ACTO SEGUNDO
Salen don DIEGO Y HERNANDO, de
camino
HERNANDO: En
fin hoy vamos los dos,
si la
tramoya no erramos,
a vivir
con quien amamos?
DIEGO: Fuerza
es ya.
HERNANDO:
Pues dé nos Dios
la
ventura de un soplón
que lo tiene por oficio,
sin que
en algún beneficio
le
acomoden la facción.
DIEGO:
Acometamos, Hernando,
pues ya
la suerte se echó.
HERNANDO: Ánimo,
señor; que yo
--¡vive
Dios!--que voy temblando.
Mas
en una duda están
solícitos mis cuidados.
DIEGO: Di.
HERNANDO: Si
por nuestros pecados
vienen
cartas de don Juan
a su
padre, ¿qué has de hacer?
DIEGO: No es
ésa dificultad;
que con
la caduca edad
tanto
ha llegado a perder
la
vista el viejo, que Elena
o yo le
hemos de servir
de
secretario, y fingir
o que
la carta es ajena,
o
más antigua la fecha
que mi
partida. De modo
sabremos trazarlo todo,
que ni
indicio ni sospecha
del
engaño ha de tener.
HERNANDO: Otra
duda. Si en Milán
hay
quien conozca a Don Juan
o a ti,
¿cómo puede ser
no
se desate el enredo?
DIEGO: Viviré
tan retirado,
tan
secreto y recatado,
que lo
dilate, si puedo,
hasta ver de mi intencion
el
efeto.
HERANDO:
Bien está;
que
entre tanto morirá
el
leonero o el león.
DIEGO:
Entremos.
HERNANDO: ¡Nombre de Dios!
Turbados muevo los pies.
Éste es el viejo.
Salen
don SANCHO y TRISTÁN
SANCHO: ¿Quién es?
DIEGO: O
miente el alma, o sois vos,
señor, don Sancho de Herrera.
SANCHO: Yo soy.
DIEGO:
¡Padre de mi vida!
Dadme
esa mano querida.
TRISTÁN:
(¡Malo!)
Aparte
SANCHO:
¿Qué decís?
DIEGO: ¿Qué espera
vuestra mano y vuestros brazos,
que a
vuestro hijo don Juan,
padre
mío, no le dan
tan deseados abrazos?
SANCHO: ¿Vos sois don Juan?
TRISTÁN: (Aquí es Troya. Aparte
Voy a
avisar a mi dueño.)
Vase
TRISTÁN
DIEGO: Yo soy don Juan.
SANCHO: ¿Velo o sueño?
HERNANDO: (Errada
va la tramoya.) Aparte
DIEGO: Si
lo dudáis porque vengo
sin vuestra orden, padre mío,
con la
muerte de mi tío
pienso
que disculpa tengo.
SANCHO: O
estoy loco o vos lo estáis,
o hay
aquí muy grande engaño.
DIEGO: ¿Qué es
esto? ¡Que tan extraño,
padre y
señor, recibáis,
tras tantos años de ausencia,
a un hijo recien venido!
SANCHO: El seso
tengo perdido,
si no
pierdo la paciencia.
Salen don ENRIQUE y TRISTÁN
ENRIQUE: ¿Qué es esto, padre?
DIEGO: (¡Ay de mi!) Aparte
HERNANDO:
(Acabóse. Padre dijo.) Aparte
SANCHO: Que
teniendo solo un hijo,
hallo,
como veis aquí,
dos
que afirman que lo son.
ENRIQUE: ¿Qué
decís?
SANCHO:
Este galán
dice
también que es don Juan.
DIEGO: Y es verdad.
ENRIQUE: ¿Hay tal traición?
Sale doña ELENA
ELENA:
(¡Qué gran yerro! ¡Ay desdichada!
Aparte
¡Que no
le avisase Inés!)
Aparte a su amo
TRISTÁN: (Libra
el remedio en los pies; Aparte
que
aquí no has de ganar nada.)
ENRIQUE:
¿Sois loco o sois embustero?
DIEGO: Si el
disgusto no temiera
de mi
padre, yo os dijera
si lo
soy con este acero;
pero
de vuestra insolencia
la
verdad ha de vengarme.
ENRIQUE: A mí me
quita el sobrarme
tanta razon la paciencia,
y
quiero daros la pena
en el
campo.
DIEGO:
Venid.
HERNANDO: Vamos.
TRISTÁN: (Con
esto nos escapamos.) Aparte
Aparte a doña ELENA
DIEGO: ¡No me avisaras, Elena!
ENRIQUE:
Tenerme, padre, es en vano.
DIEGO: Suelta.
ELENA:
Detente, por Dios;
(Que en
cualquiera de los dos Aparte
pierdo
amante o pierdo hermano.)
TRISTÁN:
(¡Que no le deje salir! Aparte
a
escapatoria nos quita.)
SANCHO: Esta
cuestión solicita
mi
tierno amor decidir
como
padre, y así quiero,
en
duda, a entrambos llamar
mis
hijos, más que arriesgar
la vida
del verdadero
por
castigar al fingido.
ENRIQUE: Yo no
lo podré sufrir.
DIEGO: Ni
yo. Dejadnos salir.
HERNANDO: Ya
sospecho que han sentido
en la calle la cuestión,
y viene
gente.
Salen el DUQUE y CRIADOS
DUQUE: ¿Qué es esto,
don
Sancho?
SANCHO:
El cielo ha dispuesto,
señor,
que en tal ocasion
mi
dicha os haya traído.
DIEGO: (Éste
es el duque. ¡Ay de mí!) Aparte
DUQUE: Pasaba
acaso, y oí
desde
la calle el ruído,
y
como os tiene mi pecho
amistad
tan verdadera,
si yo
mismo no subiera
no
quedara satisfecho.
Contadme el caso.
SANCHO: Mi pena
Escuchad.
Hablan en secreto.
Hablan aparte HERNANDO y don
DIEGO, y TRISTÁN con don ENRIQUE
HERNANDO:
Él andaría,
como
otras veces solía,
rondando la calle a Elena,
y
nos ha cogido aquí
sin
podernos escapar.
Hoy
pienso que ha de vengar
sus
celos el duque en ti.
DIEGO: Él
no me ha visto jamás,
y el
secreto de mi amor
me
libra de ese temor.
TRISTÁN: ¿De qué
parecer estás?
¿Qué
habemos de hacer aquí?
ENRIQUE: Lo
dicho dicho, Tristán.
TRISTÁN: Mas; si
fuese éste el galán
de
anoche?
ENRIQUE:
Yo no le vi
el
rostro; mas es muy llano
que no
es él; que no podía
Elena,
viendo que había
llegado
a Milán su hermano,
dejar de avisarle luego.
Éste
es, sin duda, Tristán.
Habla aparte doña ELENA a don DIEGO
ELENA: Di
siempre que eres don Juan;
que ningún daño, don Diego,
puede resultar mayor
que a los dos nos
sucediera
si
acaso el duque viniera
a
sospechar nuestro amor.
DIEGO: Yo
lo haré.
Sale INÉS, con manto
INÉS: (¡Triste de mí! Aparte
que
pienso que ha sucedido
el daño
que hemos temido.
Señora...)
Aparte a INÉS
ELENA:
¡Ay, Inés! por ti
está
a riesgo de perder
don Diego la vida, y yo
a
opinión. Ya sucedió
cuanto
mal pude temer.
INÉS: Yo
fui a su casa a buscalle.
Dijéronme que se había
hoy
mudado, y todo el día
he andado de calle en calle,
con
más lenguas preguntando
y
mirando con más ojos
que
tienes ajora enojos;
y al
fin, ni de él ni de Hernando
hasta agora pude hallar
quien me diese nueva alguna.
ELENA: Trazólo
así la Fortuna,
que
cuida de mi pesar.
SANCHO: Éste
es el caso que ha dado
ocasion
a esta pendencia;
y como
su larga ausencia
en mi memoria ha borrado
las
especies de su cara,
y con
la debilidad
de mi
ya caduca edad
los
órganos desampara
de
la visiva potencia
la
virtud, y haber pasado
de niño
a varón le ha dado
tan
forzosa diferencia,
ni
puedo desconocer
ni
conocer a ninguno;
y más
dando cada uno
señas
que bastan a hacer
que les dé crédito igual.
DUQUE: ¿Quién
pudo intentar mayor
atrevimíento!
Aparte al DUQUE
CRIADO 1:
Señor,
escucha. O me acuerdo mal,
o
éste que agora llegó
es el fingido don Juan;
que yo
le he visto en Milán
otras
veces.
CRIADO 2:
Tambien yo,
y en
la calle le he encontrado
de
Elena, y aun con acciones
de
amante; que sus balcones
le vi
mirar con cuidado;
y
este enredo habrá emprendido
con
órden de Elena.
DUQUE: Sí;
que el
aborrecerme a mí
de
ajeno amor ha nacido.
Elena lo habrá trazado
por
poderle hablar y ver;
que es
galán, ella mujer,
ciego
Amor, yo desdichado.
Estoy por darle la muerte.
CRIADO 1: El
nombre quieres cobrar
de
tirano?
DUQUE:
¿He de pasar
por
este agravio?
CRIADO 1: De suerte
te
podrás hacer vengado
que
padezcan él y Elena
de su delito la pena,
sin
mostrarte apasionado.
CRIADO 2:
Desterrarlo de Milán
es remedio y es castigo.
CRIADO 1: Tu
parecer contradigo.
DUQUE: Pues
¿por qué?
CRIADO 1:
Porque podrán,
quebrantando tu preceto,
verse
los dos; que no es
tan
corto Milán, que estés
seguro
de que en secreto
No
pueda en su confusión
proseguir ocultamente
su
amor; y cuando él se ausente,
si es
verdadera afición
la
de Elena, como estás
coligiendo de este exceso,
ha de
seguirle, y con eso
del
todo la perderás.
DUQUE: ¿Tal
error pueden hacer
mujeres
que nobles nacen?
CRIADO 1: Si las
comedias nos hacen
de lo
que es o puede ser
viva
representación,
desengañarte podía
lo que han hecho cada día
las
infantas de León.
Lo
segundo has de escoger
que a
ninguno mal sucede
previniendo lo que puede
sin milagro acontecer.
DUQUE: Bien dices; mas, ¿qué he hacer,
si todo lo dificultas?
HERNANDO: (¿Qué
saldrá de estas consultas?) Aparte
CRIADO 1: Escucha
mi parecer.
Afirmemos que este amante
de
Elena es falto de seso,
pues este mismo suceso
es
información bastante,
y
mandarás que en la casa
de los
locos con cuidado
le
tengan aprisionado
mientras el ímpetu pasa
de su furioso accidente;
y así
le darás la pena
de su
locura, y Elena
viendo,
aunque engañosamente,
divulgada la opinión
en
Milán de que es furioso,
no pudiendo
ser su esposo,
le
perderá la afición.
DUQUE: ¡Qué
bien lo sabes trazar!
No sin
razón en mi pecho,
de tu
ingenio satisfecho
te doy
el primer lugar.
SANCHO: El
tiempo, señor, dirá
cuál es
el don Juan fingido
de los
dos.
DUQUE:
Yo lo he sabido;
que
información tengo ya,
don
Sancho, de que es un loco
el que
dices que llegó.
HERNANDO: (Salió
la sentencia.) Aparte
CRIADO l: Y yo
he
sabido que no es poco,
porque yo le he visto hacer
sin
número desatinos.
CRIADO 2: Locos
hay por mil caminos;
mas
nadie lo puede ser
tanto como este español.
Yo soy
testigo que un día
que dió
en que engastar quería
en una
sortija el sol,
por cogerle no cesó
de dar
saltos contra el cielo,
hasta
que el obscuro velo
de la
noche lo escondió.
HERNANDO:
(¡Oigan cómo se levanta Aparte
Un
testimionio!)
SANCHO: Su intento
confirma este pensamiento.
Mas,
señor, lo que me espanta
es
que informado viniese
de
señas tan verdaderas,
y tan
en seso y de veras
hablase,
que me pusiese
en
confusión tan pesada.
TRISTÁN:
Escucha. Cuando don Juan
mi
señor entró en Milán,
se apeó
en una posada
a
informarse de tu estado.
y su
casa, por no andar
a
caballo a preguntar
en
pueblo tan dilatado.
Allí
con esta ocasión
contó
sus casos, y creo,
por los
efecto que veo,
que se
halló a la relación
este loco, y desde allí
en esta
locura dio;
y aun
si no me olvido yo,
me
parece que le vi.
SANCHO: Éste
es, sin duda, el suceso.
ENRIQUE: Claro
está; que nadie fuera
tan
osado, que emprendiera
sin ser
loco tal exceso.
Don ENRIQUE habla aparte a TRISTÁN
Mil
sopechas me ha engendrado,
Tristán, esta novedad
que has
visto.
TRISTÁN:
Si no es verdad,
lindamente la han trovado.
HERNANDO habla aparte a don DIEGO
HERNANDO: ¿Qué
dices de esto?
DIEGO: No alcanza
mi
discurso la intenció
del
duque en esta invención.
ELENA: (Entre
temor y esperanza Aparte
de
un cabello estoy pendiente.)
HERNANDO: ¿No
tratas de replicar?
Advierte que con callar
te
confiesas delincuente.
DIEGO: Bien
dices. Oyendo he estado.
Señor...
DUQUE:
Basta. No le oigáis
más
locuras. ¿Qué aguardáis?
Haced
lo que os he mandado.
CRIADO 1:
Dadme la espada.
DIEGO: Apartad;
sólo al
duque la daré.
DUQUE: A mí me
la dad.
DIEGO:
Si haré,
fïado
en que mi verdad
brevemente hará, señor,
que me
la mandéis volver;
y, en
tanto, mandad prender
también
mi competidor.
DUQUE: Acabad; llevadle.
CRIADO
1: Andad.
DIEGO: ¿Hay suceso más extraño?
¡Que tenga premio el
engaño
y
castigo la verdad!
Llévanle algunos criados del DUQUE
HERNANDO:
(Quiero escaparme callando; Aparte
no me
hagan también prender.)
Aparte a HERNANDO
ELENA: Sigue a
don Diego hasta ver
donde
le llevan, Hernando.
Aparte a INÉS
HERNANDO: ¡Oh,
Inés! ¿No nos avisaras?
INÉS: Todo el
día os he buscado.
HERNANDO: Si mal
nos hubiera estado,
a fe
que tú nos hallaras.
Vase HERNANDO
SANCHO:
Hijo, la mano besad
al duque.
ENRIQUE:
Los piés os pido.
DUQUE: Vos
seáis muy bien venido.
Los brazos os doy; alzad.
Don Sancho, adiós, y gocéis
muchos años a don Juan.
SANCHO: Los
términos de Milán
al
África dilatéis.
DUQUE: ¡Oh
Elena! Ya estoy quejoso
de que
habiendo estado aquí
tanto
tiempo, hayáis de mí
escondido el rostro hermoso.
ELENA: Del
suceso de mi hermano
la
turbación me ha impedido
haberos, señor, pedido
antes
de agora la mano.
DUQUE:
Alzad, alzad; que agraviáis
mi
estimación.
SANCHO:
Blasón es
nuestro
el besar vuestros pies.
ELENA: Como
quien sois nos honráis.
DUQUE:
Vedme mañana, don Juan;
que a
premiar en vos me mueve
la
razon lo que le debe
a
vuestro padre Milán.
SANCHO:
Quien os sirve, señor, queda
premiado. (Es justo y prudente
Aparte
el
Duque.)
Vanse el DUQUE, don SANCHO y los CRIADOS del DUQUE
ENRIQUE:
(Fortuna, tente. Aparte
Un clavo pon a la rueda.)
ELENA: (¡Ay
don Diego desdichado! Aparte
¿Cómo
vivo?)
INÉS:
(Siempre yo Aparte
temí lo
que sucedió.)
TRISTÁN: (De
buena hemos escapado.) Aparte
Vanse todos. Salen
doña LUCRECIA y RICARDO
LUCRECIA: Muy
poco os debo, Ricardo.
¿No
volviérades a darme
la
respuesta ayer, sabiendo
los
cuidados que combaten
mi pensamiento
celoso?
RICARDO: Señora,
acabé tan tarde
anoche
la diligencia
que de
mi industria fïaste,
que no
quise interrumpirte
el
sueño, y porque no hace
el que
ha de dar malas nuevas
lisonja
en apresurarse...
LUCRECIA: ¿Malas
nuevas?
RICARDO:
Y tan malas
como
nuevas.
LUCRECIA:
Hablad, dadme
el
veneno de una vez;
que es
más rigor dilatarle.
RICARDO:
Siguiendo aquella mujer
que por
don Diego tu amante
llegó a
preguntar,
anduve,
como mandaste,
de una
iglesia en otra iglesia,
de una
calle en otra calle,
que sin
comer consumí
en esto
mañana y tarde.
Vine a
parar por la noche
a una
casa, que por grande
y
suntüosa ofrecía
de
noble dueño señales.
Quise entrar con intención,
si
pudiera, de informarme,
y hallé
de gente del duque
ocupados los umbrales.
Reparé,
y arriba oí
voces,
que fueron bastantes,
por estar
el duque dentro,
a
prometer novedades.
A
saberlas me detuve
curioso; y en esto sale
don
Diego entre alguna gente,
que dió
indicios de llevarle
preso
según colegí
de esto
y de que daba al aire
quejas de engaños premiados
y castigadas verdades.
Seguílos, y le llevaron
al
fin--¡desdicha notable!--
a la
casa de los locos,
que le aprisiona, por cárcel.
Esta
mañana volví,
antes
de verte, a informarme
de
quién habita la casa
donde
sucedió el desastre,
y supe
que es un don Sancho
de
Herrera su dueño, padre
de
Elena, doncella en quien
celebra
la fama un ángel.
Esto
solo saber pude.
Mira si
erré, en dilatarte
las
nuevas que, si pudiese,
fuera
mejor que callase.
LUCRECIA: Más
cordura hubiera sido,
pues me dejan nuevas tales
más penada y más confusa
informada que ignorante.
¡Loco
don Diego! ¿Qué es esto?
Cuerdo
ayer, ¿perdió tan fácil
el
seso? ¿Qué puede ser?
Sin
duda los celos hacen
efeto
en él tan violento.
Claro
es pues llevaba un áspid
en el
pecho, y un infierno
en la
memoria, de hallarme
sin
honra cuando en mi mano
fundó
sus felicidades.
¿Qué
mucho que enloqueciese?
¡Ah
falso, ah traidor, ah infame
don
Enrique! ¡Plega a Dios
que revolcado en tu sangre
me
pagues tantas ofensas,
pues
que de una vez quitaste
seso y
esposa a don Diego,
y a
Lucrecia honor y amante!
Mas
entre mil confuslones
y entre mil sospechas arde
celoso
mi corazón
de esta
Elena, cuyas partes
celebra
tanto la fama;
que
entrar en su casa, hallarle
el
duque en ella, y prenderlo
por loco, difícultades
son que
el pensamiento anegan.
Vuelve,
Ricardo, a informarte
de
todas las circunstancias
de este
caso; que no cabe
el
corazón en el pecho.
RICARDO: Yo lo haré; mas si tomases
mi
parecer, no trataras
de esto
más, pues ya casarte
no
puedes con él si es loco;
y si
no, puesto que sabe
tu
deshonor, claro está
que él
no ha de querer casarse
LUCRECIA:
Ricardo, todo es así;
mas
dejarlo fuera darme
por
vencida, y sus sospechas
confesara por verdades.
Demás
que le tengo amor,
y no es
posible que falte,
aunque
el desengaño sobre,
la
esperanza en un amante;
y así
no admiréis que inquiera
de
estos tan confusos lances
la
verdad; que de curiosa
lo hiciera, si no de amante.
Fuera
de que puede ser,
puesto
que vino el romance
de don
Enrique a las manos
de don
Diego, que llegase
a saber
por este medio
dónde
está, para obligarle
a que
el honor con la mano
o con
la vida me pague.
RICARDO:
Basta. Yo voy a servirte.
LUCRECIA: Mirad,
no volvais a hablarme
Ricardo, si no venís
de todo
informado. Baste
que
ofensas me martiricen
y que
desprecios me agravien,
sin que
dudas me atormenten
y confusiones me maten.
Vanse
los dos. Salen don ENRIQUE y TRISTÁN
TRISTÁN: Ya eres capitán, señor.
ENRIQUE:
Tristan, ya soy capitán.
TRISTÁN: Y muy
presto de Milán
has de ser gobernador,
según el amor promete
del duque; mas no es
segura
ni de
un tahur la ventura,
ni el
honor de un alcahuete.
ENRIQUE:
Pues, ¿soy1o yo?
TRISTÁN: Tú deseas
no
serlo; mas el señor
quiere
a Elena, y de su amor
solicita que lo seas;
y así, aunque serlo no quieras,
pues
con este fin te da
y tú
tomas, claro está
que
para con Dios lo eres;
y de
esto vengo a sacar
en tu
bien desconfïanza,
porque quita sino alcanza,
el que
dio por alcanzar.
ENRIQUE: Bien
va hasta agora. Confía,
Tristán; que el que empieza bien
ha
hecho lo más.
TRISTÁN:
Tambíen
un filósofo decía
que,
puesto que viene a ser
lo
esencial el acabar,
no hace
nada en comenzar
el que
tiene más que hacer;
y
supuesto que te opones
al deseo enamorado
del
duque, y con tal cuidado
impides
sus pretensiones;
en
conociendo tu intento
dará
contigo al través;
que ha
de ser culpa después
cuanto
es hoy merecimiento.
ENRIQUE: Hoy
del mar en que me veo,
pienso
a la orilla salir;
que no
puede ya sufrir
tanto
silencio el deseo
demás que importa abreviar;
que es
de mi atrevido intento
un
engaño el fundamento,
y poco
puede durar.
TRISTÁN:
¿Determinas declararte?
ENRIQUE: Si,
Tristán.
TRISTÁN:
¿No ves el daño,
que te
amenaza?
ENRIQUE:
El engaño,
el
ingenio, industria y arte
todo
lo alcanza. De modo,
antes
que lo llegue a hacer,
a Elena
he de disponer,
que me
asegure de todo.
Y si le vengo a decir
que soy
su amante, en un punto
ha de
llegar todo junto,
declarar y conseguir.
TRISTÁN: ¿Y
si acaso te resiste,
o entra
su padre y te halla
en la amorosa batalla?
ENRIQUE: En eso
mismo consiste
el
fundamento engañoso
de otro
medio que prevengo
para la
intención que tengo
de
llegar a ser su esposo;
que
este papel ha de ser
de mi
disculpa y mi intento
el
cauteloso instrumento.
Muestra el papel
TRISTÁN: Ella
viene.
ENRIQUE:
Hoy has de ver
que
el Amor lo alcanza todo.
Solos nos deja a los dos.
TRISTÁN: Esto es
hecho. ¡Plegue a Dios
que no
nos pongas del lodo!
Retírase al paño.
Sale doña
ELENA. TRISTÁN al
paño
ENRIQUE: ¿No
me das, querida Elena,
la
norabuena?
ELENA:
No sé
Si será
bien que te dé,
Hermano, la norabuena
de
tu privanza y de ver
esa
merced que hoy te ha hecho
el
duque, cuando sospecho
que subes para caer.
No son, don Juan, los servicios
de mi padre lo que en ti
premia
el duque; amarme a mí
te
negocia esos oficios;
y
así es fuerza, averiguado
que su injusto fin conoces,
o que
afrentado los goces,
o los
pierdas castigado.
ENRIQUE:
Hermana, bien sé que nace
mi
privanza de tu amor;
mas no admitir el favor
y la merced que me hace
es darme por entendido
de su
aficion, y mostrarme
si no
consiento obligarme,
de su
intención ofendido.
Y
fuera notorio error
el publicarme celoso;
que es
el duque poderoso,
y es mi
paciencia el amor;
y
así mi cuidado intenta
casarte, y quitarle así
una vez
la causa en ti
de su amor
y nuestra afrenta.
Pero
tú, hermana querida,
el
esposo has de elegir;
que no
quiero redimir
mi
peligro con tu vida.
Dime
si tienes amor;
declárame, Elena mía,
tu
corazon, y confía
que no
con piedad menor,
si
tienes a quien querer,
juzgue
y remedie tu pena,
que tú
misma. Bien sé, Elena,
que aunque noble, eres mujer,
y aunque sé que eres
honrada,
sé que
eres moza también,
y no es
culpa querer bien,
si es
la afición recatada.
TRISTÁN:
(¡Qué bien dispone su intento!)
Aparte
ENRIQUE: (Prevención es importante Aparte
saber
quién es el amante
que le
ocupa el pensamiento.
Procuraré divertir
antes
de él su corazón
que le
diga mi intencion;
porque para introducir
segunda forma, expeler
es
forzoso la primera.)
ELENA: (¡Qué
buena ocasión tuviera Aparte
don
Diego agora de ser
mi
esposo, si lo pasado
no le
hubiera sucedido!
Pero mi
hermano ofendido,
y él en
tan mísero estado,
con
la opinión de furioso
divulgada, claro está
que don
Juan no le querrá
por su cuñado y mi esposo.
Yo
en efeto le he perdido.
Pues declarar el engaño
fuera acrecentar el daño,
y hacer del todo ofendido
al
duque de su intención,
y de su
injuria a mi hermano;
y, pues hablar es en vano,
calle y sufra el
corazón.)
ENRIQUE:
Habla, sola estás conmigo.
No
dudes, no te suspendas
ni
recatada me ofendas,
cuando
amoroso te obligo.
ELENA: Si
he de decirte verdad,
hasta
agora, hermano mío,
no ha
rendido mi albedrío
al Amor
su libertad;
y el
suspenderme, don Juan,
ni es
dudar, es recorrer
la
memoria para ver
qué
caballero en Milán
para
mi esposo me agrada;
y
mirados uno a uno,
hallo
al fin que con ninguno
estaré á gusto casada.
ENRIQUE: Yo
no te doy a escoger
para
ese efecto el mejor;
si
tienes a alguno amor
es lo
que quiero saber;
que
no estando enamorada,
la elecion
me toca a mí,
y el obedecer a tí,
si el que eligiere te
agrada.
ELENA: Verdad te he dicho, don Juan.
ENRIQUE: Júralo,
Elena querida.
ELENA: Por tu
vida y por mi vida,
qe no
hay hombre de Milán
que
yo quiera. (Verdad juro, Aparte
pues
que mi adorado preso
es de
España.)
ENRIQUE:
Pues con eso
de tu
verdad me aseguro,
escucha. Si un caballero
noble y
español te doy
por
esposo, de quien soy
retrato
tan verdadero
en
talle, en rostro, en edad
y en
todo, que si quisiera
decir
que soy él venciera
el
engaño a la verdad,
¿quisiérasle, hermana? Di.
Olvida
que soy don Juan.
Mírame
como a galán
que
está muriendo por tí,
y
examina allá en tu pecho
tu
secreta inclinación.
TRISTÁN: (No va
mala la invención.) Aparte
ELENA:
(¡Válgame Dios! Ya sospecho Aparte
algún gran mal, y no en vano,
porque
mostrarse en mirarme,
en
servirme y obligarme,
siempre
amante más que hermano;
preguntarme tan curioso
que
amante me da cuidado;
decir
que es vivo traslado
del
español que mi esposo
quiere hacer, pedirme aquí
que
olvidando que es don Juan
le mire
como a galán
que
está muriendo por mi...
Sin
duda el Amor tirano
le
privó de entendimiento.
Mas,
¿qué nuevo pensamiento
me
ocurre? ¿Si no es mi hermano?
¿Si
la invención nos hurtó?
Puede
ser; porque tratando
de esto
ayer, me dijo Hernando
que don
Diejo se dejó
en
la calle mi papel,
donde
él lo buscó otro día,
y no lo
halló; y ser podía
que
éste hubiese hallado en él
su
instrución y nuestro daño;
y no es
menor presunción
el
venir en ocasión,
que
parece que al engaño
se
procuró anticipar.
Pero
¿qué estoy discurriendo,
si es
tan fácil, consintiendo,
obligarle á declarar?)
ENRIQUE: ¿Qué respondes?
TRISTÁN: (La sentencia Aparte
sale
aquí.)
ELENA:
Que no podía
darme
la ventura mía
quien
halle correspondencia
en mi esquivo corazón
sino él
que has dicho, si de él
eres
retrato fïel
conforme a tu relación.
ENRIQUE:
(¡Hay hombre mas venturoso!) Aparte
¿Luego
bien podré, seguro
de que
tu gusto procuro
en
dártele por esposo,
tratarlo, siendo verdad
que aoy
su traslado en todo?
ELENA: Digo
que sí, y es de modo
el
gusto y conformidad
que siento, si le pareces
tan del
todo, que he mirado
con
atención y cuidado
antes
de agora mil veces
las
partes que puso en ti
de
talle, de gentileza,
de entendimiento y nobleza
el
cielo, y dicho entre mí,
"¡Oh si fuera tan dichosa
mi
suerte, que mereciera
ser de
un hombre que tuviera
iguales
partes esposa!"
Y aun... Pero callar es justo;
que a
liviandad juzgarás
lo
demás.
ENRIQUE:
Di lo demás;
no me
dés penado el gusto
que
recibo de saber
que es
tan dichoso mi amigo
que su
retrato contigo
tanto
pudo merecer.
ELENA:
Digo, don Juan, que mi pecho
alguna
vez ha pasado
adelante, y me ha pesado
de ser
tu hermana.
TRISTÁN: (Esto es hecho. Aparte
Declaróse, vive Dios.)
ENRIQUE: ¿Luego
si yo no lo fuera,
y ser
tu esposo quisiera,
estuviéramos los dos
conformes en el intento?
ELENA: De ello
puedo asegurarte.
ENRIQUE: Pues,
¿que tardo en declararte,
Elena
mi pensamiento?
¿Qué
aguardo, que no te explico
la
verdad? Dame la mano.
Tu
amante soy, no tu hermano.
TRISTÁN:
(Arrojóse el mancebico.)
Aparte
ELENA: ¿Qué
dices?
ENRIQUE:
Dale los brazos
a tu
amante y a tu esposo.
TRISTÁN:
(Andarlo.) Aparte
ELENA: Aparta, engañoso.
ENRIQUE: Acaba.
ELENA:
Dos mil pedazos
me
podrás primero hacer;
que
cuanto he dicho fingí,
por
saber lo que de tí
me
dieron siempre a entender
tus
ojos.
ENRIQUE:
Si tú mentiste,
ya me
llegué a declarar,
y
forzando he de alcanzar
si
engañando prometiste.
ELENA:
¡Padre! ¡Señor!
TRISTÁN: (Voces da. Aparte
El
negocio va perdido,
porque
don Sancho ha sentido
la
pendencia y viene ya.)
Sale TRISTÁN
¿Qué
haceis? Advertid que viene
vuestro
padre.
ENRIQUE:
(De enojado Aparte
rabio!
¡Que me haya engañado!
Remediarlo me conviene.)
Saca un papel de la faltriquera
¡Vive Dios, que he de abrazarte!
Salen don SANCHO e INÉS.
TRISTÁN se
esconde
SANCHO: ¿Qué es
esto?
ELENA:
Escucha,señor,
los
engaños de un traidor.
ENRIQUE: Tienes
razón de quejarte.
Hace don ENRIQUE que le saca un papel de la manga, de
suerte que lo vea don SANCHO
Habla, descansa.
SANCHO: (Un papel Aparte
de la
manga le ha sacado.)
ELENA: Por
fuerza, padre, ha intentado
abrazarme; que el infiel
que estás viendo, no es don
Juan.
ENRIQUE: Dices verdad. ¿Qué más quieres?
SANCHO:
¿Qué? ¿Qué dices?
ENRIQUE: No te alteres.
Digo
que soy un galán,
señor, que a tu hija adora.
Elena
¿qué date más
que
decir?
ELENA:
No; lo demás
le toca
a mi padre agora.
Vase retirando hablando aparte a INÉS
Inés, tú has de llevar luego
unas cartas de mi
hermano,
porque
de su propia mano
las
copie al punto, a don Diego.
INÉS:
¿Para qué?
ELENA:
Pues la ficción
de que
es don Juan cobra ya
nueva fuerza,
esta será
provechosa prevención.
Vanse doña ELENA y INÉS
TRISTÁN:
(¡Cielos! ¿En qué ha de parar?
Aparte
¡Qué lo
confesase todo!
Mas
confesar es el modo
más
astuto de engañar,
y él
sabe más que Merlín.
SANCHO: Loco
estoy.
ENRIQUE:
Agora atento
escucha
del fingimiento
que has
visto, señor, el fin.
Tristán me dió noticia de que ha poco
el
crïado de aquél que intentó osado
fingir
que era tu hijo, o cuerdo o loco,
trajo a
Elena un papel, y ella lo había
leido,
y en la manga lo tenía.
Pues
yo, como ofendido del engaño
que
pretendió, y del lance tan extraño
en que
me vi por él, quise informarme
por el
papel, del fin y fundamento
de su
engañoso intento;
Y
temiendo que Elena, si entendiera
mi intención, el remedio
previniera,
me
pareció consejo conveniente,
para
contraminarle cautamente
sus
intentos, cogerle si pudiese
el
billete, sin que ella lo entendiese.
Quise aquí ejecutarlo, y entre amores,
blandas
caricias y requiebros, darle
un
abrazo intenté para sacarle
de la
manga el papel sin ser sentido.
El
pecho sospechoso y ofendido,
huyó Elena, diciendo,
"¿Eres galan, don Juan, o eres hermano?"
Y al
fin, el llegar tú y al mismo punto
conseguir yo mi fin, fue todo junto,
pues de
la manga, sin sentirlo Elena,
le
saqué este papel, que en lo que digo,
si tú
lo dudas, sirva de testigo.
Muestra el papel
SANCHO: Yo te
le vi sacar. (Verdad parece; Aparte
mas no
del todo me aseguro. Quiero
disimular;
que el tiempo y la paciencia
darán de las sospechas evidencia.)
¡Qué susto tan extraño
recibí
del engaño!
Que le
juzgué evidente
viéndote confesar tan llanamente.
ENRIQUE: Eso
mismo debiera
obligarte a dudarlo; que no fuera
tan
necio yo, ni juzgo tan liviana
a
Elena, que si no fuera mi hermana,
cometiera arrojado el amor mo,
estando
en casa tú, tal desario.
Mas de
esto no hay que hablar, señor. Leamos
el
papel; que esto importa, y prevengamos
remedios con secreto.
SANCHO: Eso conviene.
ENRIQUE:
Retírate, Tristán, donde si viene
Elena
nos avises.
TRISTÁN:
Descuida. (Él es otro segundo Ulises)Aparte
Retírase TRISTÁN y lee don ENRIQUE
ENRIQUE:
"Elena, si te dueles de mis males,
si de
tu amor no mienten las señales,
tú sola puedes remediar las penas
que, padezco entre locos
y cadenas.
Un
medio solo puedo hallar bastante
a este
fin, y es que finjas que es tu amante
don
Juan, y no tu hermano;
que
siendo con tu padre poderoso
tanto
tu amor, y acumulando indicios
que tú
sabrás trazar, tengo por llano
que
puesto que te tiene sospechoso
de la
verdad el caso sucedido,
quedará
fácilmente persuadido.
Grave
es la empresa yo te lo confieso;
mas en quien ama no hay culpable
exceso."
¿Qué te parece?
SANCHO: Temerario intento.
ENRIQUE: Y aun
por eso esforzaba el fingimiento
agora,
y con pregunta semejante
me
indujo a confesar que era su amante.
Padre,
peligros del honor no sufren
plazos
ni dilaciones.
El duque amante ha puesto en
opiniones
la
opinión de mi hermana;
Y este
loco, a quien es cosa tan llana
que
Elena tiene amor, no obliga menos;
casémosla, señor; corra por cuenta
de su esposo el cuidado de su
afrenta.
SANCHO: Bien
fuera, mas al duque temo airado;
que es
poderoso y es enamorado.
ENRIQUE: Escucha
pues atento.
Llegando de las Indias a Sevilla,
contraje
allí amistad con don Enrique
de
Contreras, un jóven, por sus partes
y
sangre, tal, que a Elena honrar pudiera
si ella
más alta calidad tuviera.
Pasó
conmigo a Italia, y está agora
en Nápoles. Yo intento
hacer
con él de Elena el casamiento.
Yo
mismo iré á tratarlo;
que es
hacerlo por cartas dilatarlo;
y
concertado o hecho por poderes,
para
más brevedad, a darle efeto
mi
hermana partirá con gran secreto
a
Nápoles de modo
que de
esta suerte se consigue todo,
que
ella se casa bien, y tú, fingiendo,
lloroso
y enojado,
con el duque, que Elena se ha escondido,
y que
presames que él, pues la ha querido,
la
oculta; harás que trate más de darte
satisfaciones, viéndote agraviado,
que de
mostrarse sin razón airado.
TRISTÁN:
(Señores, ¿hay quien crea
Aparte
industria igual? ¡Por Dios, que
me marea!)
SANCHO: (Mi
sospecha cesó, porque si él fuera Aparte
su
amante, y no su hermano, ni quisiera
darle
otro esposo, ni le hubiera dado
el celo
de mi honor tanto cuidado.)
ENRIQUE: ¿Qué
dices?
SANCHO:
Que me agrado, y que ya habías
de
haber partido, porque el mal es grave,
y
remedio súave
no ha
de poder curarlo.
ENRIQUE: Mañana
he de partir a ejecutarlo.
Vase don SANCHO
TRISTÁN:
¡Señor!...
ENRIQUE:
¿Qué dices?
TRISTÁN: Que me tienes loco.
¿Quién
te enseñó a engañar?
ENRIQUE: En las
escuelas
de Amor aprendí engaños y
cautelas.
A Nápoles me parto, de
allí envío
poder
para casarme con Elena;
pártase
de Milán, y en tierra ajena
la
tengo en mi poder. Mira si puedo
dudar
el fin dichoso de este enredo.
FIN DEL SEGUNDO ACTO