ACTO TERCERO
Salen don DIEGO, el MARQUÉS y
ZAMUDIO
DIEGO:
Señor Marqués, no querría
que
diese todo el rigor
del
jüez pesquisidor
en el
preso don García;
y ya
que por vos soltarlo
el
corregidor no quiso,
o no
pudo, es cuerdo aviso
por bien o por mal librarlo,
y
venga lo que viniere.
ZAMUDIO: Todo
saldrá en la colada.
MARQUÉS: De ese
brazo y esa espada
no hay
hazaña que no espere.
DIEGO: En
vuestro valor me fío.
MARQUÉS: Pues ya
en mandarme tardáis;
que si
un amigo ayudáis,
yo un
amigo y deudo mío.
DIEGO: Por
arte mágica intento
que
rompamos la prisión.
MARQUÉS: Presta
determinación
da presto
arrepentimiento.
Recelo del rey la ira.
DIEGO: Grandes
hazañas, entiende
que
nunca bien las emprende
el que
los peligros mira.
Y el
rey, llegado a rigor,
¿qué
tanto se ha de enojar?
¿Tan
gran delito es librar
a un
deudo suyo un señor?
¿Tanta culpa deshacer
el
agravio que le ha hecho
el
corregidor? Sospecho
que antes
os da a merecer.
¿Qué
delito ha cometido
contra
su rey don García,
qué
traición o que herejía?
¿Qué
monasterio ha rompido?
De
una resistencia, ¿puede
hacer
el rey tanto caso?
¿No es
cosa que a cada paso
en todo
el mundo sucede?
Y
cuando fuera mayor
su
delito y vuestro exceso
--¡cuerpo de Dios!--para eso
os hizo
Dios gran señor.
MARQUÉS: Sí,
mas los señores
son de
la república espejos.
DIEGO: ¡Qué
intempestivos consejos!
¡Qué
cordura sin sazón!
¿Llegar a viejo pensáis
sin ser
mozo, por ventura?
¿0 para
la edad madura
las
mocedades guardáis?
Pero
no sois menester,
que yo,
aunque pobre escudero,
basto
solo, y solo quiero
tan
justa hazaña emprender.
No
de vuestro encantamento
pendiente el remedio está;
que el
francés me ayudará
para
tan honrado intento;
y
cuando no pueda tanto
yo con
el arte encantada,
tengo
un brazo y una espada
que
pueden más que el encanto.
MARQUÉS: Para
darle libertad,
más
cuerdo medio apercibo,
que
será cierto, si escribo
sobre ello
a su majestad;
no
de otra suerte, que son
en los más grandes señores
más culpables los errores.
Ésta es mi resolución.
Vase el MARQUÉS
DIEGO: ¡Que
así se me haya excusado
don Enrique!
ZAMUDIO:
Cuerdo es.
¿Qué
dice de él el francés?
DIEGO:
Largamente ha disputado
de
arte mágica con él;
admirado el viejo está,
y
después de Merlín, da
a don
Enrique el laurel.
ZAMUDIO: ¡Ay
de mí, que lo he probado
y vi
una cabeza hablar!
Mas
acaba de contar
lo que
habías comenzado.
DIEGO: ¿En
qué estábamos?
ZAMUDIO: Decías
de doña
Clara el valor,
cuando
por fuerza o amor
sujetarla pretendías.
DIEGO: Yo,
pues, con su resistencia
más
abrasado me vi,
como a la palma oprimida
el peso
ayuda a subir.
Crece
en la discorde lucha
el
venéreo ardor en mí
y en
ella el marcial esfuerzo,
si no
tema mujeril.
Entre ruegos
y amenazas,
con
estar tan ciego, vi
pintar
los afectos varios
en su
rostro un vario abril;
ya el temor en las mejillas
esparce blanco jazmín;
ya la virginal
vergüenza
vierte
clavel carmesí;
llora
sudor de congoja
el
animado marfil,
que es
todo el cuerpo a llorar,
si es
toda la alma a sentir;
las
lágrimas perlas son,
que
entre el diamante y rubí
coge el
cabello esparcido
en
hilos de oro sutil;
éstos
imitan los rayos
que el
sol derrama al salir
sobre
la escarcha de enero
o la
floresta de abril.
Cuando
con mis fuertes brazos
ciño su
cuerpo gentil,
enlazados considero
a Venus
y Marte así,
mas con afectos trocados,
porque Venus está en mí
de amoroso, y Marte en
ella
de
esforzada y varonil.
¿Quién
vio la amorosa yedra
a un
muro de nieve asir,
o por
árbol de diamante
trepar
la halagüeña vid?
Su
honor opone a mi ruego,
a mi
fuerza el resistir,
a mi
terneza un demonio,
a mi
enojo un serafín.
No sé
qué haga perdido;
medios
pruebo más de mil;
doyle
palabra de esposo,
juro
que la he de cumplir...
¿Quién
pensara que mujer
que
jura morir por mi,
en tal
ocasión, con esto
no
diera a mis ansias fin?
"No precio palabras," dijo,
"que nunca, don Diego, vi
al que
deseoso ofrece,
arrepentido cumplir.
Si ser
mí esposo pensaras,
no
hubieras venido así,
que no busca malos medios
el que
camina a buen fin.
Sí has
de casarte, no quieras
que
haya yo sido rüin;
y si me
engañas, no quiero
quedar
sin honra y sin ti.
Y para acabar porfías,
yo me
determino aquí,
a no
cumplir tu deseo,
o entre
tus manos morir."
Con
esto, yo en tema el gusto,
y en furia el amor volví,
y determiné forzar,
pues no
pude persuadir.
Cogí mi
Dafne en los brazos.
Menos
la pude rendir,
que
hecha un globo de diamante,
tuvo sus fuerzas en sí.
En esto nos halló el
alba,
y como
la vi reír,
avergonzado y vencido
de la
estacada salí.
ZAMUDIO: ¿Qué
llamas, señor, vencido
¿Qué
dices avergonzado?
¿Quién
tan gran honra ha ganado?
¿Quién
tal vicario ha tenido?
Si
casándote pudiste
gozarla, y no te casaste,
la
mayor palma alcanzaste;
que a
ti mismo te venciste.
Si
el no poderla vencer
por
fuerza, te avergonzó,
cosa es
que nadie alcanzó
el
forzar una mujer.
Propuso un hombre el agravio
de otro
que forzado había
una
hija que tenía;
mas el
jüez, como sabio,
su
espada desenvainada
al
querellante le dio,
y él
con la vaina quedó,
y dijo,
"Envaina esa espada."
El
jüez aquí y allí
la vaina apriesa movía;
él, que
acertar no podía
con la
vaina, dijo así,
"¿Cómo he de envainar la espada,
si la
vaina no está queda?"
É1
dijo, "Con eso queda
vuestra causa sentenciada."
Así
que, si no pudiste
este
imposible alcanzar,
consuélate con pensar
que el
de vencerte venciste.
¿Y
piensas volverla a ver?
DIEGO: Entre el agravio y la pena,
hallo
que es mujer tan buena
buena
para mi mujer.
ZAMUDIO: No
hará poco si te quiere
para
marido, señor,
cuando
da el pesquisidor
premio a
quien te descubriere,
y a
quien te encubra, castigo.
DIEGO: ¿Quién
esa nueva te ha dado?
ZAMUDIO: Hoy así
se ha pregonado;
y está
de suerte contigo
airado el corregidor,
que por
poderse vengar
jura
que ha de aventurar
hacienda, vida y honor.
DIEGO: Pues
guárdese de don Diego,
que
estoy restado.
ZAMUDIO: Señor,
pienso
que fuera mejor
tomar las de Villadiego.
Vanse
don DIEGO y ZAMUDIO. Sale don GARCÍA,
con prisiones
GARCÍA:
Cuando la noche a su amador Morfeo
tiende
lasciva el amoroso brazo,
y en su
dulce regazo
pierde el cuidado y logra su deseo,
de sus
urnas vertiendo celestiales
descanso igual a todos los mortales;
a mí
de su licor parte no alcanza,
todo de
mis pesares ocupado,
el cuerpo aprisionado,
cautiva
el alma, ajena de esperanza,
pues
nunca a Clara condolida veo,
ni
alivio en mi prisión ni en mi deseo.
Mas,
¿qué súbita luz tan a deshora
de esta
prisión la obscuridad desvía?
¿Si ya
amanece el día?
Mas ni
aquí llega el sol, ni entra la aurora.
Con
modo por jamás usado, abiertas
de la
cárcel están las duras puertas.
Salen don DIEGO y ZAMUDIO, con una hacha encendida
GARCÍA: ¿Don
Diego de Guzmán no es el que veo?
¡Cielos! É1 es. ¿Qué dudo? Amigo caro
decidme, ¿quién tan raro
milagro
obró? ¿Es engaño del deseo?
¿Cómo solos abrís en horas tales
los dos tan libremente
estos umbrales?
DIEGO: Ya
que de vuestro deudo don Enrique
obra el favor ha hecho tan extraña,
no hay imposible hazaña
a que el ánimo yo por vos no aplique;
que no he de estar yo libre, don
García,
y preso vos, mitad del
alma mía.
Quítale
las prisiones
Sacad los nobles pies del
hierro duro,
y gozaréis del cielo la
pureza;
que no
a vuestra nobleza,
Girón,
conforma el calabozo obscuro.
GARCÍA: ¡Oh,
raro ejemplo! ¡Eternamente cante
la fama
al mundo amigo tan constante!
Como
la cera al sol, en vuestra mano
el
hierro desconoce su costumbre.
No a
bramadora lumbre,
no a
golpe fuerte del feroz Vulcano
el
metal pertinaz así obedece.
DIEGO: ¡Tanto la
humana ciencia resplandece!
Sale un PRESO y luego otros dos PRESOS
PRESO 1: ¿Qué
es aquesto, santo cielo?
¡Don Diego es! Por Dios, señor,
yo también a tu valor,
del
corregidor apelo.
DIEGO: ¿Por qué causa preso estás?
PRESO 1: Don
Sancho se ha querellado
de que
en su casa me ha hallado
con una
hija suya.
DIEGO: ¿Hay más?
PRESO 1: No
más.
DIEGO:
Injusta querella
don
Sancho de ti formó,
porque
si ella te admitió,
la que
le ha ofendido es ella.
Libre vas.
Vase el PRESO 1; sale el PRESO 2
DIEGO:
Tú, ¿por que estás
preso?
Dílo brevemente.
PRESO 2: Porque
maté un maldiciente.
DIEGO: ¡Que
buen gusto! Libre vas.
Vase el PRESO 2; sale el PRESO 3
DIEGO: Y
tu, ¿por que?
PRESO 3: Di a un cochero
exento una cuchillada.
DIEGO: Cosa
tan bien empleada,
la
premiara yo primero.
Libre vas.
Vase el PRESO 3.
Sale el ALCAIDE, con llaves y bastón
ALCAIDE:
¿Qué es lo que estoy
mirando, cielos? ¡Abiertas
tan de
par en par las puertas!
DIEGO: ¿Quién
sois?
ALCAIDE:
El alcaide soy.
DIEGO:
Callad, si queréis vivir.
Dadme
de entradas el libro.
ALCAIDE: (Si de ésta con vida libro, Aparte
religioso he de morir.)
Vase el ALCAIDE
GARCÍA: Don
Diego, ¿que es lo que hacéis?
¿Todos los presos echáis?
¿Estáis loco? ¿No miráis
el riesgo
a que nos ponéis?
DIEGO: En
esto que veis he dado,
y más,
si pudiese, haría,
por que
quedéis, don García,
del
corregidor vengado.
ZAMUDIO:
Pague así las obras malas,
y sepa
con quién las ha;
que el
cuervo no puede ya
ser más negro que las alas.
El ALCAIDE saca un libro lleno de pólvora;
pónelo sobre un agujero pequeño del teatro
ALCAIDE: Éste
es el libro, señor,
que
todo mi cargo encierra.
DIEGO:
Poneldo, alcaide, en la tierra.
Decid
al corregidor
que
don Diego de Guzmán
le
quiere dar a entender
cuánto
le excede en poder,
que estas
obras lo dirán
que
haya paz entre los dos,
y pida
a su majestad
mi
perdón y libertad,
porque si no -- ¡vive Dios --
que
del modo que se abrasa
ese libro,
y con querer
solamente, lo hago arder,
lo he
de abrasar en su casa!
Dan fuego al libro por debajo del teatro
ALCAIDE: Así
lo haré. (Tan extraños Aparte
portentos ¿quién los creerá?
0 se
acaba el mundo ya,
o sueño
tales engaños.)
Vase el ALCAIDE.
Sale ANDRÉS
ANDRÉS: Gran
don Diego, el favor vuestro
pide ya
quien os le dio,
que el
corregidor prendió
a Enrico, vuestro maestro.
DIEGO: ¿Qué
dices?
ANDRÉS:
Que preso va.
DIEGO: Hoy
verá si grato soy.
Libertad le he de dar hoy,
o sin
vida me verá.
GARCÍA: Pues, don Diego, ¿qué intentáis?
DIEGO: Juntar mis amigos luego,
y librarlo a sangre y
fuego.
GARCÍA: De un
abismo en otro dais.
Vase don DIEGO
ZAMUDIO: Pues
no es el menor abismo
ver que
no se libre a sí
Enrico. Bien entra aquí,
"Médico, cura a ti mismo."
ANDRÉS:
Misterios divinos son.
Yo
estoy temblando, Zamudio.
ZAMUDIO: No hay
sino "Aquí del estudio",
y ande
el palo y coscorrón.
Vanse
TODOS. Salen doña CLARA y LUCÍA
LUCÍA:
¿Adónde va tu padre tan apriesa?
CLARA: A
remediar locuras de don Diego,
que
anoche, dicen que por un encanto
las cárceles rompió, y a don García
libró con los demás
presos que había.
LUCÍA: ¡Jesús!
CLARA:
Pues oye más. Que esta mañana,
en
lugar de los reos que ha soltado,
presos
los querellantes se han hallado.
LUCÍA: Será
por arte mágica.
CLARA: Tras esto,
porque
prendió el corregidor a Enrico,
tiene
la escuela toda amotinada,
y a
quitársele va de mano armada.
Y así
partió mi padre, cuidadoso
de dar con el jüez alguna traza
de
remediar el daño que amenaza.
Salen don PEDRO y ENRICO
PEDRO: En esta corta casa -- ¡oh
sabio Enrico! --
no el
preso habéis de ser, sino el alcaide.
ENRICO: Vuestra
nobleza mi pesar alivia.
PEDRO:
Clara...
CLARA:
Señor...
PEDRO:
Regala al noble Enríco,
que es
nuestro huésped.
ENRICO: Vuestro humilde
preso.
PEDRO: Y porque
al punto ha de partir el propio
que se
despacha al rey sobre estos casos,
y el
regimiento me encargó su carta,
para
entrar a escribir me dad licencia.
ENRICO: Vuestro
es el mando, mía la obediencia.
Vase don PEDRO
CLARA:
¿Cual, Enrico famoso, fue el suceso
que os
ha traído a nuestra casa preso?
ENRICO: Como el
pesquisidor, hermosa Clara,
me
prendió, y el estudio amotinado
resuelto
a darme libertad marchaba,
salió
al encuentro vuestro noble padre,
y para
asegurarlos, ofrecióles
de
parte del jüez que me tendría
en
vuestra casa preso, más seguro
de su
rigor, en tanto que a su alteza
se
consulte el remedio de estos daños.
Don
Diego de Guzmán, que era el caudillo,
en
viendo a vuestro padre, respetóle
y el
partido acetó, poniendo luego
en el estudio universal sosiego.
CLARA: Gracias
doy a la suerte, que ha querido
honrar
mi casa.
ENRICO: Mi ventura ha sido.
CLARA: Y ya
que en ella por mi dicha os veo,
espero
ver cumplido mi deseo.
ENRICO: Hablad,
pues, bella Clara, que no hay cosa,
como
vos la queráis, dificultosa.
CLARA: El gran
poder que vuestra ciencia alcanza,
según
la fama, anima mi esperanza.
ENRICO: Segura de mi fe, podéis mandarme,
que
serviros de mi sera obligarme.
CLARA: Qué
estado he de tener, saber querría.
ENRICO: Un
número escoged.
CLARA: Escojo veinte.
ENRICO: Las
seis son. Casaréis dichosamente,
según
la judiciaria astrología.
CLARA: ¿Sabré
con quién? Que sólo el que desea
el
alma, hará que venturosa sea.
ENRICO:
¿Queréislo ver?
CLARA: Mi pecho se holgaría.
ENRICO: Venga
un espejo.
CLARA: Sácale, Lucía.
Vase LUCÍA
(Si no
es don Diego, cielo soberano,Aparte
no
quiero vida, no, para otra mano.)
LUCÍA saca un espejo de dos tapas. En la
una está la luna sola, y tras ésta hay otra que
tiene debajo un retrato de don DIEGO, y entrambas salen y
entran
LUCÍA: El
espejo está aquí.
ENRICO: Mostralde.
Clara,
¿Qué
veis agora en él?
Quita la tapa
CLARA: Mi misma
cara.
ENRICO: Echalde
vos la tapa.
CLARA: Ya la he echado.
Ciérrale
ENRICO: Mirad
hacia el oriente.
CLARA: Ya he mirado.
ENRICO: Formad
una B encima con el dedo.
CLARA: Ya la
formé.
ENRICO:
¿A quién veis en él agora?
Corre la tapa y la luna primera, y queda la del retrato
CLARA: Miro a
don Diego, a quien el alma adora,
LUCÍA.: ¿Qué dices?
CLARA:
Que a don Diego mismo veo.
LUCÍA: ¡Oh, si
viera también lo que deseo!
ENRICO: ¿A
quién quisieras ver?
LUCÍA: Sólo querría
ver a
Zamudio.
Sale ZAMUDIO
ZAMUDIO: Mi señor me envía
a saber
cómo estás.
LUCÍA: ¡Cielo! ¿Qué es esto?
¿Cómo
el encanto lo formó tan presto?
CLARA: Mi
padre ha escrito ya.
ENRICO: Al señor don Diego
decid
que con tan bella prisionera
con
gusto siglos mil preso estuviera.
Vase ENRICO
ZAMUDIO: Un
recado te traigo a ti, señora.
CLARA: Mi
padre sale; es imposible agora.
Vase doña CLARA
ZAMUDIO: Óyeme
tú.
LUCÍA:
¡Jesús!
ZAMUDIO: ¿Con qué te espanto?
LUCÍA: Con que
no eres Zamudio, sino encanto.
ZAMUDIO: Loca
estás.
LUCÍA:
¡Suelta!
ZAMUDIO: ¿Estos favores
medro?
LUCÍA:
Encantada figura, vade redro.
Vase LUCÍA
ZAMUDIO: ¡Otra
es ésta! Sin duda, mi Lucía,
que me
persigue Enrico todavía.
Mas en
esto me deja consolado,
que si
figura soy, soy encantado;
y hay
más de veinte mil, si bien lo apuras,
que sin
ser encantados, son figuras.
Vase ZAMUDIO.
Salen el MARQUÉS y don GARCÍA
GARCÍA: ¿Qué
tenemos?
MARQUÉS: Don García,
malas
nuevas. Doña Clara
en su
rigor se declara;
y tanta
fue mi porfía,
que
siendo honesta doncella,
a
confesar la obligué
que tiene
puesta su fe
en don
Diego, y él en ella.
A
este punto vi cerrado
el
puerto a vuestra intención
que a
don Diego no es razón,
cuando
así os tiene obligado,
ofender.
GARCÍA:
¡Ah, ingrata fiera!
MARQUÉS: ¿Qué
decís?
GARCÍA:
Que según siento
no
poder seguir mi intento,
de
mejor gana estuviera
con
mi esperanza en prisión,
que libre y desesperado,
si la
libertad me ha echado
en tan
dura obligación.
MARQUÉS: Al
fin palabra le di,
tierno
a su belleza y ruego,
de
efectuar con don Díego
el casamiento.
GARCÍA: ¡Ay de mí!
¿Qué decís?
MARQUÉS: Tomó ocasión
de habérseme declarado,
y vime al fin obligado.
Ya
sabéis cuán fuertes son
con un mozo caballero
ruegos de hermosa mujer.
GARCÍA: Vos, señor, sabéis hacer
famosamente un tercero.
MARQUÉS:
Es oficio de discretos,
y
sabéis que no lo soy.
GARCÍA: ¿Qué hay de nuestros pleitos?
MARQUÉS: Hoy
esperamos los efetos
de
lo que al rey escribió
en lo
que toca al motín.
GARCÍA:
¿Prométenos triste fin
vuestra ciencia, Marqués?
MARQUÉS: No.
Mas
decidme, ¿cómo os va
en esta
iglesia?
GARCÍA:
Aunque soy
cristiano, palabra os doy
que me
va cansando ya.
MARQUÉS:
Paciencia, que brevemente
ver el
fin dichoso entiendo.
GARCÍA: ¿Quién
lo dudará, teniendo
tal
amigo y tal pariente?
Sale un CORREO, con un pliego
CORREO: Dame
a besar esos pies,
gran
don Enrique.
MARQUÉS: Mancebo,
bien
venido. ¿Qué hay de nuevo?
CORREO:
Suplicarte que me des
de
don Diego de Guzmán
noticia, que lo he buscado,
y a
cuantos he preguntado
por el,
en decirme dan
que
a ti venga a preguntarlo.
MARQUÉS: ¿Para
qué lo buscas?
CORREO: Quiero
darle
una nueva, que espero
que no
poco ha de alegrarlo.
MARQUÉS:
Dímela.
CORREO:
Desde la corte
por las
albricias volando
he
venido.
MARQUÉS:
Yo las mando,
como la
nueva le importe.
Éstas gana, que después
don
Diego te las dará.
CORREO: Con ese
partido va.
Don
Diego de Guzmán es
marqués de Ayamonte.
MARQUÉS: ¿Queda
muerto su tío?
CORREO:
Murió.
MARQUÉS: Pésame
del que faltó,
mas alégrame el que hereda.
Dame el pliego, y no
le des,
hasta
avisarte, la nueva.
CORREO: ¿Y si
las albricias lleva
otro?
MARQUÉS:
Yo por el marqués
en
su casa te prometo
el
oficio más honrado.
Por mi ya las he mandado.
CORREO: Digo
que tendré secreto.
Salen ZAMUDIO y don JUAN
ZAMUDIO:
Llegó anoche la respuesta,
y hoy
el jüez ha mandado
que en
esta iglesia mayor
se
junten los catedráticos
de la
santa teología,
y que
la lección cesando,
toda la
universidad
se
halle presente al acto.
El
intento no se sabe;
mas
presto a saberlo aguardo,
pues
que ya a coger lugar
corre
el pueblo alborotado.
JUAN: Ya viene el pesquisidor,
y ya los doctores sabios,
luz del mundo, honor de
España.
A esta
capilla me aparto.
Salen don DIEGO, don PEDRO, doña CLARA y
LUCÍA, tapadas. Tocan trompetas y atabales; salen ENRICO
con capirotes y borla azul; el PESQUISIDOR con capirote y
borla
verde o colorada; un FRAILE domínico o clérigo con
capirote y borla blanca; siéntase el PESQUISIDOR en una
silla en medio, a su lado derecho el FRAILE en otra, y al
izquierdo ENRICO en un banco
DIEGO: Bien
estaremos aquí.
MARQUÉS: A esta
parte retirados
para no
ser conocidos.
PEDRO: ¿Estáis
bien?
CLARA:
A gusto estamos.
PESQUISIDOR:
Sabiendo su majestad
que por
la mágica ciencia
se
causan tantos excesos,
por su
provisión ordena
que en
esta junta de sabios
se
dispute y se confiera
si es
lícita o no la magia,
y qué fundamentos
tenga;
y esto
en presencia de todos,
queriendo que todos vean
la
verdad, para que aprueben
su
rigor o su clemencia.
Proponed, pues, sabio Enrico,
argumentos.
en defensa
de esta
ciencia que enseñáis.
ZAMUDIO: Famosa
ocasión es ésta
para
los hombres que saben.
ENRICO:
Propongo de esta manera:
toda
ciencia natural
es
lícita, y usar de ella
es
permitido; la magia
es
natural; luego es buena.
Pruebo
la menor. La magia
conforme a Naturaleza
obra;
luego es natural.
La
mayor así se prueba.
De virtudes y instrumentos
naturales se aprovecha
para
sus obras luego obra
conforme a naturaleza.
Probatur.
Obra en virtud
de
palabras y de yerbas,
de caracteres, figuras,
números, nombres y piedras;
todas estas cosas tienen
natural virtud y fuerza;
luego quien por ellas
obra,
obra
por naturaleza.
Virtud tienen
las palabras;
que
bien lo prueba la Iglesia
que
tantos milagros hace
y
sacramentos con ellas.
Tienen
con sus mismas cosas
natural
correspondencia
los nombres
que puso Adán;
luego
virtudes encierran.
No
volver suele un dormido
a un
tiro que el aire atruena,
y al
sonido de su nombre,
dicho
muy quedo, despierta.
A los
signos celestiales
los caracteres semejan,
y ellos por la simpatía
les comunican su fuerza,
como si
en dos instrumentos
de una
consonancia mesma
el uno
tocan, el otro,
sin
tocarle, también suena;
como el
sol en los espejos
hiere y
su luz reverbera,
y como
el eco nos vuelve
las voces de entre las peñas.
Los números, ¿quién no
sabe
que
tienen virtudes ciertas?
En la
música, la octava,
la
sexta, quinta y tercera
y sus
compuestos dan gusto;
todos
los demás disuenan,
y la consonancia
puede
hasta
en los brutos y peñas.
El
número septenario
honró Dios, virtud encierra;
y tiene en contados días
su crisis cualquier dolencia.
¿Quién no sabe que hay virtudes
en las piedras y en las yerbas?
Esto dejo por notorio;
con que
bien probado queda
que la
magia es natural,
pues lo
son los medios de ella;
y con esto, de que es justa
se
prueba la consecuencia.
Añado
más; si a los brutos
dio el
cielo virtudes ciertas,
al
lobo, de enronquecer
al que
mira, si antes llega;
que el basilisco mirando mate;
al
gallo que le tema
el
león, y al elefante
un
ratoncillo amedrenta,
¿qué
mucho que estas virtudes
por
arte o naturaleza
tenga el hombre, rey de todos,
y
criatura más perfeta?
Demás
de esto, al primer padre
le dio
Dios aquesta ciencia,
y a
Salomón la infundió,
como
mil santos lo prueban.
Pues, cosa mala por sí,
no es
posible que la diera
Dios,
fuente de sumo bien;
luego
la mágica es buena.
Dije.
UNO:
¡Enrico, vítor! Dentro
OTRO: ¡Vítor! Dentro
OTRO:
¡Cola!
Dentro
OTRO:
¡Mientes!
Dentro
MARQUÉS: Agudeza
tienen.
sus proposiciones.
DIEGO: Es luz de nuestras escuelas.
PESQUISIDOR:
Responda el señor doctor.
FRAILE: ¡El
cielo adiestre mi lengua!
Toda
regla general
es
peligrosa y incierta,
y
usando de divisiones
se
declaran las materias.
La
mágica se divide
en tres especies diversas:
natural, artificiosa
y diabólica. De aquéstas
es la
natural la que obra
con las naturales fuerzas
y virtudes de las plantas,
de animales y de piedras.
La
artificiosa consiste
en la
industria o ligereza
del
ingenio o de las manos,
obrando
cosas con ellas
que
engañen algún sentido,
y que imposibles parezcan.
Éstas dos lícitas son,
con que este modo no
excedan;
mas con
capa de las dos
disimulada y cubierta,
el
demonio entre los hombres
introdujo la tercera;
que el
mal que quiere engañar,
con
mascara de bien entra;
que no
pudiera viniendo
con la
cara descubierta.
La
diabólica se funda
en el pacto y convenencia
que con
el demonio hizo
el
primer inventor de ella.
Pruébolo así: por virtud
de
palabras esta ciencia
obra
prodigios, que admira
la misma Naturaleza;
luego
los obra en virtud
del
pacto implícito en ellas,
contraído del demonio.
Pruébase la consecuencia;
ninguna
cosa corrompe,
engendra,
muda ni altera,
si no
tiene acción real
para
hacer en quien padezca;
las
palabras no la tienen,
ni
puede de cuerpos y ellas
darse
contacto real;
luego
ni cuerpos ni esencias
alteran
naturalmente;
luego
es forzoso que tengan
fuerza
sobrenatural.
No les
ha dado Dios ésta;
luego
dársela el demonio
es
fuerza que se conceda.
Más; si
en las mismas palabras
esta
virtud estuviera,
dichas
por cualquiera, obraran,
sin el
arte, por sí mesmas,
como el
hielo siempre enfría,
el fuego
siempre calienta,
tal vez
a nuestro pesar,
por ser
su naturaleza;
es así
que las palabras
que el
arte mágica enseña
no
obran sin la intención
del que
obrar quiere con ellas,
o sin
mirar a tal parte,
bajar o
alzar la cabeza;
luego
si obran, no es por si,
sino
por virtud ajena.
El
argumento traído
de lo que
en la santa iglesia
pueden
las palabras,
hace mi
opinión mas verdadera,
pues
obran por la virtud
que la Majestad eterna
les dio
cuando instituyó
sus
sacramentos en ella;
luego
no obraran por sí
si esta
ley no les pusiera;
y en
requerir la intención
del que
las dice, se muestra
que
ellas no tienen por sí
natural virtud ni fuerza
en caracteres, figuras,
líneas, señales y letras.
¿Quien duda que sus
efectos
de
aqueste pacto procedan?
Pruébolo. Decís, Enrico,
que por
lo que se semejan
a los
signos celestiales,
reciben
de ellos su fuerza;
luego
los signos mejor
esos
efectos hicieran
obrando
inmediatamente
en las
humanas materias;
no los hacen, sin que en ellos
tal
carácter intervenga;
luego
el carácter no obra
por
celestial inflüencia.
Demás
de que aquesos signos
que
figuramos estrellas
son un ente de razón,
no
figuras verdaderas;
que ni
hay Escorpión, ni hay Osas,
y no
habrá quien no conceda
que lo
que no es no puede
en lo
que es tener agencia.
Fuera
de esto, al caracter
añade
palabras ciertas
el
mágico para obrar;
luego
no está en él la fuerza.
Añado más. ¿Qué virtud,
qué actividad, qué potencia
tiene un caracter inútil,
corta
línea o breve letra,
para
formar de repente
nubes,
truenos, valles, sierras,
cosas
que sin mucho espacio
no
puede naturaleza?
Luego si su modo exceden,
los obran algunas fuerzas
sobrenaturales; luego
diabólica
inteligencia.
Los
argumentos que Enrico
ha
propuesto en su defensa
son falsos,
que en los espejos,
el eco y cónsonas cuerdas,
por percusiones reales
obra la Naturaleza.
Que
entre otras ciencias tuviesen
Salomón
y Adán aquésta,
es
verdad; pero tuvieron
las dos
especies primeras,
natural
y artificiosa;
mas la
tercera se niega.
Que tengan los animales
ciertas virtudes secretas,
concedo; pero también
el
hombre muchas encierra,
y la
virtud natural
de las
cosas no se niega.
Los
números y los nombres
son una
cosa discreta,
ni
sustancia ni accidente;
luego para obrar sin fuerzas
en la
música las voces,
en tal
número consuenan,
mas no
del número nace
esta
consonancia en ellas;
y así
es forzoso afirmar
lo que
muchos santos prueban,
que es
ilícita, pues obra
por el
demonio esta ciencia.
VOCES: ¡Víctor, víctor, víctor, victor! Dentro
OTRO:
Concluyóle. No hay
respuesta. Dentro
PESQUISIDOR: ¿Qué
dice Enrico?
ENRICO: Yo digo
que
tienen tanta agudeza
los
contrarios argumentos,
que
convencido me dejan.
PESQUISIDOR: Según
eso, ¿confesáis
que es
arte mala y perversa
la magia?
ENRICO:
Así lo confieso.
PESQUSIDOR: Oíd,
ilustre nobleza,
estudiosa juventud
de esta
celebrada Atenas,
cómo
ser la magia mala
su
dogmatista confiesa.
Esto que veis ha ordenado
su
majestad por que vea
esta
escuela la justicia
con que
estas artes condena,
porque
así no habrá ya alguno
que la
estudie ni defienda;
lo cual en todos sus reinos
prohibe con graves penas
con eso
su majestad,
teniendo esperanza cierta
de que
en pechos tan leales
habrá
la debida enmienda.
Por mostrar el grande amor
que
tiene a aquestas escuelas,
todas las culpas pasadas
del motín y resistencia,
del rompimiento de cárcel
y el
echar los presos de ella,
perdona
a los delincuentes,
y
encarga que en recompensa
de esta
merced, sus justicias
le
respeten y obedezcan.
DIEGO: Su
majestad, que Dios guarde,
y el
cetro mil siglos tenga,
de
vasallos hace esclavos
con tan
humana clemencia.
GARCÍA: La
hacienda, la sangre y vida
le
ofrezco yo en recompensa.
JUAN: A un
rey tan amable y santo,
¿quién
habrá que no obedezca?
ZAMUDIO: Bailo,
danzo, brinco y salto.
ENRICO: ¡Viva
el Rey edad eterna,
que
obedecerle protesto!
PEDRO: Obra es
de sus manos ésta.
MARQUÉS: Nunca
menos prometió
su
santidad y prudencia.
CLARA:
Parabién, don Diego, os
doy de
la libertad.
MARQUÉS: Y de ella
el sí
de este casamiento
yo por
albricias merezca.
DIEGO: Ya yo
os he dicho, Marqués,
que lo impide mi pobreza,
y esto
es amor que le tengo.
MARQUÉS: Si solo
topa en la hacienda,
aquesa
palabra tomo.
Ved esa
carta, que en ella
vereis
que ya no podéis
negar lo que Clara intenta.
Marqués de Ayamonte sois.
CLARA: ¡Por muchos años lo seas!
DIEGO: A ti
toca el parabién.
Tú
eres, mi bien, la que heredas,
pues siendo marqués, soy tuyo,
si tu padre da licencia.
PEDRO: Yo soy
en ello dichoso.
ZAMUDIO: Vusía,
pues, le conceda
a
Zamudio que le dé
la mano
a su camarera;
que
pues casable se ha hecho,
no es mucho
que yo lo sea.
LUCÍA: Yo soy
tuya.
MARQUÉS:
Y porque es justo
que el
noble auditorio sepa
por qué
dicen que engañó
el gran
Marques de Villena
al
demonio con su sombra,
oíd, la
razón es ésta.
Como el
marques estudió
esta
diabólica ciencia,
tuvo el
infierno esperanza
de su
perdición eterna;
mas
murió tan santamente,
que engañó al demonio,
y ésa
es la causa porque dicen
que con
la sombra le deja.
Dicen
que entregó su cuerpo
a una
redoma pequeña
porque
en un sepulcro breve
incluyó tanta grandeza.
Que
quiso hacerse inmortal,
dicen,
porque su nobleza,
su
saber y cristiandad
alcanzaron fama eterna.
Y con
esto demos fin
a la
historia verdadera
del
principio y fin que tuvo
en
Salamanca la cueva,
conforme a las tradiciones
más
comunes y más ciertas.
FIN DE LA
COMEDIA