ACTO SEGUNDO
Salen don FERNANDO, CAMACHO, CORNEJO, y JARAMILLO, de
bandoleros,
con medias máscaras en las manos; TEODORA, en
hábito de hombre y otros bandoleros
CAMACHO: Ya,
famoso capitán,
son
ochenta hombres valientes
y armados los que obedientes
a tu
fuerte mano están.
CORNEJO: Un
ejército lucido
ha de
ser tu compañía,
según
crece cada día:
porque
no ha de haber bandido
agraviado o malhechor,
que de
seguirte no trate;
y más
cuando se dilate
la fama
de tu valor.
FERNANDO: Si
cuantos son delincuentes
me
eligen por capitán,
en
número excederán
a las de Ciro mis gentes.
Pero, amigos, advertid
que en
la guerra es vencedor
más el
orden que el valor,
más que
la fuerza el ardid.
Y
así, supuesto que es cierto
que si
publica la fama
que
ocupan de Guadarrama
tantos
soldados el puerto,
el
rey ha de prevenir
por
prendernos tanta gente,
que a
su ejército valiente
no podamos resistir;
me
parece que ocupéis
toda la
sierra, esparcidos
en
escuadras, divididos
cinco a
cinco y seis a seis,
distantes en proporción
que unos a otros oyáis,
porque
ayudaros podáis
si lo
pide la ocasión.
De
suerte que en cualquier lance
solos
parezcan aquellos
que
basten a que con ellos
lo que
se emprenda se alcance;
que
demás que es importante
para
que senda o vereda
no
quede por donde pueda
escaparse un caminante;
mientras se entienda que son
pocos los nuestros, ni harán
caso de
ello, ni pondrán
cuidado
en nuestra prisión.
CAMACHO: Está
bien considerado.
FERNANDO: En la
sierra, demás de esto,
hemos
de elegir un puesto
de nadie jamás pisado,
donde reparos forméis
contra
la nieve y el viento,
y a común alojamiento
todos de noche os juntéis.
Las mujeres, allí ocultas,
del regalo cuidarán
de
todos, y alli se harán,
como
importa, las consultas.
CAMACHO:
Aguardad; que viene alli
un
caminante.
FERNANDO:
Pues dos
salgan,
Camacho, con vos
al
camino, y traedle aquí.
CAMACHO: Vamos los tres
Vanse
CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO
FERNANDO: Los demás
se
retiren.
Vanse los otros bandoleros
FERNANDO:
Tú, Teodora,
¿hállaste bien salteadora?
Pero
acostumbrada estás
a
presas de más valor;
pregúntaselo a tus ojos,
a quien rinde por despojos
almas y vidas amor.
TEODORA: Mi
firme fe has agraviado,
mi
bien, con pregunta igual;
que no
se me atreve el mal
mientras gozo de tu lado.
Pónense
las máscaras. Salen CAMACHO,
CORNEJO y JARAMILLO, con máscaras, que salen con un
ALGUACIL
ALGUACIL:
Quitadme, si sois humanos,
la
hacienda, mas no la vida.
Advertid que la crueldad
infama
la valentía.
CAMACHO: Ande y
calle.
FERNANDO:
Di quién eres.
ALGUACIL:
Alguacil por mi desdicha.
CAMACHO: (Pues tus manos me prendieron, Aparte
mejor dirás por la mía;
pero--¡vive Dios!--que agora
ha
llegado tu visita.)
FERNANDO: ¿Qué hay
en la corte de nuevo?
ALGUACIL: Sólo
agora se platica
del
tejedor Pedro Alonso.
FERNANDO: ¿Qué
dicen de él?
ALGUACIL: Mil mentiras,
que en
una verdad envueltas,
la fama
las acredita.
FERNANDO: Él es
un gran delincuente.
ALGUACIL: Ni las edades antiguas
ni las presentes han visto
mayor bellaco en
Castilla.
CORNEJO: (La
hoguera en que ha de abrasarse,Aparte
su misma
lengua fabrica.)
FERNANDO: ¿Tratan
de prenderlo? ¿Hace
diligencias la justicia?
ALGUACIL: Dos mil
ducados promete
a quien
entregare viva
su
persona.
FERNANDO:
Es vano intento;
que yo
he tenido noticia
que a
ampararse de los moros
ha
pasado a Andalucía.
Si no
hacen más prevenciones,
segura
tiene la vida.
ALGUACIL: Dan
agora más cuidado
las banderas berberiscas,
que en
Toledo se aperciben
para
hacer guerra a Castilla.
FERNANDO: Y tú
agora, ¿a qué lugar
y a qué
negocio caminas?
ALGUACIL: A
informarme con secreto
si Garcerán
de Molina
está
escondido en Madrid,
el
conde don Juan me envía.
FERNANDO: ¿Qué
dinero llevas?
ALGUACIL: Poco.
FERNANDO: Pues,
¿no has hurtado estos días?
ALGUACIL: Anda
muy corto el oficio;
que
está la corte perdida.
Sólo
delinquen los pobres,
no peca
la gente rica,
que la
corrige y ajusta,
no la
virtud, la avaricia.
Por no
arriesgar el dinero,
no hay
agraviado que riña,
en los pleitos se conciertan,
en las mujeres varían.
Y si hallamos con su dama
alguno
por su desdicha,
por no
incurrír en la pena,
antes
muere que reincida.
Décimas
nunca se logran;
que si
alguno determina
ejecutar, luego hay ruegos,
conciertos y tercerías.
Y al fin,
las más simples aves
viven
ya con tal malicia,
que son
los que menos cazan
los
pájaros de rapiña.
FERNANDO: Pues yo
he de ganar perdones
con
quitarte lo que quitas;
no ocultes
solo un real,
que te
costará la vida.
ALGUACIL: En esta
pequeña bolsa,
esta
cadena y sortija,
Da lo que dice
os doy
todo cuanto llevo.
CORNEJO: Venga
la capa y ropilla
presto.
ALGUACIL:
De muy buena gana.
CAMACHO: Y
después de ello la vida.
Vale a dar una puñalada
FERNANDO: No le
mates.
CAMACHO:
Éste fue
la
ocasión de mis desdichas;
que él
me prendió.
FERNANDO: Si su oficio
ejerció
como justicia,
ni te
hizo agravio en prenderte,
ni con
razón le castigas.
CAMACHO: ¿No
basta ser alguacil?
FERNANDO: No
basta; antes me fastidian
los que
de oficio aborrecen
a los
ministros. Por dicha,
¿no ha
de haberlos? ¿No han de ser
hombres? ¿Acaso querías
que no
haya algunos que prendan
donde
hay tantos que delincan?
Si les
basta a malquistar
el
oficio que administran,
¿qué
información en su abono
pretendes más conocida,
que
conservarse entre tantos
enemigos,
quién tendría
de la
culpa más venial
mil
mortales coronistas?
Vete,
amigo.
CAMACHO:
Sólo quiero
que
cortarle me permitas
una
oreja.
FERNANDO:
Ni un cabello.
En
hazañas más altivas
ha de
emplear el valor
quien
anda en mi compañía.
CAMACHO: Basta
que lo quieras tú.
ALGUACIL: Los
años del Fénix vivas.
Pero ya
que la piedad
tan noblemente ejercitas,
dame
sólo con qué coma
de aqui
a Madrid.
CAMACHO: Pues la vida
le
dejamos, parta luego,
sin
pedir más demasías.
Esa
vara de virtud
Dale la vara
su
necesidad redima;
que
quien le deja las uñas,
no le
quita la comida.
Vase el ALGUACIL.
Sale un VILLANO cantando desde dentro
VILLANO: "La mujer flaca y vieja con
muchos huesos
es
un juego de bolos en su talego."
CAMACHO:
¡Tente, villano!
VILLANO: Sí tengo;
mas no
tengo.
FERNANDO:
Así estarás
más
seguro. ¿Adónde vas?
VILLANO: De ver
una hermana vengo
que
en Guadarrama fue novia,
y
vuélvome a mi lugar.
FERNANDO: ¿De
dónde eres?
VILLANO:
Del Villar,
aldea que de Segovia
está
dos leguas, al pie
de esta
sierra.
FERNANDO:
¿Hay en tu aldea
alguien
que estimado sea
por
rico?
VILLANO:
Señor, no sé
que estimen ningún borrico
más que el de Bras Chaparrón,
porque es bravo garañón.
FERNANDO: No digo
sino hombre rico.
VILLANO:
¿Hombre rico? En una aldea,
¿qué
riqueza puede haber?
Soldemente una mujer,
en cuya
afición se emprea
todo
polido zagal,
por su
aliño y hermosura,
en el
lugar se murmura
que
tiene mucho caudal
de joyas.
CAMACHO: Y esa villana,
¿es casada?
VILLANO:
Señor, ella...
Ella
dice que es doncella.
CAMACHO: ¿Cómo
es su nombre?
VILLANO: Clariana.
FERNANDO: ¿Con quién vive?
VILLANO: Soldemente
la
acompaña una crïada.
CAMACHO: (Ésta
es presa acomodada Aparte
para
que mi gusto aumente.)
Habla aparte a don FERNANDO
Robemos esta mujer,
capitán.
FERNANDO:
Pues, ¿ya la quieres?
CAMACHO: Donde faltan las mujeres,
¿qué regalo puede haber?
FERNANDO:
Dices bien.
CAMACHO:
Este villano
servirnos podrá de guía.
FERNANDO: Ya
esconde el autor del día
en el
húmedo Océano
su
hermoso, luciente coche.
Partiendo luego, llegamos
a
tiempo que nos valgamos
del silencio de la noche.
CAMACHO:
Vamos.
FERNANDO:
Villano, guïad
a
vuestra aldea.
VILLANO:
(Esta vez, Aparte
Clariana, tu doncellez
tien de
decir la verdad.
Vanse todos. Salen
el CONDE y FINEO
CONDE: Asi
he trazado, Fineo,
el
remedio de mi daño.
FINEO: ¡Con
qué rigor tan extraño
te
aflige un loco deseo!
CONDE: No
sé qué hechizo bebí
por los ojos, tan violento,
que del todo en un
momento
quedé
por ella sin mí.
Yo
estoy, al fin, sin remedio,
y tal
me llego a sentir,
que
entre gozarla o morir
es
imposible dar medio.
FINEO:
Hágase pues lo que ordenas.
CONDE: Entre
Chichón, y engañemos,
puesto
que no la alcancemos,
con la
esperanza mis penas.
Vase FINEO. Sale
CHICHÓN
CHICHÓN: A
jurar de tu crïado
vengo
con tal presunción,
que
pienso que este Chichón
ha de
reventar de hinchado.
CONDE: A
recebirte me obliga
ver que
me tienes amor.
¿De dónde eres?
CHICHÓN: Yo, señor,
soy natural de Barriga.
CONDE:
Pues, ¿hay lugar de ese nombre?
CHICHÓN: Que
ignorante de ello estés
me
admira. Barriga es
la
primer patria del hombre.
De
ella se etimologiza
mi
nombre, y el caso fue
que
Mencía--en gloria esté--
siendo
doncella castiza,
dio
un tropezón, y fue tal
la
calda, que aunque dio
sobre
un colchón, le quedó
en el
vientre un cardenal.
Creció después la hinchazón;
y a
quien saber pretendia
la
ocasión, le respondía
Mencía
que era un chichón.
En
efeto, me parió;
y la
vecindad con esto,
viéndola sana tan presto,
y que
el chichón era yo,
con
risa y murmuración,
apuntándome, decía:
"Hélo el chichón de Mencía,"
y
quedóseme Chichón.
CONDE:
Donaire tienes.
CHICHÓN: Señor,
hoy
empiezo a ser feliz,
pues
que salgo de aprendiz,
y aprendiz
de un tejedor;
que
el alma tengo cansada
de
estar por corto interés
siempre
con manos y pies
bailando la rastreada.
CONDE:
¿Sabes ya, pues te dispones
a servir,
a qué te obligas?
CHICHÓN: A mal
premiadas fatigas
y a mal
pagadas raciones,
a
andar fino y puntüal
un mes
o dos, y pasados,
como
los demás crïados,
decir
de ti mucho mal.
CONDE: Yo
sé que tú no lo harás;
que mi
privado has de ser.
CHICHÓN: ¿Qué partes me han de poner
en el lugar que me das?
CONDE: Mi
afición te lo promete.
CHICHÓN: (¿Privado
sin merecello? Aparte
Señores, del pie al cabello
me
tengan por alcahuete.)
Pues
Teodora ya ha volado.
CONDE: Ése fue
un liviano antojo,
de
quien ya me causa enojo
la
memoria, y no cuidado.
En
caso más grave agora
tu
ingenio me ha de valer.
CHICHÓN: Manda,
pues.
CONDE:
Tú has de prender
al
tejedor y a Teodora.
CHICHÓN: ¡Guarda
la gamba!
CONDE: En la sierra,
con
otros facinorosos,
son
salteadores famosos
y
atemorizan la tierra.
CHICHÓN: ¿Yo
he de prenderlos?
CONDE: Dos mil
ducados
Segovia da,
y el
rey por mi te dará
una
vara de alguacil;
que
a su majestad así
harás,
Chichón, gran servicio,
al
reino un gran beneficio,
y una
gran lisonja a mí.
CHICHÓN: Si
la fama te ha informado
acaso
que soy valiente,
por
Dios que la fama miente;
que soy
muy considerado.
¿Que
haya quien riña, teniendo
un
gaznate, un corazón,
cuatro
lagartos, que son
tan
delicados, que en viendo
el
más meñique agujero
en
cualquier de ellos, la vida
a las veinte por la herida
deja el
triste cuerpo güero?
Pues
luego, ¡es fuerte la malla
del
pellejo! Aquí me acabo
de
acobardar; con un nabo
puede
el más flaco pasalla.
CONDE: Con
industria lo has de hacer,
que no
con fuerza, Chichón;
que
ésta ha sido la ocasión
que me
ha movido a escoger
tu
persona; que supuesto
que has
sido tú su crïado,
de ti
estará confïado,
y
estriba el engaño en esto.
CHICHÓN: Si
en eso consiste, fía
de mi
ingenio y mi lealtad.
CONDE: Oye,
pues.
Sale un PAJE
PAJE:
Su Majestad
aguarda
a vueseñoría.
CONDE:
Quédate aquí; que después
te lo
diré más de espacio.
Vanse el Conde y el PAJE
CHICHÓN:
Confusiones de palacio,
turbados muevo los pies;
que apenas tus puertas vi
cuando
mi ciega ambición
tropieza en una traición
contra
el dueño a quien serví.
Mas,
¿por qué traición la llamo,
si es
forzoso a toda ley
hacer lo que manda el rey
y el
conde, que ya es mi amo?
Bien
me puede el tejedor
perdonar, si por dos mil
y una
vara de alguacil
y
privar con tal señor
sus obligaciones dejo;
que en mucho menos que yo,
Judas a Cristo vendió.
Es
verdad que era bermejo.
Vase. Salen doña
ANA y FLORINDA, de
labradoras. Ésta saca una luz
ANA: Florinda,
de suerte estoy,
que me
falta el sufrimiento.
FLORINDA: En tan
justo sentimiento
ningún
remedio te doy.
ANA:
¿Después de tanta firmeza,
tan
repentina mudanza?
¿Después de tanta esperanza,
tan
desdeñosa tibieza?
Cosas son...
FLORINDA:
¿Que así se enfría,
en
medio de querer bien,
un
hombre? ¡Mal haya, amén,
la
mujer que en ellos fía!
Sale GARCERÁN, de labrador
CARCERÁN:
(Como mi amor la desea, Aparte
hallo
la puerta. ¡Oh, verdad,
quietud
y seguridad
de la
vida del aldea!)
Agora, gloria mía,
que de llegar a verte
trajo
esta noche el venturoso día,
no temo
ya la muerte,
antes
muera yo aquí si he de perderte.
ANA: ¿Qué es
esto? ¿Es Garcerán?
GARCERÁN: Es quien la vida
sólo
ganada, si por ti perdida,
consagra a tu hermosura,
principio de mi mal y mi ventura.
ANA:
Garcerán, un amor correspondido
con
bastante disculpa es atrevido;
mas, si
desengañado
de que
no puede ser jamás pagado
hace de
los peligros tal desprecio,
afecto
es temerario, impulso necio.
GARCERÁN: Por eso
es amor loco;
que no
ama mucho quien arriesga poco.
ANA: Ésa es
fineza vana;
que ni
galán os quiero,
ni
esposo querréis ser de una villana.
GARCERÁN: De mi
amor verdadero...
Ruido dentro
FLORINDA: Pasos
siento, señora.
ANA: (¡Ay de mi! Si es el que mi pecho adora, Aparte
yo--¡triste!--soy perdida.)
Mirad
por mi opinión y vuestra vida.
A ese
obscuro aposento
os
entrad; que a la huerta
sale de
él una puerta.
GARCERÁN: Por tu
opinión consiento
que
saque pies de aquí mi atrevimiento.
ANA:
¡Presto!
GARCERÁN:
(¿Por qué dilatas, suerte dura,
Aparte
la vida
a quien abrevias la ventura?)
Retírase al paño.
Salen don
FERNANDO, CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con las máscaras
puestas
ANA: ¿Quién
es? ¡Ay, desdichada!
FERNANDO: Las
voces enfrenad, o dura espada
las
matará en el pecho.
ANA: ¿Quién
sois? ¿Qué pretendéis?
FERNANDO: ¿Eres
Clariana?
ANA: Yo soy.
FERNANDO:
Venga la llave de tus joyas.
ANA: Da,
Florinda, las llaves al momento.
Vase FLORINDA con CAMACHO. Habla GARCERÁN
al paño
GARCERÁN: ¡Oh,
ladrones infames! Mas, ¿qué intento?
Si
guardan el decoro a su belleza,
no
pierda la opinión por la riqueza,
pues es
fuerza perdella
si
saben que a tal hora estoy con ella.
FERNANDO: (¿Qué
miro? ¡Vive el cielo, si viviera Aparte
doña
Ana, que dijera
que es
la misma que veo!
Pero no
puede ser, porque a mis ojos
rindió
a la muerte pálidos despojos.
Vuelve FLORINDA con CAMACHO, que trae un
cofrecillo
CAMACHO: Ya
están aqui las joyas y el dinero.
FERNANDO: Las dos
agora sin mover los labios,
o verán
de la muerte el rostro fiero,
caminen.
Sale GARCERÁN de donde estaba, con la espada
desnuda
GARCERÁN:
¿A mujer hacéis agravios?
¿A un
serafín humano
el
respeto perdéis?
Meten mano los tres bandoleros; detiénelos don FERNANDO
FERNANDO: ¡Tened, amigos!
¿Es
Garcerán?
GARCERÁN:
El mismo soy.
FERNANDO: La mano
que de
amistad os di, no ha de ofenderos.
¡Envainad los aceros!
GARCERÁN: ¿Quién
es el que conmigo
usa de
tal nobleza?
FERNANDO: Vuestro amigo.
Descúbresele
y hablan aparte
¿Conocéisme?
GARCERÁN:
Sí, Pedro; que no olvida
a quien
le ha dado libertad y vida
quien
tiene noble el pecho.
FERNANDO: Pues,
Garcerán, decidme, ¿es por ventura
Clariana la ocasión de vuestros daños?
¿Es
ésta la hermosura
de que
os resultan males tan extraños?
GARCERÁN: Bien
muestra el mismo caso
que es
el fuego Clariana en que me abraso.
FERNANDO: Pues
advertid que el conde no perdona
traza ni diligencia
en
orden a prender vuestra persona;
que en
la sierra he encontrado yo estos días
diferentes espías
contra
vos despachadas
a las
tierras vecinas y apartadas.
Si como
por gozar la luz hermosa
en que
se ha de abrasar la mariposa,
os
tiene de Clariana el amor ciego
preso
al mismo peligro, al mismo fuego,
hüid de la prisión y de la pena,
y
llevad con vos mismo la cadena.
Robemos
a Clariana.
Casi
cien hombres tengo ya, valientes,
a mi
imperio obedientes;
que mi
fama acrecienta cada día
mi
fuerte compañía.
Si de
ellos y de mí queréis valeros,
del
conde injusto, y aun del mundo todo,
es
fácil en la sierra defenderos.
GARCERÁN: Si como
me está bien vuestro consejo,
se conformase en él Clariana
hermosa,
¿qué
suerte más dichosa?
Su
gusto es, Pedro amigo,
ley de
mi voluntad, norte que sigo.
FERNANDO:
¿Tiéneos amor?
GARCERÁN:
Si mi afición pagara,
¿qué
desdichas llorara?
FERNANDO: En
pena, pues, de su rigor injusto
rinda a
la fuerza lo que niega al gusto,
proponedle el intento,
y
redimid la vida y el tormento.
CARCERÁN: Hermosa prenda mía,
perdona
si un amor que desconfía
de
ablandar tu esquiveza,
conquista con agravios tu belleza.
Conmigo
he de llevarte.
ANA: ¿Qué
dices, Garcerán?
CARCERÁN: Digo que muero
y pues
que desespero
señora,
de obligarte,
ni te
admires ni culpes la fe mía,
si
emprendo por vivir tal grosería.
ANA:
¡Primero en mil pedazos
me verás dividida, que en tus brazos!
FERNANDO: Ello ha
de ser al fin, Clariana hermosa,
y donde
la elección no se permite,
en vano
estás dudosa.
ANA: ¿Vos
sois amante, Garcerán? ¿Vos noble?
¿De qué rústico roble
las entrañas tenéis? ¿Qué bruto
ofende
al mismo dueño que
obligar pretende?
¿Qué
vitoria, qué palma
lleva
el amor injusto,
de
voluntad sin gusto,
alma sin voluntad, cuerpo sin alma?
Y si
sabéis de honor, como lo fío
de
vuestra ilustre sangre, ¿por qué el mío
con tan
infame acción queréis quitarme?
Ofenderme, ¿es amarme?
FERNANDO: Tu
resistencia es vana.
¿Qué
honor ha de tener una villana,
que no
quede ilustrado,
teniendo por galán tal caballero?
ANA: Y si
por dicha el traje os ha engañado,
y le
ígualo en nobleza acaso, ¿espero
que de
mí condolidos,
deis a
mi mal piadosos los oídos?
FERNANDO:
(¡Válgame Dios! Con mil sospechas lucho. Aparte
Habla;
que ya te escucho
inclinado a ampararte, si mereces
en lo
que ocultas más que en lo que ofreces.)
ANA: Rompa
aquí los candados el secreto,
si sólo
ya el librarme
de tan
extraño aprieto
consiste en declararme.
Oíd
pues; que yo espero,
si las
entrañas no tenéis de acero,
que han
de mostrarse pías,
si no a
mi sangre, a las desdichas mías.
Esta
vil corteza,
este
rudo traje,
nubes son del sol
y del
oro engastes.
No es
la vez primera
que fieros combates
de Fortuna obligan
a ocultos disfraces.
Mi nombre es doña Ana
Ramírez,
mi padre
fue
Beltrán Ramírez,
de
Madrid alcaide.
Su
infeliz historia
no es
bien que os relate,
pues le
da la fama
eternas edades.
Escuchad la mía,
pues sola es bastante
a mover
a llanto
duros
pedernales.
Cuando la Fortuna
con
viento süave
a mi
ilustre casa
dio
prosperidades,
el conde don Juan
dio en
solicitarme,
señor
con poder
y galán
con partes;
mas mis
resistencias
puesto
que le amase,
nada
desmintieron
a mis
calidades.
Y así,
con su firma
se
obligó a casarse
conmigo, por verme
a sus
ruegos fácil.
Dio la
vuelta entonces
la
rueda mudable
de
aquella que ciega
sus
dones reparte.
Murió
en el suplicio
mi
inocente padre,
lamentable efeto
de la
envidia infame.
Mi
hermano Fernando,
de quien
los diamantes
tiernamente lloran
el fin
miserable,
teniendo noticia
de que
era mi amante
el
conde, y temiendo
mi
afrentoso ultraje;
porque en
ningún tiempo
pudiese
gozarme,
venenos
previene
que mi
vida acaben.
Piadoso
me avisa
el
mismo a quien hace
secreto
ministro
de
tales crueldades;
y
conficionando,
para
prepararme,
antídotos fuertes
que su
fuerza atajen,
el
licor mortal
mi
hermano me trae,
necia
medicina
de calamidades.
Bebílo,
y fingiendo
entre
ansias mortales
despedir la vida,
pude
asegurarme;
que él
al mismo punto
de mi
casa parte
a
buscar la muerte
que
Castilla sabe.
Yo con
los temores
de
infortunios tales,
y con
las afrentas
de mi
ilustre sangre,
la
ficción prosigo;
y para
ocultarme,
de
Madrid me ausento,
mudo
nombre y traje.
Mas tan duras penas,
tan fieros desastres,
a no amar al conde
no
fueron bastantes;
antes
lo aumentaron
las
adversidades,
buscando en sus bienes
remedio
a mis males;
que con
pena y miedo,
sin
honra y sin padres,
por
único asilo
escogí
a mi amante.
Reveléle el caso
cuando
él daba al aire,
llorando mi muerte,
quejas
lamentables.
Con
nuevas promesas
volvió
a asegurarme,
engaños
agora,
si
entonces verdades.
Y así,
su poder,
mi amor
y mis males
del
honor y el alma
le
hicieron alcaide.
Mudóse
a Segovia
la
corte; y yo en traje
de
villana sigo
mi
adorado amante;
y él,
para poder
más
libre gozarme,
en esta
aldehuela
quiso
que habitase.
Ya son
siete estíos
los que esos cristales
de la
sierra han dado
licor a
su margen,
después
que en promesas
paga
mis verdades,
pena de
quien fía
lo que
tanto vale.
Éstos son mis casos,
mi
estado y mi sangre;
si a piedad os mueven
desventuras tales,
amparadme humanos,
o fieros matadme,
pues la
muerte es puerto
de calamidades.
FERNANDO: ¿Que tú
eres doña Ana?
ANA: Díganlo
mis males.
GARCERÁN: No han
visto los siglos
caso
más notable.
FERNANDO: ¿Que al
conde engañoso
tu
honor entregaste?
ANA: Desdichas lo hicieron,
que no
liviandades.
FERNANDO: (¡Qué
máquinas formas, Aparte
y qué
enredos haces,
vil
Fortuna, sólo
en mi
mal constante,
para
perseguirme!
Estoy
por sacarle
mi
sangre del pecho...
Mas bien es que trace
medios que a su honor
den remedios antes
que a su error castigos.)
Podéis
perdonarme,
Garcerán; que es fuerza
que a
doña Ana ampare.
GARCERÁN: Lo
mismo pretendo;
que a
su hermano y padre
tuve
obligaciones
y debí
amistades
tan
grandes, que dado
que es
mi amor tan grande,
moriré
primero
que su
ley quebrante.
FERNANDO: Son
correspondencias
a quien
sois iguales.
Tú,
doña Ana hermosa,
escúchame aparte.
Apártanse
de los demás
A mí me han movido
tus adversidades,
como a quien se informa
de tu
misma sangre.
Quién
soy es forzoso
que
agora te calle;
defender tu honor
pienso
que es bastante
para
prueba de ello,
y para
que aguarde
que
este beneficio
con
otro me pagues.
ANA: Si el
honor te debo,
no hay
dificultades
que por
ti no venza.
FERNANDO: (No es
bien declararle Aparte
mi
intento; que al conde,
puesto
que la agravie,
adora,
y no guarda
secreto
un amante;
válgame
la industria.)
Doña
Ana, ampararme
del
conde pretendo,
para
que él me alcance
con el
rey perdón
de las
culpas graves
a que
me ha obligado
este
oficio infame.
Y para
este efeto
quiero
que te encargues,
cuando
él venga a verte,
de
hacer avisarme;
que a sus
pies prostrado,
no dudo
si sabe
que por
prenda suya
hice
respetarte,
que
esta obligación
como
noble pague.
ANA: Corto
premio pides
de
merced tan grande.
Pero,
dime, ¿adónde
enviaré
a avisarte?
FERNANDO: En la
cruz que al cerro
la
cabeza parte,
me
busque o me espere
quien
lleve el mensaje,
y tenga en la mano
por
seña este guante;
Dale uno
que
siempre a la vista
tendré
quien le aguarde.
ANA: De mi
obligación
confïado parte.
FERNANDO:
Volvedle las joyas.
ANA: El
cielo te guarde;
y tú,
Garcerán,
pues mi
historia sabes,
mi
rigor perdona;
que ya
que no amante,
quedo
agradecida.
GARCERÁN: Ruego a
Dios que alcances
el fin que pretendes;
que el
tiempo mudable
no
borró las deudas
que
tengo a tu sangre.
Vanse doña ANA y FLORINDA
FERNANDO: Si
quieres pagarlas,
y de
los combates
que tu vida emulan
intentas librarte,
huye
los peligros,
y ven
donde mandes
mi
valiente escuadra.
GARCERÁN: Pues ya
no hay qué aguarde
mi
abrasado amor,
fuerza es que me ampare
de ti y
de tu gente.
FERNANDO: Ven
pues; que si valen
industria y valor,
presto
pienso darte
de mi
amistad firme
más
claras señales.
Habla aparte CAMACHO a CORNEJO
CAMACHO:
Cornejo, por Dios,
que
echamos buen lance.
Vanse. Salen CHICHÓN y dos, en traje como
de bandoleros
CHICHÓN: En
esta inculta aspereza
los
habemos de encontrar.
BANDOLERO 1: Temo
que te has de turbar.
CHICHÓN: Mal
sabéis la sutileza
del
ingenio de Chichón.
En engañar y fingir
parias me puede rendir
el griego astuto Sinón.
No
me mandéis pelear,
que lo
demás sabré hacer.
BANDOLERO 1: A ti
toca el disponer
y a nosotros el obrar.
CHICHÓN: El enredo he ya trazado
de suerte, que me creyera
Pedro
Alonso, aunque estuviera
de nuestro intento avisado.
Pero
aguardad, que he sentido
entre
estas peñas rumor.
Salen CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO, con
máscaras, apuntando con los arcabuces
CAMACHO: Hidalgos, rindan las armas.
CHICHÓN:
Esperad, que soy Chichón.
Si es
de vosotros alguno
Pedro
Alonso, mi señor,
todos
somos de la carda,
todo
viviente es ladrón.
Descubrirse puede el rostro;
que de su fama la voz
trajo a
los tres a aumentar
el
número salteador.
CAMACHO: Bien
podemos descubrirnos.
Quítanse las máscaras
CHICHÓN: ¿Es
Camacho?
CAMACHO: Sí soy yo.
CHICHÓN: ¿Es Cornejo?
JARAMILLO:
Y Jaramillo.
CHICHÓN: ¿Y mi
amo?
CAMACHO:
Aquí quedó
con su
querida Teodora
Pero ya
vienen los dos.
Salen don FERNANDO y TEODORA, de hombre
CORNEJO: Ya tenemos, capitán,
tres soldados más.
FERNANDO: ¡Chichón!
¿En mis manos has caído?
CHICHÓN: Sí; mas fue por querer yo
hacer de ellas fuerte
escudo
contra
la persecución,
que por
serte tan fiel
mi
cabeza amenazó.
Pero
conoce y recibe
en tu
amistad a los dos;
que
luego de nuestros casos
te haré
larga relación.
BANDOLERO 1: Huyendo
de la Fortuna,
vengo a
ampararme de vos,
por dar
con tal capitán
al
mismo infierno temor.
CHICHÓN: No
tiene más de seis muertes
el
amigo.
FERNANDO: ¿Seis?
CHICHÓN:
Las dos
en el
campo cuerpo a cuerpo,
y las
cuatro de antuvión.
BANDOLERO 2: De un
poderoso enemigo
la
ventaja, no el valor,
me
obliga a buscar defensa
en
vuestro fuerte escuadrón.
CHICHÓN: El que
ves, a un mayorazgo
le
dejó, de un bofetón,
hecha
la boca Origüela,
que
toda la despobló.
FERNANDO: Con tan
valientes soldados
ya me juzgo vencedor
de
cuantos reinos visita
la luz
hermosa del sol.
CHICHÓN: ¿Es por
dicha mi señora
la que
miro?
TEODORA:
Sí, Chichón.
CHICHÓN: ¿Quién
se podrá defender
de tan
bello salteador?
Un PASAJERO canta desde dentro
PASAJERO: "Ya
se salen de Segovía
cuatro de la vida airada,
el
uno era Pedro Alonso,
Camacho el otro se llama,
el
tercero es Jaramillo,
y
Cornejo es el que falta,
todos cuatro matasietes,
valentones de la fama.
Rompiendo los embarazos,
y
quitándose las trabas,
a
pesar de los guardianes
se
escaparon de la jaula.
Pidieron embajador,
y
dando salto de mata,
fueron a ser gavilanes
del
cerro de Guadarrama.
Despoblado está el bureo,
desierta queda la manfla,
la jacarandína triste,
y sin abrigo las hachas.
Las plumas se han atufado,
y aborrascado las varas,
unas recorren las cuevas,
y otras escriben las causas.
¡Triste de aquél que
agarraren
los
pescadores de caña!
Que
al son de una cuerda sola
hará en el aire mudanzas."
Canta CHICHÓN
CHICHÓN: "Antes
cieguen que tal vean
cuantos oyen lo que cantas"
FERNANDO: Éste no
nos tiene miedo,
pues
que por la sierra pasa
cantando seguramente.
CHICHÓN: "No
debe de llevar blanca."
FERNANDO: Salidle
al paso los tres,
y venga
aquí; que me agrada
el
romancillo, y deseo
escucharle lo que falta.
Demás
que me ha parecido
correo
de a pie, y las cartas
quiero
ver; que me serán
por ventura de importancia.
CAMACHO: Vamos.
CHICHÓN:
El os ha sentido,
y ya sus pies llevan alas.
FERNANDO:
Seguidle, y no le dejéis
de
alcanzar, aunque a las faldas
lleguéis que con sus cristales
fertiliza Guadarrama;
que
pues huye tan ligero,
y tan
medroso se guarda,
algo
lleva de valor.
Vanse CAMACHO, CORNEJO y JARAMILLO
CHICHÓN: Hombre, ¿eres liebre? ¿Eres cabra?
¿Eres pelota de
viento?
Volando
las peñas pasa,
y del
bote que da en una,
tan
ligero en otra salta,
que o
son de corzo sus pies,
o son
los riscos de lana.
FERNANDO: Hijos
son del viento mismos
los que
le van dando caza.
En vano
escaparse intenta.
CHICHÓN: Ya ni
aun la vista lo alcanza.
FERNANDO:
Mientras vuelven con la presa,
o
concede, prenda del alma,
tu
regazo a quien te adora.
TEODORA:
Sentémonos, y descansa
un rato
de tantas penas
y de
vigilias tan largas.
Síéntase TEODORA, y don FERNANDO deja
el arcabuz y recuéstase en su regazo. CHICHÓN habla
aparte con los dos BANDOLEROS
CHICHÓN: Ésta es
la misma ocasión,
amigos;
sus camaradas
van tan
lejos, que no pueden
socorrerle; yo en la cara
le
echaré este capitollo,
y vos
quitadle las armas;
vos a
Teodora tapad
la
boca, y amenazadla
con la
muerte si da voces.
BANDOLERO 1: Bien
has dicho. ¡Llega! ¡Acaba!
CHICHÓN: ¡Ánimo,
pues! ¡Que yo tiemblo
desde
el cabello a la planta!
(¿Qué
no podrás, vil codicia, Aparte
en la
condición humana?)
Llégase a don FERNANDO con un capotillo en
las manos
FERNANDO: ¿Qué es
eso, Chichón?
CHICHÓN: Señor,
contemplo que es dura cama
la que
te da ese peñasco;
y así
pretendo que hagan
alfombra este capitollo,
si no
colchón, tus espaldas.
FERNANDO: No es
menester; ya los riscos
me conocen, pues son blandas
las peñas a los trabajos
que me oprimen
comparadas.
CHICHÓN: ¿Qué
trabajos? ¿Has parido?
Que en
el mundo no me espanta
otro a
mí.
Aparte a CHICHÓN
BANDOLERO 1:
Chichón, ¿qué es esto?
¿Agora
el valor te falta?
CHICHÓN: No os
espantéis, que me ha echado
unos
ojos, que bastaran
a dar
miedo al mismo infierno.
Mas esta vez esta hazaña
se ha
de acabar.
Vuelve a llegar como a echarle el capotillo sobre
los ojos
FERNANDO:
¿Aún porfías,
Chichón?
CHICHÓN:
Señor, en la cara
te dan los
rayos del sol,
y
hacerte sombra intentaba.
FERNANDO: ¡Oh,
qué oficioso que estás!
¿De
cuando acá me regalas
Chichón, con tanto cuidado?
CHICHÓN: Agora
hay más justa causa;
que tu
vida y tu salud
nos son
de tanta importancia.
FERNANDO: Deja de
cuidar de mí.
CHICHÓN: No
puedo hacer lo que mandas;
que
eres mi amparo.
Aparte CHICHÓN y el BANDOLERO
BANDOLERO 1: Chichón,
¿siempre al llegar te acobardas?
CHICHÓN: Sí,
camaradas; que tiene
la
muerte muy mala cara.
BANDOLERO 1: Pues
los dos le prenderemos,
y tú a
Teodora.
CHICHÓN:
Eso vaya;
que con ella bien me atrevo
a hacer
singular batalla.
Los dos BANDOLEROS echan a don FERNANDO el
capotillo de CHICHÓN sobre la cabeza, y le sujetan
FERNANDO: ¡Ah,
traidores!
TEODORA:
¿Qué es aquesto?
CHICHÓN sujeta a TEODORA
CHICHÓN: Es tu
muerte si no callas.
BANDOLERO 1: No
resista, si no quiere
que le
abramos puerta al alma.
BANDOLERO 2: Atadle
las manos presto.
Átanselas atrás con la cuerda del arcabuz
BANDOLERO 1: Éste es
el fin de quien anda,
Pedro
Alonso, en tales pasos.
CHICHÓN:
Perdonad; que el rey lo manda.
BANDOLERO 2: Atalde
bien.
BANDOLERO 1:
Con la cuerda
del
arcabuz enlazadas
sus
manos, serán de Alcides
si la
rompe o se desata.
BANDOLERO 2:
Empiecen a caminar.
BANDOLERO 1: Espuela
será esta daga,
si
perezosos se mueven.
CHICHÓN: ¡Malos
años! ¡Cómo brama!
Paciencia, Pedro; que al fin,
quien mal anda, mal acaba.
FIN DEL ACTO SEGUNDO