ACTO PRIMERO
Salen el CONDE, don JUAN, FINEO y CRIADOS, de noche
FINEO: Ésta
que miras, señor,
es la
casa.
CONDE:
¡Humilde choza
para
hermosura que goza
los
despojos de mi amor!
FINEO: Tú,
pues a honrarla te inclinas,
engrandeces su humildad
y su
fortuna.
CONDE:
Llamad.
FINEO: ¿En
efeto determinas
entrarla a ver?
CONDE: Sí, Fineo.
No
sufre más dilación
esta
amorosa pasión
en que
se abrasa el deseo.
FINEO: Mira
a lo que te dispones,
siendo
tu padre el privado
del rey; que con más cuidado
notan todos tus acciones.
CONDE: Consejos me das perdidos,
cuando estoy de amor tan
ciego,
que si
el alma toca a fuego,
sólo
tratan los sentidos
de librarse de la llama,
que en
Etna convierte el pecho,
sin
atender al provecho,
a la
razón ni la fama.
Bien
sé el lugar de que gozo
y a lo
que obliga esa ley;
mas
cuando esto sepa el rey,
también
sabe que soy mozo.
A mi
padre sólo toca
el
gobierno; y siendo así,
pues no soy ministro, en mí
no es tan culpable y tan loca
esta acción, que
estando ciego,
por no
dar qué murmurar,
me
obligue a no procurar
el
remedio a tanto fuego.
FINEO: ¿De
una vista te cegó?
CONDE: Tanto, que a no estar presente
en la
audiencia tanta gente
cuando
ella a mi padre habló,
hiciera allí mi locura
estos
excesos que ves,
y arrodillado a sus pies
adorara su hermosura.
Mucho hice, pues allí
tuve en prisión mi deseo.
En
confïanza, Fineo,
de tu
cuidado y de ti,
mandéte que la siguieras;
hicístelo, hasme informado
que
aumenta su libre estado
el
número a las solteras.
Siendo así, ni han de tener
por
desigual este exceso,
ni se
recela por eso
mi
privanza y mi poder.
FINEO: Sí; mas pudieras, señor,
pues que no es mujer de
suerte,
hacer
que ella fuese a verte.
CONDE: ¡Qué
poco sabes de amor!
Mira, en comenzando a amar,
a estimar también se empieza;
y al
estimar la belleza
se
sigue el desconfïar.
En
esta casa, Fineo
un
alcázar miro ya;
la
mujer que dentro está
es ya
reina en mi deseo.
Apenas empecé a amar,
cuando
comencé a tener
por
humilde mi poder,
por
imposible alcanzar.
Mira
si podré, Fineo,
mostrar
desprecio en llamarla,
pues aun viniendo a buscarla
pisa
medroso el deseo.
Llama.
FINEO:
Obedecerte quiero.
Da golpes en la puerta
CONDE: Eso,
Fíneo, es servir;
que el
crïado ha de advertir;
mas no
ha de ser consejero.
Sale TEODORA, a una ventana
TEODORA:
¿Quién es?
CONDE:
Un hombre que tiene,
bella
Teodora, que hablarte.
TEODORA: ¿De qué
parte?
CONDE:
De mi parte.
TEODORA: Y,
¿quién sois?
CONDE:
No me conviene
decirlo a voces, Teodora;
abrid
la puerta, y veréis
quién
soy.
TEODORA:
Perdonar podéis;
porque es imposible agora.
Quítase de la ventana
FINEO: Oye.
¡Ventanas y oídos
cerró
de una vez!
CONDE: Fineo,
o he de
lograr mi deseo,
o de
perder los sentidos.
FINEO:
Pues, señor, mal se concierta
estar
loco y ser prudente.
Entremos por fuerza.
CONDE: Tente;
que
pienso que abren la puerta.
FINEO: Un
hombre sin capa es
el que
sale.
CONDE:
Pues, Fineo,
examinarle deseo.
FINEO: El
temor o el interés
le
harán decir la verdad.
Sale CHICHÓN, sin capa y con un jarro
FINEO:
Hidalgo...
CHICHÓN:
(¡Triste de mí! Aparte
La
justicia estaba aquí.)
¿Quién
es?
FINEO:
Quien puede. Llegad.
CONDE: ¿Adónde vas?
CHICHÓN: Yo, señor,
voy por vino, como ves,
para mi
amo.
CONDE:
¿Quién es?
CHICHÓN: Pedro
Alonso, un tejedor,
de
quien yo soy aprendiz.
CONDE: ¿Es
galán de esa mujer?
CHICHÓN: O lo es
o lo quiere ser.
CONDE: (¡Hay
hombre más infeliz!) Aparte
Di
tu nombre.
CHICHÓN:
Yo me llamo
Chichón.
CONDE:
Vete en hora buena.
CHICHÓN: (Pienso
que ha de hacer la cena Aparte
hoy mal
provecho a mi amo.)
Vase CHICHÓN
FINEO: ¿Qué
determinas, señor?
CONDE: Que
llames, fingiendo ser
este
mozo, entrar y hacer
que se
vaya el tejedor,
y
aun darle la muerte.
FINEO: ¡Oh, cielos!
Mira...
CONDE:
A furia me provoco.
Si de
amor estaba loco,
¿qué
será de amor y celos?
Un
hombre bajo, ¿ha de hacer
competencia a mi afición?
FINEO: Por esa
misma razón
has de
mudar parecer;
que
dice cierto entendido
que no
puede querer bien
a la
mujer, si también
no le
enamora el marido.
Considera un tejedor
muy
barbado, que está agora
gozando
de tu Teodora,
y
perderás el amor.
CONDE:
Considera tú un abismo
en que
peno ardiente y ciego,
y verás
cómo mi fuego
se
aumenta con eso mismo.
Llama. Acaba ya; que el pecho
se
abrasa en loco furor.
FINEO: ¡Oh,
duro imperio de amor!
Llama. Sale
TEODORA, a la ventana
TEODORA: ¿Quién
es?
FINEO:
Chichón.
Quítase TEODORA de la ventana
Esto es
hecho.
CONDE: El
rostro tendré cubierto.
Tú lo
puedes disponer
sin que
me dé a conocer.
Rebózase
FINEO: Es
cordura. Ya han abierto.
CONDE:
Entremos, pues.
Sale TEODORA con un candil, y don FERNANDO en
cuerpo, con espada y broquel, a lo valiente
TEODORA: ¡Ay de mi!
¿Quién es?
FINEO:
No os alborotéis;
que
amigos son los que veis.
FERNANDO: Y, ¿qué
pretenden aqui,
caballeros, a tal hora,
teniendo dueño esta casa?
CONDE: (Ya la
cólera me abrasa.) Aparte
FINEO: Que
dejéis sola a Teodora.
FERNANDO: Por
Dios, hidalgos, que vienen
de mí
muy mal informados.
Adviertan, si son honrados,
la poca
razón que tienen;
pues
aunque me hubiera hallado
acaso
aquí, me obligara,
teniendo barba en la cara
y
ciñendo espada al lado,
la
ley del mundo a no hacer
semejante
cobardía.
Pues si
esta mujer es mía,
y si mi
esposa ha de ser,
¿cómo la puedo dejar
sin
morir primero yo?
FINEO: Y quien
también se empeñó,
comenzándolo a intentar,
¿cómo con su obligación,
desistiendo agora de ello,
cumplirá?
FERNANDO:
Rindiendo el cuello
al yugo
de la razón,
pues es la hazaña mayor
vencerse a sí.
CONDE:
(¿Que te pones Aparte
a
argumentos y razones,
cuando
estoy loco de amor?
Hazle al punto resolver
a que
se vaya, sin dar
a más
réplicas lugar.
FINEO: Pedro
Alonso, esto ha de ser.
FERNANDO: No
ha de ser.
FINEO: Sólo pudiera
responder así un señor,
mas no
un bajo tejedor.
FERNANDO: Y
solamente pudiera
lo
que aquí habéis intentado
tan
contra razón y ley,
quien
fuera un tirano rey
o muy
gran desvergonzado.
FINEO:
¡Villano...!
TEODORA:
(¡Triste de mi!) Aparte
¡Tened, por Dios! ¡Escuchad!
FERNANDO: ¡Vive
Dios!...
CONDE:
(Mi autoridad Aparte
es ya
menester aqui.)
¡Pedro Alonso, deteneos,
que
estoy aquí yo!
Descúbrese
FERNANDO: ¿Es el conde?
CONDE: El
conde soy.
FERNANDO:
¿Corresponde
a los
heroicos trofeos
de
vuestra sangre esta hazaña?
CONDE: ¡Basta,
atrevido! ¿Qué es esto?
¿A mí
me habláis descompuesto?
¿Qué
confïanza os engaña?
¡Idos al punto!
FERNANDO: ¡Señor!
CONDE: ¡Idos,
villano! ¡Acabad!
FERNANDO:
¡Tratadme bien, y mirad
que
soy, aunque tejedor,
tan
bueno...
CONDE:
¡Qué atrevimiento!
¿Eso me
decís a mí?
Dale un bofetón
¡Matadle!
TEODORA:
¡Ay, cielo!
FERNANDO: ¡Hasta aquí
ha
llegado el sufrimiento!
Sacan
las espadas
TEODORA: ¿Hay mujer más desdichada?
CONDE: ¡Muera!
Acuchíllanse
FERNANDO:
Presto habéis de ver
que no
gobierna el poder,
sino el
corazón, la espada.
Retíralos a todos y va tras ellos
CRIADO:
Muerto soy! Dentro
TEODORA:
¡Triste! ¿Qué haré?
Sale CHICHÓN, con el jarro
CHICHÓN: Teodora,
¿qué confusión
y ruido
es éste?
TEODORA: Chichón,
mi
desdicha sola fue
la
que ha podido causarlo.
Llévame
al punto de aquí;
que hay
gran mal.
CHICHÓN: Luego lo vi;
mas no
pude remediarlo.
¿Adónde te he de llevar?
TEODORA: A casa
de algún amigo,
donde
el rigor y el castigo
del
conde pueda evitar.
CHICHÓN: No
sé adónde, porque es cosa
de gran
peligro poner
la moza
en otro poder.
Y el
verte a ti tan hermosa
me
da mil desconfïanzas;
que
estando a solas contigo,
no hay amigo para amigo,
las cañas se vuelven lanzas;
mas embajador me
llamo.
TEODORA: Bien
dices.
CHICHÓN:
Allí segura,
la
desdicha o la ventura
aguardarás
de mi amo.
TEODORA:
Vamos.
CHICHÓN: ¡Bien hayan, amén,
los primeros inventores
de casas de embajadores
para bellacos de bien!
Vanse TEODORA y CHICHÓN.
Salen
GARCERÁN, preso, y don JUAN
JUAN: Digo
que, a mi parecer,
la
verdadera ocasión
que os
tiene en esta prisión
no es
la que os, dan a entender;
causa tiene superior,
y para
encubrirla, dan
al
agravio, Garcerán,
que os
hacen, esta color.
GARCERÁN: ¡Ay
de mí, que bien lo entiendo!
Bien
sé, triste, que Clariana
es la
causa soberana
del mal
que estoy padeciendo.
Bien
sé que en tenerme aquí
es el
intento matarme;
porque
siendo quien soy, darme
la
cárcel pública a mí
por
prisión, no se me esconde
que es
rigor, furia y venganza.
JUAN: De su
padre la privanza
da
tanta soberbia al conde,
que
sus celosos enojos
quiere
vengar como agravios.
GARCERÁN: Hallé hechizos en los labios,
hallé encantos en los ojos
de
aquella aldeana bella,
injuria
del sol; robóme
el
alma, don Juan; hallóme
el
conde hablando con ella;
sus
celos y su afición
disimuló; mas al punto
le vi,
en el color difunto
de la
cara, el corazón;
y
quiere dar fin aquí
a sus
celos con mi vida,
bien
lograda, si perdida,
bella
Clariana, por ti.
JUAN:
Garcerán, esa fineza
es de
caballero andante.
Lo
preciso y lo importante
es
mirar por la cabeza.
GARCERÁN:
¿Cómo?
JUAN:
Buscando algún modo
con que esta borrasca, huyendo,
evitéis; que al fin, viviendo
se
vence y se alcanza todo.
Don FERNANDO, por otra parte, con grillos, y con
ganfiones en
los
pulgares; GARCERÁN y don JUAN hablan bajo, sin reparar
en los recién venidos
FERNANDO:
¿Siéntelo mucho Teodora?
CHICHÓN: De
suerte, que a ser de vino
sus
lágrimas, diera abasto
a todos
los retraídos.
FERNANDO: ¡Mal
haya su pretensión,
y mal
hayan los servicios
de su
padre, que la hicieron
hablar
para daño mío
al
marqués! ¡Que allí el amor
del
conde tuvo principio!
CHICHÓN: Da en
decir que quiere hablar
por ti
al conde.
FERNANDO:
¿Tal ha dicho?
¿Quiere
comprar con mi ofensa
la
gracia de mi enemigo?
Daréle
mil puñaladas
--¡vive
el cielo!--si averiguo
que
otra vez toma en la boca
su
nombre.
CHICHÓN:
¿Tienes juicio?
Cuando
te ves con ganfiones
las
manos, los pies con grillos,
¿echas
retos?
FERNANDO:
¿Luego tú
por
ventura has entendido
que he
de estar preso mañana?
CHICHÓN: Antes, señor, imagino
que saldrás libre a dar higas
a todos tus enemigos;
mas daráslas con la
lengua,
hecho en el aire racimo.
FERNANDO: ¡Calla,
necio! Tráeme tú
dos
cordeles y un martillo;
que en
cas del embajador
he de
amanecer contigo.
CHICHÓN: ¿Cómo?
FERNANDO:
No preguntes cómo.
Tráeme luego lo que pido,
Chichón, y no me repliques.
CHICHÓN: Voy por
ello, y no replico.
Vase CHICHÓN
GARCERÁN: Esto me
importa.
JUAN: La vida
arriesgaré por serviros,
pues dicen que la prisión
es
toque de los amigos.
Vase don JUAN
FERNANDO: ¡Señor
Garcerán
GARCERÁN:
¿Qué es esto,
Pedro
Alonso? ¿Qué delito
tan
grave hicistes, que estáis
con ganfiones y con grillos?
FERNANDO: ¿No se
lo ha dicho la fama?
GARCERÁN: No.
FERNANDO:
Pues anoche me hizo
cierto
señor un agravio,
con la
ventaja atrevido
de tres
que le acompañaban;
mas mi
buena suerte quiso
que,
dando muerte a los dos,
comenzase su castigo;
y si el
socorro les tarda,
hago en
los demás lo mismo.
Llovió
luego sobre mí
más
justicia que granizo
el Noto
helado dispara
en el
abrasado estío.
Prendiéronme, y sepultaron
mis pies en doblados grillos;
pidiéronme la patente
en su acostumbrado estilo
los
presos avalentados
con
privilegio de antiguos;
mas yo,
con el remanente
del
pasado furor mío,
con un
mástil visité
los sesos
a cuatro o cinco,
hasta
que los bastoneros
acudieron al rüido,
y
echándome estas prisiones
cesaron
mis desatinos.
GARCERÁN: ¡Caso
extraño!
FERNANDO:
No se espante;
que un
hombre honrado ofendido
es un
toro agarrochado,
que en
las capas, vengativo.
Los
rigores ejecuta
que en
sus dueños no ha podido.
Pero,
señor Carcerán,
¿está vusted de peligro?
¿Es
mortal la enfermedad
que a
este sepulcro de vivos
le ha
traído?
GARCERÁN:
Ya la vida,
según son los males míos,
porque muera muchas
veces,
me
conserva mi destino.
FERNANDO: Pues no
se aflija, que yo,
si
vusted quiere, me obligo
a
ponerle en libertad
antes
que en blando rocío
bañe
los campos el alba.
GARCERÁN:
¿Burláisos?
FERNANDO:
Esto que digo
cumpliré. Su voluntad
me
diga, y a cargo mío
deje lo
demás.
GARCERÁN:
Daréis
la libertad
a un cautivo,
la vida
a un muerto.
FERNANDO: Pues calle,
y esta
noche prevenido
me
aguarde en la enfermería.
GARCERÁN: Vuestro
será mi albedrío
y mi
vida, si de vos,
como
decís, la recibo;
y de mí
podéis creer
que
hiciera por vos lo mismo;
que me
debéis afición
después
que os vi, porque miro
en
vuestro rostro una imagen,
trasunto y retrato vivo
de
aquel infeliz Fernando
Ramírez; que los dos fuimos
los amigos más estrechos
que han celebrado los
siglos.
FERNANDO: (¡Quién
pudiera declararte Aparte
secretos tan escondidos!
Mas el
secreto es forzoso
donde
es tan grande el peligro.)
¿No es
el que en Madrid hallaron
muerto
a puñaladas, hijo
del
noble Beltrán Ramírez,
el que
en público suplicio
murió
condenado, siendo
de
Madrid alcaide?
GARCERÁN: El mismo.
FERNANDO: Dios
descubra la verdad;
que la
fama siempre ha dicho
que
dieron muerte al alcaide
invidias, y no delitos.
GARCERÁN:
Defendiendo esa verdad
a dar
la vida me obligo.
FERNANDO: Sois noble; y creed que en mí,
si son mis hados
propicios,
no
echéis menos a Fernando,
si me
queréis por amigo.
GARCERÁN: De ello
os doy palabra y mano.
FERNANDO: Yo como
debo lo estimo.
Salen CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, bandoleros
CAMACHO: Pues Pedro
Alonso lo dice,
y es su
valor conocido,
él
saldrá con lo que intenta.
CORNEJO:
Camacho, lo mismo digo.
JARAMILLO: Más
vale salto de mata
que
rogar a estos ministros
del
infierno. Él está aqui.
CAMACHO:
Hablémosle. ¡Pedro amigo!
FERNANDO: ¡Oh,
Camacho!
CAMACHO:
Ya he tratado
con
Cornejo y Jaramillo,
por
quien se gobiernan todos
los
bravos, vuestro designio.
Más de
veinte están dispuestos
a
ayudaros y seguiros.
FERNANDO: Pues
libertad, camaradas;
que
ayuda a los atrevidos
la Fortuna. Redimamos
el
peligro con peligro;
que no
han de estar tantos hombres
sujetos
a dos puntillos
de una
pluma, que cortando
los
vientos, ensayos hizo
para
cortar de las vidas,
como la Parca, los hilos.
CAMACHO: Lo
mismo decimos todos.
FERNANDO: Sólo me
falta advertiros
que
busquen modo esta noche,
los que
quieran conseguirlo,
de
estar en la enfermería.
CAMACHO: Para
los presos antiguos
no es
difícil, porque tienen
oficiales
conocidos.
CORNEJO: Y los
demás, con achaque
de
velar a Alonso Pinto,
que
está muriéndose,
pueden
fácilmente conseguirlo.
FERNANDO: Trácelo
al fin cada cual;
que yo,
puesto que imagino
que es
imposible, conforme
acriminan mis delitos,
que
fuera del calabozo
me
dejen esos ministros,
si no hay precisa ocasión;
con la
traza que fabrico
lo
alcanzaré. ¿Tiene alguno
de
vosotros un cuchillo?
CAMACHO: Yo le
tengo. Veisle aquí.
Sácalo
FERNANDO: Pues en
la cabeza, amigo,
me dad una cuchillada;
y
fingiendo que he caído
de esta
escalera, mi intento
con ese
medio consigo,
pues
luego en la enfermería
me han
de poner.
CAMACHO: Peregrino,
aunque
crüel, es el medio.
FERNANDO: Antes
piadoso, si evito
con él
de un fiero verdugo
el
inhumano suplicio.
Acabad;
que el golpe espero.
CAMACHO: Con vos
agora ejercito,
para
excusar mayor daño
de
cirujano el oficio.
Dale, y cae don FERNANDO
FERNANDO:
¡Válgame el cielo!
Sale un BASTONERO
BASTONERO: ¿Qué es eso? Dentro
CAMACHO: Pedro
Alonso, que ha caído,
de esa
escalera. ¡Mal hayan
tantos
ganfiones y grillos!
JARAMILLO: Mejor
es matar a un hombre.
CORNEJO: La
cabeza se ha rompido.
BASTONERO:
Llévenlo a la enfermería.
GARCERÁN: (Más
valor tiene escondido, Aparte
que de
un tejedor se espera,
este
hombre; y a no haber visto
mis
ojos muerto a Fernando,
afirmara que es él mismo.)
CORNEJO: (Demonio
es el tejedor.) Aparte
CAMACHO:
(Tragóla el señor ministro.)
Aparte
Vanse todos. Salen
el CONDE y FINEO
FINEO: Gran
escándalo ha causado
en
Segovia este suceso,
y es
sin duda que haber preso
al
tejedor te ha dañado.
CONDE: Ni
yo lo pude estorbar
sin
darme allí a conocer,
ni los
celos saben ser
hidalgos en perdonar.
Demás que es tan arrojado,
tan valiente y atrevido,
que
libre y de mi ofendido,
me
pudiera dar cuidado.
Mejor está, a toda ley,
donde
pague su locura;
que si
el pueblo me murmura,
como no lo sepa el rey,
no
importa; y su majestad,
como
sabes, no da audiencia
a nadie
sin mi presencia;
y el
amor y voluntad
que
me tiene, me aseguran
de los
que a su lado están,
pues
sólo gusto le dan
los que
dármele procuran.
Fuera de que el tejedor,
que
conoce mi poder,
se ha
de enfrenar, y temer
de la
justicia el rigor,
si
declara que el acero
osó
contra mí empuñar;
pues
esto le ha de dañar
más que
el homicidio fiero
que
cometió.
FINEO: Caso es llano.
CONDE: ¿Cómo
está Claudio?
FINEO: La herida
ha
abierto puerta a la vida,
si no
yerra el cirujano.
CONDE:
¡Triste de él!
FINEO: ¡Triste de Arnesto,
que sin confesión pagó
pena
que no mereció!
Mas,
dime, señor, con esto
¿hase aplacado el ardor
del
solícito deseo
de
Teodora?
CONDE:
No, Fineo;
que no es tan cuerdo mi amor.
Yo
la he de gozar, o el llanto
me ha
de matar, según peno.
La
flecha trajo veneno,
pues de
una vez pudo tanto.
FINEO: Y
Clariana, ¿qué diría
si esto supiese?
CONDE: De amor
es
incentivo el temor;
la
seguridad lo enfría.
En
nueva afición me enciendo;
y no
hay amor que posea,
que no
trueque al que desea,
el bien
que está poseyendo.
FINEO: Pues
si no sientes perdella,
¿por
qué en Garcerán, señor,
te
vengas con tal rigor
de
hallarle hablando con ella?
CONDE: Ésa ha sido obligación,
si no
de amante, de honrado;
que en amar a quien he amado
ofendió mi estimación.
Demás que entonces Clariana
era
toda mi alegria;
que de Teodora aun no había
visto
la luz soberana.
Mas
mi padre viene aquí.
Parte
al punto, y con recato
sabe de
aquel dueño ingrato
a quien
el alma rendí.
No vuelvas sin saber dónde
se
oculta el bien por quien muero.
FLNEO:
Hallarla, señor, espero,
si el
mismo centro la esconde.
Vase FINEO. Sale
el MARQUÉS
MARQUÉS:
Conde...
CONDE:
Señor...
MARQUÉS:
¿Vos sabéis
que
sois señor?
CONDE:
Sé a lo menos
que vos
lo sois, y que soy
vuestro
hijo y heredero.
MARQUÉS: Pues
no, no está en heredarlo,
sino en obrar bien, el serlo;
que de
esto sólo resulta
la
estimación o el desprecio.
Los señores son jüeces,
y los jüeces nacieron
para deshacer agravios,
conde, que no para hacerlos.
¿Qué
piensan vuestras locuras?
¿Qué
esperan vuestros excesos
sino
que todos os pierdan,
con
justa causa, el respeto?
Por una
mujer humilde
con
hombre que tanto menos
vale
que vos, ¿la opinión
y vida
ponéis a riesgo?
Allá en
hora mala, allá
con los
moros de Toledo,
que
contra Segovia intentan
pasar el nevado puerto,
mostrad
esos fuertes bríos;
que
quien tiene noble el pecho,
por su
honor, por Dios y el rey
sólo
empuña el blanco acero.
¿Sabéis
que el alto lugar
que os
ha dado el que yo tengo
con el
rey, está a la envidia
y a la
emulación sujeto?
¿Sabéis
acaso que basta
a la
privanza un cabello
para
tropezar? ¿Sabéis,
que en
tropezando, es muy cierto
el
caer, pues el privado
es
árbol, a quien, derecho,
las
ramas que le rodean
son
adornos lisonjeros,
y en
comenzando a caer,
las mismas que pompas fueron,
son todas peso que ayuda
a
derribarlo más presto?
¿No os
lo están diciendo a voces
mil historias, mil ejemplos?
¿No vistes vos a Beltrán
Ramírez mandar el reino,
y de la
envidia después
en un
teatro funesto,
los
rayos de su privanza
en humo
leve resueltos?
¿Pues
qué confïanza necia
os da
loco atrevimiento
para
irritar con agravios
justas
venganzas del pueblo?
Está el
otro con su dama,
y vos, airado y soberbio,
tras querérsela quitar,
¿le afrentáis? ¡Pluguiera al cielo
que
como su injusto agravio
vengó
en dos crïados vuestros,
diera
en vuestra misma vida
el
riguroso escarmiento!
CONDE:
¡Señor...!
MARQUÉS: No me deis disculpa;
enmendad vuestros excesos,
o por
la vida del rey
si no
lo hacéis, de poneros
en un
castillo, de donde
no
salgáis hasta que el tiempo,
cubriéndoos de nieve el rostro,
os
tiemple el ardor del pecho.
Vase el MARQUÉS
CONDE: (Con un
loco en vano son Aparte
amenazas ni consejos,
mientras no me restituyas,
hermosa
Teodora, el seso.
Vase el CONDE.
Salen don FERNANDO, con un martillo
y cordeles en la pretína; GARCERÁN, CAMACHO,
CORNEJO y JARAMILLO, con luz
FERNANDO: Agora,
amigos, que ocupa
la
noche en profundo sueño
nuestros
contrarios, despierten
el
valor nuestros intentos.
¿Hay
quien se atreva a romper
estos ganfiones? ¡Cornejo,
Camacho, probad las fuerzas!
Hace fuerza CAMACHO para romper los ganfiones
CAMACHO: Romper
el templado hierro
con la
fuerza de las manos,
Pedro
Alonso, es vano intento.
FERNANDO: ¡Que no
quisiese el alcaide,
viéndome herido y enfermo,
aliviarme
las prisiones!
CAMACHO: Aun
muerto, le daréis miedo.
Prueba CORNEJO
CORNEJO: Lo
mismo es batir con balas
de cera
muros de acero.
CAMACHO: Pues
querer romperlo a golpes
es
malograr el deseo;
que es forzoso que al rüido
despierten los bastoneros.
FERNANDO: ¡Pese a
mí! Si tengo dientes,
¿por
qué busco otro remedio?
¿Dos
dedos han de estorbar
que se
libre todo el cuerpo?
Muérdese
los dedos, y arroja las esposas, y
átanle
unos paños
GARCERÁN: ¿Qué habéis hecho?
CAMACHO: Hase arrancado
los dos últimos artejos
de los pulgares.
GARCERÁN: En vos
otro Scevóla contemplo;
mas los grillos...
FERNANDO: En los pies
no importa el
impedimento;
que
como yo pueda usar
de las
manos, no estoy preso.
Dadme un cuchillo.
CAMACHO: Tomad.
Dásele
FERNANDO: Quien
de la hazaña que emprendo
desistiere, se imagine
con
éste a mis manos muerto.
CORNEJO: Todos
quieren ayudaros,
seguiros y obedeceros.
FERNANDO: Pues,
amigos, levantad
de las camas los enfermos;
que poniendo unas en
otras,
hemos
de llegar al techo;
y
rompiéndole una tabla
con
este martillo, haremos
puerta,
con que todos gocen,
libres
de prisión, el cielo;
y estos
cordeles después
serán
escalas del viento
para
bajar a la calle.
GARCERÁN: Comencemos,
pues.
FERNANDO: Enfermo
no ha
de quedar, aunque esté
oleado
ya, que de ello
pueda
hacer la relación.
Salga
vivo o quede muerto
quien
no pudíere seguirnos.
Vase don FERNANDO
GARCERÁN: Noche,
ayude tu silencio
contra injustas tiranías
tan justos atrevimientos.
Vanse
todos. Salen FINEO y CHICHÓN
FINEO: Los
que a su provecho están
atentos, sólo han de ser
lisonjeros del poder.
Viva
quien vence es refrán.
El
conde, mi dueño, amigo,
pierde
por Teodora el seso;
ya lo
sabes, y por eso
hablo tan claro contigo.
Ayer
pusimos espías
en la
cárcel, que te vieron
con
Pedro Alonso, y siguieron
tus
pasos cuando venías
a
cas del embajador,
de que colegí que esconde
esta
casa el sol que al conde
tiene
abrasado de amor.
Ayúdale a conquistar
la
voluntad de Teodora;
y
porque la clara aurora
al mundo
comienza a dar
luces ya, si lo has de hacer,
llámala
al punto; que quiero
hablarla, Chichón, primero
que
nadie lo pueda ver.
Y
porque a obligarte empiece,
esta cadena te dé
Dale una
señal
del amor y fe
que el
conde por mí te ofrece.
CHICHÓN: Por
cierto que has predicado
tan
eficaz, que imagino
que si
te oyera Calvino,
hubiera su error dejado.
Y el
epílogo en un toro,
en un
tigre, hiciera efeto,
pues
cerró, como discreto,
la
oración con llave de oro.
De
tu palabra me fío,
y del valor y el poder
de tu
dueño, para hacer
tal
deslealtad contra el mío;
mas pues hoy ha de morir,
yo, por no serle infïel,
aquí me
despido de él,
y al
conde empiezo a servir.
FINEO: Y yo
en su nombre, Chichón,
te
recibo; que de él tengo,
en
orden a lo que vengo,
tan
amplia la comisión,
que
lo que yo hiciere da
por hecho.
CHICHÓN: Llamemos, pues,
a este aposento que ves;
que en
él aguardando está
Teodora del tejedor
los
sucesos desdichados.
Llama. Sale
TEODORA, a medio vestir
TEODORA: ¿Quién
está aquí?
CHICHÓN:
Dos crïados
son del
conde mi señor.
TEODORA: ¿Es
Chichón?
CHICHÓN:
Mi presunción
a
Chichón no te responde;
que
después que sirvo al conde
me
llamo ya don Chichón.
TEODORA: ¿Al
conde sirves?
CHICHÓN: Teodora,
a ti
debo esta ventura;
tercero
fue tu hermosura,
porque
yo lo fuese agora.
Si
te admiras de esto, fía
que no
soy solo el que ha dado
para
volar a privado
plumas
la alcahuetería.
El
conde, al fin, mi señor,
que
ciegamente te adora,
quiere
hacerte gran señora,
de dama
de un tejedor.
Pedro Alonso ha de ser hoy
despojo
vil de un verdugo.
Salen don FERNANDO, GARCERÁN, CAMACHO, CORNEJO, JARAMILLO
y
otros presos
FERNANDO:
¡Gracias a Dios, que le plugo
librarnos!
CHICHÓN:
(¡Perdido soy; Aparte
que
es Pedro, y si me ha escuchado,
me
mata. ¡Infeliz Chichón!
Héme
aquí quitado el don,
y
vuelto al primer estado.)
TEODORA: ¿Es
posible que te veo
libre
ya?
FERNANDO:
Teodora, sí.
FINEO: (En
gran riesgo estoy aquí.) Aparte
Vase FINEO
TEODORA: Yo te
abrazo y no lo creo.
FERNANDO:
Amigos, ya que ha querido,
con
piedad tan generosa,
el
cielo que a los intentos
los
efetos correspondan,
conviene que consultemos
y resolvamos agora
el modo
de conservarnos
en la
libertad preciosa.
Y
aunque nos parezca estar
seguros aquí, pues gozan
las casas de embajadores
exenciones tan notorias,
suelen
por razón de estado,
cuando
la quietud importa,
ellos
mismos dar permiso
de que
estos fueros les rompan;
y más
siendo mi contrario
del rey
la privanza toda,
a quien el embajador
hará mayores lisonjas.
Por esto, pues, y por ver
que es
una especie penosa
de
prisión el retraimiento,
pues la
libertad estorba,
me
parece que partamos
todos
juntos de Segovia
adonde nuestras hazañas
den materia a las historias.
Muchos somos, y serán
muchos más los que por horas,
medrosos de sus delitos,
a
seguirnos se dispongan.
De los
vecinos lugares,
o por
fuerza o por mañosa
industria, los delincuentes
sacaremos que aprisionan,
y de
todos formaremos
un
ejército que ponga
temor a enemigas huestes,
seguridad a las proprias.
Y ocupando a esa montaña
la
aspereza peñascosa,
nos darán muros y torres
sus inexpugnables rocas.
Saltearemos caminantes,
y las poblaciones cortas
saquearemos de dineros,
de
bastimentos y joyas.
Los
agraviados podrán
vengarse; que es cierta cosa
que el
tiempo dará ocasiones
y la
ventaja vitorias.
CAMACHO: Yo soy
de ese parecer.
CORNEJO: ¿Quién
hay que no se disponga
a seguiros?
JARAMILLO:
Todos juntos
en lo
mismo se conforman.
CHICHÓN: (¡Bueno
es esto! ¡Vive Dios, Aparte
que
quieren echar la soga
tras el
caldero! Chichón,
por
aquí van a la horca.)
FERNANDO: Y vos,
señor Garcerán,
¿qué
decís?
GARCERÁN:
Que a mí me importa
proseguir otros designios,
porque
no soy dueño agora
de mi
libertad, que vive
presa en la cadena hermosa
del
gusto de una mujer;
y pues
del amor no ignora
vuestro
pecho el duro imperio,
no dudo
yo que conozca
que es
ésta bastante causa.
Pero ya que mi persona
no os
siga, creed que el alma,
que se
os confiesa deudora
de esta
vida, eternamente
su
obligación reconozca,
y que
si puede algún tiempo
os lo muestre con las obras.
FERNANDO: De
vuestra sangre lo fío.
GARCERÁN:
Vuestras manos valerosas
alcancen tanta ventura
cuanto
valor las informa.
Vase don GARCERÁN
CHICHÓN: Yo,
señor, que a nadie he muerto,
y me
hallo bien en Segovia,
y entré
contigo a aprender
de tus
manos tejedoras
a
gobernar lanzaderas,
y no
lanzas, quiero agora
hacer cuenta. Tú me has dado
tres ducados, que esto montan
tres meses que te he servido.
Hete quebrado una olla,
dos
platos y un orinal;
para
esto compré a mi costa
los cordeles y el martillo.
FERNANDO:
¡Traidor!
CHICHÓN:
El furor reporta.
Huye hacia la puerta
CAMACHO: A la
calle salió huyendo.
CHICHÓN: Aquí sois muchos; si a solas
quieres reñir en la plaza
te
aguardo junto a la horca.
CAMACHO: Segura
estacada escoge.
Vase CHICHÓN
FERNANDO:
Tratemos de lo que importa.
Elijamos capitán
a quien todos reconozcan;
que sin cabeza no hay
orden,
y sin orden es forzosa
la
confusión y rüina,
según
muestran las historias.
CAMACHO: ¿Quién
sino vos lo ha de ser?
CORNEJO: ¿Quién
puede haber que se oponga
a
vuestro valor?
JARAMILLO: Ya todos
por su
capitán os nombran.
FERNANDO: Pues
todos sobre esta cruz
Hácela con los dedos
la
derecha mano pongan,
y juren
que me serán,
pena de
muerte afrentosa,
obedientes y leales.
Todos ponen la mano sobre la cruz
TODOS: Si
juramos.
FERNANDO:
Falta agora
que busquemos arcabuces,
espadas, broqueles, cotas.
Prevéngase cada cual
como pueda. Tú, Teodora,
¿qué
dices de esto?
TEODORA: Que iré
a las
partes más remotas
a tu
lado, obscureciendo
la fama
a las Amazonas.
FERNANDO: ¡Oh,
ejemplo de la firmeza
y de las mujeres honra!
Como me cuestas me pagas;
y yo,
si tu cara hermosa
me
acompaña, me prometo
de todo
el mundo vitoria.
Amigos,
a preveniros;
que no
ha de alumbrar la aurora
otra
vez, sin que pisemos
de
Guadarrama las rocas.
CAMACHO: Vamos.
TODOS:
Vamos.
FERNANDO:
Yo haré presto
que tú y el mundo conozca,
conde
enemigo, el valor
del
tejedor de Segovía.
FIN DEL PRIMER ACTO