ACTO PRIMERO
[Sala en casa de don BELTRÁN]
Salen por una puerta don GARCÍA y un LETRADO viejo, de
estudiantes,
de camino; y, por otra, don BELTRÁN y TRISTÁN
BELTRÁN: Con
bien vengas, hijo mío.
GARCÍA: Dame la
mano, señor.
BELTRÁN: ¿Cómo
vives?
GARCÍA:
El calor
del
ardiente y seco estío
me ha
afligido de tal suerte
que no
pudiera llevallo,
señor, a no mitigallo
con la
esperanza de verte.
BELTRÁN: Entra,
pues, a descansar.
Dios te
guarde. ¡Qué hombre vienes!
¡Tristán!
TRISTÁN:
¿Señor?
BELTRÁN:
Dueño tienes
nuevo ya
de quien cuidar.
Sirve desde hoy a García;
que tú eres diestro en la
corte
y él
bisoño.
TRISTÁN:
En lo que importa,
yo le
serviré de guía.
BELTRÁN: No es
crïado el que te doy;
mas
consejero y amigo.
GARCÍA: Tendrá ese
lugar conmigo.
TRISTÁN: Vuestro
humilde esclavo soy.
Vanse don GARCÍA y TRISTÁN
BELTRÁN: Déme, señor Licenciado
los brazos.
LETRADO: Los pies os pido.
BELTRÁN: Alce ya,
¿Cómo ha venido?
LETRADO: Bueno,
contento, honrado
de mi
señor don García,
a quien
tanto amor cobré,
que no sé
cómo podré
vivir sin
su compañía.
BELTRÁN: Dios le
guarde, que, en efeto,
siempre el
señor Licenciado
claros
indicios ha dado
de
agradecido y discreto.
Tan
precisa obligación
me huelgo
que haya cumplido
García, y
que haya acudido
a lo que
es tanta razón.
Porque
le aseguro yo
que es tal
mi agradecimiento,
que, como
un corregimiento
mi
intercesión la alcanzó
-- según mi amor, desigual -- ,
de la
misma suerte hiciera
darle
también, si pudiera
plaza en
Consejo Real.
LETRADO: De
vuestro valor lo fío.
BELTRÁN: Sí, bien
lo puede creer.
Mas yo me
doy a entender
que, si
con el favor mío
en ese
escalón primero
se ha
podido poner, ya
sin mi
ayuda subirá
con su
virtud al postrero.
LETRADO: En
cualquier tiempo y lugar
he de ser
vuestro crïado.
BELTRÁN: Ya, pues,
señor Licenciado
que el
timón ha de dejar
de la
nave de García,
y yo he de encargarme de él,
que hiciese por mí y por él
sola una cosa querría.
LETRADO: Ya,
señor, alegre espero
lo que me
queréis mandar.
BELTRÁN: La palabra
me ha de dar
de que lo
ha de hacer, primero.
LETRADO: Por
Dios juro de cumplir,
señor,
vuestra voluntad.
BELTRÁN: Que me
diga una verdad
le quiero
sólo pedir.
Ya sabe
que fue mi intento
que el
camino que seguía
de las
letras, don García,
fuese su
acrecentamiento;
que,
para un hijo segundo,
como él
era, es cosa cierta
que es ésa
la mejor puerta
para las
honras del mundo.
Pues
como Dios se sirvió
de
llevarse a don Gabriel,
mi hijo
mayor, con que él
mi mayorazgo quedó,
determiné que, dejada
esa
profesión, viniese
a Madrid,
donde estuviese,
como es
cosa acostumbrada
entre
ilustres caballeros
en España; porque es bien
que las nobles casas den
a su rey sus herederos.
Pues como es ya don García
hombre que no ha de
tener
maestro, y
ha de correr
su
gobierno a cuenta mía,
y mi paternal amor
con justa
razón desea
que, ya
que el mejor no sea,
no la
noten por peor,
quiero,
señor Licenciado,
que me
diga claramente
sin
lisonja, lo que siente
-- supuesto que le ha crïado --
de su
modo y condición,
de su
trato y ejercicio,
y a qué
género de vicio
muestra
más inclinación.
Si
tiene alguna costumbre
que yo
cuide de enmendar,
no piense
que me ha de dar
con
decirlo pesadumbre;
que él
tenga vicio es forzoso;
que me
pese, claro está;
mas
saberlo me será
útil,
cuando no gustoso.
Antes en nada, a fe mía
hacerme puede mayor
placer, o
mostrar mejor
lo bien
que quiere a García,
que en
darme este desengaño,
cuando
provechoso es,
si he de
saberlo después
que haya
sucedido un daño.
LETRADO: Tan
estrecha prevención,
señor, no
era menester
para
reducirme a hacer
lo que
tengo obligación.
Pues es
caso averiguado
que,
cuando entrega al señor
un caballo
el picador
que lo ha
impuesto y enseñado,
si no
le informa del modo
y los
resabios que tiene,
un mal
suceso previene
al caballo
y dueño y todo.
Deciros
verdad es bien;
que, demás
del juramento,
daros una
purga intento
que os
sepa mal y haga bien.
De mi
señor don García
todas las
acciones tienen
cierto
acento, en que convienen
con su
alta genealogía.
Es
magnánimo y valiente,
es sagaz y
es ingenioso,
es liberal
y piadoso,
si
repentino, impaciente.
No
trato de las pasiones
propias de
la mocedad,
porque, en
ésas, con la edad
se mudan
las condiciones.
Mas una
falta no más
es la que
le he conocido,
que, por
más que le he reñido,
no se ha
enmendado jamás.
BELTRÁN: ¿Cosa
que a sus calidad
será
dañosa en Madrid?
LETRADO: Puede ser.
BELTRÁN:
¿Cuál es? Decid.
LETRADO: No decir
siempre verdad.
BELTRÁN:
¡Jesús! ¡Qué cosa tan fea
en hombre de obligación!
LETRADO: Yo pienso
que, o condición,
o mala
costumbre sea.
Con la
mucha autoridad
que con él
tenéis, señor,
junto con
que ya es mayor
su cordura
con la edad,
ese vicio perderá.
BELTRÁN: Si la vara
no ha podido,
en tiempo
que tierna ha sido,
enderezarse, ¿qué hará
siendo
ya tronco robusto?
LETRADO: En
Salamanca, señor,
son mozos,
gastan humor,
sigue cada
cual su gusto;
hacen
donaire del vicio,
gala de la
travesura,
grandeza
de la locura;
hace, al
fin, la edad su oficio.
Mas, en
la corte, mejor
su
enmienda esperar podemos,
donde tan validas vemos
las escuelas del honor.
BELTRÁN: Casi me
mueve a reír
ver cuán
ignorante está
de la
corte. ¿Luego acá
no hay
quien le enseñe a mentir?
En la
corte, aunque haya sido
un extremo
don García,
hay quien
le dé cada día
mil
mentiras de partido.
Y si
aquí miente el que está
en un
puesto levantado,
en cosa en que al engañado
la
hacienda o honor le va,
¿no es
mayor inconveniente
quien por
espejo está puesto
al
reino? Dejemos esto,
que me voy
a maldiciente.
Como el
toro a quien tiró
la vara
una diestra mano
arremete
al más cercano
sin mirar
a quien le hirió,
así yo,
con el dolor
que esta
nueva me ha causado,
en quien
primero he encontrado
ejecuté mi furor.
Créame,
que si García
mi
hacienda, de amores ciego,
disipara,
o en el juego
consumiera
noche y día;
si
fuera de ánimo inquieto
y a
pendencias inclinado,
si mal se
hubiera casado,
si se
muriera, en efeto,
no lo
llevara tan mal
como que
su falta sea
mentir. ¡Qué cosa tan fea!
¡Qué
opuesta a mi natural!
Ahora bien; lo que he de hacer
es casarle
brevemente,
antes que
este inconveniente
conocido
venga a ser.
Yo
quedo muy satisfecho
de su
bueno celo y cuidado,
y me
confieso obligado
del bien
que en esto me ha hecho.
¿Cuándo
ha de partir?
LETRADO:
Querría
luego.
BELTRÁN: ¿No
descansará
algún
tiempo y gozará
de la
corte?
LETRADO: Dicha mía
fuera
quedarme con vos;
pero mi
oficio me espera.
BELTRÁN: Ya
entiendo; volar quisiera
porque va
a mandar. Adiós.
Vase don BELTRÁN
LETRADO: Guárdeos Dios. Dolor extraño
le dió al buen viejo la
nueva.
Al fin, el
más sabio lleva
agramente
un desengaño.
[Una calle en las platerías]
Vase el LETRADO. Salen don GARCÍA, de galán, y TRISTÁN
GARCÍA: ¿Díceme
bien este traje?
TRISTÁN:
Divinamente, señor.
¡Bien
hubiese el inventor
de este
holandesco follaje!
Con un
cuello apanalado,
¿qué
fealdad no se enmendó?
Yo sé una
dama a quien dio
cierto
amigo gran cuidado
mientras con cuello le veía;
y una vez
que llegó a verle
sin él, la
obligó a perderle
cuanta
afición le tenía,
porque
ciertos costurones
en la garganta cetrina
publicaban
la rüina
de pasados
lamparones.
Las
narices le crecieron,
mostró un
gran palmo de oreja,
y las quijadas, de vieja,
en lo enjuto, parecieron.
Al fin
el galán quedó
tan otro
del que solía,
que no le
conocería
la madre
que le parió.
GARCÍA: Por esa
y otras razones
me holgara
de que saliera
premática
que impidiera
esos vanos
cangilones.
Que,
demás de esos engaños,
con su
holanda el extranjero
saca de
España el dinero
para
nuestros propios daños.
Una
valoncilla angosta,
usándose, le estuviera
bien al
rostro, y se anduviera
más a
gusto a menos costa.
Y no
que, con tal cuidado,
sirve un
galán a su cuello
que, por
no descomponello,
se obliga
a andar empalado.
TRISTÁN: Yo sé
quien tuvo ocasión
de gozar
su amada bella,
y no osó
llegarse a ella
por no
ahujar un cangilón.
Y esto
me tiene confuso;
todos
dicen que se holgaran
de que
valonas se usaran,
y nadie
comienza el uso.
GARCÍA: De gobernar nos dejemos
el mundo. ¿Qué hay de mujeres?
TRISTÁN: ¿El mundo
dejas y quieres
que la
carne gobernemos?
¿Es más fácil?
GARCÍA:
Más gustoso.
TRISTÁN: ¿Eres
tierno?
GARCÍA:
Mozo soy.
TRISTÁN: Pues en lugar entras hoy
donde Amor no vive ocioso.
Resplandecen damas bellas
en el
cortesano suelo,
de la
suerte que en el cielo
brillan
lucientes estrellas.
En el
vicio y la virtud
y el
estado hay diferencia,
como es
varia su influencia,
resplandor
y magnitud.
Las
señoras, no es mi intento
que en
este número estén,
que son
ángeles a quien
no se
atreve el pensamiento.
Sólo te
diré de aquellas
que son,
con alma livianas
siendo divinas, humanas;
corruptibles, siendo estrellas.
Bellas casadas verás,
conversables y discretas,
que las llamo yo planetas
porque resplandecen más.
Éstas,
con la conjunción
de maridos placenteros,
influyen en extranjeros
dadivosa condición.
Otras
hay cuyos maridos
a
comisiones se van,
o que en
las Indias están,
o en Italia,
entretenidos.
No
todas dicen verdad
en esto,
que mi taimadas
suelen
fingirse casadas
por vivir
con libertad.
Verás de cautas pasantes
hermosas recientes hijas;
éstas son estrellas fijas,
y sus madres son errantes.
Hay una gran multitud
de señoras
del tusón,
que, entre
cortesanas, son
de la
mayor magnitud.
Síguense tras las tusonas,
otras que serlo desean,
y, aunque tan buenas no sean,
son mejores que busconas.
Éstas son unas estrellas
que dan menor claridad;
mas, en la necesidad,
te habrás
de alumbrar con ellas.
La
buscona, no la cuento
por
estrella, que es cometa;
pues ni su
luz es perfeta
ni
conocido su asiento.
Por las
mañanas se ofrece
amenazando
al dinero,
y, en
cumpliéndose el agüero,
al punto
desaparece.
Niñas
salen que procuran
gozar todas ocasiones;
éstas son exhalaciones
que, mientras se queman,
duran.
Pero que adviertas es bien,
si en
estas estrellas tocas,
que son estables muy pocas,
por más que un Perú les den.
No
ignores, pues yo no ignoro,
que un
signo el de Virgo es,
y los de cuernos son tres:
Aries, Capricornio y Toro.
Y así, sin fïar en ellas,
lleva un presupuesto solo,
y es que
el dinero es el polo
de todas estas estrellas.
GARCÍA: ¿Eres astrólogo?
TRISTÁN: Oí,
el tiempo
que pretendía
en
palacio, astrología.
GARCÍA: ¿Luego has
pretendido?
TRISTÁN: Fui
pretendiente por mi mal.
GARCÍA: ¿Cómo en
servir has parado?
TRISTÁN: Señor,
porque me han faltado
la fortuna
y el caudal;
aunque
quien te sirve, en vano
por mejor
suerte suspira.
GARCÍA: Deja
lisonjas y mira
el marfil
de aquella mano;
el divino resplandor
de aquellos ojos, que, juntas,
despiden entre las puntas
flechas de muerte y amor.
TRISTÁN: ¿Dices
aquella señora
que va en
coche?
GARCÍA:
Pues ¿cuál
merece
alabanza igual?
TRISTÁN: ¡Qué bien
encajaba agora
esto de
coche de sol,
con todos sus adherentes
de rayos de fuego ardientes
y deslumbrante arrebol!
GARCÍA: ¿La
primera dama que vi
en la
corte me agradó?
TRISTÁN: La primera
en tierra.
GARCÍA: No;
la primera
en cielo, sí;
que es
divina esta mujer.
TRISTÁN: Por puntos
las toparás
tan
bellas, que no podrás
ser firme
en un parecer.
Yo
nunca he tenido aquí
constante
amor ni deseo,
que
siempre por la que veo
me olvido
de la que vi.
GARCÍA: ¿Dónde ha de haber resplandores
que borren los de estos ojos?
TRISTÁN: Míraslos ya con antojos
que hacen las cosas mayores.
GARCÍA:
¿Conoces, Tristán?...
TRISTÁN: No humanes
lo que por divino adoras;
porque tan
altas señoras
no tocan a
los Tristanes.
GARCÍA: Pues
yo, al fin, quien fuere, sea,
la quiero
y he de servilla.
Tú puedes,
Tristán, seguilla.
TRISTÁN: Detente,
que ella se apea
en la
tienda.
GARCÍA:
Llegar quiero.
¿Usase en
la corte?
TRISTÁN: Sí,
con la
regla que te di
de que es
el polo el dinero.
GARCÍA: Oro
traigo.
TRISTÁN:
¡Cierra, España!,
que a
César llevas contigo;
mas mira
si en lo que digo
mi
pensamiento se engaña;
advierte, señor, si aquélla
que tras
ella sale agora
puede ser sol de su aurora,
ser aurora
de su estrella.
GARCÍA: Hermosa
es también.
TRISTÁN: Pues mira
si la
crïada es peor.
GARCÍA: El coche
es arco de amor,
y son flechas cuantas tira.
Yo llego.
TRISTÁN:
A lo dicho advierte...
GARCÍA: ¿Y es?...
TRISTÁN:
Que a la mujer rogando,
y con el
dinero dando.
GARCÍA: ¡Consista
en eso mi suerte!
TRISTÁN: Pues
yo, mientras hablas, quiero
que me
haga relación
el cochero
de quién son.
GARCÍA: ¿Dirálo?
TRISTÁN:
Sí, que es cochero.
Vase TRISTÁN. Salen JACINTA, LUCRECIA, ISABEL, con mantos;
cae
JACINTA y llega don GARCÍA
y dale la mano
JACINTA:
¡Válgame Dios!
GARCÍA:
Esta mano
os servid
de que os levante,
si merezco
ser Atlante
de un
cielo tan soberano.
JACINTA: Atlante
debéis de ser,
pues lo
llegáis a tocar.
GARCÍA: Una cosa
es alcanzar
y otra
cosa merecer.
¿Qué
victoria es la beldad
alcanzar,
por quien me abraso,
si es
favor que debo al caso,
y no a
vuestra voluntad?
Con mi propia mano así
el cielo
mas ¿qué importó,
si ha sido
porque él cayó,
y no
porque yo subí?
JACINTA: ¿Para
qué fin se procura
merecer?
GARCÍA:
Para alcanzar.
JACINTA: Llegar al
fin, sin pasar
por los
medios, ¿no es ventura?
GARCÍA: Sí.
JACINTA:
Pues ¿cómo estáis quejoso
del bien
que os ha sucedido,
si el no
haberlo merecido
os hace
más venturoso?
GARCÍA: Porque,
como las acciones
del
agravio y el favor
reciben
todo el valor
sólo de
las intenciones,
por la
mano que os toqué
no estoy
yo favorecido,
si haberlo
vos consentido
con esa
intención no fue.
Y, así,
sentir me dejad
que,
cuando tal dicha gano,
venga sin
alma la mano
y el favor
sin voluntad.
JACINTA: Si la
vuestra no sabía,
de que agora me informáis,
injustamente culpáis
los
defetos de la mía.
Sale TRISTÁN
TRISTÁN: (El
cochero hizo su oficio; Aparte
nuevas
tengo de quién son).
GARCÍA: ¿Qué hasta
aquí de mi afición
nunca
tuvisteis indicio?
JACINTA: ¿Cómo,
si jamás os vi?
GARCÍA: ¿Tampoco
ha valido, ¡ay Dios!,
más de un
año que por vos
he andado
fuera de mí?
TRISTÁN: (¿Un año,
y ayer llegó Aparte
a la
corte?)
JACINTA:
¡Bueno a fe!
¿Mas de un
año? Juraré
que no os
vi en mi vida yo.
GARCÍA: Cuando
del indiano suelo
por mi
dicha llegué aquí,
la primer cosa que vi
fue la
gloria de ese cielo.
Y
aunque os entregué al momento
el alma,
habéislo ignorado
porque
ocasión me ha faltado
de deciros
lo que siento.
JACINTA: ¿Sois indiano?
GARCÍA: Y tales son
mis riquezas, pues os vi,
que al minado Potosí
le quito
la presunción.
TRISTÁN:
(¿Indiano?)
Aparte
JACINTA:
¿Y sois tan guardoso
como la
fama los hace?
GARCÍA: Al que más
avaro nace,
hace el
amor dadivoso.
JACINTA: ¿Luego,
si decís verdad,
preciosas
ferias espero?
GARCÍA: Si es que
ha de dar el dinero
crédito a la
voluntad,
serán
pequeños empleos,
para
mostrar lo que adoro,
daros
tantos mundos de oro
como vos
me dais deseos.
Mas ya
que ni al merecer
de esa
divina beldad,
ni a mi
inmensa voluntad
ha de
igualar el poder,
por lo
menos os servid;
que esta
tienda que os franqueo
dé señal
de mi deseo.
JACINTA: (No vi tal
hombre en Madrid). Aparte
Lucrecia,
¿qué te parece
del
indiano liberal?
LUCRECIA: Que no te
parece mal,
Jacinta, y
que lo merece.
GARCÍA: Las joyas que gusto os dan,
tomad de este aparador.
Habla TRISTÁN aparte
a don GARCÍA
TRISTÁN: Mucho te arrojas, señor.
GARCÍA: ¡Estoy
perdido, Tristán.
Habla ISABEL aparte a las damas
ISABEL: ¡Don
Juan viene!
JACINTA:
Yo agradezco,
señor, lo
que me ofrecéis.
GARCÍA: Mirad que
me agraviaréis
si no
lográis lo que ofrezco.
JACINTA: Yerran
vuestros pensamientos,
caballero,
en presumir
que puedo
yo recibir
más que
los ofrecimientos.
GARCÍA: Pues
¿Qué ha alcanzado de vos
el corazón
que os he dado?
JACINTA: El haberos
escuchado.
GARCÍA: Yo lo
estimo.
JACINTA:
Adiós.
GARCÍA:
Adiós,
y para
amaros me dad
licencia.
JACINTA:
Para querer,
no pienso
que ha menester
licencia
la voluntad.
Vanse las mujeres
GARCÍA:
Síguelas.
TRISTÁN:
Si te fatigas,
señor, por
saber la casa
de la que en amor te abrasa,
ya la sé.
GARCÍA:
Pues no las sigas;
que
suele ser enfadosa
la
diligencia importuna.
TRISTÁN: "Doña
Lucrecia de Luna
se llama
la más hermosa,
que es mi dueño; y la otra dama
que
acompañándola viene,
sé dónde
la casa tiene;
mas no sé
cómo se llama."
Esto
respondió el cochero.
GARCÍA: Si es
Lucrecia la más bella,
no hay más
que saber, pues ella
es la que
habló, y la que quiero;
que,
como el autor del día
las
estrellas deja atrás,
de esa
suerte a las demás,
la que me
cegó, vencía.
TRISTÁN: Pues a
mí la que calló
me pareció
más hermosa.
GARCÍA: ¡Qué buen
gusto!
TRISTÁN:
Es cierta cosa
que no
tengo voto yo;
mas soy
tan aficionado
a
cualquier mujer que calla,
que bastó para juzgalla
más
hermosa haber callado.
Mas
dado, señor, que estés
errado tú,
presto espero,
preguntándole al cochero
la casa,
saber, quién es.
GARCÍA: Y
Lucrecia, ¿dónde tiene
la suya?
TRISTÁN:
Que a la Victoria
dijo, si
tengo memoria.
GARCÍA: Siempre
ese nombre conviene
a la
esfera venturosa
que da
eclíptica a tal luna.
Salen don
JUAN y don FÉLIX, por otra parte
JUAN: ¿Música y
cena? ¡Ah, Fortuna!
GARCÍA: ¿No es
éste don Juan de Sosa?
TRISTÁN: El
mismo.
JUAN:
¿Quién puede ser
el amante
venturoso
que me
tiene tan celoso?
FÉLIX: Que lo
vendréis a saber
a pocos
lances, confío.
JUAN: ¡Que otro
amante le haya dado,
a quien
mía se ha nombrado,
música y
cena en el río!
GARCÍA: ¡Don
Juan de Sosa!
JUAN:
¿Quién es?
GARCÍA: ¿Ya
olvidáis a don García?
JUAN: Veros en
Madrid lo hacía,
y el nuevo
traje.
GARCÍA:
Después
que en
Salamanca me visteis,
muy otro
debo de estar.
JUAN: Más galán sois de seglar
que de
estudiante lo fuisteis.
¿Venís
a Madrid de asiento?
GARCÍA: Sí.
JUAN:
Bien venido seáis.
GARCÍA: Vos, don
Félix, ¿cómo estáis?
FÉLIX: De veros,
por Dios, contento.
Vengáis bueno en hora buena.
GARCÍA: Para
serviros. ¿Qué hacéis?
¿De qué
habláis? ¿En qué entendéis?
JUAN: De cierta
música y cena
que en
el río dio un galán
esta noche
a una señora,
era la
plática agora.
GARCÍA: ¿Música y
cena, don Juan?
¿Y
anoche?
JUAN:
Sí.
GARCÍA:
¿Mucha cosa?
¿Grande
fiesta?
JUAN:
Así es la fama.
GARCÍA: ¿Y muy
hermosa la dama?
JUAN: Dícenme
que es muy hermosa.
GARCÍA: ¡Bien!
JUAN:
¿Qué misterios hacéis?
GARCÍA: De que
alabéis por tan buena
esa dama y
esa cena,
si no es
que alabando estéis
mi fiesta y mi dama así.
JUAN: ¿Pues
tuvisteis también boda
anoche en
el río?
GARCÍA:
Toda
en eso la
consumí.
TRISTÁN: (¿Qué
fiesta o qué dama es ésta, Aparte
si a la
corte llegó ayer?)
JUAN: ¿Ya tenéis
a quien hacer,
tan recién
venido, fiesta?
Presto
el amor dio con vos.
GARCÍA: No ha tan
poco que he llegado
que un mes
no haya descansado.
TRISTÁN: (¡Ayer
llegó, voto a Dios! Aparte
Él
lleva alguna intención).
JUAN: No lo he
sabido, a fe mía,
que al
punto acudido habría,
a cumplir
mi obligación.
GARCÍA: He
estado hasta aquí secreto.
JUAN: Ésa la causa
habrá sido
de no
haberlo yo sabido.
Pero la
fiesta, ¿en efeto
fue
famosa?
GARCÍA:
Por ventura,
no la dio
mejor el río.
JUAN: (¡Ya de
celos desvarío!) Aparte
¨Quién
duda que la espesura
del
Sotillo el sitio os dio?
GARCÍA: Tales
señas me vaya dando,
don Juan,
que voy sospechando
que la
sabéis como yo.
JUAN: No
estoy de todo ignorante,
aunque todo no lo sé;
dijéronme
no sé qué
confusamente, bastante
a
tenerme deseoso
de
escucharos la verdad,
forzosa
curiosidad
en un
cortesano ocioso...
(o en un amante con celos). Aparte
Don
FÉLIX habla aparte a don JUAN
FÉLIX: Advertid
cuán sin pensar
os han
venido a mostrar
vuestro
contrario los cielos.
GARCÍA: Pues a
la fiesta atended:
contaréla,
ya que veo
que os
fatiga ese deseo.
JUAN: Haréisnos
mucha merced.
GARCÍA: Entre
las opacas sombras
y
opacidades espesas
que el
soto formaba de olmos
y la noche
de tinieblas,
se
ocultaba una cuadrada,
limpia y
olorosa mesa,
a lo
italiano curiosa,
a lo
español opulenta.
En mil
figuras prensados
manteles y
servilletas,
sólo
envidiaron las almas
a las aves
y a las fieras.
Cuatro
aparadores puestos
en cuadra
correspondencia,
la plata
blanca y dorada,
vidrios y
barros ostentan.
Quedó con
ramas un olmo
en todo el Sotillo apenas,
que de
ellas se edificaron,
en varias
partes, seis tiendas.
Cuatro
coros diferentes
ocultan
las cuatro de ellas;
otra,
principios y postres,
y las
vïandas, la sexta.
Llegó en
su coche mi dueño,
dando
envidia a las estrellas;
a los
aires, suavidad,
y alegría
a la ribera.
Apenas el
pie que adoro
hizo
esmeraldas ya hierba,
hizo cristal la corriente,
las arenas
hizo perlas,
cuando, en
copia disparados
cohetes,
bombas y ruedas,
toda la
región del fuego
bajó en un
punto a la tierra.
Aun no las
sulfúreas luces
se
acabaron, cuando empiezan
las de
veinte y cuatro antorchas
a
oscurecer las estrellas.
Empezó
primero el coro
de
chirimías; tras ellas,
el de las
vihuelas de arco
sonó en la
segunda tienda.
Salieron
con suavidad
las
flautas de la tercera,
y, en la
cuarta, cuatro voces,
con
guitarras y arpas suenan.
Entre
tanto, se sirvieron
treinta y
dos platos de cena,
sin los
principios y postres,
que casi
otros tantos eran.
Las frutas
y las bebidas
en fuentes
y tazas hechas
del
cristal que da el invierno
y el artificio
conserva,
de tanta
nieve se cubren,
que
Manzanares sospecha,
cuando por
el Soto pasa,
que camina
por la sierra.
El olfato
no está ocioso
cuando el
gusto se recrea,
que de espíritus süaves,
de pomos y
cazolejas
y
distilados sudores
de aromas,
flores y hierbas,
en el Soto
de Madrid
se vio la
región sabea.
en un
hombre de diamantes,
delicadas de oro flechas,
que
mostrasen a mi dueño
su
crueldad y mi firmeza,
al sauce,
al junco y la mimbre
quitaron
su preeminencia;
que han de
ser oro las pajas
cuando los
dientes son perlas.
En esto,
juntas en folla,
los cuatro
coros comienzan,
desde
conformes distancias,
a
suspender las esferas;
tanto que,
envidioso Apolo,
apresuró
su carrera,
de todas
estas estrellas.
porque el
principio del día
pusiese
fin a la fiesta.
JUAN: ¡Por Dios,
que la habéis pintado
de colores
tan perfetas,
que no
trocara el oírla
por
haberme hallado en ella!
TRISTÁN: (¡Válgate
el diablo por hombre! Aparte
Que tan
de repente pueda
pintar un
convite tal
que a la
verdad misma venza!)
Hablan
don JUAN y don FÉLIX aparte
JUAN: ¡Rabio de
celos!
FÉLIX:
No os dieron
del
convite tales señas.
JUAN: ¿Qué
importa, si en la sustancia,
el tiempo
y lugar concuerdan?
GARCÍA: ¿Qué
decís?
JUAN:
Que fue el festín
más
célebre que pudiera
hacer
Alejandro Magno.
GARCÍA: ¡Oh! Son niñerías éstas
ordenadas
de repente.
Dadme vos
que yo tuviera
para
prevenirme un día,
que a las
romanas y griegas
fiestas
que al mundo admiraron
nueva
admiración pusiera.
Don GARCÍA mira
adentro. Hablan don FÉLIX y don JUAN
aparte
FÉLIX: Jacinta es
la del estribo,
en el
coche de Lucrecia.
JUAN: Los ojos a
don García
se le van,
por Dios, tras ella.
FÉLIX: Inquieto
está y divertido.
JUAN: Ciertas
son ya mis sospechas.
LOS DOS: Adiós.
FÉLIX:
Entrambos a un punto
fuisteis a
una cosa mesma.
Vanse don JUAN y don FÉLIX
TRISTÁN: (No vi
jamás despedida Aparte
tan
conforme y tan resuelta).
GARCÍA: Aquel
cielo, primer móvil
de mis
acciones, me lleva
arrebatado
tras sí.
TRISTÁN: Disimula y
ten paciencia,
que el
mostrarse muy amante,
antes daña
que aprovecha,
y siempre
he visto que son
venturosas
las tibiezas.
Las
mujeres y los diablos
caminan
por una senda,
que a las
almas rematadas
ni las
siguen ni las tientan;
que el
tenellas ya seguras
les hace
olvidarse de ellas,
y sólo de
las que pueden
escapárselas se acuerdan.
GARCÍA: Es verdad,
mas no soy dueño
de mí
mismo,
TRISTÁN:
Hasta que sepas
extensamente su estado,
no te
entregues tan de veras;
que suele
dar, quien se arroja
creyendo
las apariencias,
en un
pantano cubierto
de verde,
engañosa hierba.
GARCÍA: Pues hoy
te informa de todo.
TRISTÁN: Eso queda
por mi cuenta.
Y agora,
antes que reviente,
dime, por
Dios, ¿qué fina llevas
en las ficciones que he oído?
Siquiera
para que pueda
ayudarte,
que cogernos
en mentira
será afrenta.
Perulero
te fingiste
con las
damas.
GARCÍA:
Cosa es cierta,
Tristán, que los forasteros
tienen más
dicha con ellas,
y más si
son de las Indias,
información de riqueza.
TRISTÁN: Ese fin
está entendido;
mas pienso
que el medio yerras,
pues han
de saber al fin
quién
eres.
GARCÍA:
Cuando lo sepan,
habré
ganado en su casa
o en su
pecho ya las puertas
con ese
medio, y después,
yo me
entenderé con ellas.
TRISTÁN: Digo que
me has convencido,
señor; mas
agora venga
lo de
haber un mes que estás
en la
corte. ¿Qué fin llevas,
habiendo
llegado ayer?
GARCÍA: Ya sabes
tú que es grandeza
esto de
estar encubierto
o retirado
en su aldea,
o en su
casa descansando.
TRISTÁN: ¡Vaya muy
en hora buena!
Lo del
convite entre agora.
GARCÍA: Fingílo,
porque me pesa
que piense
nadie que hay cosa
que mover
mi pecho pueda
a envidia
o admiración,
pasiones
que al hombre afrentan.
Que
admirarse en ignorancia,
como
envidiar es bajeza.
Tú no
sabes a qué sabe
cuando
llega un portanuevas
muy
orgulloso a contar
una hazaña
o una fiesta,
taparle la
boca yo
con otra
tal, que se vuelva
con sus
nuevas en el cuerpo
y que
reviente con ellas.
TRISTÁN:
¡Caprichosa prevención,
si bien
peligrosa treta!
La fábula
de la corte
serás, si
la flor te entrevan.
GARCÍA: Quien vive
sin ser sentido,
quien sólo
el número aumenta
y hace lo
que todos hacen,
¿en qué difiere de bestia?
Ser
famosos en gran cosa,
el medio
cual fuere sea.
Nómbrenme
a mí en todas partes,
y
murmúrenme siquiera;
pues, uno,
por ganar nombre,
abrasó el
templo de Efesia.
Y, al fin,
es éste mi gusto,
que es la
razón de más fuerza.
TRISTÁN: Juveniles
opiniones
sigue tu
ambiciosa idea,
y cerrar
has menester
en la
corte, la mollera.
Vanse don GARCÍA y TRISTÁN
[Sala en casa de don SANCHO]
Salen JACINTA e
ISABEL, con mantos, y don BELTRÁN y don SANCHO
JACINTA: ¿Tan
grande merced?
BELTRÁN: No ha sido
amistad de un solo día
la que
esta casa y la mía,
si os
acordáis, se han tenido;
y así,
no es bien que extrañéis
mi visita.
JACINTA:
Si me espanto
es, señor,
por haber tanto
que merced
no nos hacéis.
Perdonadme que, ignorando
el bien
que en casa tenía,
me tardé
en la Platería,
ciertas
joyas concertando.
BELTRÁN: Feliz
pronóstico dais
al
pensamiento que tengo,
pues
cuando a casaros vengo
comprando
joyas estáis.
Con don
Sancho, vuestro tío,
tengo
tratado, señora,
hacer
parentesco agora
nuestra
amistad, y confío
-- puesto que, como discreto,
dice don
Sancho que es justo
remitirse
a vuestro gusto --
que esto
ha de tener efeto.
Que,
pues es la hacienda mía
y calidad
tan patente,
sólo falta que os contente
la persona
de García.
Y
aunque ayer a Madrid vino
de
Salamanca el mancebo,
y de
envidia el rubio Febo
le ha
abrasado en el camino,
bien me
atreveré a ponello
ante
vuestros ojos claros,
fïando que
de agradaros
desde la
planta al cabello,
si
licencia le otorgáis
para que
os bese la mano.
JACINTA: Encarecer
lo que gano
en la mano que me dais,
si es
notorio, es vano intento,
que estimo
de tal manera
las
prendas vuestras, que diera
luego mi
consentimiento,
a no
haber de parecer
-- por mucho que en ello gano --
arrojamiento liviano
en una
honrada mujer.
Que el
breve determinarse
es cosa de
tanto peso,
o es tener
muy poco seso
o gran
gana de casarse.
Y en cuanto a que yo lo vea
me parece,
si os agrada,
que, para
no arriesgar nada,
pasando la
calle sea.
Que si,
como puede ser
y sucede a
cada paso,
después de
tratarlo, acaso
se viniese
a deshacer,
¿de qué
me hubieran servido,
o qué
opinión me darán
las
visitas de un galán
con
licencias de marido?
BELTRÁN: Ya por
vuestra gran cordura,
si es mi
hijo vuestro esposo,
le tendré
por tan dichoso
como por
vuestra hermosura.
SANCHO: De
prudencia puede ser
un espejo
la que oís.
BELTRÁN: No sin
causa os remitís,
don
Sancho, a su parecer.
Esta tarde, con García,
a caballo
pasaré
vuestra
calle.
JACINTA:
Yo estaré
detrás de
esa celosía.
BELTRÁN: Que le
miréis bien os pido,
que esta
noche he de volver,
Jacinta hermosa, a saber
cómo os
haya parecido.
JACINTA: ¿Tan
apriesa?
BELTRÁN: Este cuidado
no
admiréis, que es ya forzoso;
pues si
vine deseoso
vuelvo
agora enamorado.
Y
adiós.
JACINTA:
Adiós.
Habla don BELTRÁN a don SANCHO
BELTRÁN:
¿Dónde vais?
SANCHO: A
serviros.
BELTRÁN:
No saldré.
SANCHO: Al
corredor llegaré
con vos, si licencia dais.
Vanse los dos
ISABEL: Mucha
priesa te da el viejo.
JACINTA: Yo se la
diera mayor,
pues
también le está a mi honor,
si a
diferente consejo
no me obligara
el amor;
que,
aunque los impedimentos
del hábito
de don Juan
-- dueño de mis pensamientos --
forzosa
causa me dan
de admitir
otros intentos,
como su
amor no despido,
por mucho
que lo deseo
-- que vive en el alma asido --
tiemblo,
Isabel, cuando creo
que otro
ha de ser mi marido.
ISABEL: Yo
pensé que ya olvidabas
a don
Juan, viendo que dabas
lugar a otras pretensiones.
JACINTA: Cáusanlo
estas ocasiones,
Isabel, no
te engañabas.
Que
como ha tanto que está
el hábito
detenido,
y no ha de
ser mi marido
si no
sale, tengo ya
este
intento por perdido.
Y así,
para no morirme,
quiero
hablar y divertirme,
pues en
vano me atormento;
que en un
imposible intento
no apruebo
el morir de firme.
Por ventura encontraré
alguno que
tal merezca,
que mano y
alma le dé.
ISABEL: No dudo
que el tiempo ofrezca
sujeto
digno a tu fe;
y, si
no me engaño yo,
hoy no te
desagradó
el galán indiano.
JACINTA:
Amiga,
¿quieres
que verdad te diga?
Pues muy
bien me pareció.
Y
tanto, que te prometo
que si
fuera tan discreto,
tan
gentilhombre y galán
el hijo de
don Beltrán,
tuviera la
boda efeto.
ISABEL: Esta
tarde le verás
con su
padre por la calle.
JACINTA: Veré sólo
el rostro y talle;
el alma,
que importa más,
quisiera
ver con hablalle.
ISABEL:
Háblale.
JACINTA:
Hase de ofender
don Juan
si llega a sabello,
y no
quiero, hasta saber
que de
otro dueño he de ser,
determinarme a perdello.
ISABEL: Pues da
algún medio, y advierte
que siglos
pasas en vano,
y conviene
resolverte,
que don
Juan es, de esta suerte,
el perro
del hortelano.
Sin que
lo sepa don Juan
podrás
hablar, si tú quieres,
al hijo de
don Beltrán;
que, como
en su centro, están
las trazas
en las mujeres.
JACINTA: Una
pienso que podría
en este
caso importar.
Lucrecia
es amiga mía;
ella puede
hacer llamar
de su
parte a don García;
que,
como secreta esté
yo con
ella en su ventana,
este fin
conseguiré.
ISABEL: Industria
tan soberana
sólo de tu
ingenio fue.
JACINTA: Pues
parte al punto, y mi intento
le di a
Lucrecia, Isabel.
ISABEL: Sus alas
tomaré al viento.
JACINTA: La
dilación de un momento
le di que
es un siglo en él.
Sale don JUAN, al encuentro
JUAN: ¿Puedo hablar
a tu señora?
ISABEL: Sólo un
momento ha de ser,
que de
salir a comer
mi señor
don Sancho es hora.
Vase ISABEL
JUAN: Ya,
Jacinta, que te pierdo,
ya que yo
me pierdo, ya...
JACINTA: ¿Estás
loco?
JUAN:
¿Quién podrá
estar con
tus cosas cuerdo?
JACINTA:
Repórtate y habla paso,
que está
en la cuadra mi tío.
JUAN: Cuando a
cenar vas al río,
¿cómo
haces de él poco caso?
JACINTA: ¿Qué
dices? ¿Estás en ti?
JUAN: Cuando
para trasnochar
con otro
tienes lugar,
¿tienes
tío para mí?
JACINTA:
¿Trasnochar con otro? Advierte
que,
aunque eso fuese verdad,
era mucha libertad
hablarme a
mí de esa suerte;
cuanto
más que es desvarío
de tu loca
fantasía.
JUAN: Ya sé que
fue don García
el de la
fiesta del río;
ya los
fuegos que a tu coche,
Jacinta,
la salva hicieron;
ya las
antorchas que dieron
sol al
soto a media noche;
ya los
cuatro aparadores
con
vajillas varïadas;
las cuatro
tiendas pobladas
de instrumentos
y cantores.
Todo lo
sé; y sé que el día
te halló,
enemiga, en el río;
di agora
que "es desvarío
de mi loca
fantasía."
Di
agora que es libertad
el
tratarte de esta suerte,
cuando
obligan a ofenderte
mi agravio
y tu liviandad.
JACINTA: ¡Plega
a Dios!...
JUAN:
Deja invenciones.
Calla, no
me digas nada,
que en
ofensa averiguada
no sirven
satisfacciones.
Ya
falsa, ya sé mi daño;
no niegues
que te he perdido;
tu mudanza
me ha ofendido,
no me
ofende el desengaño.
Y
aunque niegues lo que oí,
lo que vi
confesarás;
que hoy lo
que negando estás
en sus mismos ojos vi.
Y su padre, ¿qué quería
agora
aquí? ¿Qué te dijo?
¿De noche
estás con el hijo
y con el
padre de día?
Yo lo vi;
ya mi esperanza
en vano
engañar dispones;
ya sé que
tus dilaciones
son hijas de tu mudanza.
Mas crüel, ¡vive los cielos,
que no has de vivir
contenta!
Abrásete,
pues revienta,
este
volcán de mis celos.
El que
me hace desdichado
te pierda,
pues yo te pierdo.
JACINTA: ¿Tú eres
cuerdo?
JUAN:
¿Cómo cuerdo,
amante y
desesperado?
JACINTA: Vuelve,
escucha; que si vale
la verdad,
presto verás
qué mal
informado estás.
JUAN: Voyme, que
tu tío sale.
JACINTA: No
sale; escucha, que fío
satisfacerte.
JUAN:
Es en vano,
si aquí no
me das la mano.
JACINTA: ¿La
mano? Sale mi tío.
FIN DEL PRIMER ACTO