale un CAMINANTE con un pliego
CAMINANTE: ¿Quién es
aquí
don Juan de Ribera?
JUAN: Yo soy.
CAMINANTE: Pues déme los piés
y albricias vuestra
excelencia.
JUAN: Alzad,
y mirad que erráis,
según
el estilo muestra,
por el
nombre la persona.
TRISTÁN:
¡Excelencia dijo!
CAMINANTE: Fuera
pedir
albricias locura,
a no ser tales las nuevas,
que a esa duda os
obligaran;
mas las
cartas de creencia
bastarán a aseguraros
lo que
no puede mi lengua.
Dale un pliego
Marqués
de Tarifa sois;
que
aunque imposible os parezca,
la
parca sabe cortar
en un
punto muchas hebras.
Entró
en casa del marqués,
mi
señor, que el cielo tenga,
aire
tan inficionado,
tan
enojada influencia,
que, él
y un hermano, en tres días,
y un
hijo--¿quién tal creyera?--
fueron excelsos marqueses
y fueron humilde tierra.
La marquesa, mi señora,
aunque
lastimada, cuerda,
hizo
junta de letrados,
y
mirando bien en ella
la
erección del mayorazgo
y el
árbol de los Riberas,
hallaron, señor don Juan,
todos conformes, que es vuestra
la sucesión del estado,
que por
muchos años sea;
y al
punto con esa carta
el
parabién y las nuevas
me
despachó por la posta
mi
señora la marquesa.
TRISTÁN: ¡Qué
gran dicha!
BLANCA: (¡Loca estoy!) Aparte
ILLÁN: Goce,
señor, vueselencia
por mil años el estado.
JUAN: El
señor don Illán crea
que
será para servirle
cualquier aumento que tenga.
ILLÁN: (¿Ya me
habláis de impersonal? Aparte
Presto
el desengaño empieza.)
BLANCA: Mil norahuenas
os doy,
señor
marqués.
JUAN:
Blanca bella,
para
bien vuestro será
cuánto
valga y cuánto pueda.
Aparte al paño don ENRIQUE
ENRIQUE: (Celosa
envidia me abrasa.) Aparte
TRISTÁN: Señor,
bien es que merezca
quien tus pies besó merced,
besártelos excelencia.
JUAN: La mano
te doy. La carta
leo con
licencia vuestra.
BLANCA: ¿Quién
tal creyera?
LUCÍA: Tristán,
¿agora
darásme audiencia?
TRISTÁN: Sí; que
mudanzas de estado
no
mudan naturaleza;
más el
modo de tratarnos
solo
destajar quisiera.
Hablarásme
de vusía.
LUCÍA: Pues
tú, ¿qué titulo heredas?
TRISTÁN: Agora
hablémonos de vos,
para
evitar diferencias.
JUAN: Mi
dicha es cierta; y pues fuistes
vos de
ventura tan cierta
mensajero,
las albricias
me
pedid que daros pueda.
CAMINANTE: De
camarero serví
al
marqués difunto. Premia
con ese
oficio mi fe.
TRISTÁN:
¡Camarero! Pues ¿qué dejas
para...?
JUAN: Tristán, tú has de ser
mi secretario; que es
fuerza,
pues
tengo tan conocido
tu
secreto y tu prudencia.
Vos
sois ya mi camarero.
CAMINANTE: Mil
años mi dueño seas.
Habla aparte con don ILLÁN
Ya con
fantástico cuerpo
he
obedecido a la fuerza
de tus
conjuros, Illán.
Mira si
otra cosa ordenas.
ILLÁN: Que
prosigas la llusión
que le
ha obligado a que crea
que es
de Tarifa marqués,
hasta
que de sus promesas
el
engaño o la verdad
me
descubra la experiencia;
que,
como verás, agora
tengo
de hacer la primera.
A don JUAN
Cuando
derramáis mercedes,
bien es
que parte me quepa;
Y así, en albricias, señor,
de que tan dichosa nueva
tuvistes en esta casa,
y en fe de vuestras promesas,
os
suplico que el gobierno
de
vuestro estado merezca
un hijo
que en Salamanca
estudió
jurisprudencia,
y está
en Madrid pretendiendo;
porque
en ese oficio pueda
habilitar su persona
y
servir a vuecelencia,
para
que con su favor,
y dar
allí de sus letras
testimonio, a alguna plaza
su
majestad le promueva.
JUAN: Don
Illán, no ha de faltar
tiempo
y lugar en que pueda
manifestaros mi amor
y
cumpliros mis promesas.
El
gobierno de mi estado,
para
tan ilustres prendas
como las de un hijo vuestro,
es
ocupación pequena;
Fuera
de que en Salamanca
tuve un
ayo, a quien con ella
de sus
antiguos servicios
daré
justa recompensa.
Y para
que echeis de ver
que mi
corazón desea
que en
pretensiones más altas
probeis
mi amor y mis fuerzas;
puesto
que me parto al punto
a
Madrid, porque a su alteza
bese la
mano y le dé
de mi
nuevo estado cuenta;
y en Toledo tenéis vos
menos gustos que pendencias
con estos bandos
sangrientos,
con
estas civiles guerras;
os
pido, por vida mía
y por
la de Blanca bella,
que os
partáis con vuestra casa
luego a
Madrid, porque pueda
dar a
vuestros mismos ojos
de mi
afición experiencia,
y
también porque de vos
el arte
que he dicho aprenda,
pues a
asistir en la corte
el
nuevo estado me fuerza.
ILLÁN:
Señor...
JUAN:
No me respondáis.
Yo voy
a partirme; sea,
señor don Illán, partiros
luego
tras mí la respuesta.
Y vos,
sed en este intento,
Blanca
hermosa, mi tercera;
que de
vos he de quejarme
si
vuestro padre se queda.
Vase
TRISTÁN: Marcha
a la corte; que allí
tu
secretario te espera.
Vase
BLANCA:
(Seguiráte el pensamiento,
Aparte
dado
que el alma no pueda.)
ILLÁN: ues,
Blanca, ¿qué dices de esto?
BLANCA: ¿En qué
duda te aconsejas,
donde
no deja elección
a la
voluntad la fuerza?
Precepto fué, que no ruego,
el del
marqués; y pudieras
solicitar codicioso
lo que la Fortuna ordena,
pues
fuera de que el marqués
podrá
en Madrid cuanto quiera,
de los
bandos de Toledo
huyes
la inquietud sangrienta.
ILLÁN: (Ya os
entiendo. Amor os guía.) Aparte
Supuesto
que tú no quieras
ser,
dando la mano a Enrique,
irís de
tanta tormenta,
iré a
la corte.
BLANCA:
Yo he hecho
a mi
corazón violencia;
mas solas pueden mudar
la inclinación las estrellas.
ENRIQUE: (¡Ah,
crüel!) Aparte
BLANCA:
Oye, Lucía.
Vase
ILLÁN: (0 será
vana mi ciencia, Aparte
o han
de hacer los desengaños
que a
quien amas aborrezcas
en los
minutos de un hora;
que en
solo el tiempo que resta
para ensillar el caballo,
con las artes hechiceras
he de cifrar muchos días,
y epilogar muchas leguas
en la
esfera de esta casa
y a
cuantos están en ella,
sin
salir de sus umbrales,
les
tengo de hacer que vean
en
varias tierras y casos
la
prueba de las promesas.)
Vase
CAMINANTE: Fácil
es cuanto emprendieres
a mi
poder y a tu ciencia.
Vase. Sale don
ENRIQUE
ENRIQUE: ¿Ah,
Lucía!
LUCÍA:
Don Enrique,
éste no
es tiempo de quejas,
sino de
hüir el peligro
de que
mi señor os vea.
ENRIQUE: Cuando
muero sin remedio,
¿qué
peligro habrá que tema?
LUCÍA: Idos,
por Dios, idos presto,
antes
que mi dueño vuelva,
y
apelad a mi cuidado
de tan
duras esquivezas,
pues yo
vuestro bien deseo.
ENRIQUE: Ese
consuelo me queda.
A la
corte iré, siguiendo
su
crueldad y su belleza,
hasta
vencer sus rigores,
o morir
entre mis penas.
LUCÍA: Bien
haréis; idos.
ENRIQUE: Mi vida
en tus
manos se encomienda.
Vase
LUCÍA: ¡Qué engañada
confïanza!
Volvió
Fortuna la rueda.
Viva el
marqués, y a las doblas
desprecio; que más me llevan,
que
posesión de merced,
esperanzas de excelencia.
FIN DEL ACTO PRIMERO