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Salen don DIEGO, de estudiante, y don JUAN, de noche
DIEGO: Don Juan, yo os prometo a Dios
si andar de noche en la calle,
¡Pese a tal, don Juan, con vos!
JUAN: Ello está muy bien reñido,
¿Qué travesura intentastes
¿En qué pendencia jamás
que es un yugo el casamiento
que al más bravo hace amansar.
y medís sin diferencia
y obligación de un casado.
DIEGO: Pues si estáis tan convertido
JUAN: No se olvida todo junto;
DIEGO: Pues, ¡por vida de los dos,
que al gusto esta noche demos!
JUAN: Por vos he de hacer extremos;
DIEGO: ¿Quién es éste
¿Quién no la pierde al sereno?
¿Qué hacéis?
GARCÍA: ¿En santulón habéis dado?
JUAN: Don Diego ha dado en pesado,
DIEGO: ¡Qué lágrimas, qué suspiros
GARCÍA: Cómo alegrarnos tracemos,
o voyme.
que yo en todo, y hasta, el día,
DIEGO: Vamos a ver a Juanilla.
JUAN: ¿A Juanilla? ¡Hermosa pieza!
DIEGO: ¿Tan presto, don Juan, quebráis
JUAN: Digo que erré, y que callado
DIEGO: Mariquilla la bocona
no diréis que es bachillera.
JUAN: No es mala, si no pidiera;
DIEGO: Sí.
JUAN: Pues yo no he de ir allá.
DIEGO: ¿No digo yo? No hallará
JUAN: Decidlo vos, don García,
GARCÍA: Si he de declarar mi gusto,
DIEGO: Declaradla, que aquí estamos.
GARCÍA: De que a la justicia hagamos
JUAN: ¡Eso no!
DIEGO: ¡Dos le hemos de hacer, por Dios!
JUAN: Digo que se le hagan dos,
¿Para qué es bueno arriesgarnos,
GARCÍA: En la burla que imagino
JUAN: Decid, que tal puede ser,
GARCÍA: Ella al fin ha de ser tal,
es menester.
JUAN: ¡Oh, para estas travesuras
GARCÍA: Moje el agua, queme el fuego
y más cuando se granjea
JUAN. Sí ¿mas si encima nos llueve?
GARCÍA: No viva quien tal desea.
¿Qué ha de hacerse?
una calle.
de cuchilladas formar.
DIEGO: Pues a mi cargo la tomo
JUAN: Temo que le hemos de hacer
DIEGO: A aquel que más se recata
que es mas cierta la justicia.
GARCÍA: ¿Por qué?
que de Clara el rostro y talle
DIEGO: (Con que el seso he de perder.) Aparte
GARCÍA: Dos clavos quiero buscar.
Atan el cordel atravesando el vestuario, y dice don GARCÍA
GARCÍA: (¡Quien pusiera, hermosa Clara,
un muro, por que con él
DIEGO: Repartidos nos pongamos,
a los otros de noticia,
GARCÍA: Yo me quedo en esta puerta;
DIEGO: Yo me voy a esotra. Adiós,
Repártense por el teatro. Sale ZAMUDIO corriendo un
tostador cae en el teatro; ALONSO, ganapán, corre tras
él y cae y abrázase con él; y don DIEGO
llega dando de cintarazos a ALONSO; él saca la espada y se
al ladrón!
por tierra!
ALONSO: Ya no puedo, majadero.
Pagaréisme el tostador,
que os mate!
DIEGO: Esta voz es de Zamudio.
ALONSO: ¡Aquí de Dios, que me matan!
DIEGO: ¿Sacas la espada y das voces?
JUAN: ¡Las tres Furias se desatan
GARCÍA: La que viene es la justicia.
Salen un TENIENTE y CHINCHILLA y se caen; y luego saca la espada
CHINCHILLA: ¿Hay tal malicia?
DIEGO: ¡Pícaro, detente! Dentro
TENIENTE: ¡Échales mano, Chinchilla!
¡Pagaránme esta insolencia!
CHINCHILLA: ¡Denme las armas! Dentro
CHINCHILLA: ¡Resistencia! Dentro
¡Aquí del rey!
Sacan las espadas. Vase don GARCÍA
JUAN: De tales burlas reniego.
Vase don JUAN. ZAMUDIO busca piedras
ZAMUDIO: ¡Que no haya podido hallar,
una piedra por aquí!
¿De ahito? A fe que no es mía.
Vase ZAMUDIO. Sale ENRICO, viejo grave, con sotana y ropa de
levantar y bonete, y tinta y pluma y papel, ANDRÉS, su
criado, en cuerpo, con un candil pone un bufete en medio del
ANDRÉS: ¿No es hora ya de dormir?
ENRICO: Primero, Andrés, la lición
ENRICO: Siempre queda qué aprender.
ANDRÉS: ¿Cuándo saldrás de pobreza
ENRICO: Cuando salga de ignorante,
del estudio enriquecer;
Si eso alcanzo, lo consigo.
con la fortuna las ha,
que ignorante enriquecer.
No, que en la razón que tienes
Salen don DIEGO con la espada desnuda, y ZAMUDIO
DIEGO: Si acaso tenéis por dónde
si tenéis dónde escondernos,
perdonadlos como cuerdo
y amparadnos como honrado.
ZAMUDIO: Pongámonos en defensa
de la puerta.
ZAMUDIO: Si un momento os detenéis,
ANDRÉS: No os aflijáis, que sí quiere
Cae de lo alto una nube como manga, a raíz del vestuario, coge
dentro a don DIEGO y él se mete en el vestuario, y torna a subir
la nube
ZAMUDIO: Qué es esto ¡Válgame Dios,
qué prodigio! El viejo es santo.
en poder de tus contrarios?
¿No importa que a mí me prendan?
yo me pongo en vuestras manos.
me amparo.
ZAMUDIO: Bufetes hay muy honrados.
Métese debajo del bufete; la sobremesa besa el suelo; quitan un
escotillón del teatro y húndese ZAMUDIO, y tornan a poner el
escotillón. Entran el TENIENTE, y CHINCHILLA, y gente
con hachas encendidas
TENIENTE: Guarden algunos la puerta.
ENRICO: Yo soy, a vuestro mandado.
TENIENTE: ¿Qué es de unos hombres que entraron
agora aquí?
TENIENTE: ¿No hay más aposentos?
ENRICO: No.
ENRICO: Ninguna;
por la puerta el sol sus rayos
le da.
TENIENTE: ¿Luego no han podido,
si es que en esta casa entraron,
CHINCHILLA: Yo los vi entrar, no me engaño,
ENRICO: Mucho estudio y muchos años
sin verlos yo.
CHINCHILLA: Señor, concluye este caso.
TENIENTE: Metidos en las paredes
de este bufete no están,
no hay aquí dónde buscarlos.
CHINCHILLA: ¡Ténganse al señor teniente!
Levanta la sobremesa y luego déjala caer, y tórnase a poner
Mas no hay aquí nadie.
no hay colgaduras que puedan
si a persuadiros no valgo;
que los vio entrar se ha engañado;
y la obscuridad disculpa
TENIENTE: Ésta es la verdad sin duda.
Chinchilla, los delincuentes.
CHINCHILLA: ¡Por Dios, que parece encanto!
TENIENTE: Vamos, que no he de acostarme
hasta que los prenda.
Vase la justícia. Salen de debajo del
bufete ZAMUDIO, y don DIEGO del vestuario
ZAMUDIO: ¡Que se quema, so Teniente!
DIEGO: Dadme los pies soberanos,
restaurador de estas vidas.
ENRICO: Señor, ¿con vuestro crïado
Sale Don JUAN con la espada desnuda
¿Dónde estuvistes?
de nuestros mismos contrarios,
escondido entre ellos mismos,
Pero vos, ¿cómo escapastes?
JUAN: Razón es que conozcamos
DIEGO: Decid quién sois, varón santo.
En letras y armas la nación famosa
francesa me dio ser; padres honrados,
si no de sangre tuve generosa,
que no jacto valor de mis pasados.
Propia virtud es calidad gloriosa;
paternas armas, timbres heredados,
armas son ciertas de su autor primero.
Vana opinión las pasa al heredero.
En la niñez las artes liberales
me dieron en París honrosa fama;
mas en la edad autora de los males
que en el rostro el sutil vello derrama,
fueron mis travesuras desiguales,
nacidas del amor de cierta dama,
causa de mi inquietud, hasta obligarme
de Francia mis delitos a ausentarme.
Fuime de mar en mar, de tierra en tierra;
varias costumbres vi, varias naciones,
viviendo ya en la paz y ya en la guerra
según el tiempo hallé y las ocasiones;
mas aunque mi locura me destierra,
llevé conmigo mis inclinaciones,
que en cualquiera región, cualquiera estado,
aprender siempre más fue mi cuidado.
Al fin topé en Italia un eminente
en las ciencias varón, Merlín llamado;
procuré su amistad, y cautamente
a la estrecha llegué de grado en grado;
él, que mi inclinación y intento siente,
a mis letras y ingenio aficionado,
conmigo liberal, del alma rica
los más altos tesoros comunica.
Aprendí la sutil quiromancía,
profeta por las líneas de las manos;
la incierta judiciaria astrología,
y con gusto mayor, nigromancía,
la que en virtud de caracteres vanos
a la naturaleza el poder quita,
y engaña, al menos, cuando no la imita.
Con ésta a los furiosos cuatro vientos
puedo imponer; los montes cavernosos
arrancar de sus últimos asientos
y sosegar los mares procelosos;
poner en guerra y paz los elementos;
formar nubes y rayos espantosos;
profundos valles y encumbrados montes
esconder, y alumbrar los horizontes;
con ésta sé de todas las criaturas
mudar en otra forma la apariencia.
Con ésta aquí oculté vuestras figuras;
no obró la santidad, obró la ciencia.
Ésta os ofrezco con entrañas puras
a cualquier peligrosa contingencia,
ajeno de interés, que bien me sobra
el que saco de hacer la buena obra.
En este, pues, que veis, albergue chico,
donde vine a parar por la noticia
de esta universidad, paso tan rico
cuan libre de ambición y de codicia;
aquí mi ciencia a todos comunico;
que no de lo que sé tengo avaricia.
Esto es y vale Enrico. Sólo queda
saber si hay más en que serviros pueda.
DIEGO: ¡Oh, prodigioso varón,
Enrico, que el trasnochar
ENRICO: Un colchón y un jergón tiene
DIEGO: Dormid en él, que os hará,
pues sin pena estáis, provecho;
porque a quien con tanta está
como nosotros, será
JUAN: Dormid, padre, que interés
DIEGO: Dormid sin cuidado o pena,
ZAMUDIO: Y de presunción tan buena,
ha de ser alguna Elena.
ENRICO: No tan poco el tiempo ha sido
que no haya a vos y a don Juan
cuanto más que de esta casa
es segura guarnición
de los cursos celestiales.
DIEGO: Idos, que es tarde, a acostar.
DIEGO: De lo que habemos de hacer,
hasta la matina.
DIEGO: ¿Pues qué? ¿Hay sermón?
JUAN: ¿No ha de haber, cuando por vos
DIEGO: Lo hecho, don Juan, ya es hecho,
JUAN: En la ocasión me pusistes,
hacer como hacer me vistes.
No hallarse en ella es ventura;
DIEGO: ¡Ah, Dios, y qué a mi sabor
De alguaciles y escribanos,
a quien tanto aborrecía,
ZAMUDIO: Tú les has dado un buen día
DIEGO: Lindamente le pegué
como tan cerca lo hallé
un revés...
Mas, ¿por qué no dejas nada
a los demás de la gloria?
JUAN: ¡Buenos estáis! Burla ha sido
lo que nos ha sucedido.
DIEGO: El tratar de la vitoria
y el celebrarla, la gloria
de lo importante primero.
JUAN: Pasó adelante quien era.
que ya he descansado. ¿Y vos,
y ver lo que hemos de hacer.
y escondidos aquí, ver
pues que con su encantamento
de ser presos.
pues que ya en este aposento
DIEGO: Y este francés puede darnos
y nosotros aprender
por la ciudad.
que en mi libro es el primero.
ZAMUDIO: ¿Y el sueño? A saber espero
DIEGO: ¡Ah, quién te pudiera ver!
ZAMUDIO: ¡Cuál estará mi Lucía!
DIEGO: Mas, ¿quién de vosotros vio
JUAN: Yo no.
ZAMUDIO: Yo lo vi de tres cercado,
DIEGO: Donde falta el lecho blando,
ZAMUDIO: Tendido en el duro suelo,
y el alma a Dios cuenta dando.
Vanse todos. Salen don PEDRO, doña CLARA y
este alboroto.
padre, que estás indispuesto
LUCÍA: Todo el mundo está revuelto,
herido el corregidor,
derribaron una mano
CLARA: ¡Que impertinente afición!
fue quien causo todo el fuego.
CLARA: ¿Qué dices? ¡Ay, desdichada!
Dicen que el corregidor,
a la corte ha despachado
a pedir pesquisidor.
CLARA: ¡En qué pudieron parar,
don Diego, tus travesuras!
Pero no. Mis desventuras
ANDRÉS: (Ella, por las señas, es.) Aparte
LUCÍA: ¿Quién es? ¿Qué quiere?
ANDRÉS: ¿No es ella
LUCÍA: ¿Y pues?
ANDRÉS: ¿La que veo es doña Clara?
LUCÍA: ¿Qué, que sea?
ANDRÉS: Éste te envía don Diego
de Guzmán.
ANDRÉS ¿Dónde queda? Ahí lo verás,
que yo no soy para más.
LUCÍA: #161;Mas que es de Zamudio!
que cuando a mí me los dio
me holgué mucho menos yo
LUCÍA: ¿Hallóse en la resistencia?
CLARA: Id, mancebo, en hora buena,
que aquí no tenéis que hacer.
ANDRÉS: Tened dolor de mi pena,
LUCÍA: Dad a Zamudio un recado.
ANDRÉS: Buscad otro mensajero.
y en ella es cierto espialle.
LUCÍA: ¿Sabes dónde lo has de hallar?
la industria, pues da el deseo.
Vase. Salen el MARQUÉS, de camino, y don
DIEGO: ¿Posible es que hayáis venido,
MARQUÉS: Si tal me decís, de vos
será forzoso agraviarme,
que bien puedo entrar y honrarme
en casa en que estáis los dos;
ajenas las cortesías,
pues me la habéis preguntado,
En esta universidad,
a la ardiente adolescencia
hice de mí sacrificio
y, aunque amante de las ciencias,
mucho más me provocaba
y al monstruo en ciencias Merlín
por mi dicha encontré en ella.
los que con Venus se sueñan...
probar sus naturalezas.
más que humano a todas ciencias.
de mi inclinación primera,
que el entendimiento humano
las quirománticas líneas,
con que en la mano a cualquiera
la inclinación más secreta;
con que las manos se adiestran,
las demonstraciones ciertas
por matemática supe
y supe por arismética.
el sitio, la diferencia,
y por remate de todo
pues con caracteres vanos
la misma Naturaleza.
En esto, de que murió
porque, si no es por encanto,
dos hombres que son tan grandes
DIEGO: Gran don Enrique, jamás
que sois quien del gran maestre
MARQUÉS: Para quien viene a saber,
DIEGO: Oíd de la cueva, Enrique,
la verdad de la cueva en la pintura.
Ésta que veis obscura casa chica
cueva llamó, porque su luz el cielo
por la puerta no más le comunica,
y porque una pared el mismo suelo
le hace a las espaldas con la cuesta
que a la iglesia mayor levanta el vuelo;
y la cabeza de metal que puesta
en la cátedra da en lenguaje nuestro
a la duda mayor clara respuesta,
es Enrico, un francés que el nombre vuestro,
el mismo devagar, los mismos casos
y el que tuvistes vos, tuvo maestro.
De Merlín, como vos, siguió los pasos,
y al fin, pródigo aquí de su riqueza,
de magia informa juveniles vasos;
y porque excede a la naturaleza
frágil del hombre su saber inmenso,
se dice que es de bronce su cabeza.
De siete que entran, que uno pague el censo,
los pocos que de muchos estudiantes
la ciencia alcanzan, declararnos pienso;
La falda ocupan muchos caminantes
al apolíneo monte, y pocos besan
las aras en la cumbre relumbrantes.
Enrico está en escuelas; que no cesan
en casi edad caduca sus intentos
de seguir el estudio que profesan.
En ellas oye humildes rudimentos
de las ciencias que ignora, y da en su casa,
de las que sabe, claros documentos.
En viéndolo, veréis que ha sido escasa
la fama en metafóricos pregones,
pues la verdad sus límites traspasa.
¡Dichosa España, que de dos varones
goza en un tiempo tales! Dos Enricos
serán de hoy más sus célebres blasones.
Mas no convienen coronistas chicos
a grandes cosas y hechos inmortales;
déjolo a estilos de caudal mas ricos.
Y por que ya sepáis los desiguales
casos, que a choza tal nos han traído,
oíd en breve suma largos males.
En cierta resistencia habemos sido
culpados; muertos hubo, y más de nueve
acompañó el corregidor herido.
Toco a rebato, y la irritada plebe
en tal número crece, que al espeso
granizo imita que del cielo llueve.
Fuerza fue retirarnos; yo confieso
que me faltó el aliento, y ya sería
resistir, no valor, mas poco seso.
Con alas gran caterva nos seguía;
aquí entré perseguido, y con encanto
Quedámonos aquí, por que entre tanto
con sus artes el vicio nos defienda,
que nos da libertad el cielo santo.
Mas, ¡ay!, que allá dejamos una prenda,
don García Girón, vuestro pariente,
que al valor de ese pecho se encomienda,
preso quedó en la lucha, y duramente
lo tienen en la pública aherrojado,
sin darle cárcel, a quien es, decente.
Dícese que a la corte han envïado
por un pesquisidor; yo a que lo impidan
por la posta a mis deudos un crïado.
Pero los cielos, que jamás olvidan
un pecho de desdichas oprimido,
en vos con el remedio nos convidan,
pues a tal ocasión os han traído.
MARQUÉS: Don Diego, la explicación
y puesto en obligación.
MARQUÉS: Luego a veros volveré
de tener fin venturoso,
A mi esposa es bien que escriba
DIEGO: Bien es que en mal tan crüel
Vase don JUAN. Salen doña CLARA, con manto,
y LUCÍA
DIEGO: ¡Bien de mi pensamiento!
¿Qué exceso, qué milagro, qué portento
estoy viendo? ¿Es verdad o desvarío?
¿Un pequeño rincón triste y sombrío
que el que por inventor del claro día
CLARA: ¡Ay, mi bien! ¿Qué te espantas?
Tus excesos me obligan a este exceso.
DIEGO: ¡Oh, feliz yo, que entre desdichas tantas
más que amoroso conseguí travieso!
CLARA: Como escribiste que esta noche irías
temí tus desventuras y las mías;
y mirar por tu vida, me he arrojado
a exceder de la esfera de mi estado.
¿Qué desdichas son éstas, qué locuras?
¿Tú me tienes amor? Si amor tuvieras,
tu inclinación indómita oprimieras,
no diesen ocasión tus travesuras.
DIEGO: No te aflijas, mi bien, que pues te veo,
nada queda que espere mi deseo.
¿Don Diego de Guzmán en una cueva
DIEGO: No ya humilde la llames, pues ha sido
oriente celestial de luz tan nueva.
CLARA: En riesgo tan crüel, ¿qué determinas?
Mira si pueden dar en tu provecho
sangre mis venas, corazón mi pecho.
DIEGO: Sólo tu sentimiento,
lo demás todo es nada.
CLARA: ¿Todo es nada, don Diego,
cuando el lugar se abrasa en vivo fuego,
cuando el corregidor, de una estocada
¿Cuando tres escribanos
del rigor se lamentan de tus manos,
y el alguacil mayor, por una herida,
al cielo da las quejas y la vida?
DIEGO: Pues, ¿qué es eso?
CLARA: ¿Qué es eso?
DIEGO: ¿Ves esa resistencia,
esas heridas ves, ves esas muertes,
ves esas quejas y contrarios fuertes,
DIEGO: Pues mucho más me aflige mi deseo.
para éstos, más mortales,
CLARA: ¡Que bien las cosas mides!
¿Menos me pides y el honor me pides?
DIEGO: Si a tu bien, dulce dueño, condujese
que yo tu esposo fuese,
a la Naturaleza;
si es la necesidad más importuna
cuanto es más la hermosura y la nobleza,
y yo soy por igual pobre y honrado,
para verme, mi bien, más obligado
y menos poderoso?
Para burlar, ingrato, mi esperanza,
¡Oh, qué poco te ciegan tus pasiones!
DIEGO: Tú sí que a tu honor miras.
¡Mientes si dices que de amor suspiras!
si en recíproco trato de himeneo
la ejecución me vendes del deseo?
Vete, falsa, y no digas que me quieres,
que no es amor, amor interesado.
Ya estoy desengañado,
que sólo en lo que agora te he pedido
probar tu amor mi pensamiento ha sido,
que no verlo, enemiga, ejecutado
sin ser esposo tuyo;
y pues probé tu falsedad, concluyo
con que de aquí adelante
ni quiero ser tu esposo ni tu amante.
CLARA: Quédate, falso, tú; que pues arguyo
tu engaño de tu prueba cautelosa,
no quiero ser tu amante ni tu esposa.