ACTO PRIMERO
Salen el REY y FILIPO
REY:
Filipo, no hay mal que iguale
al que
padeciendo estoy;
perdido, Filipo, soy,
si tu
ingenio no me vale.
FILIPO: Gran
Dionisio, rey segundo
de este
nombre, que has podido
ser,
por amado y temido,
arbitrio solo del mundo;
dime tu pena, señor,
y si
con la industria mía
puede
remediarse, fía
de mi
lealtad y mi amor.
REY: ¿Ha
dado luz a tus ojos
mi
sobrina Aurora, hija
de
Dïón?
FILIPO:
Fue tan prolija
la
ausencia a que los enojos
me
desterraron de Egisto,
que con
tu padre privó,
que
jamás lo permitió.
REY: Bien se
ve que no la has visto,
pues ignoras la ocasión
de
tormento tan esquivo.
Por
ella y su padre vivo
en la
mayor confusión
que
contrarios pensamientos
dieron
a un pecho jamás.
FILIPO: ¿Cómo?
REY:
Oye atento y sabrás
mis dudas y mis tormentos.
Este reino de Sicilia
es,
como sabes, sujeto
a injustas conspiraciones
y alevosos movimientos.
Bien lo muestran las historias,
pues en los pasados tiempos
y presentes violentaron
tantos
tiranos el cetro;
fuera
de que tengo indicios
de que
ya traidores pechos
secretamente conspiran
a
privarme del imperio.
Dïón
es, cuñado mío,
tan
poderoso, que debo
a su
valor y prudencia
la
corona que poseo,
y me la
puede quitar;
pues
llegado a rompimiento,
a la
parte a que él se incline
la
vitoria le prometo.
Es
leal, mas si intentando
gozar a
Aurora, le ofendo,
de su
enojo y su venganza
mi cierta rüina temo.
Pues
dejarlo de intentar
no es
posible cuando muero,
aunque
por ella aventure
cuanto
valgo y cuanto puedo.
Fuera
Aurora esposa mía
si
fuese posible hacerlo;
pero
tengo ya en Cartago
tratado
mi casamiento,
en
conformidad, Filipo,
de
aquel forzoso concierto
que dio
principio y firmeza
a las paces
de ambos reinos.
Éstas,
caro amigo, son
las
olas en que me anego;
las
confusiones son éstas
en que
dudoso padezco.
De tu
ingenio y amor fío.
Sólo tu
amor y tu ingenio
de tan
ciega tempestad
me
pueden sacar al puerto.
FILIPO: Un
engaño se me ofrece,
que es
importante remedio
como a
tu amor, al temor
que los traidores te han puesto;
y aunque no son los engaños
dignos de reales pechos,
en la
guerra y el amor
es
permitido usar de ellos.
REY: Di; que
no importa romper
los más
forzosos respetos;
que más importa mi vida.
FILIPO: Oye,
pues, mi pensamiento.
Hablan bajo. Salen
DIÓN y POLICIANO, por
otra parte
DIÓN:
Policiano, no podía,
según
vuestras partes son,
la
suerte en esta ocasión
colmar
la ventura mía
mejor, que dando la mano vos
a mi
Aurora, de quien
he
estimado que también
reconozca lo que gano.
Sólo
falta que le pida
a su majestad licencia.
POLICIANO: Quien
goza por su prudencia
privanza tan merecida,
noble Dïón, como vos,
claro
está que alcanzará
cuanto
pretenda.
DIÓN:
Aquí está
el
Rey. Policiano, a Dios;
que
a solas hablarle quiero.
POLICIANO: Como
aguarda la sentencia
el
preso, yo la licencia
en que
está mi vida, espero.
(Perdona mi desvarío,
Aparte
Diana;
que el ofenderte
es
violencia de la suerte,
no
elección de mi albedrio.)
Vase POLICIANO. El
REY y FILIPO están
hablando aparte sin reparar en DIÓN
FILIPO: Y
cuando después Dïón,
como
puede suceder,
acaso
venga a saber
que le
tienes afición
a
Aurora, dirás que ha sido
invención y fingimiento;
que
pues importa al intento
que le
juzguen ofendido
de
ti, la traza mejor
que
hallaste de acreditar
que le
ofendes, fue mostrar
que con
ilícito amor
solicitas la beldad
de tu sobrina, por ser
lo mas
fácil de creer
de su
hermosura y tu edad.
REY: De
tu agudo entendimiento
es la
traza.
FILIPO:
Amor me guía.
REY: Él
viene.
FILIPO: De mi confía
la
ejecución de tu intento.
REY:
Comienza, pues; que yo agora
principio al engaño doy
con
Dïón.
FILIPO:
Al punto voy
a hablar
de tu parte a Aurora.
REY:
(Perdona, Dïón amigo,
Aparte
a mi
obligación mi error;
que
estando loco de amor,
no hablan las leyes conmigo.)
Vase
FILIPO
DIÓN: Dame, gran señor, los pies.
REY: Los brazos os quiero dar.
DIÓN: En ellos he de aguardar
que una licencia me des.
REY: El
pedilla vos la abona,
Desde
agora os la concedo;
que
nada negalle puedo
a quien debo la corona.
DIÓN: Pues
bien puedo, en confïanza
de tan
crecido favor,
pedir
albricias, señor,
de su
cumplida esperanza
a
Policiano, que a Aurora
por esposa me ha pedido.
REY: (A
buena ocasión ha sido.) Aparte
Pariente, no es tiempo agora
de
casarla; que repuna
a un
intento que os diré
con que
asegurar podré
firmezas de mi fortuna.
DIÓN: El serviros es, señor,
el primer intento mío.
REY:
Escuchad, pues, lo que fío
de
vuestra lealtad y amor.
Yo
tengo, noble Dïón,
indicios de que conspiran
contra
mi corona algunos
poderosos de Sicilia.
Es
quererlo averiguar
por
términos de justicia
dificil
y peligroso.
Dificil, porque no fían,
de
quien no sepa guardarlo,
su
secreto los que aspiran
a
empresa de tanto peso;
demás
que es cierto que estriban
en su
poder los traidores;
y así
es forzoso que oprima el
temor a
los testigos
a que
la verdad no digan.
El
peligro es que, culpando
al
inocente, podría
irritarse de la injuria
que en
la sospecha reciba;
y así
ha de ser la cautela
quien
descubra su malicia,
y sola
vuestra lealtad
el
medio de conseguirla,
fingiendo que vos también
estáis a las cosas mías
mal afecto; porque así
los que mi fortuna
envidian,
si la
esperanza de hallar
aplauso
en vos los anima,
no
dudarán descubriros
la
traición que solicitan.
Y porque vuestra privanza
y
vuestra lealtad obliga
a
recelar que el engaño
de
nuestra intención colijan,
iréis
con tal prevención,
que
vuestra prudencia finja
la ocasión con cada cual,
segun
el tiempo lo pida,
de
estar quejoso de mí,
dando
colores tan vivas
de
verdad al fingimiento,
que el
intento se consiga
de
acreditar vuestro agravio;
que yo
iré de parte mía
disponiéndolo también,
según
viere que me dictan
los
sucesos la ocasión.
Mas
esta advertencia misma
lo ha de
ser para que siempre
que
llegue de ofensas mías
la
nueva a vuestros oídos
entendáis que son fingidas.
Claro
estaba; pero al fin
esta
prevención es hija
del cuidado
con que vive
mi
amistad agradecida.
Sólo me
resta advertiros,
Dïón,
que el fin a que mira
este
engaño, es conocer
la
traición, no persuadirla;
porque
si es cautela justa
la que
el delito averigua,
no es
justa la que ocasiona
a
emprenderlo a la malicia;
y asi
habéis de procurar
descubrir la alevosía
con
medios tan atentados
y
razones tan medidas,
que sin
irritar sepáis
quien
es el que ya conspira
mas no
quién conspirará,
si
vuestro favor le anima;
que
supuesto que sabéis
que no
son crueldades mías
las que
el nombre de tirano
me han
adquirido en Sicilia,
sino
haber mi padre y yo
convertido en monarquía
su
república, adornando
nuestras dos frentes altivas
de su
laurel, reprimiendo
voluntades y osadias;
si
cuando borrar pretendo
nombre
que así me fastidia,
ocasionara delitos,
despertando alevosías,
la
falsa interpretación
que al
nombre tírano aplican
de
crüel, justificara
en sus
lenguas mi malicia.
DIÓN: De
ingenio son más que humano
prevenciones
tan divinas.
Pero,
¿qué ocasión halláis
en este
intento, que impida
el
casamiento de Aurora?
REY:
Olvidado se me había,
por no
ser el principal
asunto
de él mi sobrina.
Precisa
ocasion, pariente,
a
dilatarlo me obliga.
Y es
que me importa que sea
la mano
de vuestra hija
freno
de las voluntades;
que
como todos aspiran
a sus
bodas, tengo a todos
con una
esperanza misma
deseosos de obligarme;
que
mientras no se averiguan
los
traidores, quiero así
que sus
intentos reprima;
porque
si dándola al uno,
los
demás se desobligan,
recelo
que llegue el daño
antes
que la medicina.
DIÓN: Basta,
señor, no replico;
que
como el fin se consiga,
para asegurar la vuestra,
consagro alegre mi vida.
REY: Con
esto a vuestra amistad
deberé
otra vez la mía,
y su
quietud y su rey
a
vuestra lealtad Sicilia.
Vase el REY
DIÓN: Al
fin la razón de estado
ha de
vencer, que es forzoso,
a todo.
Sale POLICIANO
POLICIANO:
¿Soy ya dichoso,
Dïón?
DIÓN: Soy yo desdichado.
POLICIANO: ¿Cómo?
¡Ay de mí!
DIÓN: La licencia
me negó
su majestad.
POLICIANO: ¿Cuándo
vuestra voluntad
ha
hallado en él resistencia?
DIÓN:
Agora.
POLICIANO:
¿Pues a Dïón
se puede el rey oponer?
¿Ignora
vuestro poder?
¿Olvida
su obligación,
o
mis méritos desprecia?
No
penséis, con ser quien soy,
que
tanto credito doy
a mi
confïanza necia,
que
intente mi calidad
igualar
con la de Aurora;
que
nadie humano me ignora,
nadie
la ignora deidad.
Mas
si nadie la merece,
y
alguno la ha de alcanzar,
¿quien
mejor puede aspirar
al bien
que su mano ofrece,
si
ha abonado mi valor
vuestra
elección, y si oí
de su
hermosa boca un sí,
que es
el mérito mayor?
DIÓN: Ni
vuestro merecimiento
duda el
rey, ni mi poder.
Causa
debe de tener
bastante su pensamiento,
que
ni entiendo ni examino;
que de
ser examinado
hace al rey exceptüado
lo que
tiene de divino.
Sólo
entiendo, aunque tan mal
me
esté, que su gusto es ley,
Policiano; que él es rey,
y yo
vasallo leal.
Esto,
en efeto, ha de ser.
Sabed
sufrir, si sois cuerdo.
POLICIANO: Si
gloria tan alta pierdo,
¿qué me
queda que perder?
¿El
rey a vuestros deseos
se ha
de oponer ni a los míos?
Pues yo solo tengo brios
para
hacerle...
DIÓN: Deteneos,
callad, no os precipitéis.
Tened, tened sufrimiento;
que sólo de vuestro
intento
es
dilación la que veis.
Aguardad, pues. (No quisiera
Aparte
que, de
la pasión vencido,
arrojado de ofendido,
en
deslealtad incurriera;
que
el rey me mandó poner
en lo
que he de averiguar
medios
para examinar,
no
lazos para caer;
y
así es conforme a razón
que
cuando agraviar se ve,
yo la
prevención le dé,
pues le
he dado la ocasión.)
Vencibles dificultades
no son hados soberanos,
ni los motivos humanos
se
informan de eternidades.
La
causa que hoy os impide,
mañana
puede cesar.
Si el
dilatar no es negar,
quien
dilata no despide.
Ser
prudente es ser sufrido.
Advertid que os aconsejo,
como
amigo y como viejo,
que ni
excedáis ofendido,
ni
atrevido os arrojéis;
porque
si habláis libremente,
más que
ganastes prudente,
impaciente perderéis;
que
si nos toca a los dos
el
daño, no os muestro mal,
pues contra mí soy leal,
que lo seré contra vos.
POLICIANO: (Ni
sabe el amor ser cuerdo, Aparte
ni el
loco sabe temer.
Sicilla
se ha de perder,
vive
Dios, si a Aurora pierdo.)
Vanse
los dos. Salen RICARDO y DIANA
RICARDO: Es
sin remedio mi pena;
no hay
consuelo en mi pasión.
DIANA:
Ricardo, ¿cuál ocasión
tanto
de ti te enajena?
RICARDO: ¡Ay, querida hermana! Aurora,
a quien
adoro, la mano
de
esposa da a Policiano.
DIANA: (¡Ah,
traidor!) Aparte
RICARDO:
Mira si llora
quien la pierde enamorado
justamente.
DIANA:
¿Luego está
hecho
el casamiento ya?
RICARDO: No,
pero está concertado;
que
basta para perder
la vida
con la esperanza.
DIANA: No se
queje si no alcanza
quien
no se atreve a emprender.
¿Quién hubiera más favor
que tú,
Ricardo, alcanzado,
si te
hubieras declarado?
¿Y más
pudiendo tu amor
tenerme a mí por tercera,
pues
tantas veces estoy
con
ella, y sabes que soy
en su
amistad la primera?
¿A
quién la diera mejor,
si se
la hubieras pedido,
que a ti
su padre?
RICARDO: He querido
merecer
de ella el amor
antes que el consentimiento
de
Dïón.
DIANA:
Necio anduviste,
pues
por concierto pudiste
dar vida a tu pensamiento.
RICARDO: Temí
quedar desairado,
si de
ella no era admitido;
que se
arrepiente corrido
quien
no alcanza declarado.
DIANA:
Querer por amor vencerla
tu silencio disculpaba,
mientras no te amenazaba
el
peligro de perderla;
mas
hoy que ve ya tu amor
malograr tu pensamiento,
mátete
el atrevimiento,
si ha de matarte el temor.
Hablando vas a ganar,
callando sólo a perder;
¿qué le
queda que temer
al que
ya se ve matar?
El
que llega a estar cercado
de
ejército numeroso,
a los
que huyó temeroso,
acomete
despechado.
Declara a Dïón tu amor,
a
Aurora tu sentimiento,
al rey
tu amoroso intento,
y válgate su favor,
pues le tienes obligado,
en tan urgente ocasión,
si se
excusare Dïón
con lo
que tiene tratado;
y si
con esto los daños
que te
amenazan no impides,
la guerra permite ardides,
y el
amor perdona engaños.
Con
trazas y fingimientos
procura
el bien que mereces;
y si
tú, porque padeces
tormenta de pensamientos
en el golfo de tus males,
no discurres, yo, que soy
mujer y
en la arena estoy,
(¡Pluguiera a los cielos!), tales
Aparte
trazas y enredos, hermano,
sabré
hacer, si lo permites,
que de
la mano le quites
la
esperanza a Policiano.
RICARDO: ¿Que
permita es menester
lo que
yo te he de rogar?
Dïana,
¿puedo negar
lo que debo
agradecer?
Traza a tu gusto, dispón
mi
remedio a tu albedrío.
DIANA: Pues
déjalo a cargo mío,
Ricardo, y habla a Dïón.
RICARDO:
¿Como lo piensas trazar?
DIANA: Pues que te fías de mí,
no me examines.
RICARDO: De ti
yo
quiero todo fïar,
pues
conoces, cuando estás
de mi
tormento advertida,
que a
tu hermano das la vida,
y a ti un esclavo te das.
Vase RICARDO
DIANA: ¿Así
se pagan finezas?
¿Así se
premian lealtades?
¿Así
desmienten verdades
los que prometen firmezas?
¡Ah, traidor! ¡Ah,
fementido!
¡Ah,
engañoso Policiano!
¿A
Aurora has de dar la mano
que a
Dïana has prometido?
No
lo sufrirán los cielos;
primero
te abrasarán
las llamas
de este volcán
que
arroja rayos de celos.
Sale ELISA
ELISA: ¿Qué
es esto, señora?
DIANA: Es
pena,
dolor, sentimiento.
Cuanto
escuchas es tormento;
todo es rabia cuanto ves.
Ofensas me tienen loca,
muerta
me tienen agravios;
la vida
tengo en los labios,
el alma
tengo en la boca.
En
el pecho Mongibelos,
fieras en el corazón;
y en
fin, tormentos que son
mayores, que tengo celos;
y
para que en tantos daños
ni
esperanza pueda haber,
no se
contentan con ser
celos,
que son desengaños.
Ese
injusto, ese traidor,
ese
crüel Policiano
a
Aurora le da la mano
que
debe a mi firme amor.
Mira, Elisa, si me ciega
con razón
el sentimiento,
no
llegando el sufrimiento
donde
el sentimiento llega.
ELISA:
¿Quién creyera tal mudanza
de su
firmeza jamás?
DIANA: Ven
conmigo.
ELISA:
¿Adónde vas?
DIANA: A
disponer la venganza,
ya
que no el impedimento.
ELISA: No
provoques el rigor
de
Ricardo.
DIANA:
De su amor
se
valió mi atrevimiento
porque en Aurora le alcanza
igual
desdicha, y así
a
restaurar me ofrecí
con
enredos su esperanza.
Vino
en ello; y con color
de que
remedio sus daños,
ha de
tener por engaños
las
verdades de mi amor.
ELISA: De
esa suerte vas segura.
DIANA: Nada
temo su crueldad;
que el amor es ceguedad,
y los celos son locura.
Vanse
las dos. Salen FILIPO y TURPÍN
FILIPO: Advierte que me conviene
que me
avises luego, en viendo
que
viene Dïón.
TURPÍN: Ya entiendo.
FILIPO: ¿Cómo?
TURPÍN:
¿No es fácil, si tiene
tanta hermosura mi ama?
FILIPO:
Engáñaste; que jamás
la he
visto.
TURPÍN:
Pues estarás
enamorado por fama;
que
es muy señoril acción
a una
famosa beldad
amarla
por vanidad,
más que
por propia afición.
Hombre conozco yo aquí
que lo
tiene por oficio.
FILIPO: De poco
seso da indicio.
Pero no
sucede en mí
lo
que piensas.
TURPÍN: O querrás
andar
muy cauto conmigo.
Pues de
tu mayor amigo
confïar
no debes más
que
de mí. Buen desengaño
puedo
dar de mi sujeto.
No
guarda mejor secreto
un
ministro el primer año.
Criado de Aurora soy,
y eres
tú del rey su tío
privado; y así confío
que si
de tu parte estoy,
en
cualquier caso podré
asegurarme del daño;
y en ti
con esto es engaño
formar
dudas de mi fe,
si
yo te puedo servir.
FILIPO: Sobre
un intento secreto
vengo a
hablarla, y te prometo
que a
podértelo decir,
duda
en tu fe no pusiera.
TURPÍN: (Sólo
por ver si le obligo Aparte
a ser
liberal conmigo
le
estoy sacando a barrera.)
¿No
puedo saberlo al fin?
FILIPO:
Imposible cosa es.
TURPÍN: Pues
juro a Dios que después,
pues
recelas que Turpín
no
será buen secretario,
si sé
que a Aurora deseas,
aunque
más privado seas,
me has
de tener por contrario.
FILIPO:
Quede así, y haz lo que digo,
Turpín;
que importa el cuidado.
TURPÍN: Entrar
puedes confïado,
pues a
tenerlo me obligo.
(Mal
entiende mi deseo. Aparte
Doyle
otro tiento.) Quisiera
que
adviertas que no lo hiciera
sino
por ti.
FILIPO:
Yo lo creo.
Vete, vete.
TURPÍN: (¿Que obligaros Aparte
no es
posible a mi intención?
Pues si
viniere Dïón
--¡vive
Dios!--de no avisaros.)
Vase TURPÍN. Salen
CAMILA y AURORA, por
otra parte. Filípo se queda retirado
CAMILA: En
fin, ¿negó el rey, señora,
a tu
padre la licencia?
AURORA: Mejor
dirás la sentencia
contra
la vida de Aurora;
pues
contra mi gusto hiciera
estas
bodas, de obediente
a mi
padre solamente;
y confieso que si hubiera
declarado la afición
que tan
secreta ha tenido,
y a los
labios atrevido
las
penas del corazón
Ricardo, pasara yo
con el
más alegre vida;
que me
tiene agradecida,
ya que
enamorada no.
CAMILA:
¿Agora sales con eso?
AURORA: Nunca,
antes que diera el sí
a
Policiano, sentí
lo que
agora te confieso;
pero después que llegué
a
juzgarle esposo mío,
violentado mi albedrío,
de
Ricardo comencé
a
hacer más estimación,
y a
pensar que hiciera empleo
mejor en él; que el deseo
despertó la privación.
CAMILA: ¿De
suerte que no es amor
el que
tienes?
AURORA:
Comparado
con
Policiano, he juzgado
que
merece mi favor
Ricardo; pero sin eso,
aunque
no me desagrada,
no me
siento enamorada,
si
obligada me confieso.
Mas,
¿quién está aquí?
CAMILA: Persona
parece de calidad.
AURORA: Su
compuesta gravedad
sus
nobles partes pregona.
CAMILA: ¿Qué
querrá? ¿Y cómo ha llegado,
sin
avisar, hasta aquí?
AURORA:
Sepámoslo; que es ya en mí
la curiosidad cuidado.
CAMILA: A
cualquiera puede dalle
cuidado
y curiosidad.
AURORA: Y más
si su calidad
se
conforma con su talle.
FILIPO: (Del
rey alienta el deseo Aparte
favorable la ventura,
pues
dice ya esta hermosura
que es
Aurora la que veo.)
Hasta saber el intento
de
llegar adonde veis
sin
licencia, no culpéis,
señora,
mi atrevimiento;
que
de la misma ocasión
echaréis de ver que ha sido
forzoso
ser atrevido
para
lograr la intención,
si
no me engañan, señora,
los
ojos, cuando asegura
la fama
de esa hermosura
que
sois la divina Aurora.
AURORA:
Menos esa adulación,
soy
Aurora, y ya deseo
de la
novedad que veo
escucharos la ocasión,
y saber quien sois.
FILIPO: Yo soy
Filipo, del rey crïado,
si
valido, no privado;
porque
a vuestro padre doy
solamente este lugar.
AURORA: Ya por
fama os conocia,
y a mi
piedad algún día
debieron más de un pesar
los
que os hizo la Fortuna.
FILIPO: Ya ha
cesado su rigor,
y ya
con ese favor
no temo
mudanza alguna;
que
esa beldad... (Pensamiento, Aparte
¿dónde
vuelas? ¿Dónde vas?)
...si
he de decir lo demás
que
causó este atrevimiento,
aparte habéis de escucharme,
porque el caso lo requiere.
AURORA: Por si
mi padre viniere,
Camila,
para avisarme,
pues
su esquiva condición
conoces, ponte en espía
en esa
ventana.
CAMILA:
Fía
tu
cuidado a mi atención.
Vase CAMILA
AURORA: Ya
estamos solos, hablad.
FILIPO: Señora,
si del Amor
no
habéis probado el rigor,
al
menos su ceguedad
por fama
habreis entendido...
(Y ya,
¡triste yo!, la mía Aparte
con
importuna porfía
mi
corazón ha rendido.
Inútilmente pretendo
resistir; el rey lo erró
cuando
de mí se fió;
que
debiera, conociendo
tan
soberanos despojos,
para
evitar sus agravios,
dar
comisión a los labios,
sin
concederla a los ojos.)
AURORA: ¿Qué
os suspendéis?
FILIPO: ¿Cómo puede
dejarse
de suspender
quien
os ha llegado a ver?
¿Cómo
queréis que no quede
absorto, señora, en vos,
si es
Dios la misma hermosura
cuando
goza mi ventura
en la
vuestra tanto Dios?
AURORA: ¿Es
éste acaso el secreto
que
tenéis que hablarme?
FILIPO: No:
aquí,
señora, causó
vuestra
beldad este efeto.
Otra, Aurora, es mi intención;
mas
cuando son desiguales
los
impulsos naturales
al
poder de la razón,
no
gobierna el albedrío;
que si
en corrientes de plata
al
caminante arrebata
bramando el furioso río,
de
su jornada se olvida;
y sólo
en peligro tal
con
afecto natural
trata de escapar la vida.
Así
yo, puesto que atento
a otro
fin os entré a hablar,
en
llegándoos a mirar,
con
ímpetu tan violento
me
vi anegar en abismos
de
hermosura, que forzado
de su
poder, y olvidado
de mis
pensamientos mismos,
al
deciros la ocasión
porque
os vi, con furia loca
me
arrebató de la boca
las
palabras la pasión.
Y
así, mi error perdonad;
que en
el primer movimiento,
ni
juzga el entendimiento,
ni
elige la voluntad.
AURORA:
(Tente, pensamiento mío;
Aparte
que previene ya el temor
en
halagos del amor
ofensas
del albedrío.)
Injusta desconfïanza
mostráis en tan justo efeto;
ni la hermosura es
defeto,
ni es injuria
la alabanza.
Y si
el ver encarecida
su
belleza tanto agrada
a la
mujer, obligada
me
juzgad, y no ofendida;
si
no es ya que la intención
que
declararme queréis,
es mi
ofensa, y pretendéis,
temiendo mi indignación,
reprimirla; y prevenido,
con
alabarme habéis hecho,
Filipo,
prisión del pecho
la
lisonja del oído.
FILIPO: No,
señora; no el veneno
he
querido disfrazar;
que en
lo que os vengo a tratar
solicito gusto ajeno.
(Tan
contra mí, que podéis Aparte
colegir, viéndome tal,
que es
lo que me está más mal
que mi
demanda otorguéis.)
Del
rey bellísima Aurora,
vengo a
vos por mensajero;
de su
afición soy tercero,
y de
que ciego os adora,
testigo, si es menester
para
probar su afición
mas
notoria información
que
saber que os llegó a ver.
(¡Ah, cielos! Yo soy perdido;
Aparte
que Aurora no se ha enojado.)
AURORA:
(Engañóse mi cuidado.
Aparte
¡Qué
presto ha desvanecido
mi
esperanza! Pero, ¿cuándo,
loco
Amor, los gustos das
más firmes?) ¿No decis más?
FILIPO: ¿Que
más?
AURORA:
Estoy aguardando
a saber
si es el intento
de mi
tio ser mi esposo.
FILIPO: Él
fuera en eso dichoso
mas
tiene su casamiento
en Cartago ya tratado.
AURORA: ¿Luego
pretende su amor
su
gusto en mi deshonor?
FILIPO: Es rey
y está enamorado.
AURORA: Bien
decís; lo mismo es
enamorado que loco,
y no
muestra estarlo poco,
pues
prefiere el interés
de
su antojo a mi opinión.
¿No
advierte el rey por ventura,
cuando
imprudente procura
ofender
con su afición
de mi
padre la nobleza,
que aun
hoy, aunque está
gozando
del cetro, le está
temblando la corona en la cabeza?
¿Olvida...
FILIPO:
(Albricias, Amor,
que se
ha enojado.
AURORA: ...que debe
el
honor a quien se atreve
a ofender en el honor?
¿Así paga beneficios?
¿Así
asegura lealtades?
¿Así
obliga voluntades
y recompensa servicios?
¿Así
el nombre de tirano
quiere
borrar? ¿Y así intenta
en el
reino que violenta,
acreditarse de humano?
¡Vive el cielo, si no enfrena
tan mal advertido antojo,
que ha
de sentir en mi enojo
de su
locura la pena!
¿A
Aurora, a Aurora se envia
recado
tan atrevido?
¿Y vos,
vos habéis venido
con tal vil mensajería?
No
sé de cual de los dos
más
ofendida me hallo;
del
rey, en imaginallo,
o en
decírmelo, de vos.
Vase AURORA
FILIPO: Mil
veces en hora buena,
bella Aurora, os enojad,
pues
asegura piedad,
ese
rigor, a mi pena.
Nunca ha sido tan gustosa
la
furia, nunca se ha visto
el
enojo tan bien quisto,
ni la ira tan hermosa.
No en vano, Amor, a tus aras
y al imperio de tus leyes
rinden sus cetros los reyes,
y los dioses sus tïaras;
no en vano, pues tales son
tus fuerzas, que en un momento
ciegas
el entendimiento
y
aprisionas la razón.
Loco
estoy, estoy perdido,
y tan
otro de mi estoy,
que ni
conozco el que soy,
ni me acuerdo del que he sido.
Sólo
ya mi entendimiento
juzga
el bien mayor amar;
sólo
discurre en buscar
remedios al mal que siento.
De
mi ciego desvarío
el rey perdone el error,
pues da
disculpas su amor,
y no
escarmientos al mío.
Mi
obligación he cumplido,
y aun
hice más que debí,
pues
tercero contra mí
de sus cuidados he sido.
Hasta aquí de mi
lealtad
pudo
extenderse la ley,
mas no
a que el amor del rey
la
ponga a mi voluntad..
Y
más cuando Aurora aquí
se le mostró
tan crüel
pues de los desprecios de él
mis favores colegí;
que
mientras sus alabanzas
publicó
mi suspensión,
dio su
benigna atención
aliento
a mis esperanzas;
y
después se mostró airada
cuando
el amor entendió
del
rey, quizá porque vio
su
imaginación burlada.
Claro está, pues por lo menos
estimó mis desvaríos
quien humana oyó los míos,
y enojada los ajenos.
Pues cuando yo he merecido
sus favores, y el rey no,
¿qué le ofendo en querer
yo
ganar
lo que él ha perdido?
Y
puesto que el rey se ofenda,
¿qué me
ha de costar? ¿La vida?
Menos
la temo perdida,
que
perder tan alta prenda.
Todo, para conseguir
tanto
bien, lo he de emprender;
que no
queda qué temer
al que
se atreve a morir.
FIN DEL ACTO PRIMERO