Personas
que hablan en ella:
CELIO, hermano de Julia
Don RODRIGO, viejo grave
SANCHO, gracioso
GUILLÉN, escudero
Don JUAN de Castro, galán
LEONARDO, galán
Don DIEGO de Luján, galán
GERARDO, galán
Doña ANA, dama
JULIA, dama
INÉS, criada de doña Ana
ACTO PRIMERO
Salen
don JUAN, LEONARDO y SANCHO
JUAN:
¡Hermosa vista!
LEONARDO: Un abril
goza en sus puertas Sevilla.
JUAN: Es
octava maravilla.
LEONARDO: Ya la
fama cuenta mil,
porque a las siete del mundo
no hay
quien la suya no aumente.
JUAN: Al
Escorial justamente
le dan
lugar sin segundo.
SANCHO: Yo
sé siete maravillas
nuevas,
que con más razón
dignas
de este nombre son.
JUAN: Quiero
oíllas.
SANCHO:
Yo decillas.
La
primera, si se mide
con las antiguas, por tres
puede valer.
LEONARDO:
¿Y cuál es?
SANCHO: Una
mujer que no pide.
JUAN: Si
es de Madrid la mujer.
SANCHO: Es
segunda maravilla
un
caballero en Sevilla
sin
ramo de mercader.
La
tercera es justamente
un
calvo alegre de sello,
y que
no arrastre el cabello
desde
el cogote a la frente.
La
cuarta, una doncellita
que no
casarse desea.
La
quinta, una mujer fea
que los
años no se quita.
Por
sexta quiero contar
un bien
contento soldado;
y por
séptima, un casado
que le pese de enviudar.
La
octava es un mercader
sin
achaques de logrero;
un
oficial de barbero
sin
guitarra en que tañer;
una
dama que se alegra
con
agua pura la faz;
un
marido mozo en paz
con
cuñados y con suegra;
sin
un San Pedro y San Pablo
la
iglesia de alguna aldea,
y un
tahur que no desea
tal vez
que le lleve el diablo.
JUAN:
Basta, que el número crece.
LEONARDO: Si
veras hemos de hablar,
una
quiero yo contar
que las
demás obscurece.
JUAN: Ya
mucho en sabella gano,
pues
vos así la alabáis.
LEONARDO: Pues
es, porque la sepáis,
el
desagüe mexicano.
SANCHO:
Hable cristiano, señor.
LEONARDO: México,
la celebrada
cabeza
del indio mundo,
que se
nombra Nueva España,
tiene
su asiento en un valle
toda de
montes cercada,
que a
tan insigne ciudad
sirven de altivas murallas.
Todas las fuentes y ríos
que de aquestos montes
manan,
mueren
en una laguna
que la
ciudad cerca y baña.
Creció
este pequeño mar
el año
que se contaba
mil y
seiscientos y cinco,
hasta
entrarse por las casas;
o fuese que el natural
desaguadero, que traga
las
corrientes que recibe
esta
laguna, se harta;
o fuese
que fueron tales
las
crecientes de las aguas,
que
para poder beberlas
no era
capaz su garganta.
En
aquel siglo dorado
--
dorado, pues gobernaba
el gran
marqués de Salinas,
de
Velasco heroica rama,
símbolo
de la prudencia,
puesto
que por tener tanta,
después de tres virreinatos
vino a presidir a España --
trató este nuevo Licurgo,
gran
padre de aquella patria,
de dar
paso a estas crecientes
que
rüina amenazaban;
y
después de mil consultas
de
gente docta y ancïana,
cosmógrafos y alarifes,
de mil
medidas y trazas,
resuelve el sabio virrey
que por
la parte más baja
se dé
en un monte una mina
de tres
leguas de distancia,
con que
por el centro de él
hasta
la otra parte vayan
las
aguas de la laguna
a dar a
un río arrogancia.
Todo es
uno el resolver
y
empezar la heroica hazaña.
Mil y
quinientos peones
continuamente trabajan.
En poco
más de tres años
concluyeron la jornada
de las
tres leguas de mina,
que la
laguna desagua.
Después, porque la corriente
humedeciendo cavaba
el
monte, que el acueducto
cegar al fin amenaza,
de
cantería inmortal
de
parte a parte se labra,
que da
eterna paz al reino
y a su
autor eterna fama.
JUAN: Tan
insigne maravilla
muy justamente
se alaba
por la
primera del mundo.
SANCHO: ¿Que la
bellaca del agua
quiso
alzarse con la tierra?
Pues el
vino, ¿dónde estaba?
LEONARDO:
Trazando cómo a su costa
se
efetuase esta hazaña;
que dos
reales impuestos
en cada
azumbre de él, daban
cada
año cien mil ducados,
que en
el desagüe se gastan.
SANCHO: Mienten todos los gallinas,
los bellacos y bellacas
que
osaren decir que el vino
debe
dar tributo al agua.
¿Hacer
al vino pechero
para
que a su costa se hagan
al
agua, de cantería
caminos
por donde salga?
¿A una
infame parricida
que
quiso anegar su patria?
¿Que no la pueden sufrir
los montes en sus entrañas?
¿Que anda, como la
culebra,
toda la
vida arrastrada?
¿Que
con el pecho por tierra
besa los pies a las parras?
¿Que, como el diablo, del
cielo
huyendo, a la tierra baja,
el
invierno tiritando
y el
verano abuchornada?
¿La que
es tan vil, que se vende
por dos
cuartos una carga,
en que
pluguiera a los cielos
que el
vino la remedara?
¿La que
ha quitado más vidas,
más haciendas...?
JUAN: Sancho, basta.
SANCHO: ¿Qué
males ha hecho el vino?
¿Quién
en Indias ni en España
ha
recibido mal de él,
que de
esa suerte le tratan?
JUAN: Sancho,
no tienes razón,
que
antes su nombre levantan
con
decir que hizo a su costa
desterrar a su contraria.
Un gran
príncipe, ¿no suele
hacerle
cortar la cara,
dar de palos,
desterrar
a su
costa a quien le enfada?
Pues en
esto, di, ¿quién pierde?
Quien
lleva la cuchillada
o los
palos o el destierro;
que
quien lo pagó, antes gana,
pues quedando vitorioso,
compra
el gusto y la venganza.
SANCHO: ¡Bien hayas tú, pues en ti
tan buen abogado halla
el
santísimo licor!
JUAN:
¿Piensas, bufón, que me agrada
que
digas de él, tanto bien?
SANCHO: Otros
tienen dos mil faltas,
y yo
tengo ésta no más.
JUAN: ¿Y el
amor?
SANCHO:
Si amor es tacha,
no hay
quien valga por testigo.
JUAN: Aquesto,
del juego, ¿es nada?
SANCHO: ¿Qué ha
de hacer un hombre honrado
mientras a su amo aguarda?
¿No es
peor ponerse en corro
con la
cuadrílla lacaya
a no
dejar honra en pie
de sus amos ni sus amas?
JUAN:. Por
asegurar la mía,
quiero
agora que te vayas;
que
hablar queremos a solas.
NCHO: ¿De mí no haces confïanza?
JUAN: Parecidome has lacayo
de comedia, pues extrañas
que yo
no te comunique
los
secretos de importancia.
Al
lacayo que más sabe
basta
escucharle sus gracias,
si
pueden serlo aprendidas
entre
el mandil y almohaza.
SANCHO:
Almoházame más quedo,
si
pudieres.
JUAN:
Vete, acaba.
SANCHO: Iránse;
que no son bestias,
puesto
que con bestias tratan.
Vase SANCHO
LEONARDO: Ya
estamos solos. Decid,
don
Juan amigo, la causa
de
habernos quedado así.
JUAN: ¡Ay,
amigo de mi alma!
¿Tenéis
amor?
LEONARDO:
¡Pese a tal!
¿De ahí
comienza la maraña?
Amor y mala ventura
en
todas partes se hallan;
mas yo
agora vivo libre,
de que
doy a Dios mil gracias.
Vos
sabéis que Julia un tiempo
en
prisión tuvo mí alma;
mas dio su inmortal desdén
muerte
a mi amor y esperanza.
JUAN: Con eso
puedo seguro
comunicaros mis ansias;
que de
vuestra libertad
nace el
fin de mi desgracia.
LEONARDO: ¿Cómo?
JUAN:
¿Atrevéisos por mí
a
partir una jornada?
LEONARDO: Ya mi
amistad ofendéis.
JUAN: Es
larga.
LEONARDO:
Aunque sea tan larga
que al
antípoda visite,
Libia
ardiente o Scitia helada.
JUAN: Es
hasta el Pirú.
LEONARDO: Es un paso;
pero,
porque alegre vaya,
¿voy con vos, don Juan?
JUAN: Sin mí.
LEONARDO: El no
veros me acobarda,
mas anímame el serviros.
Dadme los brazos.
JUAN: Y el alma.
LEONARDO: Quedaos
a Dios.
JUAN:
¿Dónde vais?
LEONARDO:
¿Mandáis que al Pirú me parta,
y preguntáis dónde voy?
A
embarcarme parto.
JUAN: Basta.
LEONARDO: El
amigo verdadero
asi
obedece.
JUAN:
No estaba
dudoso
de esta fineza;
pero, ¿sin saber la causa
y el
fin os vais a embarcar?
LEONARDO: El de
daros gusto basta.
¿Qué
tengo más que saber,
si me
mandáis que me vaya?
Que de
resistir da indicios
quien examina las causas.
Pensé
que era vuestro gusto
sólo
que yo me ausentara
y hasta
el Pirú no parase,
y a
ejecutarlo empezaba.
JUAN: Dios os
guarde. Mas misterio
tiene jornada tan larga;
que no
apartara de mí
un
amigo tan del alma,
si de
otro fïar pudiera
lo que
hoy mi pecho os encarga.
LEONARDO: Dadme
pues esa instrucción.
JUAN: Si me
dais paciencia...
LEONARDO: Vaya.
JUAN: Ya
sabéis que cortó el alfanje fiero
de la
parca la vida de mi tío.
Dejó
una hija, vida por quien muero.
Mi
padre, duro ya padrastro mío,
quedó
por curador de su sobrina,
si no
es el darlo a un ángel desvarío.
Trájola a nuestra casa; que imagina
guardarla más así. ¡Necio quien guarda
la
pólvora, y al fuego la avecina!
Como
al ser muy hermosa y muy gallarda
el
trato se llegó, de Amor el fuego
en
abrasar mi pecho poco tarda.
Vime
abrasado apenas, cuando luego,
por no
perder las mañas de tirano,
conmigo
usó las suyas el dios ciego;
que
por esto un filósofo, no en vano,
pintaba
al niño rey, de rosas llena
una, y
llena de espinas otra mano.
Que
mi enemigo padre -- ¡dura pena! --
que en
estos galeones parta a Lima
a
cobrar cierta herencia me condena.
0
entiende los amores de mi prima,
y por
emparentar con otra gente,
para mi
esposa el viejo no la estima,
o la
codicia vil, que más ardiente
reina
en la sangre de la edad más fría,
le ha
obligado a mandarme que me ausente.
Vime
con esto tal, que el alma mía...
Tal, que la vida... Tal...Sólo
quien sabe
de
amor, podrá saber cuál me vería.
Mas
pintan al Amor con alas de ave,
por la
velocidad del pensamiento
del que
ha vencido su furor süave.
Mil
engaños fabrico en un momento;
y al
fin uno resuelve que la fama
quite
al griego Sinón, y a mí el tormento.
Viviré con mi padre y con mi dama,
sin ser
del uno u otro conocido;
que se
atreve a emprender tanto quien ama.
Tengo en Madrid un primo, que ha venido
poco ha
de Flandes, tras de ausencia larga;
don
Diego de Luján es su apellido.
Pues a éste escribo de mi vida amarga
el
estado. Él, no deudo, sino amigo,
de mi
remedio hasta morir se encarga.
Vuélvole yo a escribir, y al fin le digo
el
engaño que trazo, con que entiendo
ejecutar esta intención que sigo.
Y
porque la sepáis, es que fingiendo
mi
primo y yo que somos parecidos,
esta
opinión con cartas extendiendo,
ordené que mi primo con fingidos
deseos
de ver esta semejanza,
de la
fama que echamos procedidos,
escribiese a mi padre que si alcanza
lugar,
a verme se vendrá a Sevilla,
antes
que yo de aquí haga mudanza;
que
a cuantos nos conocen, maravilla
que
diferencia no hay de mi sujeto
al
suyo, que hombre pueda distinguilla.
A
éste ayudó otro engaño bien discreto.
Por
suyo le envió un retrato mío
que a
don Diego envié para este efeto.
Yo
lo mismo a su padre, que es mi tío,
le
escribo; y en lugar de mi retrato
el de
don Diego con la carta envío.
Con
esto, yo en mi casa alegre trato
mi
jornada y dispongo mi partida;
que
importa en engañar este recato.
Mi
ropa está ya toda apercebida,
fletado
en galeón matalotaje,
yo os
juro tal, que a navegar convida.
Partiremos los dos a este viaje;
despediréme, en Cádiz embarcado,
de
Sancho, mis amigos y linaje;
entregaráse al viento el leño alado;
veránme
en él partir; con que del todo
nadie
podrá creer que me he quedado;
y
después, con un barco, tendré modo
que
salga al mar por mí; con el dinero
dos mil
dificultades acomodo.
Volveré aquí secreto, donde espero
dentro
de un mes mi primo, que con plaza
de
crïado será mi compañero,
y
con su nombre iré donde me abraza
mi
padre por don Diego, y mi querida,
sin saber que soy yo, mi cuello
enlaza.
Vos,
mi Leonardo, amparo de mi vida,
a Lima
iréis, tomando el nombre mío,
pues no
es vuestra persona conocida.
Llevaréis mis papeles. Ya me río
de veros hecho yo; mas vos,
hermano,
yo sois por la amistad,
no es desvarío.
Cobraréis esta herencia; y porque vano
no nos
salga el intento, daros oso
en
blanco muchas firmas de mi mano
para
que así a mi padre sospechoso
vuestras cartas le quiten la sospecha
que
darle yo de mí será forzoso.
Yo
en tanto, sí el dios ciego no desecha
un corazón
en quien intentos tales
pudo
engendrar su venenosa flecha,
conquistaré la causa de mis males.
LEONARDO: ¿De
manera que has fingido
para
quedarte, don Juan,
que a
don Diego de Luján,
tu
primo, eres parecido,
y
don Diego le envió
a tu
padre tu retrato
por
suyo?
JUAN:
Y el mismo trato
usé con
su padre yo,
que
le he envïado por mío
el
retrato de don Diego,
su hijo
y mi primo.
LEONARDO: ¿Luego
no te
conoce tu tío?
JUAN:
Nunca mi tío me vio,
ni mi
padre vio a mi primo.
LEONARDO: Vuestro
raro ingenio estimo
por el
mejor que nació.
Mas
décidme, ¿con qué intento
a
vuestra prima engañáis,
y no le
comunicáis
este
sutil pensamiento?
JUAN: Aunque con firmeza extraña
me
muestra mi prima amor,
tengo
indicios y temor
de que
me miente y engaña;
y
así, quiero, convertido
en don
Diego, pretendella,
y ver si el amor en ella
es
verdadero o fingido.
LEONARDO: Para
eso, ¿no era mejor
echarle
otro pretendiente?
JUAN: No es
ese medio prudente;
que
puede cobrarle amor,
y el
probarla de ese modo
es
perderla; mas así
si me
trueca a mí por mí,
en casa
se queda todo.
Que
si da, habiendo creído
que soy
don Diego, en quererme,
sabré que
puede ofenderme
sin
saber que me ha ofendido.
LEONARDO: Pues
decidme ¿para qué
queréis
a don Diego al lado?
JUAN: Para
que más engañado
mi
padre y el suyo esté;
que
así el enredo que he hecho
tendrá
más fuerza, y en él
tendré
un amigo fïel
con
quien descanse mi pecho.
LEONARDO:
Decís muy bien.
JUAN: Cien doblones
en
letra le remití
para el
gasto.
LEONARDO:
Siempre así
lográis
vuestras intenciones.
JUAN: Si
soy rico, ¿he de perder
por
escaso mi remedio?
Es un
poderoso medio
ser liberal, de vencer.
LEONARDO:
Vitoria tan merecida
no es
dudosa.
JUAN:
Yo la espero
con
vuestra ayuda.
LEONARDO: Yo quiero
apercebir mi partida.
JUAN: Dos
mil escudos os doy
para la
costa.
LEONARDO:
No es eso
tratarme bien.
JUAN:
Yo os confieso
que
atrevido y corto soy;
mas
para Lima me da
mi
padre crédito abierto.
Ése
llevaréis, que es cierto,
con que
estéis a gusto allá
lo
que dure la cobranza.
LEONARDO: Voy
corrido y obligado.
JUAN: La vida
es poco haber dado
a quien
la da a mi esperanza.
Vase LEONARDO
JUAN:
Aumento de la próspera fortuna
y
alivio en la infeliz, maestra llave
que con
un natural secreto sabe
dos voluntades encerrar en una;
del humano gobierno la
coluna,
ancla
segura de la incierta nave
de la
vida mortal, fuero süave
que en
paz mantiene cuanto ve la luna,
es
la santa amistad, virtud divina
que no
dilata el premio de tenella,
pues
ella misma es de sí misma el fruto.
A
quien naturaleza tanto inclina,
que al
hombre que vivir sabe sin ella,
sabe
avisar el animal más bruto.
Sale SANCHO
SANCHO:
¿Acabó el secreto ya?
JUAN: ¿Quién
os mete en eso a vos?
SANCHO:
(Extraño está, vive Dios,
Aparte
después
que al Pirú se va.
Después que se parte a Lima
está de
tal condición,
que ni
le hallo sazón
con
azúcar ni con lima.)
¿De
Sancho no fía ya?
JUAN: Sancho
amigo, no convino.
SANCHO: ¿Sancho
amigo y no con-vino?
Pues sin vino, ¿qué será?
JUAN:
¿Vuelves a dar en tu tema?
SANCHO: Y tú en
la tuya darás,
pues
que con tu prima estás
JUAN: Con el
fuego que me quema.
Mas
leyendo viene, ¡cielos!
¿Si es billete?
Sale doña ANA, leyendo una carta, sin ver a
don JUAN
y SANCHO
SANCHO: (Ap. Rayos
echa. Aparte
La
centella de sospecha
dio en
el polvorín de celos.)
Don JUAN habla aparte a SANCHO
JUAN:
Matalla o matarme es poco.
SANCHO: Ya
escampa. Dime, señor,
¿cuál
te parece peor
emborracharse, o ser loco?
JUAN: ¡El
diablo, picaro!...
Dale
SANCHO: ¡Ay, Dios,
que me
ha derribado un diente!
Don JUAN quita el papel a doña ANA
JUAN:
¡Suelta, falsa!
ANA: ¡Primo, tente!
¿Siempre hemos de andar los dos,
sin
ocasión, en cuestiones?
No
obligas con ese trato.
SANCHO:
(Enamora como gato
Aparte
a
gritos y mordiscones.
Yo
le conocí más tierno;
mas
después que al Pirú va,
tan desesperado
está,
que
pienso que va al infierno.
Lee don JUAN la carta
ANA: De
tu primo el de la corte
es una
carta.
JUAN:
Yo estimo
que te
conozca mi primo,
y que escribirte le importe.
ANA:
Necio, mira el sobreescrito.
¿Dice a
tu padre?
JUAN: Sí dice.
ANA:
¡Gracias a Dios, que no hice
en
leerla algún delito!
Don
Juan, para sospechar,
cualquier indicio disculpa;
pero
sábete que es culpa
reñir
sin averiguar.
JUAN: ¿Qué
tienes tú que leer
lo que
el otro escribe aquí?
ANA: Sobre
un bufete la vi;
está abierta, y soy mujer.
¿También me riñes por
eso?
JUAN: Su
estilo, ¿te ha enamorado?
ANA: Por
cierto que estás pesado,
don
Juan, o falto de seso.
JUAN: Que
ha de vacar, te parece,
mi
plaza en tu amor partiendo,
y
papeles andas viendo
para
ver quién la merece.
ANA: ¿Y
bastaráme a obligar
ver una
carta?
JUAN:
Doña Ana,
con
ocasión más liviana
suele
una mujer amar.
SANCHO: A
ese propósito quiero,
por si
puedo apaciguaros,
de mi
mocedad contaros
un
suceso verdadero.
Yo, mis señores, tenía
un Juan
Lobo por amigo.
Llevélo
una vez conmigo
a ver
cierta moza mía.
El
tomó aparte lugar,
mientras yo hablaba a mi amor
lo que el
discreto lector
podrá
allá considerar.
Mi
moza al Lobo le echaba
los
ojos de cuando en cuando,
la
paciencia ponderando
con que
aguardándome estaba.
Y al
fin de él se enamoró;
y la
causa fue, en efeto,
sólo
que él se estaba quieto
mientras no lo estaba yo.
JUAN:
Sancho, por un leve indicio
condenan al desdichado.
ANA: Siempre,
don Juan, te has quejado
en tu
fortuna, de vicio.
Confiésote que leí
la
carta con gusto, primo,
y aun
más, que a su dueño estimo
porque
se parece a ti;
que dice que es tan extraña
la
semejanza que Dios
quiso
poner en los dos,
que a
tus amigos engaña,
y le
hablan todos por ti.
JUAN: (Mi
intención va obrando ya.) Aparte
Es mi primo. No será
mucho
parecerme así.
SANCHO: Ser
dos hombres parecidos
no es
suceso más extraño
que
salir de un mismo paño
semejantes dos vestidos.
JUAN: Pero
si alguno mirara
a don
Diego en mi presencia,
no dudo
que diferencia
grande
entre los dos hallara.
Y ya
que el cielo de ti
ha
ordenado que me aparte,
huelgo,
mi bien, de dejarte
este
retrato de mí.
Él
me escribe que vendrá
a verme
cuan presto pueda.
Ya la
armada nos lo veda,
que
para salir está.
A mi
padre le he pedido,
si algo
en él mi ruego vale,
que lo
aposente y regale
por
serme tan parecido.
Lo
mismo contigo intento,
que si
en memoria de mí
le
regalas, irá en ti
siempre
mi amor en aumento.
Esto
se entiende con tal
que
lleves tiento y recato.
No
venga a echar el retrato
de casa
al original.
Porque de don Diego el fuego
nunca
en ti halle lugar,
siempre a don Juan has de hablar,
aunque te hable don
Diego.
Y
así, mientras no te veo,
engañarán tus enojos
con el
retrato los ojos,
con la
esperanza el deseo.
ANA: ¡Ay,
Dios! ¿Quién tendrá paciencia,
mi don
Juan, para escuchar
sin deshacerse en llorar,
estos preceptos de ausencia?
JUAN:
¿Lloras?
ANA:
Pregunta si vivo
cuando
te ausentas.
JUAN: Confieso
que no
esperé tal exceso
de tu
corazón esquivo.
No
llores, si no procura
tu llanto, señora, así
que
alegre parta de tí,
pues
pruebo así mi ventura.
Cesen de llorar las perlas
en ese
campo de rosa.
Advierte que, de invidiosa
la aurora
para cogerlas,
más
presto amanecerá
y dará
priesa a los días,
con que
de mis alegrías
el fin
se anticipará.
No
todo ahora lo llores;
deja qué llorar después.
No adelanten, pues me ves,
el tormento los temores
Reserva para la ausencia
algo de
tanto dolor,
porque
suele un gran sudor
ser el
fin de la dolencia.
ANA:
¡Plega a Dios, dueño querido,
si en
tu ausencia tengo vida,
que
viva yo aborrecida
de un
adorado marido!
¡Plega a Dios!...
SANCHO: Basta de plegas,
que
viene, señor, el viejo.
JUAN: Al
tiempo la prueba dejo
de esas finezas que alegas.
Vanse
doña ANA y don JUAN
SANCHO:
¡Plega a Dios!...¡Ah, enamorados!
Cuando
empiezan a plegar,
plegarias pueden prestar
al día
de los finados.
Sale
INÉS
INÉS: ¿Qué es de don Juan?
SANCHO: ¡Buena es
ésa!
Inés,
más cuerdo me pinta.
¿Para qué
buscas la pinta,
si se
va todo en la presa?
INÉS:
¿Quién es la pinta?
SANCHO: Don Juan.
INÉS: ¿Y la
presa?
SANCHO:
Yo lo soy,
pues
siempre delante voy.
Mas
dime. ¿En qué estado están
las
penas de que me ausento?
INÉS: ¿Te
ausentas?
SANCHO:
¡Bueno, a fe mía!
¿Olvidado se te había?
Señal
de gran sentimiento.
INÉS: ¿Al
fin te vas al Pirú?
SANCHO: (Aquí
es Troya.) Aparte
Cierto es ya.
INÉS: ¿Qué me
has de enviar de allá?
SANCHO:
Enviaréte a Bercebú.
¡Ved
con qué llanto recibe
las
nuevas tristes de ausencia!
¡Notad
cómo de paciencia,
para
sufrir se apercibe!
Tal
es ya la tiranía
de
aqueste género infame,
que el
eco de vengo es "dame,"
y el
eco de voyme "envía."
¿No
hay al vengo un bien venido?
¿No hay
al voyme un vuelve presto?
Pinten
a amor, según esto,
salteador descomedido.
¿Apenas vi la mujer,
cuando
se lo he de pagar?
0 no
tengo de jugar,
o en
viéndola he de perder.
¿Cómo en viéndola? Y aun antes.
Allegáos a una tapada,
y antes
de mostraros nada,
pedirá
cintas y guantes.
"¿Qué me has de enviar?" ¡Qué bien!
El amor
más firme cae.
¡Aun no
me dijera trae,
que es
un disfrazado ven!
"Envía" es "quédate allá."
¡Mal
haya el necio que fía
en ellas, quien les envía,
quien les trae, y quien les da!
¡Oh, terribles
agravios,
atar la
bolsa y desatar los labios!
Vase SANCHO
lNÉS:
Aguarda, Sancho, detente,
atiende
a mi triste llanto.
Ya
lloro, ya no te pido,
si con
pedir te he enojado.
Como a
las Indias te partes,
quise
pasar este trago
con
tratar de las riquezas
que
esperaba de tus manos.
"¡Oh, terribles agravios!"
Mas, ¡oh, mayor simpleza!
¡Atas la bolsa y pídesme
firmeza.
Vase INÉS. Salen
LEONARDO y GUILLÉN
GUILLÉN:
Leonardo, aguardad aquí;
avisaré
a mí señora.
Vase GUILLÉN
LEONARDO: ¿Que
Julia me llame agora?
Yo
vengo fuera de mí.
Cuando no la vi en mil días
huyendo
su resistencia,
y están
con la larga ausencia
las cenizas de amor frías,
¿de llamarme se ha
acordado?
Cuando
estoy tan de partida,
¿quiere
por la despedida
resucitar mi cuidado?
Mas no es de amor el llamarme
que tan dichoso no soy.
Sabrá que a las Indias voy,
y algo querrá
encomendarme.
Mas
ella viene, el rüido
de sus pasos me ha turbado,
la
sangre toda se ha helado,
y el
corazón encendido.
¡Cuan tarde la fuerza pasa
de amor
que fue verdadero,
pues
con el soplo primero
se descubre tanta brasa!
Sale JULIA
JULIA:
Señor Leonardo, ¿era ya
tiempo
de vernos los dos?
LEONARDO: Eso
preguntadlo a vos.
JULIA: Por mí
respondido está,
pues a llamar os envío.
LEONARDO: Y por mí también pues muestro,
viniendo al mandado
vuestro,
que eso
está en vuestro albedrío.
JULIA:
Dicen que a las Indias vais.
LEONARDO: Si no
me mandáis quedar.
JULIA: Si
mandarlo ha de bastar,
yo os
mando que no os partáis.
El
estilo perdonad;
que lo
hice por cogeros
la
palabra.
LEONARDO:
A no entenderos,
nueva
especie de crueldad,
con mascara de favor,
queréis en mí ejecutar.
JULIA: ¿Cómo?
LEONARDO:
Mandarme quedar
después
de tanto rigor,
es sólo -- hablemos verdades,
pues para partir estoy --
porque os falta, sí me
voy,
materia a vuestras crueldades.
Mas no, Julia. Ya arrojé
del
cuello una vez el yugo,
ya
libre la ropa enjugo
que del
mar de Amor saqué.
Ya
no más comprar enojos
a costa
de merecer;
no más
la vida exponer
a
vuestros leves antojos.
Hüistes cuando os seguía;
cuando
huyo me seguís.
Esto que agora sentís,
sentí
yo, Julia, algún día.
Mas hoy, por mayor vitoria,
quiero hurtar con esta
ausencia
el
cuerpo a vuestra inclemencia
y el
alma a vuestra memoria.
JULIA: ¡A
fe que reñís con brío!
Ya os imagináis vengado.
¡Necio vos, que habéis echado
toda la fuerza en vacío!
¿Quién os dijo que el pediros,
Leonardo, que no os partáis,
es
porque pena me dais,
porque
os amo, con partiros?
Mi
prima doña Leonor,
que ha
dado en guereros bien,
me
pidió, por ser yo a quien
vos
tuvístes tanto amor
-- si fue verdad el tenerlo --
que os
pidiese que os quedéis;
que por mí, merced me haréis
mucho mayor en no hacerlo.
LEONARDO:
Basta ya, que es desvarío
anticipar el desdén;
y no
amándoos yo, también
dais
ese golpe en vacio.
Ni
penséis que haber errado
el tiro
me da pesar,
que doy
por bien el errar
a
trueco de haber tirado.
Pues
os mostré mí intención
vengado
de vos me siento,
que os
ha ofendido el intento,
cuando
no la ejecución.
¡Y
ojalá que modo hallara
para
poderme quedar!
Que
sólo a daros pesar,
vive
Dios que me quedara.
JULIA: Por
lo menos aprobáis
mi
rigor; que mal hiciera
si a un
villano amor tuviera;
que lo
sois, pues os vengáis.
LEONARDO: No
atribuyáis a venganza
no
haberos obedecido,
que
sabe Dios que ha nacido
sólo de
desconfïanza.
Pensé que el verme hüir
despertaba vuestro amor
y temí
vuestro rigor
en
volviéndoos a seguir;
que
si no, ¿qué mayor gloria,
qué más Indias puedo hallar,
tras tanto amor, que
alcanzar
de
vuestro desdén vitoria?
Que
no tan fácil afloja
al arco
la cuerda Amor.
JULIA: Ya me
parece, señor,
que
vais volviendo la hoja.
LEONARDO:
Negar lo que os he querido
es negar olas al mar.
JULIA:
Leonardo, ¿qué más negar
que
negarme lo que os pido?
LEONARDO: No
fue negar, fue temer
vuestro
inhumano rigor.
JULIA: ¿No hay
mudanzas en amor,
Leonardo? ¿No soy mujer?
LEONARDO: A esperar mudanzas yo,
¿qué no
hiciera, Julia mía?
JULIA: Pues
haz lo que digo, y fía
que ya
el desdén se acabó.
LEONARDO: ¿Qué
dices?
JULIA:
Lo que has oído.
La palabra
te cogí.
Ésta me
coge tú a mí.
LEONARDO: ¡Ah,
crüel! ¿Qué te ha movido
a
fingir esta mudanza?
JULIA: Si no
te he dicho verdad,
no
halle mi amor piedad
ni mi
deseo esperanza.
LEONARDO:
Cuando fue razón, señora,
nunca
te pude ablandar;
y sin
ella, ¿he de pensar
que te has ablandado agora?
JULIA: ¡Ah,
Leonardo! Poco entiendes
de
condición de mujer.
¿No es
harta razón saber
que
ausentárteme pretendes?
Cuando preso te tenia,
dormía
el alcaide Amor;
mas fue
su despertador
el
saber que el preso huía.
No sé qué mudanza en mí
hizo
esta nueva en un punto,
que con
ella todo junto
arderme
y helarme vi.
Como
ceniza escondió
mi
fuego la confïanza,
y fue un soplo tu mudanza
que la
brasa descubrió.
No
me castigues agora
porque
mi amor te he negado,
que yo
también he ignorado
lo que
mi pecho te adora.
Tu
misma ausencia me muestra
que me
es tu presencia grata.
¡Triste
yo, que a quien me mata,
vengo a
tener por maestra!
No
malogres tu esperanza
por
castigar mi rigor;
que si muere el vengador,
es
locura la venganza.
¿Callas? ¿Qué puedo esperar?
En gran
peligro estoy puesta,
porque
dudar la respuesta
es
especie de negar.
Habla ya. ¿Qué te suspendes?
LEONARDO: ¡Ay, mi
Julia!
JULIA:
¿Qué te aflige?
Si no
crees lo que dije,
con las
obras...
LEONARDO:
No me entiendes.
JULIA:
Habla, pues.
LEONARDO: Amor crüel
siempre
da el placer penado
A don Juan de Castro he dado
la palabra de ir con él
al
Pirú, y la he de cumplir,
aunque
me cueste la vida,
que ya
la juzgo perdida,
pues de
ti me he de partir.
JULIA:
Soltará don Juan, si puedo,
la
palabra a ruego mío.
LEONARDO: No
intentes tal desvarío
que
pensará que es enredo
y que he mudado intención.
Sale don JUAN
JUAN: Como ya
os queréis partir,
habréis
venido a pedir
a Julia
su bendición.
JULIA: Y
vos que me le lleváis,
por mi
maldición vendréis.
JUAN: Con
Leonardo os quedaréis,
Julia,
si de ello gustáis.
JULIA: Sí
gusto.
JUAN:
Aquesa ley sigo.
LEONARDO: Julia,
advierte que me ofendo.
Don
Juan, mirad que no entiendo
que me
tenéis por amigo.
JUAN:
Muere mi comodidad
donde
la vuestra comienza.
LEONARDO: No
quiera Dios que en mí venza
el amor
a la amistad.
JUAN: Si
la amistad os incita
a
atropellar vuestro bien,
a mí la
misma también
hace
que no lo permita;
y
estando en esta igualdad,
vuestro
amor ha de vencer.
LEONARDO: Lo que
he dicho pienso hacer.
Yo sé
la necesidad
que
de mí, don Juan, tenéis.
JUAN: Podré,
Leonardo, buscar
quien
vaya en vuestro lugar.
LEONARDO: Es
tarde, no lo hallaréis.
JULIA: Ya,
Pues don Juan te la suelta,
no
alegues obligación,
ni
niegues que tu intención
está a
vengarse resuelta.
Véngate. Véte, enemigo;
que
yo...
LEONARDO:
Oye, Julia, querida,
si no dejo en ti la vida,
trágueme el mar por castigo.
Si
no...
JULIA:
Juramentos deja;
las
obras, Leonardo, creo.
LEONARDO:
Satisfacerte deseo.
JUAN: Julia
con razón se queja.
LEONARDO: Vos
me apretáis sin razón
a no
acudir a lo justo...
JUAN: Lo
justo es de Julia el gusto.
LEONARDO: Lo
justo es mi obligación.
JULIA: Don
Juan la suelta.
LEONARDO: Es así;
mas en
este lance estrecho,
lo que
él por cortés ha hecho,
no me
desobliga a mí.
JULIA:
¡Falso!
Sale GUILLÉN
GUILLÉN:
Señora, tu hermano.
JULIA: Don
Juan, para vos apelo.
JUAN: No os
pudiera dar el cielo
jüez
más de vuestra mano.
Salen CELIO y GERARDO
CELIO:
¡Señores! ¿En esta casa?
JUAN: A
despedirnos de vos
hemos
venido los dos.
JULIA: Don
Juan, que a las Indias pasa,
viene a despedirse, y da
muestra
de su noble pecho.
CELIO: Pues,
¿y Leonardo?
JULIA: Sospecho
que
hasta Cádiz con él va.
LEONARDO: Y
desde Cádiz a Lima.
JULIA: (¡Ah,
falso!) Aparte
CELIO:
El viaje sea
con la
dicha que os desea
el que
como yo os estima.
JUAN: Para
serviros. De vos
me
alcance nueva dichosa,
Julia,
de que sois esposa
de
quien os merezca.
JULIA: Adiós.
LEONARDO:
Adiós, Celio.
CELIO: Adiós, Leonardo.
LEONARDO: Julia,
quiera Dios que os vea
como mi
pecho desea.
JULIA: Dios os
guarde.
GERARDO:
(En celos ardo.) Aparte
JULIA:
(¡Quitadme la vida, cielos!)
Aparte
Hablan aparte GERARDO y JULIA
GERARDO: Óyeme,
Julia traidora.
JULIA: (Esto
me faltaba agora.) Aparte
¡Suelta!
GERARDO:
¡Escucha!
JULIA: ¡Oh, rabia!
Vase JULIA
GERARDO: ¡Oh, celos!
Vanse CELIA, GERARDO y GUILLÉN
JUAN:
Solos estamos. Ya puede
declararse vuestro intento.
LEONARDO: Quien
ama porque me ausento,
no
amará cuando me quede.
JUAN:
¿Estimáisla?
LEONARDO:
El alma mía
vuelve a adorar su belleza.
JUAN: Quedaos
a gozarla.
LEONARDO: ¿Empieza
otra
vez vuestra porfía?
Yo
he de partir, vive Dios,
que
quiero probar así
su firmeza
para mí
y mi
amistad para vos.
FIN DEL PRIMER ACTO
ACTO SEGUNDO
Salen don RODRIGO, doña ANA e INÉS.
SANCHO, de camino
SANCHO: Mi
señor y yo y Leonardo,
que
partimos de aquí el lunes,
a Cádiz
llegamos jueves
cuando
el sol sus rayos cubre.
Hospedónos don Fernando,
ramo de
tu sangre ilustre,
que en
regalos y larguezas
con sus
esperanzas cumple.
Sábado,
cuando del alba
las negras reliquias huyen,
y en el oriente se bordan
de rubí y oro las cumbres,
da fuego la capitana
a una
pieza, cuya lumbre
sale
entre el humo y centellas
como
entre rayos y nubes.
¡Leva!
Respondieron todos;
todos a
embarcarse acuden;
y la
arenosa ribera
de
gente al punto se cubre.
Allí
acudimos también,
cada cual saltando sube
en los
caballos marinos
que el
mar con remos discurren.
Llegamos al galeón;
los
ojos y oídos puse
en
faenas y zalomas
que a los bisoños confunden.
Hablando con mi señor
hasta
las diez me detuve,
encargándome las cosas
que de
su edad se presumen;
cuando
otra pieza de leva
me
obliga a que desocupe,
despedido de mi dueño,
la
nave, y la tierra busque;
que la
capitana, apenas
con el
trueno el rayo escupe,
cuando
al viento dan las velas
la
ligera pesadumbre.
Sobre
su popa el heroico
general
don Lope, lustre
de
Diez, Aux y Armendárez,
la cruz
y el pecho descubre;
aquel a quien juzgan todos
por sus hechos y costumbres
digno que en cargos más
graves
nuestro
santo rey le ocupe,
pues tantas veces del mar
sujetó las inquietudes,
y ha hecho que flotas
llenas
de
plata a España tribute.
Parte
pues la capitana,
haciendo al sol que se turbe
con el
humo de las piezas,
los
mosquetes y arcabuces.
Tras
ella, la de tu hijo
al
costado restituye
las anclas, y dando velas,
rompe
los vidrios azules.
Arrimado al bordo de ella
mi
señor, mirando estuve
apartarse poco a poco
de los
puertos andaluces.
Las lágrimas me impedían;
pero mi
lealtad no sufre
que le
deje de mirar.
Seguíle
con lo que pude,
hasta
que con la distancia
las
especies se confunden,
y cada
nave parece
breve
reliquia de nube.
Volvíme
con esto a casa
y mi
partida dispuse,
y el
mismo día salí
de
Cádiz entre dos luces.
Llegué
a dormir a Sanlúcar,
donde por mi daño supe
que el
lunes corrían toros
por
cierto gusto del duque.
Quedéme a verlos allí.
Llegan los toros el lunes;
yo, haciendo del
forastero,
por toda la plaza anduve.
Aojóme
alguna diabla,
pues
cuando a esperar me puse
al
primer toro, arremete,
y antes
que el cuerpo le hurte,
por
esta nalga me coge,
y tal
golpe me sacude,
que con
el cuerno me hiere,
con el
topetón me aturde.
Halléme
detrás, volviendo
del
éxtasis en que estuve,
con un
agujero más
contra
natural costumbre,
desatacado y sin blanca,
que los
que al remedio acuden,
primero
las faltriqueras
que las heridas descubren.
Tres semanas he gastado
en que la herida me curen
y así tan tarde, señor,
las nuevas y cartas truje.
Toma las cartas don RODRIGO, y doña ANA llora
RODRIGO: Dios
lo lleve en salvamento.
SANCHO habla aparte con doña ANA
SANCHO: Por más
que llore tu amor,
ha
llorado mi señor
por
cada lágrima ciento.
ANA: ¿Qué
te dijo?
SANCHO: Ya verás...
Quien
va tan enamorado...
De ti
me encargó el cuidado
siete mil veces y más.
Al
subir, al apear,
en el
camino, en la venta,
al
comer, al hacer cuenta,
en el río y en el mar,
a la noche, a la
mañana,
al
caer, al tropezón
el amén
de la oración
era,
"¡Mira por doña Ana!
Por
eso te hago quedar,
Sancho,
en España", me dijo.
Y a la
verdad no me aflijo;
que no
estoy bien con el mar.
Llora doña ANA, y SANCHO se dirige a INÉS
Mientras lee don Rodrigo
y
mientras llora doña Ana,
hablemos los dos, tirana.
Di, ¿en
qué estado estoy contigo?
¿Has
dado a alguno la fe,
que en
diche se me adelante,
pues en
dos años de amante
sólo
pellizcos llevé?
Habla. No estés descortés,
ya que
esquiva.
INÉS: ¿No decías
que a las Indias te partías?
SANCHO: ¿Pues
que más Indias que Inés?
Por
mostrarte el disparate
que era
a las Indias partir,
a un
poeta he de pedir
que tu
belleza retrate.
Será
el cabello el metal rubio,
y el
blanco la frente,
una
perla cada diente,
y cada
labio un coral.
Pues, según esto, si ves
a pie
quedo en tu belleza
cifrada
tanta belleza,
di,
¿que más Indias que Inés?
Salen
don JUAN, mudado de vestido, y don DIEGO, de camino
JUAN: Dame, señor, esos pies.
RODRIGO: ¿Es don Juan?
ANA:
¿Es mi don Juan,
o don
Diego de Luján,
que su
semejanza es?
JUAN: Don
Juan soy.
SANCHO:
¡Cielo sagrado!
¿Don
Juan? ¿Como puede ser?
Yo
mismo lo vi perder
de vista en el mar salado.
JUAN: Y
arribar, ¿es maravilla?
RODRIGO: Si eso
hubiera sucedido,
la
nueva hubiera venido
antes
que vos a Sevilla.
JUAN: Tan
destrozado y tan roto
el galeón, arribamos
a
Lisboa, que escapamos
por ser
Dios nuestro piloto;
y
como imposible vi
volverme a embarcar, tomé
postas
al punto, y llegué
antes
que la nueva aquí.
RODRIGO:
Abrázame. ¡Gloria a Dios,
que del
riesgo te ha librado!
ANA: Con
bien vengáis, primo amado.
JUAN: ¡Prima
mía!
ANA:
¿Que sois vos?
SANCHO habla aparte a INÉS
SANCHO: En
la cara y habla él es;
mas
helo desconocido
en
cuanto tiene vestido,
y en la
barba y todo, Inés;
que
don Juan no es tan barbado.
Si es
don Diego de Luján
y se
nos finge don Juan,
presto
le verás pescado.
A don JUAN
Da
los brazos, bien venido,
a
Fileno.
JUAN:
¡Mi Fileno!...
SANCHO: ¿Yo soy
Fileno? ¡Oh, qué bueno!
¡Vive Dios, que lo he cogido!
Soy
Armindo.
JUAN:
Quise yo
hacerme
erradizo, Armindo,
para
picarte.
SANCHO:
¡Oh, qué lindo!
¿Armindo? Otra vez cayó.
¡Voto a mí, que no es don Juan!
DIEGO:
Descubrióse la invención.
JUAN:
Perdonad este picón
a don
Diego de Luján.
RODRIGO: ¿Qué
decís?
JUAN:
Tuve deseo
de ver si tan parecido
como lo
han encarecido
soy a don Juan, y ya veo,
pues a su padre he
engañado,
que del
todo le parezco.
RODRIGO: Pues
muy poco os agradezco
el picón, que fue pesado.
Mas
aun dudo todavía
si sois
don Diego o don Juan.
JUAN: Estas
cartas lo dirán,
Dale unas cartas
que mi
señor os envía.
RODRIGO: Y en
verdad, si no me olvido,
que el
retratillo que acá
recebí
de vos, está
con ese
mismo vestido.
JUAN: Es verdad.
Lee don
RODRIGO
ANA:
(¡Triste de mi!) Aparte
SANCHO: ¡Qué
bravo conocimiento!
En
viéndole, en un momento
dos mil
diferencias vi.
Habla SANCHO aparte a INÉS
¿No
lo echas de ver, Inés?
¿No ves
que éste es agobiado
y es un
poco más delgado
y tiene mayores pies?
Ya del engaño me río.
En mil cosas no conviene.
Míralo
bien; que éste tiene
una
cara de un judío.
Pues el crïado ¿no es feo,
Inés?
Narciso me llamo.
Por
Dios, si es judío el amo,
que el
crïado es fariseo.
INÉS:
Sancho, no lo miras bien;
que el
crïado es muy pulido.
SANCHO: ¡Ta,
ta! ¿Bien te ha parecido?
Dios perdone a Sancho, amén.
RODRIGO: Vos,
don Diego de Lujan,
vengáis
muy enhorabuena,
que
aliviáis toda la pena
de la
ausencia de don Juan.
Que
según le parecéis,
en vos a él mismo lo veo;
y así
en Sevilla deseo
que
mucho tiempo os estéis.
En
el cuarto de mi hijo,
sobrina, hospeda a don Diego;
que le
regales te ruego,
como don Juan te lo dijo.
Y a
descansar os entrad.
¡Válgame Dios! En mi vida
vi cosa
tan parecida.
Vanse don RODRIGO e INÉS
JUAN: Prima,
los brazos me dad.
ANA:
¿Otra vez?
Abrázale
JUAN:
Pues a don Diego,
¿habéiselos dado vos?
SANCHO: (¡Bravo
resistir, por Dios! Aparte
¿Otra
vez? Y dalos luego.)
Habla SANCHO a doña ANA
Ya
sabes que he de escribir
a mi
señor cuanto hicieres.
ANA: Es su
retrato; ¿qué quieres?
No le
pude resistir.
Habla don JUAN a don DIEGO
JUAN: ¡Ved
qué presto me abrazó,
don
Diego! ¡Que fácil, cielos!
DIEGO: Pues
¿qué queréis? ¿Tener celos
de vos
mismo?
JUAN:
¿Por que no?
Si
me abraza por don Diego,
¿no me
ofende por don Juan?
DIEGO: Si es
don Diego de Luján
su primo, decidme, os ruego,
¿por
qué concebís temores
de que
a su primo abrazó?
JUAN: También
soy su primo yo,
y trata
conmigo amores.
ANA: ¿Don
Diego?
JUAN: Prima querida
ANA: ¿Sobre
qué riñe con vos
el
mozo? (¡Válgame Dios,
Aparte
qué
cosa tan parecida!)
JUAN: El
que veis, doña Ana, es
mi
igual en sangre y cordura;
sólo le
excedo en ventura.
SANCHO: ¡Oh, si
oyera aquesto Inés!
JUAN: Por
esto siempre le he dado
la
puerta franca en mi pecho;
que sus
méritos lo han hecho
compañero, de crïado.
De
vos le llegué a decir
que
vencéis a vuestra fama,
y el
por una ausente dama
celos
me empezó a pedir.
Yo,
por vuestra perfección,
repliqué que dejaría
mi casa por mejoría.
Juzgad
quién tiene razón
ANA:
Ninguno, a mi ver, la alcanza.
Vos no,
porque no hay belleza
que
disculpe la flaqueza
de una
ligera mudanza;
ni el, porque de eso os refrena;
que a
un crïado le es más justo
mirar
de su dueño el gusto
que la
obligación ajena.
JUAN: De
vuestra sentencia apelo;
que no
debe condenarse
la
mudanza, si el mudarse
es
desde la tierra al cielo.
En
el cielo, con firmeza
el alma
tiene su asiento,
y el
amor anda violento
hasta
la mayor belleza;
y
como no es igualada
la
vuestra, al punto que os vi
le dije
a mi amor, "Aquí
es
vuestra eterna morada;
aquí
vivo, agua fenece
cualquier pasada memoria."
SANCHO: Y aquí
comienza la historia.
Quien
no parece, perece.
Habla SANCHO aparte a doña ANA
No
le escuches más, doña Ana.
ANA: ¡Vete
de aquí! ¡Qué cansado!
Habla don JUAN a don DIEGO
JUAN: Que la estorbe le ha pesado.
¡Vive
el cielo, que es liviana!
DIEGO: Vos,
celoso impertinente.
ANA: (No me
harto de miralle. Aparte
La
cara, la voz, el talle,
todo es
mi querido ausente.
No
le quisiera dejar,
que
hasta en esto le parece.
Mas Sancho en sospechas crece,
y es forzoso...) A
descansar
os
entrad.
JUAN:
Prima querida,
imposible es ya sin vos.
ANA:
¿Lisonjas? (¡Válgame Dios!
Aparte
¡Qué
cosa tan parecida!)
Vase doña ANA
JUAN:
Adiós.
SANCHO:
(Sal quiere este huevo; Aparte
Y a fe
que la ha menester
para no
dañarse.)
JUAN: A ser
vuestro
enemigo, mancebo,
no
pudierais procurar
mi pena
con más cuidado.
Decid,
¿en qué os he agraviado?
(Su
lealtad he de probar.) Aparte
SANCHO:
Todos con razón desean serviros.
JUAN: Seamos
amigos,
y de la
amistad testigos
aquestos doblones sean.
Y decidme, ¿qué razón
os mueve a guardar así
mi
bella prima de mí?
SANCHO: (¿A
quién no dobla un doblón? Aparte
¿Qué
fuerza hay contra el dinero?
¿Qué
escudo contra un escudo?
Hará el
oro hablar a un mudo,
hará
callar a un barbero.)
Don JUAN dale una moneda a SANCHO
JUAN: (Ya
está vencida esta guarda, Aparte
pues las dádivas recibe;
el honor de ausente vive
lo que el embestille tarda.)
SANCHO: Si
la verdad os confieso,
tiene
don Juan mi señor
a doña
Ana tanto amor,
que va
por ella sin seso;
y
así en esta ausencia quiso
darme esta carga pesada
de que
sea sin su espada
ángel
de este paraíso.
JUAN:
(¡Ved qué presto ha confesado,
Aparte
de la
dádiva contento!
Lo que
en otros el tormento,
el
contento en él ha obrado.
Ya
las finezas no dan
estimación ni ventura.
Andar
al uso es cordura;
viva
quien vence es refrán.)
Yo
estoy presente. Ayudad
mi pretensión amorosa,
y la
esperanza dudosa
trocad
por cierta amistad.
A
ella también la enojáis
y no
será inconveniente
perder
un amigo ausente,
si dos presentes ganáis.
Don
Juan no sabrá su ofensa;
si la
sabe y le perdéis,
recibiéndoos yo, tendréis
de este
daño recompensa.
ANCHO:
Pardiez, que con tal sermón
convirtáis al gran Sofí.
Digo,
señor, que por mí
se
logre vuestra intención;
que
yo no os pienso impedir,
sino
admitir la amistad
que me
ofrecéis y mirad
si en más os puedo servir.
JUAN: ¡Ah,
perro infame!
SANCHO: ¡Señor!...
JUAN: Don Juan soy: ¿de qué te admiras?
SANCHO: ¿Qué dices?
JUAN: Vil, ¿así miras
por tu lealtad y mi
honor?
Mataréte.
DIEGO:
El sufrimiento
importa.
SANCHO:
Escucha y verás,
aunque
tan airado estás,
que ha
sido bueno mi intento;
que al punto te conocí
y
viendo que te ocultabas,
por ver
si te declarabas,
te
quise probar así.
DIEGO:
Bastante disculpa ha dado.
SANCHO: ¿Yo por
don Diego, ni el rey,
había
de quebrar la ley
que
debo a leal crïado?
¡Mal
año para don Diego!
JUAN: Si los
doblones tomaste,
¿a
ayudar no te obligaste
a don
Diego?
SANCHO:
No lo niego;
mas
iba con intención
de
tomarlos y engañarle,
que en
traición es bien pagarle
a quien
compra con traición.
JUAN: ¡Ah, vil, traidor, embustero!
SANCHO: ¿Otra
tenemos
JUAN:
¡Mirad
a quién
ofreció amistad
un
honrado caballero!
Don
Diego soy de Luján.
SANCHO: ¡Arre
acá! ¡Por vida mía!
¿Mas
que dura todo el día
soy don Diego y soy don Juan?
JUAN: Don Diego soy; que por ver
si eras falso, me he fingido
don Juan.
SANCHO: ¿Luego no he entendido
que don Juan no puede ser?
Yo rnismo le vi
embarcar,
y como
negarte vi
ser don
Diego, quise así
obligarte a declarar.
JUAN:
¡Buena excusa!
DIEGO: ¡Lindo enredo!
JUAN: Al
menos no hay quien no vea
que o
Luján o Castro sea,
fïarme
de ti no puedo.
SANCHO: O
seas Castro o Luján,
te
sirvo, pues por ti niego
a don
Juan si eres don Diego,
a don
Diego si don Juan.
Pero si en sirviendo al uno
en otro
has de convertirte,
por
ninguno he de servirte
por no
ofender a ninguno.
Vase SANCHO
DIEGO: Con
la vuestra habéis salido,
que al
fin queda ya asentado
que
sois yo.
JUAN:
Quien no ha intentado,
don
Diego, no ha conseguido¡
Mas
-- ¡ay, primo! -- consolad
mi
desventura, que muero.
¡Ved al
combate primero
lo que
tiembla la lealtad!
¡Ved
qué presto se rindió
aquesta
guarda! Y doña Ana,
¡qué fácil y que liviana
mis requiebros escuchó!
DIEGO: El
que prueba a la mujer,
indicios de necio da.
JUAN: A la
que es su mujer ya,
mas no
a la que lo ha de ser.
DIEGO: Don
Juan, ¿no fuera mejor
descubrirte a nuestra prima,
y pues que
tu amor estima,
gozar
en paz de su amor?
Duda
de la más leal,
si das
en probarla así;
mira no
diga por ti
que
escarbaste por tu mal.
¿Para qué es bueno probarla
si te
ha de pesar al fin,
pues
aunque salga rüin
no has
de poder olvidarla?
JUAN: Si
pretendiéndola yo,
indicios de fácil da,
de
guardarla servirá,
cuando de olvidarla no;
que
mejor es conocella,
aunque
me pese, y guardarla,
que
descuidado gozarla
y
perder mi honor por ella.
Sale INÉS
INÉS: Si
deseáis descansar,
todo ya
está prevenido.
(No vi
mozo más pulido.) Aparte
DIEGO: (Ella
me ha dado en mirar.) Aparte
INÉS: Y el
agua para los pies
con
romero y rosa en ella.
JUAN: ¿Tanto regalo, doncella?
INÉS: No me
llamo sino Inés.
JUAN: Pues, hija Inés, de los dos,
te encargo más mi crïado
que a
mí.
INÉS:
Yo tendré cuidado
(Que me
lo da más que vos.) Aparte
Las camas a ambos están
convidando.
JUAN:
Como hermosa,
sois
prevenida.
INÉS:
(¡Que cosa Aparte
tan
parecida a don Juan!)
Vanse
todos. Salen GERARDO y JULIA
GERARDO:
Óyeme, Julia.
JULIA: Gerardo,
que no
me canses te pido.
GERARDO: ¡Qué
bravamente has sentido
esta
ausencia de Leonardo!
JULIA: Si la siento o no la siento,
tu
curiosidad condena;
que si
no siento tu pena,
¿qué te
va en mi sentimiento?
GERARDO:
Vame, señora, que oías,
cuando
él estaba presente,
más humana y más paciente
las tristes querellas mías;
mas después que él se
ausentó,
tanto me has aborrecido,
que más
parece que he sido
el que
me he ausentado yo.
JULIA: Si
eso, Gerardo, conoces,
no te
canses, por tu vida.
GERARDO: Yo os
gozaré, fementida,
aunque
os pese.
JULIA:
Daré voces.
GERARDO: Amor
me quita el temor.
El
resistir es en vano.
JULIA: ¿Qué es
esto? ¡Favor, hermano,
que
está en peligro mí honor!
Sale CELIO, con la espada desnuda
CELIO: ¿Qué
es esto, traidor Gerardo?
GERARDO:
¡Suelta, falsa! Celio, atiende;
que es tu hermana quien te ofende,
y que yo el honor te guardo.
Desenvaina
JULIA:
¡Hermano!
GERARDO:
Déjame hablar;
no
intentes algún enredo.
JULIA: Ya del
tuyo tengo miedo.
Por fuerza intentó manchar
mi
honor aqueste enemigo.
GERARDO: Jesús
¡Ved si temí en vano
su
engaño! Escuchadme.
JULIA: Hermano,
la
verdad es la que digo.
Con capa de tu amistad
entra
en tu casa a agraviarte.
Vase
JULIA
CELIO: ¡Traidor!
GERARDO: Antes de arrojarte,
oye y sabrás la verdad.
Julia... Mas no has de creer
lo que te quiero contar,
y así es lo mejor callar,
si el hablar no ha de
valer.
CELIO:
Habla.
GERARDO:
(¿Qué engaño diré? Aparte
créaslo
o no lo creas,
pues que saberlo deseas,
la
verdad del caso fue
que
yo he tratado de amor
con
Julia lícitamente,
con el
respeto decente
a tu
amistad y a su honor.
Pues,
como velo, he hallado
que un
don Diego de Luján,
de
aquél tu amigo don Juan
de
Castro, primo y traslado,
la
visita y la enamora,
y aun
ella le hace favor.
Yo,
celoso, de su amor
vine a
despedirme agora.
Ella
que o siente mi ausencia,
o que
sentirla fingía,
por los
brazos me tenía
reportando mi impaciencia;
y como
me resolví
a
dejarla y ausentarme,
dio en
que había de levantarme
-- para detenerme así --
que
le soy, Celio, deudor
de su
honor, y así la hallastes
diciendo cuando llegastes
que
peligraba su honor,
y a
mí procurando de ella
desasirme y, ausentarme.
Ésta es
verdad. No hay culparme.
Julia
es honrada doncella;
amarla
no fue traición;
celarla
serviros fue.
Mirad
si queréis que os dé
más
clara satisfación.
CELIO:
Porque la sabré tomar
si no
has sido verdadero,
me
reporto agora, y quiero
la
verdad averiguar.
Envaina y vete.
GERARDO: (Amor ciego, Apartee
¿por
qué me tratas así?
¿Que
una vez que me atreví,
llegase
su hermano luego?
Mas
no está mal enmendado
si
prosigo la invención.)
Vase GERARDO
CELIO: ¡Oh;
pesada obligación
de honor de mujer fïado!
Vase
CELIO. Salen don JUAN y SANCHO
JUAN: Si
Inés no te quiere a ti
y a
Mendo sí, yo no entiendo
lo que
puedo hacer.
SANCHO: Yo si.
JUAN: Dilo.
SANCHO:
Despedir a Mendo,
o
despedirte de mí.
JUAN: Mendo
es mi antiguo crïado,
y le
estoy muy obligado.
SANCHO: También
yo a don Juan lo estoy,
y por
servirte, ves hoy
que esa
ley he quebrantado.
JUAN: Mi
crïado, ¿en qué pecó,
si Inés
en quererle dio?
SANCHO: ¡Muy
buena excusa me dan!
Dime:
¿en qué pecó don Juan
para
que le ofenda yo?
Sana
el mal que me lastima,
o
estorbaré tu cuidado.
Mira si
tu pecho estima
conservar ese crïado
mas que
el amor de tu prima.
Vase SANCHO
JUAN: ¡Qué
confusiones, que daños
acarrean los engaños!
Sale don
DIEGO
DIEGO: ¿Qué
hacéis, primo?
JUAN: Estoy, don Diego,
viendo
batir mi sosiego
de mil
tormentos extraños.
Sancho acaba de intimarme
que os
despida, o me despida
de que
él haya de ayudarme
en mi
amor.
DIEGO:
¡Bien, por mi vida!
Ambos
han dado en matarme.
Sancho con celos, y Inés
con
amores.
JUAN:
Pensión es
que
paga vuestro buen talle.
DIEGO:
Menester es acallalle.
JUAN: De eso
hablaremos después,
porque la casa es aquésta
de
Julia, y darle quisiera
una
carta que me cuesta
dos mil
ducados.
DIEGO: Espera;
que
grave, hermosa y compuesta
sale
de casa una aurora.
JUAN: El sol
amanece agora
al
mundo.
Sale JULIA, con manto y GUILLÉN
JULIA: ¡Señor don Juan!
JUAN: Don Diego soy de Luján,
su primo; y si sois,
señora,
Julia, qué deciros tengo.
JULIA: Julia
soy. Decid, si es breve,
porque
temerosa vengo
de una
lengua, que se atreve
contra
el honor que mantengo.
JUAN: De
Leonardo recebí
esta
carta para vos,
Dale la carta
y en la
que me escribe a mí
me
dice...
JULIA:
Don Diego, adiós,
que no
es eso para aquí.
Vedme despacio.
JUAN: Sí haré,
si hay
orden.
JULIA:
Yo la daré.
Vase JULIA con GUILLÉN, y vala siguiendo
don DIEGO
JUAN: ¡Hola,
Mendo! ¡Mendo! ¡Ah, Mendo!
Absorto
la va siguiendo.
¡Vuelve, Mendo!
Vase don JUAN
DIEGO: Volveré Dentro
al
infierno, de la gloria.
Salen don
JUAN y don DIEGO
DIEGO:
¡Válgame Dios! ¿Que vi?
Muerta
estaba la memoria,
y ha
resucitado en mí
toda la
pasada historia.
JUAN: ¿Qué
tenemos?
DIEGO: No os asombre;
que
cuando así siente un hombre,
no es
con fundamento vano.
Julia,
¿no tiene un hermano,
Celio?
JUAN:
Ese mismo es su nombre.
DIEGO: Oíd
lo que ordena Amor,
lo que puede el tiempo oíd,
las mudanzas de Fortuna
y mis desdichas, al fin.
Ya sabéis, primo don Juan,
que tan niño a Flandes fui,
que ni en dos años después
espada pude ceñir.
En tanto que no podía
militar
en su país,
al gran
archiduque Alberto
entré
de paje a servir.
A mi
señora la infanta
servía
Julia gentil,
muerte
airada para todos,
vida
sólo para mí;
que con
favores y prendas
dio en
hacerme tan feliz,
que
invidiado justamente
de toda
Flandes me vi.
O lo hizo la ocasión,
o mi
buen talle, o vivir
juntos,
o ser niños ambos,
o que
dichoso nací,
o que
mi crüel fortuna
lo
quiso ordenar así,
porque
después la caída
tuviese
más que sentir;
pues
cuando más descuidado
gozaba
un hermoso abril
en su
rostro de azucena,
rosa,
clavel y jazmín,
más de
amores de seis años,
llegó
la nueva infeliz
de que
su hermano mayor
murió
sin hijos aquí.
Celio
heredó el mayorazgo,
que en
premio de hazañas mil,
pretendiendo una jineta
estaba entonces allí.
A gozar
en paz su renta
se
determinó a venir,
trayendo consigo a Julia,
y el
alma que yo le di.
Para
seguirla tracé
-- que Amor es niño sutil --
mil
embustes, mil enredos;
mas con
ninguno salí;
que el
Archiduque, mi dueño,
no mal
servido de mí,
como
conoció la causa,
supo el
efeto impedir.
Despedímonos los dos.
No digo
lo que sentí;
entiéndalo el que ha probado
lo que
es amar y partir.
Dímonos firmes palabras...
¿Dímonos, dije? Mentí.
Yo las
di firmes, que Julia
las dio
de mujer al fin.
Partió;
y cuando yo tenía
vencida
mi suerte vil,
pues
para poder librarme
de mi
dueño tuve ardid;
cuando
ya para seguirla,
sobre
un verde borceguí
calcé
doradas espuelas,
alas de
un bayo rocín,
llega
la fama parlera
con una
nueva infeliz,
de que
la parca crüel
dio a los dos hermanos fin.
Dicen
que un soberbio río,
por
parecer cielo así,
pasando
Dïana y Febo,
nunca
los dejó salir.
¡Pensad
vos cuál quedaría,
quedándome
vida a mí,
imaginando sin ella
mi
adorado serafín!
Mudé
parecer con esto;
fuime a
la guerra a servir,
donde
en seis años de tiempo
pasé de
tormentos mil.
Alcancé
licencia, y vine
a
pretender a Madrid,
a
serviros a Sevilla,
y a ver
a mi dueño aquí.
Juzgad
agora si es mucho
que me
enloquezca el sentir,
hallando a mi Julia viva,
y
siendo el mismo que fui.
JUAN: El
caso es tan singular
que no
admiro vuestro exceso;
que no
hayáis perdido el seso
me
puede más espantar.
Diéraos un gran parabién,
a ser
bien hallarla agora,
cuando
ya a Leonardo adora
después
de un largo desdén.
DIEGO:
Callad, por Dios. ¡Qué rigor!
JUAN: ¿Qué
queréis? Verdades digo,
y aquel es mejor amigo,
que desengaña mejor.
Y
Leonardo, que hasta Lima
por
darme gusto partió,
que la
guarde me encargó;
que más
que el alma la estima.
DIEGO: ¿Y
qué que os la haya encargado?
¿Guardarla de mí queréis?
JUAN: Vos,
primo, en eso veréis
a lo
que estoy obligado.
DONDIEGO:
Excusa tenéis conmigo.
JUAN: Y con
Leonardo os la doy.
DIEGO: Yo
primo y amigo soy,
y
Leonardo sólo amigo.
JUAN: Por
eso mismo sospecho
que
debo más al ausente,
pues no
siendo mi pariente,
tal
fineza por mí ha hecho.
DIEGO: Pues yo en ser pariente
fundo
de mi fineza la alteza;
que en
un pariente fineza
es cosa
nueva en el mundo;
pero
de amigos la fama
mil
ejemplos nos ha dado.
JUAN: ¿Cuenta que alguno ha dejado
por un
amigo su dama,
como
Leonardo por mí?
DIEGO: Yo mi
ser mismo he dejado,
pues
por ser vuestro crïado
dejo de
ser el que fui.
Si
el ausentarse estimáis,
yo
también por vos lo hiciera,
si en
ello, primo os sirviera.
JUAN: Eso
mismo me negáis,
que
es lo que os pido; y sospecho
que
veis que me es conveniente.
DIEGO: No me
pedís que me ausente,
que es
lo que Leonardo ha hecho,
sino
que mi dama dé
por vos
a un ajeno gusto;
y esto,
ni pedirlo es justo,
ni él
lo hará, ni yo lo haré
JUAN: No
os pido yo qué la deis,
mas que
me dejéis guardarla.
DIEGO: Lo
mismo será que darla,
dejar
que me la quitéis.
JUAN: Mi
palabra he de cumplir.
DIEGO: Y yo
también cumpliré
la que
os he dado, que fue
de
ayudaros a fingir
lo
que fingís; y la vida
pondré
porque consigáis
el
fruto que deseáis,
don
Juan, de vuestra querida.
Mas si queréis que permita
que
guardéis a Julia vos,
quitaré
el alma, por Dios,
a quien
el alma me quita.
Vase don DIEGO
JUAN: ¡A
qué de engaños se obligan
los que
emprenden un engaño!
¡Y qué
de daños, de un daño
es
forzoso que se sigan!
La
fe y palabra que di
he de
guardar a Leonardo;
y don
Diego, si la guardo,
cobra
enojo contra mí.
Ambos me piden razón,
y estoy de ambos obligado;
bastárame mi cuidado
sin
verme en tal confusión.
Sale INÉS
INÉS:
Señor, ¿qué le hiciste a Mendo
que va
tan descolorido?
JUAN: Por tu
causa le he reñido.
INÉS: ¿Por mi
causa? No te entiendo.
JUAN:
Roguéle que te quisiera,
porque
tu gusto procuro;
mostróse a mis ruegos duro,
y
enojéme de manera
que
lo despedí de casa.
INÉS: Vuelva
a tu gracia, señor.
JUAN: No
trates de eso.
INÉS: Su amor
en vivo
fuego me abrasa.
Si
dura su despedida,
de mi
amistad te despide.
JUAN: Inés,
otra cosa pide.
INÉS: Cuando
me niegas la vida,
¿qué
otra cosa he de pedirte?
Esto
quiero merecer.
JUAN: Ahora
bien, yo lo he de hacer,
amiga Inés, por servirte.
INÉS: Pues más has de hacer por mí.
JUAN: Dilo.
INÉS:
Casarlo conmigo.
JUAN: A
alcanzarlo no me obligo;
a
solicitarlo sí.
INÉS: No
agradezco la intención,
si no
acabas lo que pido.
JUAN: Si ves
que lo he despedido
por esa
misma ocasión,
no
fuerza ni el mismo cielo
una
libre voluntad.
INÉS: Por esa
dificultad
a tu autoridad apelo;
que
él te estima de manera,
que
sólo tu gusto adora;
y pues
yo con mí señora
hago
oficio de tercera,
mis
intentos encamina,
porque
en no haciéndolo, digo
a mi
señor don Rodrigo
que
requiebras su sobrina.
Vase INÉS
JUAN:
Mucho tiembla este edificio;
todos
contra él se conjuran,
todos
quitarme procuran
la
paciencia y el jüicio.
Sale doña ANA
ANA:
(¡Cuán en vano resistí
Aparte
ciega
deidad, a tu fuego!
¡Válgate Dios por don Diego,
qué
fuerza tienes en mí!
¿Qué estrella o astro tan fuerte
en mi
sangre predomina,
que sin
remedio me inclina,
desde
que te vi, a quererte?
Perdóname esta mudanza,
don
Juan; que si me ha rendido
don
Diego, la flecha ha sido
que me
hirió, tu semejanza.)
Primo...
JUAN:
Doña Ana querida...
ANA: ¿En
qué, triste imagináis?
JUAN: En la
pena que me dais,
mal pagada y bien sufrida;
en mi
esperanza perdida
de
vencer vuestra dureza;
en la
sin igual belleza
que, su
costumbre excediendo,
porque
yo viva muriendo,
puso en vos Naturaleza.
Pienso de don Juan la gloria
y
desdicha de don Diego,
pues a
mi presente ruego
vence
su ausente memoria;
el
discurso de la historia
por donde a tormento igual
la
disposición fatal
ha
encaminado mi suerte,
y al
fin, que sólo la muerte
es
remedio de mi mal.
ANA:
¿Tanta desesperación?
JUAN: ¿Obliga
a menos acaso
ver,
cuando vivo me abraso,
vuestra
helada condición?
ANA: Los
desdenes, primo, son
el bien
del que al fin alcanza;
más
hermosa es la bonanza
después
de la triste historia,
y tanto
más la vitoria
cuanto
menos la esperanza.
JUAN: Si
la esperanza me diera
sólo un
cabello a que asirme,
ni en
venturoso ni en firme
a nadie
ventaja diera.
ANA: Nunca
alcanza quien no espera.
JUAN: Mal
espera un desdeñado,
que
mira desconfïado
sus
méritos desiguales.
ANA: A quien escuchan sus males,
no muera desesperado.
Hace ademán de marcharse
JUAN: Volved, declaraos, mi gloria.
No os impida la
vergüenza;
si mi
bonanza comienza
después
de tan triste historia,
no me
neguéis la vitoria.
Si mi amor os ha vencido,
que no
os recatéis os pido;
que
indicios daréis, doña Ana,
de
noble, y no de liviana,
con
favor tan merecido.
ANA: No
sé qué os diga, don Diego.
JUAN: Yo si
sé qué me digáis.
Decid,
mi bien, que pagáis
con
fuego mi dulce fuego.
ANA: Lo que
con la boca niego,
confieso con las acciones,
que de
amorosas pasiones
son verdaderos despojos;
que palabras de los ojos
las forman los corazones.
Desde el punto que me vi,
don
Diego, en vuestra presencia,
no sé
qué correspondencia
dentro
del alma sentí.
No sé
cómo me perdí;
que con
tal resolución
me
acometió la pasión,
que lo
que os he resistido,
un raro
milagro ha sido
de mi
honesta obligación.
JUAN:
¿Podré decir que eres mía?
ANA: Que lo
soy, mil veces digo.
JUAN: ¿Y don
Juan?
ANA:
Tendrá castigo
quien
de su bien se desvía.
Mucho en sus méritos fía
quien hace tan larga ausencia;
demás de que la
experiencia
enseña
en esta mudanza,
que por
ser tu semejanza
halló
en mí correspondencia.
JUAN:
Cierra el labio, fementida,
fácil,
mudable, traidora,
embustera, engañadora,
falsa,
liviana, fingida,
mar de
vientos combatida,
de
inconstante parecer,
flor
que comienza a nacer,
humo
leve y hoja inquieta,
pluma
en el aire, cometa,
rayo,
demonio, mujer.
Don Juan soy, que no don Diego;
que cuanto ves he trazado
por
verme desengañado
por
saber que estaba ciego.
¿Tan
presto se apagó el fuego
que tan
sin piedad ardía?
Las
lágrimas que vertía
tu
pecho, ¿en tan poco precio
tuviste? ¡Mal haya el necio
que en
llanto de mujer fía!
ANA: Oye.
JUAN: Ya no hay invención
que te valga.
ANA:
¿No me oirás?
JUAN: Tus
engaños probarás.
ANA: Probaré
tu sinrazón.
Tú con
aquesta ficción has
procurado engañarme
y en la
firmeza tentarme;
y yo,
que esto he conocido,
castigar así he querido
el
delito de probarme.
JUAN: No; que fueron las que oí,
finezas muy verdaderas.
ANA: ¡Y como que eran de veras,
don Juan, pues las dije a ti!
JUAN: A don
Diego hablaste en mí.
Aquéste
fue tu conceto.
ANA: A ti las dije, en efeto,
que
Diego o que Juan te nombres;
que las
mudanzas de nombres
no
varían el sujeto.
Ese
cuerpo y alma ha sido
el que
quiero, y el que amé;
pues a ti, ¿cómo podré
contigo
haber ofendido?
JUAN:
Habiéndome aquí querido,
siendo
Castro, por Luján.
ANA: Pues si
en los nombres están
las causas de tanto fuego,
pídale al nombre de Diego
celos
el nombre de Juan.
Mas tú, pues tú mismo eres,
que Diego o que Juan te
nombres,
ni te
enloquezcas ni asombres
con
sutiles pareceres.
Mas pues apretarme quieres,
yo he de castigarte así;
y digo que desde aquí
por
remate verdadero,
si eres
don Juan, no te quiero,
y si
eres don Diego, sí.
Y porque con brevedad
salga
de este desvarío,
voy a
decirle a mi tío
que
pruebe esta falsedad.
JUAN: Oye, y
sabrás la verdad.
ANA: No hay
que oír.
JUAN:
¡Aguarda, prima!
ANA: Si eres
don Diego, te estima
mi
amor; no tengas recelo;
mas si
don Juan, ¡vive el cielo
que te
has de partir a Lima!
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
Salen
don JUAN y CELIO
JUAN: Don Diego soy de Luján.
CELIO: Don
Diego, a no haber sabido
que le
eres tan parecido,
te
tuviera por don Juan.
JUAN: Su
primo y traslado soy.
CELIO: Otro en
Flandes conocí
bien diferente
de ti.
JUAN: De ése
tuve cartas hoy,
porque es mi primo también.
En
Madrid pretende oficios.
CELIO: ¿Con
dineros?
JUAN:
Con servicios.
CELIO: Dios le
dé paciencia.
JUAN: Amén.
Salen doña ANA e INÉS, asomándose a una
puerta, sin ser vistas de don JUAN y CELIO
ANA:
Celio entró descolorido.
INÉS: A la
muerte igual lo vi.
ANA:
Escuchémoslos de aquí,
que un
grande mal he temido.
CELIO:
¿Conócesme?
JUAN:
Oído he
que es,
tu nombre Celio.
CELIO: ¿Sabes
que soy
de los hombres graves
de Sevilla?
JUAN:
Bien lo sé.
CELIO:
¿Sabes que una hermana tengo
hermosa?
JUAN:
Decirlo he oído.
CELIO: Pues
ésa la causa ha sido
porque
a visitarte vengo,
porque me han dicho de ti
que en
mi ausencia la visitas.
Si
casarte solicitas,
háblame, don Diego, a mí;
mas
si a deshonrarme vas,
ni
vuelvas más a mi casa,
ni más
por mi calle pasa,
y
seguro vivirás.
ANA: ¡Ah,
vil, traidor!
INÉS: No te asombres,
señora,
de que don Diego
haga
como todos.
ANA: ¡Fuego
en el
mejor de los hombres!
JUAN: En
vuestra casa no he entrado
después
que en Sevilla entré;
que
miente, sustentaré,
quien
lo contrario ha informado.
Con esto, y daros aquí
la
palabra de no entrar,
os
podéis asegurar
de aquí
adelante de mí.
CELIO: No
tengo más que pediros.
JUAN: Celio,
lo que os debo os doy.
CELIO: De vos obligado
voy,
JUAN: Y yo lo
quedo a serviros.
(Con
esto no ofenderé Aparte
a
Leonardo, ni a don Diego.)
Vase CELIO. Doña ANA e INÉS, todavía
está asomadas a una puerta, sin ser vistas de don JUAN
ANA: (Yo me
abraso en vivo fuego.) Aparte
Inés,
¿qué haré?
INÉS: Yo, ¿qué sé?
Ningún consejo te doy,
que en amor es necedad.
ANA: De mi
agravio la verdad
por ti quiero saber hoy.
Mientras yo de mi tormento
hablo
con mi primo aquí,
entra
por detrás de mí
a
esconderte en su aposento.
Aunque sin comer estés
tras su pabellón un día,
lo que
habla con Mendo, espía
cuando
estén solos, Inés.
INÉS:
Harélo. Ponte delante,
porque
yo también pretendo
saber
quién es este Mendo
desdeñoso
y arrogante,
que
tanto huele a señor.
Vase INÉS. Doña ANA, se adelanta
hacía don JUAN
JUAN: Prima
querida...
ANA:
Enemigo,
ya no
finjas mas conmigo,
de mil
maneras traidor;
todo
embustes y quimeras,
ya don
Diego, ya don Juan,
ya
descortés, ya galán,
ya
ficciones y ya veras;
o
don Diego o don Juan seas,
¿aquí
que disculpa tienes,
pues conmigo te entretienes,
traidor, y a Julia deseas?
Acabóse tu invención
sufrir más es desvarío.
Hoy, falso, sabrá mi tío
tu cautelosa intención.
Sabrá que quiebra don Diego
del
hospedaje la fe;
otra
vez te amenacé,
y me
detuve a tu ruego,
o a
tu engaño, que es más cierto,
pues
que finges que me quieres.
Bien sé
que don Diego eres.
Las
cartas lo han descubierto,
que
de tu padre recibes.
Yo misma las he leído.
Si piensas que te he
querido,
ciego y
engañado vives.
A
don Juan quiero, y a ti,
por
retrato verdadero
te
quiero... ¡Que no te quiero,
y sí te
quiero, ay de mí!
Déjame, que el sentimiento
me
tiene tal, enemigo,
que ni
siento lo que digo,
ni sé
decir lo que siento.
Vase doña ANA
JUAN:
¡Aguarda, falsa, traidora!
¿Tanto
celas a don Diego,
y
quieres fingir que el fuego
de don Juan te abrasa agora?
¡Triste de mí! Si fïado
en tu
lealtad, me ausentara,
al
primero que llegara
hubieras mi amor trocado.
Necio el que espera firmeza
en la mujer y en el mar.
Sale SANCHO
SANCHO: ¿Nunca
nos han de faltar
quebraderos de cabeza?
Cada
vez reñís así,
y os vuelvo a ver juntos luego.
Allá en la corte, don
Diego,
cierto
galán conocí,
que
con su dama rifaba
y
juraba de no vella
cada
mañana, y con ella
cada
noche se acostaba.
Con
aquesta pesadumbre
seis
años vivido habían,
de
suerte que ya reñían
por no
perder la costumbre.
Si
os tenéis amor, en fin,
y una
puerta adentro estáis,
¿por
qué causa siempre andáis
como Sancho y su rocín?
JUAN: Si
ella me tuviera amor...
SANCHO:
¡Plugiera al cielo que así
me lo
tuviera el Sofí!
JUAN: Inés,
¿no fuera mejor?
SANCHO: Dame
que yo un bajá fuera,
que con
el Sofí privara;
que a
fe que Inés me adorara...
JUAN: Fueras
moro, y no lo hiciera,
porque Inés a Cristo adora.
SANCHO: Es verdad; ¿mas que mujer
por mandar y por tener
no será
mil veces mora?
Porque el poeta, no en balde
haber
dicho, consider,:
"a
los moros por dinero,
y a los
cristianos de balde."
Aunque en su trato inhumano
lo postrero falta ya;
que si
un cristiano no da,
no
quieren ver a un cristiano.
La
que ves más recatada,
es
cristiana solamente
aquello
que es conveniente
para no
morir quemada.
La
que ir a misa desea
el
domingo de mañana,
no lo
hace por cristiana,
mas
porque el galán la vea.
Yo
con más de alguna trato,
de oro
y seda, punta y punto,
que si
el Credo le pregunto,
se
queda en Poncio Pilato.
La
que vieres repasar
en el
rosario las cuentas,
no
reza, sino hace cuentas
de lo
que te ha de pescar.
JUAN:
Satírico Sancho, estás.
SANCHO: ¿Pues
cuándo yo -- ¡mal pecado! --
de ese
pie no he cojeado?
JUAN: Como
pecas, pagarás,
que
el que la culpa comete,
la pena
quiere llevar.
SANCHO: Es
parlar, sin murmurar,
lo que
beber sin luquete.
JUAN: Buen
plato, pero costoso,
suele
comer quien murmura.
SANCHO: Dime:
¿qué hay de Mendo?
JUAN:
Jura
que por
él no estés celoso,
por
más que Inés lo persiga.
SANCHO:
Entretenerme deseas
con
promesas.
JUAN:
Porque veas
a lo
que Mendo me obliga,
éntrate en ese aposento;
verás,
si con él me enojo.
SANCHO: No haya
lo de hacer del ojo
y
hablarse con fingimiento;
que
todo lo sé entender.
JUAN: Él
viene: escóndete, acaba.
Entra SANCHO en el cuarto de don JUAN. Sale don DIEGO
JUAN: Ya,
Mendo, te deseaba.
DIEGO: Lo que
mandas vengo a ver.
(De
alguien está temeroso, Aparte
pues
que Mendo me ha nombrado.)
JUAN: ¿Sabes,
Mendo, cómo ha estado
Celio
conmigo celoso?
DONDIEGO:
¿Celoso? Cuéntame de eso.
¿Y de
quién lo está?
JUAN: De mí.
DIEGO: ¿Pues
que le han dicho de ti?
JUAN: Lo que,
si acaso confieso,
parará en broquel y cota,
dijo...
Bajan la voz
SANCHO:
Yo, una por una,
di en
el barril de aceituna,
y en el
pipote y candiota.
¡Qué
buen vino, pese a mí!
Bebe
Ya al
menos este camino
no se
pasará sin vino.
¡Linda
estocada le di!
Desde aquí quiero espïar.
Mejor
estaré arrimado,
que me siento algo pesado.
Pero
quiéreme asentar,
porque así estaré mejor,
pues
que lo mismo han de darme.
No será
malo acostarme;
Échase detrás de un pabellón
que se
anda alrerrerror
cuanto mirro. Cerrarré
los
ojos. Sueño enemigo,
¿qué
tienes que hacer conmigo?
Duérmese
JUAN: Con
ésto contento fue.
DIEGO: Y yo
también lo he quedado,
porque cumplí mi deseo,
pues de
guardarla te veo
con eso
desobligado.
Ronca SANCHO
JUAN: Deja
esta conversación,
y
atiende a aqueste rüido.
Pasan al cuarto de don JUAN
DIEGO: Sanchillo es, que está dormido
detrás
de tu pabellón.
JUAN: ¡Oh,
qué vigilante espía!
Escondióse donde ves,
a ver
cómo por Inés
yo en su favor te reñía.
DIEGO: ¿Qué
haremos? No será malo
fingir
que tropiezo en él.
JUAN: Que le
duela.
Pisa don DIEGO a SANCHO, y él despierta, se
levanta y saca a INÉS, tirando de detrás de la cortina
SANCHO:
¡San Miguel,
San
Onofre, San Gonzalo,
San
Custodio, San Mamés,
San
Inocente, San Pablo!
¡Favor,
que me lleva el diablo!
INÉS: No soy,
Sancho, sino Inés.
SANCHO:
¡Jesús me libre de mal!
JUAN:
¡Despierta!
SANCHO:
¡Dios sea conmigo!
DIEGO: ¿Qué
tienes? Di.
SANCHO:
Ya lo digo.
Soñaba
el juicio final.
JUAN: ¿Y
qué viste?
SANCHO: Decir quiero
las cosas
que allí pasaban.
Sobre
un tribunal estaban
un
sastre y un escudero,
que
venían a juzgar
a los
vivos y a los muertos.
JUAN: ¡Qué
terribles desconciertos!
SANCHO: No se
puede eso negar;
pues, ¿quien habrá que no crea
que es
jüicio universal
la
lengua de un oficial
mientras hace la tarea?
¿Y
qué vida, buena o mala,
de un
escudero se guarda,
mientras a su dueño aguarda
con
otros en la antesala?
Pues
como llamar quisiesen
los
dichos dos a jüicio,
usaron
de un artificio
porque todos acudiesen,
vivos y muertos, al son;
y fue advertencia
discreta; que
en
lugar de la trompeta,
tañeron
con un doblón.
Al
punto que el son oyeron,
no
quedó muerto en la huesa;
es verdad que más apriesa
las mujeres acudieron.
Las almas, era de ver
cómo a sus cuerpos volvían;
unas los desconocían
y no quisieran volver;
otras buscan diligentes
un hueso que les faltaba...
Una vieja me mataba
preguntando por sus dientes.
A un
gordo bodegonero
una
nalga le faltó,
y al fin la mitad halló
en casa
de un pastelero.
Una
dama del deleite,
que
anegada muerto había,
su cara
desconocía
porque
estaba sin afeite;
y al
fin fue carilavada
la tal
señora a jüicio;
otra
fue, por beneficio
de las
moscas, descarada;
que
la hubieron de comer
con el
gusto de la pasa.
Estando
en aquesto, pasa
arrastrando una mujer
con
ambas piernas quebradas,
que
eran las del mal ladrón;
que él,
con su antigua afición,
se
llevó las de ella hurtadas.
Quejóse en palabras tiernas;
los jüeces que la oían,
dijeron, "Todas habían
de tener así las piernas."
Aquí se dejó esta
queja,
por ver
con furor insano
a un
ladrón y un escribano
riñendo
por una oreja;
mas
quitólos de cuidados
el
sastre, que para sí
la
aplicó, dejando así
a
entrambos desorejados.
"Todas las ha menester
el
sastre," dijo un poeta;
mas por
la gracia discreta
le
mandaron parecer.
Súpose que eran sus galas
solamente murmurar,
y
mandáronlo quemar
entre
cien comedias malas.
Mas
él, que no se desdeña
a trueco de hablar, de arder,
dijo, "¡Malas han de ser!
A fe que no falte
leña."
A
cierta dama de coche
acusaron
de que había,
con uno
a quien no quería,
dormido
toda una noche.
Ella
dijo, "Aunque sin gana,
la pasé
bien con pensar
en lo
que me había de dar
el hombre
por la mañana."
Condenáronla a juntar
por
siempre, para escarmiento,
a un
hombre de mal aliento,
muy
amigo de besar.
El
demonio rehusaba
llevarla al reino profundo,
diciendo que acá en el mundo
más
fruto de ella sacaba;
mas
dijo otro resabido,
"Llevarla es más acertado,
que
ninguno la ha gozado
que no
se haya arrepentido."
Salió una doña María,
mujer
de un noble tendero,
y
mandóla el escudero
llamarse Mari-García.
Quiso, a poder de aderezo,
una
vieja niñear,
y mandáronla azotar
con
cien años al pescuezo.
Un
glotón, con mano franca
gastaba
sólo en comer,
y
pusiéronlo en poder
de un
ama de Salamanca.
A
una que por desconciertos
en
ramera vino a dar,
la
condenaron a andar
cargada
de perros muertos.
A un
viejo que tiñe y pinta
las canas por varios modos,
condenaron a que todos
le
echasen de ver la tinta.
A un
colérico, en quien junto
el decir y hacer nació,
por pena se le mandó
que
hiciese medias de punto.
A
cierta vieja que amantes
trataba
de concertar,
condenaron a tratar
con
soldados y estudiantes.
Uno
que por imprudencia
se casó
mozo, llegó,
y éste
sólo se salvó,
por
llevarlo con paciencia.
Tras
éste a mí me llamaron,
en hora
mala, a jüicio,
y por
este negro vicio
de
beber, me condenaron
a que un demonio aguador
me echase unas angarillas.
Sentílas en las costillas,
y desperté del dolor.
Como
a Inés tan cerca vi,
aun
despierto voceaba
que el
demonio me llevaba,
que es
lo mismo para mí.
INÉS: Aquí
por diablo me cuentas,
y por
ángel cuando quieres.
SANCHO: Pues que te adoro, ángel eres,
y eres diablo, pues me tientas.
JUAN: La
señora Inés, ¿qué hacia
detrás
de mi pabellón?
DIEGO: Amores
de Sancho son
los que
me traen en espía.
INÉS:
Mejor lo quemen.
DIEGO: Amén.
SANCHO: Menos amenes en mí,
señor Mendo, que hay aquí
hombre que es hombre de bien.
JUAN:
Bueno está.
SANCHO:
Sí, bueno está.
JUAN: Declare
Inés lo que hacía.
INÉS: A
Sancho vi que venía,
y como
en seguirme da,
quise de él librarme así.
SANCHO: ¡Linda
invención, vive Dios!
La
verdad es que los dos
nos
escondimos allí
porque Mendo no nos viera,
de
quien se recata Inés.
DIEGO: La
verdad sin duda es.
INÉS: Miente
el lacayo.
SANCHO: Embustera,
no
te disculpes en vano.
JUAN: Dadme
espada y capa.
INÉS: Miente
el vil.
JUAN:
Basta.
Don JUAN habla aparte con Sancho
Lindamente
te puse
a Inés en la mano.
SANCHO: Y
lindamente con Mendo
la
revolví yo también.
Don JUAN habla aparte con don DIEGO
JUAN: Yo
reviento. Primo, ven;
que estoy por hablar muriendo.
INÉS:
Mendo...
DIEGO:
¿Para qué me llama?
¿Quiere
contar la fingida
lo que
ha soñado, metida,
con
Sancho, tras de la cama?
INÉS: ¿Así
me he de ver tratar,
lacayo
infame, por vos?
Traidor, como creo en Dios,
que me
la habéis de pagar.
Vanse todos. Salen
JULIA, con una carta, y GUILLÉN
JULIA: Guardad,
Guillén, la puerta
en
tanto que repaso
esta
carta. No venga Celio acaso.
GUILLÉN: Puedes
vivir de mi cuidado cierta.
Vase GUILLÉN
JULIA:
Triste esperanza muerta,
que
sólo vives ya para matarme,
¿dónde
quieres llevarme
siguiendo un bien que huye presuroso,
y funda
en ir huyendo su vitoria,
yendo
donde es forzoso
que el
tiempo y la distancia en su memoria
borren el nombre mío?
¡Oh,
loco desvarío
del que
a amor obedece,
que
siempre lo difícil apetece!
Lee el papel.
Salen don DIEGO y GUILLÉN
GUILLÉN: Venís a
muy buen tiempo; que a Leonardo
de
responder acaba,
y yo,
mientras lo escrito repasaba,
la
puerta, por si viene Celio, guardo.
DIEGO: (En
vivos celos ardo.) Aparte
Haced
lo mismo agora,
mientras doy mi embajada a Julia.
GUILLÉN: Mendo,
que
presto concluyáis os encomiendo.
Vase GUILLÉN. Don
DIEGO quita la carta a JULIA
DIEGO: ¡Ah, mudable, traidora!
JULIA: ¿Qué es esto? ¿Quién se atreve
de esta suerte? Hola!
DIEGO:
Llama, crüel; que ya deseo
ver mi
temprana muerte.
¿Conócesme?
JULIA:
¡Jesús! ¿Qué es lo que veo?
¡Don
Diego de Luján!
DIEGO: ¡Tente, liviana;
detén
la mano, adúltera, enemiga,
que
menos inhumana
algún
tiempo me diste
bañada
en llanto triste,
y ya
por otro ausente se fatiga,
firmando aquí mi agravio y tu mudanza!
¡Oh,
cielo soberano!
¿Qué
justa ley me impide la venganza
de una
traidora mano?
Yo, sin
delito, en fuego me consumo,
¿y quien
tanto pecó no siente el humo?
¿Y las
palabras, falsa, que me diste?
¿Y los
santos testigos,
que en
rompiendo la fe que prometiste,
te
obligaste a tener por enemigos,
con
abrazos atando el lazo fuerte,
diciendo, "Tuya soy hasta la muerte?"
¡Apenas
conocías
a quien
tú misma toda te debías!
Yo, que
juzgué mis esperanzas muertas,
por
tener nuevas de que no vivías,
de mis
palabras ciertas
un
punto no he rompido,
¿y tú
de tantas, una no has cumplido?
Hiciste, al fin mujer, como quien eres.
Para
mujer te queda,
y como
a mí, a Leonardo le suceda;
que sí
sucederá, pues tú le quieres.
Vase don DIEGO
JULIA:
Aguarda, vuelve, espera,
amor
primero mío,
propietario señor de mi albedrío,
escúchame siquiera,
¿por que quieres que muera
sin oír
mi descargo?
¿Qué
inhumano jüez así condena?
Sale GUILLÉN
GUILLÉN: Dí,
¿qué es, Julia, la pena?
JULIA: A don
Diego seguid.
GUILLÉN: ¿A qué don Diego?
JULIA: El que
salió de aquí.
GUILLÉN: Cobra sosiego.
JULIA: Partid,
Guillén, tras él. Sabed su casa.
GUILLÉN:
Aplaca un poco el fuego que te abrasa;
que el
que salió de aquí se llama Mendo.
JULIA: ¡Oh,
qué bien lo entendéis!
GUILLÉN: Yo no te
entiendo.
Don
Diego de Luján, que de Leonardo
te dio
la carta, de este mozo es dueño.
Mendo
es su nombre propio.
JULIA: (0 éste es
sueño, Aparte
o
disfraz de que algún enredo aguardo.)
¿Sabéis
adónde vive ese don Diego?
GUILLÉN: Don
Rodrigo de Castro, que es su tío,
en su casa lo hospeda.
JULIA: (Dueño mío Aparte
de tu
amoroso fuego,
puesto
que fue el primero que en mis venas
derramó
el niño ciego,
la
brasa vive, aunque los largos días
muestran cubrirla de cenizas frías.
Contra
razón condenas
a quien
por ver perdida la esperanza
de
volverte a cobrar, hizo mudanza;
mas ya
que vuelvo a verte enamorado,
verás
que fue el mudarme en esta ausencia,
del
arco haber la cuerda desvïado,
porque
con más violencia
vuelva
mi amor a su primero estado.)
Guillén, mañana cuando a misa vamos,
iré a
cas de don Diego.
GUILLÉN: Tú pretendes
que en
riesgo nos veamos.
JULIA:
¿Refrenarme procuras? No te entiendes;
que mientras más me aplacas, más me
enciendes.
Vanse los dos.
Salen CELIO y GERARDO
CELIO:
Gerardo, yo no he podido
averiguar lo más cierto
en
razón del desconcierto
en mi
casa sucedido.
Mi
hermana y don Diego
niegan ser lo que decís verdad;
mas yo,
por vuestra amistad,
niego
lo que ellos alegan;
y
así, para que se eviten
pruebas
y averiguaciones,
con
quitar las ocasiones
es bien los daños se quiten.
Palabra de no llegar
a mi
casa, entre los dos,
don
Diego me ha dado; y vos
la
misma me habéis de dar.
GERARDO: Vos
pedís tanta razón,
que obrando he de responder;
sólo
siento no poder
daros
más satisfación.
Siento que de mi lealtad
hayáis
cobrado sospecha;
siento
que quede deshecha
sin
razón nuestra amistad.
CELIO: Eso
no, Gerardo amigo;
puesto
que no queráis vos,
amigos
somos los dos,
haciendo vos lo que digo.
Si
vuestra amistad es llana,
entre
los dos ha de ser,
y así
no habéis menester
entrar
a ver a mi hermana.
Antes si, como mostráis,
estimáis el ser mi amigo,
con
hacer esto que digo,
mas de nuevo me obligáis.
GERARDO: Pues
tened seguridad
de que
os tengo tanto amor,
que en
mirar por vuestro honor
he de
mostrar mi lealtad.
CELIO:
Nunca, Gerardo, de vos
pensé
menos.
GERARDO:
Así muestro
en
cuánto estimo el ser vuestro.
CELIO: Dios os
guarde.
GERARDO: Guárdeos Dios.
Vase CELIO
GERARDO: Él
vive, Julia enemiga,
que
hecho un Argos, pues me abraso,
he de
guardarte, y un paso
no has
de dar que no te siga;
que
he de hacer, si puedo, cierta
mi
disculpa con tu hermano;
porque
a don Diego, no en vano,
vi dos veces a tu puerta.
Pues
me quitas la esperanza,
mi amor
convierto en rigor;
que un
desesperado amor
siempre
apela a la venganza.
Vase GERARDO. Salen INÉS y SANCHO
INÉS: Ya, Sancho, de tu afición
y de tus ruegos me ofendo.
¿Que quieres? Yo soy de
Mendo,
y le
tengo obligación.
SANCHO: Inés
esto mismo diera
a la
mía calidad;
que, a
no haber dificultad,
no
tanto yo te debiera.
INÉS: Y
Mendo, ¿qué sentiría,
di, si
yo tu dama fuese?
¿Te
holgaras de que te hiciese
tal
ofensa la fe mía?
SANCHO:
Inés, respondo que no;
pero yo
no te pretendo
para
que se huelgue Mendo,
sino
para holgarme yo.
INÉS: Don
Diego sale. No sea
que me
halle Mendo contigo.
Vase INÉS
SANCHO: ¡Plega
a Dios que por castigo
tan
vieja en un mes te vea,
que tus callos desafíen
las conchas de las tortugas,
y el verano, en las arrugas
de tu cara, chinches críen!
Salen
don JUAN y don DIEGO
JUAN: ¿Qué
es esto, Sancho?
SANCHO: Señor,
Inés,
que viven los cielos,
que a
puro pedirme celos,
va
despidiendo mi amor.
DIEGO:
¡Buena es ésta!
JUAN: Ya la entiendo.
¿Dónde
vas?
SANCHO:
De ti me aparto,
don
Diego, porque estoy harto
de
estos secretos de Mendo.
Vase
SANCHO
JUAN: ¿Qué hay de Julia desde ayer?
DIEGO: ¿Qué ha
de haber de ayer acá?
JUAN: ¿Pues
qué? ¿No habéis vuelto allá
de ayer acá?
DIEGO: ¿Qué es volver?
JUAN: Tras de seis años de ausencia
no es mucho haberse mudado,
y más habiendo cesado
en vos
la correspondencia.
DIEGO: Con
que pensé que era muerta,
de eso
la disculpa di.
Vuelve SANCHO
SANCHO: Señor,
Julia viene aquí.
DIEGO: ¿Quién?
SANCHO:
Julia. Ya está a la puerta.
Sale JULIA, con manto y GUILLÉN
JUAN:
¿Vos, señora, en esta casa?
Que me
engaño se me antoja.
JULIA: Por las
ventanas se arroja
quien
en su casa se abrasa;
que
estoy de suerte...
JUAN: Aguardad:
no
sepan vuestros cuidados,
señora,
nuestros crïadas.
Sancho,
Guillén, despejad.
SANCHO: Mendo, ¿por qué no se irá?
¿No
tiene lengua también?
JUAN: No me
repliques.
SANCHO: (Aun bien Aparte
que no
queda Inés acá.)
Vanse SANCHO y GUILLÉN
JUAN: Con
esto no temeré
que
Sancho en esta ocasión
saque a
luz nuestra invención.
DIEGO:
Discreta advertencia fue.
JULIA: Yo,
don Diego, no a rogarte
que te
ablandes he venido;
que si
reina en ti el olvido,
por
demás es obligarte.
Vengo a dar satisfación
de las
culpas que me pones;
que tus
groseras razones
ofendieron mi opinión.
Siete años ha que partí
de
Flandes a esta ciudad,
sin
alma y sin libertad,
porque
la dejaba en ti.
En
estos tan largos años,
ni aun
de tu nombre he tenido
una
nueva; de tu olvido,
¿qué
más ciertos desengaños?
Como
faltó esta esperanza,
admití
nuevo cuidado;
buscar
un desesperado
su
remedio no es mudanza.
El
señor que despedir
un
crïado resolvió,
no se
ofende si él buscó
otro
dueño a quien servir.
Baste que en llegando a verte
muestre
mi correspondencia;
que
todo en mí fue violencia
lo que
no ha sido quererte.
Baste que el volverte a amar,
en
cobrando mi esperanza,
muestre
que de mi mudanza
fue
causa el desesperar.
Sale SANCHO
SANCHO: Baste,
que se está apeando
Leonardo en nuestro zaguán.
JULIA: ¿Qué
Leonardo?
SANCHO:
El que a don Juan,
mi
señor, fue acompañando
a
las Indias en la armada.
JULIA: Eso,
¿como puede ser?
SANCHO: Él te
puede responder,
que ya
llega.
JULIA:
¡Ay, desdichada!
JUAN:
Julia, escóndete. No des
ocasión a algún exceso.
Vase JULIA
DIEGO: (Ya de
celos pierdo el seso.) Aparte
Sale LEONARDO
SANCHO: Dame
Leonardo, los pies.
LEONARDO:
¡Sancho!
SANCHO:
¿Y mi señor don Juan?
LEONARDO: Con
salud va navegando.
SANCHO: Su
traslado estás mirando,
que es
don Diego de Luján.
LEONARDO:
Dadme, don Diego, los brazos.
JUAN: Y el
alma; que el no salir
al
zaguán a recebir,
Leonardo, vuestros abrazos,
fue
por pensar que burlaba
Sancho, que la nueva dio.
LEONARDO: El
cielo santo ordenó
lo que
imposible juzgaba.
JUAN:
¿Cómo?
LEONARDO:
Salimos de la gran bahía
al
favorable soplo del solano,
y
perdimos de vista el mismo día,
interpuesta la mar, el suelo hispano;
ya
quince veces plateado había
con sus
rayos el sol al Oceano,
y
nuestra armada sin peligro alguno
ara
veloz los campos de Neptuno,
cuando llegada ya la fatal hora
de
cesar mi viaje, una mañana
al
tiempo que el crepúsculo a la aurora
tiende
alfombras que pise de oro y grana,
una
pena, crüel despertadora,
cambia
en espinas la mullida lana,
y
viendo que conmigo no me valgo,
huyo de
mí y a la cubierta salgo.
Siéntome al bordo, solitario amante,
las
piernas a la mar, la vista al cielo;
da un
balance la nao, y en un instante
todo el
costado entrega al blando hielo.
Yo
triste, inadvertido navegante,
que
este súbito daño no recelo,
como ni
de un cordel estaba asido,
caigo, y soy en las ondas sumergido.
Al centro me llevó con
la caída
del
cuerpo grave el ímpetu violento,
y yo
los brazos, a buscar la vida,
revuelvo
con frecuente movimiento
mas la
ligera casa, que impelida
volaba
al pajaril del fresco viento,
cuando
al aire salí del agua fría,
con la
popa a mis voces respondía.
Trescientos
hombres que iban en la nave
supo
hacer sordos mi enemiga suerte,
o fue
que el alba entre el licor süave
de las
preciosas lágrimas que vierte,
mezcló
el beleño de Morfeo grave,
haciendo oficio entonces de la muerte;
o fue
que por caer a sotavento,
el
camino a mi voz impidió el viento.
De
vista la perdí. ¡Cuál quedaría!
Sin
esperanza de remedio humano,
con votos y promesas todavía
apelo a
Dios, cuya piadosa mano
a darme
vida una fragata envía,
que de
las islas pasa al suelo hispano.
Venme, y llegan los nobles
pasajeros;
cógenme, vuelvo a España,
y vengo a veros.
JUAN: Yo
os doy un gran parabien
de que
hayáis con bien venido.
Sale GUILLÉN, alborotado
GUILLÉN: ¿Tanto
os habéis detenido,
Julia?
JUAN:
¿Qué es esto, Guillén?
GUILLÉN: Que
se esconda mi señora,
que
viene Celio.
JUAN: ¿Estáis loco?
Salen CELIO y GERARDO
CELIO:
Matarla, Gerardo, es poco.
GERARDO: Mi
verdad veréis agora.
GUILLEN: (Aquí me quiero esconder.) Aparte
Vase GUILLÉN
LEONARDO: (Recelo
alguna traición.) Aparte
JUAN: (Yo estoy en gran confusión.) Aparte
SANCHO: (Hoy
esta Troya ha de arder.) Aparte
CELIO: Don
Diego, mal habéis hecho
lo que
hacer me prometistes,
pues la
palabra que distes,
puesta
la mano en el pecho,
de
no inquietar a mi hermana,
habéis
quebrado, que ha sido
hecho de hombre fementido,
de
pecho y sangre villana.
JUAN:
Celio, no es éste lugar
de
castigar ese brío;
que es
la casa de mi tío,
y la
debo respetar.
Salid al campo, y tendréis
respuesta y satisfación.
CELIO: ¡Tened!
¿Con buena invención
llevarme de aquí queréis?
Primero me habéis de dar
a
Julia, a quien escondida
tenéis,
don Diego; y la vida
después os he de quitar.
JUAN: ¿Qué
decís? Que no os entiendo.
CELIO: No hay
que negar, que a Guillén
vi por
mis ojos también
entrarse de mí escondiendo.
¡Dadme a Julia, o vive Dios
que
ponga a esta casa fuego!
LEONARDO: Si es
así, dadla, don Diego.
GERARDO: ¿Acá
estáis, Leonardo, vos?
LEONARDO: Acá
estoy.
GERARDO:
Luego lo vi
en viendo
a Julia.
CELIO: Acabad.
Salga
aquí Julia, y pensad
que no
he de salir de aquí
sin
ella o sin vuestra vida.
Salen don RODRIGO, doña ANA e INÉS
RODRIGO: ¿Qué
alboroto es éste, cielo?
ANA: Inés,
gran daño recelo.
INÉS: (Yo
estoy de temor perdida.) Aparte
RODRIGO: ¿Qué
es esto, Celio? ¿En mi casa
tantas
voces y rüido?
JUAN: Mal
informado ha venido.
CELIO: No os espante lo que pasa;
oíd, señor don Rodrigo.
Don Diego el honor me
quita,
que mi hermana solicita
hasta
tenerla consigo
en
vuestra casa escondida.
Mirad
si es ésta ocasión
para
cobrar mi opinión
o
perder aquí la vida.
RODRIGO: ¿Qué
decís, sobrino?
JUAN: Niego
lo que
Celio, aquí ha afirmado.
GERARDO: El negar
es excusado;
que yo
la vi entrar, don Diego,
y
hasta agora no ha salido.
JUAN: ¿Vos
habéis sido la espía?
GERARDO: A mi
honor le convenía,
y por
cobrallo lo he sido.
RODRIGO:
Reportaos; que yo a buscarla
entraré, y como quien soy,
Celio,
la palabra os doy,
si la
hallo, de sacarla,
y de
que don Diego aquí
vuestro
honor os restituya
siendo
Julia mujer suya.
CELIO: Fuerza
es remediarlo así.
Vase don RODRIGO.
Doña ANA habla aparte a
INÉS
ANA: ¿Qué
te parece? El amor
de don
Diego fue fingido.
LEONARDO: (¿Don
Juan a Julia ha querido? Aparte
¡Vive el cielo que es
traidor,
y a las Indias me enviaba
por poderla pretender!)
JUAN:
(Demonio fue esta mujer.
Aparte
Aquí mi
invención acaba.)
Salen JULIA, don RODRIGO y GUILLÉN
RODRIGO:
Salid, Julia, sin temor
conmigo...
JULIA:
¡Al cielo pluguiera
que sin
la vida saliera!
RODRIGO: Que yerros son por amor.
GUILLÉN:
(Guillén, vuestro fin llegó.) Aparte
ANA: (¿Que
tal en el mundo pasa?) Aparte
CELIO: ¡Ved el
honor de mi casa! ...
LEONARDO: (Pues
que de mí se escondió, Aparte
sin
duda no me buscaba.
Mi
sospecha es verdadera;
pero
callaré hasta el fin.)
JULIA: (En
confusión estoy puesta.) Aparte
CELIO:
¿Negarás, don Diego, ahora
tu
sinrazón y mi afrenta?
JUAN: Celio,
si yo te ofendí,
yo
satisfaré la ofensa;
pero si
Julia ha venido
a mi
casa a buscar nuevas
de
Leonardo, que hoy ha vuelto
por
gran milagro a esta tierra,
¿por
qué quieres darme a mí
de este
delito la pena?
CELIO: ¿Esto es verdad?
JULIA: Es verdad.
DIEGO: (Mil
confusiones me anegan. Aparte
Don
Juan por no descubrirse
toda mi
ventura arriesga.)
LEONARDO: Pues
dime, Julia traidora,
¿cómo
tal engaño intentas?
¿Cómo
de mí te escondiste,
si de
mi buscabas nuevas?
JULIA: Por
escuchar, escondida,
tu
mudanza o tu firmeza.
CELIO: Dadle,
Leonardo, la mano;
que en
calidad ni en hacienda
Julia
no os es desigual,
y así
mi honor se remedia.
DIEGO:
(Perdone don Juan; que ya
Aparte
es
dañosa la paciencia.)
Celio,
cuanto aquí os han dicho,
es
invención y quimera.
Julia
vino a verme a mí.
GERARDO: ¿Es
gracia o locura aquésta?
DIEGO: Don
Diego soy de Luján.
Ved si
son gracias o veras.
Celio, bien me conocéis
de Flandes.
CELIO: Mis manos mesmas
mejor que a vos no
conozco.
DIEGO: Pues desde entonces, por letras,
por palabras, por favores
y por
más forzosas prendas,
es
vuestra hermana mi esposa;
que
aquí la ocasión estrecha
a
inventar lo que ha inventado,
a don
Juan de Castro fuerza,
por
proseguir el disfraz
con que
quedó en esta tierra,
fingiendo ser yo en su casa --
trazas
que el amor ordena.
Mas yo,
viendo que perdía
si
callara más, la prenda
que más
estimo, y don Juan,
cuando muy mal le suceda,
tiene
al fin el padre alcalde,
solté
al silencio las prendas.
RODRIGO: ¿Que eres don Juan?
JUAN: Don Juan soy.
SANCHO: Parece, por Dios, comedia.
RODRIGO: Pues dime: ¿qué te ha obligado
a estos
enredos que ordenas?
JUAN: Yerros son que amor disculpa.
Por no salir de esta
tierra,
de mi
prima emponzoñado
con
amorosas saetas,
lo que has oído fingí;
y,
¡ojalá no lo fingiera,
pues su
liviandad ha sido
de este
delito la pena!
ANA: Don
Juan, sin razón me culpas,
que con
su persona mesma
no te puedo yo ofender.
Deja
vanas sutilezas.
Con tu
sujeto me dio
natural
correspondencia
el
cielo; mudarte el nombre
no muda
naturaleza;
y así
seguí ciegamente
la
inclinación de mi estrella,
de que
sacarás que a nadie
podré
amar, que tú no seas.
Y ya
que de hablar verdades
la
ocasión forzosa llega,
sabe
que desde aquel día
que don
Diego en esta tierra
y en
ésta tu casa entró,
supe de
él, y más, quién era;
pero
callélo, porque él
el
secreto me encomienda;
y así
siempre te he querido
por don
Juan. Testigo sea
don
Diego que está presente.
DIEGO: (Mi
prima es, ayudaréla; Aparte
que con
los ojos me pide
que con
su engaño consienta.)
Doña
Ana dice verdad,
don
Juan; que os adora y precia
por don
Juan. Dadle la mano,
que
merece su firmeza.
JUAN: Aunque
el no haberme guardado
secreto
haya sido ofensa,
de que
no es mi bien mudable
os
agradezco las nuevas;
y así
la mano le doy,
si mi
padre da licencia.
RODRIGO: Mi
sangre es también doña Ana;
verla
amparada me alegra;
pero
sin dispensación,
siendo
tu prima, ¿qué intentas?
JUAN: Yo la
tengo negociada.
No
duerme el que Amor desvela.
CELIO: Parece
que a concertar
vine yo
las bodas vuestras.
DIEGO: Con dar
yo la mano a Julia
alcanzaréis parte de ellas,
si la
merezco.
JULIA:
Yo gano.
DIEGO: Tened,
Leonardo, paciencia;
que en
competencias de amor
es bien
que el antiguo venza.
LEONARDO: Yo no
lo puedo impedir,
puesto
que en la mar soberbia
de
religión hice voto,
sí Dios
me librase de ella.
SANCHO: Gracias
a Dios, sora Inés,
que ya
no hay Mendo que tenga,
y que
me dará la mano
de
mujer, aunque no quiera.
INÉS: Antes
quiero. Toca, Sancho.
SANCHO: ¿Topa,
Sancho? ¡Buena es ésa!
¿Al
casar me dices topa,
siendo
Sancho? ¡Guarda fuera!
INÉS: Toca
dije.
SANCHO:
Toca, pues,
y acabe
aquí la comedia.
FIN DE LA
COMEDIA