ACTO PRIMERO
Salen don ENRIQUE, TELLO y
TRISTÁN
ENRIQUE:
Tello...
TELLO: Señor ...
ENRIQUE: Ya ha logrado
la Fortuna
su intención,
pues mi
larga pretensión
me ha
traído a tal estado,
que
no puedo sustentar
los
crïados que solía.
TRISTÁN: Negocio
que cada día
sucede
en este lugar.
A TELLO
ENRIQUE:
Grande es Madrid. Muchos buenos
con quien medres hallarás;
no puedes esperar más
ya de
mí que ir siempre a menos.
Obligado estoy de ti;
conmigo
te has de perder.
Ningún
bien te puedo hacer
como
apartarte de mí.
Sólo
ya en mi compañía
quedará
agora Tristán,
y según
mis cosas van,
presto
llegará su día.
TRISTÁN: No llegará -- ¡vive Dios! --
que
aunque despedirme quieras
por
pobre, donde tú mueras
hemos de morir los dos.
TELLO: Sin
razón me has despedido;
que
también moriré yo,
si está
en eso.
ENRIQUE:
No harás, no;
que
eres tú menos sufrido.
A TRISTÁN
Yo sé bien de qué manera
te
fatigas si algún día
falta
el sustento. ¿Qué haría
si en
un año no lo hubiera,
como
de mi pobre estado
es ya
forzoso temello?
Tú te ves agora, Tello,
de ese
vestido adornado.
No
tienes más que esperar;
porque
si roto lo ves,
ni
hallarás amo después,
ni yo
te lo podré dar.
TELLO: Habréte
de obedecer,
pues es
mi fortuna escasa;
porque
a "salte de mi casa"
no
queda qué responder.
Yéndose don ENRIQUE
ENRIQUE: Lo
que puedo asegurarte
es que
si el cielo algún día
colma la esperanza mía,
tendrás
en ella gran parte.
TELLO:
Guárdete Dios; que lo creo
de ti
todo; y quiera Amor
que con
Belisa, señor,
logres
tu justo deseo.
Vase don ENRIQUE
TRISTÁN:
Tello, adiós.
TELLO: Tristán, adiós.
TRISTÁN: Él sabe
que voy sentido
de ver
que haya dividido
la Fortuna así a los dos.
Vase TRISTÁN
TELLO:
¡Bueno habéis quedado, Tello,
sin amo
y sin un real,
sumado
todo el caudal
en un
vestido y un cuello!
Amigo no lo tenéis,
ni aun
conocido en la corte;
pues si
a dueño que os importe
entrar
a servir queréis,
¿que
poderoso señor
para
ello os ha de ayudar,
si en
Madrid se ha de alcanzar
hasta
el servir por favor?
Salen doña LEONOR y CELIA, con mantos,
tapadas, y un GALÁN
TELLO: (De
un coche se han apeado Aparte
dos
damas solas, a quien
quizá,
como a mí, también
saca su
tristeza al Prado.
Con
ellas quiero un momento
mis desdichas olvidar;
mas no
teniendo qué dar,
me
falta el atrevimiento.
Ya
se ha llegado a coger
otro la
ocasión.
GALÁN: El velo
que niega
el hermoso cielo,
señora,
habéis de correr;
que
ninguna cosa es bella
entre
la tiniebla obscura.
LEONOR: Galán,
ni tengo hermosura,
ni a
vos os importa vella;
y la
mayor cortesía
que
hacerme agora podéis,
es que solas nos dejéis.
Sale don
ENRIQUE y TRISTÁN, y hablan aparte
los dos
ENRIQUE: En el talle y bizarría
es ella.
TRISTÁN:
Como la noche
su
manto empieza a tender,
no la
puedo conocer;
mas
puesto que partió el coche
de
cas de Belisa, es llano
que es
ella.
ENRIQUE:
Seguirla quiero.
Al GALÁN
LEONOR: Ya os
vais pasando al grosero
del
limite cortesano.
GALÁN: No
os espantéis; que yo os veo
tan
constante en porfïar,
que
habéis venido a trocar
en tema
ya mi deseo.
Que
estar tan endurecida
cuando
yo por veros lucho
muestra
que os importa mucho
no ser
de mí conocida;
y
eso mismo viene a ser
causa
en mí de más porfía.
Perdonad, si es grosería;
que os
tengo de conocer.
LEONOR:
¿Atrevéisos por estar
tan
solas?
GALÁN:
Lo mismo fuera
si el
mundo todo viniera
a
querérmelo estorbar.
Va a destaparla por fuerza
LEONOR:
¡Villano! ¡Desvergonzado!
ENRIQUE: Aquélla
es ya demasía.
TRISTÁN: ¿Adónde
vas? Que podría,
señor,
haberte engañado
el
pensamiento, y no ser
Belisa.
ENRIQUE:
Aunque no lo sea,
soy
noble, y basta que vea
injuriar una mujer.
TRISTÁN:
Hombre de poco dinero
no lo
quisiera rijoso.
GALÁN: ¡Acabad
ya! ¡Qué enfadoso
resistir!
Acercándose al GALÁN y a LEONOR
ENRIQUE:
¡Ah, caballero!
No
es bien hecho descubrir
una
dama a su despecho.
GALÁN: Cuanto yo hago es bien hecho,
y quien osare decir
lo
contrario, miente.
Sacan
los dos caballeros las espadas y
éntranse riñendo
LEONOR: ¡Ay, Dios!
CELIA: En esto
pudo parar
un tan
necio porfïar.
TELLO saca la espada
TELLO: ¡Oh,
que bien riñen los dos!
Éntrase TELLO; cae dentro el GALÁN
GALÁN:
¡Muerto soy!
Dentro
CELIA:
Presto pagó
su
delito el desdichado.
TRISTÁN: ¿No
hubiera aquí otro crïado
con
quien me matara yo?
A TELLO o a don ENRIQUE, que vuelven a salir
LEONOR: Mirad por vos, caballero.
ENRIQUE: La
noche me ha de ayudar.
Vase don ENRIQUE y TRISTÁN con él
TELLO: La
justicia ha de llegar,
y al
que topare primero
ha
de ser el delincuente.
quiero
quitarme de aquí.
Vase TELLO
LEONOR: Ya la justicia -- ¡ay de mí! --
ha
acudido, y diligente
buscando va al homicida.
Válgale
la obscuridad.
¡Cielos, a un hombre ayudad
que me
deja agradecida!
Sale el DUQUE
DUQUE:
Hermosa doña Leonor,
¿qué es
esto?
LEONOR:
Sin duda el cielo
por fin
de mi desconsuelo
os
trajo agora, señor.
Un
hombre aquí descortés
por
fuerza verme quería
el
rostro, y su demasía
otro,
que no sé quien es,
con
la espada castigó;
y la
justicia al momento
llegó,
y va en su seguimiento.
Duque,
la causa soy yo.
Si
es verdad que me estimáis
mostradlo agora; librad
a quien
vida y libertad
arriesgó por quien amáis.
DUQUE: ¿Por
dónde va?
LEONOR: Hacia la calle
de
Alcalá.
DUQUE:
Tu amante soy.
No te
aflijas, que yo voy,
bella
Leonora, a libralle.
Vase el DUQUE
LEONOR:
¡Plega a Dios que a tiempo
llegues
que le valga tu favor!
CELIA: No hay
cosa como un señor
por
amante. No me niegues
que es gran gusto ser amada,
señora,
de un hombre tal,
que
pueda en un lance igual
hacer
una señorada.
LEONOR:
Celia, si las voluntades
no
mueve la inclinación,
de poca importancia son
provechosas calidades.
De
un hombre viviera yo
con
gran gusto enamorada,
como el
que ahora la espada
en mi
defensa sacó.
¡Con
qué bizarro ademán
y
airosa resolución
dio en
un punto información
de
valiente y de galán.
CELIA: ¿Y
conoceráslo?
LEONOR: No;
que
aunque la luz me ayudara,
para no
verle la cara
la
turbación me bastó.
CELIA: ¿Si
alcanzase en un instante,
sin
haberlo pretendido,
éste lo
que no ha podido
el
duque en siglos de amante?
LEONOR:
¡Calla, necia!
CELIA: (¡Plega a Dios, Aparte
no
conocido homicida,
que con
una misma herida
no
hayáis muerto a más de dos!)
Vanse doña LEONOR y CELIA. Salen un
ALGUACIL con GENTE, asido de TELLO; luego, el DUQUE y
FABIO
TELLO: ¿No
ha de valer la verdad?
ALGUACIL: ¡Eso es
bueno!
TELLO:
¡Santo cielo!
A
vuestra justicia apelo.
Salen el DUQUE y FABIO
DUQUE: Hidalgo...
ALGUACIL:
¿Quién es?
DUQUE: Parad.
El
duque Alberto.
ALGUACIL: Señor,
¿qué me
manda vueselencia?
DUQUE: Qué es
esto?
ALGUACIL: De una pendencia
llevo
preso al agresor,
que
en este punto en el Prado
una
muerte ha cometido.
TELLO: Favor,
gran señor, os pido;
que el
Alguacil se ha engañado.
ALGUACIL:
Mirad si es causa bastante
ver que
apriesa se apartaba
del
lugar en que dejaba
hecho
un daño semejante,
y
hallar cuando le alcancé
que
lleva, señor, la espada,
como
veis, desenvainada.
TELLO: A poner
paz la saqué.
ALGUACIL:
Pues, ¿por qué íbades huyendo,
si
decís verdad, de mí,
sin
culpa?
TELLO:
Porque temí
lo que
me está sucediendo.
DUQUE:
Aunque en este caso veo
que
tenéis bastante indicio
para
ejercer vuestro oficio
justamente, también creo
que
está sin culpa este hidalgo;
mas que esté inocente o no,
ya
estoy de por medio yo,
y si
puedo con vos algo,
le
habéis de dar libertad.
ALGUACIL:
Vueselencia manda cosa,
no sólo
dificultosa,
pero imposible.
DUQUE: Acabad;
que
por mí lo habéis de hacer,
por más que imposible sea.
ALGUACIL: Señor,
vueselencia vea
que
será echarme a perder.
DUQUE: A
ser vuestro defensor
me
obligo.
ALGUACIL:
¡Un necio fïara
en eso,
y aventurara
quietud, hacienda y honor!
DUQUE:
Acabad, pues; lo que os pido
haced
ya. Dejad el preso,
y advertid que vengo a eso
resuelto, si comedido;
que
me lo ha mandado así
quien
puede; y puesto que ya
lo
intenté, fuerza será
acabar
lo que emprendí.
ALGUACIL: En fin, ¿viene vueselencia
determinado?
DUQUE:
Si el suelo
pidiese
rayos al cielo
con que
hacerme resistencia,
le
ha de valer mi favor.
ALGUACIL: Pues
menor inconveniente
es
librar un delincuente
que
indignar a un gran señor.
¡Dejadle!
Los que rodeaban a TELLO le dan paso y se van
Su espada es ésta.
Se la da
DUQUE: Sois
cortesano y discreto,
y que
no os pese os prometo,
si
cuanto tengo me cuesta.
Y
responded, si la fama
culpare
este desconcierto,
que os
lo mandó el duque Alberto,
y al duque Alberto una dama.
ALGUACIL:
Mostráis vuestro gran valor.
Vase el ALGUACIL
DUQUE: Tu,
Fabio, volando lleva
a mi
Leonora esta nueva.
FABIO: Alas me
dará tu amor.
Vase FABIO
TELLO: Las
plantas besaros quiero.
DUQUE:
Levantad, por vida mía;
que el
valor y cortesia
dicen
que sois caballero.
Dadme esos brazos, en quien
tiene
el pecho aprisionado
el
valor que hoy han mostrado.
TELLO: Aunque
me estuviera bien
ser
yo el autor de la hazaña
por
quien pretendéis honrarme
y a
esos brazos levantarme,
por
Dios, señor, que se engaña
vuestra excelencia en pensar
que yo
le maté.
DUQUE:
¡Esto sí!
Yo
quiero el valiente así,
que
sepa hacer y callar.
Solos estamos. Mirad
que mi
amistad ofendéis,
y por
más que lo neguéis,
sé que
es ésta la verdad.
Y
así pretendo saber
quién
sois; que un amigo quiero
daros
en mí verdadero.
TELLO: (¿Al
fin tengo yo de ser Aparte
valiente por fuerza? Sí,
vaya. ¿Qué puedo arriesgar?
Quizá
me viene a buscar
la Fortuna por aquí.)
Tened por cierto, señor,
que puede
en mi pensamiento
más que
el más grave tormento
la fe
de vuestro valor;
que
de un verdugo, hasta dar
el
alma, pedazos hecho,
supiera
callar mi pecho
lo que
me hacéis confesar.
Fernán Tello de Meneses,
excelso
duque, es mi nombre;
Cádiz
mi patria, mis padres,
tanto
como hidalgos, pobres.
Luego
que la juventud
me ciñó
al lado el estoque,
fui
soldado de la flota
que los
indios mares corre.
Tres veces de Nueva España
pisé los preñados montes,
cuyos partos enriquecen
de plata los españoles;
y nunca
de sus tesoros
vi que
una parte me toque;
que también van a las Indias
las desdichas con los hombres.
Con esto determiné mudar
de mi vida
el orden;
que en largas enfermedades
se han de mudar las regiones.
A Madrid vine buscando
la
fortuna; conocióme
un
indiano caballero
que
está aquí en sus pretensiones,
y
supuesto que no pierden
de su
calidad los nobles
en
servir, y que no tuve
otro
remedio en la corte,
entré a
servirle ha seis meses;
y él
esta tarde sacóme
triste
hacia el Prado,
y en él me dijo en breves razones
lo mismo que yo sabía,
y es
que ya se ve tan pobre,
que es
fuerza que de los gastos
lo más
que pudiere acorte.
Quedé
sin amo y sin gusto,
cuando
al venir de la noche,
de un
coche al Prado salieron
dos
damas, solas. Llegóse
un
importuno galán,
y entre
promesas y amores
hizo
fuerza en descubrirlas,
hasta
que el manto les rompe,
hasta
que le llaman necio,
hasta
que riñen a voces,
hasta
que en efeto falta
la
paciencia a quien las oye;
que el
ver damas ofendidas
y
descomedido un hombre
el
castigo apresuró
del
poco dichoso joven,
a
quien, como di la muerte
con tan
justa causa entonces,
le
diera la vida agora,
pues él
hizo que yo goce
de
haceros aquel servicio
y
alcanzar estos favores.
DUQUE: ¿De
modo que habiendo visto
que
estimé aquella desorden,
lo
negábades? ¡Qué bien
vuestro
valor se conoce!
En vos,
Tello, no han entrado
las
costumbres de la corte;
que en
ella los lisonjeros
que
cercan a los señores,
diciendo lo que no hacen,
en obligación los ponen;
y vos negáis lo que hacéis
-- prueba de
valiente y noble.
TELLO: Vos me
honráis como quien sois.
DUQUE:
Levantad, y si en la corte
habéis
de servir, haced
lo que
la suerte dispone,
pues
estos sucesos quieren
que a
mí ese cargo me toque.
TELLO: Dadme
la mano por quien
soy
dichoso.
DUQUE:
Gentilhombre
sois de
mi cámara, Tello.
TELLO: El
cielo esos años logre.
DUQUE: Esto es comenzar. Mercedes
esperad de mí mayores.
Vase el DUQUE
TELLO:
Prosigue lo que comienzas
y acaba
lo que dispones,
Fortuna, pues por tu gusto
dan
este giro tus orbes.
Vase TELLO. Salen
don ENRIQUE y TRISTÁN
TRISTÁN: Ni
ellas supieron quién eras,
ni tú
quién eran supiste;
sólo en
el difunto triste
no
fueron tus obras hueras.
¿Sabes qué me ha parecido?
Que en
este caso presente
lo
mismo que al maldiciente
poeta
te ha sucedido.
ENRIQUE: Di
cómo.
TRISTÁN:
Que porque huya
de la
sátira la pena,
por más
que le salga buena,
no
puede decir que es suya;
y
después que la memoria
y entendimiento
ha cansado,
se
queda con el pecado,
y no se
lleva la gloria.
Pues
el mismo lance echaste.
Pusiste
en riesgo la vida,
fuiste
de un hombre homicida,
y a nadie en ello obligaste.
ENRIQUE: Como
el coche se partió
de cas
de Belisa, fue
con
razón si me engañé.
Ella la
causa me dio;
pero, ¿qué bien por Belisa
pudo venirme?
TRISTÁN:
Esta vez
de que
fueras mal jüez
lo
sucedido me avisa;
pues
fuera sentencia aguda
que si
estaba tu querella
en duda
de si era ella,
a él lo matases en duda.
Mas
con incierta ocasión
hacerle
tan cierta injuria
más fue
enamorada furia
que
justa resolución.
ENRIQUE: En
lugar de consolar,
¿es
bueno, Tristán, reñir?
TRISTÁN: Siempre
ha sido el advertir
el
santelmo del errar.
Mas,
dime, ¿acaso has sabido
quién
era el muerto?
ENRIQUE: Yo infiero,
Tristán,
que era forastero,
de que
no era conocido.
TRISTÁN: Al
punto lo vi, señor.
ENRIQUE: Pues,
¿en qué?
TRISTÁN:
En que fue vencido
que a
ser en Madrid nacido,
supiera
reñir mejor.
ENRIQUE:
¡Pobre mozo! No pensé
matarle.
TRISTÁN:
Como a la herida
no
tomaste la medida,
vínole
muy grande.
ENRIQUE: A fe
que
estás de gracia.
TRISTÁN: Yo vi
que no
eran al pelear
tus
intentos de matar,
mas tus
estocadas sí.
¿Sabes lo del vizcaíno?
ENRIQUE: Dílo,
pues lo has comenzado.
TRISTÁN: Tomó un
arcabuz cargado
y
apuntóle a un su vecino.
Dijo
el otro, dando un grito,
"Mira que me matarás."
Y él
respondió, "Queda estás;
que yo
tirarás quedito."
ENRIQUE:
¡Bozal vizcaino!
TRISTÁN: Creo,
señor,
que no era bozal.
ENRIQUE: ¿Sino
qué?
TRISTÁN:
Que estaba mal
con su
vecino; que veo
muchos de esta condicion.
Mas
según lo que imagino,
nadie
tendrá mal vecino
si él
mismo no da ocasión.
Vivir bien engendra amor;
el
pecado se aborrece.
Pero,
¿qué es esto? Parece
que doy en predicador.
El
marqués viene.
Salen el MARQUÉS y SANCHO
MARQUÉS: Pariente...
ENRIQUE:
Señor...
MARQUÉS: ¿Qué
habéis cometido,
que os
tiene aquí retraído?
ENRIQUE: La
desdicha es delincuente,
y
conociendo la mía,
temo
sin estar culpado.
MARQUÉS: Decidme
el caso.
ENRIQUE: En el Prado
me
hallé, señor, aquel día,
habrá cuatro, que a un mozuelo
dieron
muerte desdichada.
Saqué
en la cuestión la espada,
y así
con razón recelo
-- como al punto,
apresurado
huyó el agresor de allí --
que alguno me culpe a mí,
malicioso o engañado;
que
las tinieblas obscuras
a confundir comenzaban
las cosas, y no dejaban
ya discernir las figuras.
Por esto en este convento
estoy,
Marqués, retirado;
por
esto os he suplicado
que me
veáis, con intento
de
encargaros que sepáis
por
medio de algún amigo
si indicio, fama o testigo
hay
contra mí.
MARQUÉS:
Libre estáis.
No
paséis más adelante.
ENRIQUE: Pues,
¿cómo sabéis, señor,
que lo
estoy?
MARQUÉS:
Al matador
prendieron al mismo instante,
y al
alguacil lo quitó
el
duque Alberto, por ser
gusto
de cierta mujer
que
causa a la muerte dio.
ENRIQUE:
Besaros quiero los pies
por la nueva que me dais.
MARQUÉS: Pues
según eso ignoráis
lo que
ha pasado después.
ENRIQUE: Y me
holgaré de sabello.
MARQUÉS: El caso
se publicó,
y a su
majestad le dio
el alguacil
cuenta de ello;
y el
rey le dijo, "A los dos
todos
os disculparan;
que el
duque anduvo galán,
y
anduvistes cuerdo vos."
ENRIQUE: Tal
sentencia, de tal seso.
MARQUÉS: Sólo
averiguar mandó
quién
fue la que le obligó
al
duque Alberto al exceso;
y
sabiéndose no dudo
sino
que lo pase mal.
ENRIQUE. Mujer
será principal
quien
al duque obligar pudo.
MARQUÉS:
¡Plega a Dios no venga a ser
la que
pienso!
ENRIQUE:
Pues, señor,
¿os
toca?
MARQUÉS:
Ya en mi temor
lo
podéis echar de ver.
Venid
conmigo; que es bien
que me
aconseje con vos,
pues
sois mi deudo.
TRISTÁN: Por Dios,
que
aunque nos está tan bien
la
nueva que le ha traído
a mi
amo vueseñoría,
me pesa
a mi, que vivía
con
gran gusto retraído.
MARQUÉS:
¿Gusto puede haber aquí
como
tener libertad?
TRISTÓN: Si va a
decir la verdad,
otro
hay mayor para mí.
MARQUÉS:
¿Cuál?
TRISTÁN:
Comer.
ENRIQUE: Necio, ¿comienza
tu
desvergüenza a afrentarme?
TRISTÁN:
Comienza, por no dejarme
acabar
de tu vergüenza.
Si a
un marqués deudo
y amigo
niegas tus necesidades,
¿qué
aguardas? ¿Te persüades
que
habrá milagro contigo?
Señor, ésta es la verdad.
Después
que está retraído
en la Vitoria ha vivido,
con la
mucha caridad
de
estos padres, en la gloria;
y sin
duda que por eso
pusieron el Buen Suceso
tan
cerca de la Vitoria.
Y
así es grande impertinencia
irnos
de aquí; que ha de ser
forzoso, para comer,
mendigar otra pendencia.
MARQUÉS:
Corrido, por Dios, estoy.
Don
Enrique, ni mostráis
que por
noble me estimáis,
ni que
vuestro deudo soy.
ENRIQUE: Ved,
señor, que ha gracejado
Tristán, que es un hablador.
TRISTÁN: No
tiene ya mi señor,
de
pobre, más de un crïado,
y ése sirve de bufón;
que es lo mismo que tener
un
vestido solo, y ser
con
bordado y guarnición.
MARQUÉS: Yo
sé muy bien lo que pasa
un
pretendiente en Madrid.
De aquí
adelante os servid
de mi
mesa y de mi casa.
ENRIQUE:
Señor...
MARQUÉS:
A tan justo intento
la
cortedad no replique.
Adereza
a don Enrique,
Sancho,
en mi casa aposento.
ENRIQUE: Vuestro
pecho en todo muestra
el
ánimo liberal.
A TRISTÁN
MARQUÉS: Pasa tú
la ropa.
TRISTÁN:
¿Cuál?
¿La del
huésped o la nuestra?
Porque si la nuestra, digo
lo que aquel
sabio decía.
MARQUÉS: ¿Y era?
TRISTÁN:
Que siempre traía
toda su
hacienda consigo.
Vanse. Salen
LEONOR, BELISA y TELLO
LEONOR:
Aquel día desdichado
que en
tu casa, amiga, estuve,
y gusto y ocasión tuve
de irme
a pasear al Prado,
fue
Tello el valiente autor
de la
hazaña que he contado.
BELISA: Con
razón ha granjeado
el del
duque y tu favor
LEONOR: Al duque debo y a Tello
de dos
gustos recompensa;
a Tello
el vengar mi ofensa
y al
duque el favorecello;
si
bien me lastima en parte
castigo
tan inhumano.
BELISA: Pesada tienes la mano.
¡Dios
me libre de enojarte!
TELLO: Sin
verla, influyó valor
en mí
la hermosa Leonora.
LEONOR: (¡Quién
te le influyera agora Aparte
para
merecer mi amor!
¡Oh, nunca justos efetos
del
ciego autor de crueldades!
¿Por qué igualas voluntades
en desiguales sujetos?)
TELLO:
¿Cómo te va de rigor
con don
Enrique, señora?
BELISA: Tello, no ablanda el que llora
a quien
no mueve el Amor.
LEONOR:
¿Quién es don Enrique, amiga?
BELISA: Un
honrado caballero
que me
quiere y no le quiero.
LEONOR: ¡Falso
Amor, que no se obliga
de una afición verdadera!
Lo
mismo que tú padezco.
A quien
me quiere aborrezco.
BELISA: Querrás
a quien no te quiera.
TELLO: Pues
el duque mi señor,
antes
que parta de aquí,
ha de recebir por mí
de tu
mano algún favor.
LEONOR:
Hasta aquí le he entretenido,
viéndole perder el seso,
por no
obligarle a un exceso,
dándole favor fingido.
Digo favor en dejarme
servir de él con tal
medida,
que ni
me muestre ofendida,
ni
quiera de él obligarme.
Y si
le tengo de hacer
por tan
honrado tercero
algún favor verdadero,
desengañarle ha de ser.
TELLO: No,
señora. Si su daño
no ha
de remediar así,
no
pierda el gusto por mí
en que
le tiene su engaño.
Sale CASTRO
CASTRO:
Hermosa doña Leonor,
la
justicia, sin dejar
que te
viniera a avisar,
la
escalera y corredor
ha
pasado, y llega ya
a esta
cuadra.
TELLO:
(¡Soy perdido! Aparte
¡Sin
defensa me han cogido!)
LEONOR: La
justicia, ¿qué querrá
en
mi casa?
Salen algunos ALGUACILES
ALGUACIL:
Perdonad
que sin
avisar entremos;
que para hacerlo traemos
orden,
de su majestad;
y si
no soy más cortés,
disculpa tiene el rigor;
que es
mal ministro de amor
quien
de justicia lo es.
TELLO: (Pagaré
yerros ajenos.) Aparte
ALGUACIL: Un
coche aguarda. Tomad
el
manto, y perdón me dad,
Leonora.
TELLO:
(Del mal, lo menos.) Aparte
LEONOR: ¡Yo
presa! ¿Qué he cometido?
Sacadme de confusión.
ALGUACIL: Yo
pienso que es la ocasión
de esto
el haberse sabido
que
la distes al suceso
de
aquella muerte del Prado,
y que
de vos obligado
quitó
el duque Alberto el preso.
Y
así mandan que a Alcalá
os
llevemos desterrada.
LEONOR: (¿Hay
mujer más desdichada? Aparte
¡Qué
descolorido está
Tello! Mas que quiere hacer
algún desatino es llano;
que es
demonio en cuerpo humano,
y me ha
de echar a perder.)
¡Repórtate, por mi vida,
Fernán
Tello!
Habla aparte con él
TELLO:
Pues, ¿qué hago?
LEONOR: No, no,
no me satisfago;
la
color tienes perdida.
Yo
te conozco. ¡Detente,
no me
suceda peor!
TELLO: (De
miedo estoy sin color, Aparte
y piensa
que de valiente.)
LEONOR:
Belisa, llégate aquí,
ayúdamele a tener.
TELLO: (¿Al
fin yo tengo de ser Aparte
valiente por fuerza? Sí,
vaya.) No tengas temor;
mas déjame hacer siquiera
que estos dos sin
escalera
bajen
desde el corredor.
LEONOR:
¡Mirad si le conocí
luego
en el rostro el intento!
TELLO: ¡Que
tengan atrevimiento
para
haberse entrado aquí!
¡Suelta!
LEONOR:
¡No te has de arriesgar,
por
vida del Duque!
TELLO: ¡Tente;
que ese
freno solamente
me
pudiera reparar!
LEONOR: ¡Ah!
¡Qué bien sobre el valor
asienta
la cortesía!
(No en
balde a mi pecho envía Aparte
tantas
centellas tu amor.)
A BELISA
Tú,
si a compasión te obliga
mi desdicha...
BELISA:
No habrá cosa
para mí
dificultosa
si tú
la quieres, amiga.
LEONOR:
Porque honor y autoridad
contigo, Belisa, lleve,
pues la
jornada es tan breve,
y tan
larga la amistad,
me
acompaña, porque así
tenga
consuelo mi pena.
BELISA: Leonor,
a entrambas condena
quien
te ha condenado a ti,
pues
un alma y una vida
es la
nuestra.
LEONOR:
Tuya soy.
Con eso
aliviada voy.
ALGUACIL: Vamos
pues, si sois servida.
LEONOR:
Tello, adiós.
TELLO: Voy al momento
a dar
al duque esta nueva,
si a
sus ojos no me lleva
sin
vida ya el sentimiento
de
ver que pases por mí,
señora, tales rigores.
LEONOR: Tello, tormentos mayores
pasaré alegre por ti.
Vanse todos. Salen
el DUQUE, MARCELO, FABIO y otro
criado
DUQUE: Este
cuidadoso fuego
dentro
del alma encendido,
inquietud de mi sentido,
turbación de mi sosiego,
en el
mismo corazón
firmemente alimentado,
tiene
el pensamiento atado
a la
rueda de Ixíón.
¡Tan
sin piedad me fatiga
un
desear importuno!
¡Hola!
FABIO: ¿Señor?
DUQUE: Cada uno
para
divertirme diga
en
qué ha gastado la tarde.
¡Que
tenga mi amada prenda
honor
que me la defienda,
y valor
que me la guarde!
¡Vive Dios!... Hablad, decid,
¿qué habéis hecho?
MARCELO: Yo, señor,
salí a
la calle Mayor,
Sierra
Morena en Madrid,
pues
allí roban a tantos
mil damas ricos despojos,
llevando armas en los ojos
y máscaras en los mantos.
Agradóme una tapada,
y al
punto desenvainó
palabras con que me dio
en la bolsa una estocada.
Hízome sangre, y vertida
gran
parte del corazón
-- que los dineros lo
son --
me dio
otra mayor herida;
pues
cuando yo pienso en vano
que el demás caudal me deja,
me
pidió para la vieja
que
llevaba de la mano.
Aquí, señor, perdí pie,
y dije,
"A vos, porque os quiero,
doy,
señora, mi dinero;
pero a la vieja, ¿por qué?"
Ella
dijo, "No hagáis cuenta
de lo
que acabáis de dar;
que
quien me ha de contentar
ha de
tenerla contenta."
Yo
dije, "De vos me aparto;
que
quiero mas, ¡vive Dios!,
no
cobrar lo que os di a vos,
que dar
a la vieja un cuarto."
DUQUE:
¿Donde estuvistes vosotros?
CRIADO: Yo en
el Prado, y sólo vi
andar
de aquí para allí
y
mirarse unos a otros.
DUQUE: ¿Tu,
Fabio?
FABIO:
Yo en la comedia.
DUQUE:
¿Pareció bien?
FABIO:
No, señor,
con ser
divino su autor;
porque
si no se remedia
esta
nueva introdución
de los
silbos, es forzoso
que
pierda el más ingenioso
a los
versos la afición.
DUQUE:
Comedias que no agradaron,
nunca
alcanzaron silencio,
porque
también a Terencio
muchas
en Roma silbaron.
Cuando la comedia es buena,
nadie
ofenderla podrá
que la
muchedumbre da
al
malicioso la pena;
porque al vulgo cortesano,
en sabio, recto y agudo,
abatir banderas pudo
el
auditorio romano.
Sale un PAJE
PAJE: Ya
el camarero acabó
tan prolija enfermedad.
DUQUE: Mucho mal y mucha edad
¿que diamante no rindió?
Téngale en el cielo Dios.
FABIO: El
gobierno que tenía,
con el
oficio, sería
mi
remedio.
MARCELO:
Y aun los dos
viviéramos descansados;
que
servido por teniente,
el
gobierno solamente
vale
más de mil ducados.
FABIO: Y
mil el ser camarero.
DUQUE: ¿Qué
dices, Fabio?
FABIO: Señor,
que si
algo puede el amor
tan
constante y verdadero
con
que tantos años ves
que he
vivido en tu servicio,
el
gobierno y el oficio
de camarero me des.
MARCELO: En antigüedad y amor,
en asistencia y trabajo,
yo pienso que me aventajo
a
cualquiera pretensor.
CRIADO: Pues yo, señor, sólo digo
que adviertas a quién prefieres,
pues de mis servicios eres
tú mismo el mejor
testigo.
DUQUE: Iguales méritos veo
y servicios en los tres,
y en mí para todos es
igual
también el deseo.
Tres sois, los oficios dos.
No quisiera, y es
forzoso,
dejar
al uno quejoso.
Alzad
dejadme por Dios,
que
no es justo darme
agora
más penas y confusiones
que me
dan las dilaciones
y
tibiezas de Leonora.
Pero, pues sabéis mi amor,
y decís
que los oficios
dé a
quien tenga mas servicios,
para mi
será el mayor
darme alguna nueva tal
que
acreciente mi esperanza,
y me
prometa mudanza
de su
desdén y mi mal.
Y al
gentilhombre primero
que a
mi pasión amorosa
haga con esto dichosa,
los
oficios darle quiero.
MARCELO: Y las albricias valdrán
dos mil ducados de renta.
A MARCELO
FABIO: De
modo, por esta cuenta,
que los
premios no se dan
hoy,
conforme fuera justo,
al que
más y más fïel
ha
servido, sino a aquel
que ha
servido más al gusto.
MARCELO:
Habiendo el señor pagado
el
salario y la ración,
sale de la obligación
que le
tiene a su crïado.
Lo
demás es equidad,
no
justicia, amigo Fabio,
y no es
el negar agravio
cuando
el dar es voluntad.
CRIADO: Lo que importa es el favor
de
Leonora prevenir;
que
merecer es servir
a
contento del señor.
Sale TELLO, triste
DUQUE:
Vengas, Tello, enhorabuena.
TELLO: Bien
venido no me des,
supuesto que no lo es
el que
viene a darte pena.
DUQUE: ¿Es
de Leonora? ¿Que ha habido?
Di; que
el cuidado me abrasa.
¿Vienes, Tello, de su casa?,
TELLO: Sí,
señor, y ha sucedido...
DUQUE:
¿Qué?
TELLO:
Ya ves en los indicios
que te
ha de pesar, señor.
MARCELO: (¿Mala
nueva y de Leonor? Aparte
No
empuñaréis los oficios.)
DUQUE:
Habla, acaba; que con eso
nuevo
tormento me das,
pues
paso de más a más
los
temores del suceso.
TELLO: Pues
la nueva desdichada
es
forzoso darte, ha sido
que en
este punto ha salido
para Alcalá desterrada
por
el exceso del Prado
tu
Leonora triste y bella
y
Belisa va con ella;
que su
amistad la ha obligado
a
que pretenda aliviar
así la pena que lleva.
DUQUE: ¿Y ésa,
Tello, es mala nueva?
Los
brazos te quiero dar.
Pónganme el coche al momento,
de
camino. A mi Leonora
sigamos, Tello; que agora
espero verme contento.
Éste
es el medio mejor
de
conseguir mi esperanza,
porque
con esta mudanza
pienso
verla en su rigor;
que
en el camino, en la venta,
en el campo, en la posada,
vivirá
menos guardada;
y
estando más descontenta,
estimará mi afición
por que
sus penas consuele;
que en
las desventuras suele
mudarse
la condición.
tendrá ocasión de servirla
y a
Belisa; que pues va
con
Leonora, ella podrá
en mi
favor persuadirla;
que
es la mejor tercería
la de
una amiga. No hubiera
suceso
en que más pudiera
fundar
la esperanza mía;
y
pues tú diste el primero
tan
feliz nueva a mi amor,
tú eres ya gobernador,
Fernán Tello, y camarero.
FABIO:
¡Bueno, por Dios!
TELLO: Esos pies
me da,
señor, a besar.
DUQUE: Alza,
Tello, a caminar.
A SUS
COMPAÑEROS
MARCELO: ¡Buenos quedamos los tres!
FABIO: Dio
Tello en la coyuntura.
CRIADO:
¡Paciencia!
TELLO:
(¡En lo que entendí
Aparte
dar
pena, contento di!
Todo,
en efeto, es ventura.)
Vanse
FIN DEL PRIMER ACTO