ACTO PRIMERO
Salen don DIEGO y doña ELENA
DIEGO: Yo
vine, Elena querida,
a Milán
a pretender;
no a
competir, no a perder
por
temerario la vida.
El duque sé que conquista
con
poder y amor tus prendas.
No sé
cómo te defiendas
ni cómo
yo le resista;
que
en la gran desigualdad
de su
estado y mi ventura,
la confïanza es locura
y el
valor temeridad.
ELENA: A
quien de véras desea,
y a
quien estima el favor,
no deja
vista el Amor
con que
los peligros vea;
y si
acusan la osadía
pensamientos castigados,
atrevimientos logrados
condenan la cobardía.
Giges, humilde villano,
pretendió y gozó atrevido
la
corona del rey lido,
y de la
reina la mano;
Viriato fue un pastor,
Tolomeo
fue un soldado,
y uno y
otro por osado
se
coronó emperador.
Venció animoso Teseo
la voraz biforme fiera,
para
que Arïadna fuera
de su
vitoria trofeo.
El
tracio músico amante
con el
canto lisonjero
candados rómpió de acero,
puertas
abrió de diamante;
y su
Eurídice perdida,
contra
el estatuto eterno,
rescatada del infierno,
vio la
luz, volvió a la vida.
Tú
pues, ¿porqué desconfías,
y con
frívolas excusas
temeridades acusas
en lícitas osadías?
DIEGO:
Porque en esos el intento
no dejó
de ser locura,
aunque
tuviesen ventura
en
lograr su atrevimiento;
y yo
para merecerte
intentar tal desvarío,
si en
mis fuerzas no me fío,
no he
de fïarme en mi suerte.
ELENA: En
las empresas de amor
toda la
felicidad
consiste en la voluntad,
y es la
fortuna el favor;
y no siendo yo mudable,
tu desconfïanza es loca
mientras gozas de mi boca
el
céfiro tavorable.
DIEGO: Mal
lo entiendes, pues si aliento
tu
céfiro en mi favor,
su
tranquilidad mayor
causa
mi mayor tormento;
que
es el duque poderoso,
yo
pobre, aunque soy honrado;
y cuanto yo más amado,
ha de estar él más
celoso;
y tu
más cierta esperanza
es mi
peligro mayor,
pues ha
de ser tu favor
la
espuela de su venganza.
Y así,
pues de cualquier modo
ha de
ser fuerza perderte,
yo
quiero evitar la muerte,
para no
perderlo todo.
ELENA: No
soy tan necia, ni es justo,
que
quiera tener segura
con su rigor mi ventura,
y con
su pena mi gusto;
y
así, quiero que te impida
esos
temores mi amor,
aventurando mi honor
para
asegurar tu vida.
DIEGO: ¿
Cómo?
ELENA:
Invencion se me ofrece,
cuanto
atrevida, segura.
Pero ya
la noche obscura
luces
del sol desvanece,
y a
mi padre estoy temiendo.
Vuélveme a ver a deshora;
que no
tengo espacio agora
de
decirte lo que emprendo.
DIEGO:
Cuando la noche ligera
en su
carro tachonado
de
estrellas haya pasado
la
mitad de su carrera,
en tus balcones veré
anticipada la aurora.
ELENA: Yo el
sol que mi pecho adora
en
ellos aguardaré.
Vanse. Salen don
ENRIQUE y TRISTÁN, de noche
con linterna encendida
TRISTÁN: ¿Hoy
la viste, y ya la adoras?
ENRIQUE: Sí,
Tristan; que es Dios Amor,
y su
poder el favor
no ha
menester de las horas.
Con
razon la solicito;
que es,
según me han informado,
noble y
rica.
TRISTÁN:
¡Buen bocado!
Pero
costará buen grito.
¡Plegue a Dios no dés venganza
a la
ofendida Lucrecia,
a quien
tu rigor desprecia,
y
enloquece tu mudanza;
y
cuando vuelvas amante
como
primero a querella,
no te
suceda con ella
lo que
al otro caminante!
ENRIQUE: Y
¿qué fue el caso?
TRISTÁN: Pasaba
por la
quinta de un su amigo,
cuando
el cielo, ya mendigo
de
luces, amenazaba
con negros preñados senos
de las nubes, tempestades,
negadas de obscuridades
y acreditadas de truenos.
Rogóle que se quedara;
mas
resistió el caminante,
y pasó
al fin adelante;
y en
partiéndose, dispara
el
austro su artillería,
y sacudiendo las alas,
lluvias de líquidas balas
airado a la tierra envía.
El
caminante afligido
a la
quinta volvió huyendo;
cerrada
la halló, y diciendo,
"Abridme; que arrepentido
vuelvo ya," le respondió
el
otro, "En vano os volvistes,
porque
si os arrepentistes,
también
me arrepiento yo."
Yo temo el mismo desdén
en
Lucrecia; que ofendida,
la has
de hallar arrepentida
cuando
tú lo estés también.
ENRIQUE: Si
consiste su venganza
en
llegar a arrepentirme,
mi nuevo amor es tan firme,
que no
es sujeto a mudanza;
más
ya han abierto un balcón
de
Elena.
TRISTÁN:
¿Quieres hablar?
ENRIQUE: Primero
me he de informar
del
estilo y condición
y
las costumbres de Elena;
que el
doctor, si cuerdo es,
antes
se informa, y después
las
medicinas ordena.
TRISTÁN: Yo
fui a llamar cierto día
para un
enfermo un doctor,
y él,
sin saber el dolor
o
enfermedad que tenía
me
dijo, "Miéntras se ensilla
mi
mula, mancebo, id,
y que
le sangren decid;
que yo
voy luego."
ENRIQUE: La silla
de
su mula merecía
tan
sabio físico.
Salen doña ELENA e INÉS, a la ventana
ELENA: Inés,
esto es
amor, ésta es
su violencia y tiranía.
INÉS: No
culpo su atrevimiento
en
quien como tú le adora;
mas
dificulto, señora
que
consigas el intento.
ELENA: Bien
sé que es dificultoso;
mas cuando entiendan mi engañp
vendrá
a ser el mayor daño
publicarse que es mi esposo,
y
ésta es mi mayor ventura.
INÉS: Del
duque temo el rigor.
ELENA: Pues
sabe tanto de amor,
disculpará mi locura.
Don ENRIQUE y TRISTÁN hablan aparte
TRISTÁN:
Gente viene.
ENRIQUE:
Cubre bien
esa
linterna.
TRISTÁN:
Por Dios,
que o
yo me engaño, o son dos.
ENRIQUE: Pues¿
no somos dos tambien?
TRISTÁN: Pocos somos.
ENRIQUE: Pues, Tristán,
el temor puedes vencer;
que yo he de reconocer
cualquiera que de galán
de
Elena indicios me dé;
que a
este fin apercebido
de esa
linterna he venido.
TRISTÁN: Si
estás resuelto, yo haré
lo
que suelo.
Salen don DIEGO Y HERNANDO, de noche
DIEGO:
Centinela
en esta
esquina has de ser;
que el
duque tiene poder
y
rondando se desvela.
En
viendo gente, al instante
me
avisa.
HERNANDO: Advertido quedo;
Que si
no el cuidado, el miedo
Me
hiciera ser vigilante.
Retírase HERNANDO
TRISTÁN: De
los dos se queda el uno
y el
otro, según parece
e sin
duda quien merece
ser
Júpiter de esta Juno.
ENRIQUE:
Señas hace a la ventana.
ELENA: ¿Es don
Diego?
DIEGO:
Soy, señora,
el que
tu belleza adora
como a
deidad soberana.
ELENA: Logremos pues los instantes.
Oye, mi bien, la
invención
con que
aspiro en mi afición
a ser
ejemplo de amantes.
DIEGO: Ya
te escucho.
Bajan la voz, y hablan aparte TRISTÁN y don ENRIQUE
TRISTÁN:
Pues ¿qué esperas
con
esto que viendo estás?
ENRIQUE: Con
esto, me alientan más
esperanzas lisonjeras.
TRISTÁN: ¿Por
qué?
ENRIQUE:
Porque he visto agora
que es
humana esta mujer,
y yo
quiero pretender,
más que
a Penelope, a Flora.
TRISTÁN:
Concluyóme tu argumento,
don
Enrique; que no en vano
Dijo el
refran castellano,
"Quien hace un cesto hará ciento."
ENRIQUE: Con
todo, me viene a dar
esta
experiencia cuidado;
porque
el celar ha empezado
donde
empezó el esperar;
y así, para prevenir
los
casos, quiero, Tristán,
conocer
este galán,
con
quien he de competir.
TRISTÁN:
¿Cómo?
ENRIQUE:
Fingirme quisiera
justicia.
TRISTÁN: Delito es grave;
mas
culpa que no se sabe,
es como
si no lo fuera.
ENRIQUE: Con
esta traza imagino
que
aseguro tu temor.
Don DIEGO a doña ELENA
DIEGO: Los
quilates de tu amor
muestra tu ingenio divino,
y me
dispongo al efeto.
ELENA: Pues
recibe este papel,
Deja caer un papel y don Diego no le halla
para
que suplas con él
de la
memoria el defeto,
si algun punto se te olvida.
INÉS: Gente
viene.
ELENA:
Adiós.
DIEGO:
Elena,
mañana
acaba mi pena.
ELENA: Mañana
empieza mi vida.
Retíranse doña ELENA e INÉS
HERNANDO:
¡Pese a tal, señor! ¿No ves
Que
viene gente? ¿Qué esperas?
DIEGO:
Avisármelo pudieras
a mejor
tiempo.
Recata el rostro
ENRIQUE: ¿Quién es?
DIEGO: ¿Quién
me lo pregunta así?
ENRIQUE: La
justicia.
DIEGO:
Un caballero.
Soy
español.
ENRIQUE:
Saber quiero
qué
aguarda parado aquí.
HERNANDO:
(Aquí nos coge.) Aparte
DIEGO: Sacando
un
lenzuelo, salió en él
acaso
envuelto un papel,
y le
estábamos buscando;
que
puede ser que me importe.
TRISTÁN: (Buena
la trazó.) Aparte
DIEGO: Y querría
que,
pues es la cortesía
tan
natural de la corte,
Y a
sazón habeis llegado
con esa
luz, permitáis,
para que
os satisfagáis
y yo
salga de cuidado,
que
le busquemos.
ENRIQUE: (De Elena Aparte
debe de
ser el papel.
Lleve
uno mío por él.)
Saca un papel de la faltriquera y arrójale en
el teatro, y luego lo levanta él mismo, y se lo da a don
DIEGO
Más me
obliga vuestra pena
que
el buscar satisfación;
que en
vuestro modo se ve
que
excede a la mayor fe
sola
vuestra información.
DIEGO:
Merced me haceis.
ENRIQUE: Yo sospecho
que le
he hallado. Véislo aquí.
DIEGO: Dios os
guarde; que de mí
podéis
estar satisfecho
que
de vuestra cortesía
no
olvide la obligación.
ENRIQUE: Vuestra
hidalga condición
ha dado
ejemplo a la mía.
Vanse don DIEGO y HERNANDO
TRISTÁN:
Felizmente ha sucedido.
Si te
hubieras informado
Del
nombre, casa y estado...
ENRIQUE: El
temor no es advertido
y el
delito es temeroso.
Aun de
su rostro no puedo
dar
señas.
TRISTÁN:
Ni yo; que el miedo
me
cegó, y él receloso
lo
encubrió. Pero, señor,
¿qué
buscas?
Alza don ENRIQUE el papel de ELENA
ENRIQUE:
Este papel;
Que uno
mío di por él
a este amante.
TRISTÁN:
¡Lo que Amor
sabe
de engaños!
ENRIQUE: Yo leo.
Ten y
alumbra.
TRISTÁN:
¿Pues aquí?
¿Tanta
priesa tienes?
ENRIQUE: Sí;
que es
mal sufrido el deseo.
Mi
sospecha confirmó;
que
dice la firma "Elena."
TRISTÁN: Por su
mano se condena
quién
firma lo que escribió.
Lee
ENRIQUE:
"Yo tengo en Lima un hermano llamado
don
Juan de Herrera, que salió de aquí
con don
Estéban de Herrera, hermano de
mi
padre, veinte años ha, siendo él de
siete.
Nadie en Milan le conoce; y esto,
y el
estar mi viejo padre casi ciego,
me
asegura para que finjas ser este
hermano
mío, y que te vienes por haber
muerto
nuestro tío; y así, viviendo
conmigo, perderás los recelos que
te
atormentan --Elena."
TRISTÁN: ¿Hay
enredo más extraño?
ENRIQUE: ¿No
fuera bueno, Tristán,
A Elena
y a su galán
darles
con su mismo engaño?
TRISTÁN:
Heroica hazaña sería,
si la
alcanzases, señor;
que dar
con la misma flor
es flor
de la fullería.
Y
digo, si esta invención
consiguieses, que no fueras
don Enrique de Contréras,
sino
otro griego Sinón.
ENRIQUE: Si
de la edad la mudanza
y el
transcurso de los años
para
tan nuevos engaños
a Elena
dan confïanza
segura de que su hermano
no
puede ser conocido;
siendo
yo recién venido,
y
teniendo de la mano
de
la misma Elena escrito
este
papel, que ha de ser,
si se
viniere a saber,
disculpa de mi delito,
¿quién puede mejor que yo
fingir que es don Juan?
TRISTÁN: Bien dices.
Los osados son felices;
que los temerosos no.
ENRIQUE: ¡Qué
bien sabes obligar
animando y concediendo!
TRISTÁN: Yo soy
crïado, y pretendo
servir,
y no aconsejar.
ENRIQUE:
Ánimo pues; que a lo menos,
cuando
no alcance mi amor
así de
Elena el favor,
Impediré los ajenos.
TRISTÁN: Con
eso vendrás a ser
el
perro del hortelano,
y con
el nombre de hermano
la
podrás hablar y ver,
y gozar de los regalos
y su
hacienda, aunque después,
como
villano entremés,
acabe
la historia en palos.
ENRIQUE: Mi
seguridad, Tristan,
consiste en este papel.
TRISTÁN: ¿Cuál fue el que diste por él
al
engañado galán?
ENRIQUE:
Verélo.
TRISTÁN:
Que puede ser
que en
este fingido intento
te
dañe, siendo instrumento
de
venirte a conocer.
ENRIQUE: El
romance en que la historia
de doña
Lucrecia y mía
a don
Alonso escribía,
era, si
tengo memoria.
TRISTÁN:
¡Pese a mí!
ENRIQUE:
Pues ¿qué recelas?
TRISTÁN: Ver que
te nombras en él.
ENRIQUE: Poco
freno es un papel
a quien
pone amor espuelas.
Yo
he de emprender--¡vive Dios!--
esta
hazaña.
TRISTÁN:
Y yo ayudarte.
ENRIQUE: Todo con
ingenio y arte
se
alcanza. Mueran los dos
a
manos de su invención.
TRISTÁN: Legado
a determinar,
lo que
importa es madrugar
y
hurtarles la bendición.
Vanse. Salen don
DIEGO, doña LUCRECIA y
HERNANDO, con una luz
DIEGO:
Lucrecia, la obligación
del que
a pagar se condena
la más
constante afición,
no es
para el cuerpo cadena,
si es
para el alma prisión.
Agradecer tu favor
es razón; mas es rigor
que pongas con duro
imperio
pensiones de cautiverio
en los contentos de Amor.
LUCRECIA: ¡Ay
don Diego! mi cuidado
no recela injustamente;
que un
constante enamorado
solo de
su prenda ausente
suele
hallarse violentado.
Vuestra excusa da ocasión
a más
celosa pasión,
porque
presumir es justo
que
falta en mi casa el gusto
a quien
la llama prisión.
DIEGO: ¿No
es prision la que gozar
de la
libertad me impide?
Y ¿no
es rigor obligar
a un
pretendiente a que olvide
sus
aumentos por amar?
Viniendo yo a pretender
oficios
que me han de hacer
honrado
y rico, es error
atender
solo al Amor,
pudiendo
a todo atender.
LUCRECIA: En
vano queréis valeros
de
excusas; que nadie ignora
que por
cortesanos fueros
se
visitan a deshora
damas,
y no consejeros.
DIEGO: Pues
¿solo con los oidores
se
pretende? ¿No hay señores
que
conviene granjear?
¿Terceros no he de obligar?
¿No he de conquistar
favores?
Y
hasta agora tú, en efeto,
solo
esperanzas me das;
y no es
intento discreto
querer
por ellas no más
que
viva yo tan sujeto,
LUCRECIA: Si a
la posesión, te opones
con
fingidas dilaciones,
diciendo que el casamiento
puede
ser impedimento
de
alcanzar tus pretensiones.
¿por
qué te quejas aquí
de que
solas esperanzas
has
alcanzado de mí,
si en
lo demás que no alcanzas,
te
debes quejar de ti?
DIEGO: No
me quejo; mas te advierto
que
aunque tuvieras por cierto
que a
otros gustos atendía
mientras tú no fueras mía,
no
hiciera gran desacierto
cuanto más cuando el cuidado
de tu
pecho receloso
debe
estar asegurado
con la
palabra de esposo
que mi
firmeza te ha dado
y,
al fin, mientras mi afición
no
llega a la posesión
que en
ti pretende y adora
no es
el venir a deshora
exceso
que dé ocasión
a un
incendio tan violento.
A tu cuarto
te retira,
moderando el sentimiento
con que
me culpas; y mira
que
apuras mi sufrimiento
con
celos tan mal fundados,
que
parecen afectados;
y
pensaré--por los cielos--
que
finges como los celos
los
amorosos cuidados.
LUCRECIA: Solo
falta que me arguyas,
con
causas mal presumidas,
de
engañosa, y que atribuyas
a mi fe
culpas mentidas,
para
desmentir las tuyas;
mas
pues mi vista te enfada,
del mal
voy desengañada
que en
ser tu esposa pretendo;
que si
deseada ofendo,
¿qué he
de esperar alcanzada?
Vase
HERNANDO:
Señor, no la dejes ir,
pues te
da ocasión tan buena
para
acabar de reñir,
y con
tu adorada Elena
has de ir mañana a vivir.
DIEGO: Déjala con su pasión;
que la
tengo obligación,
y no
puedo serle ingrato,
pues
con tan hidalgo trato
sustenta mi pretensión,
remediando con largueza,
como sabes,
mi pobreza.
HERNANDO: ¿Luego
mudas parecer
y
determinas perder
la
ventura y la belleza
que
te ofrece la afición
de
Elena, con la invencion
que
esta noche habeis trazado?
DIEGO: ¿Cómo
puede enamorado
perder
tan alta ocasion?
HERNANDO: Pues ¿qué has de hacer?
DIEGO: Ocultar
de
Lucrecia mi mudanza,
mientras
pueda sustentar,
desmentir y dilatar
mi
invención y su esperanza
hasta que habiendo logrado
con
Elena mi cuidado,
ni tema
su sentimiento,
ni
pueda impedir mi intento
la
palabra que la he dado.
HERNANDO:
Dices bien; que es de temer,
si
airada se desenfrena,
la
furia de una mujer.
DIEGO: Llega
la luz; que de Elena
el
papel quiero leer.
Llega la luz HERNANDO, y abre el papel de don ENRIQUE
don DIEGO
HERNANDO:
Señor, ¿no es de la invención
memoria?
DIEGO:
Sí.
HERNANDO:
Las dos son,
y pues
la lición sabemos,
mañana
la pasaremos.
DIEGO:
¿Quieres tú que un corazón
loco, de amor, que ha alcanzado
letras
de su dulce dueño,
sin
haberlas trasladado
al
almia , le rinda al sueño,
tranquilamente el cuidado?
La
letra no es de mujer,
y son
versos.
HERNANDO:
Con leer
saldrá
tu imaginación
presto
de esta confusión.
No te
quieras parecer
al
necio que cuando da
el
reloj, pregunta la hora.
Lee
pues; que él lo dirá,
y no
discurras, agora
que
dando el reloj está.
Lee
DIEGO:
"La ocupación cortesana,
don
Alonso, no me deja
escribiros tantas veces
cuantas
mi amistad quisiera..."
Sale doña LUCRECIA, al paño
LUCRECIA: (Mal se
sosiega un agravio. Aparte
Ved si
en vano se recela
mi
pecho. Leyendo está
un
billete.)
HERNANDO:
Las tinieblas
de la
noche te engañaron,
y en
vez del papel de Elena
hallamos este romance,
descuido de algún poeta.
DIEGO: Eso es
lo cierto. A buscarle
al
punto importa que vuelvas.
HERNANDO: ¿Al
punto?
DIEGO:
Al punto.
HERNANDO: ¿No basta
buscalle cuando amanezca?
LUCRECIA: (¡Quién
los pudiera entender! Aparte
¿Qué consultas serán éstas?
Mas, pues hablan con recato,
cierto es que son en mi
ofensa.)
DIEGO: ¿No echas de ver cuánto importa?
HERNANDO: ¿Qué
importa cuando se pierda,
si de
memoria sabemos
cuanto
contienen sus letras?
......................
LUCRECIA: (Ya me
falta la paciencia.) Aparte
Adelántase
Enemigo, ¿qué secretos
y qué
pláticas son éstas?
Suelta
el papel.
Coge el papel
DIEGO: Necia estás
de
celosa.
LUCRECIA: Acaba, suelta.
DIEGO: Si con
eso has de dejarme,
Tómale,
para que veas
tu
locura en mi verdad,
y en tu
engaño mi paciencia.
LUCRECIA: Yo lo
veré.
HERNANDO:
Mal conoces
de mi señor la fineza.
LUCRECIA: Pues
vos, ¿qué habeis de decir,
alcahuete?
HERNANDO:
Tomáos ésa.
Lee
LUCRECIA:
"La ocupacion cortesana,
don
Alonso, no me deja
escribiros
tantas veces
cuantas
mi amistad quisiera;
demás,
que para encantar
hay
aquí tantas sirenas,
que el
mas prevenido Ulíses
en este
golfo se anega."
¿Tantas
sirenas, don Diego,
hay en
Milán que os diviertan?
¿luego
no soy sola yo,
ni son
sin causa mis quejas?
DIEGO:
Prosigue el papel, verás
cuán
sin razón me condenas.
Lee
LUCRECIA: "Y
porque me habeis pedido
que os
dé siempre larga cuenta
de mis
cosas, atended;
que
aquí mi historia comienza.
Libre
de amor paseaba,
cuando
en Dios y en hora buena
di en una Circe en hechizos..."
Don
Diego, ¿qué Circe es ésta?
DIEGO: El
papel lo dirá. lee.
Lee
LUCRECIA:
"...como Venus en belleza;
al fin
toda me agradó."
Y tú
¿agradástela a ella?
DIEGO: El
papel lo dirá. Lee.
Lee
LUCRECIA:
"Seguíla y supe quien era."
Claro
está que no te había
de
quedar por diligencia.
Lee
"Y
en buen hora sea mentado,
la tal
dama era doncella."
¿Qué
importa? Dale palabra,
como a
mí, cuando lo sea;
mas ya
no debe de serlo,
pues
que dices que lo era.
DIEGO: Pesada,
Lucrecia estás.
¿De qué
indicios argumentas
qe soy
quien escribe yo,
si no
es aquésa mi letra,
ni en
mi vida hice una copla?
LUCRECIA: El
papel lo dirá. Espera.
Lee
"Era, aunque huérfana, rica,
en
nombre y beldad Lucrecia."
DIEGO: ¿Cómo?
LUCRECIA:
¿Vés cómo el papel
atestigua lo que niegas?
¿En
coplas anda mi nombre,
y mi
fama en estafeta?
DIEGO: ¿No hay
más Lucrecias que tú?
LUCRECIA: Para ti
no hay más Lucrecias
donde tantas cosas juntas
te culpan y te condenan.
Aparte a su amo
HERNANDO: Señor,
¿qué puede ser esto?
DIEGO: Un
confuso mar me anega.
Lee
LUCRECIA: "Admiréme,
entré en su casa
honestamente compuesta,
donde
una Aldonza, su tia,
era el
dragón de Medea."
¿Hay más Lucrecias que yo?
¿Al fin, ni es túya esa
letra,
ni has hecho verso en tu vida?
DIEGO:
Prosigue el papel, Lucrecia
sin
glosarle hasta acabarle;
qe me
apuras la paciencia.
Lee
LUCRECIA:
"Era una vieja Creusa
aquello, y Dios nos defienda,
que llamo estantigua yo,
y que
llaman otros dueña.
Doña Claudia y doña Julia
eran de labor doncellas;
que ya son tambien donadas
las familias escuderas.
Su poco de gentilhombre
ea
jayán de la puerta,
de la
silla precursor
y Judas
de la despensa.
Un
perro braco de falda
con
collar y con guedejas
era
delicia del dueño
y
tormento de la dueña."
¿También de estas niñerías
importaba darle cuenta?
HERNANDO: ¡Qué
bien informado estaba
el
socarron del poeta!
Lee
LUCRECIA:
"Los pasos acostumbrados
de un
pobre que galantea
anduvo
mi amor siguiendo,
ya en
visitas y ya en fiestas.
Paró al
fin en concertar
que me
casase con ella;
que el
tramposo y codicioso
fácilmente se conciertan."
¿Cómo
es esto del tramposo?
Don
Diego, saber quisiera
de cuál
de los dos se entiende.
DIEGO: De mí,
si tanto me aprietas
y a preguntar
te anticipas
lo que
es más fácil que sepas,
Prosiguiendo, sin matarme
con tus
comentos, la letra.
Lee
LUCRECIA:
"Hícele promesa, al fin,
de
esposo; que las promesas
para engañar deseosos
son
poderosas terceras."
Acabóse. La celada,
don
Diego, está descubierta.
¿Al fin
habéis de engañarme?
¡Buena
quedara de necia
si a crédito
de palabras
la
posesion os vendiera!
¿Así
paga obligaciones,
así
beneficios premia,
así a
finezas se obliga
quien
de tan noble se precia?
DIEGO: Dame,
Lucrecia, el romance,
deja
que todo lo lea.
Entendamos esta enigma.
.....................
Toma a doña LUCRECIA el papel y lee
"La promesa pudo tanto,
o tanto
el amor en ella,
que por no ser yo Tarquino,
Lucrecia no fue Lucrecia,
y antes
de ser desposada
la
hermosa infanta fue dueña.
LUCRECIA: ¿Cómo?
HERNANDO:
(¡Malo!) Aparte
DIEGO: Pues ¿qué dices,
Lucrecia? Agora comienzan
mis
descargos y tus culpas,
porque
yo hasta agora apenas
alcancé
de tí una mano;
yesto
es fuerza, pues confiesa
que alcanzó la posesión,
que de
otro amante se entienda.
LUCRECIA: ¿Fundar
quieres tus disculpas
en lo
que fundo mis quejas?
Si
antes de alcanzar te jactas
después
de alcanzar, ¿qué hicieras?
¿Quién
te fïara su honor?
DIEGO: Oye el
papel. No pretendas
rebatir mis argumentos
con sofísticas respuestas.
Lee
"La posesion conseguida
me
enseñó la diferencia
de
alcanzar a desear,
pues en
rozando sus prendas,
como
otras veces solía,
aborrecíla y dejéla."
¿Yo,
por dicha, hete dejado,
Lucrecía?
HERNANDO:
(Por Dios, que aprieta Aparte
el
argumento.)
LUCRECIA:
¡Ah, traidor!
Díceslo
así porque piensas
ejecutarlo tan presto,
que ya
por hecho lo cuentas.
HERNANDO: (Sola
una mujer podía Aparte
responder tal sutileza.)
Lee
DIEGO:
"Con salud, y en este estado,
don
Alonso amigo, queda
en
Milán para serviros
don
Enrique de Contreras."
LUCRECIA: (¡Ay de
mí!) Aparte
HERNANDO:
(¡Ah, en hora mala!) Aparte
DIEGO: ¿Qué
don Enrique, Lucrecia,
es
éste?
LUCRECIA:
Si estos enredos
por desobligarte
inventas...
DIEGO: ¿Que
aun a tan claras probanzas
buscas
frívolas respuestas?
LUCRECIA: ¿Pues,
don Diego, cuando fuese
esta
historia verdadera,
¿no hay
más Lucrecias que yo?
HERNANDO: (Darnos
quiere con la nuestra. Aparte
DIEGO: No, con
estas circunstancias
no hay
en Milán más Lucrecias,
fuera
de que yo, engañosa,
no es
esta la vez primera
que tuve nuevas confusas,
que agora son evidencias,
de este amor de don
Enrique;
y de
aquí, porque lo sepas,
nació
el dilatar mis bodas
y el no
cumplir mis promesas.
LUCRECIA: (¡Ah,
Enrique vil! ¿No bastaba Aparte
hacerme
sola una ofensa?)
DIEGO: Quien
de sí misma sabía
este
delito, esta afrenta,
reñía
tan rigurosa
y
hablaba tan satisfecha?
Quédate, falsa, liviana;
quédate, y ya ni tu lengua
me
nombre, ni en tu memoria
viva
esperanza tan muerta;
que
convencida tu culpa
y
averiguada mi ofensa,
pues
sin honor pretendías
qe yo
la mano te diera,
no
podrás negar al menos
que es
tan limitada pena
dejarte, que a mi piedad
debes
gracias, y no quejas.
LUCRECIA: Aguarda,
señor.
Aparte a su amo
HERNANDO:
Por Dios,
que te
ha venido de perlas
la
ocasion para dejarla.
Vanse amo y criado
LUCRECIA:
Escucha, don Diego, espera...
Mas
¿qué detengo con ruegos
a quien
huye con ofensas?
¡Ah,
villano don Enrique!
¡Plega
a Dios que, pues me cuesta
tu
engaño el honor, te cueste
a ti la
vida mi afrenta!
Vase. Salen don
ENRIQUE y TRISTÁN, de camino,
y don SANCHO
SANCHO: En
tan buen hora volváis,
hijo
querido, a mis ojos.
Cuantas
lágrimas y enojos
con la
ausencia me costais.
Volvedme a abrazar. La muerte
de don
Esteban de Herrera
mi
hermano, solo pudiera
con la
venturosa suerte
de
veros tener consuelo;
que a
tantos años de ausencia
faltaba
ya la paciencia.
ENRIQUE: Bien
sabe, señor, el cielo
que
quisiera el corazón,
para
evitar tus enojos,
que me
volviese a tus ojos
menos
funesta ocasión.
SANCHO:
Cosas son que Dios ordena.
TRISTÁN: (Hasta
agora bueno va.) Aparte
Sale ELENA
ELENA: ¡Que
vino mi hermano ya!
TRISTÁN: (Aquí
es Troya.) Aparte
ENRIQUE: ¡Amada Elena!
ELENA:
(Pero ¿qué es esto? ¡Ay de mí!)
Aparte
ENRIQUE: ¿Es
posible que te veo?
ELENA: Yo te
abrazo, y aun no creo,
que tal
dicha merecí.
TRISTÁN: (Eso
a los bobos; que ha dado Aparte
vuestra
invencion en vacío,
y ésta es la hora en que fío
que hubiérades vos tomado
por mas dichoso partido
que una mina reventara
y los
huéspedes volara.)
Sale INÉS
INÉS: Aunque
esta dicha he sabido
la
postrera, no lo soy
en el
gusto. Dale a Inés
don
Juan, mi señor, los piés...
(Mas ¡ay!) Aparte
ENRIQUE: Los brazos te doy.
TRISTÁN: (Ya tengo mi quebradero Aparte
de
cabeza también yo.)
Aparte a ella
INÉS: ¿Qué es
esto, Elena?
ELENA: Llegó
el
hermano verdadero
cuando aguardaba el fingido.
TRISTÁN: (A
nublo tocan. Su pena Aparte
publican Inés y Elena.)
SANCHO:
Fatigado habréis venido.
Entrad, hijo, a descansar.
ENRIQUE: Con
veros he descansado.
Vase don SANCHO. Hablan aparte TRISTÁN y su amo
TRISTÁN: ¡Vive
Dios, que la han tragado!
ENRIQUE: Ninguno
puede alcanzar,
Tristán si no se aventura.
Ya
logré el atrevimiento,
Fortuna. Logre el intento
de
lograr esta hermosura.
TRISTÁN: Ya
con su engaño, señor,
se
engañó Elena. Confía,
que la
mayor fullería
es dar
con la misma flor.
Vase don ENRIQUE y hablan aparte doña ELENA e INÉS
ELENA:
¿Cómo harémos, Ines, di,
para
avisar a don Diego
de este
caso?
INÉS:
Tu amor ciego
solo
confíe de mi
tu
secreto.
ELENA:
Pues tomar
puedes
luego, Inés, el manto;
que por
lo que importa tanto
todo se
ha de atropellar.
Vase
TRISTÁN:
Inés...
INÉS:
¿Qué quieres?
TRISTÁN: Espera.
Yo sea
muy bien venido.
INÉS: ¿Y qué
se hubiera perdido
cuando
mal venido fuera?
TRISTÁN: ¿Con
tan necia sequedad
respondes a mis cuidados?
Mas siempre en los desposados
la primera es necedad.
INÉS: ¡Qué
espacio para mi prisa!
Suelta.
TRISTÁN:
Irás a calentar
agua de
piernas y dar
un
perfume a la camisa
para
el huésped, por cumplir
con uso
tan excusado.
INÉS: Ése es
mi mayor cuidado.
Iré a
lo ménos a huír
de
un huésped tan deseoso
en todo
de parecerlo,
que aun
no ha dejado de serlo
en la
parte de enfadoso.
Vase
TRISTÁN: ¡Ah, Inés, cómo estais cerril!
Pues, ¡ay de vos si os
abrasa
amor
ajeno; que en casa
se os
ha entrado el alguacil!
FIN DEL PRIMER ACTO