ACTO SEGUNDO
Salen el REY y PALANTE
PALANTE: Ya
para ver a Dïana,
con su
portero Crineo
he
dispuesto tu deseo.
REY: No hay ya resistencia humana
contra tanto amor,
Palante.
PALANTE: Pues
mucho aventurar.
REY: Más quiere, amigo, alcanzar
que
vivir un ciego amante,
y si
con ella me veo,
yo lo
trazaré, de suerte
que
amenazas de su muerte
no me
impidan mi deseo.
Sale SEVERO
SEVERO: Ya,
poderoso señor,
los
testigos que he buscado
de
Esparta, han certificado
ser
Licurgo el labrador,
y él
viene ya convencido
a tu
presencia real.
REY: Severo,
a servicio igual
siempre
os seré agradecido.
A
recebirle conmigo
salid todos.
SEVERO: ¿Tanto honor
quieres hacerle, señor?
REY: Por muchas veces me obligo
a igualarle a mi
persona.
Sangre
real como yo
tiene;
en Esparta gozó,
si yo
en Creta, la corona;
y
aunque un hombre humilde fuera,
por sí
mismo lo merece;
porque
de razón carece
quien a
un sabio no venera.
Sale LICURGO, de galán, y DANTEO, de
galán también
LICURGO:
Vuestra majestad me dé,
señor,
su mano real.
REY: Como
amigo y como igual,
gran
Licurgo, os la daré.
Tomad asiento.
LICURGO: Yo os pido
que
advirtáis que es exceder
honrarme tanto, si a ser
vasallo
vuestro he venido.
REY: En
vos, Licurgo, hasta aquí
miro un
huésped, cuya mano
poseyó
el cetro espartano.
Con
razón os trato así.
Cuando merezca la mía
que a
besarla os humilléis
por vasallo, lo seréis,
y
mudaré cortesia,
aunque no la estimación.
Asiéntanse
LICURGO: En tan
verde adolecencia
vuestra
madura prudencia
excede
a la admiración.
REY: Ya os habrá dicho Severo
la
ocasión que me ha obligado
a
buscaros.
LICURGO:
Informado
de todo
estoy.
REY:
Pues yo espero
que
advirtiendo que es de Apolo
voluntad, la cumpliréis,
y en
vuestros hombros tendréis
el
gobierno de este polo,
suponiendo que los dos
seremos
una persona.
En mí
ha de estar la corona,
pero mi
poder en vos.
Conmigo habéis de asistir,
leyes habéis de poner.
Yo la pluma he de mover,
vos la
mano al escribir.
Así
cumpliré el decreto
de Apolo, y mi reino en mí
tendrá
un rey justo; y así
erraré
como discreto,
pues
es forzoso afirmar
que es
acto menos errado
errar
siendo aconsejado,
que no
siéndolo acertar.
LICURGO:
Señor, aunque obedeceros
es
fuerza, ya por el dios
que lo
ordena, ya por vos,
que
sois rey, el proponeros
es
forzoso las urgentes
dificultades que veo
opuestas a ese deseo,
con
graves inconvenientes
que
resultan.
REY:
Ya tardáis
en
proponerlas. Decid;
que
saberlas quiero.
LICURGO:
Oíd,
pues
que licencia me dais.
Después que la Parca
airada
quitó
en sus lustros primeros
a
Polidectes, mi padre,
de la
fuerte mano el cetro
de la
que hoy se llama Esparta,
Lacedemonia otro tiempo,
reino
que en sus territorios
incluye
el Peloponeso,
mi
hermano mayor Eunomo
sucedió, como en el reino,
en la
desdicha también
de
perderle en años tiernos.
Yo,
ignorando que en su esposa
dejase
oculto heredero,
de su
corona real
preste
el oro a mis cabellos;
mas
dentro de pocos meses
el postumo infante el cielo
al
mundo dio, y yo leal
a su
cabeza el imperio.
Fui
legítimo tutor
del rey
mi sobrino, haciendo
leyes,
destruyendo abusos,
dando
castigos v premios;
mas
como el ardiente potro
huye el
no gustado freno,
o como
sacude el yugo
el no
domado becerro,
los vasallos, que tenían
antes más libres los cuellos,
comenzaron a sentir
de la
rectitud el peso;
pero
yo, que prevenido
y
cauto, conocí en ellos
impulsos de conspirar
y
privarme del gobierno,
con ánimo de poder
derogar
mis justos fueros,
volviendo a su libertad,
pedí a
un engaño el remedio;
y
fingiendo que en un caso
de
grande importancia al reino,
iba a Pitia a consultar
el
oráculo de Febo,
les
pedi que me jurasen
guardar
mis justos decretos
hasta
que al suelo de Esparta
volviese del sacro templo;
que entonces les prometía
hacer
estatutos nuevos,
y
moderar a su gusto
los
rigurosos derechos.
Ellos,
que la brevedad
consideraron del tiempo
y del
caso a que partía,
juzgaron grande el provecho,
fácilmente persuadidos,
lo
juraron, y con esto
me
partí; y llegando a Pitia,
consultado el dios de Delos,
me
respondió que eran justas
mis
leyes, y sólo el tiempo
que
durasen duraría
la
tranquilidad del reino.
Yo,
atento al bien de mi patria,
porque
no salga, volviendo,
de la
obligación precisa
que le
puso el juramento,
determiné no volver
a verla
jamás, haciendo
con mi
eterna ausencia
en ella
mis estatutos eternos.
Esto me
obligó a mudar
el
nombre, el traje y el suelo,
y
habitar en una aldea,
para
vivir más secreto.
Éstos,
señor, son mis casos.
Ya
habréis entendido de ellos
cuán
graves inconvenientes
resultan de obedeceros.
Cuidadosos los de Esparta
me
buscan, ya con intento
de
vengarse del engaño
que los
tiene tan opresos,
ya con
ansia de cumplir
el solícito deseo
de
derogar mis sanciones
sin
romper su juramento.
Si en
Creta os sirvo, es forzoso
que en
acelerado vuelo
las
nuevas lleve la fama
a los espartanos pueblos.
Sabiéndolo, han de pediros
que me
entreguéis, y el hacerlo
en vos
fuera gran bajeza,
y gran
destruición en ellos.
No
hacerlo ha de desnudar
la espada a Marte sangriento,
porque
han de intentar las armas
lo que
no alcancen los ruegos.
Y así,
de lo que intentáis
para la
paz de este imperio
ha de
resultar la guerra
del
espartano y el vuestro.
Fuera
de esto, si mi patria
lleva
tan mal mis decretos,
¿cómo
sufrirá la vuestra
las
leyes de un extranjero?
Porque
los vasallos quieren
rey
activo, no supuesto,
y
siempre les es odioso
legislador forastero.
Y si
los inconvenientes
que mi
lengua os ha propuesto
son tan
graves, los que faltan
no me
atemorizan menos;
que es
bien que sepáis,
señor,
si los futuros sucesos
alcanza
por las estrellas
el
humano entendimiento,
que
pronostican las mías
que he
de verme en tanto aprieto
con un
rey, que yo a las suyas,
él
quede a mis manos muerto.
En esto
mismo conforman
mil
astrólogos que han hecho
recto
examen de su influjo
en mi
triste nacimiento;
que
esto me obligó también
a que
en el campo desierto,
de las
cortes habitase
y de
los reyes tan lejos.
Ved,
pues, si será cordura
ponernos, señor, a riesgo
de que
en los dos ejecuten
esta
amenaza los cielos.
Ved
cuantas dificultades
contradicen vuestro intento.
Temedlas, pues sois humano,
y
evitadlas, pues sois cuerdo;
que
puesto que vos sois rey,
y yo el
que ha de obedeceros,
a mí
toca el dar avisos,
y a vos
el dar mandamientos;
a mí proponer
los daños,
a vos
poner los remedios;
a mí
toca el advertiros,
y a vos
toca el resolveros.
REY: Honor
de Lacedemonia,
los
inconvenientes veo
que
proponéis; mas a todos
opongo
el heroico pecho.
Si los
de Esparta intentaren
cobraros, yo defenderos;
que
contra sus fuertes armas
valor y
soldados tengo.
Ni temo
que por la paz
que alcanzar por vos pretendo,
como
decís, me amenace
la
guerra de entrambos reinos;
que
Febo lo ordena, y sabe
lo que
importa; y por lo menos
es
cierto este bien presente,
y ese
mal futuro, incierto.
Que mis
vasallos rehusen
de un
hombre extraño el gobierno
no
importa, pues es mi mano
la que
ha de tener el freno.
Los
astrólogos jüicios
ni los
estimo ni temo;
que
siempre he juzgado yo
ilusorios sus agüeros.
Y
cuando la ciencia alcance
alguna
evidencia en ellos,
a la
razón justamente
doy más
poderoso imperio;
que ni
vuestra virtud puede
mover
contra vos mi acero,
ni
contra mí en vuestra sangre
caber
traidor pensamiento.
Y
cuando vuestras estrellas
os inclinasen a efetos
tan
injustos, vos sois sabio,
y el
que ha merecido serlo
es
dueño de las estrellas;
y así
con razon resuelvo
que sus
más fuertes influjos
os están
a vos sujetos.
Y en
resolución, Apolo,
cuya
ciencia, cuyo cetro,
preconociendo, gobierna
lo
presente y venidero,
así la
paz me promete.
Yo le
obedezco, y le dejo,
pues él
gobierna las causas,
a su
cuenta los efetos.
LICURGO:
Escuchándoos he quedado
con
justa causa suspenso
de que
a mí me elija Apolo
para
que a vos dé consejos;
que
según prudente os miro,
que os
eligiera os prometo,
si
trocáramos estados,
para
gobernar mi reino;
y
aunque a daños más enormes
me
arriesgara, ya los trueco
gústosamente a la dicha
de
servir a un rey tan cuerdo.
Levántase
Dadme
la mano, pondréla
en mis
labios, porque en ellos
la
señal dichosa imprima
de leal
vasallo vuestro.
Arrodillase
REY: Yo os
la doy, a mi fortuna
tan
obligado, que pienso
que
tomo agora con ella
posesión del mundo entero.
LICURCO: Yo os
juro por cuantos dioses
desde
el Impíreo al Averno
Bésale la mano y levántase, y queda
en pie y descubierto
rigen,
de seros vasallo
leal,
firme y verdadero.
REY: Agora
de la Fortuna
un
clavo a la rueda he puesto.
Agora a Creta le he dado
firme
paz y nombre eterno.
Gobernador general
os
hago, y en vos delego
toda la
soberanía
que yo
en mis vasallos tengo.
Derogad
costumbres, usos,
ordenanzas y decretos;
juzgad
causas, haced leyes,
dad
castigos y dad premios;
y para
daros en Creta
la
mayor honra que puedo,
conmílite de mi efigie
quiero, gran Licurgo, haceros.
A PALANTE
Dadme
una medalla.
Vase PALANTE
LICURGO: Honráis,
como
quien sois, a los vuestros.
Vuelve PALANTE con una salvílla y en ella una medalla
como la
del REY y SEVERO, con su colonia; tómala el REY y
arrodíllase
LICURGO
REY: Con tal
varón la milicia
de
Creta ilustrar pretendo.
Tres
calidades publica
esta
señal en el pecho:
sangre
que goce de reyes
el
heroico parentesco;
puro
honor, cuyo cristal
no haya
enturbiado el aliento;
y
servicios que hayan sido
en
utilidad del reino.
Ésta da jurisdición,
da
autoridad y respeto,
y da
superioridad
en los
nobles y plebeyos.
Mas
advertid que es preciso
estatuto, que en sabiendo
de los
méritos, la sangre
o el
honor de algún defeto,
o en
incurriendo en infamia,
o en
caso de valer menos,
con
escarmiento afrentoso
os la
han de quitar del pecho.
Esto
supuesto, la efigie
recebid.
LICURGO:
Señor, teneos;
que
segun los institutos
que
referís, no merezco
la
insignia, pues hasta agora
ningún
servicio os he hecho;
y no es
bien, si a administrar
vengo
justicia, que el premio
no
merecido alcanzando,
la
quebrante yo el primero.
REY: Haber
querido servirme
es
hazaña que agradezco
más que
si por vos ganara
con una
vitoria un reino.
LICURGO: Sólo os
he dado hasta aquí
un
vasallo en mí, y ya de ello,
con el
rey que en vos me dais,
premiado estoy con exceso.
La estimación que de mí
hacéis
vos, no es para el pueblo
satisfación, ni por ella
prueba
mis merecimientos;
que
habrán en Creta mil nobles
dado a
marciales aceros
propria y enemiga sangre,
sin
alcanzar este premio;
y no es
bien, cuando intentamos
ganar
el común afecto,
que yo
por vos cause invidias,
y vos
por mi sentimientos. Y
así es fuerza suplicaros
que
suspendáis este intento
hasta
que yo justifique
a su
ejecución los medios.
REY: Mi
voluntad, como en todo,
también
os resigno en esto;
Deja la medalla
que
pues por sabio os conozco,
son
leyes vuestros consejos.
LICURGO: (Hasta
que la mano corte Aparte
que
dejó en mi rostro impreso
mi
agravio, no ha de adornar
tan alta insignia mi pecho.)
REY: Empezad
pues a ejercer
Dale una sortija
la
potestad que os cometo.
Éste es
mi sello real;
por él
han de obedeceros.
Cuatro
cosas de mi parte
os
encargo: lo primero,
que de
darme desengaños
no os
acobarde el respeto;
lo
segundo, que no tengan
exencion ni privilegio
para
vivir libremente
mis crïados ni mis deudos;
lo
tercero, que a mujeres
en sus
flaquezas y yerros,
y más
si fueren casadas,
miréis
con piadoso pecho;
lo
cuarto, que a los ministros
de justicia tan severo
castiguéis, que den al mundo
universal escarmiento;
porque
de todos estados
públicos suplicios veo,
y de
éste jamás lo he visto,
y persuadirme no puedo
que de
ello la causa sea
ser
todos justos y rectos;
mas
que, o ya en los superiores
engendra el tratar con ellos
amistad, y disimulan
con la afición sus excesos,
o ellos
también son injustos,
y con
recíprocos miedos,
porque
callen sus delitos,
no
castigan los ajenos.
LICURGO: Lo que
me encargáis, señor,
cumpliré.
REY:
Empezad con esto
a
mandar; que vos sois rey,
y yo
fui privado vuestro.
Vanse el REY, PALANTE y SEVERO
TELAMÓN: En
fin, ¿no eres ya Lacón,
sino
Licurgo?
LICURGO: Yo soy
ya
Licurgo, y tú desde hoy
vuelves
a ser Telamón.
TELAMÓN:
¿Puédote dar parabién
de tan
súbita privanza?
LICURGO: ¡Ay de
mi! Que esta mudanza,
amigo,
no es para bien.
TELAMÓN: ¿Aun
amas la soledad?
LICURGO: Mayor
pena me importuna;
y pues
en cualquier fortuna
me fue
firme tu amistad,
no
es exceso que te cuente,
Telamón, mis nuevos males;
que si
bien pasiones tales
debe
encubrir el prudente,
si
ellas me vencen, verás
que las
tuve en su vitoria;
si las
venzo, de la gloria
de ello
testigo serás.
¿Conoces este retrato?
Muéstrale uno
TELAMON: Éste es
el mismo, señor,
que
llevaba tu ofensor.
LICURGO: Pues
por éste llamo ingrato
al
tiempo; éste es de mi mal
la nueva ocasión crüel.
TELAMÓN: ¿Cómo?
LICURGO:
¿Conoces por él
su
divino original?
TELAMÓN:
Paréceme...
LICURGO:
¿Cómo dudas
en
conocer que es Dïana
la que
da luz soberana
y
lengua a estas sombras mudas?
TELAMÓN:
Digo, señor, que es así;
mas
vive tan retirada,
tan
secreta y recatada,
que
sola una vez la vi,
aunque te hospeda en su casa.
LICURGO: Ella,
pues, es la ocasión
que con
nueva confusión
ya me
hiela y ya me abrasa.
TELAMON: ¿Qué
me dices? Que a tu labio
niega
crédito el oído.
¿Tú
enamorado?
LICURGO: Perdido.
TELAMÓN: Pues,
¿de qué sirve ser sabio,
si
no vence tu cordura
esa
pasión que te ciega?
LICURGO: ¡Ay,
Telamón! Cuando llega
la
pasión a ser locura,
pierde su imperio el saber;
que
falta al entendimiento
la
razón, y no esta exento
el
sabio de enloquecer.
Mira
cuál es la mudanza
de mi
estado, que mi honor
oprime de mi ofensor
la no
alcanzada venganza;
y no
contentos los cielos
de que
me aflija mi injuria,
a mi
corazón la furia
añade
de amor y celos.
De la que adoro el retrato
llevaba
el que me ha ofendido,
señal
de que no le ha sido
el
original ingrato.
¡Juzga, pues, cuál estará
un
noble pecho agraviado,
celoso y enamorado!
¡Qué
bien a Creta dará
leyes justas quien sujeto
vive a
tan fuertes pasiones!
TELAMÓN: Sí; mas
tales ocasiones
son el
toque de un discreto.
Y advierte
que yo imagino
que
esto que así te entristece,
es en
lo que favorece
más tu
intención el destino,
pues
con esto te mostró
senda
conocida y llana
para
saber de Dïana
quién
es el que te ofendió.
LICURGO: Si;
mas ese medio, piensa
que
puede dañarme a mí,
pues
Dïana podrá así
venir a
saber mi ofensa;
y no
será acuerdo sabio
intentarlo, porque quiero
que se
publique primero
la
venganza que el agravio;
demas de que será error
mis
deseos declarar
hasta
saber qué lugar
goza en ella mi ofensor.
Pero
ya mi pensamiento
halló
un remedio.
TELAMÓN: ¿Qué cosa
puede
haber dificultosa
a tu
claro entendimiento?
LICURGO: La
venganza que deseo
alcanzaré, y de Dïana
la
belleza soberana
será de
mi amor trofeo.
Si
por tales casos voy
precipitado a la muerte,
yo no
voy, no; que mi suerte
es de
quien forzado soy.
Y si
de ella violentados
mis
pies, dan erradas huellas
vencer
puede las estrellas
el
sabio, mas no los hados.
Vanse los dos.
Salen SEVERO, con una carta, DIANA
y MARCELA
SEVERO: Tu
hermano me escribe aqui
que el
retrato que llevó
tuyo,
Dïana, perdió
en el
camino; y así
para
que pueda tratar
tu
casamiento, es forzoso
que de
tu trasunto hermoso
el
pincel se vuelva a honrar.
DIANA:
Manda avisar al pintor.
SEVERO: Ruego a
los dioses que de él
haga el
oficio el pincel,
más que
de Apeles, de amor.
Vase SEVERO
DIANA: Y yo
que me pinte fea,
pues
por otro amante muero,
y será
el pintor primero
que
agraviando lisonjea.
¿Qué
dices, Marcela mía,
de mi
desdicha?
MARCELA: ¡Ay de mi!
DIANA: ¿No
respondes, prima? Di,
¿qué
fiera melancolía
te
aflige? ¿A mí la pasión
me
ocultas que te lastima?
¿De
cuándo aca no es tu prima
dueño
de tu corazón?
MARCELA: ¡Ay,
Dïana! Que ya es tal
el
incendio que hay en mí,
que al
mundo, no sólo a ti,
será
notorio mi mal.
¡Nunca hubiera la invención
de tu
padre hallado medio
de
traer en el remedio
de
Creta mi perdición!
Este
Licurgo prudente,
éste,
cuyo nombre y fama
hallo
ya con lenta llama
dispuesto mi pecho ardiente,
tan
del todo me ha rendido
con la
vista, que me veo
sin
fuerza contra el deseo,
sin
valor para el olvido.
DIANA: No
te aflijas. Rostro hermoso,
talle,
calidad y honor
tienes;
con que él de tu amor
se
tendrá por venturoso.
MARCELA: Si
la suerte es importuna,
no
sirve para alcanzar,
merecer; que en un altar
están
Amor y Fortuna.
Si
hubiera yo visto en él
un
indicio de esperanza,
no
quisiera más bonanza
en
tempestad tan crüel.
Mas
es sin fruto poner
mis méritos a sus ojos;
que o
no entiende mis enojos,
o no
los quiere entender.
DIANA:
Declárale tus pasiones.
MARCELA: No he
de incurrir en tal mengua;
que a
lo que dice tu lengua
contradicen tus acciones.
Yo
te he visto enamorada
tan
recatada, que fuera,
aunque
por mí no lo hiciera,
por ti
sola recatada.
Callando el mal que padezco,
me pienso, prima, vencer,
contenta sólo con ver
lo que
alcanzar no merezco.
Y
asi aumenta mis enojos
saber
que se ha de mudar
hoy a
palacio, y privar
de su presencia mis ojos.
Mas
él viene.
DIANA: Si tú quieres,
yo le
diré tu dolor.
MARCELA: Tú
sabes bien del amor
el
imperio en las mujeres;
yo
te he declarado ya
mis
amorosas fatigas;
no pido
que se las digas,
pero no
me pesará.
Vase MARCELA. Sale
LICURGO
LICURGO: De
vuestro padre, Dïana,
supe
que mandáis llamar
un
pintor para ilustrar
con
vuestra luz soberana
sus
sombras; y como gana
tanto
en ello la color,
pincel
y mano, el pintor,
indignamente dichoso,
ha
hallado en mí un envidioso,
de tal
bien competidor.
Y
así, traigo permisión
de
Severo para ser
yo
quien merezca ofender
esa
rara perfeción;
que si
en vuestra formación
excedió Naturaleza
su
poder y su destreza,
ni ella
misma se igualara
cuando
a la vuestra intentara
igualar
otra belleza.
Sale MARCELA al paño, escuchando
MARCELA: (¡No
fuera yo tan dichosa, Aparte
que
esto me dijera a mí!
¡Apenas
amante fui,
cuando
empiezo a estar celosa!)
DIANA: Ya me
tengo por hermosa,
pues
retratarme queréis.
Mas decidme, ¿vos sabéis
el arte
de la pintura?
LICURGO:
Pronosticó mi ventura
este
suceso que veis;
y
como costumbre ha sido
de las
personas reales
en
ejercicios iguales
gastar
el tiempo perdido;
yo, que
de Esparta he nacido
infante, al pincel le di
las
horas que no perdí,
pues si
en ello consumiera
un
siglo, aun no mereciera
el rato
que logro aquí;
y
así, señora, he enviado
por
pinceles y colores.
DIANA: Cuando
las cosas mayores
del
reino os han encargado,
¿perderéis tiempo ocupado
en esta facción liviana?
LICURGO: Ni
siempre ha de estar, Dïana,
tirante
al arco la cuerda,
ni hay
tiempo que no se pierda,
sino el
que con vos se gana.
MARCELA:
(¿Hay tormentos más crueles?)
Aparte
Sale TELAMÓN, con recado de pintar
TELAMÓN: Como
mandaste, señor,
he
traído de un pintor
los
colores y pinceles.
LICURGO: Si de
Timantes y Apeles,
Protógenes y Aceseo
los trujeras, aquí creo
que no
osaran linear,
porque
aun no puede igualar
a la
verdad el deseo.
Hablan aparte TELAMÓN y LICURGO
TELAMÓN: Ya
te has puesto en la estacada.
¿Qué
intentas? ¿Cómo saldrás
de ello
airoso, si jamás
has
dado una pincelada?
LICURGO: La
invención tengo pensada.
Hoy
pretendo averiguar
quién
me ofendió, y quien llevar
su retrato
mereció;
y pues
que le tengo yo,
con él
la pienso engañar.
A DIANA
Tomad asiento, Dïana,
y un
rato prestad paciencia,
y a la
vista la licencia
que por
el oficio gana;
y pues
de tan soberana
hermosura al resplandor
me
atrevo, diré mejor,
si en
vos miro un sol divino
que de
águila me examino
mucho
más que de pintor.
DIANA: Ya,
Licurgo, poco fiel
mi
retrato considero,
si ha
de ser tan lisonjero
como la
lengua el pincel.
LICURGO: Antes
yo, cuando con él
emprendo tan gran locura,
Asíéntanse
porque
de beldad tan pura
mejor
dibuje los rayos,
doy
primero estos ensayos
con la
voz a la pintura.
DIANA:
Comience, pues, la destreza
del
pincel a bosquejar;
que yo os lo quiero pagar,
pintándoos otra belleza,
a quien
la naturaleza
con
perfeción celestial
ha dado
desdicha tal,
que
amante vuestra, procura
que en
vos haga mi pintura
lo que
no su original.
Hace LICURGO que la retrata
LICURGO:
(Ésta es sin duda Marcela,
Aparte
en
cuyos ojos he visto
sentimientos que resisto.)
No la
pintéis; que recela
mi
mano, cuando os pincela,
ofender
vuestra hermosura;
que si
de ajena figura
atiendo
a la relación,
dará la
imaginación
colores
a la pintura.
MARCELA:
(¿Aun este medio el Amor
Aparte
no me
concede? ¡Ay de mí!
Quitarme quiero de aquí
por no
ver más mi dolor.
Vase MARCELA
DIANA: (Cerró
esta puerta el rigor; Aparte
ventura, tiempo y lugar
puede
Marcela aguardar;
que es
oficio el ser tercero
de
discretos, y no quiero
ser
necia yo en porfïar.)
¿Qué
es esto? ¿En qué os suspendéis?
LICURGO:
Pesaroso y ofendido
de no
haberos advertido
lo que
más estimaréis.
Aunque
mujer, bien sabréis
que a
las estrellas sujetos,
les
resultan los efetos
a las humanas acciones
según
las disposiciones
de sus
mudables aspetos.
Y
así, por mas agradaros
yo, que
sé sus movimientos,
saber
quisiera qué intentos
os mueven a retrataros;
que
puedo al dibujo daros
en tal
signo y hora tal,
que
obligue a quereros mal
sólo el
verlo; y en tal punto,
que
quien mirare el trasunto
adore el original.
TELAMÓN: (A
averiguar su intención Aparte
cuerdamente la ha guïado.)
DIANA: Si
pudiera mi cuidado
declararos...
TELAMÓN:
(Telamón Aparte
estorba en esta ocasión:
solos
los quiero dejar.
Vase TELAMÓN
LICURGO: Bien os
podéis declarar.
Solos
estamos; y aquí
es
hacerme ofensa a mí,
y daño
a vos, el callar.
DIANA: Siendo quien sois, mi intención,
Licurgo, fïar os puedo,
demás
que me quita el miedo
ser tan
fundado en razón.
De mi
padre es pretensión
darme
un esposo extranjero
que no
conozco; y yo muero,
viendo
que fuerza ha de ser
a quien
no he visto querer,
y
entregarme a quien no quiero.
Mi
hermano Teón partió
a
efetüar el contrato
que
aborrezco, y mi retrato
para
este intento llevó.
Escribe
que le perdió
en el
camino, y envía
por
otro, y así, querría
que en
él pongáis fuerza tal,
que a no amar su original
obligue
la imagen mía.
LICURGO:
(¿Que su hermano fue el autor
Aparte
de mi
afrenta? ¡Santos cielos!
¿Cuando
escape de mis celos
doy en
desdicha mayor?
¿Que es
hermano mi ofensor
de mi
querida Dïana?
¿Hay
suerte más inhumana?
Mas ya
es fuerza, corazón.
Yo he
de matar a Teón,
y he de
gozar a su hermana.)
¿Es Teón un joven fuerte,
airoso
y robusto?
DIANA: Sí.
LICURGO: En el
camino le vi.
(¡Ah,
dioses! Cierta es mi muerte. Aparte
Cese el
retrato). La suerte
Levántanse
por las
estrellas, primero
que le
dé colores, quiero
consultar; que he perder
yo la
vida, o no ha de ser
vuestro
esposo el extranjero.
DIANA: El
bosquejo me enseñad.
LICURGO: No será
intento discreto,
pues
aun después de perfeto,
ofenderá esa beldad;
antes,
pues a la verdad
no ha
de igualar, fuera acción
más
cuerda que a imitación
de Timantes, mi pincel
le
pusiera el velo que él
al
rostro de Agamenón.
A
solas retocaré
el
dibujo, y no os espante;
que en
viendoos, al mismo instante
en el alma os retraté,
y
trasuntaros podré,
después
que una vez os vi,
mejor
que de vos, de mí;
que a
vos puede el tiempo ingrato
midaros, y no al retrato
que en mi memoria imprimí.
DIANA: ¡Qué
bien sabe vuestro labio
hacer
lisonja! Si todo
lo
sabéis del mismo modo,
justamente os llaman sabio.
LICURGO:
Advertid que hacéis agravio
con eso a vuestra beldad.
DIANA: Adiós,
Licurgo, y mirad
que
espero alegre y segura
que ha
de ser vuestra pintura
medio
de mi libertad.
LICURGO: Yo
lo haré, como al que hacello
la vida importa.
DIANA: ¿La vida?
LICURGO:
Juzgarla podéis perdida,
si yo
no salgo con ello.
DIANA: Pues
error será emprendello.
LICURGO: El
desistir no es valor.
DIANA:
Perderos será peor.
LICURGO: Por
ganaros lo pretendo.
DIANA: Basta;
que vais excediendo
los
límites de pintor.
FIN DEL ACTO SEGUNDO