ACTO PRIMERO
Salen don JUAN, con unas llaves, y BELTRÁN
JUAN: La casa
no puede ser
más alegre
y bien trazada.
BELTRÁN: Para ti
fuera extremada,
pues
vinieras a tener
pared en medio a Leonor;
mas piden
adelantados
por un año
cien ducados
y estás
sin blanca, señor.
JUAN: Yo
pierdo mil ocasiones
por tener
tan corta suerte.
BELTRÁN: Pues ya no
esperes valerte
de trazas
y de invenciones.
No hay
embuste, no hay enredo
que puedas
lograr agora
porque
todos ya en Zamora
te señalan
con el dedo,
de suerte que me admiró
que no
temiese el empeño
de sus
llaves, cuando el dueño
de la casa
me las dio.
JUAN: Nada me
tiene afligido
como ver
que he de perder
a Leonor, después de haber
sus favores merecido,
y después que me ha
costado
tanta
hacienda el festejarla,
servirla y
galantearla.
BELTRÁN: Con eso me
has [acordado]
una bien
graciosa historia
que has de
oír aunque esté triste.
Bien
pienso que conociste
a Pedro
Núñez de Soria.
JUAN: En
Castilla le traté
y era
hombre amable y gustoso.
BELTRÁN: Ése, pues poco
dichoso,
tan pobre
en un tiempo fue
que por
alcanzar apenas
para el
sustento, jugaba
la mohatra
y adornaba
todo de
ropas ajenas.
Riñó su dama con él
y, en un
cuello que traía,
ajeno como
solía,
hizo un
destrozo crüel.
El
dueño, cuando entendió
la
desdicha sucedida,
a la dama
cuellicida
fue a
buscar, y así la habló:
"Una advertencia he de haceros
por si
acaso os enojáis
otra vez,
y es que riñáis
con
vuestro galán en cueros;
que cuando
la furia os viene,
el vestido
le embestís,
haced
cuenta que reñís
con
cuantos amigos tiene."
JUAN: Bueno
es el cuento; mas di,
¿a qué
propósito ha sido?
BELTRÁN: ¿Pues aún
no lo has entendido?
Estás tú
sintiendo aquí
el
dinero que has gastado
en
celebrar a Leonor,
y lo
pudieran mejor
sentir los
que lo han prestado.
JUAN: ¿Era mi
hacienda tan poca
que no
puede entrar en cuenta?
BELTRÁN: No; pero
deja que sienta
cada cual
lo que le toca.
JUAN: ¡Qué
bien sabes discurrir
contra mí!
BELTRÁN: ¿Puedes culpar,
pues que te ayudo a pecar,
que te ayude a arrepentir?
JUAN: Entra,
y mira si a Leonor
puedo
hablar, y aquí te espero.
BELTRÁN: No sé
cómo, sin dinero,
puede
durarte el amor.
Vase BELTRÁN. Sale
NUÑO
NUÑO: (Ésta se
alquila y parece Aparte.
a medida
del intento,
si es tan
buena de aposento
como la
fachada ofrece.
El
dueño debe de ser
éste que a la puerta está
con las
llaves; bien será,
si agora
la puedo ver,
llevar
de ella relación.
Quiero
hablarle.) Caballero,
para
cierto forastero
quisiera,
si es ocasión,
ver
esta casa.
JUAN:
Es muy cara;
que han de
darse adelantados
por un año
cien ducados.
NUÑO: No
importa; que no repara
mi
dueño, que mucho más
puede dar
en interés
si es a su
gusto.
JUAN:
¿Y quién es?
NUÑO: Don
Domingo de Don Blas.
JUAN: ¿De Don Blas?
NUÑO: Sí.
JUAN: ¿Qué apellido
tan
extraño!
NUÑO: Extraño y nuevo
es sin duda; mas me atrevo
a apostar que el más
lucido,
linajudo caballero
de este
reino le tomara,
como el
nombre le importara
lo que
importa al forastero.
JUAN: Si no
os llama algún cuidado
que
requiera brevedad,
lo que
apuntáis me contad
y dejaréisme obligado.
NUÑO: Es dar gusto granjería
tan hidalga, que,
supuesto
que tanto
mostráis en esto,
a mayor
costa lo haría.
Cuando en las ardientes fuerzas
y en los juveniles bríos
del ya anciano rey
Alfonso,
que guarde
Dios largos siglos,
España
gozaba triunfos
y el moro
hallaba castigos,
siendo su
cuchilla asombro
de
pendones berberiscos,
don Blas,
hidalgo tan noble
cuanto el
que más presumido
en León de
ilustre sangre
cuenta blasones antiguos,
le fue a servir en las talas
que al moro extremeño hizo,
llevando
en su compañía
por
soldado a don Domingo,
que era su
sobrino. Y era,
aunque fue
don Blas su tío
valiente
cuanto ninguno,
su
emulación su sobrino.
Llegaron a
saquear
a
[Mérida], donde quiso
la suerte
que le tocase
de un moro
alfaquí tan rico
la casa a
don Blas, que el oro
que halló
en ella satisfizo
la sed con
que despreciaba
de la
guerra los peligros.
A su vida
y su ventura
llegó el
plazo estatüido,
quedando
por heredero
de sus
bienes don Domingo,
mi señor,
a quien tenía
obligación por sobrino,
y amor por su educación;
que le [crió desde niño].
Cuatro mil
ducados fueron
de renta,
de los que hizo
un vínculo
en su cabeza,
hacienda
que en este siglo
ilustrara
a un gran señor,
con
estatuto preciso
de que el
nombre de Don Blas
tomase por
apellido
cualquiera
que el mayorazgo
por
derecho sucesivo
herede,
por evitar
las
injurias del olvido
[en]
origen de su nombre.
[Ya] de su
estado os he dicho;
agora os
he de contar
su
condición, por serviros.
En la
guerra, cuando pobre,
nadie
mejor satisfizo
la
obligación de su sangre.
Nadie fue
con los moriscos
más audaz,
ninguno fue
al trabajo
más sufrido
o la
peligro más valiente;
mas
después, que se vio rico,
sólo a la
comodidad,
al gusto
del apetito,
al
descanso y al regalo
se
encaminan sus designios,
tanto que
"el acomodado"
se suele
llamar él mismo.
Y, en
orden a ejecutar
este
asunto, es tan prolijo
el discurso
de las cosas
que por no
cansaros digo
que ni
basta a referirlas
el más
elegante estilo,
ni el
ingenio a imaginarlas,
ni a
sumarlas el guarismo.
JUAN: Ni es el
asunto muy necio,
ni es muy
bobo don Domingo
que pienso
que, si pudieran,
hicieran
todos lo mismo.
Pero las
llaves tomad.
Ved la
casa; que imagino
que le ha
de agradar, si acaso
no le
descontenta el sitio.
NUÑO: Antes, por ser retirado,
es conforme a sus designios.
Vase
[NUÑO]
JUAN: ¡Ah, vil Fortuna! ¡Con otros
tan liberal y conmigo
tan [avara]!
Pues, por Dios
que he de ver si mi
artificio
puede vencer tus rigores
pues estoy ya tan perdido
que ni me espantan los
[daños]
ni me
enfrenan los peligros.
¿Qué tenemos?
Sale BELTRÁN
BELTRÁN:
Nada.
JUAN: ¿Cómo?
BELTRÁN: Ni Leonor
ha parecido,
ni Inés,
ni doña Costanza.
JUAN: No
importa; que agora aspiro
a otro intento
a que pudiera
ser
estorbo habernos visto.
Tú,
retírate Beltrán;
que
conviene que conmigo
no te
vean.
BELTRÁN:
¿Hay tramoya?
JUAN: Y tan
buena que imagino
que estas fiestas me ha de ver
en la
plaza tan lucido
Leonor,
que como hoy favores
le merezca
desatinos.
BELTRÁN: Si no
ruedas.
JUAN:
No por eso
el mérito
habré perdido.
Antes
importarme puede;
porque si
sólo el peligro
es medio
para obligar,
más obliga
el daño mismo.
Pero vete
ya; que importa.
A este
zaguán me retiro.
Vase [BELTRÁN].
Salen LEONOR e INÉS a la celosía.
LEONOR: ¿Que
está don Juan en la calle?
INÉS: Tus ojos
te lo dirán.
LEONOR: ¡Qué
cuidadoso galán!
Inés,
¡quién pudiera hablalle.
INÉS: De esta espesa celosía
puede, con
verle, tu amor
descansar;
que mi señor
está en
casa, y no sería
delito
que perdonara,
pues su
condición crüel
conoces
ya, si con él
hablando
acaso te hallara.
LEONOR: De
sujección tan penosa,
¿cuándo
libre me veré?
INÉS: Cuando la
mano te dé.
LEONOR: Nunca seré
tan dichosa.
Sale NUÑO con las llaves y dáselas a don JUAN.
NUÑO: La casa
he visto, y no creo
que puede
hallarla mejor
don
Domingo, mi señor.
JUAN: Pues si
iguala su deseo,
el
efecto importaría
abreviar,
porque a Zamora
llegó con su gente agora
el
príncipe don García,
y
perderá la ocasión
si de ésta
gozar desea.
NUÑO: Hasta que
con él me vea
y le haga
relación
de la
casa, solamente
la
dilación puede ser,
y de la
que le he de hacer
no dudo
que le contente.
JUAN: ¿Dónde
vive?
LEONOR:
¿Si ha comprado
don Juan
esta casa, Inés?
JUAN: La posada
sé, y después
que la
noche haya ocultado
al sol,
porque las regiones
gocen su
luz del ocaso,
le
buscaré; y por si acaso
no dan mis
ocupaciones
lugar,
irá un escribano
de quien
mis negocios fío
y que
tiene poder mío
y correrá
por su mano
el
concierto y la escritura,
y se le podrá
entregar
el dinero.
NUÑO: ¿Ha
de llevar
señas?
JUAN:
Persona es segura.
Pero lo
que entre los dos
hemos
tratado será
lo que por
señas dará.
NUÑO: Así queda.
JUAN:
Adiós.
NUÑO: Adiós.
Vanse
[los dos]
INÉS: Bien se ha
visto en el concierto
que es
suya.
LEONOR:
Sin duda es
más rico don Juan, Inés,
que [cuenta] la fama.
INÉS: Es cierto,
[pues
después] que al viento ha dado
tantas libreas y galas,
dorando al amor las alas
con que vuela a tu cuidado,
posesión de tal valor
ha
comprado, que pudiera
para que a
gusto viviera,
estimarla
un gran señor.
LEONOR: Yo, en
efecto, si a don Juan
doy la mano, soy dichosa.
INÉS: Claro
está; que, siendo esposa,
de hombre
tan rico y galán,
noble y
que te quiere bien,
la ventura
de tu empleo
excederá a
tu deseo,
y más, gozando de quien
tan
enamorada estás.
LEONOR: Ese es el
punto mejor;
porque, si
falta el amor,
sobra todo
lo demás.
Vanse. Salen el PRÍNCIPE y RAMIRO
PRÍNCIPE: La Reina, mi madre, ha sido
quien me
ha puesto esta intención,
y para la
ejecución
su favor
me ha prometido;
que mi
padre le ha obligado,
con su
condición esquiva,
a fabricar
vengativa
esta
mudanza de estado.
Demás
de que en mis intentos
tendré el
favor popular
de mi
parte, por estar
de mi
[padre] descontentos
por
tantas imposiciones
como a
pagar les obliga.
Y para la
oculta liga
previene
sus escuadrones
Nuño
Fernández, el Conde
de Castilla, suegro mío.
Y así, pues de vos me fío,
si vuestra fe corresponde,
como
suele, a la afición
y amistad
que me debéis,
presto en
mis sienes veréis
la corona
de León.
RAMIRO:
(¡Cielos! ¡Esta tempestad Aparte
de
inquietudes y cuidados
a los términos cansados
les faltaba de mi edad!
Mas, ¿qué he de hacer? Hoy García
[es] sol que empieza a nacer,
y el Rey
se ve ya esconder
en el
sepulcro del día.
Poder y
resolución
tiene el
Príncipe, y si quiero
resistirle, considero
mi muerte
en su indignación.
Del rey
don Alfonso estoy
mal
satisfecho; y García,
pues que
de mí tanto fía
y tan su
privado soy,
pondrá
en mi mano el gobierno
del reino
y, con su poder
y mi
industria, podré hacer
mi casa y
mi nombre eterno.
Pues,
¿qué tiene que dudar
quien
aspira a tanto bien?
Aventure
mucho quien
mucho
pretender ganar.)
Quien
reconoce deberos
lo que yo,
siendo obediente
y callando
solamente,
señor, ha
de responderos.
Sólo os
advierto fïel
que tengo
de plata y oro
acumulado
un tesoro
si importa
serviros de él.
PRÍNCIPE: No es
el saberme obligar
en vuestra
fineza nuevo.
RAMIRO: Ofreceros
lo que os debo
no es
obligar, sí es pagar.
PRÍNCIPE: Pues,
Ramiro, una memoria
con
cuidado habéis de hacer,
de cuantos
me puedan ser
para
alcanzar la victoria.
Importante es. No olvidéis
hombre que
por principal
o por su
mucho caudal
poderoso
imaginéis.
Y a
estos tales, porque quiero,
para poder
confïarles
mis
pensamientos, ganarles
las
voluntades primero,
los
convidad de mi parte
para estas
fiestas que agora
tengo de
hacer en Zamora;
que la
estimación es arte
de
obligar, y de este modo,
pues yo entro en ellas, obligo,
igualándolos conmigo,
los nobles
y al pueblo todo.
Las
inclinaciones gano
honrando
las fiestas yo,
porque
siempre deseó
príncipe
alegre y humano.
Y
después iré, Ramiro,
declarando
a cada cual,
hombre
rico y principal
la novedad
a que aspiro.
Mas advertid que de suerte
ha de ser
que me asegure
del que
resistir procure
o su
prisión o su muerte
antes
que pueda el secreto
publicar;
y así, escuchad
como la seguridad
encamino
de este [efeto].
A cada
cual mandaré
que en un
puesto de Zamora
vaya a
esperarme a deshora,
y de allí
le llevaré
a
vuestra posada, donde
prevendréis para este intento
un
retirado aposento;
porque si
no corresponde
a mi
gusto, ha de quedar
preso en
él, y vos seréis
su
alcaide, porque estorbéis
que nadie
le pueda hablar
hasta
conseguir mi intento.
RAMIRO: Así se
asegura todo;
porque mi
casa de modo
es copiosa
de aposento,
que
cuantos en la ciudad
nobles
son, guardar pudiera
sin que
jamás lo entendiera
la mayor
curiosidad.
PRÍNCIPE: Esto
quede así, y agora
sabed que
porque no obligo
a nadie
más por amigo
que a vos, Ramiro, en Zamora,
me ha
hecho su intercesor
don Juan
Bermúdez, que esposo
quiere
ser, por ser dichoso,
de vuestra
hija Leonor.
Ya
sabéis que es tan valiente,
tan noble y emparentado,
que nadie
para el cuidado
de la
novedad presente
puede
importar a los dos
más que
don Juan.
RAMIRO:
Es verdad,
pero...
PRÍNCIPE:
Don Ramiro, hablad;
que
ninguno más que vos
es mi
amigo, ni hay a quien
no deba yo
preferiros.
RAMIRO: ¿Bastará,
señor, deciros
que a
Leonor no le está bien?
PRÍNCIPE: Bastará;
mas quedaré
querelloso, con razón,
de
entender que la ocasión
no
confiáis de mi fe.
RAMIRO: Pues ya
con apremio tal
a decirla
me condeno;
que aunque
es de mí tan ajeno
hablar de
ninguno mal,
cesa
aquí la obligación
de reparar
en su ofensa,
pues va en
ello mi defensa
y vuestra
satisfacción.
Sepa,
señor, vuestra Alteza,
que, de quien es olvidado,
don Juan
ha degenerado
de suerte
de su nobleza
que por
su engañoso trato
y
costumbres es agora
la fábula
de Zamora,
y atiende
tan sin recato
sólo a
hacer trampas y enredos,
que ya
faltan en sus menguas,
para
murmurarle lenguas
y para
apuntarle dedos.
Pródigamente gastó
innumerable interés
suyo en
fiestas, y después
que su
hacienda consumió
fue en
la ajena ejecutando.
Lances de
poca importancia,
pero como
la ganancia
o el gusto
le fue cebando...
El error que perdonó
más
afrentoso y horrible,
lo dejó
por imposible,
que por
vergonzoso no.
Y como
le da osadía
la
experiencia, que ha mostrado
que por
ser tan respetado
por su
sangre y valentía,
ninguno
de sus agravios
justicia
pide ni espera,
antes, la
queja siquiera
aun no se
atreve a los labios.
Tanto
la rienda permite
a su
malicia, que de él
sólo está
seguro aquél
que no
tiene qué le quite.
¿Éste
es, señor, el esposo
que dar
queréis a Leonor?
PRÍNCIPE: El probara
mi rigor
si no
fuera tan dichoso
que
conviniese a mi intento
agora no
disgustarlo;
pero, si
llego a lograrlo,
dará
público escarmiento.
RAMIRO: Eso
está bien advertido,
como
también lo será
que
supuesto que nos da
con
proceder tan perdido
aviso
tan declarados
de lo poco
que podéis
fïaros de
él, no le deis
parte de
vuestros cuidados.
Demás que a la majestad
del Rey,
vuestro padre, ha sido
tan afecto
y le ha servido
siempre
con tanta lealtad
que es
muy cierto, si se fía
de él
vuestra Alteza, que es dar
contra sí mismo lugar
dentro del
pecho a una espía.
PRÍNCIPE: Mi
norte habéis de ser vos.
Seguiré
vuestro consejo.
RAMIRO: Como leal,
como viejo
y amigo os
le doy.
PRÍNCIPE: Adiós,
y
empezad luego, Ramiro,
que
importa lograr los días.
RAMIRO: Confïad;
que como mías,
señor,
vuestras cosas miro.
Vase
PRÍNCIPE: Yo he
perdido un gran soldado
en don
Juan. ¿Quién entendiera
que tan
ciegamente hubiera
su noble
sangre infamado
un
hombre de tal valor?
En
abriendo el pecho al vicio,
el más
pequeño resquicio
da puerta
franca al error.
Sale don JUAN
JUAN: (Ya don
Ramiro salió Aparte
y ya la
ventura mía
es cierta,
pues don García
por su
cuenta la tomó.)
De mi
ventura, señor,
las
gracias os vengo a dar
pues no la
puedo dudar
siendo vos
mi intercesor.
PRÍNCIPE:
Aseguraros podría
mi amor y
vuestra lealtad;
mas la
ajena voluntad
no está,
don Juan, en la mía.
De
cuanto he podido hacer
vuestra
amistad me es deudora;
mas Ramiro
por agora
no está de
ese parecer.
pero
perder no es razón
la
confïanza por esto;
que en cosas
tales, no presto
se toma
resolución.
Mucho
alcanza la porfía.
De vuestra
parte obligad
vos, don
Juan, su voluntad
que yo lo
haré de la mía.
Vase
JUAN: Ya me
falta la paciencia.
¡Que ni mi
sangre y valor,
ni del
Príncipe el favor
conquisten
sus resistencia!
Veme
pobre, y es avaro.
¡Ah,
cielos! ¡Que el interés
oscurezca
así a quien es
por su
linaje tan claro!
Pues
Leonor ha de ser mía
-- ¡vive
Dios! -- a su pesar,
Medio no
me ha de quedar
que no
intente mi porfía.
Ciego
estoy y estoy perdido,
y ya la
resolución
llegó a la
imaginación
que mil
veces he tenido.
Sale BELTRÁN.
BELTRÁN: ¿A
solas estás hablando,
señor?
JUAN: Sí,
Beltrán, que el fuego
de la
rabia en que me anego
del pecho
estoy exhalando.
Don
Ramiro ha resistido
a la
intercesión que ha hecho
por mí el
Príncipe.
BELTRÁN: Sospecho
que tuya
la culpa ha sido;
que si
luego que llegaste
a Zamora
la pidieras,
cuando de
tantas banderas
victorioso
en ella entraste,
y
cuando a tu calidad
igualaba
tu riqueza,
sin que
hubiese a tu nobleza
hecho la
necesidad
olvidar
su obligación,
y dar, en
tales abismos
a tus
enemigos mismos
lástima y
a tu opinión,
no te negara
la Leonor
don
Ramiro.
JUAN:
¿Agora das
en
predicarme.
BELTRÁN:
Estás
engañado. Esto es, señor,
discurrir; que yo no soy
tan necio,
que predicando
culpara
tus vicios cuando
de la
misma tinta estoy.
JUAN: Que lo
erré, Beltrán, es cierto;
mas, por
fineza mayor
quise
alcanzar por amor
lo que
pudo por concierto.
Mostróse al principio dura
Leonor, y
quedar corrido
temí si no
era admitido
y así
quise mi ventura
asegurar, y en su pecho
vencer la
dificultad
antes que
la voluntad
de su
padre; ya está hecho.
Ya no
hay remedio. Ya estoy
en tan
miserable estado,
que del
empeño obligado,
de un
abismo en otro doy.
Ya ni
la opinión me enfrena,
pues la
tengo tan perdida,
ni puede
ofender mi vida
más mi
muerte que mi pena.
Y así
no me ha de quedar
pues no
queda qué temer,
piedra
alguna que mover
y [resuelvo] ejecutar
un
desatinado intento
que hasta
agora he reprimido,
puesto que
me lo ha ofrecido
mil veces
el pensamiento.
BELTRÁN: Dilo si
te he de ayudar,
como en lo
demás, en él.
JUAN: Si Ramiro
tan crüel
me
desprecia, es por estar
él tan
rico y verme a mí
tan pobre;
porque su avara
condición
sólo repara
en el
interés. Y así,
de esto
es sólo empobrecerle
el
remedio. ¡Vive Dios,
que hemos
de trocar los dos
fortuna, y
que he de ponerle
y
ponerme en tal estado
que me
ruegue con Leonor!
BELTRÁN:
¿Cómo? Que el medio, señor
si es
posible, es extremado.
JUAN: Nada el
medio dificulta;
que en la
opinión no reparo.
Cuanto
tesoro el avaro
en cofres
de hierro oculta
robarle una noche quiero.
BELTRÁN: Tal modo
de remediar
llaman en
Castilla echar
la soga
tras el caldero.
JUAN: Yo,
Beltrán, he resistido
cuanto
pude este deseo;
mas agora
que me veo
ya tan del
todo perdido,
he de
aliviar mis cuidados
a costa de
más excesos.
BELTRÁN: Mas ¿qué será vernos presos
por
ladrones declarados?
JUAN:
¡Calla! ¿Quién se ha de
atrever
a mi
sangre y mi valor?
BELTRÁN: Claro
está. Yo soy, señor,
solo quien
ha de correr
ciento
de rifa, que soy
lo más
delgado.
JUAN:
Eso fuera
si seguro no te diera
el amparo
que te doy.
BELTRÁN: Y si
las desdichas mías
lo
ordenasen de tal suerte
porque hay
en efecto muerte,
que te
alcance yo de días,
dime,
¿qué será de mí?
JUAN: Tan
funesta prevención
no es
digna de la afición
que de tu
pecho creí,
pues en
mi mal se declara.
BELTRÁN: ¿Mis
burlas tomas de veras,
sabiendo
que si murieras
por seguirte me matara?
Ordena
cómo ha de ser
y en las
obras daré muestras
de mi fe.
JUAN:
Llaves maestras
para el
efecto has de hacer.
BELTRÁN: Eso es
fácil.
JUAN: Ya el lucero
de la
noche empieza a dar
luz por el
sol. Ve a cobrar
de don
Domingo el dinero.
BELTRÁN:
Pagarálo de contado;
que poca
maña sería
que él esté en Zamora un día
sin
habérsela pegado.
Vanse. Salen
MAURICIO y un SOMBRERERO con un sombrero largo de
noche en la mano
MAURICIO: Don
Domingo, mi señor,
saldrá
agora.
SOMBRERERO:
Saber quiero
si le
agrada este sombrero
que ni de
hechura mejor
ni lana
más bien obrada
en Zamora
le hallará
según
pienso.
MAURICIO:
Él sale ya.
Sale don DOMINGO en cuerpo, sin sombrero y sin golilla
SOMBRERERO: Ved si la horma os agrada
de este
sombrero.
DOMINGO: Primero
se ponga
el suyo.
SOMBRERERO:
Sí, haré,
pues lo
mandáis.
DOMINGO:
¿Yo mandé
hacer
coroza o sombrero?
SOMBRERERO: No
hubiera desagradado
a ninguno
sino a vos;
que es
pintado. ¡vive Dios!
DOMINGO: Pues no le
quiero pintado,
sino a
mi gusto y de lana.
SOMBRERERO: Éste es el uso que agora
está
válido en Zamora.
DOMINGO: Ésa es
razón muy liviana.
Cualquier uso, ¿no empezó
por uno?
SOMBRERERO: Sí.
DOMINGO:
Pues, ¿por qué
si uno
basta, no podré
comenzarle
también yo?
¿Que me
ponga queréis vos,
debiendo
ser el sombrero
para no
cansar, ligero,
uno que
pese por dos?
El
vestido ha de servir
de ornato
y comodidad;
pues si
basta la mitad
de este
sombrero a cumplir
con el
uno y otro intento,
¿para qué
es bueno que ande,
si me lo
pongo tan grande,
forcejando
con el viento;
y si en
una parte quiero
entrar que
es baja, obligarme
a
descubrirme o doblarme,
o topar
con el sombrero?
El
vestido pienso yo
que ha de
imitar nuestra hechura
por si nos
desfigura,
es disfraz
que ornato no.
Muy
bajo y nada pesado
labrad
otro; que no quiero
comprar yo
por mi dinero
cosa que
me cause enfado.
SOMBRERERO: Creed
que acertar querría
a daros
gusto.
Vase.
DOMINGO:
Alumbrad.
¡Hola! ¿Qué hacéis? ¡Acabad!
MAURICIO: Mira que
esa cortesía
del
límite justo pasa.
DOMINGO: ¿Qué me
debe a mí, Mauricio,
el que
vive de su oficio
y va a
comer a su casa?
MAURICIO: Sólo en
la comodidad
te juzgaba
diferente
de los
demás.
DOMINGO:
Solamente
lo soy en
eso, es verdad;
mas por
ella soy cortés.
MAURICIO: ¿En qué lo
fundas?
DOMINGO:
Advierte,
honrando
yo de esta suerte
con lo que
tan fácil es,
las
voluntades conquisto,
y mil
veces asegura
de una
grave desventura
a un
hombre el estar bienquisto.
Dime
tú, ¿no podrá ser
que
viniendo yo a deshora
por las
calles de Zamora,
me quiera
alguno ofender
con
ventaja, y al rüido
acaso
llegara quien
por cortés
me quiera bien
y con su
espada atrevido,
de tan
fiera tempestad
me
librare?
MAURICIO:
Ser podría.
DOMINGO: ¡Mira si
la cortesía
viene a
ser comodidad!
Mauricio, el más necio engaño
es,
pudiendo, [no] ganar
corazones
con gastar
un
sombrero más al año;
que si
obligar voluntades
la mayor
riqueza es,
riesgos
busca el descortés,
y el
cortés seguridades.
MAURICIO:
Sentencias son.
DOMINGO:
Así muestro
que no es
tema todo en mí.
¿Quién es?
Sale un SASTRE
MAURICIO:
El sastre está aquí.
DOMINGO: Cúbrase el
señor maestro.
SASTRE: Así
estoy bien.
DOMINGO:
Nunca fue
el
replicar cortesía.
¡Cúbrase
por vida mía!
SASTRE: Porque lo
mandáis lo haré.
DOMINGO: ¿Qué es menester?
SASTRE:
La medida
de la
capa.
DOMINGO:
Llegad, pues.
SASTRE: ¿Queréisla
así?
Tómale la medida hasta el tobillo
DOMINGO:
¿Hasta los pies?
¿En qué
tengo yo ofendida
el arte
que ejercitáis,
que con
medida tan larga,
a que
sustente una carga
de paño me
condenáis?
La capa
que el m s curioso
y el más
grave ha de traer
modesto adorno ha de ser
y no
embarazo penoso.
Puesto
a caballo, la silla
apenas ha
de besar.
Al suelo
no ha de tocar
si pongo
en él la rodilla.
Si la
tercio, cuando me es
forzoso
sacar la espada,
de este
lado derribada
no ha de
embarazar los pies;
y si la
quiero tomar
por
escudo, de una vuelta
que se dé
sola, revuelta
en el
brazo ha de quedar.
Que si
es larga, sobre el daño
que en la
dilación ofrece,
mientras
la cojo, parece
que estoy
devanando paño.
SASTRE: Siendo
así, ¿no ha de pasar
de la
espada?
DOMINGO:
Así ha de ser;
vos
tendréis menos que hacer
y yo menos
de pagar.
Alumbrad, ¡hola!
SASTRE:
Allá fuera
hay luz y
excedéis en esto.
DOMINGO: No me
vestiréis tan presto
si rodáis
por la escalera,
y así
mi negocio hago.
Vase el SASTRE.
]
DOMINGO: Dime las
partes, Mauricio,
de esa
casa.
MAURICIO:
El edificio
es nuevo.
DOMINGO: Me
satisfago
si el
riesgo pasó primero
de sus
humedades otro,
porque ni
domar el potro
ni
estrenar la casa quiero.
MAURICIO:
Habitado ha sido.
DOMINGO:
Pasa
adelante.
MAURICIO:
Cuartos tiene
bajo y
alto.
DOMINGO:
No conviene
para mi
gusto esta casa;
que en
bajo quiero vivir,
porque, en
habiendo escalera,
no me
atrevo a salir fuera
por no
volverla a subir.
MAURICIO: El
remedio es fácil. Vive
en el bajo
tú y tu gente
en el alto
se aposente.
DOMINGO: ¿Y qué
gusto me apercibe
un almirez al moler
y un
lacayo al patear?
MAURICIO: ¿Pues hay
más que condenar
lo que
viniere a caer
sobre
tu vivienda?
DOMINGO:
Di;
¿Qué es
condenarlo?
MAURICIO:
Tenello,
para no
servirse de ello,
cerrado,
se llama así.
DOMINGO:
Condenado, ¿he de pagarlo?
MAURICIO: Claro
está.
DOMINGO:
Pues saber quiero,
¿en qué
pecó mi dinero
que tengo de condenarlo?
Sale NUÑO, [con barba negra crecida y antojos y
escribanías], y BELTRÁN.
NUÑO: El
escribano está aquí
que viene
a hacer la escritura
si te
agrada por ventura
aquella casa que vi.
DOMINGO: Señor
secretario, venga
en buen
hora.
BELTRÁN:
Apenas soy
escribano.
DOMINGO: Yo
le doy
lo que es
muy justo que tenga.
Portugués debe de ser.
BELTRÁN: Pues, ¿por
qué?
DOMINGO: De
lo prolijo
de la
barba lo colijo.
BELTRÁN: Es luto
por mi mujer.
DOMINGO: ¿Viudo
está?
BELTRÁN:
Desdichas mías
me dieron
tan triste estado;
que nunca
el bien ha durado.
DOMINGO: Quien gozó
tales dos días
que
envidia pueden causar,
hace mal
en enlutarse.
BELTRÁN: ¿Cuáles
son?
DOMINGO:
El de casarse
uno, y
otro el de enviudar.
BELTRÁN: Por eso
lo siento así.
DOMINGO: ¿Por qué?
BELTRÁN:
Porque se han pasado.
DOMINGO: No es del
todo desdichado:
el del
casamiento, sí
pasó;
que el de la viudez
no verá la
noche oscura
mientras
no quiera, pues dura
hasta
casarse otra vez.
BELTRÁN: Vamos
al negocio ya,
que el
tiempo en vano se pasa.
DOMINGO: Hazme,
Nuño, de la casa
relación.
NUÑO: El
sitio está
de la
ciudad retirado.
DOMINGO: Está bien;
que es fastidioso
el rüido,
y no forzoso
ha de ser,
sino buscado.
Y el
que varïar desea,
la alcanza
con eso todo,
pues que
vive de ese modo
en la
ciudad y en la aldea.
NUÑO: Hasta
agora no hay labrado
más de lo
bajo.
DOMINGO:
Eso es bueno.
NUÑO: Tiene un
jardín.
DOMINGO: Lo condeno
si no está
muy retirado;
que, si
está cerca, es forzosa
la guerra
de los mosquitos;
y los
pájaros con gritos
cuando
sale el alba hermosa
me
atormentan los oídos.
Otros oyen
su armonía;
mas yo,
por desdicha mía,
sólo
escucho los chillidos.
NUÑO: Pues,
señor, bastantemente
está del
cuarto distante
el jardín.
DOMINGO:
Pasa adelante.
NUÑO: Hay una
famosa fuente.
DOMINGO: Enfados
no habrá mayores,
si está en
el patio primero;
que es
eterno batidero
de
muchachos y aguadores.
NUÑO: Libre
está de estos enfados
y,
conforme a tus intentos,
muy lejos
los aposentos
que han de
habitar los crïados.
DOMINGO: Ése es
un gentil aliño
de una
casa; que, aunque fuera
hijo mío,
no sufriera
llorando a
la oreja un niño,
cuanto
más el de un crïado.
Nuño, tal
gusto me ofrece
esa casa,
que parece
que yo
mismo la he labrado.
Pero
dime, ¿hay herrador
cerca de ella? ¿Hay carpintero?
¿Hay
campanario? ¿Hay herrero?
¿Hay
cochera?
NUÑO:
No, señor.
DOMINGO: Haced
la escritura. Entrad,
y el
dinero os contaré.
BELTRÁN: (Sin
contar lo tomaré Aparte
aunque
falte la mitad;
que
temo que ha de entender,
si me
detengo, la flor).
NUÑO: Un
advertencia, señor,
de aquel
barrio te he de hacer,
que te
puede ser molesta,
en que agora he reparado;
que hay muchos perros.
DOMINGO: ¡Qué enfado!
Mas cómprame una ballesta;
que el
fastidio que escucharlos
me pudiera
a mí causar,
les pienso
yo, Nuño, dar
a sus
dueños con matarlos;
porque
según imagino
la
comodidad ordena
que no
sufra yo la pena
que puedo
echar al vecino.
Vanse
FIN DEL ACTO PRIMERO