ACTO SEGUNDO
Salen ZAMUDIO por una puerta con uas alforjas, y por otra
don DIEGO, en cuerpo, con espada, de color
ZAMUDIO: Yo
sea muy bien venido.
DIEGO: ¡Ya te
estaba deseando!
¿Cómo
vienes?
ZAMUDIO:
Vengo andando.
DIEGO: ¿Qué
has hecho?
ZAMUDIO:
Lo que he podido.
DIEGO:
Humor traes.
ZAMUDIO:
Esta alforja
toda la
probanza tiene
de lo
que he hecho, que viene
de
cartas hasta la gorja.
Y
por que quién te escribió
sepas
en término breve,
ningún
príncipe te debe
la
carta que recibió.
DIEGO: Al
fin, al fin, caballeros.
ZAMUDIO: Todos
los señores vi;
cualquier cosa harán por ti,
aunque toques en dineros.
Cartas de favor dará
cualquier de ellos a
montones,
que
como renunciaciones
las firman a resmas ya.
La grandeza y el
valor,
la
cortesía y nobleza,
la
humanidad y largueza
vive en ellos. Mas, señor,
¿qué traje es éste?
DIEGO: El estado
lo
requiere en que me veo.
¿Qué hay
de Madrid? Que deseo
saber
lo que te ha pasado.
ZAMUDIO: Allá
vi a tu doña Flor,
vuelta
en plato.
DIEGO:
¿En plato?
ZAMUDIO: Sí;
que en
la comedia la vi
puesta
en un aparador;
pero
no sola esta ingrata
el aparador tenía,
que muchos platos había
y los más de ellos de plata.
Miraba yo desde el
banco
en los platos relumbrantes
de
almendra y pasa los antes,
los postres de manjar blanco.
Tal fiesta allí se
celebra,
que
halla cualquier convidado
platos
de carne y pescado,
como en
viernes de Ginebra.
Al
salir se han de servir
los
platos de la vïanda,
que al
entrar son de demanda,
y de
vïanda al salir.
Vieras,
mirando a estos platos,
mil
mancebitos hambrientos,
cual
suelen mirar atentos
carne
colgada los gatos.
Ellas no pueden sufrillo,
y por
pagarse también
de cuantos abajo ven,
están
haciendo platillo.
Su
capítulo primero
es si
uno regala o no;
segundo, si regaló;
si
regalará, tercero;
y
con tal gusto y espacio
siguen
materia tan mala,
que en
regala o no regala
gastan
todo el cartapacio.
Mas,
¿cómo con lo que a ti
te ha
sucedido estos días
no me
atajas?
DIEGO: Divertías,
Zamudio, mi pena así.
ZAMUDIO:
¿Cómo va de sentimiento
con
doña Clara? ¿Porfía
en su
tema?
DIEGO:
Todavía
apellida casamiento.
Si al de Ayamonte heredara,
no
estuviera mal casado,
que don
Pedro Maldonado,
padre
de la hermosa Clara,
de los caballeros es
de
blasones más felices.
ZAMUDIO:
Misas de salud le
dices;
inmortal será el Marqués.
En
gran confusión te veo.
DIEGO: Pues ya
una traza fabrico
con un
encanto de Enrico
para
lograr mi deseo,
y venga
lo que viniere.
ZAMUDIO: ¿Y eso
sin casarte?
DIEGO: Sí.
ZAMUDIO: Pues,
señor, ¡Cuerpo de mí!,
todo lo
pierde el que muere.
Con
razón te determinas;
come,
si hambriento te ves,
y mas
que salga después
a poder
de melecinas.
¡En
eso me viera!
DIEGO: ¿En qué?
ZAMUDIO: En
hablar cómo Lucía
dé fin
a la pena mía
sin que la mano le dé,
que -- ¡vive Dios! -- que no
hubiera
en el
mundo inconveniente
ni
imposible tan valiente,
que por
vencer no venciera.
DIEGO:
Imítasme de ese modo,
pues en no casarte das.
ZAMUDIO: Señor,
si a la corte vas,
lo
aborrecerás del todo.
DIEGO: Aquí
se quede el amor,
que en
su encanto divertido,
de
preguntarte me olvido
si
viene el pesquisidor.
ZAMUDIO: Ni
ha sido nuevo ni injusto;
que en
el juvenil cuidado,
¿cuándo
el consejo de estado
fue
primero que el del gusto?
DIEGO: De
lo importante tratemos.
ZAMUDIO:
Hablaron al presidente
cuál tu
amigo y cuál pariente,
mas
pesquisidor tenemos.
DIEGO: ¿Qué
me dices?
ZAMUDIO: Que no es hombre
el
presidente de ruegos.
Vence a romanos y griegos
de
recto y sabio, en el nombre.
DIEGO: ¿Y
viene ya?
ZAMUDIO: Atrás quedó;
muy
presto aquí lo tendrás.
DIEGO: ¡Qué
buena nueva me das!
ZAMUDIO: ¿Y
mondo nísperos yo?
A ti
y al pesquisidor
traigo
cartas por mitad;
para ti
las de amistad,
para él las de favor.
Pero dime: ¿qué se ha
hecho
don
Juan?
DIEGO: Por ser, como ves,
esta
cueva para tres
aposento tan estrecho,
y
por estar de su casa
cerca
la iglesia mayor,
retraído allí, mejor
estos
infortunios pasa.
ZAMUDIO: Bien
hace.
DIEGO: Quiero leer...
Mas los
dos Enricos son
los
que vienen.
Salen el MARQUÉS y ENRICO con manteo y
sotana y bonete
ENRICO:
La opinión
a verme os pudo traer,
pero
la verdad no puede
deteneros.
MARQUÉS:
¡Qué humildad!
Bien sé
yo que la verdad,
Enrico,
a la fama excede.
¡Don
Diego!
DIEGO:
Señor si da
en
honrar con su presencia
esta
casa vuecelencia,
claro
palacio la hará;
y
yo, con visitas tales,
no sólo
no sentiré,
mas antes celebraré
por
venturosos mis males.
MARQUÉS: En
una carta leí
de las
que a Lucilio escribe
el gran
Séneca, que vive
el
sabio dentro de sí;
al
cayado y la corona
en la
choza y el palacio
le
sobra todo el espacio
que no
ocupa su persona,
y
así ni miro en grandeza
ni en
pequeñez de lugar,
porque
está con respirar
contenta Naturaleza;
y yo
esta cueva sombría
prefiero al palacio rico,
pues
aquí de vos y Enrico
se goza
la compañía.
¿Qué
hay,de negocios?
DIEGO: Señor
la
feliz nueva me dad
si ha
dado ya libertad
al
preso el corregidor.
MARQUÉS:
Hasta aquí no lo han dejado
los
médicos visitar,
que importa
así, por estar
de la
herida desangrado;
en
estando bien dispuesto,
lo
visitaré.
DIEGO:
Conviene
la
diligencia, que viene
el
pesquisidor muy presto.
MARQUÉS:
¿Quién el mensajero ha sido
de esa
nueva?
DIEGO:
Este crïado,
que hoy
de la corte ha llegado.
ENRICO:
Zamudio, ¿que ya has venido?
ZAMUDIO: Sí,
señor, y no creería,
sin
verlo, que preguntara
una
cosa que es tan clara
quien
sabe nigromancia.
DIEGO:
¡Calla, bachiller!
ZAMUDIO: En artes
por
Salamanca lo soy.
MARQUÉS: Según lo que viendo estoy,
lo serás por todas partes.
ZAMUDIO: Los bachilleres aquí
en
todas partes lo son,
que
es de esta escuela exención.
MARQUÉS: No se
perderá por ti.
DIEGO: Perdonad,
por vida mía,
a este
grosero hablador,
que
nunca a los de su humor
obligó
la cortesía.
ZAMUDIO: Si
antes que a la corte
fuera
de bufón me motejaras,
sin duda
que me obligaras
a que
un desatino hiciera.
MARQUÉS: ¿Qué
te obliga a reparar
después
que a la corte has ido?
ZAMUDIO: Estar
allá muy valido
todo
medio de agradar;
la lisonja y el gracejo
en las
nubes; necedad
el
desengaño y verdad,
la
fineza y buen consejo.
DIEGO: ¿Ya
satirizas? Detente,
no des
en murmurador.
ZAMUDIO: No me
detengas, señor,
que -- ¡vive Dios! -- que reviente.
MARQUÉS: Dejadle hablar.
ZAMUDIO: No has estado
en
la Corte, que
por eso,
aunque
en todo eres travieso,
eres en
esto avisado.
Llevóme un amigo un día
allá a
una junta de hablantes
arrojados e ignorantes,
y el
uno de ellos decía,
"Bravas joyas y vestido
ha
echado doña Fulana,
mas es hermosa, y lo gana
con
preceto del marido."
Codeó mi camarada y dijo,
"El que hablando está,
come de
lo que le da
una
hija emancipada."
"¡Andar!" dijo otro mocito,
el
marido no hace bien,
porque
en la ley de Moisén
tal
preceto no hay escrito."
Segunda vez codeó
mi
amigo y dijo, "El mozuelo
lo sabe
bien, que su abuelo
en
Granada la enseñó."
"¡Andar!" otro reposado,
con un
suspiro profundo
dijo,
"Ésos gozan del mundo,
¡ay del
pobre que es honrado!"
Vi
venir otro codazo,
mas
escapéme y salí,
porque
a detenerme allí,
sacara
molido el brazo.
DIEGO: ¡Que
la corte sufra tal!
ZAMUDIO: Pues esto, ¿es mucho? Un letrado
hay en
ella tan notado
por
tratante en decir mal,
que
en lugar de los recelos
que dan las murmuraciones,
sirven
ya de informaciones
en
abono sus libelos;
y su
enemiga Fortuna
tanto
su mal solicita,
que por
más honras que quita,
jamás
le queda ninguna.
DIEGO:
¿Cuándo tuviste lugar
de ver
tanto?
ZAMUDIO:
¿Es menester
mucho tiempo para ver
lo que
nos ha de enfadar?
MARQUÉS: Al
fin, ¿con la corte vienes
enemistado?
ZAMUDIO:
No vengo,
que con
su grandeza tengo
gran
simpatía.
ENRICO:
¿Qué tienes,
Zamudio, por simpatía?
ZAMUDIO: ¿Acaso
para saber
traducirla es menester
estudiar nigromancia?
¡Qué
falso estáis! Ya sabemos
que sois mágico, mas yo
lo soy
también; y si no,
para
probarlo, apostemos
que
sin quitarme de aquí,
y sin
que el pulso me deis,
os digo
dónde tenéis
un dolor.
ENRICO:
¿Adónde?
ZAMUDIO: ¡Ahí!
Dale un golpe ZAMUDIO, y señala donde le da
ENRICO:
¡Pagaréismela, a fe mía!
ZAMUDIO: Aquí no
os valió la ciencia.
DIEGO:
Majadero, la insolencia
no entra en la bufonería.
MARQUÉS: No
le riñáis, que no vi
jamás
tan raro sujeto.
ZAMUDIO: Soy tan
raro, que os prometo
que se
vio cuando nací
un
caso, que ni se vio
otra vez de Adán acá,
ni otra
vez sucederá.
MARQUÉS: ¿Y fue
el caso?
ZAMUDIO: Nacer yo.
¡Mamóla!
DIEGO:
¡Qué grosería!
MARQUÉS:
¡Pagaréisla, por mi fe!
DIEGO: Vete a descansar.
ZAMUDIO: Sí haré;
mas
será viendo a Lucía.
MARQUÉS:
¡Buenos nos dejas!
ZAMUDIO: Señores,
contra
estudiante gorrón,
salmantino socarrón,
non
praestant incantatores.
ENRICO:
Presto lo veréis.
ZAMUDIO: ¡Lucía!
Sale LUCÍA con manto y una canastilla
cubierta y una bota
LUCÍA:
¡Zamudio!
DIEGO:
Mucho me holgara
que
este arrogante probara
si vale
nigromancía
contra gorrón salmantino.
MARQUÉS: Una
burla le he de hacer
bien
graciosa.
ENRICO:
Para ver
la que yo hacerle imagino,
os
retirad a esta parte.
DIEGO: Pues
juntos de magia veo
los dos
Apolos, deseo
veros
ejercer el arte.
Vanse ENRICO, el MARQUÉS y don DIEGO
ZAMUDIO: ¡Tanto
ha podido la ausencia!
LUCÍA: Tanto
la ausencia ha podido,
que en
mi corazón ha hecho
lo que
no tantos servicios.
La
memoria sin cesar
luchando estaba conmigo,
representando tus hechos
y
refiriendo tus dichos.
Al fin hoy, cuando
pasaste
por mi
calle de camino,
te
estaba envïando el alma
a la
corte mil suspiros;
mas en
viéndote en achaque
de ir a
jabonar al río,
para
merendar los dos
previne
este canastillo.
Ven,
por que a orillas del Tormes
haga
los peñascos fríos
de mi
firmeza y mi gusto
mudos y
eternos testigos.
ZAMUDIO: Vamos,
mi bien, entre tanto
que a
la ausencia sacrifico,
por lo
que alcanzo por ella,
lo que
en ella he padecido.
Haréle
estatua de barro,
pues no
puedo de oro fino;
colgaré
un gorrón de cera
en su
templo, agradecido;
que si
un rey a las cebollas
altares
y templos ricos,
porque
con ellas sanó
de unas
cuartanas, les hizo,
más lo
merece la ausencia
pues
que por ella mitigo
las
fiebres de mi deseo
y de tu desdén los fríos.
LUCÍA: A Tormes hemos llegado
sin sentir.
ZAMUDIO:
Forzoso ha sido,
que con
buena compañía
no se
sienten los caminos.
Póngase un canal de dos peañas; la
una que sirve de escotillón al tablado. En ésta se
sienta Lucía la otra, vara y cuarta en alto,
sobre la cual está formada una peña de lienzo, hueca, y
en ella
está escondido un león. Descubre LUCÍA el
canastillo, en cuya boca ha de estar una tablilla de su
tamaño,
con pan y fruta y tocino fingido
LUCÍA: Debajo
de este peñasco,
para
estar más escondidos,
a
merendar nos sentemos.
ZAMUDIO: ¡Oh,
peñasco, paraíso
donde
estos postreros padres
tendrán
los primeros hijos!
LUCÍA: Fruta
de Toro te traigo,
pan de flor, pernil cocido.
Empieza a comer, Zamudio.
ZAMUDIO: Blasphernasti
contra el vino,
que
fuera de que el lugar
primero
le es tan debido,
el
fuego ha de estar debajo,
según
buenos aforismos,
para
hacer el cocimiento.
En diciendo ZAMUDIO "Blasphemasti..." etc.,
torna a
cubrir LUCÍA el canastillo] con el lienzo, y tira de un
cordelillo que ha de tener la tablilla secreto, con que
se
vuelve, y queda hacía arriba carbón, que ha de
estar fingido; asienta la canastilla
LUCÍA: Dices
bien.
ZAMUDIO:
¿Que hubiera sido
de
nosotros a no haber
tantos
moros y judíos?
LUCÍA: ¿Por
qué?
ZAMUDIO:
Porque si en el mundo
todos
comieran tocino
y
bebieran vino todos,
¿quién
alcanzara un pellizco?
¡A la
salud de los dos
encantadores Enrícos!
¡Así no puedan vengarse
de mis muecas, sus hechizos!
Toma ZAMUDIO la bota, y al levantarla para beber se
la toman de dentro de la peña
¿Qué
es esto? ¿Qué es de la bota?
LUCÍA: Yo,
¿qué sé?
ZAMUDIO: Tu la has cogido.
LUCÍA:
Búscala.
ZAMUDIO:
¡Válgame Dios!
¿Hala
tragado este risco?
Las
peñas suelen dar agua,
mas no suelen beber vino.
¡Pues los dos estamos solos!
Ya que la bota he
perdido,
al pan
y tocino apelo.
Descubre el canastillo, y parece el carbón
Mas,
¿qué es esto? ¡Vive Cristo,
que
cuanto estaba en la cesta
en
carbón se ha convertido!
LUCÍA: ¿Es
esto encanto, Zamudio?
ZAMUDIO: Los
mágicos imagino
que
andan por aquí. Lucía,
no
tengas miedo, bien mío,
que al
menos en las personas
no
tiene fuerza el hechizo.
Goce yo tus dulces brazos,
que
del encanto me río.
Va a abrazar a LUCÍA y húndese y cae
el león en su lugar y abrázalo y vase el león
¡Válgame San Anastasio,
San Panucio,
San Francisco,
San
Hernando, San Gonzalo,
San
Baltasar, San Cirilo!
¡Válganme las letanías!
Salen don DIEGO, el MARQUÉS y ENRICO
ENRICO: ¡Tente,
Zamudio! ¿Qué has visto?
ZAMUDIO: ¡Guarda
el león!
ENRICO:
¿Qué león?
DIEGO:
Extremada burla ha sido.
ZAMUDIO: ¿Adónde
estoy?
ENRICO:
En mi cueva.
ZAMUDIO: ¿No
estaba agora en el río?
ENRICO: "Non
praestant incantatores
contra gorrón salmantino..."
ZAMUDIO: ¡No
imaginé que serían
los
magos tan vengativos!
Pescar
la merienda, vaya,
y vaya
ausentar el vino;
mas
hacer brindis al gusto
para deleites lascivos,
y al
tiempo de "cierra España,"
en su
punto el apetito,
convertir una mujer
en
león, y cuando embisto
a tocar manos y labios
topar garras
y colmillos,
¡vive Dios que fue mal hecho!
Y el inhumano que hizo
tal
metamorfosis, fue,
no
burlón, sino enemigo,
y para
desagraviarme
lo reto
y lo desafío.
MARQUÉS: Tente,
que yo quiero hacer
estas
paces con Enrico;
y por
que salga el remedio
de
donde el daño ha salido,
pues
por hechizo perdiste
tu
dama, por un hechizo
que he de enseñarte, la harás
que
ciegue amor sus sentidos.
ZAMUDIO: ¿Ha de
haber otro león?
DIEGO: ¡Eso es
miedo!
ZAMUDIO:
Algún judío
tendrá
miedo a los encantos;
que yo
creo en jesucristo.
MARQUÉS: Por la
fe de caballero,
de
cumplirte lo que digo,
si
tienes ánimo tú.
ZAMUDIO: ¡Poco
sabes de Cupido!
Más
animoso seré
que el
ingenio más divino
que se atreve a hacer comedias,
después
que se usan los silbos.
MARQUÉS: Pues, oye lo que has de hacer.
Hoy da capital castigo
la
justicia a un delincuente,
y sus miembros,
divididos,
para
público escarmiento
han de
ocupar los caminos.
Pues
como de su cabeza
quites
dos dientes tú mismo,
verás
rendida tu ingrata.
ZAMUDIO: Dientes
tiene el artificio,
porque
me puede agarrar
la
justicia en el camino,
y
ponerme donde sirvan
mis
dientes a otros hechizos.
MARQUÉS: En eso
yo te aseguro.
ZAMUDIO: Yo no.
DIEGO: ¿No basta decirlo,
necio,
el Marqués de Villena?
ZAMUDIO: ¿Es
algún joyel de vidrio
la
vida, para arrojarla
a tan
notorio peligro?
MARQUÉS: Seguro
vas con que lleves
en el índice
este anillo.
¡Por la
fe de caballero!
Dale una sortija
ZAMUDIO: Agora
si te acredito;
que
aunque tan poca se ve
en los nobles de estos siglos,
es
porque toda a la casa
de Girón se ha retraído.
Vase ZAMUDIO
DIEGO: ¿Qué
burla hacerle podéis,
tras lo
que habéis prometido?
MARQUÉS: ¿Veis
todo lo que he jurado?
Pues
todo pienso cumplirlo,
y
conseguir mi intención.
Porque
lo que yo le he dicho
es que
irá seguro, y tiene
esa
virtud el anillo;
y que
si quita dos dientes
él
mismo al cadáver frío,
verá
rendida su ingrata.
Yo
cumpliré lo que digo,
si él
los quita.
DIEGO: Pierda el necio,
escarmentado, los bríos.
ENRICO: Sólo
despreció las ciencias
quien
no las ha conocido.
Vanse todos. Sale
un VERDUGO con un varal, y en la
punta de él una cabeza; mete el varal, que ha de ser de
dos varas, en un agujero en medio del teatro, y vase;
ZAMUDIO
sale tras él
ZAMUDIO:
Verdugo de Barrabás,
¿dónde piensas
dar conmigo?
Ya de
mi intento el castigo
en el
cansancio me das.
La
cabeza desdichada,
de su
cuerpo dividida,
después
de perder la vida,
¿adónde
va desterrada?
Gracias a Dios que te plugo
parar,
que ya yo temía
que por
encanto me huía
la
cabeza y el verdugo.
Mas
no; su palabra ha dado
el
Marqués, y cumplirá
como caballero. Y ya
sus
verdades he tocado,
pues
que sin ser conocido,
ni aun
visto, seguramente
por
medio de tanta gente
la
ciudad he discurrido.
Demonios
son, vive Dios,
los
magos: yo lo confieso,
y si no
me falta el seso,
no más
burlas con los dos.
¡Ay,
fregona, en qué me pones!
Mas,
¿quién sino tú podía
ser la Venus, mi Lucía,
de este Adonis de gorrones?
Solo estoy ya.
Camarada,
dos
dientes me habéis de dar,
pues a
mí me han de importar
y a vos
no os sirven de nada.
Abrid la boca.
El varal de la cabeza es barrenado hasta la boca; por
debajo del
teatro pondrán la boca en el barreno, de manera que salga
la voz
por la cabeza
CABEZA: ¡Ay de ti,
Zamudio!
ZAMUDIO: ¡Cielo! ¿Qué es esto?
¡Ay,
Zamudio, en qué te has puesto!
¿No
habló la cabeza? Sí.
Húmedo estoy de temor.
Hechiceras animosas,
¿quién
os da para estas cosas,
siendo mujeres, valor?
No
en balde Enrico me dijo,
"Si tienes ánimo tú..."
Del
arte de Bercebú
los
efetos me predijo.
Sin
duda que es encantada
la cabeza.
Puede ser;
mas a
mi, ¿qué me han de hacer
todos
los hechizos? Nada.
Quéjese, si se quejare
por
arte de encantamento;
que yo
he de seguir mi intento,
y tope donde topare.
Mas, ¿qué sirve presumir
de
valiente, en ocasiones
tan
fuertes, que los calzones
no me
han de dejar mentir?
¡Animo! Que lo peor
es
tener miedo a estas cosas;
que
a no ser dificultosas,
¿que
hazaña hiciera el valor?
Por el barreno del varal va un hilo de
pólvora hasta la boca de la cabeza, donde está un
cohete; danle fuego al hilo por debajo del teatro, y en
ardiendo,
tiran del varal, y húndese debajo del
teatro él y la cabeza
¿No
lo dije yo? ¡Ay de mi,
señora
cabeza, digo
que de
todo me desdigo,
y como
un cuero mentí.
Vase ZAMUDIO.
Salen doña CLARA, rompiendo
un papel, y LUCÍA
CLARA: Ya
te he mandado, Lucía
mil
veces, que no me mates
ni des recados ni trates
de
cosas de don García.
LUCÍA: Como preso está, pensé
que algo en el papel trataba
que a
su negocio importaba.
CLARA: ¡Buena
excusa, por mi fe!
¿Háceste boba? Pues sabe
que el
que una vez malo ha sido,
siempre
por malo es tenido.
Y para que esto se acabe,
de
mí despedida estás
desde
el momento, Lucía,
que
trates de don García.
LUCÍA: Señora,
no lo haré más.
CLARA: ¿Un
hombre que es tan amigo
de don Diego, me pretende?
LUCÍA: Él de
don Diego no entiende
que
trata amores contigo.
(¡Oh, amorosas variedades!
Aparte
¡Qué
reñidos se apartaron,
y que
fácil conformaron
otra
vez las voluntades!)
CLARA: ¿Es ya tarde?
LUCÍA: Las diez son.
¿Quieres acostarte?
CLARA: Sí.
Silban dentro
Desnuda...Pienso que oí
un silbo.
LUCÍA:
Estos silbos son
de
Zamudio.
CLARA:
Hablarle quiero.
¿Está
mi padre acostado?
LUCÍA: Jugando
está embelesado,
los ojos en el tablero,
toda
la imaginación
en un
lance de ajedrez.
CLARA: Mire la
dama esta vez,
que se
le arrima un peón.
Abre
a Zamudio.
LUCÍA: ¿Entrará
o
saldrás al corredor?
CLARA: Que
entre Zamudio es mejor,
porque
llamarme podrá
mi
padre, y no será bien
que me
halle fuera de aquí.
LUCÍA: Bien
dices.
Vase LUCÍA
CLARA:
Amor, por ti
tales
excesos se ven.
Por
ti la honesta doncella
aventura su opinión,
y el
más prudente varón
vida y
honor atropella;
el
lince te sigue, ciego;
desnudo, a Marte sujetas;
hieren
al sol tus saetas,
y vence
al suyo tu fuego.
Salen LUCÍA, y ZAMUDIO, disfrazado con una
nariz postiza
LUCÍA:
Entra quedo, y otra vez
me
abraza, y di, ¿cómo vienes
de la
corte? ¡Ay, Dios!
ZAMUDIO: ¿Qué tienes?
LUCÍA: ¿Qué es
esto, justo jüez?
Quítase ZAMUDIO el disfraz
ZAMUDIO:
Vuelva la piedra a su centro.
LUCÍA: Todo te
desconocí.
ZAMUDIO: El
francés me puso así
por si
a la justicia encuentro;
que
al disfrazarme, juró,
con un
encanto que hacía,
que no
me conocería
la madre
que me parió.
CLARA:
¡Zamudio!
ZAMUDIO:
Hermosa señora!
CLARA: ¿Vienes
bueno?
ZAMUDIO:
Bueno, y tengo
mil
cosas, de donde vengo,
que
contar, no para agora.
Si
hay lugar, manda a Lucia
que
pase del corredor
un
cajón, que mi señor
con
este papel te envía.
CLARA:
Gusto esa nueva me ha dado.
Jugando
mi padre está.
Pasar sin riesgo podrá,
sordo
está de embelesado.
Vase LUCÍA
ZAMUDIO: ¡Que
se pase un año entero
un
vicio, absorto en los lances,
cantando antiguos romances
a la
orilla de un tablero,
diciendo con mucha flema,
"Jaque, y tome mi consejo,
a huir,
que viene Vallejo.
¡Tenga,
mire que se quema!"
¿Pues qué? Si da en señalar
con el dedo
el ajedrez,
pienso
que a muerte otra vez
condena
al rey Baltasar.
Salen LUCÍA y un GANAPÁN, con un cajón de la estatura de
un
hombre; pónelo en pie a raíz del vestuario
LUCÍA:
Poned el cajón aquí.
ZAMUDIO: Quedo,
no lo hagáis pedazos.
GANAPÁN: Ni son
de acero mis brazos,
ni él
de pluma, ¡pese a mí!
ZAMUDIO: Id
con Dios.
GANAPÁN: Mande vuacé
darnos
para echar un trago.
ZAMUDIO: Nunca
yo dos veces pago.
GANAPÁN: ¡Cuerpo
de Dios! ¿Concerté
subir escaleras yo?
De balde las he
subido.
Cuando me
dé lo que pido,
¿iráse
al infierno?
ZAMUDIO: No.
Dale dinero doña CLARA al GANAPÁN
CLARA: Hablad más bajo, y tomad.
Id con Dios. salga Lucía
con él.
Nunca yo querría
Vanse LUCÍA y el GANAPÁN
por
ninguna cantidad
con gente
baja rüido.
ZAMUDIO: No es
justo que un bellacón
salga
así con su intención.
CLARA: Siempre
al fin queda vencido
el
que pide del que da.
Vete a
Dios, Zamudio amigo,
que es
tarde.
ZAMUDIO:
Él quede contigo.
Sale LUCÍA
LUCÍA: ¿Vaste?
ZAMUDIO:
¿Quedaréme acá?
LUCÍA: No
sufrirá mi camilla
ancas,
Zamudio, que es corta.
ZAMUDIO: Que no las
sufra, ¿qué importa,
si
tengo de ir en la silla?
LUCÍA: Sin
casamiento, no admito
en mi
cama convidado.
ZAMUDIO: Tu cama
es un buen bocado;
pero
casarse es buen grito.
LUCÍA: Pues
quien ama y eso niega,
tome lo
que le viniere,
que si
un gorrón no me quiere,
más de
un bonete me ruega.
ZAMUDIO: Pues
que con tal condición,
Lucía,
te has de vender,
siempre
te quieres volver,
al
abrazarte, en león.
Vase ZAMUDIO
LUCÍA:
¿Acabaste de leer?
CLARA: Ya he
leído.
LUCÍA:
¿Qué invención
es la
de aqueste cajón?
CLARA: ¿Tanta
priesa?
LUCíA:
Soy mujer.
CLARA: Oye,
pues, y no te espante
mi
pensamiento atrevido,
que
siempre el Amor lo ha sido,
y sabes
que Soy amante.
Hame
contado don Diego
que en
la cueva donde está
retraído, hay una estatua
con
cabeza de metal,
que,
por un secreto aliento
de
espíritu celestial,
disuelve, a quien le pregunta,
la mayor dificultad;
dice el
estado presente
de los
que ausentes están,
y de
venideros casos
ciertos
pronósticos da.
Pues
yo, que en un punto
tengo
de mujer curiosidad,
de
enamorada temores,
recatos
de principal,
para
salir de estas dudas
la
pretendo consultar,
y
fingiendo otros intentos
se la
he pedido al Guzmán.
Él,
como tiene en la mía
el
norte su voluntad,
hoy la
estatua me ha envïado,
que en
este cajón está;
y en
este papel me envía
figurada una señal,
que
formándola en su boca,
es la
que la obliga a hablar.
Dice
que cuando la noche
haya
hecho la mitad
de su
curso, y las estrellas
vaya
escondiendo en el mar,
quien a solas la consulte
grandes
misterios sabrá,
y en
particular, en cosas
de
amor, la cierta verdad,
porque
entonces está Venus
puesta
en no sé qué lugar,
que es más propicio al encanto
que
tanta fuerza le da.
Esto
contiene el cajón.
Si
tienes qué consultar,
llega
conmigo, y haré
la
misteriosa señal;
que me
has de dejar, Lucía,
sola,
si las doce dan;
que
quiero de mis amores
saber
en qué han de parar.
LUCÍA:
¿Tendrás ánimo, señora?
CLARA: El Amor
me lo dará. ¿Y tú?
LUCÍA: Para
tales cosas,
¿faltóle a mujer jamás?
¿Hay
alguna que no tenga,
si
ausente o celosa está,
un poco
de echar las habas
y un
mucho de conjurar,
el
cedacillo, el rosario
--que de eso
les sirve ya --
el
chapín y la tijera,
espejo
de agua o cristal,
las
candelillas y sierpe
de
cera, que vueltas da
entre
el agua y fuego, y prendas
de la dama y el galán?
Mujer
hay, que el ir a misa
sola,
gran miedo le da,
y a
media noche un ahorcado
sabe a
solas desdentar.
CLARA: Cierra
la puerta, Lucía.
No entre
mi padre.
LUCÍA: Ya está
cerrada.
Abren el cajón; parece una estatua con la
cabeza de color de metal
¡Ay, Dios! Todavía
me da
miedo su fealdad.
El cabello
se me eríza;
frío de
cesión me da.
CLARA: También
estoy yo temblando,
si he
de decir la verdad.
Pero ya
estamos aquí.
Hácele en la boca a la estatua una
señal, como letra, con el dedo
Quiero hacerle la señal.
Pregúntale algo, Lucía.
LUCÍA: Tu
preguntarle podrás
que yo
no sabré, señora.
CLARA:
Confiesas tu necedad,
que en
nada se muestra un sabio
como en
saber preguntar,
y un
necio se manifiesta
preguntando mucho y mal.
Mas
pregunta, aunque te yerres.
LUCÍA:
Encomiéndome a San Blas.
Señora
estatua, yo pido
que me
diga cómo está.
CLARA: ¡Qué
disparate!
LUCÍA:
Escuchemos
la
respuesta que nos da.
CLARA: ¿Había
de responder
a tan
grande necedad?
Aun
acá, un hombre rüín,
si se
ve en alto lugar,
se
indigna de que ninguno
le
pregunte cómo está,
y por
no dar por respuesta
que
está a su servicio, hará
más
trazas que un extranjero,
más
trampas que un natural.
¿Qué
quieres que te responda
esta
cabeza, incapaz,
o por
bronce o por divina,
de
tener enfermedad?
Otra
cosa le pregunta,
dificultosa.
LUCÍA: Ya va.
¡Agora
sí que has de ver,
señora,
mi habilidad!
PEDRO:
¡Hola!
Dentro
Cierra doña CLARA el cajón
CLARA:
Mi padre llamó.
Véle presto
a desnudar,
no
se venga acá.
LUCÍA: Yo voy.
CLARA: Cierra
esa puerta tras ti,
y si
pregunta por mí,
di que
ya durmiendo estoy.
LUCÍA: Las
doce dan. ¿Volveré?
CLARA: No tan
presto, porque quiero
consultar sola primero
mi
amor; yo te llamaré.
LUCÍA: Tu
miedo mi sangre enfría.
CLARA: Estáte
en el corredor,
que si
me aprieta el temor,
te daré
voces, Lucía.
Vase LUCÍA. Sale
luego don DIEGO
Amor
y desconfïanza
juntos
sin duda han nacido,
que aun
del Amor ya creído
es
fuerza temer mudanza.
Perdona,
don Diego mío,
que
como tanto te quiero,
o
firmezas desespero
o
verdades desconfío.
Mucho me obliga a creer
tu
servir y porfïar,
mas
no quererte casar
no da menos que temer.
Y
así mi temor querría
saber
en esta ocasión
la
verdad de tu afición
o el
engaño de la mía
Abre el cajón, y sale de él don
DIEGO, que el cajón ha de tener la espalda también
hecha puerta, que se abre hacía el vestuario, de suerte
que la gente no lo echa de ver; y así, cuando doña
CLARA cierra el cajón, abren la puerta trasera, y quitan
la estatua, y entra don DIEGO
CLARA: ¡Ay,
Dios!
DIEGO: Mi querida Clara,
no temas: don Diego soy.
CLARA: ¡Jesús!
DIEGO: Sí contigo estoy,
¿qué
temes? Muestra esa cara.
Si
piensas, señora mía,
que
miente esta obscuridad,
para
saber la verdad
muestra
el rostro, y saldrá el día.
CLARA:
¿Eres don Diego de veras?
DIEGO: Pues,
¿quién otro puede ser
el que
se atreva a emprender
por tu amor
tales quimeras?
CLARA:
Déjame, encanto o visión,
que
eras duro bronce agora.
DIEGO: Yo soy
la verdad, señora;
que el
bronce fue la ilusión.
Por
estar aquí Lucía
aquella
forma tomé,
porque
solo deseé
verte
sola, gloria mía;
que
a este fin, mis ojos claros,
te
escribí que si quisieras
saber
nuevas verdaderas
de amor
y misterios raros,
en
pasando la mitad
de la
noche, sola hablaras
con la
estatua.
CLARA: ¡Muestras claras
de tu engaño y falsedad!
DIEGO: Que
no te he engañado creo,
pues
que te vengo a mostrar
altos
misterios de amar
y
verdades de un deseo.
No
son injustos ni extraños,
señora
si bien los mides,
en la
guerra los ardides
y en el amor los engaños.
De que busque no te
enfades,
con un
engaño, lugar
quien
no lo puede alcanzar
a
fuerza de mil verdades.
Abrázase con ella para forzarla
Perdóname, que no quiere
el Amor
que espere más.
CLARA: ¡Ah,
don Diego, loco estás!
DIEGO: Loco
está quien no lo fuere,
donde convida el Amor
con tal
gloria.
CLARA:
¡Daré voces,
don
Diego! Mal me conoces.
DIEGO: Publica
tu deshonor,
que
yo, aunque el mundo lo intente,
no
puedo ser ofendido,
del
encanto prevenido.
CLARA: ¡Mal
haya quien tal consiente!
Mas
aunque él te ayuda tanto,
de la
vitoria confío;
que
sobre el libre albedrío
tiene
fuerza el encanto.
DIEGO:
Tendránla mis fuertes brazos.
CLARA: ¡Vive Dios
que he de vivir
honrada, o he de morir
en
ellos hecha pedazos!
Éntranse peleando
FIN DEL SEGUNDO ACTO