ACTO TERCERO
Salen doña LUCRECIA:, con manto, y RICARDO
RICARDO:
Ésta, señora, que ves
es de
don Sancho de Herrera
la
casa.
LUCRECIA:
Serlo pudiera
de un
gran señor.
RICARDO: Ésta es
la de donde preso
salió
don Diego, y aquí
donde
el falso Enrique vi,
cando
de todo el suceso
los
lances vine a saber,
como
mandaste.
LUCRECIA:
Subid,
y que
le aguarda decid,
para
hablarle, una mujer.
Mas
tened; que en el zaguán
prevenciones de camino
se me
ofrecen. Ya imagino
que se
ausenta de Milán
el traidor.
RICARDO:
Lo que recelas,
señora,
se ha confirmado
que
hablando con su crïado
baja
con botas y espuelas.
Sale don ENRIQUE, con botas y espuelas, y TRISTÁN
ENRIQUE: Ya
sabes lo que has de hacer
en esta
ausencia, Tristán.
Solo te
dejo en Milán
a
velar, y a deshacer
los
indicios que mi enredo
pueden
descubrir.
TRISTÁN: Señor,
pierde
seguro el temor.
de todo
advirtid quedo.
Confía de mi lealtad,
que mil
veces moriría
qntes
que por culpa mía
se
supiese la verdad.
ENRIQUE:
Siempre ha mostrado tu amor
en las obras tus deseos.
Llega el caballo.
LUCRECIA: Teneos.
ENRIQUE: ¿Quién
es?
LUCRECIA:
Enrique traidor,
sin
vergúenza, sin honor,
¿pensábaste, di, ausentar,
dementido, sin pagar
tan
justa deuda?
ENRIQUE: (¡Ay de mi!) Aparte
No dés
voces.
TRISTÁN:
(Jamás vi Aparte
encuentro con tanto azar.
LUCRECIA:
Enrique falso...
ENRIQUE: Habla quedo.
TRISTÁN: Calla,
diablo. (Voces da Aparte
diciendo Enrique, y está
bamboleando el enredo.)
LUCRECIA: Nunca
vió la cara al miedo
la
verdad, no; y ofendida
la
razon es mal sufrida.
No
tienes que reportarme;
que el
honor has de pagarme
con la
mano o con la vida.
ENRIQUE:
Escúchame.
LUCRECIA:
En vano son
las
palabras, engañoso,
mientras la mano de esposo
no
cumpla tu obligación.
ENRIQUE: Digo
que tienes razón.
¿Quieres más?
LUCRECIA:
Cuando te vas,
¿qué
satisfación me das
de la
deuda en confesarla?
ENRIQUE: Presto
volveré a pagarla.
LUCRECIA: ¿Qué sé
yo si volverás,
siendo, Enrique, forastero?
TRISTÁN: (¡Darle
a Enrique!) Aparte
Aparte a su amo
Esta mujer
nos ha
de echar a perder,
Señor.
ENRIQUE:
(Remediarlo espero.) Aparte
Lucrecia, decirte quiero
verdades que te podrán
asegurar. De Milán
soy
vecino; ésa que ves
es mi
casa. Don Sancho es
mi
padre y yo soy don Juan
no don Enrique. Entendiendo
poderme
ocultar de ti,
llamarme Enrique fingí;
mas
pues en vano pretendo
ocultarme ya, en volviendo,
de ser
tu esposo te doy
palabra, como quien soy.
LUCRECIA: Eso
no. Necia sería
en fïar
para otro día
lo que
puedo cobrar hoy;
y
más cuando haciendo están
informacion de que intentas
más engaños, los que inventas,
diciendo que eres don
Juan;
que de
algunos que en Milán
te
conocen, de tu estado
y
nombre me había informado
cuando
me fié de tí.
TRISTÁN: (La máquina
acaba aquí, Aparte
si don
Sancho lo ha escuchado.)
Mira
que es tarde, señor.
Sube.
Sale don SANCHO, observando desde la puerta
SANCHO: (¿Qué voces serán Aparte
las que oigo en el zaguán?)
ENRIQUE: Adiós,
Lucrecia.
LUCRECIA: Traidor,
sin
restaurarme el honor
no has
de partir.
ENRIQUE: ¡Bueno fuera
que por tí me detuviera!
Suelta.
LUCRECIA:
En Milán hay justicia
que
castigue tu malicia.
Sale doña ELENA a la puerta y habla aparte a su padre
ELENA: ¿Qué es
esto, señor?
SANCHO:
Espera.
ENRIQUE: Pues
tanto me aprietas, digo
que ni
te debo el honor,
ni en
ti hay sangre ni valor
para
casarte conmigo.
LUCRECIA: Eso
merece, enemigo,
la que
de tí se ha fïado.
Aparte a TRISTÁN
ENRIQUE:
Tristán, si nos ha escuchado
don
Sancho, sabe enmendar
con
mentir o con negar
el
error.
TRISTÁN:
Pierde cuidado.
Vase don ENRIQUE
LUCRECIA: Traidor, fementido, parte
huyendo, discurre el suelo;
que el
duque, Milán y el cielo
me
ayudarán a alcanzarte.
Vase doña LUCRECIA, y con ella RICARDO
SANCHO: (La
causa de la cuestión Aparte
no
puedo bien entender;
mas con
Tristán he de hacer
de todo
averiguación.)
Mancebo...
TRISTÁN:
Señor... (¡Por Dios, Aparte
que
pienso que han escuchado
todo
cuanto aquí ha pasado.)
SANCHO: ¿Que
esto pasa, y que sois vos
cómplice de estos delitos?
Llegaos, llegaos.
TRISTÁN:
Ya me llego.
(Visto
nos ha todo el juego; Aparte
mas
tales fueron los gritos
de
aquel demonio o mujer.)
SANCHO: Todo
cuanto ha sucedido,
traidor, he visto y oído,
y lo primero ha de ser
que vos, que andáis de por medio
en las maldades que veis,
la justa pena llevéis.
TRISTÁN: (Lo ha
oído todo, no hay remedio.) Aparte
Llamando
SANCHO:
¡Inés!
Sale INÉS
INÉS: Señor...
SANCHO: Al momento
vaya un
crïado, y aquí
me
traiga un verdugo.
Vase INÉs, y vuelve poco después
TRISTÁN: ¿A mí
qué
castigo, qué tormento
quieres darme? ¿En qué he pecado?
¿Puedes con razón culpar
en un
crïado el callar?
SANCHO: En ayudar sois culpado.
TRISTÁN:
Tampoco en eso lo he sido;
porque
si loco de amor
don Enrique, mi señor,
por
Elena, se ha fingido
don
Juan...
SANCHO:
(¿Qué escucho?) Aparte
TRISTÁN: ¿Debiera,
si de
mí se confió,
descubrir el caso yo
aunque
la vida perdiera?
SANCHO:
(¡Válgame Dios!)
Aparte
ELENA: Ya verás,
padre,
que no te engañé.
SANCHO: (Más
descubro que intenté. Aparte
pero
saber lo demás
con
cautela es conveniente.)
Ya yo
de todo tenía
indicios; pero quería
hacer
probanza evidente
de
todo el caso, primero
que emprendiese la venganza.
TRISTÁN: Fácil
era la probanza;
que
puesto que es forastero,
hay
alqunos en Milán
que a
Enrique en España vieron,
y en
Madrid le conocieron,
donde
sus padres están.
SANCHO:
Pues, ¿cómo se prometía
de
tanto engaño el secreto?
TRISTÁN: Con
abreviar el efeto;
que por
eso no salía
de
casa, por excusar
que alguno le conociera
y el
secreto descubriera;
mas,
¿puedes, señor, culpar
que
le haya servido yo
como
crïado fïel?
SANCHO: No; mas decid. El papel
que de la manga sacó
a
Elena...
TRISTÁN:
Fué fingimiento;
que
Elena no le tenía.
Don
Enrique lo traía
escrito
para el intento
que
puedes ya colegir
del suceso.
Pero ¿quién
culpará
que sirva bien,
el que
bien puede servir?
SANCHO:
Nadie, ni fuera razón.
Pero,
¿quién es esta dama
con
quien riñó?
TRISTÁN:
Ella se llama
Lucrecia, y la posesión
de
su persona y honor
le
entregó, como has oído,
con
palabra de marido
que le
dió Enrique.
ELENA: ¡Ah, traidor!
SANCHO: ¿Y
dónde vive Lucrecia?
TRISTÁN: En
palacio, y es hermosa,
noble,
rica y virtuosa;
mas
Enrique la desprecia
con
esperanza de hacer
con
Elena el casamiento;
que a Nápoles lleva intento
de
casarse con poder
desde allá con ella, y luego
que en
el suyo sin defensa
la
tenga en Nápoles, piensa
dar
efeto a su amor ciego.
Dios sabe si lo he intentado
estorbar; mas ¿quién podrá
resistir a quien está
con
amor determinado?
SANCHO: Bien
decís, y ya os remito
la pena
que merecéis;
mas porque no le aviséis
de que
sepa su delito,
quiero que estéis encerrado
en ese
aposento. Entrad.
TRISTÁN: Señor...
SANCHO: ¿Replicáis? Callad.
TRISTÁN: Servir
es ser desdichado.
Enciérrale don SANCHO
ELENA: ¿Qué
te parece, señor,
que
esté por falto de seso,
triste,
maltratado y preso
mi
hermano por un traidor?
¡Y
que pensases que yo
te
engañaba!
SANCHO:
Aun tú creyeras
que te
engañabas si oyeras
los
enredos que fingió.
ELENA: Pues
¿qué aguardas, que no vas
a
librar de tanta pena
a mi hermano?
SANCHO:
Importa, Elena,
pensarlo más.
ELENA:
¿Quieres más
que
una probanza tan clara?
SANCHO: Si
tantos hay que afirmaron
que le
vieron y le hablaron,
antes
que en mi casa entrara,
tantas veces en Milán,
y que
es loco, ¡refirieron
los
dislates que le oyeron,
¿he de
creer que es don Juan?
ELENA: Que le vieron es muy cierto;
mas
Hernando, su crïado,
de la
ocasión me ha informado
que a
estar le obligó encubierto.
SANCHO: ¿Y
fué?
ELENA:
Que noticia tuvo
que el duque me pretendía
y
averiguarlo quería
secreto, y por esto estuvo
rondando mi puerta y calle
muchos
días recatado.
El
duque está enamorado,
y
debieron de encontralle
sus
cuidadosas espías
mirando
hácia mis balcones,
o con
algunas acciones
atento
a saber las mías;
y
conociéndole aquí
aquella
noche, informaron
de ello
al duque, y le obligaron
a que
celoso de mí,
creyendo que es mi galán,
por
vengarse y estorbarme
que con
él pueda casarme,
fingiese loco a don Juan;
y es
clara esta presunción,
pues el duque y sus crïados,
secretos y recatados,
maquinaron la intención.
SANCHO:
Piénsolo así; que si allí
verdad
sencilla trataran,
ni de
mí lo recataran,
ni se
escondieran de ti.
ELENA: No
es la luz del sol mas clara.
Mas véle a ver, y podrás
de él, padre, informarte
más;
que ni yo te aconsejara
que
te arrojes sin hacello.
SANCHO: Bien me
aconsejas.
ELENA: Espera;
que
mejor traza pudiera
darnos
evidencia dello.
Hacerle escribir, y ver
si es
la letra de mi hermano.
......................[ -ano]
..................... [ -er]
..................... [ -itas]
SANCHO: Dices
bien.
ELENA:
Pues yo prevengo
las
cartas suyas que tengo
desde
las Indias escritas,
mientras tú le vas a hacer
escribir en tu presencia,
para
que en esta experiencia
engaño
no pueda haber.
SANCHO: Voy
a ejecutarlo luego.
Vase don
SANCHO
INÉS: ¡Qué prevenida has andado
en hacer que haya copiado
de
letra suya don Diego
las
cartas que mi señor
de tu hermano ha recebido!
ELENA: Fuera
de que le han servido
para
informarse mejor,
mi
padre, que ya leellas,
por su
edad, no ha de poder,
las ha
de dar a leer;
y reconociendo en ellas
las razones de don Juan,
no recelará este engaño.
INÉS: El
enredo es más extraño
que vio
en mil siglos Milán.
ELENA:
Atrevido es el intento;
mas,quien supiere de amor,
sabrá
perdonar mi error
y
alabar mi entendimiento.
Vanse. Salen el DUQUE y CRIADOS
DUQUE: Abrázame. ¿Que don Juan
es
cierto que se ausentó?
CRIADO 1: Por mis
ojos le vi yo,
señor,
partir de Milán.
DUQUE: No
puedes haberme dado
otra
nueva más gustosa;
que
guarda a su hermana hermosa
el
necio con tal cuidado,
que
la paciencia perdía.
CRIADO 1: No vi
jamas forastero
tan
reposado y casero,
porque
no ha salido un día
siquiera a ver la ciudad.
DUQUE: Pues si
puedo, antes que él vuelva
he de
hacer que se resuelva
la
endurecida crueldad
de
Elena a aliviar mi pena;
que
usando de mi poder,
Páris segundo he de ser,
pues ella es segunda
Elena...
Mas
su padre viene aquí.
Sale don
SANCHO
SANCHO: Dadme los piés.
DUQUE:
Levantad,
don
Sancho. ¿Qué novedad
pudo
tanto, que de mí
os
acordasteis?
SANCHO:
Señor,
escuchad lo que han podido
de un
don Enrique atrevido
el engaño y el amor.
Hablan los dos CRIADOS aparte
CRIADO 1:
Sospecho que ha de emprender
el
duque algún grande exceso;
que
amor le priva del seso.
CRIADO 2: Desde
el decir al hacer
muy
grande distancia veo.
CRIADO 1:
Resuelto está.
CRIADO 2:
Poco importa;
que la
razón le reporta
si le enloquece el deseo.
Muchos verás que enojados
con los ardores primeros,
arrebatados y fieros
juran
hacerse vengados,
y
despues mudan intento,
porque
el mismo amenazar
les
sirve de mitigar
la
furia del sentimiento.
DUQUE: ¿Hay
mayor atrevimiento?
(Y más
si acaso el traidor Aparte
tuvo
indicios de mi amor.)
Julio...
CRIADO 1:
Señor...
DUQUE:
Al momento
en
postas, en cuyos pies
las
alas del viento ofendas,
has de
partir, porque prendas
al
falso don Juan.
SANCHO: No es
dificultoso alcanzarlo;
que hoy
se partió de Milán.
CRIADO 1: ¿Y
hácia donde va don Juan?
SANCHO: En el camino has de hallarlo
de Nápoles.
DUQUE: Pues ¿no vuelas?
¿Qué te
detienes?
CRIADO 1: Señor,
si
volar sabe el Amor,
no
habré menester espuelas.
Vase
SANCHO:
Agora, si sois servido,
resta
que a don Juan mandéis
sacar
de prisión, pues veis
que sin
culpa ha padecido.
DUQUE:
Advertid que ser podría
otro
engañoso galán.
SANCHO: ¡Jesús, señor! Es don Juan,
si es clara la luz del
día.
con
que estas cartas veáis
Mira el DUQUE las cartas
que me
escribió de su mano
de
Lima, veréis que en vano
nuevo engaño receláis;
y con ellas cotejad
esta letra y esta firma,
que, si
es la misma, confirma
claramente esta verdad,
pues
agora en mi presencia
lo
escribió.
DUQUE:
Una misma es
la letra y firma.
SANCHO: Y después
de esta
tan clara experiencia,
le
examiné diligente
en
cosas de que colijo
esta
verdad, que mi hijo
las
supiera solamente.
DUQUE:
Pues, ¿cómo le vieron antes
tantas veces en Milán
mis crïados, si es don Juan?
SANCHO: Por
negocios importantes
anduvo en Milán secreto,
y aun
el nombre se mudó;
que don
Diego se llamó
por dar
más seguro efeto
a su
disfraz; y si allí
que era
loco os refirieron,
no digo
que lo fingieron,
ni cupo
jamas en mí
pensamiento que ofendiese
la fe
de vuestros crïados.
Lo que
pienso es que engañados
de
algúno que pareciese
a mi
hijo, lo afirmaron,
o con
alguna intención,
por
ventura en ocasión
que
ellos presentes se hallaron,
loco
don Juan se fingió.
Y
puesto que si es engaño,
es para
mí solo el daño,
y
quiero sufrirlo yo.
Vos
no me podeis negar
esta
merced.
DUQUE:
Bien decís,
don
Sancho, lo que pedís.
Parta
luego a ejecutar
ese
crïado con vos.
CRIADO 2: Vamos. ¡Sucesos extraños!
Vase
SANCHO:
Prospere infinitos años
vuestro
estado y vida Dios.
Vase
DUQUE:
¿Quédante más invenciones,
más
novedades, más casos,
para
impedirles los pasos,
Fortuna, a mis pretensiones?
¿o
basta la resistencia
de
Elena, sin aumentarme
estorbos para quitarme
la
esperanza y la paciencia?
Ya
de esto con causa infiero
que en Milán quiso ocultarse
don
Juan para asegurarse.
...................... [ -ero].
Vanse. Sale
HERNANDO, por una puerta, y por otra
doña ELENA e INÉS
HERNANDO:
¡Vitoria, vitoria! ¡Inés!
¡Elena!
ELENA:
¿Qué es esto, Hernando?
HERNANDO:
Adelantéme volando,
señora,
porque me dés
albricias de que don Diego
viene
libre.
ELENA:
Esta cadena
recibe.
HERNANDO:
Con tal Elena,
no
cante la suya el griego.
ELENA: ¡Que
dieron fin nuestros daños!
¡Don
Diego, que te he de ver!
HERNANDO: Tanto
han podido vencer
las prevenciones y engaños.
Salen
don DIEGO y don SANCHO
DIEGO:
¡Querida hermana!
ELENA: Don Juan,
¿posible es que tal deseo
he
cumplido que te veo
en mis
brazos?
SANCHO: (¡Cómo dan Aparte
sus
afectos naturales
probanza de la verdad!
¡Con
qué amorosa piedad
se
abrazan, dando señales
la
secreta simpatía
de la
sangre!)
DIEGO:
Ya yo olvido
la
noche que he padecido,
viendo
tan alegre día.
Doña ELENA habla aparte a don DIEGO
ELENA: No
me des tantos abrazos;
no
demos que sospechar.
DIEGO: Bien
dices. Volvedme a dar
la
mano, padre, y los brazos;
que
no acabo de creer
que
libre y con vos me veo.
SANCHO: De mi
amor y mi deseo
podéis
lo mismo entender.
Hoy el contento mayor
de mi
vida he recibido.
Quien
ser padre no ha sabido,
no ha
sabido qué es amor.
INÉS: Inés también a tus pies
te da del fin de tus
penas
mil alegres norabuenas.
DIEGO: Yo te
lo agradezco, Inés.
SANCHO: Hijo...
DIEGO: Señor...
SANCHO: Preveníos
para ir a besar la mano
al
duque luego.
ELENA: ¿Mi hermano,
cuando
descréditos míos
y
suyos, tan engañoso
intenta
el Duque, a besarle
ha de
ir la mano?
SANCHO: Obligarle
conviene; que es poderoso,
y
importa disimular,
aunque
nos quiera ofender;
que a
quien hemos menester
es
fuerza lisonjear.
Vase. Sale TRISTÁN
a una ventanilla baja de reja
TRISTÁN: (Al
fin por lo que he podido Aparte
entender de lo que hablan,
ha
venido el verdadero
don
Juan ya. Pero, o se engañan
mis
ojos, o el don Juan es
el que
la noche pasa,
porque
dijo que lo era,
llevaron de esta a la casa
de los
locos. ¡Qué bien dicen,
que la
verdad adelgaza
mas no
quiebra! ¡Oh, si en albricias
de esto
me desencerraran!
DIEGO: Hernando, ¿fuése don Sancho?
HERNANDO: Fuera
ha salido.
DIEGO: Pues guarda
esa
puerta porque avises
si
volviere; que está el alma
rebosando los fervores
de
dicha tan deseada.
Bella
Elena, dueño mío,
¿es
posible que mis ansias
salen a
puerto seguro
de un
confusa borrasca?
TRISTÁN: ¿Qué es
esto? ........
ELENA:
........ Todo lo alcanza
La
constancia y la porfía
de
quien tan de veras ama
como
tú, don Diego mío.
TRISTÁN: (¡Vive
Dios, que no es su hermana,
sino su
dueño! Otra es ésta.
Entendida está la maula;
con la
misma flor nos dan.
Gran
dicha ha sido escucharla
pues
así me ha dado el cielo
torcedor con que les haga
que de
esta prisión me saquen.
DIEGO: Solo
una cosa me falta
de
averiguar, que con dudas
me
obliga a desconfïanzas.
ELENA: Dila
pues.
DIEGO:
¿Quién pudo a Enrique
darle
nuestra misma traza
sino
tú?
TRISTÁN: (Agora entro yo.) Aparte
Yo lo
diré si me sacan
de esta
prisión.
ELENA:
(¡Ay de mi, Aparte
que
Tristán nos escuchaba!)
HERNANDO:
(¡Perdidos somos!) Aparte
DIEGO: Elena,
¿qué es
esto? ¿No me avisaras?
ELENA:
Descuido fue.
INÉS:
¡Hay tal desdicha!
ELENA: No me
acordé de que estaba
Tristán
donde nos podía
escuchar.
TRISTÁN:
(¡Oh cuáles andan Aparte
con el
gusano de ver
que yo
he sabido la chanza!)
DIEGO: Podrá
ser que todo el caso
no haya
entendido.
TRISTÁN: ¿No acaba,
señor
don Juan o don Diego?
HERNANDO:
Acabóse.
TRISTÁN:
¿No le agrada
el
concierto? Por salir
de
sospechas, ¿no es barata
mi
soltura? Pues no sé
quién saldrá de más pesada
prisión
de los dos; que celos
son
dura prisión del alma,
siendo
del cuerpo la mía.
ELENA: ¡Hay
semejante desgracia!
DIEGO: ¡Qué
descuido! ¡Vive Dios!
HERNANDO: Aquí
dio fin la maraña
sin
remedio.
DIEGO:
Claro está
que
Tristán no ha de callarla,
si le
damos libertad,
a
Enrique; y él, con la rabia
de mi
dicha o mi desdicha,
será
lengua de la fama
con don
Sancho y con el duque.
Pues si
no hacemos que salga
de esta
prisión, a don Sancho
le ha
de decir en venganza,
y por obligarle así
a
soltarle, lo que pasa.
HERNANDO: Pienso
que no fuera malo,
pues él
dijo que tú estabas
loco,
darle con la suya,
y hacer
que goce la plaza
que en
la casa de los locos
dejaste
desocupada.
DIEGO: Ni
tengo el poder del duque,
ni para
remedio basta
acreditarle de loco;
que con
tales circunstancias,
en
pudiendo publicar
lo que
ha oído, es cosa clara
que
diera fuertes sospechas,
ya que
no hiciera probanza.
Estoy
por darle la muerte.
ELENA: Lo
mismo hará la amenaza
que la
ejecución en él.
DIEGO: ¿Caso
de tanta importancia
he de
fïar al temor?
ELENA: ¿Es
mejor que a más desgracias
nos
expongas, dando al duque
materia
de venganza,
pues al
fin ha de saberse?
HERNANDO: Oye,
señor, una traza.
Habla bajo
TRISTÁN: (¿Qué
saldrá de esta consulta?
Brava
confusión les causa
ver que
su secreto sé.
DIEGO: Dices
muy bien.
ELENA:
Extremada
industria, mientras el tiempo
mejor
nos la ofrece.
DIEGO: Salga,
Tristán, de prisión.
TRISTÁN: Valióme
entenderles la maraña.
HERNANDO: Ven
conmigo, Inés.
ELENA: Abrevia;
no
venga mi padre.
Vanse HERNANDO e INÉS.
TRISTÁN se
quita de la reja
DIEGO: ¿Hay ansias,
hay temores, hay cuidados
mayores que los que pasa
el que
tiene de un engaño
pendientes sus esperanzas?
Sale TRISTÁN
TRISTÁN: Dejad
que mi boca a besos,
pues no
puedo con palabras,
a
vuestros pies agradezca
tan
grande merced.
DIEGO: Levanta,
y di,
pues lo has prometido,
quién
le dio a Enrique la traza
de
hacerse hermano de Elena.
TRISTÁN: Con una
linterna estaba
en la
calle, y con él yo,
una
noche en asechanza...
Sigue hablando bajo.
Salen HERNANDO e INÉS
con un cordel
INÉS: ¿Un
cordel ha de bastar
para
servir de mordaza?
HERNANDO: Por qué
no? ¿Quiéreslo ver?
Atraviésase el cordel HERNANDO por dentro de
la boca y prueba a hablar
No es posible hablar palabra.
TRISTÁN: Éste es
el caso.
ELENA: ¿Estás ya
satisfecho?
DIEGO:
Más probanza
no es
menester; que el papel
que yo
llevé lo declara.
TRISTÁN: Y
porque no espera más,
señores, adiós.
DIEGO:
Aguarda.
HERNANDO: Abrid
la boca, mancebo.
TRISTÁN: ¿Así
cumples lo que tratas?
¡Aquí
de Dios!
DIEGO:
¡Vive el cielo,
Saca la daga
que te
dé mil puñaladas
si das
voces o resistes!
TRISTÁN: Pues yo, señor...
HERNANDO: Calle y abra
la boca.
DIEGO:
Yo, si resiste,
se la
abriré con la daga.
Átanlo el cordel atravesado por la boca al
celebro, como mordaza, y él da voces
HERNANDO: Hable
ahora si pudiere.
DIEGO: Quien
los secretos no calla
de su
dueño, de los míos
no
merece confïanza.
HERNANDO: Vengan
las manos, y sepa
Átale las manos
el
hablador, noramala,
que quien por callar no sufre,
ha de
sufrir porque habla.
INÉS: Mi
señor viene.
DIEGO:
A buen tiempo.
Sale don SANCHO
SANCHO: ¿Qué es
esto?
HERNANDO:
Si antes llegaras,
te taparas los oídos.
SANCHO: ¿Cómo?
HERNANDO:
Porque no le daban
libertad, este Lutero
no dejó
santo ni santa
en toda
la letanía
a quien
no dijese infamias,
blasfemando.
SANCHO:
¡Oh mal cristiano!
INÉS: Y dijo
que renegaba.
HERNANDO: Si, que
renegaba dijo.
SANCHO:
¡Jesús! ¡Jesús!
DIEGO: Lo que pasa
han
contado.
ELENA:
Yo temí
que un
rayo nos abrasara.
SANCHO: Con
razón.
HERNANDO:
Pues con las voces
que
agora no articuladas
está
dando, apostaré
que
reniega con el alma,
por no
poder con la boca.
SANCHO: Hagan
luego una mordaza
de
hierro con su candado;
y si
esta pena no basta,
entradle en ese aposento,
y del
cabello a la planta
dos mil azotes le dad.
¡Jesús, Jesús! ¡Dios me
valga!
Vase don SANCHO
HERNANDO: Ya
empiezo a desatacarle.
DIEGO: Bien se
ha hecho, Elena.
ELENA: Nada
se hace bien mientras con bien
de
estos peligros no salgas.
INÉS:
Tristán, paciencia; que así
no
estuvieras si callaras.
HERNANDO: No hay
que hacer sino tascar
el
freno y sufrir la carga.
Vanse. Salen en DUQUE y el CRIADO 2
CRIADO 2: Ya,
señor, Julio ha llegado
con
Enrique a la ciudad,
y a
saber tu voluntad
antes
de entrar ha enviado.
Ordena lo que ha de hacer.
DUQUE: Parte y
di que a mi presencia
le
traiga; que la inocencia
o culpa
quiero saber
de
sus labios, que ha tenido
en sus
engaños Elena,
antes
que darla la pena
resuelva que ha merecido.
Vase el CRIADO 2.
Sale doña LUCRECIA, con
manto
LUCRECIA: Gran
duque de Milán, de cuya espada
tiene
el mundo el valor jamas vencido;
Lucrecia desdichada
el
rostro a vuestros pies pone ofendido,
hasta
que el desagravio le conceda
honor
con que mirar el vuestro pueda
en
tranquila quietud, en paz segura,
muchos bienes gozaba en pocos años,
cuando mi suerte dura,
que
cuidadosa fabricó mis daños,
al
ciego Amor, de quien estaba ajena,
tomó
por instrumento de mi pena.
Un
falso, un alevoso, un fementido,
Enrique entonces y don Juan agora,
lisonjeó mi oído
con
dulce voz y lengua encantadora;
y con
palabra que me dió de esposo,
solicitó, alcanzó y huyó engañoso.
De
suerte se ocurrió que la esperanza
perdí
de que jamós alcanzarla
remedio
ni venganza.
Halléle
al fin que de Milán partía,
acusé
su traición, oyóme esquivo,
hablóme
falso y fuése vengativo.
Éste es el caso, duque poderoso.
Mirad
si es bien que cuando el mundo os llama
justiciero y piadoso,
para
que se obscurezca vuestra fama
sufráis
que una mujer viva ofendida
libre el delito y la razón vencida.
DUQUE: Alza,
Lucrecia, y cobra confïanza
de que
con la cabeza o con la mano
tu
honor o tu venganza
hoy
satisfaga tu ofensor tirano,
que
preso viene ya; y el cielo creo
que la
ocasión previno a tu deseo.
Salen el CRIADO 1 y ENRIQUE, de camino
CRIADO 1: Tu
mandamiento, señor,
cumplí,
como ves.
LUCRECIA: ¡Ah falso!
ENRIQUE: Dame
tus pies.
DUQUE:
Atrevido
Enrique, Enrique villano,
que no
tiene sangre noble
quien
hace tales engaños,
¿cómo
osaste, di, ofender
no
solamente a don Sancho,
sino a
mí, diciendo que eras
don Juan?
ENRIQUE: De amor abrasado.
DUQUE: ¿Y cómo
a mover te atreves
esos
fementidos labios?
ENRIQUE: En ese
papel de Elena
Date un papel y lee el DUQUE
Verás
todo mi descargo;
que mis
enredos han sido
por
orden suya trazados.
Y si
has sabido de amor,
no solo
perdón aguardo
de mi
error, sino piedad.
DUQUE: (¡Ah, enemiga! Estos engaños Aparte
¿Quien sino tú los
hiciera?
¡Vive
Dios, que he de vengarlos
publicandO tu bajeza!)
Parte,
Julio, y a don Sancho
di que
traiga a Elena aquí;
que
averiguar cierto caso
en su
presencia conviene.
(Hoy la
opinión y la mano Aparte
del que
adoras perderás.
La Fortuna lo ha ordenado,
cansada de tu rigor
y
ofendida de mi agravio.)
Enrique, escucha. Lucrecia...
LUCRECIA:
Señor...
DUQUE:
Llega.
ENRIQUE:
(¡Ay desdichado! Aparte
Todo el
mal me viene junto.
DUQUE: O no me
indignes negando
la
verdad, o morirás.
Mira
que estoy enojado.
¿Conoces esta mujer?
¿Sabes
que á darle la mano
te obliga su honor, Enrique?
ENRIQUE: Presto
estoy para pagarlo.
(Tiene
Lucrecia testigos. Aparte
Ya a
Elena perdí. ¿Qué aguardo?
El
confesar es forzoso.)
No
puedo, señor, negarlo.
DUQUE: Pues
con que su esposo seas
me
verás desenojado.
ENRIQUE:
Resistir fuera delito.
Vale a dar la mano
DUQUE:
Detente; que a Elena aguardo,
y
quiero saber si estás
a ella
también obligado,
(No quiero sino quebrarle Aparte
los
ojos.) con que la mano
le des
en presencia suya
a
Lucrecia.
Salen doña ELENA, con manto, SANCHO, don
DIEGO, HERNANDO e INÉS
SANCHO:
A tu mandado
venimos, señor, los tres.
DUQUE: Esto
fue fuerza, don Sancho.
Elena,
¿es tuya esta letra?
Pero ya
lo ha confesado
la
grana de tus mejillas.
Lee ELENA el papel
ELENA: Yo tengo en Lima un hermano
no
puedo negar que es mía.
DUQUE: Pues a Enrique has disculpado,
supuesto que él se fingió
por
orden tuya tu hermano.
SANCHO: ¡Ah
enemiga de mi honor!
DUQUE: Enrique, dadle la mano
a
Lucrecia.
ENRIQUE:
Tuyo soy.
LUCRECIA: Yo tu
esposa.
Aparte hablan el DUQUE y ELENA
DUQUE:
Así mi agravio
y tu
liviandad castigo,
pues te
quita un mismo caso
el amante y el honor.
ELENA: Eso no;
que restaurarlo
sabré
yo, que quiero más
que vos
quedéis indignado
que
perdida mi opinión.
A todos
Ese papel
de mi mano
a las de Enrique llegó,
como él dirá, por engaño,
puesto
que yo le escribí
para
don Diego de Castro,
que es
el que tenéis presente,
y es mi
esposo, y no mi hermano.
SANCHO: ¡Otro
enredo!
HERNANDO:
Declaróse.
DUQUE: ¡Vive
Dios, que estoy rabiando
de
enojo!
DIEGO:
No os admiréis,
señor,
porque a tales casos
obliga
el amor violento
de un
príncipe enamorado;
y así,
pues fue la intención
del
engaño no indignaros.
Y sois justo, a vuestros pies
que me perdonéis aguardo.
Aparte al DUQUE
CRIADO
1: Qué has de hacer? Pide
justicia,
y tú no
has de ser tirano.
DUQUE: (Cuente
el mundo entre mis glorias Aparte
esta
hazaña, pues alcanzo
victoria de mis pasiones.)
Gozadla felices años,
don
Diego.
DIEGO:
Mostráis al fin
que
sois príncipe cristiano.
A don SANCHO
Vos,
señor, con el perdón
me dad
la mano.
SANCHO: (Casados Aparte
están
ya, ¿qué puedo hacer?)
La mano
os doy y los brazos.
ENRIQUE: Y yo al
auditorio gracias
y este
ejemplo, en que he mostrado,
que
aunque el engaño mejor
es dar
con el mismo engaño,
quien
más enganare al fin
quedará
más engañado.
FIN DE LA COMEDIA