ACTO PRIMERO
Salen
Doña INÉS, de luto, y MENCÍA
MENCÍA:
Ya que tan sola has
quedado
[redondillas]
con la muerte del Marqués
tu padre, forzoso es,
señora, tomar estado;
que en su casa has sucedido,
y una mujer principal
parece en la corte mal
sin padres y sin marido.
INÉS:
Ni más puedo responderte,
ni puedo más resolver,
de que a mi padre he de ser
tan obediente en la muerte
como en la vida lo fui;
y con este justo intento
aguardo su testamento
para disponer de mí.
Sale
BELTRÁN de camino
BELTRÁN::
Dame, señora, los pies.
INÉS:
Vengas muy en hora buena,
Beltrán,
amigo.
BELTRÁN:
La pena
de la muerte del
Marqués,
mi señor, que esté en la gloria,
me pesa de renovarte,
cuando era bien apartarte
de tan funesta memoria;
mas cumplo lo que ordenó
cercano al último aliento:
en lugar de testamento
este pliego me entregó,
sobrescrito para ti.
Dale un
pliego
INÉS:
A recebirle, del
pecho
sale, en lágrimas deshecho
Abre el
pliego
el corazón. Dice así:
Lee
"Antes que te cases, mira lo que haces."
MENCÍA:
¿No dice más?
INÉS:
No, Mencía.
BELTRÁN:
Su postrer disposición
cifró toda en un
renglón.
INÉS:
¡Ay, querido padre! Fía
que no exceda a lo que escribes
mi obediencia un breve punto,
y que aun después de difunto
presente
a mis ojos vives.
Y vos, si el haber nacido
en mi casa, y si el amor
que del Marqués, mi señor,
habéis, Beltrán, merecido;
si la firme confïanza
con que en vuestra fe y lealtad
resignó su voluntad
aseguran mi esperanza,
sed de mi justa intención
el
favorable instrumento,
con que de este testamento
disponga
la ejecución.
Sólo de vuestra verdad
he
de fïar el efeto;
y
la elección del sujeto,
a quien de mi libertad
entregue la posesión,
de
vos ha de proceder,
y
obligarme a resolver
sola vuestra
información.
BELTRÁN:
No tengo que encarecerte
mi obligación y mi fe,
pues
ellas, según se ve,
son
las que pueden moverte
a
hacerme tu consejero.
INÉS:
Venid conmigo a saber,
Beltrán, lo que habéis de hacer;
que
eligir esposo quiero
con
tan atentos sentidos
y
con tan curioso examen
de sus partes, que me llamen
el
"examen de maridos."
Vanse.
Salen don FERNANDO y el conde
CARLOS
FERNANDO:
Pensar que sólo sois vos
dueño de su voluntad,
y, según vuestra amistad,
una alma vive en los dos,
de vos me obliga a fïar
y
pediros una cosa,
que,
por ser dificultosa,
podréis vos sólo alcanzar.
CARLOS:
Si como habéis entendido,
don Fernando, esa amistad,
conocéis
la voluntad
con
que siempre os he servido,
seguro de mí os fiáis,
pues ya, según mi afición,
sólo con la dilación
puede
ser que me ofendáis.
FERNANDO:
Ya pues, Conde, habréis sabido
que el Marqués a Blanca adora.
CARLOS:
De vos, don Fernando, agora
solamente
lo he entendido.
FERNANDO:
Negaréislo como amigo
y secretario fïel
del
Marqués.
CARLOS:
Jamás con él
he llegado, ni él conmigo,
a
que de tales secretos
partícipes
nos hagamos;
o
sea porque adoramos
tan
soberanos sujetos,
que, con darle a la amistad
nombre
de sacra y divina,
aun
no la juzgamos digna
de
atreverse a su deidad;
o porque el celo y rigor
de esta amistad es tan justo,
que
niega culpas del gusto
y
delitos del amor;
o porque de ese cuidado
vivimos libres los dos,
y en lo que os han dicho a vos
acaso os han engañado.
FERNANDO:
No importa para el intento
haberlo sabido o no;
ser
así y saberlo yo
es la causa y fundamento
que me obligó a resolverme
a
que de vuestra amistad,
nobleza
y autoridad
en
esto venga a valerme.
Y así, supuesto, señor,
que
si el Marqués pretendiese
que Blanca su esposa fuese,
no
me encubriera su amor,
pues, si sus méritos son
tan notorios, se podría
prometer
que alcanzaría
por
concierto su intención;
de aquí arguyo que su amor
sólo
aspira a fin injusto,
y quiere alcanzar su gusto
con
ofensa de mi honor.
Vos, pues, de cuya cordura,
grandeza
y valor confío,
remediad el honor
mío
y corregid su
locura;
que en los dos evitaréis
con esto el lance postrero,
pues lo ha de hacer el acero
si vos, Conde, no lo hacéis.
CARLOS:
Fernando, bien sabéis vos
que, por no sujeto a ley
el amor, le pintan rey,
niño, ciego, loco y dios.
Y así, en este caso, yo,
si he de hablar como discreto,
el intentarlo os prometo,
pero el conseguirlo no;
que por locura condeno
que se prometa el valor
ni poder más que el Amor,
ni asegurar hecho ajeno.
Mas esto sólo fïad,
pues de mí os queréis valer:
que el Marqués ha de perder
o su amor o mi amistad.
FERNANDO:
Esa palabra me anima
a pensar que venceréis;
que sé lo que vos valéis
y sé lo que él os estima.
CARLOS:
No admite comparación
nuestra amistad; mas yo sigo
en las finezas de amigo
las leyes de la razón:
en esto la tenéis vos,
y de vuestra parte estoy.
FERNANDO:
Seguro con eso voy.
CARLOS:
Dios os guarde.
FERNANDO:
Guárdeos Dios.
Vase don
FERNANDO. Salen el MARQUÉS y
OCHAVO
OCHAVO:
Él es un capricho extraño.
MARQUÉS:
¿Examen hace, curiosa,
de pretendientes?
OCHAVO:
¡Qué cosa
para los mozos de hogaño!
MARQUÉS:
Conde...
CARLOS:
Marqués...
MARQUÉS:
Escuchad
el más nuevo pensamiento
que
en humano entendimiento
puso la curiosidad.
CARLOS:
Decid.
A OCHAVO
MARQUÉS:
Vuelve a referirlo
con
todas sus circunstancias.
OCHAVO:
Perdonad mis ignorancias,
pues
de mí queréis oírlo.
La sin igual doña
Inés,
[romance]
a cuyas divinas partes
se
junta ya el ser marquesa
por
la muerte de su padre,
abriendo
su testamento,
con resolución de darle
el
cumplimiento debido
a
postreras voluntades,
halló
que era un pliego a ella
sobrescrito
y que no trae
más que un renglón todo él,
en que le dice su padre,
"Antes
que te cases, mira lo que haces." [sin n.]
Puso en ella este consejo
un
ánimo tan constante
de
ejecutarlo, que intenta
el capricho más notable
que
de romanas matronas
cuentan
las antigüedades.
Cuanto
a lo primero, a todos,
gentileshombres
y pajes
y crïados de su casa,
orden
ha dado inviolable
de
que admitan los recados,
los
papeles y mensajes
de
cuantos de su hermosura
pretendieran ser galanes.
Con
esto, en un blanco libro,
cuyo
título es "Examen
de
maridos," va poniendo
la
hacienda, las calidades,
las costumbres, los defetos
y
excelencias personales
de
todos sus pretendientes,
conforme
puede informarse
de
lo que la fama dice
y la inquisición que hace.
Estas
relaciones llama
"consultas",
y "memoriales"
los
billetes, y "recuerdos"
los
paseos y mensajes.
Lo primero, notifica
a
todo admitido amante
que
sufra la competencia
sin
que el limpio acero saque;
y
al que por esto, o por otro
defeto, una vez borrare
del
libro, no hay esperanza
de
que vuelva a consultarle.
Declara
que amor con ella
no es mérito, y sólo valen,
para obligar su albedrío,
proprias
y adquiridas partes;
de manera que ha de ser,
quien a su gloria aspirare,
por elección venturoso,
y eligido por examen.
CARLOS:
¡Extraña imaginación!
MARQUÉS:
¡Paradójico dislate!
OCHAVO:
¡Caprichoso desatino!
CARLOS:
(¡Ah, ingrata! ¿Qué novedades
Aparte 240
inventas para ofenderme,
y trazas para matarme?
¿Qué me ha de valer contigo,
si
tanto amor no me vale?
¿Posible
es, crüel, que intentes,
245
contra leyes naturales,
que sin amor te merezcan
y que sin celos te amen?)
MARQUÉS:
Ya, con tan alta ocasión,
imagino
en los galanes
de la corte mil mudanzas
de costumbres y de trajes.
CARLOS:
La fingida hipocresía,
la industria, el cuidado, el arte
a
la verdad
vencerán.
Más valdrá quien más engañe.
Ochavo,
déjanos solos,
que tengo un caso importante
que
tratar con el Marqués.
OCHAVO:
Si es importante, bien haces
en ocultarlo de mí,
que cualquiera que fïare
de crïados su secreto,
vendrá a arrepentirse tarde.
Vase
OCHAVO
MARQUÉS:
Cuidadoso espero ya
lo que tenéis que tratarme.
CARLOS:
Retóricas persuasiones
y proemios elegantes
para
pedir, son ofensas
de
las firmes amistades;
y así, es bien que brevemente
mi
pensamiento os declare.
De
don Fernando de Herrera
la
noble y antigua sangre,
ni
puede nadie ignorarla
ni ofenderla debe nadie;
y
el que es mi amigo, Marqués,
no
ha de decirse que hace
sinrazón,
mientras un alma
ambos
pechos informare.
Una de tres escoged:
o
no amar a Blanca, o darle
la
mano, o dejar de ser
mi
amigo por ser su amante.
MARQUÉS:
Primero que me resuelva
en un negocio tan grave,
los
celos de mi amistad,
que
al encuentro, Conde, salen,
me
obligan a que averigüe
mis
quejas y sus verdades.
¿Cómo, si de ajena boca
supistes
que soy amante
de
Blanca, no tenéis celos
de
que de vos lo ocultase?
CARLOS:
Porque los cuerdos amigos
tienen razón de quejarse
de
que la verdad les nieguen,
mas
no de que se la callen;
y así, de vuestro silencio
no
he formado celos, antes
os estoy agradecido,
que
presumo que el callarme
vuestra
afición fue recelo
de
que yo la reprobase,
porque
no consienten culpas
las honradas amistades.
Y
así, Marqués, resolveos
a olvidalla o a olvidarme,
que
la razón siempre a mí
me
ha de tener de su parte.
MARQUÉS:
Puesto, Conde, que el más rudo
el
imperio de Amor sabe,
con
vos, que prudente sois,
no
trato de disculparme.
Dar
la mano a doña Blanca
no es posible, sin que pase
el
mayorazgo que gozo
al
más cercano en mi sangre;
que
obliga de su erección
un
estatuto inviolable
a que el sucesor elija
esposa
de su linaje.
Yo,
pues, antes de escucharos,
viendo
estas dificultades,
procuraba
ya remedios
de olvidarla y de mudarme;
y
ha sido el mandarlo vos
el
mayor, pues es tan grande
mi
amistad, que lo imposible
por
vos me parece fácil.
CARLOS:
Supuesto que no hay finezas
que
a la vuestra se aventajen,
os
las promete a lo menos
mi
agradecimiento iguales.
Y
adiós, Marqués, porque quiero
dar al cuidadoso padre
de
Blanca esta feliz nueva.
MARQUÉS:
Bien podéis asegurarle
que
no hará la muerte misma
que
esta palabra os quebrante.
CARLOS:
Cuando no vuestra amistad,
me
asegura vuestra sangre.
Vanse.
Salen el conde CARLOS y el conde ALBERTO,
por una
parte, y por otra el conde don JUAN
JUAN:
¡Conde!
ALBERTO:
¡Don Juan!
JUAN:
Con hallaros
[redondillas]
en esta casa me dais
indicios
de que intentáis
de marido examinaros.
ALBERTO:
Dado que no tengo amor,
por curiosidad deseo
de este examen de himeneo
ser
también competidor.
Mas lo que pensáis de mí
por el lugar en que estoy,
de
vos presumiendo voy,
pues
también os hallo aquí.
JUAN:
Siendo en tan alta ocasión
de méritos la contienda,
pienso que quien no pretenda
perderá
reputación.
Sale don
GUILLÉN
GUILLÉN:
¡Copiosa está de guerreros
la estacada!
ALBERTO:
¡Don Guillén!
¿Sois opositor también?
GUILLÉN:
Con tan nobles caballeros,
si es que aspiráis a eligidos,
fuerza es probar mi valor;
que
si es tal el vencedor,
no es deshonra ser vencidos.
ALBERTO:
¡Que en novedad tan extraña
diese la Marquesa
hermosa!
GUILLÉN:
Por ella será famosa
eternamente
en España.
JUAN:
Al fin, quiere voluntades
a la usanza de Valencia;
que
sufran la competencia
sin
celos ni enemistades.
ALBERTO:
Nueva Penélope ha sido.
Sale
OCHAVO
OCHAVO:
(¡Plega a Dios no haya en la corte
Aparte
algún Ulises que corte
en cierne tanto marido!)
JUAN:
Beltrán sale aquí.
ALBERTO:
Y él es,
según he sido informado,
el secretario y privado
de
la hermosa doña Inés.
OCHAVO:
Y a fe que es del tiempo vario
efecto bien peregrino
que,
no siendo vizcaíno,
llegase a ser secretario.
Sale
BELTRÁN
BELTRÁN:
(Al cebo de doña Inés Aparte
pican todos, que es gran cosa
gozar
de mujer hermosa
y
un título de marqués.)
ALBERTO:
Señor Beltrán, la intención
de la Marquesa,
que ha dado,
como
a los pechos cuidado,
a
la fama admiración,
causa el concurso que veis;
Quiere
darle un papel
mis partes y calidades
son
éstas, y son verdades
que
presto probar podréis.
JUAN:
Éste mis partes refiere.
Quiere
darle otro papel
BELTRÁN:
La Marquesa mi señora
saldrá de su cuarto agora;
que
veros a todos quiere.
A ella dad los memoriales;
porque informarse procura
de la voz, la compostura,
y
las partes personales
de cada cual por sus ojos.
OCHAVO:
Es prudencia y discreción
no
entregar por relación
tan
soberanos despojos.
BELTRÁN:
Ella sale.
Compónense
todos
OCHAVO:
(Gusto es vellos Aparte
cuidadosos y afectados,
compuestos y mesurados,
alzar
bigotes y cuellos.
Parécenme propriamente,
en sus aspectos e indicios,
los
pretendientes de oficios,
cuando ven al Presidente.
Mas, por Dios, que es la crïada
como un oro.)
Salen
Doña INÉS y MENCÍA
¡Oye, doncella!
MENCÍA:
¿Qué quiere?
OCHAVO:
El amor por ella
me ha dado una virotada.
MENCÍA:
Aun bien que hay en el lugar
albéitares.
OCHAVO:
Pues, traidora,
¿tan bestia es el que te adora,
que albéitar le ha de curar?
ALBERTO:
Puesto que el alma confiesa
que no hay méritos humanos
que
a los vuestros soberanos
igualen,
bella Marquesa,
si alguno ha de poseeros,
hacer
esto es competir
con
todos, no presumir
que
he de poder mereceros;
y
a este fin he reducido
mis partes a este papel,
humilde como fïel.
Dale un
memorial
INÉS:
(¡Qué retórico marido!) Aparte
Yo atenderé como es justo
a vuestros méritos, Conde.
OCHAVO:
(Como rey, por Dios, responde; Aparte
ella es loca de buen gusto.)
JUAN:
Yo soy, señora, don Juan
de Guzmán. Aquí veréis
Dale un
papel
lo demás, si en mí queréis
más partes que ser Guzmán.
INÉS:
(¡Qué amante tan enflautado!) Aparte
Yo lo veré.
OCHAVO:
(¡Linda cosa
Aparte
la voz sutil y melosa
en un hombre muy barbado!)
GUILLÉN:
Don Guillén soy de Aragón,
que si por
amor hubiera
de mereceros, ya fuera
mi esperanza posesión.
Dale un
memorial
Éste os puede referir
mis méritos verdaderos,
pocos para mereceros,
muchos
para competir.
INÉS:
(¡Qué meditada oración!) Aparte
Yo veré el papel.
OCHAVO:
(¡Qué bien Aparte 460
trajo el culto don Guillén
la tal contraposición!)
INÉS:
Con vuestra licencia, quiero
retirarme.
ALBERTO:
Loco estoy.
Vase
JUAN:
Libre vine y preso voy.
Vase
GUILLÉN:
Por vos vivo y sin vos muero.
Vase
INÉS:
Tened esos memoriales.
Dalos a
BELTRÁN
Mas, ¿qué busca este mancebo?
OCHAVO:
Por ver capricho tan nuevo
me
atreví a vuestros umbrales;
y aunque de esta mocedad
y
paradójico intento
os
alabe el pensamiento,
tengo
una dificultad,
y es que en vuestros pretensores
475
me han dicho que examináis
lo
visible, y no tratáis
de
las partes interiores,
en que muchas veces vi
disimulados
engaños,
que causan mayores daños
al matrimonio; y así
quiero saber qué invención
o industria pensáis tener,
o
qué examen ha de haber
para su averiguación.
INÉS:
¿No hay remedio?
OCHAVO:
Uno de dos
en dificultad tan nueva:
recebir la causa a prueba,
o encomendárselo a
Dios.
INÉS:
De buen gusto es la advertencia.
¿Queréis otra cosa aquí?
OCHAVO:
Un nuevo amante, por mí,
Marquesa, os pide licencia
para veros e informaros
de
sus méritos; que puesto
que
a todos la dais, en esto
quiere
también obligaros.
INÉS:
¿Quién es?
OCHAVO:
Señora, el Marqués
vuestro deudo.
INÉS:
Ya ha
ofendido
su valor, pues ha pedido
lo
que a todos común es.
OCHAVO:
Tiene el ser desconfïado
de discreto; y le parece,
Marquesa, que aun no merece
ser de vos examinado.
INÉS:
Pues yo no sólo le doy
licencia, pero juzgara
por
agravio que no honrara
el
examen.
OCHAVO:
Pues yo voy
con nueva tan venturosa;
y
tanto vos lo seáis,
pues
cual sabia examináis,
que
no elijáis como hermosa.
Vanse
doña INÉS y BELTRÁN
Y tú, enemiga, haz también
un examen; y si acaso
te
merezco, pues me abraso,
trueca
en favor el desdén.
MENCÍA:
¿Bebe?
OCHAVO:
Bebo.
MENCÍA:
¿Vino?
OCHAVO:
Puro.
MENCÍA:
Pues ya queda reprobado;
que yo quiero esposo aguado.
Vase
OCHAVO:
¡Escucha! En vano procuro
detenerla. ¡Bueno quedo!
¡Vive
Dios, que estoy herido!
Pero
si mi culpa ha sido
beberlo puro, bien puedo
no
quedar desesperado.
Aguado
soy, que aunque puro
siempre
beberlo procuro,
siempre
al fin lo bebo aguado,
pues todo, por nuestro mal,
antes
de salir del cuero,
en
el Adán tabernero
peca
en agua original.
Vase.
Salen doña BLANCA Y CLAVELA con
mantos
CLAVELA:
Pienso que no te está bien
mostrar al Marqués amor,
porque
es la contra mejor,
de
un desdén, otro desdén.
Si su mudanza recelas,
tu firmeza te destruye,
porque al amante que huye,
seguirle es ponerle espuelas.
BLANCA:
Ya que pierdo la esperanza
que tan segura tenía,
saber
al menos querría
la ocasión de su mudanza;
y por esto le he citado,
sin
declararle quién soy,
para
el sitio donde estoy.
CLAVELA:
Él vendrá bien descuidado
de que eres tú quien le llama.
Salen el
MARQUÉS y OCHAVO, por otra
parte
OCHAVO:
Su hermosura y su intención
son tan nuevas, que ya son
la
fábula de la Fama;
y al fin, no sólo te ha dado
la licencia que has pedido,
pero se hubiera ofendido
de que no hubieras honrado
el concurso generoso
que al examen se le ofrece.
MARQUÉS:
Locura, por Dios, parece
su intento; mas ya es forzoso
seguir a todos en eso.
OCHAVO:
Un aguacero cayó
en un lugar, que
privó
a cuantos mojó de seso;
y un sabio, que por ventura
se escapó del aguacero,
viendo que al lugar entero
era común la
locura,
mojóse y enloqueció,
diciendo, "En esto, ¿qué pierdo?
Aquí, donde nadie es cuerdo,
¿para qué he de serio yo?"
Así agora no se excusa,
supuesto que a todos ves
examinarse, que des
en seguir lo que se usa.
MARQUÉS:
Bien dices, que era el no hacerlo
dar al mundo qué decir.
Pero quiérote advertir
de que nadie ha de entenderlo
hasta salir vencedor;
porque si quedo vencido,
no quiero quedar corrido.
OCHAVO:
Mármol soy.
MARQUÉS:
Este temor
me obliga así a recatar,
aunque mi pecho confía
que doña Inés será mía
si me llego a examinar.
BLANCA:
¿Que doña Inés será vuestra,
si a examinaros llegáis?
MARQUÉS:
¡Oh Blanca! ¿Vos me escucháis?
BLANCA:
Quien tanta inconstancia muestra
como vos, ¿tiene
esperanza
de que saldrá vencedor,
siendo
el defecto mayor
en
un hombre la mudanza?
¿De qué os admiráis? Yo fui,
yo
fui la que os he llamado,
viendo que con tal cuidado
andáis
huyendo de mí,
para saber la ocasión
que
os he dado, o vos tomáis,
para
que así me rompáis
tan precisa obligación;
y de vuestros mismos labios,
antes
que os la preguntara,
quiso
el cielo que escuchara
la
ocasión de mis agravios.
MARQUÉS:
Blanca, no te desenfrenes;
escucha atenta primero
mi
disculpa, y después quiero
que,
si es razón, me condenes.
Cuando empezó mi deseo
a mostrar que en ti vivía,
ni
aun la esperanza tenía
del
estado que hoy poseo.
Entonces tú, como a pobre,
te
mostraste siempre dura;
que el oro de tu hermosura
no
se dignaba del cobre.
Heredé por suerte; y luego,
o
fuese ambición o amor,
mostraste
a mi ciego ardor
correspondencias de fuego.
Mas la herencia, que la gloria
me
dio de tu vencimiento,
fue
también impedimento
para
gozar la vitoria;
porque estoy, Blanca, obligado
a
dar la mano a mujer
de
mi linaje, o perder
la
posesión del estado.
Esta ocasión me desvía
de ti pues, según arguyo,
ni
rico puedo ser tuyo,
ni
pobre quieres ser mía.
Perdida, pues, tu esperanza,
si
otra doy en celebrar,
es divertirme, no amar;
es
remedio, no mudanza.
Así que, a no poder más,
mudo
intento; si pudieres,
haz
lo mismo; que si quieres,
mujer eres, y podrás.
Vase
BLANCA:
¡Oye!
CLAVELA:
Alas lleva en los pies.
OCHAVO:
(¡Cielos, haced que algún día Aparte
pueda yo hacer con Mencía
lo que con Blanca el Marqués!)
Vase
BLANCA:
Desesperada esperanza,
el
loco intento mudad,
y
de ofendida apelad
del
amor a la venganza.
¡Por los cielos, inconstante,
655
ya que tu agravio me obliga,
que
has de llorarme enemiga,
pues
no me estimas amante!
¡A tus gustos, tus intentos,
tus
fines, me he de oponer!
¡Seré verdugo al nacer
de tus mismos pensamientos!
CLAVELA:
De cólera estás perdida;
loca te tiene el despecho.
BLANCA:
¡Sierpes apacienta el pecho
de una mujer ofendida!
Vanse.
Sale el conde don JUAN
JUAN:
De tus ojos salgo ciego
y abrasado, Inés hermosa,
cual
la incauta mariposa
busca
luz y encuentra fuego.
Sale el
conde CARLOS
CARLOS:
(¿Aquí está el conde don Juan? Aparte
¡Todo el infierno arde en mí!)
Conde,
de hallaros aquí
ciertas
sospechas me dan
de que pretendéis entrar
en el examen.
JUAN:
Pues ¿quién
no aspira a tan alto bien,
si
méritos lo han de dar?
CARLOS:
Quien supiere que a la bella
Inés ha un siglo que quiere
Carlos.
JUAN:
Si quien lo supiere,
Conde, no ha de pretendella,
de esa obligación me hallo
con justa causa exclüido,
porque nunca lo he sabido.
CARLOS:
¿No basta, pues, escuchallo
aquí de mí, si hasta agora
la he servido con secreto,
justo y forzoso respeto
del que estima a la que adora?
JUAN:
No basta a quien se ha empeñado
sin saberlo: a no empezar
podéis con eso obligar;
mas no a dejar lo empezado.
CARLOS:
Esta espada sabrá hacer
que sobre decirlo yo
para
dejarlo.
JUAN:
Y que no
ésta sabrá defender;
y esto en el campo, no aquí;
que es sagrado este lugar.
CARLOS:
Allá os espero mostrar
el
valor que vive en mí.
Sale
doña INÉS
INÉS:
¿Qué es esto? Conde don Juan,
conde Carlos, ¿dónde vais?
CARLOS:
Solamente a que entendáis
los excesos a que dan
ocasión vuestros antojos.
Venid.
JUAN:
Vamos.
INÉS:
¡Deteneos,
que mal logrará deseos
quien obliga con enojos!
Sabiendo que es lo primero
que
he advertido en este examen
que
no ha de entrar en certamen
quien
por mí saque el acero,
¿cómo aquí con ofenderme,
queréis los dos obligarme,
pues
que pretendéis ganarme
con
el medio de perderme?
El fin de esta pretensión
¿consiste
en vuestro albedrío?
¿Es vuestro gusto, o el mío,
quien
ha de hacer la elección?
Sufra, pues, quien alcanzarme
procure,
la competencia,
o
confiese en mi presencia
que no pretende obligarme.
JUAN:
No hay más ley que vuestro gusto
para mi abrasado pecho.
CARLOS:
Y yo, Inés, aunque a despecho
de un agravio tan injusto
como recibo de vos,
me dispongo a obedeceros.
INÉS:
De no sacar los aceros
me
dad palabra los dos.
CARLOS:
Yo por serviros la doy.
JUAN:
Yo la doy por obligaros;
que a morir, por no enojaros,
dispuesto,
señora, estoy.
Vase el
conde don JUAN
CARLOS:
¡Ah, Marquesa! ¡A Dios pluguiera,
[décimas]
pues os cansa el amor mío,
fuese mío mi albedrío
para
que no os ofendiera!
¡Pluguiera
a Dios que pudiera
poner
freno a mis pasiones
el
ver vuestras sinrazones!
Que cuando el amor es furia,
los
golpes que da la injuria
rematan
más las prisiones.
Apaga el cierzo violento
llama
que empieza a nacer;
mas en llegando a crecer,
le
aumenta fuerzas el viento.
Ya
estaba en mi pensamiento
apoderado
el furor
de
vuestro amoroso ardor;
y a quien llega a estar tan ciego,
cada
agravio da más fuego,
cada
desdén, más amor.
INÉS:
Basta, Conde; que llenáis
de vanas quejas el viento,
si de vuestro sentimiento
la
ocasión no declaráis.
¿De
qué agravios me acusáis?
CARLOS:
El preguntarlo es mayor
ofensa y nuevo rigor,
pues para que os disculpéis
de
vuestro error, os hacéis
ignorante
de mi amor.
¿Podéisme negar acaso
que
dos veces cubrió el suelo
tierna flor y duro hielo
después
que por vos me abraso?
El
fiero dolor que paso
por
vuestros ricos despojos,
aunque
a encubrir mis enojos
el recato me ha obligado,
¿no
os lo ha dicho mi cuidado
con
la lengua de mis ojos?
¿No han sido mi claro oriente
vuestros
balcones, y han visto
que ha dos años que conquisto
su
hielo con fuego ardiente?
Si
os amé tan cautamente,
que
apenas habéis sabido
vos
misma que os he querido,
ésa es fineza mayor,
pues,
muriendo, vuestro honor
a
mi vida he preferido.
Pues cuando, tras esto, dais
licencia
a nuevos cuidados,
para ser examinados
porque el más digno elijáis,
¿cómo,
decid, preguntáis
a
un despreciado y celoso
de
qué se muestra quejoso?
Cuando por amante no,
por
mí ¿no merezco yo
ser
con vos más venturoso?
INÉS:
Negarlo fuera ofenderos;
pero vos me disculpáis,
y con lo que me acusáis
pienso
yo satisfaceros.
Si
entre tantos caballeros
como
al examen se ofrecen
vuestras
partes os parecen
dignas de ser preferidas,
ellas
serán elegidas,
si
más que todas merecen.
Mas si acaso el proprio amor
os
engaña, y otro amante,
aunque menos arrogante,
en
partes es superior,
ni
es ofensa ni es error,
si
en mi provecho me agrada,
de
vuestro daño olvidada,
que el que es más digno me venza;
que
de sí misma comienza
la
caridad ordenada.
CARLOS:
Y de amar vuestra beldad
¿cuáles los méritos son?
INÉS:
Amar por inclinación
es propria comodidad.
Si
presa la voluntad
del
deseo, se fatiga
porque
el deleite consiga,
del bien que pretende nace;
y
quien su negocio hace,
a
nadie con él obliga.
Demás que, si amarme fuera
conmigo
merecimiento,
no sólo vuestro tormento
obligada
me tuviera;
que
no tantos en la esfera
leves
átomos se miran,
ni
en cuanto los rayos giran
del sol claro arenas doran,
cuantos
más que vos me adoran,
que
menos que vos suspiran.
Pero, supuesto que amarme
no
me obliga, imaginad
que cumplir mi voluntad
es
el modo de obligarme.
El
más digno ha de alcanzarme;
si
vuestros méritos claros
esperan
aventajaros,
en obligación me estáis,
pues
por una que intentáis,
dos
vitorias quiero daros.
Corta hazaña es por amor
conquistar
una mujer;
ilustre vitoria es ser
por
méritos vencedor.
De mí os ha de hacer señor
la elección, no la ventura.
Si no os parece cordura
el nuevo intento que veis,
al menos no negaréis
que es de honrada esta locura.
CARLOS:
En fin, ¿que en vano porfío
disuadiros ese intento?
INÉS:
Antes que mi pensamiento,
se mudará el norte frío.
CARLOS:
Pues yo de todos confío
ser por partes vencedor;
mas ved que en tan ciego amor
mis sentidos abrasáis,
que si en la elección erráis,
no he de sufrir el error.
Mirad cómo os resolvéis,
y advertid bien, si a mí no,
que merezca más que yo
a quien vuestra mano deis;
pues como vos proponéis
que vencer, para venceros,
tantos nobles caballeros
son dos tan altas vitorias,
son dos afrentas notorias
las que recibo en perderos.
Yo enfrenaré mi pasión
si es más digno el más dichoso,
obediente al imperioso
dictamen de la razón;
pero siendo en la elección
vos errada y yo ofendido,
¡vive Dios, que al preferido
ha de hacer mi furia ardiente
teatro
de delincuente
del
tálamo de marido!
INÉS:
Pensad que si no vencéis,
no habéis de quedar quejoso;
que será tal, el dichoso,
que vos mismo lo aprobéis.
CARLOS:
Cumplid lo que prometéis.
INÉS:
Tal examen he de hacer,
que a todos dé, al escoger,
qué envidiar, no qué culpar.
CARLOS:
Pues, Inés, a examinar.
INÉS:
Pues, Carlos, a merecer.
FIN DEL
ACTO PRIMERO